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Yo voy conmigo.

Raquel Diaz Reguera


Me gusta Martín. Lo sé porque cuando pasa por mi lado siento que me pica la nariz y que
mis rodillas se ponen tontas. Peri Martín no es da cuenta. Martin no me mira nunca.
Mi amiga lucia me ha dicho que no me queda bien el pelo recogido, que a lo mejor, si me lo
dejo suelto, Martin me mira. Me he quitado las coletas. Pero Martin no me ha mirado.
Mi amiga Ana me ha dicho que tal vez debería quitarme las gafas, que a lo mejor sin mis
coletas y sin mis gafas, Martin me mira. Me he quitado las gafas pero Martin no me ha
mirado.
Mi cabeza empieza a vaciarse de pájaros, los veo levantar el vuelo y alejarse.
Mi amigo Luis me ha dicho que por que no pruebo quitar esa sonrisita de mi cara. Está
seguro de que sin mis coletas, sin mis gafas y sin mi sonrisita, Martin me mirará. He dejado
de sonreír pero Martin no me ha mirado.
Mi amiga Carla me ha dicho que por qué no pruebo a no tararear cancioncillas de las miras.
Quizá sin mis coletas, sin mis gafas, sin mi sonrisa y sin canturrear mis canciones, Martín
me mirará. He dejado de cantar pero Martin no me ha mirado.
-¿Serán tus pecas? – Me ha dicho Lola. Ella piensa que sin mis coletas, sin mis gafas, sin
mi sonrisa, sin mis canciones y sin mis pecas, Martín me mirará. Hoy he ido al cole sin mis
pecas pero Martin no me ha mirado.
Y no sé a dónde van los pájaros que viven en mi cabeza, pero sé que se van. Lejos, lejos,
lejos.
-¿No será que hablas demasiado?- Me ha dicho Marcos. Está convencido de que sin mis
coletas, sin mis gafas, sin mi sonrisa, sin mis canciones, sin mis pecas y calladita, seguro
que Martín me mirará. Hoy no he abierto la boca en todo el día, pero Martín no me ha
mirado.
-¿A lo mejor son mis alas?- He pensado. Sin mis coletas, sin mis gafas, sin mi sonrisa, sin
mis canciones, sin mis pecas, sin mis palabras y sin mis alas. Martin me mirará. Hoy he ido
al cole sin mis alas
Y sin mis coletas, y sin mis gafas, y sin mi sonrisa, y sin mis canciones, y sin mis pecas, y
sin mis palabras y sin mis alas ¡Martin me ha mirado! ¡Creo que me ha sonreído! ¡Martin
me ha visto!
Pero ahora soy yo la que no me veo ¿Y dónde están los pájaros de mi cabeza?
Le he dicho a Lucia, que me gusta mi pelo recogido, le he dicho a Ana que me gustan mis
gafas, le he dicho a Luis que me gusta mi sonrisa, le he dicho a Carla que me gustan mis
canciones, le he dicho a Lola que me gustan mis pecas, le he dicho a Marcos que me gusta
hablar y me he dicho a mí misma que sin mis alas no soy yo.
Mis alas son iguales a las de los pájaros de mi cabeza. Ahora sé que voy conmigo y me
miro y me veo. Tengo alas.

Rey y Rey de Linda de Haan y Stern Nijland


Erase una vez una anciana Reina, un joven Príncipe heredero y una gata con corona que
vivían en lo alto de una montaña.
La anciana dama llevaba ya muchos años reinando y estaba harta y muy cansada.
Un día decidió que antes del verano el Príncipe debería de casarse y ocupar el trono.
- ¡Despierta! - le gritó la Reina - tú y yo tenemos que hablar. No puedo más, ¡tienes que
casarte y punto!
El Príncipe apartó el desayuno. Se le acabaron las ganas de comer porque la Reina hablaba
... y hablaba ... y hablaba sin parar.
- No sé qué te pasa. ¡Todos los príncipes se han casado menos tú! A tu edad yo ya me había
casado dos veces.
La Reina siguió hablando hasta la noche y el Príncipe, completamente mareado, por fin
cedió.
- Está bien, madre, me casaré. pero no conozco a ninguna princesa que me guste.
Aquella noche la Reina buscó su listín de princesas y no hubo castillo, ni Alcázar, ni palacio
al que no llamara.
Al día siguiente, se presentó la primera princesa.
La Princesa Aria de Austria interpretó una estridente ópera en honor al Príncipe.
Pero antes de que terminara ya la habían echado.

La princesa Delly llegó desde Texas haciendo malabarismos y magia (la única que se divertía
fue la gata) pero la Reina y el Príncipe se aburrían.

La siguiente fue una sonriente princesa que llegó desde Groenlandia pero no le impresionó a
la madre ... salvo al paje del Príncipe que se enamoró perdidamente de ella.

- ¡Vaya! con esos brazos tan largos seguro que puede saludar a todo el pueblo - dijo el
Príncipe. Pero la Princesa Rahjmaputínn, de Bombay, empleó sus largas piernas para salir
corriendo del palacio.

La reina y el Príncipe se miraron con tristeza. Ninguna de las princesas les había gustado.
- ¡Un momento! - dijo el paje - todavía queda una princesa. ¡tachín, tachín! Les presento a
la Princesa Magdalena y su hermano, el Príncipe Azul.
De pronto el Príncipe quedó sin respiración y su corazón empezó a latir. Fue un flechazo.
- ¡Qué príncipe tan guapo!
- ¡Qué príncipe tan guapo!
Fue una boda muy especial. La Reina lloraba sin parar.
Desde ese entonces los príncipes viven juntos como Rey y Rey. Y la Reina pudo descansar.
Y vivieron felices y comieron perdices.
“Papá chas-chas mamá”.

Hace varios años, me consultaron por una niña de cinco años que no hablaba. Me sorprendió
que se comunicara por señas, que armase juegos simbólicos, que dibujase y que se
conectase muy bien conmigo, ya en la primera entrevista y, sobre todo, que yo entendiese lo
que quería decir más que sus padres, que estaban presentes. En la segunda entrevista entra
sola (a su pedido) y dibujando dice: “papá chas chas mamá”. Esto lo repite a lo largo de la
entrevista. Yo le digo que a ella la pone muy triste y la asusta que el papá le pegue a la mamá
y que no sabe qué hacer y afirma que sí con la cabeza. Después de esta entrevista, la niña
comenzó a contar esto en la escuela y en otros lugares, a pesar de que el padre enfurecía y
decía que la niña mentía. No hablaba… hasta que comenzó a hablar, diciendo lo que estaba
prohibido.
Un niño de siete años le pega a la madre delante de mí y la insulta. Frente a la inmovilidad y el
silencio de la madre, le digo al niño que está prohibido pegarle a la mamá. Él me contesta:
“¿Por qué no le puedo pegar yo si mi papá le pega? Este niño tenía “dificultades de conducta”,
era violento con sus compañeros y con los adultos y por eso consultaban.
Un niño de seis años no atiende en clase y no aprende. Después de varias sesiones relata
que el padre golpea a la madre, le grita y le tira objetos. Lo cuenta muy angustiado y diciendo
que está cansado de escuchar los gritos y que él no puede pensar en otra cosa cuando está
en la escuela. Niños que pueden develar la violencia que viven cotidianamente cuando alguien
los escucha… Niños que suelen ser ubicados como “trastornos” sin darles lugar a que
expresen aquello que los hace sufrir. Niños que se han quedado sin adultos protectores. En
todos estos casos los padres desmintieron la situación mientras que las madres se mostraban
vencidas, sintiendo que nadie iba a creerles y que no había modo de defenderse (una de ellas
había ido a la comisaría a denunciar el maltrato y se habían burlado de ella).
Pienso que cada vez que un hombre maltrata a una mujer, la denigra, le grita o le pega, como
si fuera el “señor” de la horda primitiva, no sólo hay una mujer herida y humillada sino que él
mismo se descalifica como hombre, en tanto solo se puede sostener en el sometimiento de
otro. Y cuando hay niños, estos sufren doblemente: el dolor de ver el maltrato hacia su madre
y el desvalimiento más absoluto. Ese niña/o sentirá que está solo, a merced de un ser
arbitrario, que no respeta a su pareja ni la considera como ser humano sufriente y que por
ende no lo va a respetar a él o a ella y de una mujer que queda a merced de los ataques y que
no se puede proteger a sí misma, por lo que tampoco puede protegerla/o. ¿En qué circuito
entra entonces la/el niña/o? ¿Quién va a cuidarla/o si la violencia toma todo el terreno? Se
queda sin padres. A la vez, ¿por qué respetar él las normas que los adultos no respetan? Si
es la ley de la selva, ¿por qué no va a poder él también maltratar a otros? Otra opción es
quedar prisionera/o de la angustia e inmovilizarse.
Es por esto que el Estado tiene que cumplir un papel fundamental, para proteger a las mujeres
pero también a todos los niños y las niñas que viven cotidianamente el arrasamiento de su
subjetividad, la denigración de sus madres (lo que los deja siendo testigos de lo insoportable).
Para creer cuando una niña denuncia, cuando una mujer denuncia…
Para que no haya ni una mujer menos, ni una niña menos, para que la educación sexual sea
efectiva, para que sostengamos los derechos de todas a decidir qué hacer con su cuerpo,
para que todas las niñas y jóvenes puedan elegir qué caminos tomar en la vida, con una
educación gratuita e igualitaria, para que no se ubique a las mujeres ni a las niñas como
objetos de consumo en los medios de comunicación, para que ninguna niña ni mujer sea
violentada…Por esto y muchas otras cosas…pero sobre todo para luchar por un mundo más
justo, donde todas tengamos un lugar y podamos brindarles a nuestras hijas y a nuestros hijos
un futuro digno… debemos exigir el compromiso del Estado, porque si éste no garantiza el
bienestar de la población, si la pobreza crece día a día, si la desocupación gana terreno, las
mujeres quedamos expuestas a una violencia infinita…
Por esto y mucho más salimos hoy a las calles…Ni una menos… Vivas nos queremos….
Beatriz Janin. Psicoanalista.

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