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1 Génesis del catolicismo moderno

Carlos Raúl Sosa Siliézar

Muchos consideran que el nacimiento del Catolicismo Romano oficial se da con el Concilio de
Trento. Otros pretenden ir más atrás en la historia y ubican el nacimiento de la iglesia romana
con el ascenso de Constantino al poder (s. IV). Aunque hay que aclarar que la iglesia cristiana
no llegó a ser iglesia estatal en el Imperio Romano hasta que Teodosio, a través del Edicto de
Tesalónica (380 d.C.), la elevó a tal dignidad.

En este curso se toma como génesis del catolicismo moderno al Concilio de Trento (1545-
1563). Si bien es cierto que la corrupción de la iglesia en la Edad Media fue tal que era muy
difícil llamarla “Iglesia de Cristo”, no es hasta el Concilio de Trento que el catolicismo romano
define oficialmente las doctrinas que lo separan de la confesión de fe protestante.

El Concilio de Trento es una reacción tardía a la reforma protestante del siglo XVI. Lutero
clavó sus famosas 95 tesis en 1517. El Concilio de Trento inició sus sesiones en 1545,
veintiocho años después de aquel evento. No obstante, no se debe identificar el Concilio de
Trento con el movimiento de reforma católica. Trento es solamente un elemento de la reforma
interna del catolicismo en los siglos XVI y XVII. Y más que una reforma Trento quizá puede
considerarse mejor como una reacción antagónica a la Reforma.

Al Concilio de Trento le precede el V Concilio de Letrán (1512-1517). Convocado por el papa


Julio II, intenta corregir algunos males dentro de la iglesia del entonces, probablemente influido
por el humanista Erasmo de Rótterdam. Siete meses y medio después de la clausura del
Concilio, entra en escena Lutero.

El V Concilio de Letrán propuso la reforma del propio papado: Desterrar la simonía de la


elección pontificia, los cardenales deben ser elegidos con más cuidado, el concilio deberá
reunirse cada cinco años. Además, se observó que los fieles eran personas ignorantes,
supersticiosas y desobedientes. Hubo un intento por convencer a los husitas para que
enviaran un portavoz al concilio. Se establece un régimen de censura de libros (bula Inter
sollicitudines). Por aquel entonces ya estaban surgiendo escritos que disentían con la iglesia
oficial.

Un decreto riguroso condenaba a los blasfemos. Se promulgó un decreto referente a la


predicación. Todos los predicadores, incluidos los religiosos, tienen que ser examinados por
su superior. Estos predicadores tienen que enseñar la pura doctrina de la Iglesia, basada en la
Escritura y en los santos doctores, y sin más finalidad que la salvación de las almas. Se
denuncian particularmente las predicaciones escatológicas. También se advierte contra
aquellos que atacan a la jerarquía eclesiástica y al clero, aquellos que buscan desgarrar la
túnica inconsútil de Cristo.

También, en aquel concilio se sitúa la edad mínima para los obispos (30 años; con dispensa,
27 años) y para los abades (22 años). Pero se cedió al rey el derecho a designar los obispos y
la mayor parte de los abades. Esto abría de nuevo la puerta para la mayor parte de los abusos
que el Concilio pretendió abolir. Se prohíbe la encomienda. Sin embargo, en América Latina
este sistema continuará durante todo el período colonial.
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Después del V Concilio de Letrán e iniciada la


reforma protestante, Martín Lutero soñaba
con un verdadero Concilio universal. Trató
despectivamente el V Concilio de Letrán, y
abogó por un concilio universal, libre de la
tutela pontificia. En 1523 la dieta imperial
(príncipes católicos y protestantes) estaba de
acuerdo en convocar a un Concilio que se
reuniría en tierras alemanas. Tal cosa nunca
sucedió. Antes bien, surgirá el Concilio de
Trento (1545-1563), bajo la dirección papal,
para atacar las doctrinas reformadas.

Antes, en 1542, el papa había restablecido la


Inquisición romana. Y en 1541 tuvo lugar el coloquio de Ratisbona. Teólogos católicos
(Contarini y Gropper) y protestantes (Bucero y Melanchton) entablaron diálogo. Llegaron a una
fórmula común sobre la justificación, pero no tuvieron igual suerte con la doctrina de la
eucaristía. Además, Lutero y Roma desautorizaron a los portavoces del coloquio.

El Concilio de Trento no fue del todo


universal. Los obispos alemanas estuvieron
ausentes casi por completo. La mayor parte
del Concilio estaba compuesta por italianos.
Pero dos problemas tenían que tratarse en
Trento: (1) la condena de la doctrina de la
reforma, (2) la reforma del clero. “El
sacrosanto (...) Concilio de Trento (...) se
juntó con el fin de exponer la verdadera y
antigua doctrina sobre la fe y los
sacramentos, y poner remedio a todas las
herejías y a otros gravísimos males que
ahora agitan a la Iglesia de Dios” [Ds 508].

Con la victoria de Carlos V sobre los


protestantes de la liga de Smalcalda (24 de
abril de 1547), el emperador tenía toda la
autoridad para enviar luteranos al Concilio y
para proclamar el Interim de Ausgsburgo. El
Interim fue la solución de Carlos V al
problema religioso de Europa. Ordenaba
que en todas partes de Alemania se
restableciese el catolicismo, pero haciendo
dos concesiones: la comunión bajo las dos
especies y el matrimonio de los sacerdotes.
Carlos V. Quinto emperador del Impero y primero de España, estaba
profundamente interesado en la celebración de un concilio universal que En el segundo período de Trento (bajo Julio
unificase a la iglesia cristiana. III) varios príncipes protestantes asistieron
al Concilio. Los protestantes se presentaron
entre 1551 y 1552. El Concilio escuchó sus
declaraciones, dio las gracias a los

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oradores, y todo terminó allí. No hubo diálogo alguno.

El Concilio fue largo y falto de continuidad. Los decretos fueron promulgados en cuatro
períodos distintos, en 25 sesiones. En una ocasión (segundo período) el Concilio de Trento
tuvo que trasladarse a Boloña, por las condiciones políticas de Europa.

Primer período (Trento) Sesiones 1-8 (diciembre de 1545 a marzo de 1547)


Decreto sobre la Sagrada Escritura y la tradición
Decreto sobre el pecado original
Decreto sobre la justificación
Decreto sobre los sacramentos

Segundo período (Boloña) Sesiones 9-10 (marzo de 1547 a septiembre de 1549)


Ningún decreto

Tercer período (Trento) Sesiones 11-16 (mayo de 1551 a abril de 1552)


Decreto sobre la eucaristía
Decreto sobre la penitencia y la extremaunción

Cuarto período (Trento) Sesiones 17-25 (enero de 1562 a diciembre de 1563)


Decreto sobre la recepción de la eucaristía
Decreto sobre el sacrificio de la santa misa
Decreto sobre el sacramento del orden
Decreto sobre el matrimonio
Decreto sobre el purgatorio, la veneración de los santos,
las sagradas imágenes y las indulgencias.

Doctrina
En Trento la Iglesia Católica Romana definió muchos de los dogmas que aún arrastra en la
actualidad. Pero Trento es un concilio limitado porque su tratamiento dogmático fue negativo,
no positivo. Lo que no se discutía en la confesión protestante tampoco se formuló en Trento.
Los dogmas más significativos tienen que ver con el pecado, la justificación, la libertad
humana, la gracia, la Biblia, el purgatorio y las imágenes.

Pecado

El pecado original no debe confundirse con la concupiscencia. El pecado primero de Adán se


transmite a todos los hombres, que nacen privados de la justicia original; pero gracias a los
méritos de Jesucristo, quedan lavados en el bautismo, que deja en ellos sólo la
concupiscencia. Esta no es más que una tendencia al pecado, contra la cual se puede luchar
victoriosamente basándose en la gracia de Dios.

Trento distingue dos clases de pecados: mortales y veniales. Los pecados veniales son
aquellos por los que el creyente no es excluido de la gracia de Dios [Ds 522]. El que comete
pecado debe asistir al sacramento de la penitencia. Para que el sacramento sea efectivo debe
tener tres partes: contrición, confesión y satisfacción [Ds 532].

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Antropología

Mientras la reforma abogaba por la corrupción total del ser humano, Trento preservó el libre
albedrío humano. “Si alguno dijere que el libre albedrío del hombre, movido y excitado por
Dios, no coopera en nada asintiendo a Dios que le excita y llama para que se disponga y
prepara para obtener la gracia de la justificación, y que no puede disentir, si quiere, sino que,
como un ser inánime, nada absolutamente hace y se comporta de modo meramente pasivo:
sea anatema” [Ds 500].

Justificación por la fe

La iniciativa divina. Ni Trento ni los protestantes negaban la iniciativa divina en el proceso de


justificación. Católicos y protestantes podían confesar juntos que son los beneficios de Cristo
aplicados al creyente los que conceden la justificación. Según Trento: “somos justificados
gratuitamente, porque nada de aquello que precede a la justificación, sea la fe, sean las obras,
merece la gracia misma de la justificación” [Ds 492]. Puesto que la justificación es iniciativa
divina, Trento puede sostener el siguiente anatema: “Si alguno dijere que el hombre puede
justificarse delante de Dios por sus obras que se realizan por las fuerzas de la humana
naturaleza o por la doctrina de la Ley, sin la gracia divina por Cristo Jesús: sea anatema” [Ds
499].

Conversión. La gracia de Dios excita al ser humano y lo ayuda en su conversión. El llamado


de Dios no requiere de la mediación humana. La gracia ayuda al ser humano a disponerse
para su propia justificación asintiendo y cooperando libremente a la misma gracia. En Trento
se dijo: “de suerte que, al tocar Dios el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu
Santo, ni puede decirse que el hombre mismo no hace nada en absoluto al recibir aquella
inspiración, puesto que puede también rechazarla; ni tampoco, sin la gracia de Dios, puede
moverse, por su libre voluntad, a ser justo delante de Él” [Ds 489].

Santificación. Trento confunde la santificación con la justificación. Para este Concilio “la
justificación misma (...) no es sólo remisión de los pecados, sino también santificación y
renovación del hombre interior” [Ds 490]. Lo que el protestante conoce como santificación es
entendido por Trento como aumento de la justificación: “Si alguno dijere que la justicia recibida
no se conserva y que no se aumenta ante Dios por las buenas obras, sino que las obras
mismas son solamente fruto y señales de la justificación alcanzada, no causa también de
aumentarla: sea anatema” [Ds 502].

Causas de la justificación
Causa final: La gloria de Dios y de Cristo y la vida eterna.
Causa eficiente: Dios misericordioso, que gratuitamente lava y santifica.
Causa meritoria: Su Unigénito Jesucristo.
Causa Instrumental: El sacramento del bautismo.
Causa formal: La justicia de Dios, no aquélla con que él es justo, sino aquélla
con que nos hace a nosotros justos.

Seguridad de la salvación. Nadie puede jactarse de una plena y certera confianza en la


remisión de sus pecados. “Mas tampoco debe afirmarse aquello de que es necesario que
quienes están verdaderamente justificados establezcan en sí mismos sin duda alguna que
están justificados (...). Cualquiera, al mirarse a sí mismo y a su propia flaqueza e indisposición,
puede temblar y temer por su gracia, como quiera que nadie puede saber con certeza de fe,

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en la que no puede caber error, que ha conseguido la gracia de Dios” [Ds 493]. Por eso, la
justificación debe ser mantenida por los esfuerzos humanos a través de la cooperación de las
buenas obras. Por medio de ellas, el ser humano se justifica más. Los que caen de la gracia
pueden ser readmitidos en la justificación a través del sacramento de la penitencia.

Predestinación. Nadie puede saber con certeza, a no ser por divina revelación, que se halla en
el número de los predestinados. Para Trento, la doctrina del libre albedrío ocupa un lugar
capital en la doctrina de la justificación.

El anatema que más aflige al creyente evangélico aparece en el canon 9: “Si alguno dijere que
el impío se justifica por la sola fe, de modo que entienda no requerirse nada más que con que
coopere a conseguir la gracia de la justificación y que por parte alguna es necesario que se
prepare y disponga por el movimiento de su voluntad: sea anatema” [Ds 501]. Para los
protestantes la gracia es el favor de Dios que concede la justificación. Para Trento, la gracia es
la ayuda divina necesaria para cooperar con la justificación.

La gracia

Esta es efectiva a través de los sacramentos que actúan ex opere operato. Es decir, son
eficaces en sí mismos y no solamente en función de la fe del que los recibe. Trento utiliza el
término transustanciación (IV Concilio de Letrán) para referirse a lo que sucede en la
consagración de los elementos de la eucaristía. El decreto destinado a los sacramentos
intenta corregir los “errores” del opúsculo de Lutero De captivitate Babilónica ecclesiae
praeludium (La cautividad babilónica de la Iglesia).

Los sacramentos tienen básicamente tres funciones: (1) iniciar el proceso de justificación, (2)
aumentar la justificación, (3) reparar la pérdida de la justificación. Trento estableció que la
iglesia católica reconoce siete sacramentos: bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia,
extremaunción, orden y matrimonio.

Transubstanciación. “después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera,


real y sustancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia
de aquellas cosas sensibles” [Ds 509]. Trento agrega: “inmediatamente después de la
consagración está el verdadero cuerpo de nuestro Señor y su verdadera sangre juntamente
con su alma y divinidad bajo la apariencia del pan y del vino” [Ds 511]. El pan consagrado es
tan importante para el catolicismo que Trento ordenó que los fieles ofreciesen culto de latría.
La fiesta del Corpus Christi fue introducida en el año 1264.

La misa. El nombre “misa” no tiene nada de extraño. Era una parte de la frase latina que
despedía el culto católico, “ite missa ets” (“idos, estáis despedidos”). Trento indica que en la
misa (culto con Santa Cena) “se realiza, se contiene e incruentamente se inmola aquel mismo
Cristo que una sola vez se ofreció Él mismo cruentamente en el altar de la cruz” [Ds 541].

La Sagrada Escritura

Restricción en su lectura. En 1564 el papa publicó un conjunto de reglas para los cardenales y
prelados encargados de redactar un índice de libros sospechosos. La cuarta regla reza:
“Como enseña la experiencia que la sagrada Biblia, cuando se permite su uso en lengua
vulgar indiscriminadamente, causa más mal que bien, debido a la obcecación de los hombres,
los obispos y los inquisidores adoptarán en esta materia la postura siguiente: oído el parecer
del párroco o del confesor, podrán permitir la lectura en lengua vulgar de las Biblias traducidas

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por autores católicos, a las personas de las que estén seguros que podrán sacar de esa
lectura, no un daño, sino un beneficio para su fe y su piedad; (...) En cuanto a los que se
permitan leer o poseer dichas Biblias sin permiso, tendrán que entregarlas al obispo antes de
poder recibir la absolución de sus pecados” [Alberigo, 300].

Canonicidad. Se afirmó la canonicidad de: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, libros I y II de


Macabeos, Jeremías con Baruc y determinadas partes del libro de Daniel. “Y si alguno no
recibiere como sagrados y canónicos los libros (...) tal como (...) se contienen en la antigua
edición Vulgata latina, y despreciare a ciencia y conciencia las tradiciones predichas, sea
anatema” [Ds 483].

Revelación. La revelación evangélica surge de la Escritura y de la Tradición: “y viendo


perfectamente que esta verdad y disciplina se contienen en los libros escritos y en las
tradiciones no escritas que, transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros
desde los apóstoles” [Ds 482].

Interpretación. El Concilio ataca la noción de interpretación personal de la Biblia y declara que


el único sentido verdadero de la Escritura es aquel que ha sido dado por la Iglesia: “decreta
que nadie, apoyado en su prudencia, sea osado a interpretar la Escritura Sagrada, en materias
de fe y costumbres (...) retorciendo la misma Sagrada Escritura conforme al propio sentir,
contra aquel sentido que sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a quien atañe juzgar el
verdadero sentido e interpretación de las Escrituras” [Ds 483].

Purgatorio

El Concilio afirmó la existencia del


purgatorio. Sostuvo que las almas van al
purgatorio para ser detenidas y ayudadas por
los sufragios de los fieles. Asimismo, Trento
sostuvo el uso de las indulgencias: “la
potestad de conferir indulgencias fue
concedida por Cristo a su Iglesia (...) el
sacrosanto Concilio enseña y manda que
debe mantenerse en la Iglesia el uso de las
indulgencias” [Ds 557].

Reliquias e imágenes

Trento alentó la intercesión de los santos, el


culto de las reliquias, el uso de las imágenes.
“instruyan diligentemente a los fieles en
primer lugar acerca de la intercesión de los
santos, su invocación, el culto de sus reliquias y el uso legítimo de sus imágenes,
enseñándoles que los santos que reinan juntamente con Cristo ofrecen sus oraciones a Dios
en favor de los hombres; que es bueno y provechoso invocarlos con nuestras súplicas y
recurrir a sus oraciones, ayuda y auxilio para impetrar beneficios de Dios por medio de su Hijo
Jesucristo Señor nuestro, que es nuestro único Redentor y Salvador” [Ds 555].

Sin embargo, el Concilio hizo una clara distinción entre la imagen y la realidad que representa:
“Igualmente, que deben tenerse y conservarse, señaladamente en los templos, las imágenes
de Cristo, de la Virgen Madre de Dios y de los otros santos y tributárseles el debido honor y

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veneración, no porque se crea hay en ellas alguna divinidad o virtud, por la que haya de
dárseles culto, o que haya de pedírseles algo a ellas, o que haya de ponerse la confianza en
las imágenes (...) sino porque el honor que se les tributa, se refiere a los originales que ellas
representan” [Ds 555].

Durante la edad media era pan de todos los días la reliquias a tal punto que en el concilio de
Poitiers (1100 d.C.) la iglesia aconsejaba: “cuidarse de aquellos que andan de ciudad en
ciudad exhibiendo reliquias para ganar dinero”. Luego, en el concilio de Letrán (1215), se
dispuso que solamente el papa podía autentificarlas.

Sin embargo, por largo tiempo la popularidad de las reliquias fue tal que se llegó a proclamar
reliquias absurdas: un pedazo de carne quemada de san Lorenzo, los cuernos de Moisés, un
supuesto suspiro de san José y presuntas lágrimas de Jesucristo. Los embaucadores iban de
pueblo en pueblo mostrando las reliquias a cambio de dinero. El colmo se dio cuando varias
personas decían tener la misma reliquia. He aquí un cuadro que ilustra tal perogrullada:

Santo Cuerpos Cabezas Otros miembros


Ana 2 6 6 brazos
Andrés 5 6 17 brazos
Erasmo 11
Felipe 3 8 12 brazos
Ignacio 3 6 7 brazos y piernas
Jerónimo 2 4 63 dedos
Jorge 30
Mateo 5 8 12 brazos
Santiago 4 10 12 brazos
Sebastián 4 5 13 brazos

Algunos resultados
1. Se tomaron algunas medidas disciplinarias para el clero, pero no fueron suficientemente
drásticas. Además, la pugna entre el episcopado y el papado concluyó con la declaración
del pontífice romano (Pío IV), menos de dos meses después de la clausura del Concilio,
designándose a sí mismo con el título de “obispo de la Iglesia universal”. Las
declaraciones del Concilio llegar a las parroquias y a los parroquianos a través del
Catechismus ex decreto concilii tridentini (Catecismo romano), publicado en 1566.

2. De Trento surgen varias congregaciones: (1) la congregación de la Inquisición (1542), (2)


la congregación del Índice (1564), (3) la congregación de Cardenales encargados de la
interpretación del Concilio (1564), (4) la congregación de los Obispos (1564), (5) la
congregación de Religiosos (1564), (5) la congregación De propaganda fide (1622).

3. Trento y América Latina. El Concilio de Trento se quedó en Europa. Carlos V y Felipe II se


las arreglaron para no recibir delegados americanos en el Concilio y para no tratar temas
que preocupaban a la iglesia en el nuevo continente. Sin embargo, las disposiciones
tridentinas fueron acatadas en América. Así, con la ausencia del protestantismo, la iglesia
católica se dio el lujo de formar la cultura latinoamericana a la luz del Concilio de Trento. El
“espíritu tridentino” caracterizó a la iglesia colonial en América [Prien, 247-53].

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4. La brecha entre el catolicismo y el protestantismo se hace oficial y radical. Tanto Trento


como las confesiones de fe protestante levantaron anatemas en contra del otro. Esta
situación cambiará en la “era ecuménica” (siglo XX), con la promulgación de la
“Declaración conjunta sobre la justificación por la fe”, entre luteranos y católicos.

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