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una vez más, estamos mejor y peor al mismo tiempo


5G: ¿pasaje al cielo comunicacional o al infierno climático y sanitario?
Luis E. Sabini Fernández
https://revistafuturos.noblogs.org/

Últimamente hemos tenido varias advertencias ambientales.


Con el retardo propio de nuestros medios de incomunicación de masas, podríamos decir que el
último mes, o mes y medio, nos ha provisto de dos de esas advertencias.
1. En enero, Greta Thunberg anunció una huelga suya en su secundario hasta tanto los adultos no
tomen en serio el calentamiento global; “No quiero que tengas esperanzas, quiero que entres
en pánico. Quiero que sientas el miedo que siento todos los días y luego quiero que actúes.”
Tiene 16 años, es sueca y gracias a su ubicación en el mundo, pudo hacer un discurso en la
ONU. Con la repercusión consiguiente. Al menos la mediática.
2. En febrero, salió a luz un informe de Francisco Sánchez Bayo, de la universidad australiana de
Sydney sobre la escalofriante desaparición planetaria de insectos. Hay dudas sobre el origen de
esta extinción en proceso de generalización, pero se trata de dudas muy acotadas. Dos son los
factores que se consideran decisivos (y solo hay discusión sobre el porcentaje de incidencia de
cada uno). La agroindustria hiperquimiquizada y la contaminación electromagnética
expandiéndose en progresión geométrica con el correspondiente proceso de generalización del
uso de celulares.
Precisamente por este último factor, una serie de investigadores y médicos de muy diverso
origen nacional, que no tienen vinculaciones profesionales con las empresas de
telecomunicaciones1 habían hecho un llamado en setiembre de 2017, que en nuestras tierras pasó
más bien inadvertido. Se habían nucleado en una fundación para la protección ante la radiación, y
los estados en donde se asienta la mayoría de sus integrantes son, por orden alfabético: Alemania,
Armenia, Australia, Brasil, Canadá, China, Chipre, Corea del Sur, EE.UU., Eslovaquia, España,
Finlandia, Francia, Grecia, India, Irán, Israel, Italia, Reino Unido, Rusia, Suecia, Suiza, Turquía,
Ucrania.
Ninguno de “nuestra” América hispana…
El llamado tiene por título “5G” 2 y tenemos el triste honor en Uruguay de constituir el tercer
país en el planeta que proyecta implantar en su territorio la tecnología inalámbrica 5G siguiendo los
pasos del primer país en el mundo que ha instalado 5G en todo su territorio; Corea del Sur. En
EE.UU. a su vez se está instalando pero localmente en dos áreas; Chicago y Minneapolis, por lo
menos por ahora. En Uruguay, como en Corea del Sur, en todo el territorio.
Un “techado” de ondas electromagnéticas que cientos de biólogos y médicos se han
apresurado en aclarar que es sumamente grave para la microfauna. Y no tan micro, incluso. Porque
la magnitud de ondas electromagnéticas van a interferir, con su enorme potencia, las debilísimas
ondas electromagnéticas que caracterizan los vuelos de los insectos, p. ej. Pero interferirán
también emisiones de cuerpos vivos de mayor tamaño, incluidos los nuestros.
¿De dónde proviene esta preocupación?
De que para el tendido de una red 5G, con una enorme, hasta ahora desconocida capacidad
de carga, velocidad y respuesta, no valdrán los actuales sistemas de retransmisión basados en
grandes antenas colocadas a distancia sino una red muchísimo más tupida, densa, de pequeñas
antenas, que reproducirán los mensajes mediante ondas rectas que pueden llegar a destino si no
topan con obstáculos. Para asegurar la llegada de miles, millones de mensajes, en un área

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Para evitar, sin duda, la trampa de las puertas giratorias mediante las cuales, los responsables
empresariales de las técnicas agroindustriales que han devastado la tierra, han sido designados, al renunciar a
sus puestos empresariales, en puestos gubernamentales (y viceversa) aprobando desde la función pública los
mismos productos, tóxicos, que habían pergeñado en el ámbito privado. Epítome de ese fenómeno ha sido
Monsanto, en EE.UU.
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Alude al último eslabón tecnológico alcanzado en el empleo y recursos de los celulares, que han sido
precedidos por sucesivos avances, 2G, 3G, 3,5 G, 4 G, cada vez con más dispositivos al alcance de sus
usuarios… y mayor irradiación.
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determinada, se tendrá que contar con que los mensajes no se topen con obstáculos. Y la única
forma de esquivar los muchos obstáculos siempre existentes tiene que ser que las emisiones se
disparen desde los ángulos más diversos y múltiples para asegurar éxito en la transmisión.
Donde hasta ahora se podía hablar de decenas de antenas en un radio reducido, digamos de
pocas hectáreas, tendremos que hablar ahora, tendremos que erigir un “bosque” de miles de
antenas.
Esa multiplicidad extraordinaria de mensajes, esa metástasis comunicacional, es la que
preocupa a los firmantes del llamado contra la implantación de 5G.
No deja de ser penoso que Uruguay acepte alegremente el papel de conejillo de Indias para
este nuevo avance tecnológico.
Interpela nuestro colonialismo mental. Nuestra confianza panglossiana. De que estamos
dispuestos a sacrificar un poco más todavía, nuestra maltrecha naturaleza.
Que ya ha perdido microfauna en cantidades de catástrofe, amén de nuestra crisis con el
agua.

Los biólogos, investigadores y médicos firmantes del llamado contra la instauración de las redes 5G
cometen un error, empero.
En un momento de su Llamado exhortando a tomar medidas para reducir la exposición
electromagnética sobre jóvenes y niños que tienen riesgo mayor para contraer gliomas
recomiendan la aplicación del principio precautoria ALARA (As Low as Reasonable Achievable; Tan
bajo como razonablemente se pueda alcanzar).
Ignoran los firmantes que este “principio” no merece ese nombre. Puesto que su fundamento
es pragmático, no principista. Su propia enunciación nos lo dice. ALARA se reduce a pedir a las
industrias que tengan cuidado y hagan el menor daño posible, el menor daño que puedan hacer.
Los consorcios y las oficinas regulatorias públicas agradecen la recomendación… y siguen adelante,
con sus propias pautas de seguridad.
Si observamos históricamente esa aplicación, ni los consorcios transnacionales ni las
instancias regulatorias estatales han logrado torcer el rumbo de los tecnodesarrollos que afectan la
salud ambiental. A lo sumo, ha bajado el ritmo, la aceleración, pero el sentido del proceso no ha
cambiado un ápice: sigue el calentamiento global, sin pausa, sigue la extinción de especies, desde
las mamíferas silvestres hasta los grandes animales marinos, sigue la merma generalizada de
biodiversidad, sigue el desmonte arruinando ecosistemas, sigue la plastificación de mares y suelos,
sigue la destrucción de la capa de ozono, sigue la proliferación de enfermedades producidas por
contaminación ambiental..
Es cierto que se logran, permanentemente, respuestas, contraofensivas que permiten a los
humanos defenderse mejor ante tales desarrollos, pero siempre “corriendo de atrás”.
¿Qué imaginan nuestros positivistas tecnocientíficos? ¿Que gozaremos de triplicar alergias,
cuadruplicar cánceres, quintuplicar deformaciones congénitas, porque tendremos siempre un
celular a mano para comunicar eso o cualquier otra novedad y que presentizando nuestras vidas,
desprendiéndonos de toda temporalidad, viviendo al instante, seremos mejores, estaremos mejor?
En rigor, cuando apelamos a ALARA, es porque ya estamos vencidos.
Ante un desarrollo tecnológico que ofreciendo una nueva ventaja, una comodidad, y porte
consigo una contaminación nueva o acrecentada, una secuela que siempre tardíamente se percibe
como inesperadamente gravosa, no conocemos de algún rechazo.
El daño es cada vez mayor aun cuando las ventajas y mejoras a su vez eleven y mejoren
calidades y cantidades de vida.
¿El proceso de contaminación progresivamente acelerado podrá romper el equilibrio que hasta
ahora nos ha resultado, aparentemente, ganancioso?
Estamos mejor y peor al mismo tiempo. ¿Qué hay que esperar? Como diría Thunberg: “No
quiero que tengas esperanzas, quiero que entres en pánico […] y quiero que actúes.”
En lugar de ALARA, los que consideramos que el planeta se está arruinando por razones
antropogénicas, debemos elegir entre ventajas materiales y comodidad… o la salud planetaria.

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