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LA CONQUISTA DEL GAVILAN.

Aquel día hicieron gran jornada y cuando llegó el atardecer, salieron de un


espeso bosque y vieron cerca un castillo, muy bueno y hermoso. El castillo se llamaba Becleus. Estaba
rodeado por una ribera con gran cantidad de peces y el agua traía navíos y por allí llegaba la mercancía, por lo
que el derecho de paso valía mucho. Había allí gran abundancia de molinos, ríos y praderas, y muchas tierras
labradas. En otro lado estaban las viñas que se extendían más de dos leguas. El castillo estaba cercado por dos
fosos grandes y profundos, largos y anchos. Junto a los fosos, alzaban altos muros que cerraban
completamente el castillo.
El desconocido se detuvo, llamó a la doncella y le enseñó el castillo. Se detienen para contemplarlo y dicen
que es hermoso y gentil. Ni rey ni conde tenían uno mejor. Van corriendo hacia el castillo, ya se acerca la
noche. En su camino encuentran una doncella muy hermosa. Iba vestida con tela de seda, nunca se había visto
un ser tan hermoso. La tela iba orlada con plumón de cisne y adornada con armiño gris. La cibelina era muy
buena, en ningún país había una mejor. Muy gentil era la doncella y su gran belleza despertaba el deseo de
cuantos la contemplaran. Nunca hombre alguno vio una doncella tan hermosa: su frente era amplia y su rostro
era claro y blanco como la flor de lis, las cejas eran negras y arqueadas, finas, menudas y bien hechas. Su
rostro estaba coloreado como la rosa en el tiempo de verano, bien hecha la boca, dientes pequeños. Nunca
oíste hablar de una más hermosa. Tenía el cabello reluciente y rubio, como fino oro resplandeciente y lo
llevaba adornado con un hilo de plata. Cabalgaba muy agitada. Tenía los ojos claros, la frente bien hecha, las
manos blancas, el cuerpo bien formado. Nunca una doncella tuvo un cuerpo más hermoso. Pero gran duelo
hacía la doncella: retuerce sus puños, se estira de los cabellos, siente dolor y tristeza. La doncella venía del
castillo y el Desconocido la llama, rápidamente va a su encuentro. Le saluda con gentileza y ella le devuelve
llorando el saludo como aquella que siente un gran dolor. Éste pregunta a la doncella -¿Por qué lloráis.
-Sólo puedo sufrir. Nunca más tendré ya alegría, pues hoy he perdido al ser que más amaba. Señor, lloro por el
amigo que he perdido. Hoy me han matado, moriré de este duelo. El corazón me revienta de dolor.
¡Desdichada¡ ¿Cómo podré seguir viviendo?
Cuando éste la oye, siente piedad. Pregunta a la doncella cómo ha muerto su amigo, que le diga si había
muerto en armas o de otro modo. La doncella responde afligida.
-Señor, lo ha matado un caballero, muy feroz y orgulloso y que es señor de este castillo. En la ciudad hay un
pájaro, un gavilán bien mudado y bello…en una llanura, junto a un monasterio han colocado un gavilán sobre
una percha de oro. El gavilán vale una fortuna. Aquella que consiga el gavilán y lo coja de la percha, tendrá
fama de ser la más hermosa. A la doncella que quiera conseguirlo, le conviene llevar un caballero para
mantener por armas que es más hermosa que cualquier otra dama o doncella. Pues el señor del castillo lo
contradice y lo defiende por su amiga, y afirma que no es tan hermosa como su amiga. Así ocurre y entonces
comienza la batalla. Señor, mi amigo fue allí, me llevó con él para coger el pájaro, cuando quise coger el
gavilán el señor fue a atacarle para que no lo tocara. Mi amigo me dijo: <Amiga, cogedlo ahora mismo, estoy
aquí para demostrar que sois mucho más hermosa que su doncella>. Mucho le enojó esto al otro y afirmó que
le contradiría. Así entablaron batalla. Y mi amigo, que me quería procurar honor, encontró la muerte. De este
modo me ha sucedido este gran dolor. Todos los del castillo han jurado sobre el cuerpo de San Marcial, un
cuerpo santo que está en la ciudad, que no cometerían perfidia contra el que combata a su señor. Ése nada
deberá temer si lo mata, pues nadie le hará daño y se podrá marchar tranquilamente.
-Supongo que me agradecerías que os devolviera el gavilán y vengara a vuestro amigo, le dice el desconocido.
-Señor, mucho os lo agradecería. Valdría la pena poner en ellos gran empeño para que fuera vengado según mi
voluntad. Quien pudiera vengar a mi amigo, bien me podría obligar en cualquier país.
-Venid conmigo, os lo ruego. Os juro que no dejaré sin vengar a vuestro amigo y sin devolveros el gavilán.
-El Señor que creó el mundo os conceda que le podáis cortar la cabeza. Si lo conseguís, sabed que alcanzareis
elevado honor, pues habéis hecho gran proeza, quiero ir con vos al lugar ¡Plazca Dios protegeros de todo mal¡
La doncella montó, se llamaba Marguerie. Se van hacia el castillo, pasan las lizas del puente, se dirigen a la
corte y Marguerie le conduce hasta el gavilán. Mucha gente les seguía, caballeros, burgueses, servidores. Las
damas y las doncellas salían de sus trabajos y preguntaban quien era el caballero que venía a buscar el gavilán,
muchos respondían: -No lo sabemos, pero por ahora os podemos decir que su yelmo está hundido. Bien
parece que ha sido utilizado y golpeado por muchos caballeros. Y en su escudo hay muchos agujeros y está
orlado de golpes de espada. Lleva desclavada la loriga.
Y así todos adivinan: <No hay de que es un buen caballero. ¡Ay, Dios¡ ¿Quiénes serán esas doncellas tan
hermosas que le acompañan?>. Dice un burgués: <Me parece que la doncella que va adelante es la que trajo al
caballero que murió esta mañana a causa del gavilán. Mi señor lo mató después de cantar la misa. Muy dura
fue la batalla>. Todos dicen: <Es verdad>. Y todos les van siguiendo. El caballero va adelante y ha llegado
junto al gavilán que estaba al lado de un jardín. El lugar era muy hermoso y agradable. En medio había
plantado un jardín. El lugar era hermoso y agradable. En medio había plantado un injerto, siempre florido, de
él colgaba un apercha de oro de donde habían colocado el gavilán. Estaba en el centro de un círculo que medía
el tiro de un arco, según creo. Tan pronto lo ve el Desconocido llama en vos alta a Marguerie: -Acercaos, mi
dulce amiga. Coged el gavilán de la percha. Por vos quiero mantenerlo por las armas. Realmente debe de ser
vuestro, pues poseéis mucha belleza y prudencia, nobleza y valor, hermoso cuerpo y color.
Y ésta se dirige hasta el gavilán y lo suelta. El señor llega allí picando espuelas, armado sobre su caballo de
batalla. Su escudo era de plata y había rosa rojas y verdes. Iba bien armado sobre el gascón, un hermoso
caballo muy valioso. Llegaba con el escudo cogido por las asas, muy noble y bien armado. En el yelmo
llevaba una bella corona de rosas. Su caballo iba totalmente cubierto de seda y también tenía rosas rojas. Todos
le contemplaban con admiración. Y su amiga que se llamaba Rosa Abierta, cabalgaba a su lado en buen
palafrén. Era fea y estaba muy arrugada. No había allí nadie que no se sorprendiera de que la mantuviera como
la más hermosa. A todos maravillaba cómo le había trastornado Amor. Pero nadie puede impedir que Amor
haga ver las cosas al revés: hace parecer hermosa a la fea, pues mucho sabe de engaño y encantamiento.
El caballero se acerca impetuoso junto a la doncella y en voz muy alta le grita que no coja el gavilán pues no
le corresponde. El Bello desconocido se adelanta y le dice: -Buen señor, ¿por qué habéis dicho que no le
corresponde el gavilán? ¿No posee belleza y prudencia? No conozco a una más hermosa que ella y mantendré
por combate que suyo debe de ser el gavilán.
-De ningún modo será suyo. Mi amiga que me acompaña, es mucho más hermosa. Nunca nació una igual y en
esto no hay engaño ni mentira. Estoy dispuesto a demostrar por batalla que no debe llevarse el gavilán.
Los caballeros se desafían. Como hombres airados espolean los caballos y se alejan para justar. Tanto como
los caballos pueden correr, así se enfrentan y se atacan de tal modo que hacen crujir los escudos, rompen
cinchas y petrales. Ambos se derriban de los caballos. No estaban heridos ni dañados. Rápidamente se
levantan y sacan las espadas vienesas y en seguida se atacan. Se golpean sobre los yelmos haciendo salir
fuego. Se asestan grandes golpes desde los pomos hasta las hojas de las espadas. Se acometen bien en todas
partes y con frecuencia se golpean en los yelmos. A menudo llegan a los puños para arrancarse los lazos de los
yelmos. Muy terrible y feroz es la lucha. El Bello Desconocido sostiene su espada y le golpea bien. Ha puesto
en ello toda su fuerza. Le asesta tal golpe que el caballero cae. Completamente aturdido cae en la plaza y se
golpea la cara contra una piedra, de modo que la visión se le nubla. El desconocido se lanza sobre él y tan
duramente le estira y le empuja que le arranca el yelmo de la cabeza. Éste no puede levantarse. Por mucho que
deba pesarle, le conviene decir y otorgar: -Me habéis vencido, no lo puedo negar.
Pero el Desconocido que le tiene debajo, le dice: -Señor, es necesario: no seréis libre hasta que me digáis
quien sois y cómo os llamáis y prometáis prisión y que iréis sin demora a la corte del rey Arturo. El caballero
jura por su fe y luego dice su nombre: -Señor, me llaman Giflet. En este mi país me llaman Giflet, hijo de Do,
le conduce a la plaza principal y le ruega dulcemente que se alberge con el aquella noche. Muy buen hospedaje
les ofreció y allí encontraron gran placer. Pasaron la noche en el castillo y estuvieron muy bien servidos.
Al día siguiente, muy pronto por la mañana, cuando el día se expandía por la región. El Bello desconocido se
levantó, se armó y enseguida se pusieron en camino. Giflet, el hijo de Do, les acompaña y Margerie, la
doncella, a la que el Desconocido llama y le pregunta qué piensa hacer. Dice que irá a Escocia de donde es su
padre. El rey Agolan es su hermano. En su puño lleva el gavilán que ha conquistado, en mucho lo estima.
Cuando el Desconocido oye que era de tan alto linaje y que era hija de rey llama a Giflet y le pide que envíe
un caballero para que conduzca a la doncella a su país. Giflet consiente de buen grado y le asegura que así lo
hará. En esto le encomienda a Dios. Y cuando Helie oye la conversación reconoce enseguida a la doncella,
pues habían sido criadas juntas en Escocia y la había visto muchas veces y era pariente cercana. Mucho le
agrada y le complace que se lleve el gavilán.
-Prima –le dice-, debiste daros cuenta hace rato pero ahora tengo que irme y vos tomareis otro camino.
Mucho me gustaría volver a veros, no sé si podrá ser. A pesar de ello, os amaré de corazón. Ahora os quiero
regalar mi perro braco os lo llevareis con el gavilán. Ambos han sido conquistados en batalla. No hay perro
mejor en Cornualles. Fue conquistado con gran valentía a un mal caballero cazador.
Le cuenta cómo consiguió al perro y luego se lo da. Ambas se despiden y lloran de piedad. El desconocido se
va, el enano se acerca a Helie y le sujeta el palafrén. BEAUJEU, Renaut de. El Bello Desconocido. Siruela. Madrid.

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