lapso de tiempo que los hallazgos paleontológicos sucesivos hacen variar de continuo, ante el descubrimiento de restos fósiles de homínidos de cada vez mayor antigüedad. De cualquier modo, esta evolución se circunscribe a una fase de pocos millones de años, insignificante en comparación con los más de cuatro mil millones en los que se cifra la edad de la Tierra. Durante un largo periodo el hombre vivió en un nivel de equilibrio razonable con el resto de los organismos que componen la biosfera. Los organismos parásitos, las enfermedades y la mayor o menor dificultad para obtener alimentos mantenía a los primitivos humanos en niveles de población que se compensaban con los de los restantes seres vivos. Hace más de diez mil años, el ser humano comenzó a cultivar plantas y a desarrollar estrategias de caza y pastoreo que lo colocarían a la cabeza del sistema de redes tróficas. Pronto comenzó a interferir con el medio en el que habitaba en diferentes niveles. Por ejemplo, el uso que hacía del fuego podía producir incendios que mantenían como pastizales zonas que en su evolución natural hubieran sido bosques. Igualmente, el desarrollo de las estrategias de caza en grupo pudo ser una de las causas que en el pleistoceno abocó a la desaparición a especies como el mamut y el mastodonte. El ingenio humano desarrolló técnicas para extraer minerales de la tierra, obtener energía mediante la combustión de la madera o el carbón, talar los bosques y, en general, utilizar en provecho propio unos recursos que parecían ilimitados. Sin embargo, en los últimos siglos los efectos de la actividad humana sobre el resto de la biosfera han alcanzado dimensiones que constituyen probablemente el principal factor limitante para la futura existencia, tanto de la especie humana como de la propia biosfera. Las consecuencias de la expansión del ser humano sobre la Tierra y del desarrollo tecnológico que lleva parejo tienen múltiples facetas. El fulgurante crecimiento de la población humana es base de toda la problemática relacionada con el ambiente. El ser humano ejerce sobre el ambiente una presión que puede llegar a ser insostenible, al consumir cada vez mayores cantidades de agua y alimentos, materias primas y energía. Paralelamente, genera mayores volúmenes de residuos y agentes contaminantes. El aumento de población y sus repercusiones ambientales es uno de los motivos de estudio de las consecuencias de la actividad del ser humano en el planeta. Otros son la disminución de la biodiversidad, la deforestación, la problemática derivada de la destrucción de la capa de ozono atmosférica y la relacionada con el cambio climático. Población y degradación ambiental Los estudios sobre correlación entre el aumento de la población, el consumo de recursos de la biosfera y la degradación ambiental presentan siempre una diversidad tan amplia de variables que resultan de gran complejidad. No obstante, es posible establecer algunas generalidades de interés. Los recursos naturales que una persona requiere para su supervivencia son cuantitativamente escasos en relación con el conjunto de la masa de la biosfera. Sin embargo, en los países desarrollados la demanda de recursos de cada individuo es infinitamente superior a la requerida para su subsistencia. Las dimensiones de la deforestación Junto a la pérdida de biodiversidad, la deforestación es otra de las principales consecuencias negativas de la actividad humana en la biosfera. Tradicionalmente, la reducción de la superficie arbolada del planeta se debía a la extensión de los cultivos de roza y quema, a la apertura de terrenos para apacentar ganado o a cubrir las necesidades energéticas que, hasta las primeras décadas del siglo XX, se cubrían en el medio rural casi exclusivamente con recursos madereros. A pesar de la obtención de nuevas fuentes de energía, paradójicamente en décadas posteriores el fenómeno no hizo más que expandirse como consecuencia del aumento de la demanda de madera, celulosa, papel, resinas y otros productos derivados de la explotación forestal. El hecho constituye un factor de gran alcance en la degradación de la biosfera, ya que sus consecuencias ecológicas no se reducen ni mucho menos a la pérdida de masa boscosa.