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Guía para clases de Teología Moral

(Pbro. Alberto Bosio)


“El mejor libro de moral
que poseemos es la conciencia,
y es el que debemos
consultar más a menudo”
(Blaise Pascal)

Introducción general
Cuando hablamos de Moral en la actualidad, generalmente se piensa en la moral
religiosa. Esto es así porque se ha dejado la palabra “ética” para otros ámbitos, y así se
habla de una ética profesional, o una ética de la amistad, o del deporte, etc. Asumida
esta distinción (que se funda más en el uso de las palabras que en su origen
etimológico), podemos distinguir dos diferencias entre ambas ciencias, una referida al
método y otra al objeto de la mismas.
El método de la ética es la razón. Allí se encuentran los primeros principios del obrar,
según los cuales todo ser humano sabe que debe obrar el bien y evitar el mal. El método
de la moral, en cambio, se basa en la razón pero iluminada ésta por los datos de la
revelación de Dios, que descubre al ser humano su origen, su dignidad y su fin último
de un modo que la sola razón jamás podría alcanzar.
En cuanto al objeto, el de la ética es el perfeccionamiento del ser humano en cuanto tal,
en orden a desarrollar su potencial y alcanzar la felicidad terrena. La moral orienta el
obrar humano en orden a alcanzar la plena semejanza con su creador, según su dignidad
y el fin sobrenatural al que está llamado.
Esta diversidad de enfoques define, a su vez, una concepción del ser humano, sea éste
considerado desde sí mismo, o desde un origen y un fin que lo trascienden: desde allí se
deriva el obrar que de él se espera y el fundamento del juicio sobre la bondad o maldad
del mismo.
Así, vemos que la moral entronca con la antropología (concepción que se tiene del ser
humano) y la antropología con la filosofía y con la teología, según sea la razón humana
o la revelación divina de donde la antropología tome su punto de partida y el “material”
del que se nutre. En relación con el creyente en su experiencia concreta, la moral
entronca con su identidad y su vida: el creyente se concibe a sí mismo según su fe, y a
la vez obra según esa identidad que de su fe deriva. He aquí la expresión concreta de
aquel viejo adagio según el cual “el obrar sigue al ser”, cuyas implicaciones
profundizaremos luego.
Otro aspecto a considerar es el referido a un reduccionismo, altamente pernicioso para
la verdadera compresión de la moral cristiana. En el lenguaje cotidiano y en el
imaginario común, a menudo se la restringe al ámbito de lo sexual, y a la vez a un
conjunto de prohibiciones pues se considera que, “para la Iglesia”, todo lo que es sexual
es pecado. Incluso es pecado todo lo que es “placer” sin más. Con respecto al foco
puesto en lo sexual con carácter exclusivo, lo dicho sobre el objeto de la moral es
suficiente para comprender el carácter reductivo de dicho planteo. Por otra parte será
motivo de desarrollo en todo lo que sigue. Con respecto a lo segundo: que todo lo que
es placer es pecado, habría que comenzar señalando que el Enemigo (Satanás) no sabe
hacer nada bueno y el placer lo es. Por lo tanto, es obra de Dios. También en esto
profundizaremos al abordar el tema de las características de la tentación. Pero lo que tal
vez más empobrece y deforma la verdad sobre este tema es la perspectiva de la moral
como un mero conjunto de prohibiciones: nuestra moral no es en primer lugar
prohibitiva sino imperativa, pues nos manda amar y perdonar como camino de felicidad.
Y es allí donde las Bienaventuranzas son, ante las tan diversas y a menudo engañosas
propuestas de felicidad que se presentan a nuestros ojos, los caminos de amor y
compromiso con la sociedad y con el prójimo que Jesús nos señala precedidos de una
promesa: serán felices los que se juegan por la justicia, trabajan por la paz, lloran con
los que sufren y optan por la pobreza para ser libres frente a la tentación de la riqueza.
Por ello, nuestra moral es “cristocéntrica”: tiene como centro a Jesús, su vida, sus
enseñanzas, el auxilio de su presencia cercana y permanente ya que se despidió con una
promesa: “Yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo” (Mt, 28,20). Y tiene
como alma y motor al Espíritu Santo que Jesús nos envía desde el seno del Padre, y que
viene a llevar a su consumación la obra de Jesús, al incorporarnos a Él para hacernos, en
Él, hijos del Padre.
Pero este camino es arduo: está en las entrañas mismas de la lucha entre la luz y las
tinieblas. Es por eso que lo señalado nos abre, finalmente, a dos temas que serán
centrales en nuestra materia.
El primero es el de las virtudes. Las virtudes suponen algunos pasos que van en sentido
opuesto a la tendencia más extendida de nuestra sociedad, y en ese sentido aportan
algunos elementos significativos para la génesis y la orientación del obrar en la
actualidad. Los desarrollaremos en su lugar correspondiente de la unidad séptima.
El segundo tema es el del discernimiento. El mismo está implícito en la indispensable
deliberación sobre lo bueno y su distinción con lo que no lo es, elemento propio de
todo acto moral. Aquí avanzamos un poco más y pensamos en el motor de los actos en
la visión de la fe. Desde esta perspectiva, descubrimos que los actos humanos, sin dejar
de ser libres, sin embargo van orientados a servir a uno u otro señor. La soberbia
humana se estrella ante la realidad de saber que su ejercicio se concreta en elegir uno u
otro amo. Y quien no toma conciencia de ello tal vez estará, sin saberlo, sirviendo a
quien no hubiera querido servir; o peor aún, puede estar “a mitad de camino”, en la
incomodidad de “querer servir a dos señores” (cf. Mt. 6,24) o en la tibieza que hace
vomitar al Señor (cf. Ap. 3,16). La larga experiencia de la espiritualidad de la Iglesia
nos acercará elementos para comprender esto y sobre todo para incorporarlo a la propia
vida, según los autores y las reglas probadas en tantos frutos de santidad que jalonan su
historia.
Es por ello que el temario desemboca en la vocación fundamental de todo ser humano:
la santidad como fruto de la gracia y de sus elecciones libres, tomando como guías y
modelos la vida de personajes bíblicos, de la historia de la Iglesia y de la actualidad;
porque el recorrido nos llevará a un ejercicio de análisis de hechos y personajes
cercanos, para descubrir en nuestro entorno destellos de testimonios de santidad en los
ámbitos más diversos de nuestro mundo actual: también nosotros queremos, como el
autor inspirado, poder descubrir y proclamar con gozo que “estamos rodeados de una
multitud de testigos” (Hb. 12, 1).
Como cierre de esta introducción general, una referencia al criterio con que los temas
serán seleccionados y desarrollados. Es claro que se trata solamente de una guía para el
desarrollo de las respectivas clases, no de una “manual” de teología moral. Éste
supondría exhaustividad en relación con la variedad de temas implicados, a la vez que
un esfuerzo de precisión y brevedad en su desarrollo. Ni una ni otra cosa asumimos
aquí. Con respecto a lo primero, porque esta guía no suplanta sino que supone el recurso
de los alumnos a la bibliografía indicada; y, en cuanto a la brevedad, porque nos
reservamos el privilegio de extendernos cuanto creamos necesario en aquellos puntos
que nos interesa profundizar en bien de la comprensión de un tema específico.
Es así que los temas del programa serán todos abordados en el contenido de la presente
guía, pero solo en los aspectos que queremos enfatizar (aunque de hecho estén presentes
en la bibliografía indicada), o bien porque creemos ofrecer un aporte que no se
encuentra en los textos bibliográficos, o al menos no se encuentra desarrollado del
modo que aquí deseamos hacerlo.
Nos dispensamos, entonces, de remitir explícitamente a diversos puntos de la
bibliografía en cada tema particular, lo que es claro que sí se hará en las clases para
orientar en el estudio a los alumnos.

Unidad 1. Aproximación a la Teología Moral


“Las cosas ocultas conciernen al Señor,
pero las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos” (Dt. 29,28)

1.1.Definición, objeto y fuentes de la teología moral


En toda definición, debemos cuidar que los elementos que la componen sean todos y
solo los estrictamente necesarios. Esto significa que la definición abarca las notas
esenciales de modo tal que, cualquier elemento que faltase, aquello definido ya sería
“otra cosa” distinta de la que se pretende definir; y si algo sobrara, la definición ya no
sería tal, sino más bien una descripción de lo definido1. En la teología moral se trata de
definir una ciencia cuya nominación aparece compuesta de dos miembros, cada uno de
ellos susceptible de una definición propia: “teología” y “moral”.
Las palabras, en general, poseen al menos dos significaciones: una dada por la
etimología (lo que la palabra significa en sí misma) y otra dada por el uso (lo que la
palabra significa en el lenguaje corriente de un determinado lugar).
Veamos ambos significados de cada una de las palabras con que se rotula esta ciencia
que deseamos definir, para luego ver cómo se condicionan y cualifican mutuamente al
estar puestas en relación la una con la otra.
Con relación al significado atribuido por el uso, teología aparece como algo difuso,
inaferrable al común de la sociedad, que se refiere a la doctrina enseñada por la Iglesia.
Moral, por su parte, aparece como aquello que está mandado y sobre todo prohibido. Y
por extraños procesos históricos y culturales, referido de modo particular a lo sexual,
como señalamos en la introducción.

1
Agregamos que tampoco corresponde que lo definido forme pare de la definición misma. Este error, a
fuerza de repetido, nos lleva a esta aclaración a pesar de su obviedad.
Como vemos, deberemos apuntar al significado etimológico si queremos acercar luz
para la construcción de la definición que buscamos ya que, en este caso, el significado
dado por el uso no nos aporta mucho.
La teología, según su significado etimológico, está compuesta a su vez de dos palabras:
Theos y Logos. La primera significa “Dios”, y la segunda “palabra”, o “estudio” o
incluso “ciencia”. Sería entonces el estudio o la ciencia de Dios. Ahora bien ¿cómo
estudiar a Dios? La ciencia parte siempre de un dato, de algo percibido y a partir de lo
cual puede elaborar hipótesis que luego confrontará con otras y con la realidad misma,
para comprobar si la hipótesis referida a dicho dato es correcta en la descripción del
mismo o no lo es. Es lo que Popper presentaba como la capacidad de una proposición de
ser refutada: capacidad de falsación que define el criterio de demarcación con que
señala los límites y la legitimidad de la ciencia, diferenciándola, según este autor, de la
metafísica. Ahora bien ¿cómo partir de un “dato” cuando hablamos de Dios como
objeto de estudio, si “nadie ha visto jamás a Dios” (Jn. 1, 18), si Dios es inaccesible a
los sentidos y a todo instrumento de captación posible?
Por ello, cuando hablamos de la teología como “estudio sobre Dios”, agregamos, “según
lo que Él ha revelado sobre sí mismo y sobre todo lo creado”. He ahí el “dato”: lo que
Dios ha revelado. Por eso es imposible hablar de teología sin referencia a la fe, ya que
quien no cree no podrá asumir el dato revelado como punto de partida.
En referencia a lo revelado “sobre todo lo creado”, no nos referimos a que las cosas
deban ser reveladas por Dios en cuanto a sus leyes internas, sus funciones, etc., ya que
estas dimensiones son objeto de las diversas ciencias humanas, y Dios no hace lo que el
hombre puede hacer por sí mismo. Pero Dios nos revela, con relación a las cosas, que
todas tienen en Él su origen y que todas gozan de una bondad inicial (cf. Gn 1). Esto, de
por sí, ya supera las posibilidades de la ciencia y nos da a conocer la naturaleza de las
cosas desde una nueva luz. Pero, entre todo lo creado, solo el hombre es capaz de actos
morales. Y por ello nos interesa sobre todo lo que Dios ha revelado sobre el hombre. Si
la teología es el estudio sobre Dios, lo que éste ha revelado sobre el hombre constituye
la llamada “antropología teológica” que, según veremos, será de gran interés para el
estudio de la moral.
Con relación a la etimología de la palabra “moral”, deriva del latín “moralis” que a su
vez deriva de mos-möris cuyo significado es, aproximadamente, uso, costumbre,
manera de vivir. De aquí deriva también la palabra morada, más conocida por nosotros,
que sería el “lugar”, el “desde dónde” uno vive como vive, cree lo que cree y juzga e
interpreta la realidad de una manera particular. Es así que, según esto, moral está
vinculada a los usos y costumbres pero según un “marco” que valora y evalúa. De allí
que la moral supone una capacidad crítica sobre el obrar. Y, si bien ese “desde dónde”
es cultural, también encontramos que hay juicios de valor que trascienden lo histórico-
cultural y atraviesan la historia y las culturas con sus modas y sus usos a menudo
transitorios.
Dicho lo dicho, podemos ahora abordar las tradicionales definiciones de teología moral,
quizás entendiendo mejor su contenido a partir de lo señalado.
Aurelio Fernández define la Teología Moral como “la parte de la Teología que, a partir
de la fe, reflexiona sobre cómo y por qué el cristiano debe vivir de un determinado
modo, con el fin de alcanzar la bienaventuranza feliz”2. Vemos, en esta definición, los
elementos señalados: en cuanto teología, supone la fe (en lo que Dios ha revelado sobre
el hombre, su naturaleza y su fin) y en cuanto moral alude a los actos que, en este caso,
tienen un “desde dónde” (la revelación creída y aceptada como norma de vida), y una
capacidad crítica, por cuanto los actos serán buenos si ayudan al fin del hombre y serán
malos si lo obstaculizan.
Para otras definiciones podemos consultar este mismo autor u otros. Para nosotros
bástenos con ésta, a la que iremos enriqueciendo luego según lo creamos oportuno.
En cuanto al Objeto de la Teología Moral, teniendo en cuenta que nos referimos a la
teología cristiana, incluso específicamente católica, su objeto serán los actos del católico
en su relación con Dios, con la comunidad de creyentes y con la sociedad toda, por
cuanto el cristiano católico no reduce su compromiso moral a lo intra eclesial sino que
se abre a su relación con el mundo desde la misión que Cristo le encomendó. De este
modo, la moral del católico no puede quedar tampoco reducida a algún aspecto de su
vida, sino que abarca toda su persona, todos sus valores y todas sus relaciones
interpersonales.
Finalmente, hemos de señalar que, como toda ciencia, la teología moral abreva de unas
fuentes, a las que pueden tener acceso todos aquellos que deseen verificar sus
conclusiones siguiendo los pasos de su recorrido. Estas fuentes son la Sagrada Escritura,
la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.
La Sagrada Escritura es lo que habitualmente llamamos “Biblia”, palabra que significa
“Libros” (son 47 libros del Antiguo Testamento, y 27 del Nuevo) y en donde

2
FEERNÁNDEZ. A., Moral fundamental. Ed. Rialp, Madrid, 2009, p.16.
encontramos la Palabra de Dios en palabras humanas por un proceso llamado
“Inspiración”, a través del cual Dios comunica a ciertos hombres lo que Él desea
revelar, y éstos lo ponen por escrito pero sin perder su propia libertad, ni su estilo, ni
incluso sus “intereses personales” en cuanto a qué aspecto acentuar según el contexto en
el que escriben, los destinatarios a los que se dirigen y el momento histórico concreto.
Es así que, siendo Dios el Autor principal, los que la escriben son también verdaderos
autores de la Biblia. Haber sido escrita por hombres, da cuenta de la variedad de modos
de narrar un mismo acontecimiento, o de múltiples referencias histórico-culturales con
sus límites y riquezas. Por haber escrito estos inspirados por Dios, lo escrito es lo que
Dios mismo dice a los hombres por medio de otros hombres, y es por ello que podemos
decir sin dudar, cada vez que un texto bíblico es leído: “palabra de Dios”, como
escuchamos y decimos por ejemplo en las lecturas de la misa.
La Tradición es la revelación del Señor que se va pasando de boca en boca, y también a
través de la vida misma de la fe: en la liturgia, en las costumbres y los valores, así como
en las instituciones que brotan de esa fe vivida y celebrada. “En la tradición viva, que
se manifiesta en las enseñanzas del magisterio y en la conciencia de fe de la Iglesia, se
nos transmite el contenido de la revelación”3.
El Magisterio, por su parte, es el conjunto de enseñanzas de la Iglesia. Tiene diversos
modos o “niveles”, los cuales a su vez exigen del creyente diversos grados de
aceptación. Si el magisterio se expresa de modo infalible, declarando un dogma, su
enseñanza debe allí recibirse con total aceptación creyente, porque define algo que es
esencial a la vida y la fe de la Iglesia. Pero la Iglesia enseña también a modo de
catequesis, de las homilías en las misas, en las enseñanzas del Papa o de los obispos
cada vez que se dirigen al Pueblo de Dios verbalmente o por documentos y escritos
diversos. Estos otros modos del magisterio de la Iglesia, exigen del creyente una
obediencia religiosa que no excluye la posibilidad del debate y la profundización en
dichos temas.
De este modo, cada vez que nos cuesta entender o aceptar alguna expresión de la moral
tal como la Iglesia nos la enseña, debemos recordar de qué fuentes brota su doctrina, y
en todo caso recurrir a ellas para evacuar dudas, debatir puntos concretos y, sobre todo,
consolidar los fundamentos de nuestra vida cristiana. No corresponde al cristiano que se
pretende maduro, adulto en su fe, la crítica fácil, fundada en un a mi me parece, o

3
Albert Lang, “Teología fundamental”. Ed. Rialp, Madrid, 1977, T. II, p. 324.
simplemente no estoy de acuerdo pero dispensándose del esfuerzo de formación e
investigación que algo tan serio como nuestra fe merece y exige. Tampoco corresponde
a dicho cristiano la fe “ciega” (la que suele llamarse “fideísmo”) que acepta de modo
acrítico. No es que esta fe “no valga”, pero sólo es legítima para quien no tiene la
posibilidad de formarse y profundizar en la riqueza y fundamentos de sus contenidos.
Que sea también llamada “la fe del carbonero” pretende indicar, precisamente, que es la
fe (válida y salvífica, pero) del hombre sencillo que no ha tenido acceso a una
formación sistemática y profunda.

1.2. La moral cualificada desde la teología


Solo tomada en abstracto la moral aparece sin determinaciones, sin cualificaciones,
podríamos decir. Pero la moral nunca es abstracta, porque siempre requiere de un sujeto
a quien referir los actos que, por ser susceptibles de calificación como buenos o malos,
llamamos morales. Y este sujeto, el hombre, puede ser considerado de diversas maneras.
Según estas maneras, o según las diversas antropologías que intentan definirlo o
describirlo, los actos que de él derivan serán evaluados buenos o malos. Como
señalamos en la introducción, el tradicional adagio “el obrar sigue al ser” es quien
puede guiarnos en esta búsqueda de lo que significa para una moral ser “teológica”.
Es decir, la moral mira al obrar, y la antropología al ser. Pues bien, la antropología, al
ser teológica es, por lo mismo, fruto de la revelación de Dios. El obrar será entonces
acorde con la concepción del hombre que deriva de lo que Dios nos dice sobre el
mismo: su dignidad, su origen y sobre todo su fin, ya que el obrar humano siempre es
teleológico4.
De este modo, vemos que no es un tema “abstracto”, inútil para la vida concreta, definir
qué concepción tenemos del ser humano. Esto será de gran valor para el reconocimiento
de la propia dignidad e identidad, pero también para el proyecto personal de vida y las
acciones que a él van ligadas. Es decir, la teología cualificará a la moral al ofrecernos
una antropología específica, la que será el fundamento y el criterio de juicio de la moral
en cuestión. Por ello, en la unidad segunda, al detenernos en la antropología que surge
del libro del génesis, dedicaremos todo el tiempo necesario para comprender qué

4
Es decir, orientado a un fin. Es en el ser humano donde se encuentran más desarrollados los lóbulos
frontales, con sus funciones ejecutivas que nos permiten dirigir nuestra conducta hacia un fin y
comprenden la atención, planificación, secuenciación y reorientación sobre nuestros actos.
imagen del ser humano nos entrega, tanto en el querer del creador, cuanto en la realidad
concreta del hombre histórico, tal como lo conocemos y lo descubrimos en nosotros
mismos.

1.3. Teología moral fundamental y especial: sus ámbitos y finalidades propias


Cuando hablamos de moral, podemos abordar la materia desde dos perspectivas: desde
los principios que fundan las acciones morales, vale decir, desde los criterios de juicio
que aportan luz sobre la bondad o maldad de dichos actos; o bien podemos abordar
“áreas” de la vida del cristiano y establecer en esas áreas los juicios de la moral según
los principios más generales. En el primer caso, estamos en moral fundamental; en el
segundo, en moral especial.
Así el ámbito propio de la moral fundamental es la vida del creyente, según los
principios que se derivan de la antropología cristiana. Pero no tanto en “sentido general”
sino en sentido “fundamental”: poniendo fundamentos, estableciendo porqué al
cristiano corresponde un determinando modo de vivir acorde a su ser, a su dignidad y al
fin al que está llamado.
Establecidos estos principios fundamentales, la moral especial podrá abordar luego los
ámbitos específicos de la vida cristiana (el cristiano en el ámbito profesional, social, su
compromiso con la vida y la ecología, su concepción de la sexualidad y del matrimonio,
etc.) sin necesidad de explicitar, en cada caso, los fundamentos de dichas pautas o
criterios de juicio aplicados a cada situación.
La moral fundamental acudirá a la Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia
como fuentes principales, sin renegar por ello del auxilio de otras ciencias de las que
puede servirse para su fin propio.
La moral especial, en cambio, teniendo como base sólida las fuentes principales de la
moral fundamental dadas aquí por supuestas, tendrá un intercambio mucho más directo
con las ciencias humanas, a las que iluminará en ocasiones, y de las que recibirá luz en
otras. En todo caso, cuando las ciencias humanas vengan a aportar algunas conclusiones
que no concuerden con la concepción del hombre, su dignidad y su fin según las
fuentes últimas de la moral, el diálogo con las ciencias humanas tenderá a invitar a éstas
a rever y revisar sus puntos de partida y sus conclusiones, porque nunca podrá la moral
cristiana incorporar a su bagaje aquello que desdiga de lo que ha recibido como
revelación sobre el hombre y sobre la creación a él confiada. De esta manera, la moral
fundamental no dará a la especial solo principios que luego debe aplicar
“automáticamente”, sino fundamentos y criterios para juzgar, a la luz de la razón y de la
fe, situaciones concretas sobre un trasfondo en el cual la revelación de Dios es un faro
inmutable pero a la vez siempre susceptible de profundización y nuevas comprensiones;
y la dignidad del ser humano y su destino último, será el criterio sobre lo que es bueno o
no lo es para el hombre mismo y para su misión en la historia y la sociedad a la que
pertenece.

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