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El narrador de historias

Érase una vez un rey que tenía, por asistente y amigo, a un hombre cuya facilidad para contar
historias rebasaba casi lo imaginable. Cuando el rey se disponía a descansar, el hombre tenía el
cometido de narrar al monarca varias leyendas y fábulas para facilitarle el sueño. Pero ocurrió
que, en cierta ocasión, los problemas del monarca eran tan grandes y numerosos que le
resultaba imposible conciliar el sueño con el número de historias acostumbradas. Quiso
entonces el rey escuchar más historias, pero el hombre decidió contarle dos menos y muy
cortas.
Esta noche me gustaría escuchar una muy larga y tras ella podrás irte a descansar- Dijo el rey a
su asistente y amigo, poco satisfecho con aquellas historias tan cortas.
Tras aquellas palabras el hombre obedeció, arrancándose de la siguiente forma:
«Un campesino tomó cierto día mil libras de monedas de penique, y compró con ellas dos mil
ovejas. Cuando las iba conduciendo hacia el refugio, el arroyo que había que cruzar para llegar
estaba tan crecido que no se podía de ninguna manera cruzar a la otra orilla. El campesino,
apesadumbrado, logró encontrar una barca, pero era demasiado pequeña para transportar en
ella a todas las ovejas. Dándole vueltas a su cabeza, llegó a la conclusión de que podría
Respondió el astuto narrador de historias,
que no deseaba pasarse la noche en vela.
Y pensando y pensado en el final de la
historia, que tan extraña le resultaba al
monarca, cayó rendido sobre su almohada
sin necesidad de más palabras.
LEYENDA: LA SEMILLA DEL HELECHO

Dice la leyenda, que la llamada semilla del helecho tiene la maravillosa propiedad de volver
invisibles a las personas. Esta semilla parece difícil de encontrar, debido a que su periodo de
maduración tiene lugar durante la noche del solsticio de verano y tan sólo durante una hora,
entre las doce y la una de la madrugada. Después, la semilla del helecho cae y desaparece.
En una ocasión, a un hombre le aconteció un suceso muy extraño relacionado con esta semilla.
Entre las doce y la una de la madrugada de aquel día, el hombre empleaba su tiempo en
buscar a un potrillo que se le había perdido cuando, de pronto atravesó por casualidad una
pradera en la cual maduraba la semilla del helecho.
A la mañana siguiente el hombre volvió a su casa, cansado por la búsqueda, y se sentó en su
sillón mullido favorito de la casa. Al observar que su mujer no terminaba de reparar en él,
exclamó:

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