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IMPERIAL
POR
Arbeloa
Toyaca
Salazar
Jribarren
JOAQUÍN ARBELOA
t
Rosas en tu Carne
Es el vestido de gala
que te ha puesto la Falange.
Y la mano de la patria
en la seda de tu carne
te ha encendido cinco heridas
en la noche del combate.
Cinco heridas, cinco soles
que en tu cuerpo joven arden
Cinco heridas, cinco rosas
en el jardín de Falange.
Con dolores de martirio
Se forjan victorias grandes.
i Arriba España 1
Que pase,
bajo los brazos tendidos,
el escuadrón de los mártires.
José Antonio
i
CARLOS FOYACA
Canción del Ansia
n el haz santificado
y en el yugo que bordaste,
las cinco flechas prendieron
en cinco rosas de sangre.
Cinco heridas...
Cinco rosas
ardorosas
Para tí.
Cinco heridas
encendidas
como el fuego de no verte.
En la muerte,
al recordarte,
cinco rosas quiero darte
Para ti.
Y no llores
¡ Cinco flores,
como las que tú bordaste para mí 1
Canto a la Querrá
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T) clarines de pálida silueta,
anuncian la derrota de la luna.
Ya ni lirios, ni nieves, ni violetas.
Ya ni nardos, ni lágrimas, ni bruma.
¡ Clarines... í
¡ Iluminad los campos de mi patria,
llevándonos a todos a la guerra í
( A la guerra,
hay que vencer al potro
de la tierra extranjera.
Hay que poner sobre la España vieja
las piedras de la nueva /
j Todos a la guerra I
j Todos a luchar !
¡ Por Nuestra Señora la Patria inmortal I
MANUEL JRIBARREN
Romance de ¡a Enamorada
»
Falange, cuando los Santos Angeles han traído vio-
lentamente a l a realidad lo que era todavía teoría y
meditación de una breve tropa.
Hemos t r a í d o ocho de las Glosas primeras de Euge-
nio d'Ors. S o n de esa é p o c a en que el estudiante de-
ja paso insensiblemente a una fina madurez. E n ellas
está ya la serenidad, que es a un tiempo guerra y ca-
rácter de toda su obra, y el prejuicio de l a iniciación.
Apóyate en tus prejuicios, ha dicho Joubert. Se refie-
ren a temas dispersos en el p r o p ó s i t o y en l a fecha
pero unidos por l a finalidad y la profecía. Tengan en
cuenta quienes hallaren en su lectura alguna vacila-
ción, el tiempo en que fueron escritas. E l descubridor
no tiene l a lucidez tan p r ó x i m a como el cartógrafo,
pero es él quien une al esfuerzo el mérito y l a gloria.
S i hay alguna referencia a n e c d ó t i c a es porque lo pe-
día la necesidad cotidiana de la batalla contra todo
aquel capítulo triste de Amiel en Vich. Entonces fué
á r b o l plantado y ahora cosecha de frutos.
OCHO GLOSAS
Como los tiempos son otros, el tipo y atuendo del rebelde han
cambiado. N o es pastor, ni rey b á r b a r o : es diputado, periodista,
ateneísta. Lleva pechera almidonada, cuello, corbata, sombrero
de copa. Lleva ideas modernas. ([Es tan fácil llevar ideas mo-
dernasI ¡Casi tanto como difícil tener espíritu moderno!) Lleva,
tal vez, m o n ó c u l o .
U p S D E D O S L I B R E S L E V A N T A D O S . - A l contemplar
la beata imagen de Juan de Mena que nosotros llamamos
Nuestra S e ñ o r a de l a Amistad, ¿os fijasteis bien, estimado ami-
go, en l a posición que tiene l a mano derecha? L a mano derecha
es la que tira de los p a ñ a l e s que han de mudarse. Y esto lo ha-
ce con sólo tres dedos, dejando libres y levantados los otros
dos, en un pequeño gesto de suprema distinción.
Dos dedos libres y en el aire... T a l es, también, la disposición
de la mano derecha en las elegancias que retrata el famoso
Boldiní, el tziganesco, acaramelado y mundano pintor de París...
—Sí; pero las elegancias que retrata Boldini no mudan ni sa-
b r í a n mudar p a ñ a l alguno.
Levantar dos dedos no tiene gracia alguna, si al mismo tiempo
no se mudan pañales.
Tampoco hay gracia en el hecho de mudar pañales, si no se tie-
nen dos dedos libres, levantados.
L a gracia está en reunir las dos cosas: el p a ñ a l que se muda y
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la libertad de los dedos. L a gracia consiste en unir en cada ges-
to, por pequeño que sea—sentido práctico e idealidad pura—,
utilidad y elegancia—trabajo y juego.
I L PENSIEROSO, L E PENSEUR Y EL P R E O C U P A D O . -
Esculpíó en mármol Miguel Angel, para el pudridero de los
Médicis, la noble y melancólica imagen de 11 Pensieroso. Augus-
to Rodin enfrió l a fervor del bronce en una forma tensa y eficaz,
la de aquel desnudo Penseur que luego llevara la ciudad de
París a los propíleos de su panteón. Penagos, para el cartel del
nuevo periódico España, ha dibujado una nueva figuración
ilustre, destinada, me parece, a quedar en la iconografía de la
Inteligencia bajo el mote de El Preocupado.
E l Preocupado representa la Inteligencia paciente, a dos dedos
quizás de la desesperación. Le Penseur, l a Inteligencia militan-
te, a punto de parto y de victoria. II Pensieroso, l a Inteligencia
triunfante, que al día siguiente del triunfo de la Inteligencia se
llama ya Melancolía.
Grande esperanza española, después de todo, este Preocupado.
Grande esperanza, porque significa que la verdadera vida aquí
no ha comenzado aún, y que en verdad l a pupila cansada no se
da a contemplación de una decadencia; pero, al revés, el tenaz-
mente ahincado entrecejo dice las luchas de una adolescencia
tímida y tormentosa, excesivamente prolongada sin duda.
jAh, con qué ardor aspiras a las noblezas del pensamiento y de
la melancolía, Preocupado! ¡Cómo levantas los ojos al cielo!
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¡Cómo vuelves la espalda a l a amarilla p e q u e ñ a ciudad barroca!
—Pero el cielo está vacío, m i Preocupado; blanco y vacío, y no
te d a r á una respuesta. Y l a ciudad p e q u e ñ a y amarilla está en
ti mismo; quieras que no quieras, e s t á en ti. E s t á en l a tu capa
pomposa y en el sombrero de copa desmesurado, y en l a r o m á n -
tica perilla, y en estos abiertos ojazos s o m b r í o s , que dan u n
poco de miedo y un poco a la risa, y t a m b i é n inspiran una ma-
nera de vaga c o m p a s i ó n .
R O Ñ I C A D E L A C I U D A D D E D I O S . - E s t a es l a C r ó n i -
ca de l a Ciudad de Dios, en que a ninguna Mente derecha
es negada ciudadanía. A l z á r o n s e las ciudades de los hombres,
y levantaban una contra otra grande y turbio rumor. A l a C i u -
dad de Dios llegan ciertamente las palabras que se dicen en l a
lucha, pero no llega el v o c e r í o .
A puertas de l a Ciudad de Dios e n c o n t r a r é i s , en guisa de parro-
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nal figuración, una estatua. ¡Honor a Arquímedes que, absorto
en sus geometrías, dejó que le atravesase la espada de un sol-
dado de Roma! N o fué Arquímedes mal patriota, y de él se dijo
que proporcionó, con la invención de los espejos ustorios, me-
dio de quemar las galeras enemigas. Pero, en verdad, lo que
supremamente interesaba a Arquímedes en aquellos espejos era
su calidad de maravillosos, y no sus servicios como siracusanos.