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Documento de coyuntura

En tanto ámbito nacional de acumulación de capital, la Argentina se encuentra


determinada por la histórica exportación de productos agrarios. Desde el cuero y la carne,
hasta la soja en nuestros días, la producción de tales mercancías para el mercado
mundial es un componente específico que caracteriza a nuestro país. En tanto su
producción se encuentra atada a condiciones de producción no reproducibles, tales
mercancías son portadoras de renta de la tierra, la cual constituye un ingreso de riqueza
extraordinario que fluye hacia nuestro país.
En su recorrido histórico, la acumulación de capital en Argentina ha caminado al compás
de dichos flujos de renta, con continuas fases de contracción y expansión, las cuales se
acentuaron a partir de los ‘70. Como sabemos, desde el Rodrigazo hasta nuestros días
sucesivas crisis han estallado, liquidando distintos capitales y condenando a la clase
obrera atada a ellos al continuo deterioro en sus condiciones de vida. No obstante, pese a
mostrarse como ciclos de momentos contrapuestos, estos no lo son, sino que, en la
reproducción de dicha unidad, cada nueva crisis y recomposición deja como saldo un
nuevo punto de partida. El hecho más visible de ello se expresa en las crecientes
dificultades del capital industrial para valorizarse de manera normal y su pérdida de peso
dentro del PBI total. Con esto se abre la pregunta sobre si nos enfrentamos a un nuevo
proceso de concentración de dichos capitales, que brindaría un reinicio del ciclo, o si esta
última es la forma concreta que toma el desmantelamiento de la ISI en un movimiento que
se extiende desde 1976 a la fecha, tratándose el período del primer kirchnerismo de un
interregno producto de condiciones excepcionales en el precio de las commodities
agrarias. En el presente documento intentaremos avanzar en plantear dicho problema a
partir de analizar la situación coyuntural, en especial, la que hace a la crisis actual y las
perspectivas que de allí se desprenden.

Los fríos números


La caída de la renta de la tierra producto de la sequía del año pasado, junto con la
imposibilidad de aumentar los flujos de deuda externa en los mercados internacionales y
la suba de la tasa de interés de la FED, condujeron a una de las devaluaciones más
fuertes del último tiempo: en menos de un año, el peso argentino perdió casi 100% de su
valor con respecto al dólar. La necesidad de renovar el endeudamiento y la inestabilidad
cambiaria desatada a partir de mayo de 2018, empujó al gobierno a recurrir al FMI, quien
apareció como un prestamista de emergencia. Si bien trajo la ventaja de otorgar una
elevada magnitud de deuda, lo hizo a cambio de imponer políticas y evaluar la evolución
de las cuentas públicas. Con el cierre del acuerdo el gobierno apuesta a eliminar el déficit
fiscal existente hace varios años, es decir, se propone llevar a cabo lisa y llanamente un
ajuste.
El PBI cayó un 2,5% durante todo el 2018, con un fuerte retroceso en el último
cuatrimestre del, donde bajó 6,2% en relación a octubre-diciembre del 2017 (INDEC).
Junto al retroceso del 15,1% en el PBI interanual en el sector agropecuario producto de la
sequía, la caída también se vio en el resto de los sectores: 4,8% en la Industria
manufacturera, 4,5% en comercio, 2,9% en el sector de Transporte y comunicaciones,
entre otros.
Además de la corrección del déficit fiscal, otro de los puntos acordados con el FMI versa
en el ordenamiento del balance del BCRA. En pocas palabras, esto consiste en la
eliminación de la bola de Lebacs originada durante el kirchnerismo, pero exacerbada
durante los años del macrismo. La emisión de estas letras permitía contraer la masa de
signos de valor en circulación para contener la potencial inflación que estos pueden
desatar ante una producción estancada. A su vez, esto permitía la contención de la
compra de dólares con dichos pesos, lo cual desataría presiones sobre el tipo de cambio y
echaría más leña al fuego en cuanto a la inflación. Sin embargo, en reemplazo de las
Lebacs, se aumentaron las Leliqs (letras de liquidez interbancarias), por lo que el
problema no se resolvió sino que sólo cambió de forma (hacia una renovación semanal en
la que sólo los bancos pueden participar). Si bien el stock de Leliqs no es tan grande
como el que existía en Lebacs, sí poseen una tasa mayor, por lo cual el monto en juego
es bastante similar. El hecho de tener una masa de capital ficticio en dichos activos con
tasas que superaron el 70% permitió, por momentos, evitar que tal magnitud de pesos
vaya a parar a la compra de dólares. Al ser las Leliqs emisión futura, exacerbará la
inflación en caso de no ocurrir un aumento genuino de la producción, salvo que sean
reemplazadas por un título de largo plazo.
Las altas tasas de interés pusieron en jaque a un conjunto de capitales que se sostienen
sobre la base del endeudamiento con el sistema financiero local. La dificultad para seguir
endeudándose, junto con la caída del consumo producto del desplome del salario real,
pusieron en una situación dramática a la mayor parte de los capitales, los cuales detienen
su valorización rompiendo la cadena de pagos y aumentando los concursos y quiebras
(incrementos del 62% y 11% respectivamente en 2018 dentro de CABA y Bs As). La
situación es tal que incluso Arcor y otras alimenticias como Molinos mostraron pérdidas en
sus balances. El sector automotriz (el baluarte de la ISI en su momento) presentó por lejos
el panorama más alarmante, con una utilización de solo el 15,7% de su capacidad para el
primer mes del 2019. Según Adefa, las terminales que producen menos de 50.000
unidades al año no alcanzan escala para ser competitivas. Solo Toyota y VW están en
esa situación.
No obstante, existieron algunas excepciones de capitales que, pese a la recesión,
lograron valorizarse obteniendo ganancias, principalmente en las ramas ligadas al
petróleo (YPF, Tecpetrol), banca (Santander, Banco francés, Hsbc, Galicia, Macro) y
energía (Pampa energía, Transener, Edenor). El Grupo Techint (Tenaris, Ternium y
Tecpetrol) también se encuentra entre las empresas con rentabilidad en el año de la crisis,
lo cual le permite expandirse (compra empresa siderúrgica de origen ruso en Estados
Unidos por us$ 1200 millones).
Como consecuencia de la crisis, la desocupación se disparó casi dos puntos con respecto
al año anterior, hasta llegar al 9,1%. A esto se suma más de 415.000 personas que
buscaron trabajo y no lo consiguieron, en medio de la destrucción de puestos de trabajo y
el derrumbe salarial. El empleo de calidad fue el más afectado y la informalidad escaló al
35,3%. El alza de la desocupación coincidió con una caída en la tasa de empleo desde el
43% en 2017 hasta el 42,2% en 2018, lo que implicó la pérdida de alrededor de 160.000
puestos. El leve incremento en la tasa de actividad, motivada por el declive del 12,1% en
el salario real, hizo que más personas salgan a buscar trabajo para completar los
devaluados ingresos familiares. Así, la población que necesita trabajo (lo tenga o no)
creció del 21,9% al 26,4% en el mismo período. Junto a este mismo movimiento se
acentúa la población obrera sobrante en condiciones de pobreza, volviendo a los niveles
de los últimos años de kirchnerismo (31,3 % en el total del país y 41% en el conurbano
según la UCA). Lo más llamativo de esto es la pobreza en la población obrera en
formación, donde el 51,7% de los niños de hasta 17 años se encuentra en esta situación
de continuo deterioro (UNTREF).
En pos de revertir tal situación y provocar una futura reactivación de la actividad, el BCRA
comenzó una política de baja de tasas desde octubre del año pasado. No obstante, dicha
baja no se reflejó en un abaratamiento del crédito brindado por los bancos. De esta forma
se mantuvo una brecha entre la tasa de las Leliqs y la tasa activa a la cual los bancos
prestan a las empresas. Asimismo, la política de baja de tasas mostró límite con la última
disparada del dólar en marzo, lo cual dejó en claro la inestabilidad sobre la que camina la
acumulación de capital. Por tal motivo, la salida de la crisis es algo que no parece asomar
aún. Si bien se hablaba de un piso del ciclo debido a los crecimientos de la actividad
intermensuales desde diciembre a febrero, marzo presentó nuevamente una contracción.
La cosecha del agro, aún con los precios internacionales en baja, siembra las esperanzas
de que el crecimiento aparezca nuevamente. Actualmente, se estima que la producción de
soja se encuentre en los 55 millones de toneladas (frente a 35 del año pasado), mientras
que en la del maíz se proyecta un récord de 46 millones de toneladas (Bolsa de
Cereales). El control relativo del dólar luego de la primera semana de abril, se debe
básicamente a este aumento de la oferta gracias a la liquidación del agro
(aproximadamente entre 100 y 200 Millones de USD diarios dentro de un mercado
cambiario que mueve aproximadamente 500 Millones de USD), las subastas diarias del
Tesoro avaladas por el FMI (60 Millones de USD) y la actual libre intervención del BCRA.
Esto no hace más que dar una tranquilidad momentánea al panorama financiero. El
reciente congelamiento de las bandas cambiarias es una apuesta por “anclar” el dólar, con
la intención de que el tipo de cambio no desate aún más aumentos de precios. Aunque
todo esto permite suponer que las divisas alcanzarían para mantener la estabilidad en el
tipo de cambio, lo cierto es que cualquier movimiento brusco podría desencadenar nuevas
devaluaciones.
Frente a esta situación, los sectores con más olfato político (Vidal y Larreta) junto con los
gobernadores de la UCR (Cornejo y Morales) presionaron por la implementación de un
conjunto de medidas que funcionen como paliativo de la crisis. La apuesta al “Plan
Octubre” busca fijar ciertos precios de la canasta básica (60 productos) y anuncia que no
habrán más aumentos de tarifas dependientes del Estado Nacional previstos para este
año (salvo el gas que tendrá un aumento de casi el 30% escalonado en tres meses). Todo
este panorama parece reflejar que la estrategia de Cambiemos es patear el problema
hasta después de las elecciones.
Analizando la situación de la acumulación de capital en perspectiva, nos enfrentamos con
el momento más crítico del último tiempo. El uso de la capacidad instalada de las fábricas
llegó al 56,2%, el nivel más bajo desde la salida de la convertibilidad, lo cual da cuenta de
un capital chatarra que no logra valorizarse con normalidad. No obstante, el capital
industrial mira esto como si fuera simplemente un monto de capital no utilizado que podría
reactivarse por medio del crédito subsidiado y la reducción de impuestos y salarios (de ahí
los reclamos de la UIA). Los argentinos perdieron unos u$s3.000 en promedio de PBI per
cápita y se acercaron al mismo nivel que hace una década atrás (de acuerdo a la
consultora Econométrica, a fines de 2018 el producto per cápita alcanzó u$s11.645). La
situación de la acumulación se encuentra en un proceso de estancamiento de la inversión
que existe desde 2011. Las fluctuaciones dentro de este estancamiento general
produjeron, en el último tiempo, ciertos años de crecimiento seguidos a uno de caída, “la
maldición de los años pares”, la cual se rompió con la fuerte recesión con que comenzó
2019. Esta traba de la acumulación se expresa políticamente en una creciente debilidad
de las clases.

La debilidad de las clases


Así como la clase obrera no logra darse un organismo sindical unificado, y menos aún un
partido político de masas, la burguesía tampoco logra darse un programa que unifique al
conjunto. Los capitales que acumulan, lo hacen en desmedro de otros, lo cual imposibilita
una alianza que puje hacia el mismo lado, o la existencia de una fracción que pueda
acaudillar al resto.
A grandes rasgos, los capitales vinculados al agro y la minería esbozan un programa
político de liquidación de la ISI. Por su parte, los capitales industriales más concentrados
(nucleados en torno a Techint y la UIA) plantean una gestión del proceso que los deje en
pie, es decir un “ajuste administrado”. La necesidad de liquidar en masa capital sobrante,
lleva a este sector a resistirse a ser liquidado y establecer un marco de alianzas con la
clase obrera atada a él para su reproducción.
El programa de la burguesía se expresa en tres variantes con (mayor o menor)
potencialidad de ser aplicado. Cambiemos, quien en principio ponía toda su artillería con
el plan octubre para llegar a las elecciones de la mejor manera y ahora debe esforzarse
para que la candidatura de Macri se efectivice en junio, tiende a presentarse como la
cara más manifiesta de la liquidación del capital industrial. Las autocríticas de dicha
alianza en torno a haber seguido la vía gradualista del ajuste indicarían que, en caso de
lograr la reelección, Macri no expresaría nuevamente un “populismo amarillo”, sino que
iría por la vía acelerada. Pese a las tensiones que dicha alianza presenta (básicamente,
con los tirones de la UCR para aumentar el gasto social o romper e irse con otro
candidato) generan que esto no se expresa tan visible. No obstante, las críticas a los
subsidios hacia las ensambladoras de Tierra del Fuego y el fuerte respaldo de Galperín
(Mercado Libre, la empresa argentina de mayor cotización en bolsa) a dicha alianza deja
en claro que Cambiemos es la expresión más acabada del modelo chileno, es decir, del
desmantelamiento de la ISI y un fuerte crecimiento del comercio y los servicios.
El relativo silencio de Cristina Kirchner le pone trabas a la campaña de Cambiemos (en
tanto esta siempre se realizaba en contraposición del kirchnerismo), al mismo tiempo que
le permite fortalecerse en los momentos de mayor debilidad de Macri. Con el inicio de
campaña por medio de publicaciones de libros de CFK y Kicillof, las especulaciones sobre
una candidatura presidencial empiezan a cerrarse. Si bien en cuanto a lo ideológico el
kirchnerismo se presenta como la defensa a ultranza de la ISI y el empleo, en lo político,
su pragmatismo le permitiría decir lo necesario para asumir y hacer lo contrario de lo que
se decía en campaña para gobernar. Al respecto, las dudas de los empresarios están
puestas en sí CFK puede personificar el ajuste, como lo hizo Alicia Kirchner en Santa
Cruz, o no. Esta dualidad dificulta el apoyo a su candidatura y retrasa su consolidación.
Podría decirse que el círculo rojo no quiere nuevamente caer en el error de 2011, es decir,
pretender que Cristina Fernández realice “sintonía fina”, pero recibir un “vamos por todo”
imponiendo nuevas trabas para la acumulación (cepo, prohibición de giro de utilidades,
etc). Esto impulsa a que el kirchnerismo se ponga en campaña vía Kicillof y Álvarez Agis
con distintos empresarios, con visitas por Wall Street y remarcando que el problema no es
el FMI sino la gestión de Macri (aunque lo critican, evitan erosionarlo en demasía). En
tanto no existan bases que sostengan la acumulación de capital, la victoria de Cristina
Kirchner puede expresar la personificación del ajuste (Alicia Kirchner, Menem, etc.), la
agudización de la crisis vía negación de la necesidad del mismo o la administración de la
misma en donde se estire la agonía del pequeño capital hasta que finalmente perezca.
Tanto Macri como Kirchner son los candidatos con mayor intención de votos para
presidente o, en su defecto, para el presidio, dada la cantidad de causas y
procesamientos que cada uno posee. En caso de no ganar las elecciones, la debilidad
puede exacerbar las causas judiciales. La alta imagen negativa de estos dos candidatos
genera la conformación de un tercer gran bloque de votantes, quienes no están
unificados. No obstante, cada vez asoman más las chances de que Lavagna agrupe a tal
bloque. Aprovechando su rol de economista, Lavagna se muestra como el técnico capaz
de resolver, de la mejor manera, los problemas que ninguno de los otros candidatos
puede hacer. Por tal motivo, se presenta como quien puede realizar el ajuste
administrado, preservando lo más importante de la ISI (los grandes de la UIA: Techint,
Arcor, Pérez Companc) y depurando el resto.
La situación de crisis económica determina una situación general de debilidad de las
clases sociales. Así, ninguna facción de la burguesía puede levantarse imponiendo
condiciones sobre las demás. Esta debilidad se observa, incluso, en las elecciones
provinciales, donde se muestra una dinámica en cierto punto distinta a la nacional, pues
los candidatos que logran ganar las elecciones son los oficialismos provinciales. El hecho
de que ni el macrismo ni el kirchnerismo logren ganar en las provincias muestra la
fragmentación de poder de la burguesía. Asimismo, la debilidad también puede verse en
otros hechos políticos, tales como la descomposición de los servicios de inteligencia
(causa D’Alessio) y el enfrentamiento interno de la policía por causas de narcotráfico, el
pasaje desembozado de la actividad publíca a la privada (Galuccio como ejemplo), etc.
Por su parte, la clase obrera también carece de un comando unificado, tanto en lo sindical
como en lo político. A nivel del movimiento obrero, los intentos de unificación, más allá de
las formas, no resultaron en una unidad de comando y representación. Esto se ve en que
los sectores con más dinamismo sólo logran representar a sus afiliados pero no al
conjunto. El FSMN (Frente Sindical para el Modelo Nacional) es el agrupamiento que se
muestra más combativo y con más vocación de un armado político (en torno a la
candidatura de Cristina Fernández) pero su poder de fuego es limitado. La creciente
porción de la clase obrera sobrante consolidada (organizada en la CTEP) pivotea entre
sus necesidades de supervivencia y aliarse a este sector, con una política actual de
golpear y negociar con el gobierno, inicialmente efectiva y desgastada a medida que se
definen los campos de alianzas.
Los “Gordos” mantienen su poder de veto y el control formal de la CGT. Entendemos que
su fortaleza brota de expresar a sectores ligados a la circulación del capital y llamamos la
atención sobre la necesidad de profundizar en el estudio de esta cualidad ligándola a la
tendencia del cambio de especificidad que implica la desaparición de la ISI. Esto es, la
pérdida de peso del capital industrial resta fuerza a los representantes obreros atados a
dichos capitales, mientras que los dirigentes sindicales del sector servicios mantienen o
aumentan su importancia.
Respecto a la organización política de las corrientes que se presentan como partidos de la
clase obrera que confluyen en el FIT, se encuentran con que (Programa de Transición
mediante) sus consignas muestran una distancia tal con las posibilidades del ciclo
económico que suenan irrealizables para la gran mayoría de la clase y los sume en una
debilidad creciente. Frente a ello aparecen tensiones en su interior que son vistas como
una lucha de opuestos entre la defensa del programa revolucionario y la búsqueda del
posicionamiento electoral. Es decir, el sostenimiento de consignas que no tienen
posibilidad de carnadura social (Asamblea Constituyente) o el pragmatismo de la real
politik. El desenvolvimiento de ello muestra la consolidación de esta última posición. La
propuesta de los 10 puntos del FIT es una muestra de todo esto. Si bien en el momento
de alza del ciclo de acumulación las consignas transicionales cumplen un papel en la
dinámica de la recuperación salarial (permitiendo obtener “un poco más”), en el momento
inverso no encuentran terreno fértil.
En resumen, un sector importante de la clase obrera ligada a sectores dinámicos apoya a
Cambiemos, aunque sus representantes sindicales cierren filas con Lavagna
(Barrionuevo, Cavallieri, Caló). Por otro lado, el sector que reproduce su vida ligado al
llamado pequeño capital se encolumna detrás de Cristina, mientras que los sectores de
izquierda retroceden.

Conclusiones provisorias
Como la crisis va haciendo apariciones por medio de espasmos se genera el efecto de
señales contradictorias (baja y subas de tasas, quietud y volatilidad del tipo de cambio,
brotes verdes y caída etc). Esa es la forma concreta que tiene.
El precario equilibrio fiscal primario y el superávit comercial del primer trimestre se basan
en la contracción económica (caída del gasto e importaciones). El círculo vicioso de las
Leliqs que promete emisión futura, pero al mismo tiempo asfixia la actividad productiva
que podría canalizar el equilibrio entre producción y consumo capaz de absorberla, puede
terminar en una corrida bancaria. Esto, sumado a la incertidumbre política por las
elecciones, ejerce una presión sobre el precio del dólar y colocan a los bancos en posición
de ser rescatados por un nuevo plan Bonex. A su vez, el conocimiento general en torno a
la insostenibilidad de la deuda externa, en tanto los vencimientos a futuro son impagables,
genera un potencial riesgo de default que obligue a una restructuración de la deuda (lo
cual ya es mencionado por ciertos sectores de la oposición).
Un resultado electoral que no logre concitar un claro apoyo traducido en consenso (pacto
social) fogonearía una crisis política abierta. Por el contrario, un futuro gobierno con
legitimidad, avanzaría en una reforma previsional y laboral, al tiempo en que,
probablemente, reduciría las jubilaciones, congelaría salarios estatales y restringiría las
paritarias privadas a aumentos por productividad. Esto llevaría a que las condiciones de
vida de la clase trabajadora se agraven expresándose en los indicadores sociales de
manera aún más cruda. Asimismo, el crecimiento de la población sobrante puede ser el
caldo de cultivo para escenarios con mayores niveles de violencia.
La caída de la renta agraria y la imposibilidad de compensar por endeudamiento solo
dejan la posibilidad de una mayor caída del valor de la fuerza de trabajo expresada
globalmente. Entendemos que ello se expresaría en una aceleración de la salida de
capital industrial rezagado en su productividad y en creciente expulsión de fuerza de
trabajo del sector con tasas de desempleo abierta por encima del 12%.
Vemos una tendencia agudizada al desmantelamiento de la ISI y al cambio de
especificidad. Las dificultades para caracterizar la situación residen, precisamente, en que
nos encontramos en la fase de transición de dicho movimiento. Con la particularidad de
que si bien la eliminación del capital industrial no está puesta de manifiesto, el pleno
desarrollo de esta crisis puede concretar ese proceso de cambio de manera definitiva.

¿Qué hacer?
Si la especificidad de Argentina como ámbito de acumulación nacional cambia arrastrando
consigo a la forma en la que se reproduce la clase obrera, debemos poder conocer con la
mayor rigurosidad posible los límites de nuestra propia acción. Nos enfrentamos a un
proceso de empeoramiento más agudo y continuo de las condiciones de vida.
En primer lugar, por lo inmediato, la creciente debilidad del movimiento obrero nos obliga
a no personificar la necesidad de su debilitamiento. Lo mismo con los partidos de
izquierda, es decir, a no accionar en pos del debilitamiento de la izquierda, por más que
su conocimiento de las determinaciones sea limitado. La contracara de esto es clarificar el
contenido y las formas políticas en las que se expresa la acción de la burguesía y la
propia clase obrera.
En segundo lugar, frente al “sálvese quien pueda” que aflora cuando los lazos de
solidaridad de clase se debilitan, concentrar el esfuerzo en la planificación colectiva de
tareas es imprescindible. Discutir la organización es vital para organizar una retirada
combatiendo, entendiendo como parte del combate la preservación de condiciones para
actuar (de fuerza, voluntad, recursos materiales etc.). Tener en claro de que se trata de
una retirada nos permite, en principio, no proponernos tareas de imposible realización y
avanzar en conocer las posibilidades de que esa retirada necesaria devenga en
estratégica implementando entonces las tácticas más eficientes.
En tercer lugar, identificar cómo afecta de forma diferenciada a las distintas fracciones de
la clase obrera nos permite evaluar en dónde se cuenta con mayores reservas para
desplegar nuestra acción política. Esto también permite potenciar los alcances de la
acción política al reconocerse sus determinaciones.
En cuarto lugar, como el aflujo de renta impone el ritmo de este proceso, se convierte en
una tarea central conocer su magnitud y formas de apropiación.
En quinto lugar, la especificidad común de América Latina fue -históricamente en el
capitalismo- ser ámbitos donde afluía renta y eso ponía un piso común a la acción de la
clase obrera para superar los límites nacionales. Poder dar cuenta de la tendencia al
cambio de especificidad y su devenir con precisión y rapidez como algo común al resto de
latinoamérica nos pone, con otras determinaciones, frente a tareas internacionales. Con
esto nos referimos a la necesidad de conocer lo particular de Chile, de la forma en que
entra, circula y sale la renta minera, y de cómo se reproduce su clase obrera; así también
Venezuela y la forma brutal del desmantelamiento que convierte masivamente a su clase
obrera en población obrera sobrante consolidada; a Brasil con más industria rezagada
para desmantelar, una situación social efervescente y un personal político y empresarial
en descomposición; a Uruguay y su estancamiento económico, el cual hace que la mitad
de su población viva fuera de su territorio. Para potenciar nuestro qué hacer y darle una
dimensión internacionalista es imprescindible conocer cuál es la situación que atraviesa la
acumulación en el resto de los países y qué nos pasa como clase obrera continental.

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