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Conclusiones provisorias
Como la crisis va haciendo apariciones por medio de espasmos se genera el efecto de
señales contradictorias (baja y subas de tasas, quietud y volatilidad del tipo de cambio,
brotes verdes y caída etc). Esa es la forma concreta que tiene.
El precario equilibrio fiscal primario y el superávit comercial del primer trimestre se basan
en la contracción económica (caída del gasto e importaciones). El círculo vicioso de las
Leliqs que promete emisión futura, pero al mismo tiempo asfixia la actividad productiva
que podría canalizar el equilibrio entre producción y consumo capaz de absorberla, puede
terminar en una corrida bancaria. Esto, sumado a la incertidumbre política por las
elecciones, ejerce una presión sobre el precio del dólar y colocan a los bancos en posición
de ser rescatados por un nuevo plan Bonex. A su vez, el conocimiento general en torno a
la insostenibilidad de la deuda externa, en tanto los vencimientos a futuro son impagables,
genera un potencial riesgo de default que obligue a una restructuración de la deuda (lo
cual ya es mencionado por ciertos sectores de la oposición).
Un resultado electoral que no logre concitar un claro apoyo traducido en consenso (pacto
social) fogonearía una crisis política abierta. Por el contrario, un futuro gobierno con
legitimidad, avanzaría en una reforma previsional y laboral, al tiempo en que,
probablemente, reduciría las jubilaciones, congelaría salarios estatales y restringiría las
paritarias privadas a aumentos por productividad. Esto llevaría a que las condiciones de
vida de la clase trabajadora se agraven expresándose en los indicadores sociales de
manera aún más cruda. Asimismo, el crecimiento de la población sobrante puede ser el
caldo de cultivo para escenarios con mayores niveles de violencia.
La caída de la renta agraria y la imposibilidad de compensar por endeudamiento solo
dejan la posibilidad de una mayor caída del valor de la fuerza de trabajo expresada
globalmente. Entendemos que ello se expresaría en una aceleración de la salida de
capital industrial rezagado en su productividad y en creciente expulsión de fuerza de
trabajo del sector con tasas de desempleo abierta por encima del 12%.
Vemos una tendencia agudizada al desmantelamiento de la ISI y al cambio de
especificidad. Las dificultades para caracterizar la situación residen, precisamente, en que
nos encontramos en la fase de transición de dicho movimiento. Con la particularidad de
que si bien la eliminación del capital industrial no está puesta de manifiesto, el pleno
desarrollo de esta crisis puede concretar ese proceso de cambio de manera definitiva.
¿Qué hacer?
Si la especificidad de Argentina como ámbito de acumulación nacional cambia arrastrando
consigo a la forma en la que se reproduce la clase obrera, debemos poder conocer con la
mayor rigurosidad posible los límites de nuestra propia acción. Nos enfrentamos a un
proceso de empeoramiento más agudo y continuo de las condiciones de vida.
En primer lugar, por lo inmediato, la creciente debilidad del movimiento obrero nos obliga
a no personificar la necesidad de su debilitamiento. Lo mismo con los partidos de
izquierda, es decir, a no accionar en pos del debilitamiento de la izquierda, por más que
su conocimiento de las determinaciones sea limitado. La contracara de esto es clarificar el
contenido y las formas políticas en las que se expresa la acción de la burguesía y la
propia clase obrera.
En segundo lugar, frente al “sálvese quien pueda” que aflora cuando los lazos de
solidaridad de clase se debilitan, concentrar el esfuerzo en la planificación colectiva de
tareas es imprescindible. Discutir la organización es vital para organizar una retirada
combatiendo, entendiendo como parte del combate la preservación de condiciones para
actuar (de fuerza, voluntad, recursos materiales etc.). Tener en claro de que se trata de
una retirada nos permite, en principio, no proponernos tareas de imposible realización y
avanzar en conocer las posibilidades de que esa retirada necesaria devenga en
estratégica implementando entonces las tácticas más eficientes.
En tercer lugar, identificar cómo afecta de forma diferenciada a las distintas fracciones de
la clase obrera nos permite evaluar en dónde se cuenta con mayores reservas para
desplegar nuestra acción política. Esto también permite potenciar los alcances de la
acción política al reconocerse sus determinaciones.
En cuarto lugar, como el aflujo de renta impone el ritmo de este proceso, se convierte en
una tarea central conocer su magnitud y formas de apropiación.
En quinto lugar, la especificidad común de América Latina fue -históricamente en el
capitalismo- ser ámbitos donde afluía renta y eso ponía un piso común a la acción de la
clase obrera para superar los límites nacionales. Poder dar cuenta de la tendencia al
cambio de especificidad y su devenir con precisión y rapidez como algo común al resto de
latinoamérica nos pone, con otras determinaciones, frente a tareas internacionales. Con
esto nos referimos a la necesidad de conocer lo particular de Chile, de la forma en que
entra, circula y sale la renta minera, y de cómo se reproduce su clase obrera; así también
Venezuela y la forma brutal del desmantelamiento que convierte masivamente a su clase
obrera en población obrera sobrante consolidada; a Brasil con más industria rezagada
para desmantelar, una situación social efervescente y un personal político y empresarial
en descomposición; a Uruguay y su estancamiento económico, el cual hace que la mitad
de su población viva fuera de su territorio. Para potenciar nuestro qué hacer y darle una
dimensión internacionalista es imprescindible conocer cuál es la situación que atraviesa la
acumulación en el resto de los países y qué nos pasa como clase obrera continental.