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El sistema electoral colombiano: caduco, ineficiente y amañado

La jornada de elecciones del pasado domingo 11 de marzo dejó ver, además del histórico
primer voto de los miembros de la ex guerrilla de las Farc, comportamientos y situaciones
que darán mucho material para el análisis: la reducción del abstencionismo, el nacimiento de
nuevas fuerzas en el Congreso, la reelección de los corruptos a través de sus cesionarios;
¿cómo no mencionar la evidente desinformación y agresividad con la que llegaban muchos
colombianos a los puestos de votación? Casi que premeditada si se tiene en cuenta la
creciente desconfianza en las instituciones que se ha venido nutriendo desde campañas sucias
y políticos irresponsables.
Pero de todo lo que pudo haber dejado esta primera etapa electoral, fue sin duda la falta de
tarjetones para la consulta el acontecimiento que se robó el protagonismo. Sin embargo, más
allá de la línea de debate que se dio sobre este hecho, de si fue falta de plata o un mal cálculo
de la registraduria, hay un tema central en esta cuestión que realmente merece tener todos los
reflectores encima: la ineficiencia y lo obsoleto del proceso electoral.
“[…] al azar se extrae la cantidad de votos excedentes y, sin abrirlos, se incineran en una
bandeja de barro”. Aunque la anterior frase suene a la antigua Grecia, no es más que un
extracto de nuestro Código Electoral para el manejo que le deben dar los jurados a los votos
que no “cuadren” con el número de votantes. Se trata pues de un Código hecho para el
contexto de mediados del siglo 20 aplicado 32 años después.
Según la Misión de Observación Electoral (MOE) desde 1986, año de nuestro actual Código
Electoral, se han hecho aproximadamente 80 intentos para su reforma. El último de estos se
dio el año pasado con la reforma electoral presentada por la Misión Electoral Especial (MEE)
en mandato a los Acuerdos de la Habana. Intento que también se hundió en noviembre en el
Congreso.
No es que la falta de tarjetones de la jornada del domingo haya develado la inoperancia del
sistema por primera vez. La verdad es que cada 4 años salen perlas a la luz que al final son
opacadas entre otras noticias. Y así, vuelve y queda otra vez el tema en el tintero hasta que
llegan las siguientes elecciones, en donde de nuevo la excusa del Congreso es que “no se
puede hacer una reforma electoral en tiempos electorales”. Pero lo que hay de fondo aquí es
que muchos políticos no quieren cambiar las leyes que les han servido para elegirse.
Para no ir tan lejos, la perla del 2014 fue nada menos que el robo de curules del Mira que
terminó revelando un modus operandi de corrupción gravísimo, que aprovecha la fragilidad
del sistema y la modalidad de tercerización que utiliza la registraduria Nacional en el
desarrollo y control del proceso electoral, para robarle votos a los partidos pequeños o a los
quemados y sumárselos a otros. Incluso sin mirar a fondo el fallo del Consejo de Estado
respecto este caso, basta con analizar de cerca una jornada electoral para identificar casi que
en cada paso debilidades serias que además de dar infinitos espacios para el error humano,
cuantificables en el número de mesas y votos anulados al final de cada jornada, abren
fácilmente las posibilidades de manipulación a los corruptos. Volviendo así cada engorroso
filtro que se inventan para garantizar “transparencia y control” en un despropósito en sí
mismo.
Para la modernización del Sistema Electoral la MEE llegó a la misma conclusión que ya
había llegado la OEA en su informe de veeduría electoral en el 2011. Básicamente esta fue
acerca de cómo la tercerización de la organización de las elecciones hacía que quienes
adquirieran la experiencia en la realización de los comicios fueran los contratistas y no la
registraduria, lo cual representa para este organismo un desconocimiento sobre cómo se
organizan unas votaciones, y pone a la cabeza organizadora electoral de la Nación en una
situación de subordinación ante dichas empresas. En otras palabras, la institución que fue
creada para organizar las elecciones no sabe cómo hacerlas. Sabe cómo contratar a quien ha
contratado siempre para que se las haga, y en cada ciclo electoral que pasa se vuelve más
dependiente de esos contratistas, perdiendo administración y control sobre el proceso que
está a su cargo.
A pesar que en el informe la MEE reconoce que al compararse los costos de la organización
de las elecciones en Colombia con los de otros países, en algunos casos, los nuestros son
superiores (elecciones de 2014, sumado Congreso y Presidencia: un billón 86 mil millones
de pesos; mientras que en Canadá no alcanzan el billón: $808.776.000.000); la propuesta
sobre modernización se quedaba corta al sólo recomendar que se busquen alternativas para
obtener autonomía a través de la renovación de la infraestructura informática.
Si bien es plausible y hasta emocionante ver como ejercicio democrático a cientos de
colombianos, por todo el país y en todas partes del mundo, contando y recontando votos
(muchos voluntariamente), y a otros viajando horas para hacer valer su derecho; lo cierto es
que en la práctica, la ineficiencia de este método cuesta mucho en plata, en transparencia, en
cifras de abstencionismo y hasta incluso le cuesta al planeta, porque la cantidad de papel y
material que se desperdicia entre tarjetones en perfecto estado, cartillas, módulos y urnas que
se deben romper al terminar la jornada se podría contar en toneladas.
Para todos estos males existe una amplia variedad de herramientas tecnológicas que desde
los años 60 empezaron a utilizarse en varios países del mundo con el fin de mejorar la
eficiencia del proceso electoral. Ya sea el voto mediante máquinas de Grabación Electrónica
Directa, voto electrónico en papel con tarjetas perforadas o con escaneo óptico, voto por
Internet o el Blockchain que acaba de probar Sierra Leona para el conteo de su sufragio; entre
los países que han utilizado estos métodos lo han hecho de formas diferentes. Hay unos que
los aplican para la totalidad de su territorio, otros sólo en algunas zonas; unos para ciertos
comicios, otros para todas sus elecciones.
Finalmente, lo que queda claro aquí es la necesidad de una reforma ¡urgente! No solo de
forma sino también de fondo al sistema electoral colombiano. Así como también urge que le
pongan la lupa y el freno a los robos que nos han hecho elección tras elección, antes de que
lleguen los siguientes comicios y se repita la historia. Ningún sistema es perfecto. Siempre
existirá algún riesgo de manipulación.
El sistema electoral colombiano: la democracia ficticia
El balance que hizo de las pasadas elecciones parlamentarias del 11 de marzo la Misión de
Observación Electoral de Colombia (MOE) deja muy mal parados a la registraduria Nacional
del Estado Civil y al Consejo Nacional Electoral, CNE. Para realizar el balance de los
comicios, la MOE desplegó a 3.398 observadores en 571 municipios (son 1.102 en total) de
los 32 departamentos del país y, además de informar acerca de la confusión y el malestar
ciudadano producto de los problemas con la falta de tarjetones para la consulta abierta
interpartidista, desvelaron una cadena de fallas de logística y de recursos humanos y técnicos
cometidos durante la jornada electoral.
Las fallas: Más allá del problema de las fotocopias de los tarjetones faltantes, el balance de
la MOE evidencia, por ejemplo, que el 79% de los jurados de votación no conocía el
procedimiento del conteo de votos, denotando la falta de una completa capacitación que
debería brindarles la registraduria. ¿Si no hay claridad de los jurados en el conteo de votos,
cómo garantizar la fiabilidad de los datos presentados? Es que la descoordinación entre las
dos entidades es protuberante.
La MOE demostró que “en el 35% de las mesas observadas se permitió votar al ciudadano
después de las 4:00 pm”, “en el 15% de las mesas el número de votos era mayor al número
de votantes habilitados” y, “en el 62% de los puestos observados NO todas las personas
pasaban por el registro biométrico permitiendo posible suplantación”. De los 426 reportes
ciudadanos sobre irregularidades electorales presentadas el día de la elección por la MOE a
las autoridades competentes, 184 casos, o sea el 43%, corresponden a constreñimiento al
votante y a la compra y venta de votos, dos de las modalidades más habituales en el país para
consumar fraude electoral. Como el caso de Aída Merlano, del Partido Conservador,
condenada por la Corte Suprema de Justicia por los delitos de corrupción al sufragante,
ocultamiento, retención y posesión ilícita de cédulas de ciudadanía y por tenencia de armas
de fuego. El 11 de marzo, en plena jornada electoral, hallaron en su sede de Barranquilla
$261 millones de pesos en efectivo, varias armas de fuego, un sofisticado sistema con código
de barras para la compra de votos y una lista de líderes políticos afines a la candidata que
recibieron dinero, en cuantía superior a los $7 mil millones de pesos.
En la lista de reportes el segundo más recurrente fue el de la participación indebida de
servidores públicos en política, con 108 casos (25%), la publicidad extemporánea con 66
casos (16%), y el fraude en la inscripción de cédulas con 30 denuncias (7%). En Antioquia,
Atlántico, Bolívar, Nariño, Norte de Santander, Risaralda, Santander, Tolima y Valle del
Cauca, se concentró el 67% de las irregularidades y, en las ciudades de Barranquilla, Bogotá,
Cali, Cartagena, Cúcuta, Ibagué, Medellín, Pasto y Pereira se reportó el 39% de las anomalías.
En Cali, por ejemplo y para investigar un posible fraude electoral, ocho días después de las
elecciones del 11 de marzo y aun en plena consolidación del escrutinio, la Fiscalía decomisó
8 computadoras de la firma contratista que consolidaba las votaciones de las zonas 24 a la 41
de la capital vallecaucana. La entidad aún no presenta resultados. Y si bien el riesgo electoral
asociado a la violencia y al fraude registra los índices más bajos en las últimas elecciones, la
MOE advierte de la persistencia de ésta problemática en 170 municipios del país y en otros
141 hay más censo electoral que población, siendo Antioquia, Boyacá y Santander los
departamentos con más municipios atípicos reportados.
¿Entidades politizadas, corruptas y desprestigiadas?:
El Consejo Nacional Electoral, máxima autoridad de la dirección y el control de la
Organización Electoral, lo integran nueve magistrados elegidos por la Sección Quinta del
Consejo de Estado, pero de ternas enviadas por los partidos y movimientos políticos.
La presidencia del CNE está a cargo del magistrado Alexander Vega, del Partido de La U, y
la vicepresidencia la ocupa el magistrado Carlos Camargo, del Conservador. Esa injerencia
hace del CNE un órgano politizado, a tal punto que su eliminación, a cambio de un tribunal
especializado e independiente, fue sugerida por la Comisión Especial para la Reforma
Política, propuesta desfigurada por el ejecutivo porque también incluía la eliminación parcial
del Consejo de Estado.
La ineficiencia e ineptitud en las investigaciones adelantadas por el CNE contra, por ejemplo,
Óscar Iván Zuluaga, candidato presidencial del Centro Democrático para las elecciones de
2014, o contra Juan Manuel Santos, presidente en ejercicio y en busca de su reelección por
aquella época, por la presunta financiación de la firma constructora brasilera Odebrecht a sus
campañas es otra de las razones de la desconfianza hacia la entidad.
La registraduria, por su parte, a cargo del abogado Juan Carlos Galindo Vacha, afín al partido
Conservador, es la entidad facultada para dirigir y organizar el proceso electoral, además de
“proteger el ejercicio del derecho al sufragio y otorgar plenas garantías a los ciudadanos”
colombianos para tal fin.

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