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ECONOMIA DE LA OFERTA

Todos los economistas están en favor en políticas que muevan la curva de


la oferta agregada a la derecha aumentando el PIB potencial. Estas
políticas de la oferta, como eliminar reglas innecesarias, mantener un
sistema legal eficiente y alentar el avance tecnológico, son deseables,
aunque no siempre es fácil implantarlas. Sin embargo, hay un grupo de
políticos y estudiosos que usan la expresión “economía de la oferta” para
referirse a la idea de que reducir las tasas impositivas aumenta
enormemente la oferta agregada; tanto, de hecho, que la recaudación
fiscal aumenta, en lugar de bajar. Incluso los aliados de quienes defienden
las medidas de la demanda (por ejemplo, George Bush padre, antes de
que fuera presidente) llaman a esta noción “economía vudú”. Tomaremos
el diagrama de la oferta y la demanda agregadas de la figura 5-11 Para
mostrar lo que pasa cuando se reduce los impuestos.
Reducir los impuestos tiene efecto tanto en la oferta como en la demanda
agregada. La curva de la demanda agregada se desplaza de la derecha
DA a DA´. El desplazamiento es más bien amplio. La curva de la demanda
agregada también se desplaza a la derecha de OA a OA´, porque menores
tasas de impuestos aumentan el incentivo para trabajar. Sin embargo, los
economistas saben desde hace mucho que el efecto de este incentivo es
muy pequeño, así que el movimiento a la derecha del PIB potencial es
pequeño. En la figura 5-11 se ilustra el desplazamiento grande de la
demanda agregada y el desplazamiento pequeño de la oferta agregada.

P OA OA´

PRODUCCION E
INGRESO
E´´

Po
E E´

DA´

0 Yo Y´´ DA Y
FIGURA 5-11 EFECTO DE BAJAR LAS TASAS DE IMPUESTOS EN LA DEMANDA Y
LA OFERTA AGREGADAS.

¿Qué esperamos ver? En el corto plazo, la economía se mueve de E a E´.


El PIB aumenta de manera notable. Como resultado, los ingresos fiscales
totales bajan proporcionalmente menos que la baja de la tasa impositiva.
Sin embargo, no es más que un efecto de la demanda agregada. En el
largo plazo, la economía se mueve a E´. El PIB es mayor, pero solo por un
monto pequeño. Como resultado, la recaudación fiscal total baja y el déficit
aumenta. Además, los precios son permanentemente altos.
Estados unidos experimento con la economía de la oferta los recortes
fiscales de 1981-1983. Los resultados fueron los previstos.
No todas las políticas de la oferta carecen de sentido. De hecho,
únicamente esas políticas pueden aumentar permanentemente la
producción. Por importantes que sean, las políticas de manejo de la
demanda son útiles únicamente para resultados de corto plazo. Por este
motivo, muchos economistas están a favor de las políticas de la oferta y
no creen que puedan exageran su efecto.
Muchos economistas conservadores se inclinan por reducir los impuestos
en aras de su efecto de incentivo, pequeño pero real; sin embargo, también
creen en reducir el gasto gubernamental al mismo tiempo. La recaudación
de impuestos bajaría, pero también el gasto del gobierno, así que el efecto
en el déficit seria casi neutro.
La economía de la oferta es una escuela macroeconómica que sostiene
que se puede alcanzar el crecimiento económico con mayor eficacia con
medidas que incrementen la oferta agregada mediante una reducción de
barreras para las personas que producen (oferta) bienes y servicios, tales
como la reducción de impuestos y al permitir una mayor flexibilidad
mediante la desregulación. Según economía de la oferta, los
consumidores terminarán por beneficiarse de una mayor oferta de bienes
y servicios a precios más bajos. Recomendaciones de políticas típicas de
los economistas de la oferta son tasas de impuestos más bajas y menor
regulación legal de la actividad económica.
El grupo de economistas que defienden la economía de oferta plantearon
soluciones prácticas para desterrar las grandes políticas pro-gasto público
que estaban arruinando la economía estadounidense en 1970. Seguidores
de las ideas de Robert Mundell, Arthur Laffer y Jude Wanniski. Wanninski
fue quien acuñó el término economía de la oferta. Pusieron en ejecución
su modelo de política económica durante el mandato presidencial
en Estados Unidos de Ronald Reagan quien siguió sus recomendaciones.
Las tesis de los "supply-siders" se apoyan básicamente en la denominada
"curva de Laffer". Esta curva muestra cómo a partir de cierto tipo
impositivo, una subida de los tipos impositivos provoca una bajada de la
recaudación fiscal, porque al ser alta la presión fiscal muchos prefieren no
ganar más u ocultar su dinero en paraísos fiscales y sociedades opacas.
Su política criticaban el Estado de bienestar porque según ellos atrapaba
a la sociedad en una red de aparente seguridad pero que impedía
maximizar su bienestar.
Su crítica también se fijaba en la inflación. El "dinero barato" resultante de
tipos de interés bajos conducía directamente a la crisis económica, puesto
que una borrachera de medios monetarios, antes o después, conlleva una
resaca que se cobra empresas y empleos.
Soluciones como el tipo fijo en el Impuesto sobre la Renta, la privatización
de servicios públicos y, en especial, de los planes de pensiones eran para
los supply-siders los primeros pasos en la carrera hacia el bienestar.
La economía de la oferta se mantiene, que se deben reducir los impuestos,
especialmente de aquellos que tienen una elevada capacidad de ahorro;
esto es, de los individuos con niveles elevados de renta, así como de las
empresas, pues de esta forma se acrecentará la inversión, y el
crecimiento. Desde esta perspectiva se argumenta que una estrategia
apropiada para reducir el desempleo, además de reducir los salanos,
consiste en alcanzar un crecimiento sostenido del producto nacional
mediante un aumento de la formación de capital, para lo cual se
consideran imprescindibles las medidas antes citadas. Aunque como
consecuencia de estas reducciones impositivas se admite que la
distribución de la renta resultante será menos equitativa, le señala, sin
embargo, que esto sólo será así de forma temporal, ya que las iniciativas
tomadas aumentarán la tarta a repartir, y al final todos resultarán
beneficiados. Ante la aparente contundencia y originalidad de estos
argumentos debe ofrecerse una serie de precisiones. En primer lugar hay
que señalar que los mismos no son nuevos, sino que han sido
profusamente empleados en la literatura del crecimiento y el desarrollo
económico, y que desde,. esta misma literatura llega una primera llamada
de alerta. A la luz de la reciente experiencia se observa que, a pesar de
las fuertes tasas de crecimiento experimentadas por algunos de los países
menos desarrollados, la distribución de la renta, en la mayor parte de los
mismos, reflejó mayores desigualdades. Sin embargo, el supuesto
habitual, entre los defensores del desarrollo mediante medidas similares a
las citadas, era que habría un aumento de la desigualdad hasta un cierto
nivel y luego mejoraría la distribución de la renta. La evidencia muestra,
sin embargo, que ese proceso no ha tenido lugar y no parece, por tanto,
que una tasa creciente de desarrollo sea una garantía contra la pobreza ni
contra una injusta distribución de la renta.

Reducción fiscal

En segundo lugar, piénsese, que las reducciones fiscales propugnadas


ocasionarán, al menos, a corto plazo, una disminución de los ingresos
del Gobierno, y para evitar aumentos excesivos en el déficit público se
propugnarán, paralelamente, reducciones en los gastos públicos. Dada la
naturaleza del gasto público, las partidas que sufrirán las mayores
presiones para verse reducidas serán los pagos de transferencia y
ciertos programas de ayuda a colectivos poco favorecidos. La evidencia
de la economía norteamericana lo demuestra así, y además los
economistas de oferta lo justifican diciendo que dichos gastos tienen un
efecto negativo sobre la productividad y los incentivos para trabajar.

Al analizar conjuntamente las reducciones en los impuestos y las


restricciones en los gastos públicos resulta más evidente el efecto
regresivo sobre la distribución de la renta. Por un lado, las tasas
impositivas se reducen para aquellos individuos con niveles, de renta
superiores y, por otro, se eliminan o reducen aquellas partidas de gasto
dirigidas a colectivos situados en los estratos inferiores de renta.

Cabe argumentar en consecuencia que el hipotético aumento en la


producción propugnado sólo a expensas de los menos productivos, como
eufemísticamente se denomina a los individuos de menor renta, implicará
un precio demasiado elevado en términos de equidad.

Rechazar o matizar las medidas propuestas no implica opción a favor del


estancamiento. Debe señalarse que el nexo de unión entre desigualdad y
crecimiento no es tan estrecho como sugieren los economistas de oferta.
Puede haber crecimiento sin aumentos importantes en la desigualdad de
la distribución de la renta. Así, ciertos países en vías de desarrollo, como
Taiwán, Costa Rica o Singapur, han logrado tasas de crecimiento
relativamente altas sin los aspectos prejudiciales del empeoramiento en
la distribución de la renta. En esos países se ha evidenciado que la
preocupación por factores tales como el acceso generalizado a los
medios productivos y el desarrollo de los recursos humanos ha
contribuido a lograr una estrategia de crecimiento en la que las
diferencias de renta no han aumentado. En su mayor parte, esta
preocupación se ha concretado en ayudas a los pequeños agricultores,
en términos de políticas de precios agrícolas favorables y subvenciones
financieras que les han facilitado el acceso a la propiedad de la tierra.

De cara a la problemática de buena parte de las economías occidentales,


no parece desacertado tener presentes estas iniciativas y readaptarlas
según las circunstancias. Un apoyo más activo al pequeño propietario y a
la autonomía administrativa pueden ser medidas a tomar. Un mayor
crecimiento, sin empeorar la distribución de la renta de las economías
occidentales, se podría lograr potenciando proyectos y empresas
cooperativas y ciertos programas de ayuda al pequeño industrial y
comerciante. De esta forma se. fomentaría la iniciativa privada y se
impulsaría a ciertos elementos dinámicos que no pueden desarrollar su
capacidad productiva por la dificultad de acceder a la propiedad de los
medios de producción.
Paradójicamente, la justificación de estas medidas se podría establecer
en términos de uno de los argumentos clave de la economía de la oferta:
la potenciación de los incentivos. Como se ha señalado repetidamente, el
desarrollo de los derechos de propiedad es una pieza básica del
crecimiento capitalista, pues estimula los incentivos humanos. Desde
esta perspectiva, el apoyo al acceso a la propiedad de los individuos
antes señalados no sólo contribuiría a mejorar la distribución de la renta,
sino que también incentivaría el trabajo. Las iniciativas en favor del
pequeño propietario contribuirían además a reducir el problema del
desempleo, haciendo innecesarios ciertos pagos de transferencias y, a la
vez, podrían afectar favorablemente a la inflación, pues aumentarían la
oferta de productos disponibles.

Por supuesto que este tipo de medidas, aunque puedan justificarse


empleando aumentos propios de la economía de la oferta, no resultarán
gratas a los economistas de oferta o neoliberales, ya que implicarían una
cierta dosis de intervencionismo en el libre juego del mercado, y ello
supondría un claro sacrilegio contra la ortodoxia liberal.

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