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EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO

Ciro Alegría

EL DESPOJO

Septiembre creció y pasó con nubes y recelos. Octubre luego agitando su ventarrón
cambiante, con súbitas olas de frío y terrales remolineantes por la plaza, las lomas y los
caminos. Entre las tejas y los aleros prolongados un amenazante rezongo, extendía y agitaba
como banderolas los ponchos y las amplias polleras de los caminantes, tronchaba gajos
nuevos y arrancaba hojas. Su invisible zarpa arañaba la carne del hombre y el vegetal la piel
trabajada de la tierra.
Así llegó el ventarrón de octubre, y los comuneros le ponían su habitual cara de
tranquilidad. Renunciaría a su embate frente a un suelo hinchado, un árbol lozano, una lluvia
apretada como un muro. Mas corría otro ventarrón incontrastable que azotaba la continuidad
de la existencia comunitaria y al cual no se podía encarar con la respuesta de la naturaleza. Y
ésta es la que, en último término, sabían dar los labriegos. Hombre de campo, adoctrinados
en la ley de la tierra, desenvolvían su vida según ella e ignoraban las demás, que antes les eran
innecesarias y por otra parte no habían podido aprender. Ahora, ante la papelera embestida
o sea la nueva ley, se encontraban personalmente desarmados, y su esperanza no podía hacer
otra cosa que afirmarse en el amor a la tierra. Mas no bastaba para afrontar la lucha y había
que ir al pueblo y tratar con los rábulas.
Rosendo Maqui pensó dejar de lado al sospechoso Bismarck Ruiz, pero, cuando quiso
contratar a alguno de los otros “defensores jurídicos” que actuaban en la capital de la
provincia, todos se negaron. Uno le manifestó: “¿Por qué me voy a despreciar defendiendo
causas perdidas? Dense con una piedra en el pecho agradeciendo que Amenábar no les quita
todo”. Ruiz seguía alentando a los comuneros del modo más optimista. Díjoles que el
decomiso de escopetas nada tenía que ver con el juicio, pues el gobierno había mandado
desarmar a todo el norte de la república debido a que corrían rumores de revolución… Sería
largo relatar todas las mentiras y promesas de Birmarck Ruiz, todas las intrigas de Amenábar.
Los comuneros perdieron la fe, y Rosendo sentía que se estaba moviendo en un ambiente
malsano, extraño a su sentido de la vida, tétrico como una cueva donde podía herir a mansalva
la garra más artera. Lejos de la tierra, parecía que se cosechaban solamente los frutos de la
maldad. Ese mismo juez, que parecía tan austero, nada habría hecho por respetar la justicia
cuando todos los pobres temían desafiar a un rico así fuera tan sólo con una declaración de
conciencia.
El alcalde llamó a los regidores a consejo. Dentro de dos días, tenían que ir al pueblo a
escuchar la sentencia del juez. Nada quedaba por hacer ya. La prueba llegaría al fin. Sin duda
no lo perderían todo. Acaso menos de lo que se esperaba. Acaso… Cuando Rosendo recordó

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al viejo Chauqui, aquel que habló de la peste de la ley, les hizo crujir los huesos un dolor de
siglos.
***
Nadie dudó, viendo a Rosendo Maqui, los cuatro regidores y algunos comuneros
añadidos a la comisión, de que lo peor se había cumplido. Llegaron tarde ya, con sombra,
formando un silencioso y apretado grupo. Parecía que los mismos caballos estaban
contagiados de la tristeza de los jinetes, y dejaban colgar sus largos cuellos crinudos. De volver
con bien, uno o dos comisionados se habrían adelantado para entrar al caserío galopando y
gritando la nueva. Llegaban juntos y nada decían ni entre ellos mismos. A la luz de los fogones
cruzó la cabalgata de flojo trote y se detuvo ante la casa de Rosendo. Éste habló con voz dura
y ronca:
-Digan lo que ha pasao pa que cada uno piense y forme su parecer… Pasao mañana en
la tarde será de una vez la asamblea de año… ahí se tratará…
Regidores y comuneros fuéronse hacia sus casas. Sebastián Poma tendió los nervudos
brazos a su sueño y Rosendo desmontó aceptando de buen grado la ayuda y luego entró a su
casa con andar pesado. Poco le preguntaron Sebastián y Anselmo, pero frente a las casas de
los acompañantes se agolparon grupos ávidos que poco a poco se fueron deshaciendo para
comentar por su lado.
-Quita la parte baja hasta el río Ocros, entre lao y lao de la quebrada y el arroyo…
-¿Qué vale esa peñolería que da pa Muncha?...
-La pampa de Yanañahui hasta las peñas de este lao y de El Alto… es lo que deja…
-Ah, maldito…
-No debemos consentir…
-¿Qué se hará? No hay ni escopetas.
-Porfirio tiene un rifle…
-No debemos considerar onde ése… No es de aquí…

Ni Rosendo ni ninguno de los que habían escuchado la sentencia entendieron muy bien
sus disposiciones, enredadas en una terminología judicial y un estilo enrevesado más
inextricables que matorral de zarzas. Bismarck Ruiz, haciéndose el triste, se las había explicado
una por una. Tampoco entendieron entre el palabreo, que ellos se daban por notificados
“difiriendo apelación”, términos que el tinterillo se guardó de explicar y en los que nadie
reparó. Por último, el juez, “de acuerdo con las partes”, había fijado la fecha de entrega y toma
de posesión para el 14 de octubre, lo que sí fue bien especificado. En esto consistían los
comentarios. Se estaba a 9. ¿Qué iría a ser de la comunidad? ¿Qué iría a ser de ellos mismos?
¿Dónde criarían el ganado? ¿Dónde sembrarían? ¿Tendrían que doblegarse y trabajar?
¿Dónde sembrarían? ¿Tendrían que doblegarse y trabajar como peones? Cada uno decía su
parecer o se lo iba formando lentamente. Esa noche, la luz de los fogones ardió hasta muy
tarde.

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***
Amaneció como si todo hubiera pasado mala noche. La tierra estaba cubierta por una
bruma que ascendía con dificultad, y los ojos turbios tampoco se aclaraban. Cuando por fin se
levantó la neblina, fue para apretarse contra el cielo formando nubarrones prietos. Abajo, en
las caras, parecía gestarse otra tormenta. Rosendo y los regidores esperaban con tanta
ansiedad como el pueblo la asamblea del día siguiente. Los comuneros se reunieron según sus
tendencias, por grupos. Rosendo llamó a consejo, contra su costumbre, por la mañana.
Gobernantes y gobernados preparaban sus críticas, sus defensas, sus ponencias. Nunca como
en ese año se había dado una asamblea de la que se aguardaría tanto.
Rosendo, después del consejo, hizo llamar a Augusto Maqui.
-Ya estamos a 10. El 14 vendrán. He pensao en voz pa que vayas a ver lo que pasa en
Umay. Sabes lo que hicieron con el pobre Mardoqueo. Aura, po eso mesmo, he pensao en vos,
que eres mi nieto. Que no se diga que a mi familia no le doy comisiones de riesgo. Empuña tu
bayo, que te gusta. Lo dejas en alguna hoyada y tú entras a la llanura de noche. Si puedes, vas
a la casa de algún colono… Si no… mira lo que pasa en la hacienda…
El mechón nigérrimo que partía la frente de Augusto le sombreaba uno de los ojos duros
y brillantes. Oyó la orden de su abuelo sin chistar. Sabía que, de descubrirlo, le sacarían el
pellejo a latigazos y quién sabe lo matarían, pero no dijo nada. El abuelo le puso la mano en el
hombro, le palmeó el cogote ancho. Se veían muy vieja, muy rugosa su mano junto a la piel
tensa del mozo.
-Vos comprende: eres mi nieto y te quiero y te expongo. Son penosos los deberes.
Ándate…
Augusto fue y ensilló su bayo, púsose de todos sus ponchos el más oscuro y pasó a
despedirse de Marguicha. Ella sintió como que lo arrancaban del pecho. Sus senos temblaron
y estuvo a punto de soltar el llanto, pero recobróse y hasta trató de sonreír. ¿Cómo le iba a
quitar el valor?
-Volverás, Augusto…
Unos ojos negros, húmedos y grandes, estuvieron mirando hasta que el jinete del bayo
se perdió tras la curva haciendo ondular su poncho gris al viento.
Rosendo cabalgó en el Frontino y se fue, seguido de Goyo Auca, que montaba un caballo
prieto, al distrito de Uyumi. El mejor de los dos caminos que llevaban a ese luchar pasaba por
Muncha. No quiso ir por allí y tomó el otro, que ya conocimos en parte cuando acompañamos
al muchacho Adrián santos en su viaje al rodeo. Rosendo y Goyo cruzaron con facilidad por
ese bosque-avanzada de la selva donde Adrián estuvo a punto de perderse. Luego pasaron
por la misma quebrada de Rumi, equilibráronse después por un camino de cabras suspendido
sobre una vorágine de rocas y por último ciñéronse a faldas amplias, bordadas de senderos

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como de grecas. Tras una de ellas, en una loma propicia, rodeado de rastrojos y mugidos,
estaba el pueblecito de Uyumi. La iglesia, de torre cuellilarga, parecía muy petulante. A su
lado, la casa del cura era vanidosa de veras. Como que con sus tejas y su altura, podía mirar
por encima de los hombros a las otras, pajizas y chatas, de los demás vecinos. Rosendo y Goyo
se detuvieron ante la casa del curo y el propio párroco, señor Gervasio Mestas, salió a
recibirlos…
-Arribad, pasad, buena gene. Muy honrado de veros por mi humilde morada…
Rosendo y Goyo lograron entender que se trataba de que entraran. El señor cura sacó
unas sillas al corredor y él mismo, se sentó en una, invitando:
-Tomad asiento…
Y a uno de sus sirvientes, que había salido:
-Traed pienso a las acémilas… Daos prisa.
Don Gervasio Mestas era un español treintón y locuaz, blanco y obeso, que remudaba
sotana después de la cuaresma y tenía a su cargo la parroquia que comprendía Uyumi y
algunos caseríos y haciendas de la comarca. Hablaba un castellano presuntuoso, si se tiene en
cuenta a quienes lo dirigía. Su servidumbre había llegado a comprenderle después de mucho.
Las demás gentes casi no le entendían. Pero hay que convenir en que ellas, por eso mismo,
consideraban a don Gervasio Mestas un sabio. Rosendo y los comuneros lo estimaban
también, si no por el idioma, que les parecía propio de un país extraño, porque don Gervasio
se había portado discretamente con Rumi. Curas hubo que dejaron muy malos recuerdos.
Entre ellos un tal Chirinos, azambado el maldito, que era carero como él solo y acostumbraba
abusar de las chinas. Una vez encerró en su pieza a una de las muchachas más bonitas. Cuando
se madre fue a reclamársela, dijo que no la tenía. Entonces la madre gritó y amotinó a los
comuneros, que patearon y arrastraron al tal Chirinos hasta la salida del pueblo. Y no por los
principios. El indio, ser terrígena, entiende lo religioso en función de humanidad. Lo hicieron
castigando el abuso. Bien está que un cura busque mujer, que también es hombre, pero no
que aproveche su condición de cura para forzar. El tal Chirinos no volvió más. Fueron otros a
celebrar la fiesta. Uno resultó borracho. El siguiente tenía muy fea voz y no servía para la misa
cantada del día grande de la fiesta. El tercer era un poco negligente. Hasta que llegó con
Gervasio Mestas. ¡Vaya cura sermoneador, bendecidor y cantor! Andaba con la cruz en la
punta de los dedos. Cobraba sin cargarse a ningún extremo y, si tenía mujer, no ofendía a
nadie. Además, daba siempre muy buenos consejos. Y por eso estaban allí Rosendo y Goyo,
esperando su palabra.
-Decid buena gente. ¿Qué os trae por aquí?
-Taita cura –respondió Rosendo-, venimos pa que nos dé su consejo. ¿Qué haremos en
esta fatalidad que nos ha llegado? Mañana tenemos asamblea y venimos pa que nos ilustre
su señoría. Vea usted…

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Rosendo relató detalladamente las incidencias del juicio de linderos, terminando en la
sentencia desfavorable.
-¿Y no hay nada más que hacer, ninguna medida eventual que tomar en eso del litigio?
-Taita cura, nuestro defensor lo dió por terminao…
-¡Qué lástima, qué lástima!
El señor cura Mestas se quedó meditando. Los comuneros esperaban que trata del
proceso dándoles alguna idea, pues era fama que sabía de leyes, mas él habló para decir,
esforzándose esta vez en ser claro:
-¡Una verdadera desgracia! Para mí en particular, lo es doblemente por tratarse de que
los contendores son mis feligreses y muy queridos… ¿Don Alvaro Amenábar?, todo un
caballero, y ¿ustedes?, cumplidos fieles. Es una verdadera desgracia… Mi misión no es la de
ahondar las divisiones de la humanidad. Por el contrario, es la de apaciguar y unir. Sólo el amor
entre los hombres, bajo el misericordioso amor de Dios, hará la felicidad del género humano.
Orad, rezad, tened fe en Dios, mucha fe en Dios, eso es lo que puedo aconsejaros. Los bienes
terrenales son perecederos. Los bienes espirituales son permanentes. Los sufrimientos y la fe,
la fe en la Providencia, abren el camino de la felicidad eterna en el seno del Señor…
-Taita cura, pero, ¿qué haremos?...
-Obedeced los altos designios de Dios y tened fe. Mi ministerio no me permite
aconsejaros de otro modo. Orad y confiad en su espíritu misericordioso… el bendito San Isidro
vela especialmente por la comunidad. No lo olvidéis…
El señor cura Mestas tenía el índice y los ojos levantados hacia el cielo.
-Cumplid los mandamientos, que son mandamientos de paz y amor…
-Taita cura, ¿y don Alvaro? ¿No debe cumplir también él? El es también cristiano…
-Eso no nos toca juzgar a nosotros… Si don Alvaro peca, dios le tomará cuentas a su
tiempo… Idos en paz, buena gente, y que la fe os ilumine y haga que soportéis la prueba con
resignación y espíritu cristiano…
Rosendo y Goyo se marcharon llevándose en el pecho un violento combate. Ellos habían
tenido a Dios y a San Isidro como a protectores y defensores de los bienes de la tierra, de las
cosechas, de los ganados, de la salud y el contento de los hombres… Poco habían pensado en
el Cielo, ciertamente. Y ahora estaban viendo, en último término, que sólo en el Cielo debían
pensar. Sin embargo, no podían dejar de querer a la tierra.
Cuando llegaron a Rumi se presentó ante Rosendo la madre de Augusto, la ardilosa y
alharaquienta Eulalia.
-¿Volverá esta noche mi Augusto?

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-No volverá esta noche –contestó Rosendo.
-¿Onde lo mandaron? ¿Cuándo volverá?
-Cuando dios quiera…
Eulalia se marchó gimiendo y lamentándose en alta voz, pero su marido, Abram, le salió
al paso diciéndole que se callara. Eulalia sabía cómo pesaban las manos del domador y se calló.

***
Rosendo dijo por fin:
-Y ahura, pueblo de Rumi, hablaré de la desgracia de la comunidá, de un juicio y una
sentencia…
El silencio permitía escuchar el áspero rumor del follaje de los eucaliptos. Otro se oyó
sobre las cabezas. Era un gran cóndor que pasaba trepidante de alas, volando hacia el ocaso.
¿Se trataba de un signo? Rosendo era político y expresó:
-Vemos ese cóndor y tenemos miedo poque todos pensamos aura en nuestra comunidá.
Ha llegado un mal tiempo y queremos buscar señas. Cada uno piense como guste. Yo diré lo
pasao y quiero que se resuelva entre todos lo que se hará.
El viejo alcalde se fue emocionando. La voz gruesa y ronca perdió su monotonía. A ratos
se quedaba como en sollozo, por momentos se levantaba en una imprecación. Así relató los
trajines, las esperanzas y desesperanzas, las maldades y felonías, todas las incidencias que
tuvieron lugar durante el juicio, para terminar por referirse a la sentencia y sus disposiciones.
Terminó:
-Así, comuneros, han acabao las cosas. Se peleó todo lo que se pudo. Han ganao la plata
y la maldá. Bismarck Ruiz dijo que había juicio pa cien años y ha durado potos meses. Muy
luego crecen los expedientes cuando empapelan al pobre. Ya han visto que naides quiso
declarar en nuestro favor y al que quiso lo encarcelaron. Amigos que recibimos con güena
voluntá, como Zenobio García y el Mágico, se dieron vuelta por el interés. ¿Qué íbamos a
hacer? Ha llegado la desgracia, no es la primera que les pasa a las comunidades. Aura
pregunto: ¿nos vamos pa la pampa aguachenta y las laderas pedregosas de Yanañahui o nos
quedamos aquí? Si nos quedamos aquí, tendremos que trabajar para Umay y ya se sabe cómo
es la esclavitú ésa… Aura pido a la asamblea su parecer sobre lo que se hará y también uno
que diga si está malo lo que se ha hecho…
Rosendo calló. Su viejo pecho fatigado jadeaba levantando el poncho. Parecía como que
nadie tuviera nada que decir. Unos a otros se miraban sin atreverse a hablar. Algunos nombres
sonaban por lo bajo. Eran de los comuneros que más se habían distinguido comentando el

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juicio. ¿Se les terminó el habla? Gravitaba sobre todos un dolor tremante y acaso las palabras
fueran consideradas inútiles ya.
***
Los comuneros padecieron todos los tormentos del éxodo. No era un dolor del
entendimiento solamente. Su carne misma sufría al tener que abandonar una tierra donde
gateó y creció, donde amó con el espíritu de la naturaleza al sembrar y procrear, donde había
esperado morir y reposar en el panteón que guardaba los huesos de innumerables
generaciones.
Durante dos días seguidos, hombres, mujeres y niños transportaron sus cosas del caserío
a la meseta. Yanañahui, sobre los propios hombros y ayudados por los caballos, los asnos y
hasta los bueyes y vacas, que llevaban atados sujetos a las cornamentas.
Esos días los crepúsculos estuvieron muy rojos, y Nasha Suro dijo que presagiaban
sangre.
El día 14 tomaron por última vez el yantar en torno a los fogones que sabían de su
intimidad y después partieron llevándose los pocos bienes que faltaba trasladar: algunas ollas
y mates, frazadas en envoltorios que remedaban vésperos, tal o cual gallina que no se dejó
coger antes.
Por el camino en donde Rosendo encontró la culebra, se desenroscaba, para
desaparecer entre las cresterías pétreas del Rumi, un largo cordón multicolor de ponchos y
polleras. Un asno de amplia albarda transportaba la imagen de San Isidro, que iba de espaldas
mirando al cielo, y otro la legendaria campana de nítida voz. Al descenderla había caído
violentamente, resonando con lúgubre tañido. Era ésa una extraña procesión, silenciosa y
apesadumbrada, en que los fieles volvían vez tras vez la cabeza para mirar el caserío amado.
Las casas parecían invitarlos a regresar, lo mismo que las pequeñas parcelas sembradas de
hortalizas, y la capilla abierta, y la escuela de muros desnudos que clamaban por techo. Todo
llamaba al comunero: los rastrojos de las chacras de trigo y maíz, y el cerro Peaña y los
potreros, y la acequia que llevaba el agua, y los caminos solos y la plaza ancha, y la sombra de
los eucaliptos. ¿Quién no tenía un recuerdo, muchos recuerdos queridos que correspondían
también a un lugar, a aquella pirca, a esta pared, a ese herbazal, a aquel tronco? La vida entera
se dio allí con la amplitud y la profundidad de la tierra y con la tierra se quedaba el pasado,
porque la vida del hombre no es independiente de la tierra. ¡Y había que buscar en otra, alta
y arisca, la nueva vida! El pensamiento lo explicaba y mandaba, pero el corazón no podía
sustraerse a la tristeza desgarrada y desgarrante del éxodo.
-¡Adiós!
Los ojos de las mujeres se cuajaban de lágrimas y la boca de los hombres de maldiciones.
Los niños no comprendían claramente, pero veían la plaza en la cual solían jugar y llamar a la
Luna, y también tenían pena.

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***
Don Alvaro hizo su entrada al caserío entre el subprefecto y el juez, lo seguían uno de
sus hijos e Iñíguez y detrás, para sorpresa de los comuneros, estaba el propio Bismarck Ruiz
con los gendarmes y caporales. La cabalgata avanzó a trote corto, llena de circunspección y
dignidad.
Alcalde y regidores echaron a caminar, encontrándose con la comitiva en media plaza.
Saludaron a las autoridades. Y don Alvaro:
-¿Por qué no me saludan, indios imbéciles, mal criados?
El hacendado lucía un valor rayano en la temeridad cuando a sus espaldas había gente
armada. Y siguió:
-Ya estaba en conocimiento de su fuga al pedregal ése, dejando la tierra buena para no
trabajar. ¡Holgazanes, cretinos! A ver, señor juez, terminemos de una vez porque se me
descompone la sangre.
En ese momento hizo su entrada triunfal Zenobio García, al galope, armado de carabina
y seguido de dos jinetes que también la tenían. En su calidad de gobernador del distrito de
Muncha acudió a resguardar el orden durante la entrega. Al primero que saludó fue a don
Alvaro Amenábar, pero éste, que se hallaba molesto debido a las seguridades, ahora fallidas,
que dio Zenobio de que los comuneros permanecerían en el caserío, no le contestó. Juez y
subprefecto, adulando al hacendado, hicieron lo mismo cuando les dirigió los buenos días. El
hacendado quiso tomar rápida venganza y saludó a los comuneros, pero ellos tampoco le
contestaron. Iñíguez, Bismarck Ruiz y los caporales ahogaban irónicas risas.
El juez leyó, con voz solemne y todo lo clara que le permitía su garganta irritada por el
viaje, una larga y farragosa acta. Bismarck Ruiz se había situado junto a los comuneros y la
escuchaba preocupado de la exactitud, como se lo hacía notar a Rosendo dándole tal o cual
indicación en voz baja. Un círculo entre azul y verde de gendarmes y gris de caporales rodeaba
a los notables.
La ceremonia llegó al ridículo cuando don Alvaro, en señal de dominio, tuvo que bajarse
del caballo y revolcarse en el suelo. Lo hizo poniendo una cara seria y cómica y se levantó
sacudiéndose el polvo que le maculaba la blancura del vestido.
Bismarck Ruiz firmó en nombre de los comuneros y ellos tomaron el camino de
Yanañahui a trote largo. Zenobio García y sus hombres, que no sabían qué actitud adoptar
ante esas gentes inusitadamente hurañas, se fueron también, aunque mohínos y cabizbajos.
ACTIVIDADES:
1. Vocabulario.
2. Tema.

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3. ¿Quién es el protagonista y qué cargo desempeña?
4. Función que desempeña y comportamiento de Bismarck Ruiz.
5. Significado de las frases “Diferir apelación” y “De acuerdo con las partes”.
6. ¿Quién es Augusto Maqui y qué misión se le encarga?
7. ¿Dónde ocurren los hechos?
8. Comportamiento de los sacerdotes.
9. Actitud del padre Gervasio Mestas ante la consulta de Rosendo Maqui.
10. ¿Dónde se establecen finalmente los comuneros? ¿Por qué?
11. ¿Qué sentimientos experimentan los comuneros al dejar la comunidad?
12. ¿Qué otros intermediarios se reconoce? ¿Cuál es su comportamiento?
13. Condición y situación socioeconómica de Alvaro Amenábar.
14. Apreciación (comentario).

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