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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ


ESTUDIOS GENERALES LETRAS

TRABAJO INDIVIDUAL

Título: «El campeón contrarrevolucionario: el virrey Abascal y la


transformación de Lima en el bastión estratégico del realismo español
(1806-1816)»

Nombre: Juan Francisco Escalante Villar

Tipo de evaluación: Trabajo final


Curso: Investigación Académica
Horario: 0824
Comisión: 1
Profesor: Miguel Costa
Jefe de Práctica: Raúl Silva

SEMESTRE 2017-2
Resumen

Esta investigación busca demostrar la importancia de las acciones del virrey Fernando de
Abascal para hacer de Lima un bastión estratégico del realismo en el contexto de la crisis
española y los movimientos separatistas en Sudamérica. Desde su llegada al Perú, Abascal
inició un plan de contrarrevolución mediante la aplicación de distintas políticas y el
mejoramiento de obras de interés público. Tras la crisis española y la Constitución de 1812, el
virrey tendría que cambiar sus estrategias, logrando, de la mano con las élites económicas,
consolidar el realismo en Lima y proteger otras zonas de la América española. Este trabajo
analiza en primera instancia los efectos del reformismo borbónico en Perú y la llegada del virrey
Fernando de Abascal. Posteriormente, se analiza el proyecto contrarrevolucionario de Abascal y
sus estrategias políticas, económicas y militares. Tras una constante búsqueda de fuentes
académicas, las publicaciones de Timothy Anna (2003), Cristina Mazzeo (2012) y Brian
Hamnett (2000) fueron fundamentales para la consolidación bibliográfica de esta investigación.

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Tabla de Contenido

Introducción

Capítulo 1
Reformismo borbónico en el virreinato peruano del siglo XVIII y la figura de Fernando de
Abascal
1.1 Las reformas borbónicas y sus objetivos políticos y económicos en España y Perú
1.1.1 El virreinato peruano a mediados del siglo XVIII: crisis política y fiscal
1.1.2 Las reformas políticas: la recuperación de la autoridad real española
1.1.3 Las reformas borbónicas económicas: el incremento de la recaudación fiscal
1.2 El nuevo pacto colonial: élite y sociedad, acomodos y protestas
1.2.1 La élite limeña frente a las reformas
1.2.2 Rebelión y conflicto social en el sur andino
1.3 Control y estabilidad: los primeros años de gobierno del virrey Fernando de Abascal (1806-
1808)

Capítulo 2
Abascal y el proyecto contrarrevolucionario realista: crisis, alianzas, élite y milicia (1808-1816)
2.1 Crisis imperial y las medidas de Abascal para la estabilidad en Lima
2.1.1 La crisis del imperio español y sus repercusiones en América: Juntas de Gobierno y las
Cortes de Cádiz, reformismo y separatismo
2.1.2 La paradoja de la obediencia: el constitucionalismo gaditano y la política
contrarrevolucionaria de Abascal
2.2 Abascal, las élites económicas y el rol protagónico del Tribunal del Consulado de
Comerciantes de Lima
2.2.1 La búsqueda de la estabilidad y la integración de las élites económicas limeñas al
proyecto contrarrevolucionario
2.2.2 Intereses conjugados: la alianza de entre Abascal y el Tribunal del Consulado de Lima
2.3 La lucha contrarrevolucionaria: territorios estratégicos y expediciones militares en la era de
Abascal
2.3.1 El Perú y los territorios estratégicos
2.3.2 Expediciones militares: logística, aprovisionamiento y consolidación realista

Conclusiones

Bibliografía

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Introducción

Entre los años de 1806 y 1816, una única ciudad de la América española permaneció totalmente
fiel a la Corona. Lima, centro del virreinato del Perú, fue gobernada en ese periodo por el
experimentado Fernando de Abascal, marqués de la Concordia. El virrey Abascal consiguió
contrarrestar los efectos liberales de la Constitución de 1812, consolidar el fidelismo limeño y
enviar expediciones militares a distintos territorios en los que potencialmente podía
desarrollarse una rebelión. Dado que efectivamente lo logró, la cuestión fundamental que
plantea esta investigación es: ¿de qué manera logró el virrey Fernando de Abascal hacer de
Lima un bastión del realismo en el contexto de crisis de la monarquía española y de los
movimientos separatistas en Sudamérica? Podremos observar que el virrey se valió de su vasta
experiencia previa para forjar alianzas con las élites, en especial los comerciantes, quienes le
brindarían su total apoyo durante los años de su gobierno.
Analizar la relevancia del personaje de Abascal es crucial para el entendimiento de los
años inmediatamente anteriores y posteriores a la declaración de la independencia en el Perú,
dado que la posición de la población peruana, y en especial la limeña, se vio influenciada por
acciones llevadas a cabo por el virrey Abascal durante su gobierno. El virrey se enfrentó a una
situación bastante comprometedora cuando una severa crisis afectó al imperio español. Frente a
esta situación, Abascal resultaría pieza clave en la resistencia, pues emprendió una serie de
políticas públicas con el fin de fortalecer la estructura del virreinato. La verdadera relevancia de

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estas acciones no radica en el beneficio que llevaron consigo a la población, sino en el efecto
que tuvieron en esta. Logró que la percepción del virreinato que tenía la población en su
conjunto no se vea tan afectada por la crisis en el imperio. Del grupo de élite, fueron los
comerciantes quienes resultaron ser el elemento más importante para los intereses del virrey,
tanto por su fidelismo –cabe precisar, mayoritariamente interesado–, como por su decisiva
participación en la economía virreinal. Fungieron de soporte para el gobierno virreinal, lo cual
es constatable en virtud de la caída del virreinato justo después del colapso económico. Sin
lugar a dudas, los comerciantes fueron un eje de vital importancia en las políticas
contrarrevolucionarias del virrey Abascal en el marco de la crisis en el imperio español y los
años previos a la Independencia del Perú.
El trabajo está dividido en dos capítulos, los cuales abarcan dos etapas distintas que, sin
embargo, se encuentran estrechamente relacionadas. En el primer capítulo se busca analizar el
contexto en el que surgen las reformas borbónicas y sus objetivos políticos y económicos en
España y el Perú. Mientras que en el virreinato peruano se daba una crisis política y fiscal
ocasionada en gran parte por las recurrentes oscilaciones de la producción minera, Carlos III,
desde España, iniciaba una propuesta marcadamente distinta a la de los Habsburgo: la
recuperación de la autoridad real y el incremento de la recaudación fiscal. Ambas acciones
permitirían al rey tener un mayor control de los territorios de ultramar. En ese sentido, se busca
analizar el impacto de las reformas borbónicas en la élite y la sociedad peruana y, en específico,
la limeña, en la que está concentrada nuestra investigación, y que, tras la llegada de Abascal,
será el centro de las propuestas y decisiones tomadas por el virrey. Hacia el final del primer
capítulo se analizará la trayectoria profesional de Fernando de Abascal, al tiempo que serán
presentadas sus primeras acciones en el virreinato peruano, desde 1806 hasta la crisis española
de 1808.
El segundo capítulo se enfoca en analizar el proyecto contrarrevolucionario como un
todo. En primer lugar, se realizará un análisis de las medidas tomadas por Abascal en la
búsqueda de la estabilidad en Lima tras el estallido de la crisis en el imperio español; en
definitiva, la creación de las Juntas de Gobierno y las Cortes de Cádiz dificultaron las acciones
de Abascal y dividieron a la población. Con ello en mente, analizaremos a su vez la paradoja de
la obediencia del virrey tras la promulgación de la Constitución de 1812, así como la renovación
del plan político del marqués de la Concordia. Asimismo, explicaremos la estrategia de
integración de las élites económicas, con el Tribunal del Consulado de Comerciantes de Lima
como la institución más importante para los intereses de Fernando de Abascal y la conjugación
de los intereses de ambas partes. Finalmente, analizaremos la lucha contrarrevolucionaria en su
aspecto militar: los territorios más importantes en la estrategia del virrey y el aprovisionamiento
obtenido gracias a la alianza con los comerciantes, lo que dejó en claro la gran capacidad de

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logística de Abascal. Todo ello, como analizaremos, llevó a la consolidación realista de la Lima
de los primeros años del siglo XIX.
En esta investigación confluyen dos estilos totalmente distintos de fuentes académicas.
Parte de los textos consultados pertenecen a una etapa previa al sesquicentenario de la
Independencia. Así, las fuentes bibliográficas publicadas antes de 1971 tienen marcadas
diferencias en cuanto al contenido y a posturas frente a diversos hechos mencionados en este
trabajo. Pese a ser pocos, dichos documentos fueron de consulta fundamental a lo largo del
proceso de investigación. Especialmente destacable es la publicación de 1944 de la Memoria de
Gobierno del virrey Abascal a cargo de Vicente Rodríguez y José Antonio Calderón. Además,
el tradicional texto de Armando Nieto, Contribución a la historia del fidelismo en el Perú
(1808-1810), explica en gran medida la percepción que tenían los historiadores en la década de
1950 sobre la postura fidelista del virreinato del Perú. Finalmente, Fidelismo y Separatismo en
el Perú de Daniel Valcárcel fue decisivo a tal punto que inclusive parte del título de esta
investigación –en la que se define a Fernando de Abascal como el “campeón
contrarrevolucionario”– fue inspirada por el texto de Valcárcel. Por otro lado, a partir de la
década de 1970 hay varios trabajos que merecen ser mencionados. Entre los más recientes se
encuentran varios autores que se centraron en la crisis de 1808. Los trabajos de John Elliott,
Tomás Straka y Michael Zeuske, compilados todos por Manuel Chust, me proporcionaron una
base fundamentada del contexto en España y América tras la crisis del Imperio español. Por otro
lado, en cuanto a la minería, es innegable la relevancia de los trabajos de Carlos Contreras y la
historia de la minería en América a la que se refiere Peter Bakewell. En respecto del Tribunal
del Consulado, Sources in Lima for the Study of the Colonial Consulado of Peru de Lawrence
Clayton ofrece un buen soporte historiográfico que, sumado a los textos de Ramiro Flores,
Gabriel Paquette y Carmen Parrón Salas, otorgan un claro panorama de esta institución. Sin
embargo, el libro de Cristina Mazzeo, Gremios mercantiles en las guerras de independencia.
Perú y México en la transición de la Colonia a la República, 1740-1840 fue, sin lugar a dudas,
uno de mis libros de cabecera durante el proceso de investigación. Los otros dos fueron el breve
documento de trabajo de Brian Hamnett sobre la contrarrevolución planificada por Abascal, y el
libro de Timothy Anna sobre el proceso de la caída del Imperio español con el pasar de los años.
El tema de esta investigación fue motivado por mi curiosidad de observar el “otro lado”
de la historia. Frecuentemente, en los colegios los hechos como la conquista española de
América y la Independencia del Perú son reducidos a un punto de vista unívoco. Mi experiencia
escolar no estuvo exenta de profesores que se negaron en repetidas ocasiones a responderme
interrogantes sobre lo que no se hallaba incluido en los textos designados y la clase planificada,
sobre todo en torno a una corriente historiográfica de cuya existencia me había enterado poco
antes: el hispanismo que, a mi parecer en aquel momento, contradecía todo lo escrito en mis
libros de texto. Al inicio de mi proceso de investigación, me topé con el libro de Timothy Anna:

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La caída del gobierno español en el Perú: el dilema de la independencia. Su lectura me ofreció
varias de las respuestas que por largo tiempo me fueron negadas en el colegio, y por ello me
motivó a su vez a continuar con la investigación en un tema relacionado con el fin de la etapa
virreinal. Tras la lectura de algunas publicaciones académicas, mi interés por el tema se fue
acrecentando de forma exponencial. Y, luego, percibí lo poco que se organizan y/o difunden
actividades sobre el virreinato peruano en Estudios Generales Letras en donde, por el contrario,
la temática general está dirigida a actividades relacionadas con lo andino antes que lo hispano.
El presente trabajo pretende ser una pequeña contribución al balance entre ambas fuentes de
nuestro legado cultural: lo andino, por supuesto, pero, además, la herencia hispana que nos
caracteriza.

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Capítulo 1
Reformismo borbónico en el virreinato peruano del siglo XVIII
y la figura de Fernando de Abascal
En el siglo XVIII se dieron muchos cambios en España que influyeron en toda la América
española. El más importante fue la llegada al trono del rey Carlos III, quien luego instauraría
varias reformas que repercutirían en todos los territorios españoles de ultramar. El virreinato del
Perú fue uno de los afectados, y un gran número de problemas se sucedieron uno tras otro, al
tiempo que debilitaron la estructura del virreinato. En este capítulo analizaremos primero la
situación del virreinato peruano y la crisis que sufrió a partir de la segunda mitad del siglo
XVIII, para luego continuar con las reformas borbónicas en sus aspectos político y económico.
Posteriormente, analizaremos a los dos grupos generales en los que se dividió la población
peruana en los últimos años del virreinato: las élites y la sociedad, y explicaremos sus
diferencias en cuanto a la forma en la que respondieron al cambio administrativo y las reformas
impuestas desde España. Finalmente, situados ya en el contexto de crisis virreinal,
introduciremos al protagonista de esta investigación: el marqués de la Concordia, virrey Don
José Fernando de Abascal y Sousa. Describiremos brevemente su llegada al Perú, para luego
analizar el estilo de sus políticas en sus primeros años de gobierno, entre 1806 y 1808: un férreo
compromiso de buscar la estabilidad en Lima e identificar y controlar cualquier intento de
disturbio reformista o separatista, todo esto antes de la crisis española de 1808.

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1.1 Las reformas borbónicas y sus objetivos políticos y económicos en España y Perú
La dinastía de los borbones en España marcó un cambio radical con respecto a la anterior
administración de la Corona: los Austrias. El rey Carlos III llegó al trono con un claro objetivo
reformista que llevaría a cabo con gran celeridad. Los cambios en los que nos centraremos serán
los del virreinato peruano, sobre el que contextualizaremos en primera instancia y analizaremos
la crisis política y fiscal que vivió el Perú de mediados del siglo XVIII en adelante. A
continuación, analizaremos el plan del monarca borbón de recuperar la autoridad real por medio
de una serie de medidas, para finalmente analizar las estrategias que permitieron un aumento en
la recaudación fiscal, necesaria debido a la crisis económica por la que también España estaba
atravesando.

1.1.1 El virreinato peruano a mediados del siglo XVIII: crisis política y fiscal
Presentar la crisis virreinal de fines del siglo XVIII como un hecho aislado que apareció sin
previo aviso sería impreciso. Aun en la década de 1750 ya se hacía evidente una transformación
en la postura de la Corona española frente a sus territorios en América en términos de políticas
públicas, intercambio comercial y distribución de poderes. En España se comenzaba a ver con
recelo el estilo de administración de los virreyes, y la preocupación crecía exponencialmente en
el imaginario colectivo de las autoridades peninsulares. Sin embargo, no fue sino hasta la toma
de poder de los reyes borbones que se abrió un abismo imposible de cruzar que separó a España
y América de manera irreversible.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII nuevas corrientes de pensamiento habían
comenzado a desarrollarse en el continente europeo. Por su parte, el rey borbón Carlos III, tras
ser coronado rey del imperio para suceder a Felipe V en 1759, demostró su clara disidencia en
relación con el tradicional estilo administrativo real de los Austrias, previa a los borbones. A lo
largo de casi treinta años en el poder, la figura de Carlos III sería fundamental en los distintos
cambios que tuvo la Corona con sus territorios en América, las reformas borbónicas.
Previamente, en el año de 1736, se había creado ya un nuevo virreinato –el de Nueva
Granada–, sin mayores perjuicios para la actividad económica del Perú. La minería, por su
parte, hacia mediados del siglo XVIII ya se había recuperado de la crisis que había sufrido hacia
inicios del siglo. Como señala Contreras, “luego de haberse llegado al punto mínimo de la
producción hacia 1720, con un promedio anual de no más de 600 mil marcos, la curva de
producción hizo una inflexión aguda. Hacia 1750, el promedio anual ya se acercó al millón de
marcos” (2015 [1999]: 16). Pese a este notable repunte en la producción, la minería no volvería
al auge de fines del siglo XVI logrado por medio de la unión del exitoso ingreso de la
tecnología de amalgamación y el mínimo costo de la mita, esto tanto por un contexto legal
totalmente diferente como por el poco interés de financiamiento que tuvo el Estado (Bakewell
2002: 399; Contreras 2015 [1999]). No obstante, es innegable que la situación de esta fuente de

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recursos económicos se halló en una posición ventajosa para controlar buena parte del mercado.
Otros sectores de la economía tampoco pasaron por mayores problemas en aquel contexto, por
lo que la situación general del Perú –y en especial de Lima– no podría catalogarse como
catastrófica en los momentos previos a la aplicación de las reformas.
No obstante, el virreinato del Perú no fue ajeno a la influencia de las transformaciones
peninsulares. Precisamente al respecto de ello, Cecilia Aldana explica que “las medidas que
implantaron los déspotas ilustrados, sobre todo Carlos III (1759-1788), debilitaron y
resquebrajaron progresivamente los cimientos económicos del reino en busca de adecuarlos a
los tiempos” (2015: 69). El progreso que Carlos pretendía traer a España, efectivamente fue
conseguido, pero a costa de un severo a las relaciones con América. La consecuencia a largo
plazo se dejó ver, por sobre todo, varios años después de la promulgación del comercio libre de
1778 como medida económica que influyó, además, en el aspecto fiscal.
El nombre con el que se apodó a América, la Joya de la Corona, da cuenta de la
relevancia que tuvieron estos territorios para España. Por supuesto, si se tiene en cuenta la
advertencia de no exagerar la participación económica americana propuesta por Antonio
Domínguez Ortiz, es claro que esta poca participación se debió tanto a la crisis económica como
a la relevancia de los territorios americanos que progresivamente acrecentaron el uso de
recursos para su propia defensa y administración (1989: 218).
Con todo ello, la apertura del mercado promulgada en 1778 que habilitó trece puertos
españoles y veintidós americanos para la transacción de bienes –en contraste con los dos únicos
puertos que podían comerciar hasta antes de esta reforma–, trajo consigo un incremento
económico tanto para España como para América. Hacia la década de 1780, aunque no estuvo
en planes de Carlos III lograrlo, la agricultura liberó su potencial e incrementó su ratio de
exportación en números sin precedentes. Por otro lado, la diversificación de puertos forzó a los
comerciantes a adaptarse a las nuevas reglas del juego, reglas que entendieron a la perfección y
que los llevó a mantenerse en la cúspide de la economía. Investigaciones más recientes han dado
a conocer que efectivamente hubo un marcado incremento en la economía, punto en el que
Fisher difiere con Domínguez Ortiz, muy probablemente por los datos nuevos hallados tras la
publicación del libro de Domínguez Ortiz al que nos referimos. Sin embargo, en lo que
concuerdan diversos autores es en que esta apertura mercantil fue parte del plan trazado por
Carlos III para explotar más los recursos producidos en ultramar que, a ojos del monarca, no
eran usufructuados de manera óptima. El punto de quiebre se dio, no obstante, en el momento
en que España se alió con Francia frente al enemigo común: el Imperio británico. La monarquía
española pasó de tener a América como parte fundamental de sus intereses, a utilizar sus
recursos en la protección de su política interior y, consecuentemente, en la guerra contra los
ingleses (Domínguez Ortiz 1989: 218-220; Fernández 2001: 201, 203; Fisher 1998: 459-466).
Es así que, aunque el libre comercio mejoró notablemente la economía española y americana,

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dejó a esta última a merced de la situación política que se diera en la península. Frente a esto
cabe preguntarse: ¿cuál fue la relación de estos movimientos económicos y políticos en cuanto a
la crisis fiscal?
En un contexto en el que Carlos se vio forzado a dejar de lado la importancia que le
había proporcionado a América en sus primeros años de reinado para poder proteger los
intereses fundamentales de la Corona y defender su territorio y poderío, veremos que lo político,
económico, fiscal y social se encontraron, para bien o para mal, íntimamente relacionados entre
los actores sociales de los últimos años del virreinato del Perú.

1.1.2 Las reformas políticas: la recuperación de la autoridad real española


Poco después de iniciarse la segunda mitad del siglo XVIII, el timón español giró bruscamente
hacia el Absolutismo. Tras los gobiernos de la dinastía de los Austrias, la llegada al trono de
Felipe V borbón, y la posterior coronación de su hermanastro Carlos III, dieron como resultado
un cambio de grandes proporciones en respuesta a la progresiva pérdida de autoridad que se
venía gestando en los territorios españoles de ultramar. En ese sentido,
Carlos llegaba, pues, con un programa reformista bajo el brazo. Un programa que no tenía un
libro-dogma al cual remitirse, pero que, en esencia, sí disponía de un claro guión [sic] escrito por
insignes autores: reforzar el poder del Estado (o sea, del propio monarca) para poder conseguir
un mayor crecimiento económico, una regeneración de las costumbres sociales y un mayor
dinamismo en la vida cultural y científica. Para hacer triunfar las Luces se precisaba acudir sin
complejos al Absolutismo […]. Se buscaba, ante todo, poner a España nuevamente al día de las
demás potencias salvaguardando el Imperio colonial, verdadero lubricante de todo el cuerpo
metropolitano. (Fernández 2001: 129)

El viraje hacia el absolutismo pone en evidencia, por lo tanto, que el rey Carlos III pretendió no
solo recuperar, sino además extender su soberanía inclusive a costa de perjuicios contra
entidades y personajes españoles de los territorios conquistados en América (Burkholder y
Chandler 1977: 83). Si se quería catapultar a España de vuelta a la cumbre del poder en Europa,
había ciertos sacrificios que se debían hacer. Al menos así lo creyó el monarca.
La que sea quizás la transformación de mayor relevancia para el Perú del siglo XVIII es
la geográfica. La reforma ordenada por el rey borbón recortó buena parte del territorio peruano
como parte del proyecto reformista para desarticular conexiones que estaban generando la
descentralización del poder real. La zona sur fue separada del virreinato del Perú y reasignada a
la Capitanía de Chile, mientras que un gran sector en la región norte fue entregado al virreinato
de Nueva Granada. Además, el Alto Perú fue entregado a Río de la Plata en 1776. Por otro lado,
ese mismo año, con el activo apoyo de la Corona española, las colonias inglesas declaraban su
independencia de la mano de George Washington, Benjamín Franklin y Thomas Jefferson y los
otros Padres Fundadores definiendo en gran medida el porvenir de Inglaterra en lo sucesivo.
Este brevísimo comentario sobre Norteamérica pretende articular la estrecha relación entre la
situación en América y en Europa pues, dado que se tenía a América como una opípara fuente

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de ingresos, la dependencia resultaba ser innegablemente mutua. Por esta misma razón, la
participación española en la independencia de las colonias inglesas tuvo una marcada
connotación de intereses políticos: si Inglaterra perdía la preciada mano de obra y las industrias,
su poder real se vería mermado inevitablemente.
Dicho ello, es indiscutible que el plan de recuperación de autoridad real se movió en
aristas tan variadas como sólidas y radicales en su aplicación. Volviendo entonces a la
afirmación de Fernández, el Absolutismo fue observado por la élite española como una
necesidad –no particularmente incómoda para el rey Carlos– para recolocar a España en la
cúspide del progreso europeo, siguiendo a su vez los pasos de Francia en sus avances sobre la
transmisión del conocimiento: la Ilustración (2001: 129). Por lo tanto, si se quería estar a la par
de las demás potencias europeas, la transformación económica y política sería indispensable.
La Ilustración se gestó en varios de los países europeos durante el siglo XVIII de
manera muy influyente, a tal punto que, como hemos anotado, Carlos III llegó al poder con la
firme convicción de concretar este proyecto. Lo ilustrado comprendía varios campos, que fueron
propulsados por la economía mercantil en su relación directa con América. Se tuvo claramente
en cuenta, por ejemplo, varios de los elementos que influenciaban directamente al aspecto
económico. Así, el plan se centró en conseguir un aumento cuantitativo y cualitativo de
alimentos, súbditos, manufacturas y comercio en la búsqueda de una mesocracia. Este estilo
mesocrático tuvo como objetivo la creación de la clase media, compuesta fundamentalmente por
la burguesía económica e intelectual, un grupo de artesanos bien posicionado y labradores
dueños de tierras. El fin de la clase media fue a su vez bastante evidente: fungir de nexo entre el
Estado y la sociedad, y posicionarse a la cabeza de la producción económica (Fernández 2001:
116-126, 130). Queda en evidencia, entonces, que el rey Carlos combinó su estilo absolutista
con una entramada pero bien planeada ruta de recuperación del poder real. En ese sentido,
Domínguez Ortiz expresa que el Estado español logró hacia la segunda mitad del siglo XVIII
una gran madurez, la cual le permitió deslindarse de los residuos ideológicos del feudalismo
para consolidar exitosamente al poder inigualable del Rey (1989: 95). Esto ha de ser analizado
únicamente en el marco geográfico de España, dado que, como hemos adelantado, la situación
en América fue totalmente distinta.

1.1.3 Las reformas borbónicas económicas: el incremento de la recaudación fiscal


Entre los instrumentos fundamentales de recaudación se posicionó, como en toda la etapa
virreinal, el quinto real, que establecía un impuesto del 20% sobre las ganancias de toda
actividad comercial regida directa o indirectamente por la Corona. El dinero recaudado era
utilizado para beneficio de España, ya sea en la península o en sus territorios americanos. Pese
al altísimo grado de institucionalidad de esta tributación, la Corona tomó en consideración el
panorama de las distintas actividades económicas para flexibilizar el pago, como lo constata la

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transformación del quinto al diezmo en la minería en respuesta a la crisis de inversiones en ese
sector (Contreras 2015 [1999]: 20). Sin embargo, durante varias décadas del siglo XVIII
tuvieron lugar en Europa una compleja sucesión de conflictos que, además del costo de vidas
humanas, supusieron para la Corona española un gasto de dimensiones insosteniblemente altas
en relación con los ingresos que recibía de manera habitual desde América por medio del
impuesto del quinto real. Esta coyuntura llevó a la necesidad de idear una recaudación especial
de bienes. Fuese por dádivas o préstamos, la Corona encontró en la recaudación fiscal su punto
de apoyo. Desafortunadamente, lo provechoso de esta colaboración para España tuvo el efecto
contrario en los territorios americanos bajo su jurisdicción. Es así que la crisis económica llevó
a una relativa pobreza de las élites económicas limeñas en relación con sus pares de otros
virreinatos, en especial comparadas a las de Nueva España, incluso si se toma a Lima como una
de las zonas urbanas más poderosas y una excepción a la problemática del organismo virreinal.
Solo unos pocos privilegiados comerciantes del virreinato peruano como Pedro Abadía y José
de Arismendi lograron equiparar sus riquezas con los principales miembros de la élite
económica novohispana (O´Phelan 1985: 160; Rizo-Patrón 2009: 201). Se observa claramente,
entonces, que Nueva España fue la mayor fuerza colaborativa de la Corona en la etapa de
guerras durante la segunda mitad del siglo XVIII, por sobre el virreinato del Perú.
Aun con todo lo anteriormente dicho, el estilo de recaudación fiscal no podría ser
comprendido a cabalidad sin tener en cuenta la función decisiva del organismo fiscalizador más
importante del virreinato: la Real Hacienda. La Hacienda –con mayúscula inicial– marcó
grandes distancias con las otras haciendas del virreinato peruano, en parte por su participación
central y, por otro lado, por las funciones exclusivas de este organismo. La relevancia de la Real
Hacienda fue tal, que no solo manejaba fondos propios de la tradicional recaudación en favor de
España, sino que además se le concedió la labor de controlar recaudaciones de terceros y deudas
que, bajo una situación regular, habrían sido cobradas por el propio prestamista. Carlos
Contreras explica esta división de manera bastante clara al señalar que “la Real Hacienda en el
Perú partía de la clasificación de su recaudación en tres grandes ‘ramos’; a saber: Real Hacienda
o Ramos Propios, Ramos Particulares y Ramos Ajenos”. (2001: 199). Precisamente, los
“Particulares” eran aquellos que le pertenecían a personas naturales, mientras que los “Ajenos”
eran aquellas deudas que la Hacienda se encargaba de cobrar a nombre de un tercero. Sobre
estos tres ramos estuvo constituido entonces el sistema de fiscalización real en el virreinato del
Perú, sistema que, no obstante, requeriría de un trabajo exclusivamente dedicado a sus detalles
para ser analizado a cabalidad.
La función de la Real Hacienda, influenciada por los cambios impuestos con el
reformismo borbónico, no se circunscribió únicamente a la recepción y transmisión de los
Ramos Propios. Como anotamos previamente, España fue participante activo de la guerra de
independencia de las colonias inglesas. Sin embargo, el verse involucrado en este conflicto de

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gran importancia para sus intereses no fue un caso aislado. El imperio español formó parte de
algunos conflictos y guerras a lo largo del siglo XVIII (Flores 2001: 138), para lo que requirió
de armas y provisiones solamente obtenibles con la suma de las arcas reales que, por supuesto,
incluía los impuestos recolectados por la Real Hacienda. En momentos de mayor déficit
económico y críticas necesidades fiscales, la Hacienda echó mano de los Ramos Particulares y
Ajenos para subvencionar las guerras en las que el imperio participaba con la promesa de
devolver el dinero a sus propietarios originales. El gasto fue claramente desmedido, y esto
afectó irremediablemente tanto al comercio exterior como al interior, sobre todo hacia la última
década del siglo XVIII, cuando los conflictos cobraron mayor relevancia económica. Inclusive
el protagonista de nuestra investigación, el virrey Abascal, envió ya en el siglo XIX fondos de
sus ahorros para contribuir a la Guerra española. Todos los aportes tuvieron que ser registrados,
y fueron además colocados en el registro escrito de la Hacienda (Anna 2001:36-37; Contreras
2001: 200; Fisher 2006: 161). Toda dádiva en favor de España se halló entonces también bajo la
jurisdicción de la Real Hacienda, lo que refuerza una vez más y confirma su papel crucial en el
virreinato peruano de la segunda mitad del siglo XVIII.
Aun dados todos estos cambios a nivel económico y político en el virreinato del Perú
como efecto del viraje español hacia el Absolutismo, la respuesta que tuvieron las élites
económicas hacia las transformaciones fue marcadamente distinta a la que mostró la sociedad
en su conjunto. Inclusive entre las élites se vislumbraron posturas diferentes pues, aunque el
comercio, como ahondaremos luego, fue más que capaz de adaptarse al cambio de
administración, los continuos envíos de dinero a la península afectaron indefectiblemente la
estabilidad económica y obstaculizaron el óptimo progreso de las élites limeñas.

1.2 El nuevo pacto colonial: élite y sociedad, acomodos y protestas


La población limeña de los últimos años del virreinato puede ser dividida por su papel en élite y
sociedad. Las élites, habitualmente, se acomodaron mejor a las reformas impuestas por los
borbones, y lograron, pese a su incomodidad y a las dificultades que las envolvieron, prosperar
en sus actividades económicas. Por otro lado, la sociedad tendió más a las protestas, por
considerar que sus derechos estaban siendo vulnerados y que, por ende, debían rebelarse contra
aquellos que se encontraban en la cúspide de la autoridad. Analizaremos brevemente a quienes
integraron tanto las élites como la sociedad con el fin de evidenciar sus diferencias.

1.2.1 La élite limeña frente a las reformas borbónicas


Como mencionamos, la élite económica limeña tuvo una perspectiva totalmente distinta a la del
resto de la sociedad peruana y, pese a las similitudes en los fines que buscaron ambas partes, la
élite se diferenció inevitablemente, tanto por la magnitud de su poder, como por la nostalgia que
sentían al recordar la mayor facilidad para desarrollar sus actividades económicas que tuvieron

14
en años anteriores. En torno a ello, José de la Puente afirma que en el Perú existían muchos
peruanos con un “anhelo profundo por la restauración del Perú”, esto en referencia a la
percepción de varios ideólogos que añoraban el regreso del estilo de administración previa a los
borbones (1970: 195). Y es que, si se toma en cuenta el estilo de administración de los Austrias,
el cambio impuesto por los reyes de la dinastía Borbón en definitiva afectó la organización del
virreinato peruano. Un recorte de territorios de inéditas proporciones, sumado al progresivo
decrecimiento de representatividad de los no peninsulares en cargos públicos fueron razones de
innegable relevancia en el cambio de percepción de las élites sobre las autoridades virreinales.
No obstante la gravedad de la pérdida de los territorios del norte y sur, fue la anexión de
la actual de Bolivia al novísimo virreinato de Río de la Plata lo que terminó por convertirse en
el cambio territorial con mayores consecuencias para el virreinato del Perú. En efecto, el Alto
Perú contenía las mayores minas de plata de Sudamérica, hecho que impulsó la transformación
de Río de la Plata en el nuevo líder económico en materia de exportación metalúrgica. Pese a la
relativa inaccesibilidad de Buenos Aires (Fisher 1998: 477), su mayor cercanía a los territorios
europeos y el pleno conocimiento de las rutas comerciales del Atlántico desembocaron en un
crecimiento de la economía virreinal rioplatense. En solo tres años, entre 1776 y 1778, el
monopolio comercial de ultramar que poseía Lima había sido totalmente perdido (Anna 2003:
27). Frente a esta afirmación, Parrón Salas señala que, contrario a lo que pareciera ser una
consecuencia inevitable tras la pérdida de un monopolio, el intercambio comercial entre Lima y
España no solo se mantuvo firme en todo momento, sino que a partir de 1810 recuperó el
terreno –geográfico y económico– perdido con las reformas borbónicas (1995: 336). La
afirmación de Parrón Salas resulta crucial porque contradice tajantemente lo que podría concluir
naturalmente el lector, así como lo que se estimó por mucho tiempo como una verdad bastante
aceptada, hasta el sesquicentenario de la independencia inclusive. Por su parte, Mazzeo refuerza
la idea de una Lima inquebrantable con datos que demuestran que “el Pacífico duplicó el
comercio del Río de la Plata” (2012:79). Así, la zona portuaria del Callao no decayó frente a la
delicada situación, en gran parte por la seguridad que transmitía a los compradores,
distinguiéndose así del impredecible Buenos Aires.
La “aristocracia mercantil limeña” logró, pues, mantener su estatus social y económico
por medio de la diversificación de sus inversiones en créditos, importación de esclavos y
exportación de productos no tradicionales hacia la península, lo que no debe sorprender si se
toma en cuenta la inherente capacidad de los comerciantes de mantenerse en la cima de la
pirámide económica, aun en escenarios de crisis. La tendencia luego de la apertura de los
mercados fue entonces de una dura competencia que, si bien causó reclamos y rencillas en
varias oportunidades, fue también motivo de progreso para el sector comercial (Mazzeo 1994:
229-231). Este hecho puede responder en gran parte al porqué del alto grado de cercanía entre
comerciantes y virreyes y, con todo, cabe preguntarse ¿acaso corrieron la misma suerte los otros

15
dos pilares económicos del virreinato –minería e industria– y las élites –funcionarios y
terratenientes?
En cuanto al tema de la producción minera es necesario remontarse a los inicios del
virreinato inclusive, aún en el siglo XVI. Como menciona de manera breve Peter Bakewell en
su trabajo sobre los años inmediatamente posteriores a la conquista americana, la minería
representó en ese entonces un papel fundamental en el incipiente control español sobre América,
de tal forma que la expedición hacia la mina de Potosí resultó ser un éxito económico de
ingentes proporciones que cambió las perspectivas de los conquistadores (2002: 393,395). La
minería es vista, pues, como “la pieza fundamental en el proceso de apertura de un mercado
interno en el Perú del siglo XVI”, sin la cual probablemente el avance español habría sido
menos dinámico por la falta de incentivos económicos (Contreras 2015 [1999]: 11). El
panorama hacia mediados del siglo XVIII era, no obstante, marcadamente distinto al idílico de
fines del siglo XVI. La producción minera apenas culminaba su etapa de recuperación tras la
crisis del siglo XVII, y por ende existía poco interés de las élites económicas limeñas en invertir
en las mineras, cuyos dueños dependían del financiamiento de terceros. En ese contexto, las
autoridades borbónicas en España tuvieron a bien la creación del Tribunal de Minería, que fue
instaurado en 1786 con la intención de incentivar esta actividad extractiva. Sin embargo, el
Tribunal mostró un interés focalizado en las minas de mayor envergadura. Por lo tanto, dada la
nula iniciativa de los empresarios solventes para apoyar a los empresarios de las minas más
pequeñas, estos últimos se vieron poco o nada beneficiados con el nuevo organismo público
implementado. La respuesta de la mayoría de dueños de minas frente a las reformas fue
marcadamente negativa, por lo que la tendencia de los mineros a ubicarse luego en el lado
separatista durante el proceso de independencia fue también previsible (Contreras 2015 [1999]:
22-23; Guardino y Walker 1992: 15).
Por su parte, un sector marcadamente afectado por el nuevo estilo de administración
español fue el industrial, al que Susana Aldana describe como presa de “la creciente presión del
Estado por imponer medidas que permitieran el despegue de la península en detrimento de sus
colonias” (2015 [1999]: 71). Efectivamente, como hemos observado, el rey Carlos III concentró
sus esfuerzos en la restauración de la autoridad real en la península, aun a expensas de perderla
en los territorios americanos. Sin embargo, lo que ocurrió no fue únicamente un
resquebrajamiento en la percepción de las autoridades, sino que las reformas además truncaron
el correcto funcionamiento de las industrias peruanas pre-capitalistas (Cosamalón 2013: 101).
Todo esto era de esperarse si se toma en cuenta la casi total dependencia de España que tenía el
Perú virreinal de fines del siglo XVIII en cuanto a intercambio comercial. En ese sentido,
[l]os ‘industriales’ peruanos (y americanos) se vieron crecientemente constreñidos por un Estado
metropolitano, al que se encontraban supeditados. Dicho régimen imponía cada vez más un
absolutismo político, controlista y centralista, que en el siglo XVIII comenzó a enfrentar la
flagrante contradicción económica: liberalismo hacia el interior (con obvias consecuencias

16
políticas) y sumisión y dependencia colonial en el exterior. Como en la mayoría de territorios
fuera de Europa, la sujeción política –la cual implicaba medidas tributarias de carácter colonial–
se combinó con la competencia industrial extranjera (inglesa particularmente pero también
francesa). Ambas situaciones se unieron a un gobierno virreinal, consolidado a través de la
actuación de carismáticos y férreos personajes como los virreyes Castelfuerte o Croix, pero cuya
visión y estrategia de desarrollo se daba a través del prisma de intereses peninsulares. (Aldana
2015 [1999]: 76. El subrayado es mío)
La contradicción económica a la que se refiere Susana Aldana es clara: el poder borbónico
español promovía la diversificación económica dentro de sus territorios con el fin de obtener
mayores ganancias para España. En efecto, como añade Aldana, las reformas habían
transformado a los virreinatos en meras fuentes de recursos económicos (2015 [1999]:70). Con
esto en mente, no es de sorprender que los comerciantes hayan sido grandes fieles a la Corona
tras la instauración de las reformas borbónicas: una buena parte de sus ganancias era tributada,
pero se aseguraban de tener favores y preferencia desde la península.
Sin embargo, a diferencia de los comerciantes, los funcionarios limeños vieron
mermado su poder a niveles sin precedentes. Timothy Anna anota que hacia inicios del siglo
XIX solo dos de ellos eran parte de la Audiencia de Lima, aparato legislador del virreinato
(2003: 58), mientras que Burkholder y Chandler llevan la cifra al mínimo: solo habría existido
un representante limeño, José Baquíjano y Carrillo (1977: 125). Ambas versiones
proporcionadas muestran, no obstante, un claro panorama de crisis de poder tras la intervención
borbónica que llevaría al descontento de los funcionarios por su casi nula representatividad. No
solo se limitó su nueva participación en organismos públicos, sino que además fueron
despedidos de sus cargos para ser sucedidos por peninsulares con el fin de evitar que su larga
estancia en el poder logre tejer redes locales entre funcionarios. Incluso aquellos que sí lograron
mantenerse en su cargo por periodos más largos reportaron un evidente recorte de poder con
respecto a sus predecesores de mediados del siglo XVIII (Burkholder y Chandler 1977;
O’Phelan 1985: 183). Si bien a inicios del siglo XIX se evidenció su situación más crítica, es
necesario resaltar que desde la simultánea creación del virreinato de Río de la Plata y la
designación de José de Gálvez como ministro de Indias los funcionarios limeños nunca
volvieron a ser un grupo hegemónico ni equitativamente representado en la Audiencia, por lo
que resulta imposible explicar a ciencia cierta el por qué las audiencias no sufrieron un colapso
hacia fines del siglo XVIII e inicios del XIX (Burkholder y Chandler 1977: 106, 134; Fernández
2001: 202).
Finalmente, los terratenientes se hallaron en situación de absoluta disconformidad tras la
aplicación de las reformas borbónicas, puesto que sus propiedades perdieron significativamente
su valor original. Pese a ello, el virreinato del Perú tuvo una de las respuestas más positivas
frente a las reformas borbónicas en el aspecto económico, fundamentalmente por la habilidad
contrarrevolucionaria de los virreyes y la conjunción de intereses entre criollos americanos y
peninsulares (Fisher 2006: 164), pero además por la tradición de cercanía con la Corona que

17
acompañó a Lima desde su fundación. Aun así, y para infortunio de los realistas, la semilla de la
inconformidad había sido plantada en la mente de muchos de los peruanos que inclusive
llegaron a plantear su deseo de separarse del imperio español de los borbones quienes, a su
parecer, no habían respetado el pacto de cogobierno vigente desde el siglo XVI (Quiroz 2009:
219). La situación hacia inicios del siglo XIX en el Perú llegaba entonces a un punto sin retorno
francamente preocupante para la Corona.
Indudablemente, los intereses borbónicos y los de las poblaciones americanas eran
incompatibles. La fragmentación parecía ser inevitable, y evidencia de ello eran las protestas
sociales que, aunque satisfactoriamente reprimidas, comenzaban a generar una visión colectiva
de inseguridad en respecto de la figura de autoridad del virrey. Varios miembros de la élite
peruana se sentían desprotegidos, y la preocupación de individuos se transformaba
progresivamente en una crisis de autoridad severa que afectaría no solo a las zonas más liberales
de Sudamérica como Chile y Río de la Plata, sino incluso a la Lima hasta ese momento
imperturbable.

1.2.2 Rebelión y conflicto social en la región surandina


A diferencia de las élites, la población menos favorecida económicamente se mostró bastante
renuente a aceptar los numerosos cambios impuestos por Carlos III y los otros miembros de la
dinastía Borbón que, por supuesto, no tuvieron en gran consideración a las poblaciones de bajo
ingreso económico. De esto se sigue que las autoridades peninsulares fueran vistas con recelo a
partir de las reformas que rompieron con el pacto de gobernabilidad declarado por los
Habsburgo (O’Phelan 1985: 183). Como es evidente, la disconformidad llevó a numerosos
conflictos y rencillas de las que probablemente la más estudiada sea la sublevación de Túpac
Amaru II en 1780.
El movimiento rebelde de Túpac Amaru en el Cusco el año de 1980 marcó un antes y
un después en cuanto a rebeliones. Para entender el contexto de esta rebelión volveremos varios
años atrás, cuando se instauró el llamado Movimiento Nacional Inca. Hacia 1745 se consolidaba
la propuesta realizada por el virrey marqués de Castelfuerte en 1725, en la que los miembros de
la élite indígena eran provistos de reconocimiento social si eran capaces comprobar su
descendencia directa de los Incas y de costear los trámites requeridos (O’Phelan 2015 [1999]:
267-268). Es así que el Movimiento de estos indígenas no se halló alineado con la propuesta del
cacique José Gabriel Condorcanqui. La rebelión de Túpac Amaru II se gestó con claros tintes
separatistas, en contraste con la postura de los curacas descendientes de los Incas. Acciones
como las del cacique Condorcanqui fomentaron la reticencia de las autoridades peninsulares de
España a confiar en los americanos. Precisamente el funcionario corregidor Vicente de Gálvez,
señaló su escepticismo a confiar en la palabra y las acciones de los americanos por tenerlos
como poco leales a la Corona (Aljovín de Losada 2009: 242; O’Phelan 2015 [1999]: 269-270,

18
280). Las rebeliones se vieron diferenciadas también en sus motivaciones y propósitos, mas
todas ellas llevaron a la incredulidad de los españoles frente a los americanos que se
proclamaban fieles a España.
Por otro lado, cabe resaltar que varias de las protestas y rebeliones –la de Túpac Amaru
II incluida– se vieron motivadas por el claro interés centralista de los borbones que, tras verse
abrumados por la crisis, dejaron de lado la relevancia de América para reducirla a ser solo una
fuente de ingresos económicos. Si la élite indígena no apoyó a Túpac Amaru y, por el contario,
rechazó su levantamiento, los criollos sí apoyaron inicialmente la idea tupacamarista de una
expulsión española y reinstauración inca. Frente a un contexto de incomodidad, el proceso de
inicial estuvo enmarcado por una clara aceptación de los criollos en el Cuzco. Sin embargo, su
inicial apoyo rápidamente se tornó en rechazo al volverse víctimas de destrozos salvajes e
innecesarios perpetrados por los indígenas del ejército de Túpac Amaru II (Fisher 2006: 152;
Guardino y Walker 1992: 21; O’Phelan 1985: 160, 163). Las causas que motivaron a José
Gabriel Condorcanqui a realizar su levantamiento son consideradas justas por varios autores. No
obstante, la ejecución de su plan le ganó varios enemigos, incluso antes de ser finalmente
capturado y ejecutado.
Con todo, la rebelión de 1780 claramente afectó a la Corona en materia económica. En
tanto que los indígenas se habían encontrado a pie de guerra, su participación en las fuerzas de
Túpac Amaru II, sumada a la abolición del sistema de repartimiento también en 1780 y al difícil
acceso a mano de obra, llevaron al virreinato a una crisis monetaria (Anna 2001: 33), lo que
demuestra que las élites limeñas no fueron el único factor a tomar en consideración en lo que a
economía se refiere. La rebelión, por ende, ya daba visos de que conflictos internos podían
ocurrir en cualquier instante debido no necesariamente a la Corona, sino a aquellos que la
representaban en América (Elliott 2010: 138; Ribeiro 2010: 318).
Así, mientras que las élites económicas limeñas intentaron acomodarse a la imposición
de las reformas borbónicas provenientes de la península –en la mayoría de los casos de manera
exitosa–, la sociedad se mostró propensa a protestas y reclamos constantes distintos entre sí. La
sublevación de Túpac Amaru no fue, por lo tanto, “el último eslabón” de un Movimiento
Nacional Inca. El cacique, por el contrario, se encontró más bien ante una férrea resistencia por
parte de los curacas privilegiados del virreinato, tales como los fieles Tito Atauchi y Diego
Choquehuanca, siendo este último además reconocido por la propia Audiencia de Charcas como
hombre de confianza. Así, se tiene que la subversión tupacamarista además “demostró la
necesidad de contar con cuadros militares debidamente entrenados y propició las promociones
de numerosos kurakas realistas dentro del ejército” (O’Phelan 2015 [1999]: 267, 271, 277-280).
Con ello queda expuesta la nula intención separatista de la élite indígena, quienes, recibidos
favores y concesiones por parte de la Corona, se mantuvieron fieles a ella –por convicción o por
conveniencia– durante el ataque subversivo de José Gabriel Condorcanqui.

19
Aun con la desconfianza de los españoles hacia los americanos en mente, la rebelión
mostró a la Corona el poder de movilización que tenían los caciques, lo cual favoreció la
preparación militar realista en el Perú (Aljovín de Losada 2009: 242; O’Phelan 1985: 171-172,
178). La rebelión de Túpac Amaru II había sido uno de los factores que propiciaron el declive
económico peruano, pero logró además alertar a la Corona de los peligros que traían consigo los
caciques y a los criollos, quienes, en adelante, serían más cautelosos en la elección de sus
aliados (O’Phelan 1985: 163). No obstante, enfocados esta vez en los no privilegiados, Anna
asevera que la mayoría de estos dependía económicamente de una privilegiada décima parte de
la población, estos últimos con una clara influencia política (2003: 43), la cual estuvo
íntimamente ligada con el factor económico. Con todo ello, cabe preguntarse ¿hasta qué punto
se puede hablar de una participación indígena activa en los movimientos reformistas y
separatistas, si las ciudades con predominio demográfico nativo fueron controladas militarmente
tras la derrota de Túpac Amaru II? (Anna 2003:43)
A pesar de ello, la situación no era óptima, y el constante rechazo de los indígenas y de
las élites afectadas por la aplicación de las reformas borbónicas, así como el evidente
centralismo de una España enfocada en ganar guerras sin importar el precio, llevaron a una
progresiva crisis en el virreinato peruano. Como era de esperarse, el centro más importante del
Perú a nivel transatlántico, Lima, absorbió también estos problemas, si no con la misma
intensidad, sí con cierta perturbación al orden. Por supuesto, Lima era prácticamente inamovible
en sus convicciones fidelistas pero, en un contexto tan complejo como el descrito, la crisis
económica afectó lenta pero constantemente a la política, llevando al Perú a una crisis de
autoridad que los virreyes hasta el año 1806 se vieron incapaces de contrarrestar.

1.3 Control y estabilidad: los primeros años de gobierno del virrey Fernando de
Abascal (1806-1808)
Cuando se analiza el estilo de administración del virrey Fernando de Abascal es imprescindible
tomar en consideración su extensa trayectoria como funcionario de la Corona española. Sus
políticas, decisiones y temores son el resultado de largos años de acumulación de experiencias
que le proporcionaron a Abascal la habilidad de afrontar situaciones críticas como la que lo
recibió en Lima en 1806. Abascal no era un improvisado. Su exitosa trayectoria como militar y
estratega avalaron la decisión del rey Carlos IV de nombrarlo virrey de un territorio en crisis:
Fue maestro de concordia, que supo en todo momento perdonar a sus enemigos, olvidando así
insultos anteriores. Consiguió así atraerse a su partido a muchos que, en otro caso, hubieran
militado en contra suya. Distinguióse también por su extraordinario tacto a la hora de seleccionar
a los que con él gobernaban el virreinato, no dudando nunca en elevar a puestos de confianza a
elementos de dudosa política. Claro es que siempre cuidó mucho de colocar al lado de aquéllos a
personas totalmente adictas a su Gobierno, y de cuya energía en un momento dado, esperaba que
se superase cualquier dificultad posible. (Rodríguez y Calderón 1944: XXXV-XXXVI)

20
Fernando de Abascal tenía varias cualidades que lo convirtieron en –si no el mejor– uno de los
mejores funcionarios que haya tenido la Corona española. De hecho, sus acciones no solo se
alimentaron de su pasado, sino también de su excelente habilidad para detectar conspiraciones y
conatos de rebeliones. A modo de ejemplo, ya en 1805 se venían haciendo más fuertes los
rumores de conspiración en Cuzco, lo cual repercutió en Lima por ser el Cuzco un poderoso
centro con la legitimidad para influir en otras regiones peruanas (Guerra 2016:71; O’Phelan
1985: 160). Sin embargo, durante los primeros dos años de su gobierno, entre 1806 y 1808,
Fernando de Abascal centró sus fuerzas en un plan de protección del virreinato que planteaba
evitar la herida para no tener que suturarla luego. Mucho tuvo que ver en este respecto la
invasión inglesa a Buenos Aires. Ese suceso no hizo sino afianzar el concepto que tenía Abascal
sobre la precariedad de la capacidad de defensa de los territorios españoles de ultramar (Py
2009: 217; Rodríguez Casado y Calderón 1944: 449-450, tomo I). Por supuesto, la capacidad
de Abascal fue más allá. No solo identificó el problema, sino que además logró idear un plan
para contrarrestar la crisis en la que se había visto sumido el virreinato peruano.
En primer lugar, su conocimiento de los territorios del sur fue superior al de sus
antecesores. Ni los virreyes ni alguno de sus emisarios realizaban visitas a los lugares más
recónditos del virreinato, lo cual daba pocas herramientas para que las autoridades pudiesen
gobernar con eficiencia. Abascal fue la excepción, dado que llegó a Lima desde la costa de
Brasil, pasando por Buenos Aires, cruzando Jujuy y Salta y atravesando el Alto Perú para
finalmente arribar el 26 de julio de 1806 a Lima (Guerra 2016: 71; Rodríguez y Calderón 1944:
XLVIII-XLIX, 8). Abascal recorrió entonces una buena parte de territorio que había recibido un
tradicional poco interés. Y, émulo de lo que hiciera Pedro de la Gasca en el siglo XVI desde
Piura a Lima, Abascal ciertamente ganó adeptos y legitimidad conociendo los poblados del sur
en su camino al centro del virreinato peruano.
Por otro lado, el virreinato se hallaba en una clara crisis de autoridad, inconcebible para
un fidelista como Fernando de Abascal que consideraba las nuevas posturas democráticas algo
todavía más nocivo que la instauración de las reformas borbónicas (Nieto 1958: 11). Pero “al
asumir el cargo en el Virreinato del Perú su prioridad fue recorrer y tomar conocimiento de la
situación de las fortificaciones de la costa pacífica y reformar a la brevedad dichas
instalaciones”. A su llegada a Lima observó la poca seguridad de las fortificaciones y, con ello
en mente e influenciado por los sucesos ocurridos en Buenos Aires, Abascal tomó medidas
inmediatas. Reparó la muralla de Lima que se había construido en 1685, reformó un almacén de
pólvora y municiones para poder exportarlas a donde fueran necesarias, llevó a cabo una total
renovación del puerto del Callao y construyó acueductos. Cumplida la labor defensiva en Lima,
pasó a consolidar otros lugares costeros, de tal manera que el Perú pudiese resistir con mayor
preparación un eventual ataque foráneo (Py 2009: 218). Su plan se dirigía a la perfección, dado
que estos proyectos, además, causaban una buena impresión de la ciudad.

21
La respuesta del virrey Abascal fue oportuna. La crisis, de no ser solucionada, podía
originar una guerra civil que enfrentaría bandos peruanos con distintas motivaciones (Rodríguez
y Calderón 1944: LXII). No solo ello, sino que además había que tomar en consideración el
gran desafío al que se refiere Anna, la rebelión de Túpac Amaru II. Efectivamente, el virreinato
del Perú había sido golpeado por ataques indígenas y protestas (2003: 56). Añade el propio
Anna páginas más adelante, que la Lima virreinal de Abascal permaneció tranquila durante su
gobierno inclusive durante la crisis española de 1808 de la que nos extenderemos en el siguiente
capítulo. De hecho, la postura del virrey fue la de lograr que el Perú se mantenga anexo a
España consolidándose como una región fiel a la espera de una mejor etapa (Hamnett 2000: 8).
Esta sucinta introducción a la figura del virrey Fernando de Abascal demuestra una vez
más cuán importante fue su labor desde el inicio de su gobierno. La toma de poder llevó a
Abascal a una progresiva independencia con respecto a las decisiones de otras autoridades
virreinales. Esta situación, contra lo que se podría pensar a primera impresión, fue de hecho
beneficiosa para la Corona española, sobre todo en los años de la crisis peninsular (Rodríguez y
Calderón 1944: XL-XLI).
Por otro lado, su labor no se halló circunscrita únicamente a la renovación estructural y
arquitectónica de las defensas. El virrey observó y analizó varios de los problemas que ocurrían
en las distintas entidades del territorio peruano. En el caso de los religiosos, reconoció que había
que tener especial cuidado con ciertos miembros de las órdenes quienes, pese a haber clamado
obediencia a sus superiores en los Tribunales, no eran de fiar por sus posturas frente a los
recientes eventos ocurridos en el virreinato (De la Puente 1945: 266). Se tiene, por ejemplo, el
caso de sacerdotes que apoyaron a nivel logístico las protestas del siglo XVIII, y de otros que
inclusive encabezaron los movimientos a inicios del siglo XIX. Estos serían juzgados, y las
sospechas de Abascal sobre el clero secular se verían, una vez más, confirmadas (O’Phelan
1985: 177). No hay dudas de que había personas de todos los rangos con posturas reformistas y
separatistas. Sin embargo, el complejo escenario de fines del siglo XVIII forjó también personas
con una lealtad aún mayor a la de varios personajes de los años previos (Elliott 2010: 138). De
ello se sigue que una característica de las crisis en el virreinato fue la polarización. Y, cuando
las cosas se volvieron críticas, Abascal se mostró como el “faro de salvación” de las élites
fidelistas (Anna 2003: 71).
Los ataques no solo se dieron en el campo de batalla o con la amenaza de una guerra
civil. Por el contrario, los insultos eran muy comunes hacia las autoridades virreinales. Con un
sistema resquebrajado, no fue una sorpresa que el virrey tuviese que enfrentar a iracundos
personajes como Domingo Sánchez Revata, al que Abascal tomaría como un escribidor pero
que, en la práctica, era un letrado sin empleo. Sánchez Revata, desde fines del siglo inclusive,
había enviado misivas a España para quejarse del gobierno virreinal con las autoridades
europeas. Sus cartas eran el reflejo de lo que preocupaba a varios de los limeños en torno a la

22
situación peruana. Pese a ello, sus alegatos eran indiscutiblemente exagerados y se encontraban
marcados con un claro tinte de interés personal. Precisamente, en 1806 envió otra carta
quejándose, esta vez, de lo que consideraba era un mal manejo de las denuncias que venía
presentando. Su fastidio se acrecentó aún más cuando el virrey le ordenó pagar un bono de mil
pesos para tomar en mayor consideración su reclamo (Anna 2003: 63-64). El caso de Domingo
Sánchez Revata permite al lector ubicar a otro sector de población inconforme con la forma en
la que se estaba administrando el virreinato peruano. El camino era bastante tortuoso de seguir,
sobre todo para un virrey tan concentrado en hacer de Perú un bastión del realismo en América.
Los primeros años de Fernando de Abascal en el virreinato fueron decisivos. Su política
de estabilidad y control entre los años de 1806 y 1808 y su total compromiso con los intereses
de la Corona guiaron a Abascal a mejorar la situación de Lima de manera progresiva. Su rápida
reacción para evitar lo que habría sido una guerra civil, fue vital. El continuo proceso de
vigilancia, el analizar cada movimiento, por mínimo que fuera, fueron solo algunas de las
acciones de Abascal que llevaron a Lima a afianzar su fidelismo. Fernando de Abascal lo estaba
consiguiendo, estaba logrando lo que habría sido una tarea por demás imposible para otro virrey
con menor capacidad y experiencia militar. Para 1808, sin embargo, la situación dio un giro que
desbarató todo lo obtenido en dos años: en la península, el rey Carlos IV había sido forzado a
abdicar. Tras unos pocos movimientos políticos, las fuerzas napoleónicas tomaron el control de
España. En el siguiente capítulo ampliaremos lo sucedido en la península, pero nuestro enfoque
estará centrado en la respuesta de Abascal frente a una de las situaciones más complejas de la
historia del imperio español. Ya no eran solo movimientos reformistas y separatistas en
América a lo que el virrey tenía que hacer frente. Ahora debía pensar en lo que la Corona misma
necesitaba, y se convirtió durante esos años, en la práctica, en el funcionario español más
importante de todos.

23
Capítulo 2
Abascal y el proyecto contrarrevolucionario realista:
crisis, alianzas, élite y milicia (1808-1816)
La crisis del Imperio español luego de que Fernando VII abdicara en favor de José Bonaparte
fue uno de los sucesos más importantes del movimiento bonapartista. Este, a su vez, repercutió
de manera bastante clara en los territorios ultramarinos de España. En este segundo capítulo
analizaremos la creación de Juntas de Gobierno y de las Cortes de Cádiz, así como la expansión
de posturas reformistas y separatistas en toda la América española y la diligente respuesta del
virrey Abascal para contrarrestar la situación, que se agravaría luego de la promulgación oficial
de la Constitución de Cádiz en 1812. Abascal tendría que decidir si obedecer ciegamente a la
Corona o hacer lo que él consideraba más provechoso. Posteriormente, analizaremos la
estrategia del marqués de la Concordia de incorporar a las élites económicas a su plan de
contrarrevolución, convirtiéndose el Tribunal de Comerciantes de Lima en un aliado
fundamental debido a la intersección de sus intereses. Finalmente, explicaremos la influencia
del Consulado en la posibilidad de enviar contingentes militares a distintas zonas de América.
Luego de haber identificado los territorios estratégicos, Abascal se valió del gremio de
comerciantes para financiar expediciones militares en lugares tanto dentro como fuera del
virreinato del Perú, con el general Goyeneche a la cabeza de varias de estas misiones.
Demostrada su capacidad de logística, repasaremos muy brevemente la situación de la Lima de
Abascal hacia 1816 cuando, concluidos sus servicios, el virrey dejaba el Perú para retornar a la
España peninsular.

24
2.1 Crisis imperial y las medidas de Abascal para la estabilidad en Lima
La invasión de Napoleón a España, las abdicaciones sucesivas de Carlos IV y Fernando VI y la
toma de poder de José Bonaparte en la península llevaron al Imperio español a una severa crisis
que, por supuesto, afecto también a los territorios españoles de ultramar. Analizaremos la
creación de las Juntas de Gobierno y las Cortes de Cádiz y su función dentro del sistema
virreinal peruano, así como la posición de Abascal en torno a estas dos nuevas instituciones.
Paralelamente, el reformismo y el separatismo serán observados como movimientos ideológicos
que se reforzaron con la crisis española. Posteriormente, analizaremos el cambio de estrategia
que tendría que realizar el virrey Abascal para contrarrestar a los movimientos revolucionarios
de la América española tras la promulgación de la Constitución de Cádiz en 1812.

2.1.1 La crisis del imperio español y sus repercusiones en América: Juntas de Gobierno
y las Cortes de Cádiz, reformismo y separatismo
El 6 de mayo de 1808, José Bonaparte, hermano de Napoleón y hasta ese día rey de Nápoles,
tomó legítimo poder del Imperio español luego de una sucesión de abdicaciones que
demostraron la total incapacidad de Fernando VII para gobernar a España. Apenas cincuenta
días después de que hiciera su aparición en Madrid para garantizar su victoria como nuevo rey,
Fernando dejó al Imperio bajo el completo control del invasor Bonaparte, y sumió a España en
una crisis sin precedentes desde su reunificación en el siglo XV (Iberico 2012: 391). La crisis en
España afectó, indefectiblemente, a los territorios americanos. Sin una figura real fuerte tras el
secuestro de Fernando VII, el debilitamiento paulatino del hilo unificador entre América y
España fue inevitable (Villegas 2007: 199).
No puede de dejarse de lado, a su vez, la dramática situación que vivía España en aquel
momento, y la clara intención de Napoleón de tomar control también de toda la América
española. Al respecto, señala Emilio de Diego que Napoleón había tomado en cuenta lo
conveniente de las declaraciones de Carlos IV, predecesor de Fernando VII, en las que se
proclamaba “Emperador de España y las Indias”. El invasor sabía que esta afirmación podía
otorgarle, de conseguir un acuerdo con los americanos, una posesión de tierras sin precedentes.
Una vez que José Bonaparte fue coronado, Napoleón inició su plan para anexarse los territorios
americanos. El 13 de junio de 1808, le escribió al responsable de su fuerza naval, el
vicealmirante Decrés, con el fin de advertirle lo peligroso de que las revueltas en la España
peninsular trascendieran y llegaran a agitar también los territorios de ultramar. Con ese probable
escenario en mente, Napoleón Bonaparte decidió iniciar la dominación de la América española
(De Diego 2008: 97-98). No obstante, “Dadas las circunstancias con los mares bajo control
inglés, no le quedaban a Napoleón otras armas, en su afán de dominar aquellas tierras, que las
del dinero, la propaganda y, en última instancia, alguna pequeña expedición militar. Pero no
podía acudir a este recurso más que como medio auxiliar allí donde la ocasión se le mostrara

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favorable por la acción previa de los otros instrumentos” (De Diego 2008: 98). Es decir que
Bonaparte no podría conseguir el dominio de América de la misma manera que obtuvo los de
Europa. Así, su estrategia tuvo que estar centrada en lograr la adhesión popular a través de la
propaganda política.
Tal y como explica Tomás Straka, la crisis que explotó en 1808 fue el resultado de la
poca legitimidad que venían acarreando las autoridades peninsulares. Todo este “colapso de
autoridad” fue devastador para la vasta mayoría de los territorios españoles de ultramar,
fundamentalmente porque era el modelo institucional y legal el que, fortalecido en la
legitimidad, había logrado por mucho tiempo contener los intentos separatistas y mantener la
cohesión social. Pese a que, como observamos en el capítulo anterior, la sociedad en su
conjunto no se hallaba plenamente conforme con su situación, la lealtad al rey de España había
permanecido firme. No solo ello, sino que, además, varios importantes personajes se
mantuvieron identificados con su herencia hispana. Esto cambiaría progresivamente según
Straka, que afirma que esta identificación solo duraría hasta 1810 (2010: 360). Por su parte,
Michael Zeuske, quien se declara influenciado por Straka, concuerda con este último en su
percepción sobre el origen de la crisis de 1808 acaecida en América como repercusión de lo que
sucedía en España. Considera que, además de ser claramente una consecuencia del reformismo
borbónico del siglo XVIII, la crisis fue también el efecto del éxito reformista en América (2010:
381, 389). Dentro de estas afirmaciones encontramos lo que parecen ser puntos discrepantes en
relación con otros historiadores, al menos en lo que respecta a la situación del virreinato del
Perú. Cabe preguntarse, no obstante, si existe realmente esta divergencia de opiniones o si, por
el contrario, fue el Perú un territorio convertido en la excepción a la regla.
De hecho, se evidenció una marcada diferencia entre el virreinato del Perú y los otros
virreinatos –Nueva Granada y Río de la Plata– y las capitanías generales de Chile, Quito y
Venezuela. Fundamentalmente, se destaca que el Perú no “sucumbió a la subversión política”
entre el trienio de 1808-1810. Además, en el siglo XIX no existió subversión alguna de gran
magnitud sino hasta el año de 1814, contrario a la situación que vivió el territorio novohispano
(Hamnett 2000: 7). Como explicaremos más adelante, este fenómeno, exclusivo del virreinato
peruano, puede ser explicado en gran medida por la labor contrarrevolucionaria del virrey
Fernando de Abascal.
¿Cuáles fueron estas diferencias que separaron al Perú de los otros territorios españoles
de ultramar? Para ello es necesario retomar, momentáneamente, el relato de lo que ocurría en
España en 1808. Como habíamos mencionado, la reclusión de Fernando VII tuvo notorias
repercusiones en la población peninsular. De forma casi simultánea a la coronación de José
Bonaparte, un gran número de autoridades españolas –delegados de las juntas provinciales–
decidieron crear la denominada Junta Central, de tal forma que esta pudiese representar al rey
capturado durante su ausencia. En este nuevo organismo gubernamental se estableció que los

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territorios americanos estarían representados por intermedio de diputados. Las autoridades en
América, émulas de la decisión tomada en la península, iniciaron a su vez la conformación de
Juntas de Gobierno. Estas, como anota Rolando Iberico, tuvieron como base “las concepciones
político-filosóficas Habsburgo” que aún se encontraban enraizadas en la mentalidad de muchas
de las autoridades. Así, Buenos Aires, Quito y La Paz fueron las ciudades que más rápidamente
conformaron sus Juntas, con el claro propósito de autogobernarse mientras el rey español no
estuviese en condiciones de hacerlo. Para infortunio de los intereses de los otros representantes
americanos, Abascal se negó a la creación de una Junta en el virreinato del Perú. Para el virrey
estaba claro: de aceptar una Junta de Gobierno, la situación se saldría por completo de control.
La decisión de Fernando de Abascal en respecto de un organismo que pretendía ejercer los
poderes del rey es tan importante en su proyecto de resistencia, que es precisamente por esta
acción que Daniel Valcárcel lo describió como “el campeón contrarrevolucionario”, pues fue un
paso decisivo mediante el cual el virrey demostró que estaba dispuesto a cumplir su función a
cabalidad, y a cualquier costo (Iberico 2012: 385-386; O’Phelan 2012: 129; Valcárcel 1954:
144; Villegas 2007: 199). La lucha contrarrevolucionaria de Abascal tuvo, entonces, una
posición inquebrantable en respecto de la creación de la Juntas de gobierno.
Nada podía hacer el Marqués de la Concordia, sin embargo, al respecto de la Junta
Superior de Gobierno que se había conformado en la península. Como hemos resaltado, la
situación en España era más compleja inclusive que en América, y definitivamente más caótica
que en la Lima realista de Fernando de Abascal. Fue así que, el 22 de mayo de 1809, la Junta
Superior acudió a las Cortes del Reino, organismo fundamental para lograr combatir la
inestabilidad del Imperio. Se dio, a su vez, una convocatoria a autoridades americanas con la
intención de “conservar la santa Religión Católica; libertar al Rey; continuar con la guerra hasta
expulsar de la Nación al tirano francés, y; restablecer y mejorar la Constitución fundamental, así
como, resolver y determinar todos los asuntos que deban de serlo en Cortes Generales” (Landa
2012: 327). Eran estas las intenciones principales de la Junta y las Cortes del Reino al conjugar
sus intereses en 1809. Desde su creación el 24 de setiembre del año siguiente, las Cortes
Generales y Extraordinarias de Cádiz tuvieron la particularidad de estar conformadas por
peninsulares y americanos con los mismos derechos dentro de las Cortes, tal y como se había
planificado alrededor de un año y medio atrás. Como era de esperarse, los miembros de las
Cortes de Cádiz no tenían un pensamiento unívoco. Por el contrario, los datos aseguran que se
tenía información ya en ese entonces de la existencia de personajes conservadores, liberales y
varios americanos con una tendencia, en líneas generales, más liberal que conservadora. No es
de sorprender, sin embargo, que tanto liberales como conservadores fuesen conscientes de lo
que parecía ser una inevitable desintegración del Imperio español. Frente a este trágico contexto
para sus intereses, ambos bandos vieron en una Constitución el rayo de luz al final del túnel
(Landa 2012: 327).

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Con un proyecto tan ambicioso como la creación de una constitución, reformar todos los
aspectos de la vida española peninsular y americana habría sido totalmente descabellado. Es por
ello que las Cortes iniciaron la paulatina creación de instituciones liberales y la promulgación
algunos decretos, como el de la libertad de imprenta del 10 de noviembre de 1810, en el que se
establecía que “Todos los cuerpos y personas particulares, de cualquier condición y estado que
sean, tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de
licencia, revisión o aprobación alguna anteriores a la publicación” (Landa 2012: 328), lo que en
definitiva entró en conflicto con la postura de Fernando de Abascal. Para el virrey, a quien la
noticia le llegó en 1811, aquel decreto era inaceptable, pero fue justamente su eterna fidelidad a
la Corona lo que llevó a Abascal a promulgar dicha ley en el Perú, claramente no sin recelos
(Landa 2012: 328; Valcárcel 1954: 144). Los medios de prensa y las publicaciones periódicas
surgidas a partir de la promulgación de esta ley formarían, posteriormente, pieza primordial del
conflicto entre realistas y separatistas.
Pese al evidente liberalismo de las propuestas introducidas paulatinamente en los
decretos –y, luego, en la propia Constitución–, la ruptura total del Imperio no era algo que
desearan los miembros de las Cortes de Cádiz. Esto explica en buena medida el gran ahínco que
tuvieron las Cortes al tratar de incluir a representantes de los territorios españoles ultramarinos,
con la intención de integrar a la América española a un contexto de igualdad con las ciudades
peninsulares (Delgado 2006: 6-7). Bajo estos lineamientos se irían perfilando las acciones y
posturas de las Cortes Generales y Extraordinarias de Cádiz, con la atenta y siempre vigilante
mirada desde Lima de Fernando de Abascal, a toda propuesta de cambio proveniente de España.
En 1812, tras la promulgación de la Constitución de Cádiz, el panorama volvería a cambiar para
el virrey del Perú. Abascal se vería obligado a tomar medidas extremas, las que, a su vez, se
encontrarían matizadas por su juramentada obediencia a la Corona y que lo encerrarían en una
encrucijada.

2.1.2 La paradoja de la obediencia: el constitucionalismo gaditano y la política


contrarrevolucionaria de Abascal
La historiografía tradicional ha relegado al virrey Fernando de Abascal a una posición en la que
es tomado como un absolutista que, exclusivamente por su postura política, rechazó
tajantemente la promulgación y el contenido de la Constitución de 1812. Dicho de otra manera,
se propuso por mucho tiempo que, de no haber sido Abascal el virrey del Perú en ese año, la
Constitución de Cádiz habría sido perfectamente aceptada por la autoridad virreinal de turno.
Brian Hamnett rechazó por completo aquella afirmación, fundamentado en la gran cantidad de
errores que contenía el documento. Añade que, precisamente por aquellas imperfecciones,
“cualquier autoridad encargada del manejo del Estado en los territorios americanos, y la garantía
de la seguridad, se hubiera opuesto a ellas” (Hamnett 2000: 4). Y es que, una Constitución

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elaborada en un contexto de crisis social, política y económica tendría, sin lugar a dudas,
numerosos fallos.
Ahora bien, Abascal venía enfrentándose al constitucionalismo gaditano, como ya
adelantamos, desde antes de 1812. La instauración de la libertad de prensa fue solo una de
muchas situaciones a las que tendría que hacer frente durante su etapa como funcionario, y en
las que se hallaría atrapado en la paradoja de obedecer lo mandado por la Corona, o hacer lo que
él –estaba seguro– favorecería más los intereses del imperio español al que tan apasionadamente
servía. La fuerte amenaza periodística que trajo consigo la libertad de prensa sería, sin embargo,
rápidamente detectada, detenida, censurada y eliminada de la esfera pública. Abascal logró
controlar gran parte de la información transmitida de manera oficial por intermedio de una serie
de medidas de emergencia y la participación de fieles colaboradores quienes luego, tras ser
descubiertos sus planes de contingencia, tendrían una labor inclusive más compleja para
descifrar la proveniencia de las cartas interceptadas (Chassin 2013; Valcárcel 1954: 144).
La Constitución fue promulgada en la península el 18 de marzo de 1812, y llegó al Perú
en setiembre del mismo año. Compuesta de diez títulos y cerca de 400 artículos, con el
documento “[s]e consagró que la soberanía reside esencialmente en la Nación, integrada por
todos los españoles de ambos hemisferios” (Landa 2012: 329). Pese a rechazarla, Abascal
aceptó observar la Constitución para constatar su legitimidad. Como hemos señalado, después
de todo, el virrey era un funcionario de la Corona, por lo que debía guardar el respeto a todo
organismo que la representara. Por supuesto, desde su decisión de observar previamente el
documento, quedó en evidencia la tensión existente. Abascal, quien tenía como objetivo último
el mantenimiento de la fortaleza imperial, temía de todo lo que pudiese afectar esa hegemonía.
Entretanto, el rey Fernando VII seguía cautivo a manos de las hordas napoleónicas y José
Bonaparte mantenía la regencia del Imperio español (Hamnett 2000: 10; Landa 2012: 329;
Rizo-Patrón 2006: 206).
La Constitución gaditana había cambiado las reglas del juego una vez más, en varios
sentidos. El tributo indígena, el cual había provisto a la Real Hacienda de hasta un veinte por
ciento de sus fondos Propios, de pronto había sido erradicado, y con él todos los beneficios
económicos que proveía (Contreras 2001: 206-207). Sin embargo, entre la teoría y la práctica de
varias de las leyes que conformaban la Constitución había una gran distancia. En un inicio,
relata John Elliott, varios americanos creyeron que el documento gaditano sería la solución a sus
problemas, y les otorgaría una emancipación que, de acuerdo con el autor, les había sido negada
por largo tiempo. La asamblea no había sido conformada de manera equitativa, sobre todo si se
tomaba en cuenta la representatividad en relación con el tamaño poblacional de los territorios en
América. Otro de los factores de decepción expresados por Elliott fue que los comerciantes
gaditanos se negaron a poner fin al “monopolio transatlántico”, dado que esto habría
desembocado en perjuicios económicos para todos ellos. Por otro lado, si se dieron estos casos

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fue principalmente porque los propios diputados españoles se sentían inseguros de otorgar
mayor representatividad a los hispanoamericanos, pues temían el recibir demasiada presión en
las decisiones por parte de estos últimos (2010: 139). Por mucho que pretendieran lograr una
unión entre ambos componentes del Imperio español, subordinar a los representantes
provenientes de América fue parte del proceso de elaboración constitucional. En el Perú, y
específicamente en Lima, el virrey transformaba sus políticas para adaptarlas a estos nuevos
cambios. Abascal desarrolló investigaciones hacia sospechosos de conspirar contra el virreinato,
inclusive cuando no existió una real conspiración. Sin embargo, hay que tener en cuenta el
contexto previo: la invasión francesa de España, la convocatoria a Cortes y la promulgación de
la Constitución de 1812 (Rizo-Patrón 2009: 205).
Para infortunio de Abascal, tendría que enfrentarse también a enemigos fuera del
virreinato peruano, como Juan José Castelli, líder del separatismo en Río de la Plata, con quien
iba a desarrollar una lucha propagandística bastante dura. ¿Por qué era necesario para Abascal
ganar esta guerra de propaganda? Chassin explica que,
[p]or una cuestión evidente de supervivencia política, la autoridad debe conservar el manejo de la
palabra pública […] Pero, entre 1808 y 1812, el orden epistolar que debería estar garantizado por
las autoridades en España, plantea problemas por lo inédito de la situación política. El impacto de
la crisis tiene el efecto de multiplicar dudas e incertidumbres entre la población. Las Juntas de
Valencia y de Sevilla insisten muy pronto en la necesidad de convencer a los americanos,
mediante correos y emisarios, de que se adhieran al patriotismo y a la fidelidad dinástica. El
primer peligro sería que reconocieran a Bonaparte. Por eso la Junta de Sevilla se proclama en
posesión de la autoridad soberana y sabiendo que José Bonaparte ha enviado emisarios a América,
hace lo mismo desde junio de 1808. (Chassin 2013:392. El subrayado es mío)

Efectivamente, estaba en juego la supervivencia política. Sin apoyo popular se podía llegar a
una situación de potencial sublevación, por lo que Abascal no podía permitirse perder aquel
duelo. Castelli apuntó a un mensaje populista, haciendo uso de un lenguaje unificador, mientras
que el virrey del Perú apeló al poder que tenía como representante del rey. Pese a la
incertidumbre del futuro en caso se lograse la independencia, ambos estaban seguros de que su
posición era la correcta. El duelo se debatía entre los alegatos ad baculum de Abascal y la
retórica falaz y sentimentalista de Castelli. No obstante, era clave para los dos líderes que su
oponente viese su reputación mermada, pues a partir de ello podrían obtener apoyo popular. En
el Perú, Abascal erradicó toda propaganda impresa, y hasta inició una contraofensiva: tras
censurar a El Peruano, apoyó la creación de una nueva publicación: El Verdadero Peruano, en
el que estaban involucrados personajes que sí apoyaban la causa realista. Gracias a la diligente
reacción de Abascal, Lima se fue consolidando como un bastión realista que adquiría más
fuerza de manera progresiva. Sin embargo, Castelli logró con sus emisarios el cambio de
mentalidad de varias provincias de la costa peruana en las que el ojo visor de Abascal tenía
menos fuerza Efectivamente, era mucho más difícil controlar conversaciones que publicaciones
periódicas, por lo que en zonas como Piura y Cuzco, la influencia del líder rioplatense fue
mucho más marcada que en otras zonas del virreinato del Perú, cuyos pobladores esperaron con

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ansias a un líder que nunca llegó. De hecho, la población estaba consciente de que no todo lo
que se decía en la guerra propagandística era cierto, así que tenía que intentar vislumbrar lo que
era cierto y separarlo de aquello que era, más bien, un engaño producto de la obvia intención
difamadora de Castelli y Abascal. El arribo nunca concretado de las fuerzas rioplatenses, pese a
ser decepcionante para las poblaciones de ciertas zonas costeras y surandinas, no desincentivó
los movimientos reformistas y separatistas de estas (Chassin 2013: 394, 396, 408-409, 411).
La problemática, como hemos observado, se hacía cada vez más desafiante para el
virrey Abascal, quien desde 1808 veía caer, uno tras otro, sus posibles medios de apoyo para la
contrarrevolución. La fortaleza que había empezado a construir apenas llegado al virreinato de
Perú y que se había desmoronado a raíz de la crisis española de 1808, ahora se agudizaba con la
promulgación de la Constitución de 1812 y artículos del documento en el que se eliminaba una
fuente de ingresos como la de la abolición del tributo indígena, al tiempo que se establecía la
libertad de prensa. En este contexto, y como ya había venido haciéndolo, tendría que echar
mano sus aliados principales en el virreinato: las élites económicas.

2.2 Abascal, las élites económicas y el rol protagónico del Tribunal del Consulado de
Comerciantes de Lima
Con las graves complicaciones que llevaba la crisis y la Constitución de 1812, Abascal supo
que, más que nunca, necesitaba realizar alianzas. Veremos en primer lugar la intención del
virrey de estabilizar el virreinato del Perú, con Lima a la cabeza de su proyecto
contrarrevolucionario, al tiempo que analizaremos la manera en la que Fernando de Abascal
incorporó a las élites económicas limeñas en su propuesta. La alianza más fuerte fue la que
estableció con el Tribunal de Consulado. Analizaremos esta relación simbiótica y
vislumbraremos los intereses personales detrás de dicha alianza, así como los efectos positivos
que trajo consigo para los fines que Abascal y el gremio de comerciantes buscaban.

2.2.1 La búsqueda de la estabilidad y la integración de las élites económicas limeñas al


proyecto contrarrevolucionario
La perspectiva pro-realista de Fernando de Abascal no se había debilitado tras la caída de la
monarquía española, y esto se ve reflejado en la esfera de seguridad en la siempre intentó
colocar al virreinato peruano. Si bien, afirma Quiroz, las élites no se encontraban en un
escenario de total comodidad, sí comprendieron que su fidelidad al virrey podía proporcionarles
una posterior recompensa. De los tres componentes de la élite limeña –terratenientes,
funcionarios y comerciantes– fueron estos últimos quienes mantuvieron una postura
marcadamente fidelista, conscientes de los beneficios de la estabilidad virreinal. Los
funcionarios, en cambio, se hallaron frente a un dilema luego de su pérdida de influencia
política. Con el fin de recuperar su poder debían decantarse por la prolongación del virreinato o

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la creación de un aparato estatal independiente. Sin embargo, lo cierto es que la élite en su
conjunto tenía claro el caos social que se produciría tras la caída del sistema virreinal, así como
la incapacidad de prever qué métodos habrían de usarse para mantener el orden de un eventual
nuevo régimen, lo que explica parcialmente la tendencia por lo general fidelista de las élites en
Lima (2009: 222-224).
Un par de años atrás, entre 1808 y 1810, la tendencia había sido marcadamente fidelista,
incluso si no se estuviera de acuerdo con el virrey y solo se quisiera seguir al rey. La población
americana y, por supuesto, la peruana, había recibido “una visión idealizada, depurada de vicios
o defectos, que no correspondía a la realidad. En el caso de Fernando VII es palpable la
incongruencia entre la sublimación a que el pueblo tendía y la realidad pequeña de su persona.
Pocas veces estuvo un Rey tan por debajo de lo que su función y su deber le señalaban, como
Fernando VII en 1808” (Nieto 1958: 10). El pueblo peruano, efectivamente, tenía a Fernando
VII como un rey tan reconocido, que hasta le había nombrado “El Deseado”. En Madrid, el 24
de agosto de 1808, encontrándose ya preso Fernando, se incluyó una demostración del fidelismo
limeño: parte de una ceremonia de honra al rey, se encontró una pintura con protagonistas
indígenas, específicamente peruanos. Con ello se pretendía demostrar el fuerte lazo entre los
limeños y El Deseado (Nieto 1958: 19). ¿Por qué son tan importantes estas muestras de
fidelidad? Víctor Peralta muestra que el virreinato del Perú fue una excepción en cuanto a
posturas separatistas. No existía, hacia 1810, un plan claro en el que se buscara la separación
definitiva del virreinato peruano con España. De acuerdo con Peralta, el Perú aceptó la
legitimidad de las Juntas Central y de Sevilla, así como a las Cortes gaditanas, como
“depositarias de la soberanía real hasta el retorno del monarca cautivo”. Abascal fue elemento
crucial para que ocurriese esto, ya que, a pesar de su rechazo a las Juntas y la Constitución,
jamás se alejó de lo que fuera determinado por la Corona (2009: 111-112). Su paradoja de
obediencia fue resulta gracias a su determinación de cumplir lo que le había sido confiado al ser
designado como virrey. Desarrollado, entonces, un contexto aproximado de la situación del
virreinato del Perú hacia 1812, ciertos rasgos de lo expuesto muestran que el apoyo de las élites
habría iniciado, en realidad, mucho antes de la promulgación de la Constitución de Cádiz.
Efectivamente, el apoyo de ciertos elementos de la élite se remonta, inclusive, a los
primeros años de la conformación del virreinato. Muy recientemente, Marcos Alarcón, en su
ponencia Entre el desacato y el servicio real. El establecimiento de la corte virreinal en el Perú.
1556-1564, mostró que, entre dichos años, los virreyes tenían una mayor libertad que la que
tendrían sus sucesores debido al incesante debate que había tomado lugar entre las décadas de
1520 y 1550 para determinar precisamente los límites del poder del representante del rey en
América. El expositor tomó el caso del Marqués de Cañete, Conde de Nieva, quien,
imposibilitado de otorgar encomiendas como consecuencia de las Leyes Nuevas de 1542, tomó
la decisión de crear nuevos cargos, a los que denominó “Compañía de Lanzas”. Gracias a estas

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nuevas plazas, los almagristas consiguieron el reconocimiento que no habían tenido antes.
Todos estos cargos fueron financiados por los mercaderes locales, quienes vieron en estos la
oportunidad de ganarse el favor del virrey. Era la segunda mitad del siglo XVI, y la situación se
repetiría durante gran parte del virreinato (Alarcón 2017). Efectivamente, serían los
comerciantes quienes, alarmados por la situación crecientemente compleja del siglo XIX,
apoyarían el proyecto contrarrevolucionario de Abascal.
Los grandes comerciantes estaban agremiados en el organismo del Tribunal del
Consulado. Este, históricamente, fue una de las instituciones más importantes de toda la época
virreinal. De hecho, antes inclusive de la llegada de Abascal, el Consulado había apoyado la
causa realista en todo momento. El Tribunal se colocó, desde un inicio, en contra de la
instauración del comercio libre, pues rechazaba lo que conllevaba la apertura del mercado a más
puertos, así como la saturación del mercado y la pérdida de sus privilegios monopolísticos,
preocupación que fue confirmada años después y que fue registrada por el propio Tribunal del
Consulado en un documento que envió al Consejo de Indias en 1790 (Mazzeo 2012: 95, 97).
Otra evidencia data del 29 de agosto de 1793, en el marco de la guerra contra Francia, cuando la
junta del Tribunal decidió aportar una fuerte suma de dinero durante el tiempo que durase el
conflicto: cien mil pesos en primera instancia, y luego veinticinco mil por cada año de
enfrentamientos. Solo los aportes de las Cajas Reales lograron superar a los del Consulado, con
una suma al contado que bordeó los trescientos mil pesos (Guerra 2016: 59-60; Mazzeo 2012:
139). Ya en el siglo XIX y con Abascal a la cabeza del virreinato, tanto el virrey como el
Consulado de Lima, se opusieron a comerciar con Inglaterra, pese a que se había transformado
en aliada de España para 1809. Abascal argumentó que permitir dicho intercambio comercial
sería ir en contra de las Leyes de Indias, en las que se establecía, aun después de la implantación
del libre comercio en 1778, que todo territorio en América que fuese parte de España, solo
podría comerciar con la península y en los puertos señalados como legales (Mazzeo 2012: 132-
133). Observamos, pues, la estrecha relación desarrollada entre el virrey y los comerciantes del
Consulado de Lima, pero cuyos intereses venían conjugados desde varios años atrás.
Los grandes comerciantes apoyaron también a los intereses de la Corona, encarnados en
Abascal, en el año de 1808, cuando la crisis cayó luego de la abdicación de Fernando VII. Es
claro que en España se necesitaba aportes económicos, y fue precisamente ello lo que consiguió
Fernando de Abascal. Con los fondos que se podían obtener de las arcas de la Real Hacienda,
así como los que ofrecía el Tribunal del Consulado de Lima y las contribuciones de varios
personajes adinerados –entre los que se cuenta el propio virrey–, Abascal logró su cometido de
enviar el dinero necesario para la subsistencia del Imperio español y para la protección de los
intereses del virreinato del Perú. Paralelamente a esto, el virrey fue reconocido por su lucha
armada contra los levantamientos que ocurrían en otros virreinatos y capitanías generales, labor

33
que detallaremos más adelante (Peralta 2006: 179-180; Quiroz 2009: 222; Rizo-Patrón 2009:
205-206).
El Tribunal del Consulado no fue solo un organismo poderoso por la capacidad
adquisitiva de sus miembros, sino que además fue una institución sólida que logró mantenerse
vigente inclusive después de terminadas las guerras independentistas y hasta el año de 1886. En
gran medida, esto se debe a que el Consulado no solo se encargó de temas mercantiles, sino
además de observar hechos que pudiesen afectarle indirectamente, como los ya mencionados
libre comercio y la guerra entre España y Francia. Sin embargo, su poder casi ilimitado fue
demostrado también muchas veces antes. Lawrence Clayton propone, a modo de ejemplo, una
situación ocurrida en junio de 1654. El cónsul y el prior del Consulado habían sido encarcelados
por no pagar impuestos, lo que era una falta grave en el contexto virreinal. Sin embargo, el
Consulado presionó a los oficiales reales de Lima para que liberasen a ambos funcionarios. Y
obtuvieron esa gracia de la Corona, que además señaló que una situación así no podía repetirse,
ya que la labor del Tribunal era demasiado importante como para que la labor mercantil de sus
miembros fuese interrumpida (1977: 461, 465-466). Como en ese caso, el Tribunal del
Consulado demostró en varias otras ocasiones su poder, el cual trascendía lo económico y
llegaba a influenciar también los aspectos políticos, sociales y jurídicos. Durante la etapa de
Abascal, la importancia del Tribunal del Consulado y su interacción con el virrey sería
fundamental.

2.2.2 Intereses conjugados: la alianza de entre Abascal y el Tribunal del Consulado de


Lima
El Consulado de Lima tenía un gran poder. Sin embargo, cabe recordar que el empoderamiento
del Tribunal vino de la Corona: ad portas del siglo XIX y en el marco del proceso de Ilustración
y la difícil situación económica en España, la Corona tuvo en los consulados de todos sus
territorios la oportunidad de promover el avance científico y tecnológico en varios y distintos
aspectos. Gracias a que previamente había logrado que se posicione en un lugar ventajoso, la
Corona obtuvo luego grandes beneficios provenientes del Consulado (Paquette 2007: 268-269).
En cuanto a Fernando de Abascal, este se alió con los comerciantes en cuanto pudo, por
lo que se puede afirmar que ambos –virrey y comerciantes– habían formado, con el pasar de los
años, una relación simbiótica en la que todos los actores dependían mutuamente de ellos para
lograr su cometido. Sin embargo, ¿por qué el virrey tuvo un interés tan mayúsculo en forjar una
alianza con los comerciantes del Tribunal del Consulado? Para responder a esa interrogante,
Timothy Anna, al igual que nosotros, inicia su análisis en los años previos a la llegada de
Abascal, luego de establecidas las reformas borbónicas que incluían el decreto del libre
mercado. El autor señala que el Consulado marcó una tendencia en su accionar frente a los
problemas económicos que afectaban al virreinato. En primera instancia, explica que el Perú

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solía depender en gran medida de sus exportaciones de metales preciosos. De hecho, esto era así
desde el siglo XVI cuando se inició la explotación de Potosí en el Alto Perú. Fue así que,
cuando en 1790 se evidenció un déficit fiscal entre las exportaciones e importaciones peruanas,
se supo que esta irregularidad había sido causada por la recurrente fluctuación de la producción
minera. Frente a este escenario, los comerciantes del Consulado tomaron la decisión de imponer
dos medidas: en primer lugar, una “moratoria” a todos los productos llegados a Lima que fueran
provenientes de Europa o Asia directamente. Como segundo punto, acordaron prohibir la
importación de mercadería que, antes de llegar a Lima, hubiesen pasado por el puerto de la
capital rioplatense. No obstante, hubo varias ocasiones en las que el Consulado no logró sus
objetivos, en parte porque los virreyes no siempre apoyaron las posturas y decisiones del gremio
de comerciantes. Es el caso del virrey De Croix, quien se mostró en desacuerdo con varios de
los reclamos del Consulado. En 1787, en torno al tema de la saturación del espacio mercantil
como efecto del decreto del libre mercado, el virrey se mostró disconforme con la solicitud del
Tribunal del Consulado de limitar el comercio por un par de años para poder recuperar la
estabilidad. Al contrario, Croix opinaba que la solución era ampliar aún más el mercado e
incrementar la producción local, y que lo que proponían los comerciantes no era sino una
estrategia para consolidarse en la cúpula del poderío económico virreinal. Todo esto cambiaría
con la llegada de Abascal quien, a diferencia de Croix, compartía varios aspectos de la postura
de los comerciantes. Si a los miembros del Tribunal del Consulado les importaba la subsistencia
del monopolio comercial para mantener su hegemonía económica, al virrey le interesaba
perpetuar este modelo económico para fortalecer el propio sistema virreinal (Anna 2003: 30-31;
Mazzeo 2012: 108- 109). Y es ahí, en esa entramada conjugación de fines, en donde residió el
marcado interés del virrey en el Tribunal del Consulado de Lima.
Tanta fue la cercanía entre Fernando de Abascal y Consulado, y tanto su respeto por la
institución que lo había respaldado en su lucha contrarrevolucionaria, que en 1816, cuando el
periodo del virrey había llegado a su fin, este redactó un mensaje en el que expresaba su gratitud
al Consulado por su apoyo en las expediciones militares que más adelante describiremos con
mayor detalle. Abascal envió la carta directamente al Consulado, admitiendo que
[…] el gobierno de Lima que ha salvado y protegido a muchos pueblos de esa, y otras
dependencias, será sin disputa el que se lleve la admiración y el respeto de las generaciones
venideras pero el Virrey, que no ha querido jamás defraudar el mérito que han labrado los que le
prestaron su auxilio en la arriesgada empresa, que va coronando la bienhechora Providencia, se
anticipa a protestar desde ahora, a la faz de todo el Mundo, que a los del Real Tribunal del
Consulado debe la mayor parte de sus triunfos y glorias. (Archivo General de la Nación, citado
en Mazzeo 2012: 134-135)

No era, entonces, una alianza de meras apariencias. Verdaderamente el virrey se valió del
Consulado para lograr su cometido; y los comerciantes, de Abascal, para asegurar la legitimidad
de sus reclamos. Y, por parte de los miembros del Consulado, si se sintieron tan confiados de
enviar su mercancía fue por el altísimo grado de institucionalidad del Tribunal en sí mismo ya

35
que, desde su creación en el siglo XVI, el respaldo de una institución como la del Consulado
había otorgado siempre una sensación de mayor seguridad en las transacciones del virreinato
peruano (Yun 2017).
La contaduría del Tribunal del Consulado ofrece datos para el análisis de la gran
influencia que tuvo la alianza de Abascal con esta institución. Aun dejando de lado los
donativos con motivos militares, las contribuciones hechas por el gremio de comerciantes
limeño es francamente impresionante. Así, en 1810 hizo entrega de 12 000 pesos para colaborar
con la construcción del colegio San Fernando. Ese mismo año, se tiene registrado el envío de
medio millón de pesos a España. Por otro lado, dos años antes, en 1808, había donado cerca de
20 000 pesos para la reparación de tres baluartes de la muralla de Lima (Mazzeo 2012: 166).
Detengámonos un momento en este último punto para apreciar el irónico paralelismo entre la
reparación de aquellos baluartes y el fortalecimiento de Lima en su fidelismo. Si hay que definir
los tres pilares de la consolidación fidelista, podríamos afirmar que la economía fue, sin lugar a
dudas, uno de ellos. Y, dentro de las instituciones colaboradoras a nivel económico y militar que
tuvo la Corona, sería el Consulado la que tendría mayor influencia en el virreinato del Perú.

2.3 La lucha contrarrevolucionaria: territorios estratégicos y expediciones militares en la


era de Abascal
La época en la que gobernó Abascal estuvo caracterizada por varios rasgos que tenían clara
relación con la trayectoria de vida del virrey. Así, dada su amplia experiencia en temas
militares, realizó en primera instancia un reconocimiento de territorios que necesitaran un
refuerzo defensivo. Evidentemente, no habría podido hacer ello sin antes consolidar a Lima y
asegurar su fidelismo. Ya con esa información, y a la luz de las rebeliones que empezaban a
desarrollarse dentro y fuera del virreinato peruano, diseñó una estrategia para recuperar
territorio perdido, así como derrotar a los liberales. Mientras que Abascal puso la cuota
logística, el Tribunal del Consulado proveyó a los militares del ejército con recursos expresados
en cuantiosas aportaciones económicas. Finalmente, analizaremos de manera muy breve el
escenario del virreinato del Perú y de los territorios aledaños cuando José Fernando de Abascal
y Sousa regresaba a la península pero, por sobre todo, la situación en la que se encontró Lima, la
ciudad tan estimada por Abascal.

2.3.1 Lima y los territorios sudamericanos estratégicos


No cabe duda de que Fernando de Abascal tuvo una participación importantísima en la
consolidación del fidelismo limeño. No obstante, entre más alejado de Lima estuviese un
territorio, mayores problemas le causaría a Abascal dicha ciudad. De hecho, la zona surandina
fue uno de los centros de revolución más importantes, incluso si nos remontamos a 1780, con la
rebelión tupacamarista iniciada en Cuzco. En este respecto, afirma O’Phelan que el sur de los

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Andes mostró una “consistente permeabilidad a la protesta social”, esto debido a ciertos factores
que se expresaron con mayor fuerza en los territorios surandinos, como la mita minera y el
tributo indígena (1985: 160). Pero no solo serían estos territorios dentro del virreinato peruano
los que Abascal vería como estratégicos para el control realista, sino que además lograría
identificar áreas clave para sus intereses y los del Imperio español. Es por ello que veremos
casos de grescas entre las fuerzas reales y las poblaciones de Huánuco y Cuzco, pero también
expediciones militares a zonas como Quito, La Paz y Chile, y la ya mencionada guerra de
propaganda con Buenos Aires.
Dentro del Perú, el caso de las rebeliones de Huánuco, Pantaguas y Humalíes es
detallada por Eduardo Torres, quien señala que estas, al igual que la gran mayoría de revueltas
de aquella etapa, no buscaron el separatismo. Quienes formaron parte de estas rebeliones
tuvieron como motivación la búsqueda de reactivación del “pacto de antigua data que los unía
con la monarquía” y, además, iniciaron una disputa entre el estilo del Antiguo Régimen –
referido al estilo de administración de los Habsburgo– y el modernismo propuesto por los
borbones. El modelo Antiguo se centraba en una inherente ligación entre el rey y sus súbditos,
lo que lograba una relación más estrecha, al menos en el imaginario colectivo de los
americanos. Era precisamente ello lo que buscaban retomar los rebeldes de León de Huánuco,
por lo que queda demostrada la tesis inicial de Torres Arancivia: los actores sociales partícipes
de estas revueltas no tuvieron en mente la idea de separarse de España. En ese sentido, se les
podría catalogar como reformistas porque se rebelaron “no para declarar la ruptura con respecto
a su rey, sino para llamarle la atención sobre el desvió [sic] de su justicia”. Fue en torno a esa
premisa que acuñaron el vítor de “Viva el rey, muera el mal gobierno”, siendo Abascal rotulado
como líder del “mal gobierno” y Fernando VII como el rey a quien había que seguir, al menos
hasta que los peruanos notasen que El Deseado no era más el ser místico que creyeron que sería
(2016: 53-54, 64, 73-74). De hecho, no solo el rey estuvo exento de cuestionamientos durante
esta rebelión, sino también la institución eclesial. Claramente, la Iglesia se hallaba arraigada en
esta zona y, además, se tiene evidencia de sacerdotes de distintas órdenes que apoyaron la causa
de los huanuqueños, como Mariano Azpiazu y Marcos Durán. Coincidentemente, ambos
pertenecían al clero regular, y no al diocesano, por lo que su postura disidente, si no previsible,
sí estuvo dentro de los límites de lo probable (Bonilla 2012: 151-153).
Por su parte, la revolución del Cuzco de 1814 sería a su vez un suceso importantísimo
dentro de los límites territoriales del virreinato peruano. Las garantías que ofrecía la vigente
Constitución de 1814 y que no habían tenido los rebeldes de León de Huánuco, proporcionaron
a los cuzqueños un marco legal totalmente distinto. Fue Mateo Pumacahua quien sería uno de
los líderes de esta rebelión. Sin embargo, es llamativo que haya sido también este cacique un
defensor de la Corona durante el movimiento tupacamarista de 1780. Hacia fines de 1814, y tras
una sucesión de hechos en los que inclusive se le llegó a considerar como un desertor de la

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Junta de Gobierno cuzqueña, una visita cambiaría por completo el escenario. José Angulo, que
había sido apresado un año atrás por intentar tomar la plaza cuzqueña, visitó a Pumacahua para
convencerlo de renunciar al bando realista y formar parte de los rebeldes. Traiciona así el
cacique al poder virreinal, y se convierte en mariscal del levantamiento del Cuzco. Meses antes,
en agosto del mismo año, Angulo y Abascal habían tenido un acalorado intercambio de
correspondencia, en el que el virrey advertía al revoltoso que él y sus seguidores serían tratados
como hostiles hasta que dejaran las armas y retornaran a sus labores oficiales. Por su parte,
Angulo acusaba a Abascal de haber destruido Lima y de promover la inequidad (Bonilla 2012:
153-164). Cuzco era un lugar estratégico no porque más de treinta años atrás hubiese sido el
punto de partida de una rebelión, sino por la legitimidad del territorio mismo como efecto del
legado prehispánico. Y fue esa histórica legitimidad, sumada a la activa participación de los
criollos en esta rebelión, lo que consolidó a la Rebelión del Cuzco como “un ejemplo,
probablemente el más extremo, de las alteraciones producidas en la estructura del poder local”
(Bonilla 2012: 165; O’Phelan 1985: 160). Por lo tanto, la Rebelión de 1814 se diferenció de la
de 1780 esencialmente en dos factores: la participación protagónica de los criollos, y la
clarísima intención separatista de José Angulo, Mateo Pumacahua y todos los indígenas que
formaron parte de aquel ejército revolucionario (Vargas 2000: 32).
Durante el gobierno de Abascal, la labor política se encontró al servicio de la función
militar. Vargas Esquerra afirma que el Marqués de la Concordia fue el último virrey en lograr
que ese modelo funcionara óptimamente, representando el inicio de posturas dialogantes el final
del periodo de gobierno de Fernando de Abascal (2000: 30). Sin embargo, antes de 1816, varios
otros territorios serían defendidos de los movimientos revolucionarios por medio de las
expediciones militares. De estas expediciones, resaltan las de Chile, Quito y La Paz, ciudades
que ya tenían conformados movimientos separatistas. Un punto a tomar en consideración es que
en La Paz eran los bonaerenses quienes buscaban la separación de ese territorio del Imperio
español. Hábilmente, el virrey envió varios contingentes entre cuyos líderes se encontraban
Joaquín de la Pezuela, quien sería el sucesor de Abascal, y José Manuel de Goyeneche,
probablemente el general más estimado por Fernando de Abascal y, de acuerdo con Timothy
Anna, “el hombre más popular en todo el Perú” (Anna 2003: 76, 90; Rizo Patrón 2009: 206).
Finalmente, en Buenos Aires, como adelantamos, se halló uno de los rivales más duros
de la gestión de Abascal en el Perú. No solo había enviado fuerzas al Alto Perú con el fin de
desanexarlo del Imperio, sino que, además, la campaña publicitaria tuvo varias y complejas
aristas. Uno de los ejemplos más populares es el que apareció en la Gaceta de Buenos Aires y
que posteriormente fuera adaptado por el escritor Ricardo Palma para ser incluido en sus
Tradiciones Peruanas. La tradición cuenta que el virrey encontró tres pequeños sacos sobre su
mesa y, luego de analizar su contenido, furioso, castigó a algunos de sus criados e incluso
arrestó a dos o tres personas. El registro oficial, por su parte, acepta la existencia de los tres

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saquitos de alimento que halló el virrey. La documentación señala que cada uno de los saquitos
contenía sal, habas y cal, lo cual no tenía otra intención sino la de enfurecer al virrey. Unidas las
palabras, se podía deducir el mensaje: Sal-Abas-cal. Si este había sido idea como un método
satírico, no menos lo era la banalización del rezo. Mientras tanto, en Lima, una supuesta oración
dirigida a la advocación de Nuestra Señora del Rosario apócrifamente firmada por el Arzobispo
Bartolomé de las Heras, fue distribuida con evidente motivación propagandística. El falso rezo
difamaba e insultaba a muchas de las autoridades virreinales, a la vez que proclamaba una
eventual victoria del ejército de San Martín (Vélez 1960: 485-490). Por superficial que pudiesen
sonar, este tipo de acciones eran comunes en un ámbito en el que el objetivo era deslegitimar a
las autoridades que se opusieran a una posición.
Buenos Aires fue un territorio muy complicado para la labor de Abascal y la del
General Goyeneche, tanto por sus líderes liberales, como por la apertura del mercado en 1778 y
la compleja guerra de publicidad. Frente a una defensa rioplatense tan difícil de derrotar en su
propio territorio, las expediciones militares de Abascal serían dirigidas hacia zonas en las que
fuera necesaria y útil una intervención de la milicia. A su vez, todas estas campañas serían
financiadas por el Tribunal del Consulado que, en una nueva demostración del entrelazamiento
de intereses entre los comerciantes y Abascal, otorgaría dinero en efectivo destinado a
aprovisionar militarmente a los ejércitos del virrey.

2.3.2 Expediciones militares: logística, aprovisionamiento y consolidación realista


Como hemos expresado, Abascal era un gran estratega. Sabía que, sin una fuente económica, le
resultaría imposible concretar sus proyectos. Gracias al gremio de comerciantes, muchas de sus
expediciones se hicieron posibles. De hecho, la Contaduría del Tribunal del Consulado muestra
los distintos fondos destinados a cada operación militar que Abascal hubiese iniciado. Además,
el propio Abascal describiría luego en sus memorias lo ocurrido en las expediciones y la
logística detrás de dichos movimientos.
Los donativos y préstamos que recibió Abascal tanto de los Ramos Propios de la Real
Hacienda como del Consulado de Lima le permitieron preparar y enviar a su milicia a distintas
zonas de potencial revolución (Rizo-Patrón 2009: 206). El registro del Tribunal del Consulado
muestra, además, el compromiso constante de los mercaderes con las medidas tomadas por
Abascal. Ya en 1807, el gremio de comerciantes había enviado 10 000 pesos “para auxiliar a
Buenos Aires”, dado el contexto de la invasión inglesa en la capital de Río de la Plata que tanto
había alarmado a Abascal (Py 2009: 217; Rodríguez y Calderón 1944: 449-450, tomo I). Por
otro lado, la expedición en La Paz que logró la reanexión del Alto Perú en 1811 tendría también
un soporte económico proveniente del Consulado: 480 000 pesos destinados a las provisiones de
los soldados que habían sido enviados al Alto Perú (Hamnett 2000: 12). De hecho, como
veremos más adelante, aquella sería la expedición más exitosa de las encargadas por Abascal.

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Al año siguiente, otra misión sería dirigida a Quito, con un donativo en efectivo de poco más de
100 000 pesos y con el objetivo de la recuperación del territorio quiteño. En 1814, una pequeña
suma extra de 10 000 pesos sería otorgada para “gastos de expedición”. Asimismo, años
después de que Goyeneche advirtiera de los peligros de una potencial subversión de la Capitanía
General de Chile (Anna 2003: 182), un destacamento llegó a la capitanía en 1814, habiendo sido
financiado con 140 000 donados por el Consulado. Finalmente, 50 000 pesos serían destinados
al envío de soldados para combatir a Pumacahua en el Cuzco (Mazzeo 2012: 166). Todos estos
registros de continuas inversiones de dinero en las numerosas expediciones de los realistas
vuelven a demostrar la crucial función del Tribunal del Consulado en el periodo del virrey
Abascal. Es claro que, sin estas importantes aportaciones económicas, la tarea
contrarrevolucionaria de Abascal habría sido, si no imposible, incomprensiblemente difícil.
No hay que desdeñar, sin embargo, las innegables cualidades de Abascal en cuanto al
diseño de estrategias y desarrollo logístico de su ejército. Pese a los cuantiosos aportes del
Consulado, la situación económica del virreinato peruano no era óptima. Por ejemplo, de
acuerdo con Anna, Lima envió más de un millón de pesos en 1812 en ayuda a los distintos
territorios en aprietos (2003:76). Es así que, consciente de sus limitaciones, Abascal asignó
grados militares a quienes se uniesen a sus ejércitos. Sabía el virrey, además, que no podía
permitirse costear los gastos necesarios para incorporar a combatientes experimentados a sus
filas, por lo que la idea de otorgar grados militares y pequeñas parcelas de tierra durante lo que
durase la respectiva campaña tuvo un efecto positivo doble: en primera instancia, le ahorró
dinero al Consulado, que no se vio en la obligación de pagar sueldos mayores a los
combatientes de mayor experiencia; y, por otro lado, certificó una vez más el respeto con el que
Abascal trató al gremio de comerciantes. En lo que respecta al armamento utilizado, tampoco
era el óptimo, y el virrey lo había notado desde su arribo en 1806 pero, nuevamente, el gasto
económico era un obstáculo. Afortunadamente para sus intereses, la fábrica de pólvora sí pudo
ser rápidamente reparada (Py 2009: 218; Rodríguez y Calderón 1944: 358, 361, 371, tomo I).
La labor logística del protagonista de nuestra investigación no estuvo circunscrita a la
eficiente administrar de los recursos económicos de los que disponía. Abascal, debido a su larga
trayectoria militar, supo también cómo organizar a su ejército de manera óptima. Así, vemos
que para el virrey la primera opción muy pocas veces fue la del envío de expediciones militares.
En el caso de la Rebelión de Cuzco, el intercambio de correspondencia marcó la etapa previa al
conflicto. Efectivamente, tal y como señala Vargas –afirmación que ya citamos anteriormente–,
“[d]el mandato de José Fernando de Abascal y Sousa en el Perú (1806-1816) se puede decir que
fue el último de la etapa española que supo compaginar la labor política con la militar, estando
ésta al servicio de aquélla” (2000: 30). Aunque lo político estuvo superado por lo militar, está
claro que Abascal no se dejó llevar por impulsos violentos toda vez que estos podían perjudicar
su causa realista.

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Sin embargo, ¿por qué tuvo que ser enviado el ejército al Alto Perú? Un año antes, el 7
de noviembre de 1810, el argentino Juan José Castelli había tomado control de Potosí luego de
derrotar al contingente realista local. Enterado de ello, Abascal envió al general Goyeneche a
enfrentarse con Castelli. La primera victoria realista ocurrió el 20 de junio de 1811 en Guaqui;
la segunda, menos de dos meses después, el 13 de agosto en Sipe Sipe (Guerra 2016:83). Pero
no solo ello: el ejército comandado por el general Goyeneche logró otras varias victorias, como
las de Vilcapujio y Ayohuma en 1813, lo cual muestra la gran eficiencia de la mano derecha de
Fernando de Abascal. Otro aspecto resaltante en ese respecto es que la fuerza militar del virrey
creció de manera exponencial en apenas cuatro años: era veinticinco veces más grande en 1813
que en 1809 (Hamnett 2000: 12, 14). Este crecimiento, resultado de la estrategia de los grados
militares llevó a su vez a la posibilidad de reforzar las defensas de los territorios sede de
movimientos revolucionarios de manera más que satisfactoria.
Fue con ese reforzamiento en otras zonas de la América española que Abascal culminó
su obra maestra. Había logrado que Lima resista los más difíciles embates de crisis de la historia
del Imperio español y, no satisfecho con ello, había enviado expediciones militares a lugares
fuera del virreinato del Perú con el objetivo de mantener unidos los territorios en América con
los peninsulares. Y había triunfado en cada uno de sus propósitos. Pese a todos los problemas
que se le presentaron, para cuando dejó el Perú en 1816, Fernando de Abascal había logrado
convertir a Lima en el bastión del realismo español.

Conclusiones

En esta investigación se ha buscado responder fundamentalmente a una pregunta: ¿de qué


manera el virrey Fernando de Abascal logró hacer de Lima un bastión del realismo en el
contexto de crisis de la monarquía española y de movimientos separatistas en Sudamérica? La
conclusión a la que se ha llegado es que la relevancia de los comerciantes del Tribunal del
Consulado fue crucial para las motivaciones de Fernando de Abascal, y que el compromiso
fidelista, por las razones que fueren, estuvo expresado desde mucho antes de la llegada de
Abascal al Perú. Sin embargo, no puede ser reducido a dichas aportaciones sin tomar en
consideración que el propio virrey tuvo la capacidad estratégica de organizar y articular su

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proyecto contrarrevolucionario de la mejor manera. Efectivamente, Abascal tuvo la capacidad
de cambiar sus estrategias según la situación lo ameritó, desde su llegada al Perú en 1806,
pasando por la crisis de 1808 y la promulgación de la Constitución de 1812.
Ya desde el siglo XVIII se habían visto varios cambios en el sistema. Por ejemplo, el
rey borbón Carlos III transformó el estilo tradicional administrativo de la dinastía de los
Habsburgo, lo que causó un distanciamiento irrevocable entre América y el poder central de la
península. Carlos tuvo, desde antes de asumir el trono, una firme convicción de reformar la
situación de España. Con sus reformas estuvo incluida la promulgación del libre comercio de
1778, la cual logró un incremento comercial, pero dejó a los territorios americanos vulnerables a
cualquier cambio político-económico que ocurriese en España. Esto quedaría en evidencia
cuando, ya en el siglo XIX, la abdicación de Fernando VII en favor de José Bonaparte
resquebrajó la seguridad del Imperio español, lo que llevó a un debilitamiento del hilo que unía
a América y España. Con ello queda demostrado que los cambios hechos por Carlos III en torno
al comercio, repercutieron en América si no a corto plazo, sí en un periodo de tiempo más
extenso.
Por otro lado, una reforma muy importante fue la de recortar el territorio del virreinato
peruano para desarticular conexiones de funcionarios. Los funcionario públicos americanos,
efectivamente, perdieron poder. Por ello, al crearse las Juntas de Gobierno para reemplazar el
poder del rey hasta su regreso, sus miembros decidieron integrar a peninsulares y americanos.
De hecho, las Cortes Generales y Extraordinarias de Cádiz fueron creadas a raíz de la necesidad
de un cambio tras la abdicación del rey Fernando VII. A su vez, por la propia diversidad de
procedencia de los miembros, estos tenían pensamientos diferenciados: conservadores, liberales
y americanos más liberales que conservadores. Por ende, las decisiones que tomarían más
adelante serían inevitablemente controvertidas.
La Junta Central fue emulada en América con las Juntas de Gobierno. Si hacia fines del
siglo XVIII, España logró zafarse del feudalismo para adaptarse finalmente a la modernidad,
aun así, como ha quedado demostrado, quedaban claros rezagos de la administración Habsburgo
incluso entre los funcionarios. Es por ello que varias autoridades americanas apoyaron la
creación de estas Juntas de Gobierno. Para infortunio de los liberales peruanos, Abascal impidió
la formación de una Junta en el Perú, siendo esto una excepción a la regla. El virrey se opuso
tajantemente a las Juntas no tanto por lo que eran, sino por lo que potencialmente podían
producir en la mentalidad de la población del virreinato peruano. Se infiere que Abascal conocía
a la perfección los cambios políticos, económicos y sociales que había sufrido y, por lo tanto,
sabía de las consecuencias de una transformación estructural. De hecho, los conflictos en los
que estuvo envuelto el Imperio español en el siglo XVIII habían llevado a este a cambiar sus
políticas de recaudación fiscal con la Real Hacienda como intermediario. La Hacienda fungió de
nexo fiscal por mucho tiempo, pero su labor fue obstaculizada por la Constitución gaditana, que

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eliminó el tributo indígena en 1812, el cual representaba el 20% de los Fondos Propios de la
institución fiscal. Asimismo, aunque el libre mercado de 1778 no afectó demasiado la economía
virreinal peruana en primera instancia, forzó a los comerciantes a buscar alianzas con
autoridades de mayor poder. Sumados a los funcionarios, que habían perdido su
representatividad en los espacios públicos, no era de extrañarse la incomodidad frente a los
decretos borbónicos. Es así que hubo un rechazo de posturas liberales en los años posteriores.
En consecuencia, las élites –en especial las de la Hacienda y el Tribunal del Consulado–
tendieron a crear una cercanía con los virreyes para intentar recuperar la posición que habían
perdido hacia fines de la etapa virreinal
La élite fue fidelista, en parte, por la imprevisibilidad de lo que pasaría luego de una
eventual independencia. Lo que los movía era su intención de permanecer en un lugar
hegemónico dentro del organismo, ya fuese virreinal o republicano. No obstante el Tribunal del
Consulado reunió a los comerciantes en una de las instituciones más fidelistas, y la más
importante para Abascal, todo ello con la firme decisión de mantenerse anexados a España. En
el caso del gremio de comerciantes, entonces, quedó claro desde un inicio que se rechazaba
tajantemente cualquier intento separatista e inclusive reformista que pudiese surgir en España o
Perú. Además, el Consulado era increíblemente fuerte por hasta dónde podía extender su
influencia. Se alió con Abascal de manera férrea. El virrey, de igual manera, se relacionó con las
élites económicas. Por lo tanto, dado el contexto de incertidumbre, ambas partes buscaron
consolidar sus propósitos: mantener la hegemonía española, y permanecer en la cúspide
económica, respectivamente.
La promulgación de la Constitución de Cádiz de 1812 representó un quiebre en el estilo
de administración y las estrategias que tenía Abascal para mantener la mayor cantidad de
territorios posible anexados a España, y que había ido estableciendo de la mano con el gremio
de comerciantes. Sin embargo, la Constitución fue considerada por los miembros de las Juntas y
las Cortes como una salvación para evitar que el Imperio se resquebraje aún más. Estos
personajes no querían un separatismo, sino un reformismo que permitiese incluir los cambios
que sus ellos consideraban indispensables. Abascal se había mostrado en contra, pero igual la
promulgó. Ello dejó ver claramente la tensión entre el virrey y las otras autoridades.
Uno de los decretos previamente promulgados y que llevó a Fernando de Abascal a
dificultades fue el de la libertad de prensa. Por ejemplo, Abascal tuvo que enfrentar a Juan José
Castelli en una guerra de propaganda, la cual necesitaba ganar para no perder popularidad y
arriesgarse a una sublevación, es decir, para sobrevivir políticamente debía derrotar a Castelli en
aquel duelo propagandístico. Por otro lado, José Angulo, líder de la rebelión cuzqueña de 1814,
también se enfrentó a Abascal, esta vez por correspondencia. Angulo acusó al virrey de haber
destruido Lima. La propaganda volvía a hacerse presente, esta vez por medio de cartas. Otros
incidentes, como el que inspiró una de las Tradiciones de Ricardo Palma, reforzaron la idea de

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la relevancia de la aceptación popular. Abascal sabía que dependía en buena medida de la
imagen que tuviera él para la población. Así, mediante varias medidas de emergencia, logró
controlar y eliminar la información transmitida por las publicaciones liberales y los personajes
como Castelli. Por lo tanto, la popularidad fue un factor importante en los años de gobierno de
Fernando de Abascal porque le otorgó legitimidad en un contexto de gran incertidumbre política
en la península.
Ahora bien, si el virrey estuvo tan preparado para responder a este tipo de situaciones,
fue en buena medida porque la Corona ya estaba atenta a los cambios potencialmente peligrosos
en la mentalidad de las poblaciones americanas. El Imperio había reforzado ciertas de sus
medidas a partir de un hecho fundamental para comprender el proceso independentista peruano:
la rebelión de Túpac Amaru II en 1780. La rebelión tupacamarista afectó a la Corona en
términos económicos y de estructura social, pero también impulsó la mejora de defensas
internas. Cabe recordar que las acciones del cacique representaron un punto de inflexión en los
planes de la Corona respecto al virreinato. Años atrás, la Corona se había visto forzada a
proponer un centralismo peninsular, lo cual afectó en especial a las poblaciones de los territorios
españoles de ultramar. Aun así, hay que resaltar que la rebelión tupacamarista, aunque
relevante, fue contraria a varios grupos de la élite indígena, quienes prefirieron apoyar a la
Corona. Serían más bien los criollos quienes, en un primer momento, serían aliados de José
Gabriel Condorcanqui. En conclusión, la Corona estuvo preparada para cualquier intento
reformista o separatista, y en especial Abascal que, dados los antecedentes, dudó de varias
personas sin importar su etnia o procedencia.
Lo cierto es que Fernando de Abascal sabía que tener territorios en América era un gran
apoyo para el poder central en Europa, sobre todo hacia fines del siglo XVIII, en el que el
cambio hacia la modernidad y los nuevos estilos de gobierno hizo mella en la economía de los
territorios que no se hallaban preparados para la transformación sociopolítica y económica. Se
sabía, entonces, la importancia de adjudicarse territorios. Por ello, luego de invadir España,
Napoleón quiso anexarse también los territorios americanos aprovechando las declaraciones de
Carlos IV. Desafortunadamente para sus intereses, la lealtad al rey perduró hasta alrededor de
1810, excepto en el Perú, virreinato que no sucumbió a la subversión política. A sabiendas de
esto, Abascal defendió varios territorios fuera de su jurisdicción mediante campañas militares
subvencionadas por el Consulado de Lima. Las cualidades de Abascal fueron, a su vez,
realmente imprescindibles para toda la realización de estas expediciones, pues al mismo tiempo
combatió peligros en el Perú y enfrentó limitaciones económicas, incluso con las contribuciones
de la Hacienda y del gremio de comerciantes. En rechazo del liberalismo propuesto desde
inclusive antes de la Constitución de 1812, no cabe duda de que lo político estuvo regido por lo
militar durante el gobierno de Abascal. Su lucha contrarrevolucionaria se centró en defender y
recuperar territorios, para luego fidelizarlos. Las expediciones militares comandadas por

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reconocidos militares como el general José Manuel de Goyeneche conseguirían dicho propósito,
logrando a su vez consolidar el proyecto contrarrevolucionario de Abascal.
En suma, las acciones de Abascal han de ser interpretadas y relacionadas con varios
factores fundamentales: el reformismo borbónico, la crisis de autoridad en el Perú, la crisis del
Imperio en 1808, las Juntas y las Cortes de Cádiz, y la Constitución gaditana de 1812. Todos
esos sucesos marcaron las propuestas y decisiones políticas y militares de Fernando de Abascal.
Logró, entonces, consolidar a Lima como un bastión del realismo español, gracias a su
capacidad de estrategia, la cual le permitió adaptarse a los continuos cambios y problemas. Sus
acciones se vieron reforzadas por el constante apoyo de las élites económicas,
fundamentalmente el de los miembros del Tribunal del Consulado de Comerciantes de Lima.
Frente a escenarios adversos, Abascal respondió de manera siempre oportuna para sus intereses
y los de la Corona, lo que le valió ver cumplida su misión de fidelizar Lima y varios de los
territorios sudamericanos. Con todo ello, cabe preguntarse para futuras investigaciones ¿cuál fue
la relación entre los organismos que apoyaron a Abascal? Que apoyaron al virrey es evidente.
No obstante, ¿existió un conflicto de intereses entre estos organismos? Es evidente que tanto el
Tribunal del Consulado, la Real Hacienda y varios de los funcionarios y miembros de las élites
económicas velaron por sus intereses. Así, en el momento en el que todo parecía ir cada vez
mejor, ¿existieron rencillas por el mayor control de los dividendos? Dicho escenario, así como
la verdadera relevancia de las políticas de Abascal, solo podrán ser comprendidos si son
enmarcados en un proceso más extenso y detallado, fuera de las limitaciones de la presente
investigación.

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