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Teología I SEC 07 PDF
Teología I SEC 07 PDF
7.1. Recordemos
7.1
En pasajes como Is. 57 y Hch. 17 tenemos una expresión de la
trascendencia y la inmanencia de Dios. En el primero vemos su
trascendencia en la expresión “el alto y sublime, el que habita la
eternidad, y cuyo nombre es el Santo”, y su inmanencia en cuanto
“habita con el quebrantado y humilde de espíritu” (Is. 57:15). En el
segundo pasaje, Pablo se dirige a los atenienses afirmando la
trascendencia del “Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él
hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos
por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si
necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las
cosas”, y luego afirma su inmanencia como el que “no está lejos de cada
uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hch.
17:24, 28).
En la teología cristiana normalmente se define la providencia como
la incesante actividad del Creador mediante la cual, con gran bondad y
misericordia (Sal. 145:9; cf; Mt. 5:45–48), mantiene a sus criaturas en
ordenada existencia (Hch. 17:28; Col. 1:17; He. 1:3), guía y dirige
todos los acontecimientos, circunstancias, y acciones de ángeles y
hombres (Sal. 107; Job 1:12; 2:6; Gn. 45:5–8); y encamina todo hacia
el fin propuesto, para su propia gloria (E. 1:9–12).
Las Escrituras presentan la providencia como función de la
soberanía divina. Dios es el Rey de toda la creación, y hace lo que en su
voluntad dispone (Sal. 103:19; 135:6; Dn. 4:35; cf. Ef. 1:11). Esta
fuerte convicción satura toda la Biblia.
Leamos Romanos 11:36; “36Porque de él, y por él, y para él, son todas
las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén”.
Nota:
Estos conceptos, en cuanto a la relación de Dios con el mundo,
deben distinguirse, muy bien, de: (a) el panteísmo, que absorbe al
mundo dentro de Dios; (b) el deísmo, que lo separa totalmente de él;
(c) el dualismo, que divide el control del mundo entre Dios y otro poder;
(d) el indeterminismo, que sostiene que no está bajo ningún control; (e)
el determinismo, que postula un control de tipo tal que aniquila la
responsabilidad moral del hombre; (f) la doctrina del azar, que niega
que el poder que controla los acontecimientos sea racional (sólo causa y
efecto); y (g) la doctrina del destino, que niega que sea benevolente.
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7.3. Afirmaciones
7.3
interioridad. Sus atributos no son adiciones a su naturaleza. No se
compone de materia y forma, ni de fuerza y acto, ni de accidentes, ni de
esencia y existencia, pues es pura sustancia, acto puro, no decimos que
Dios tiene amor, bondad, misericordia, etc., sino que Dios es amor,
bondad, misericordia, etc., Él es una unidad, ya que no puede haber dos
seres absolutamente perfectos. Luego Dios es único.
Deuteronomio 6:4: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”.
III Su carácter
Dios es personal. Cuando decimos esto afirmarnos que Dios es
racional, que tiene conciencia de sí mismo, que se autodetermina, que
es un agente moral inteligente. Como mente suprema es el origen de
toda la racionalidad en el universo. Dado que las criaturas racionales
creadas por Dios poseen carácter propio e independiente, Dios debe
poseer un carácter que sea divino tanto en su trascendencia como en su
inmanencia.
IV Su voluntad
Dios es soberano. Esto significa que prepara sus propios planes y
los lleva a cabo en su propio momento y a su manera. Es simplemente
una expresión de su inteligencia, su poder, y su sabiduría supremos.
Significa que la voluntad de Dios no es arbitraria, sino que actúa en
completa armonía con su carácter. Es la expresión de su poder y su
bondad, por lo que es la meta final de toda la existencia.
Debemos hacer, sin embargo, una distinción entre la voluntad de
Dios que prescribe lo que debemos hacer nosotros, y la voluntad por la
cual determina lo que él mismo ha de hacer. Los teólogos distinguen
entre la voluntad decretiva de Dios, por medio de la cual decreta todo lo
que va a pasar, y su voluntad preceptiva, por medio de la cual asigna a
sus criaturas los deberes que les corresponden. La voluntad decretiva de
Dios siempre se cumple, mientras que a veces se desobedece su
voluntad preceptiva.
Cuando consideramos el imperio soberano de la voluntad divina
como la base última de todo lo que acontece, ya sea activamente,
haciendo que ocurra, o pasivamente, permitiendo que suceda,
reconocemos la distinción entre la voluntad activa de Dios y su voluntad
permisiva. Por lo tanto, debemos atribuir la entrada del pecado en el
universo a la voluntad permisiva de Dios, ya que el pecado es una
contradicción de su santidad y su bondad. Hay así una esfera en la que
predomina la voluntad de Dios, y una en la que el hombre tiene libertad
para actuar. La Biblia nos muestra ambas en acción. La nota
predominante en el AT es la que expresa Nabucodonosor: “… él hace
según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la
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tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Dn.
4:35). En el NT encontramos un impresionante ejemplo de la voluntad
divina resistida por el descreimiento del hombre, cuando Cristo dio
expresión a su grito de dolor ante la actitud de Jerusalén: “¡Cuántas
veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo
de las alas, y no quisiste!” (Mt. 23:37).
Sin embargo, la soberanía de Dios nos asegura que un día todo se
rectificará a fin de que contribuya a su propósito eterno, y que
finalmente será contestada la petición de Cristo: “Hágase tu voluntad así
en la tierra como en el cielo”.
V Su subsistencia
En su vida esencial Dios es una comunión. Esta es quizás la
revelación suprema de Dios que nos ofrecen las Escrituras: que la vida
de Dios es, eternamente y dentro de sí mismo, una comunión de tres
personas iguales y a la vez perfectamente distinguibles entre sí: el
Padre, el Hijo, y el Espíritu, y que en su relación con su creación moral
Dios estaba extendiendo esa comunión que esencialmente es propia de
sí mismo.
Quizás se pueda inferir esto de la orden divina que expresa la
voluntad deliberada de crear al hombre: “Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza”, que fue expresión de la
voluntad de Dios, no solamente de revelarse como comunión, sino
también de abrir esa vida de comunión a las criaturas morales que hizo
a su imagen, y a las que dotó para que la disfrutaran.
Si bien es cierto que por el pecado el hombre perdió su capacidad
de gozar de esa comunión santa, también es cierto que Dios quiso que
fuera posible devolvérsela.
En efecto, se observa que el supremo fin de la redención; la
revelación de Dios en tres Personas actuando en aras de nuestra
restauración: con amor electivo que nos reclama, con amor redentor
que nos emancipa, y con amor regenerador que nos recrea para la
comunión con él.
== 7 Semana ==
7.5