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Eran alrededor de las 2:00 de la tarde del año 2013, un día en el cual hacía
mucho sol; era uno de esos días perfectos en los que solíamos ir a nadar. La
marea estaba alta, eran tiempos de pujas (en el pacifico solemos llamar así a
las fechas en las cuales la marea está en su máxima altura).
Salimos de mi casa a las 2:05 de la tarde, como tenía 12 años me tocaba pedir
permiso (y contar con la suerte de que sí me dejaran ir). Nos dirigimos al
muelle en el que había más gente nadando, este solo quedaba a dos minutos
de mi casa. En ese lugar se jugaba a la lleva en el agua (juego donde hay que
perseguir a una persona para que él persiga al resto). Estuvimos en ese lugar
alrededor de dos horas jugando, como vimos que se puso aburrido el juego y
que algunas personas ya se habían ido, decidimos ir a otro muelle para ver
cómo estaba el ambienté allá; nos tocaba nadar durante cuatro minutos para
poder llegar, y hacíamos competencias para ver quien llegaba primero.
Eran cerca de las 4:15 de la tarde cuando íbamos llegando al otro muelle, de
repente notamos que algo cayó al agua… Nos tocó que nadar más rápido para
observar qué era, cuando ya estábamos cerca, notamos que era un niño de
unos tres años.
MARTINEZ VILLOTA WELLINGTON
Estando cerca al niño yo no supe cómo reaccionar frente a tal situación, nunca
había estado en algo similar, por lo tanto, no sabía qué hacer. Recuerdo que lo
único que hice en ese momento era sumergirme en el agua y sólo verlo,
mientras el niño, inocente de lo que pasaba, trataba de respirar. Repetí esa
acción 2 o 3 veces; dudé en agarrarlo por temor a hundirme (el agua superaba
mi altura unas 3 veces o quizás más). Mi amigo Daniel sí supo cómo
reaccionar, agarró al niño y se sujetó de uno de los palos que hacían de
soporte para la casa; esta apenas estaba en construcción, por lo tanto, no tenía
superficie, sólo algunos palos que eran la estructura de esta.
La mamá del niño llegó al lugar treinta segundos después de que mi amigo
Daniel pudiera sujetarse de un palo con él; Fue el llanto el que provoco que la
mamá llegara al ver que el niño no se encontraba cerca. El lugar por donde
cayó se encontraba solo, lo pudimos notar porque nadie se percató de que
alguien había caído (creo que fue un milagro el que nos dirigiéramos a ese
lugar).
El niño estaba llorando, Daniel lo tenía sujetado; para poder subirlo, la mamá
del niño tuvo que agachar el cuerpo, sujetarlo de un brazo y luego jalar.
Cuando el niño ya estaba seguro en los brazos de su madre, esta nos
agradeció por lo que hicimos.
Nos subimos por uno de los palos, lo hacíamos con facilidad debido a la
costumbre y ya nos habíamos adaptado a ello; el muelle en el que estábamos
en ese momento quedaba a 4 minutos de mi casa y a 3 de la de Daniel.
En ocasiones suelo ver al niño andar por el barrio y aquel recuerdo vuelve a mi
mente.