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MARTINEZ VILLOTA WELLINGTON

Eran alrededor de las 2:00 de la tarde del año 2013, un día en el cual hacía
mucho sol; era uno de esos días perfectos en los que solíamos ir a nadar. La
marea estaba alta, eran tiempos de pujas (en el pacifico solemos llamar así a
las fechas en las cuales la marea está en su máxima altura).

Daniel (comúnmente conocido en el barrio como Chachán), era mi amigo


desde la infancia, llegó a mi casa a la hora prevista para que fuéramos a nadar.
Es un chico simpático, el tono de su piel es de un color café, muy parecido al
color de la miel, en cambio el mío es un poco más oscuro; somos casi de la
misma edad, él mayor que yo por algunos meses; para ese entonces teníamos
una estatura parecida, quizás un metro y medio, él era más alto por pocos
centímetros.

El barrio en el que crecimos se llama Humberto Manzi, conocido popularmente


como Voladero; está ubicado en la zona de los puentes, en el cual sus casas
son palafíticas, la mayoría hechas en madera. Allí hay varios muelles que son
utilizados por los pescadores para desembarcar, o pescar; también los
aprovechábamos para nadar, sobre todos los días en lo que la marea está bien
alta. En el barrio las personas suelen nadar mucho, sin importar si son adultos
o niños, ya que, por su ubicación presenta esa facilidad. El dicho acá es:
persona que sea de los puentes y no sepa nadar, no es de los puentes.

Salimos de mi casa a las 2:05 de la tarde, como tenía 12 años me tocaba pedir
permiso (y contar con la suerte de que sí me dejaran ir). Nos dirigimos al
muelle en el que había más gente nadando, este solo quedaba a dos minutos
de mi casa. En ese lugar se jugaba a la lleva en el agua (juego donde hay que
perseguir a una persona para que él persiga al resto). Estuvimos en ese lugar
alrededor de dos horas jugando, como vimos que se puso aburrido el juego y
que algunas personas ya se habían ido, decidimos ir a otro muelle para ver
cómo estaba el ambienté allá; nos tocaba nadar durante cuatro minutos para
poder llegar, y hacíamos competencias para ver quien llegaba primero.

Eran cerca de las 4:15 de la tarde cuando íbamos llegando al otro muelle, de
repente notamos que algo cayó al agua… Nos tocó que nadar más rápido para
observar qué era, cuando ya estábamos cerca, notamos que era un niño de
unos tres años.
MARTINEZ VILLOTA WELLINGTON

Estando cerca al niño yo no supe cómo reaccionar frente a tal situación, nunca
había estado en algo similar, por lo tanto, no sabía qué hacer. Recuerdo que lo
único que hice en ese momento era sumergirme en el agua y sólo verlo,
mientras el niño, inocente de lo que pasaba, trataba de respirar. Repetí esa
acción 2 o 3 veces; dudé en agarrarlo por temor a hundirme (el agua superaba
mi altura unas 3 veces o quizás más). Mi amigo Daniel sí supo cómo
reaccionar, agarró al niño y se sujetó de uno de los palos que hacían de
soporte para la casa; esta apenas estaba en construcción, por lo tanto, no tenía
superficie, sólo algunos palos que eran la estructura de esta.

La mamá del niño llegó al lugar treinta segundos después de que mi amigo
Daniel pudiera sujetarse de un palo con él; Fue el llanto el que provoco que la
mamá llegara al ver que el niño no se encontraba cerca. El lugar por donde
cayó se encontraba solo, lo pudimos notar porque nadie se percató de que
alguien había caído (creo que fue un milagro el que nos dirigiéramos a ese
lugar).

El niño estaba llorando, Daniel lo tenía sujetado; para poder subirlo, la mamá
del niño tuvo que agachar el cuerpo, sujetarlo de un brazo y luego jalar.
Cuando el niño ya estaba seguro en los brazos de su madre, esta nos
agradeció por lo que hicimos.

Ya eran las 4:30 de la tarde, y después de todo lo ocurrido decidimos con


Daniel no nadar más; además notamos que el agua ya estaba bajando y con
ella demasiado mugre, lo cual es habitual acá, debido a la basura que en la
zona de los puentes se arroja al mar.

Nos subimos por uno de los palos, lo hacíamos con facilidad debido a la
costumbre y ya nos habíamos adaptado a ello; el muelle en el que estábamos
en ese momento quedaba a 4 minutos de mi casa y a 3 de la de Daniel.

Camino a casa se nos vinieron muchas dudas y preguntas a la cabeza, nos


preguntamos: ¿Qué hubiera pasado si nosotros no hubiéramos llegado en ese
momento? Quizás el niño ya estaría muerto; ¿cómo era posible que un niño de
tres años pudiera estar solo? Sobretodo en un lugar como aquel, donde había
que caminar por un puente. Yo en lo personal me sentí un poco inútil al no
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poder hacer nada frente a lo ocurrido, me pregunté si hubiera podido hacer


algo yo solo.

Llegamos primero a la casa de Daniel, nos despedimos y yo me dirigí a la mía;


en el momento que llegué a mi casa ya eran las 4:34, no le comenté a nadie
sobre lo acontecido, sólo llegue, me quité la ropa que estaba llena de agua sal
y me bañé.

En ocasiones suelo ver al niño andar por el barrio y aquel recuerdo vuelve a mi
mente.

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