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Selección de mitos ancestrales.

1. El mito hindú de Indra y Visnú: el desfile de las


hormigas
Indra mató al dragón, titán gigantesco que se ocultaba en las montañas en forma de nube y
serpiente y retenía cautivas en su vientre las aguas del cielo. El dios arrojó un rayo al centro de
sus pesados anillos, y el monstruo saltó en pedazos como un montón de juncos secos. Se
liberaron las aguas, y se desparramaron en franjas sobre la tierra para correr de nuevo por el
cuerpo del mundo.
Este diluvio es el diluvio de la vida y pertenece a todos. Es la savia del campo y el bosque, la
sangre que circula por las venas. El monstruo se había apropiado del bien común, hinchado su
cuerpo egoísta y codicioso entre el cielo y la tierra; pero ahora ha muerto. Han vuelto a manar
los jugos. Los titanes se han retirado al submundo; los dioses han vuelto a la cima de la montaña
central de la tierra para reinar desde las alturas.
Durante el periodo de supremacía del dragón, se habían ido agrietando y desmoronando las
mansiones de la excelsa ciudad de los dioses. Lo primero que hizo Indra ahora fue reconstruirla.
Todas las divinidades del cielo lo aclamaron como su salvador. Llevado de su triunfo, y
consciente de su fuerza, llamó a Visvakarman, dios de los oficios y de las artes, y le ordenó que
erigiese un palacio digno del inigualable esplendor del rey de los dioses.
Visvakarman, genio milagroso, logró construir en un solo año una espléndida residencia, con
palacios y jardines, lagos y torres. Pero a medida que avanzaba su trabajo, las demandas de
Indra se volvían más exigentes y las visiones que revelaba más vastas. Pedía terrazas y
pabellones adicionales, más estanques, más arboledas y parques. Cada vez que Indra se acercaba
a elogiar los trabajos, daba a conocer visiones tras visiones de maravillas que aún quedaban por
realizar. Así que el divino artesano, desesperado, decidió pedir auxilio arriba, y acudió a
Brahma, creador demiurgo, encarnación primera del Espíritu Universal que habita muy arriba,
lejos de la tumultuosa esfera olímpica de la ambición, la lucha y la gloria.
Cuando Visvakarman se presentó en secreto ante el altísimo trono y expuso su caso, Brahma
consoló al solicitante.
-Pronto serás liberado de esa carga- dijo-. Vete en paz.
Acto seguido, mientras Visvakarman bajaba presuroso a la ciudad de Indra, subió Braham a una
esfera aún más alta. Se presentó ante Visnu, el Ser Supremo, de quien él mismo era mero
agente. Visnu escuchó con beatífico silencio, y con un mero gesto de cabeza le hizo saber que la
petición de Visvakarman sería satisfecha.
A la mañana siguiente apareció antes las puertas de Indra un jovencísimo brahman con el
bastón de peregrino, y pidió al guardián que anunciase su visita al rey. El centinela corrió a
avisar a su señor, y éste acudió en persona a recibir al auspicioso huésped. Era un niño delgado,
de unos diez años, resplandeciente de sabiduría. Indra lo descubrió entre la multitud de chicos
que miraban embelesados. El niño saludó al anfitrión con una mirada dulce de sus ojos negros y
brillantes. El rey inclinó la cabeza ante el niño; le dio alegre su bendición. Se retiraron los dos al
gran salón de Indra, y allí le dio ceremoniosamente la bienvenida a su invitado, con ofrendas de
miel, leche y frutos. Y dijo a continuación:
-¡Oh, venerable niño, dime el objeto de tu visita!
El hermoso niño contestó con una voz que era profunda y suave como el trueno lento de las
nubes prometedoras de lluvia:
-¡Oh, Rey de los dioses, he oído hablar del poderoso palacio que estás construyendo, y he venido
a exponerte las preguntas que me vienen a la cabeza! ¿Cuántos años harán falta para completar
esa rica e inmensa residencia? ¿Qué nuevas proezas de ingeniería se prevé que lleve a cabo
Visvakarman? ¡Oh, el más Alto de los Dioses- el semblante del niño luminoso esbozó una
sonrisa bondadosa, apenas perceptible-, ningún Indra anterior ha conseguido completar un
palacio como el que va ser el tuyo!

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Embriagado de triunfo, al rey de los dioses le divirtió la pretensión de este niño de saber sobre
los Indras anteriores a él. Con una sonrisa paternal, le preguntó:
-Dime, criatura, ¿has visto tú muchos Indras y Visvakarmans...o has oído hablar siquiera de
ellos?
El maravilloso huésped asintió con aplomo.
-Desde luego; he visto muchos-su voz era cálida y dulce como la leche de vaca recién ordeñada-.
Hijo mío- prosiguió el niño -, yo he conocido a tu padre Kasyapa, el Anciano Tortuga, señor y
progenitor de todos los seres de la Tierra. Y he conocido a tu abuelo, Marici, Rayo de Luz
Celestial, hijo de Brahma. Marici fue engendrado por el espíritu puro del dios Brahma; su
riqueza y su gloria fueron su santidad y su devoción. Y también conozco a Brahma, al que Visnu
hace salir del cáliz del loto nacido de su ombligo. Y al propio Visnu, el Ser supremo que sostiene
a Brahma en su labor creadora, lo conozco también.
“Oh, Rey de los Dioses, yo he conocido la disolución espantosa del universo. He visto perecer a
todos una y otra vez, al final de cada ciclo, momento terrible en que cada átomo se disuelve en
las aguas puras y primordiales de la eternidad de donde habían salido originalmente. Así, pues,
todo regresa a la infinitud insondable y turbulenta del océano cubierto de absoluta negrura y
vacío de todo vestigio de seres animados. Ah, ¿quién puede calcular los universos que han
desaparecido y las creaciones que han surgido, una y otra vez, del abismo informe de las aguas
inmensas? ¿Quién puede contar los siglos efímeros del mundo según se van sucediendo
interminablemente? ¿Y quién enumerar los universos que hay en la infinita inmensidad del
espacio, cada uno con su Brahma, su Visnu y su Siva? ¿Qué decir de los Indras que hay en ellos,
los Indras que reinan a la vez en los innumerables mundos, los que desaparecieron antes de que
éstos surgieran, y los que se suceden en cada línea, remontándose a la divina realeza, uno tras
otro, y, uno tras otro despareciendo? Oh, Rey de los Dioses, hay entre tus siervos quien sostiene
que es posible contar los granos de la arena que hay en la tierra y las gotas de lluvia que caen del
cielo, pero que jamas pondrá nadie número a todos esos Indras. Eso es lo que saben los Sabios.
“La vida y reinado de un Indra dura setenta y un eones; y cuando han expirado veintiocho
Indras, ha transcurrido un Día y una Noche de Brahma. Pero la existencia de un Brahma,
medida en Días o Noches de Brahma, es sólo de ciento ocho años. Brahma sucede a Brahma;
desaparece uno y surge el siguiente; no se pueden contar sus series interminables.
"Pero ¿quién puede calcular el número de universos que hay en un momento dado, cada uno
albergando un Brahma y un Indra? Más allá de la visión más lejana, apretujándose en el espacio
exterior, los universos vienen y se van, formando una hueste interminable. Como naves
delicadas, flotan en las aguas insondables y puras que son el cuerpo de Visnu. De cada poro de
ese cuerpo borbotea e irrumpe un universo. ¿Puedes tú presumir de contarlos? ¿Puedes contar
los dioses de todos esos mundos, de los mundos presentes y pasados?”
Una procesión de hormigas había hecho su aparición en la sala durante el discurso del niño. En
orden militar, formando una columna de cuatro metros de anchura, la tribu avanzaba por el
suelo. El niño reparó en ellas; calló y se quedó observándolas; luego soltó una asombrosa
carcajada, pero acto seguido se abismó en mudo y pensativo silencio.
-¿De qué te ríes?- tartamudeó Indra-. ¿Quién eres tú, ser misterioso, bajo esa engañosa
apariencia de niño?- el orgulloso rey se sentía secos los labios y la garganta; su voz siguió
repitiendo entrecortada-: ¿Quién eres tú, Océano de Virtudes, envuelto en bruma ilusoria?
El asombroso niño prosiguió:
-Me han hecho reír las hormigas. No puedo decir el motivo. No me pidas que lo desvele. Ese
secreto encierra la semilla del dolor y el fruto de la sabiduría. Es el secreto que abate con una
hacha el árbol de la vanidad mundana, y corta sus raíces y desmocha su copa. Ese secreto es una
lámpara para los que andan a tientas a causa de la ignorancia. Ese secreto se halla enterrado en
la sabiduría de los siglos y rara vez se revela siquiera a los santos. Ese secreto es el aire vital de
los ascetas que renuncian a la existencia mortal y la trascienden; pero a las personas mundanas,
engañadas por el deseo y el orgullo, las destruye.
El niño sonrió y se quedó callado. Indra le miró, incapaz de moverse.
-¡Oh, hijo de brahman- suplicó el rey a continuación, con nueva y visible humildad-, no sé quién
eres! Pareces la encarnación de la Sabiduría. Revélame ese secreto de los tiempos, esa luz que
disipa las tinieblas.

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Requerido de este modo, el niño enseñó al dios la oculta sabiduría:
-He visto, oh Indra, cómo desfilan las hormigas en larga procesión. Cada una fue un Indra en
otro tiempo. Al igual que tú, cada uno, en virtud de piadosas acciones pasadas, ascendió al rango
de rey de los dioses. Pero ahora, tras multitud de renacimientos, cada uno se ha convertido otra
vez en hormiga. Ese ejército es un ejército de antiguos Indras.
La piedad y las acciones sublimes elevan a los habitantes del mundo al reino glorioso de las
mansiones celestiales, o a los dominios superiores de Brahma y de Siva, y a la esfera más alta de
Visnu; pero las acciones reprobables los hunden en mundos inferiores, en abismos de
sufrimiento y dolor que implican la reencarnación en pájaros o sabandijas, y se convierte en
esclavo o en señor. Por sus acciones alcanza uno el rango de rey o de brahman, o de algún dios, o
de un Indra o un Brahma. Y merced a sus acciones, además contrae enfermedades, adquiere
belleza o deformidad, o vuelve a nacer en la condición de monstruo.
"Esa es la sustancia del secreto. Esa es la sabiduría que, surcando el océano del infierno,
conduce a la beatitud.
"La vida en el ciclo de los innumerables renacimientos es como la visión de un sueño. Los dioses
de las alturas, los árboles mudos y las piedras, son otras tantas apariciones de esta fantasía. Pero
la Muerte administra la ley del tiempo. A las órdenes del tiempo, la Muerte es señora de todos.
Perecederos como burbujas son los seres buenos y los seres malos de ese sueño. El bien y el mal
se alternan en ciclos interminables. De ahí que los sabios no se aten al bien ni al mal. Los sabios
no se atan a nada en absoluto.
El niño concluyó la lección sobrecogedora y miró a su anfitrión en silencio. El rey de los dioses, a
pesar de su esplendor celestial, se había reducido ante sí mismo a la insignificancia. Entretanto,
otra asombrosa aparición había entrado en el salón.
El recién llegado tenía aspecto de ermitaño. Un moño espeso le coronaba la cabeza; llevaba una
gamuza negra atada a la cintura; en la frente tenía pintada una marca blanca; se protegía la
cabeza con un mísero quitasol de yerba, y en el pecho le nacía un extraño y espeso mechón:
estaba intacto en la circunferencia, pero del centro le habían desaparecido muchos pelos al
parecer. Este personaje santo fue directamente a Indra, y el niño se sentó entro los dos, donde
permaneció inmóvil como una roca. El majestuoso Indra, recobrando de algún modo su papel
de anfitrión, le saludó con una inclinación de cabeza, le rindió homenaje, y le ofreció leche agria
y miel como refrigerio; luego titubeante, aunque reverente, preguntó a su austero huésped por
su salud. Tras lo cual el niño se dirigió al hombre santo, haciéndose las mismas preguntas que el
propio Indra le había formulado.
-¿De dónde vienes, Oh Hombre Santo? ¿Cómo te llamas y qué te trae a este lugar? ¿Dónde está
tu actual hogar y cuál es el significado de este quitasol de yerba? ¿Qué prodigio es ése del
mechón circular que tienes en el pecho: por qué es tan espeso en la circunferencia pero en el
centro está casi pelado? Ten la bondad, oh Hombre Santo, de responder brevemente a estas
preguntas. Estoy deseoso de comprender.
El santo anciano sonrió con paciencia; y empezó lentamente:
-Soy brahman. Me llamo Velleso. Y he venido aquí a advertir a Indra. Como sé que mi vida es
breve, he decidido no tener hogar, ni construirme casa ninguna, ni casarme, ni procurarme
sustento. Vivo de las limosnas. Para protegerme del sol y de la lluvia llevo sobre mi cabeza este
quitasol de yerba.
“En cuanto al rodal de pelo que tengo en el pecho, es fuente de aflicción para los hijos del
mundo. Sin embargo, enseña sabiduría. Por cada Indra que muere se me cae un pelo. Por eso en
el centro me ha desaparecido todo el vello. Cuando expire la otra mitad del periodo asignado al
Brahma actual, yo mismo moriré. Oh, niño brahman, se suponen que mis días son escasos; así
que, ¿para qué tener esposas, hijo ni casa?
“Cada parpadeo del gran Visnu señala el paso de un Brahma. Todo cuanto hay por debajo de esa
esfera de Brahma es inconsistente como la nube que adopta una forma y se deshace a
continuación. Por eso me dedico sólo a meditar sobre los incomparables pies de loto del altísimo
Visnu. La fe en Visnu es más que la dicha de la redención; porque toda alegría, incluso la
celestial, es frágil como un sueño, y no hace sino estorbar la concentración de nuestra fe en el
Ser Supremo.

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“Siva, dador de paz, altísimo guía espiritual, me ha enseñado esta sabiduría maravillosa. No
ansío experimentar las diversas formas de redención, ni compartir las mansiones excelsas del
altísimo y gozar de su eterna presencia, o ser como él en cuerpo y atavío, o convertirme en parte
de su augusta sustancia, o incluso diluirme enteramente en su esencia inefable.
"De repente, el hombre santo calló y desapareció. Había sido el propio dios Siva; ahora había
regresado a su morada supramundana. Simultáneamente, el niño brahman, que era Visnu,
desapareció también. El rey se quedó solo, desconcertado y perplejo.
Indra, el rey, reflexionó; y le pareció que estos sucesos habían sido un sueño. Pero ya no sintió
deseo ninguno de aumentar su esplendor celestial ni de continuar la construcción de su palacio.
Llamó a Visvakarman. Y acogiendo amablemente al artífice con palabras halagadoras, lo cubrió
de joyas y regalos preciosos, y lo mandó a su casa tras una suntuosa despedida.
Indra, el rey deseó ahora alcanzar la redención. Había adquirido sabiduría, y sólo quería ser
libre. Confió la pompa y el peso de su oficio a su hijo, y se dispuso a retirarse al desierto y
abrazar la vida de ermitaño. Al enterarse su hermosa y apasionada reina, Saci, se sintió
traspasada de dolor.
Llorando de pena y de absoluta desesperación, Saci acudió a Brhaspati, ingenioso sacedorte,
consejero espiritual de la cada de Indra, y Señor de la Sabiduría Mágica. Postrándose a sus pies,
Saci le suplicó que apartase del ánimo a su esposo tan severa resolución. El hábil consejero de
los dioses, que con sus ardides y encantos había ayudado a los poderes celestiales a arrancar el
gobierno del universo de las manos de sus rivales los titanes, escuchó meditabundo la queja de
la voluptuosa y desconsolada diosa, y asintió con sagacidad. Con sonrisa de mago, la cogió de la
mano y la condujo a la presencia de su esposo. Allí, en su papel de maestro espiritual, disertó
sabiamente sobre las virtudes de la vida espiritual pero también de las virtudes de la secular. De
una y otra dijo lo que era de justicia. Desarrolló muy habilmente su discurso; convenció al rey
discípulo para que moderase su extrema resolución, y devolvió a la reina su radiante alegría.
Este Señor de la Sabiduría Mágica había compuesto en otro tiempo un tratado sobre el gobierno,
a fin de enseñar a Indra a gobernar el mundo. Ahora escribió una segunda obra, un tratado
sobre política y ardides del amor conyugal. Demostrando el dulce arte siempre nuevo del
galanteo, y encadenado al amado con lazos duraderos, su inestimable libro proporcionó sólidos
cimientos a la vida conyugal de la pareja reunida.
Así concluye la maravillosa historia de cómo el rey de los dioses fue humillado por su
orgullo desmedido, curado de una ambición excesiva y, por medio de la sabiduría espiritual y
secular, devuelto a la conciencia de su propia función en el juego transitorio de la vida
interminable. (*)
Fuente: Mitos y símbolos de la India, de Heinrich Zimmer, Ediciones Siruela.

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2. El mito azteca de la creación
Por los caracteres y escrituras y por relaciones de los viejos y de los que en tiempo de su
infidelidad eran sacerdotes y papas, por lo que dijeron los señores principales a quienes se
criaba en los templos y enseñaba la ley para que la difundiesen; juntos ante mí, con sus libros y
figuras antiguas, muchas de ellas, untadas con sangre humana, relataron el inicio. Parece que
tenían a Tonacatecuhtli, quien tuvo por mujer a Tonacacihuatl (conocida también como
Xochiquetzal). Ellos fueron señor y señora de nuestra carne y se criaron en el decimotercer cielo,
de cuyo principio no se supo jamás. Engendraron a cuatro hijos. El mayor, Tezcatlipoca rojo,
nombrado así porque nació colorado. Los Uexotzinco y Tlaxcala, lo tenían por su dios principal y
le llamaron Camaxtli. Al segundo hijo lo nombraron Tezcatlipoca negro, el peor de los tres
porque fue el que más mandó y pudo porque nació negro en medio de todos los seres y cosas. Al
tercero llamaron Quetzalcoatl, conocido también como “Noche y viento”., mientras que al
último y más pequeño lo llamaron “Señor del Hueso” o “La culebra con dos Cabezas”, a quien
los mexicanos tuvieron como su dios principal y denominaron Huitzilopochtli.De los cuatros
hijos de la primera pareja (Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl), Tezcatlipoca negro era
omnipresente, conocía todos los pensamientos y los corazones; así es que lo llamaron Moyocoya,
cuyo significado es el de todopoderoso. Su hermano menor, Huitzilopochtli (dios del pueblo
mexicano) nació sin carne, con los huesos desnudos. Así se mantuvo durante los seiscientos
años de quietud entre los dioses, etapa en la que nada hicieron.
Pasado el largo período, los cuatro hijos de Tonacatecuhtli se juntaron para ordenar lo que
habrían de hacer y la ley que tendrían. Convinieron en nombrar a Quetzalcoatl y Huizilopochtli
para que impartieran las órdenes. Entonces, por comisión y parecer de los otros dos, hicieron el
fuego, después medio sol que como no estaba entero alumbraba poco y luego hicieron al hombre
-Oxomoco- y a la mujer llamada Cipactónal. Les dieron la orden de que no holgaran, sino que
trabajaran siempre. A él lo mandaron a labrar la tierra mientras ella hilaba y tejía. De esta
primera pareja humana nacieron los macehuales. Cipactónal recibió el don de la curación a
través de ciertos granos de maíz que le fueron entregados por los dioses para la cura, las
adivinanzas y hechicerías como acostumbran a hacer hoy día las mujeres.
Terminada su tarea con los primeros hombres, los dioses hicieron los trescientos sesenta días
del año que dividieron en dieciocho meses de veinte días cada uno. Luego crearon a los dioses
que habitaron el infierno: al “Señor del Inframundo” y a su señora, la “Señora del
Inframundo”.Les llegó la hora de crear los cielos y comenzaron por el más alto, desde el
decimotercero para abajo para continuar con la creación del agua en la que criaron a un pez
grande que llamaron Cipactli, parecido al caimán. Se juntaron los cuatro hermanos (hijos de la
primera pareja) y crearon a Tláloc y a Chalchiutlicue, quienes fueron dioses del agua, a los que
se les pedía cuando tenían de ella necesidad. Como estaban los cuatro juntos, hicieron del pez
Cipactli la tierra, a la cual llamaron Tlaltecuhtli, portándola como deidad, sostenida por el
pescado que la había engendrado. Otros dijeron que la tierra fue creada por los dioses
Quetzalcoalt y Tezcatlipoca, quienes bajaron a tierra a la diosa del cielo. Ella tenía las
articulaciones completamente cubiertas de ojos y bocas con las que mordía como una bestia
salvaje. Antes de que la bajaran había agua (que nadie sabe quién creó) sobre la cual la diosa
caminaba. Cuando vieron esto, los dioses se dijeron: “Es necesario hacer la tierra”, y diciendo
esto se convirtieron los dos en grandes serpientes. Transformados, una de las serpientes agarró
a la diosa de la mano derecha y el pie izquierdo y la otra de la mano izquierda y el pie derecho,
jalaron tanto que la partieron por la mitad. Con la parte de atrás de los hombros hicieron la
tierra, y la otra mitad la llevaron al cielo.
Los otros dioses se enteraron y se enojaron mucho, entonces para recompensar a la diosa de la
tierra por el daño que le habían hecho, los dioses descendieron todos del cielo y ordenaron que
de ella salieran los frutos necesarios para la vida de los hombres: de sus cabellos hicieron los
árboles y flores, de su piel las pequeñas hierbas y flores, de los ojos hicieron los pozos, las
fuentes y las pequeñas cavernas, de la boca los ríos y grandes cavernas mientras que de los
agujeros de la nariz y de los hombros, los valles de las montañas y las montañas mismas
respectivamente. La diosa lloró algunas veces durante las noches, incansablemente. Quería
comer corazones de hombres y únicamente callaba cuando se los daban; y sólo llevaba fruta si
estaba rociada con sangre humana. (*)

Fuente: Versión de Andrés Manrique de Mitos y leyendas de los aztecas, incas, mayas
y muiscas; compilado por Walter Krickeberg; ed. Fondo de Cultura Económica.

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3. El mito escandinavo de la creación
En los tiempos en que nada existía, se abría en el espacio un vasto y vacío golfo
llamado Ginnunga. Tenía una longitud y anchura inconmensurable y su profundidad estaba más
allá de toda comprensión. No había costa, ni tampoco olas; porque aún no había mar y la tierra
no estaba formada ni tampoco los cielos. Allí en el golfo estuvo el principio de las cosas. Allí por
primera vez amaneció. Y en el perpetuo crepúsculo estaba el Padre, que gobierna todos los
reinos y se mueve entre todas las cosas grandes y pequeñas.
Primero se formó, hacia el norte del golfo, Nifelheim, la inmensa casa de oscuridad nebulosa y
frío helador, y en el Sur, Muspelheim, la casa luminosa del calor y de la luz. En medio de
Nifelheim estalló la gran fuente de donde todas las aguas fluyen y adonde todas las aguas
vuelven. Se llama Hvergelmer, la “caldera rugiente”, y de allí surgieron, al comienzo, doce
tremendos ríos llamados Elivagar, que fluyen hacia el Sur, hacia el Golfo. Una vasta distancia
atravesaron desde su nacimiento y, entonces, el veneno que arrastraban con ellos empezó a
endurecerse como lo hace la escoria que corre por una superficie, hasta que se congelaron y se
convirtieron en hielo. Allí los ríos crecieron en silencio y dejaron de moverse, y los gigantescos
bloques de hielo permanecieron juntos.
El vapor se elevó del hielo envenenado y se congeló en forma de escarcha; capa tras capa se
fueron amontonando en formas fantásticas una sobre otras. Esa parte del golfo que se extiende
hacia el Norte era la región del horror y de la lucha. Fuertes masas de vapor negro rodearon el
hielo, y dentro estaban chirriantes torbellinos que nunca cesaban, y bancos de huidiza niebla.
Pero hacia el Sur Muspelheim brillaba con radiación intensa, y mandaba bellas llamas y chispas
de fuego brillante. El espacio que había en medio de la región de las tempestades y de la
oscuridad y de la región del calor y de la luz era un crepúsculo pacífico, sereno y tranquilo como
el aire sin viento. Ahora, cuando las chispas de Muspelheim cayeron a través del vapor
congelado, y el calor llegó hasta allí por el poder del Padre, las gotas de las mezclas empezaron a
caer del cielo.
Y fue allí y entonces cuando la vida comenzó a existir. Las gotas se hicieron más rápidas y una
masa informe tomó forma humana. Así vino a existir el grande y pesado gigante de arcilla que se
llamó Ymer. Tosco y desgarbado era Ymer y cuando se estiró y comenzó a moverse fue torturado
por los dolores producidos por un hambre feroz. Así que salió ansioso en busca de comida, pero
no había sustancia de la que él pudiera comer. Los torbellinos le pasaban encima y las oscuras
nieblas le rodeaban como un sudario. Más gotas cayeron de los lóbregos vapores, y luego se
formó una vaca gigante que se llamó Audhumala, “la vacía oscuridad”. Ymer la contempló
permaneciendo allí en la oscuridad junto a los bloques de hielo y avanzó débilmente hacia ella.
Maravillándose, descubrió que de sus ubres salían cuatro regueros blancos de leche, y con ansía
bebió y bebió hasta que se llenó con las semillas de la vida y se vio satisfecho.
Entonces una gran pesadez se vino sobre Ymer y se tumbó, cayendo en un profundo sueño libre
de pesadillas. El calor y la fuerza le poseyeron, y el sudor se concentró en el sobaco de su brazo
izquierdo del cual, por el poder del Padre, se formó un hijo llamado Mimer y una hija llamada
Bestla. De Mimer descendieron los dioses Vana. Bajo los pies de Ymer salió un hijo monstruoso
de seis cabezas, que fue el antecesor de los gigantes malignos del hielo, el temido Hrimthusar.
Entonces Ymer despertó. En cuanto a Audhumala, la gran vaca, no tenía verdor del que
alimentarse y permaneciendo en el borde de la oscuridad encontró sustento chupando
constantemente los enormes cantos rodados que tenían incrustados sal y escarcha. Durante el
espacio de un día se alimentó de esa manera, hasta que apareció el pelo de una gran cabeza. Al
segundo día la vaca volvió a los cantos rodados y, antes de que hubiera dejado de chupar, una
cabeza humana quedó al descubierto. Al tercer día una noble forma salto. Estada dotada de gran
belleza y era ligera y poderosa. Recibió el nombre de Bure, y fue el primero de los dioses Asa.
Con el tiempo surgieron más seres gigantes, nobles y malvados dioses. Mimer, que es Mente y
Memoria, tuvo hijas, cuyo jefe fue Urd, la diosa de la fortuna y la reina de la vida y de la muerte.
Bure tuvo un hijo llamado Bor, que tomó por esposa a Bestla, la hermana del prudente Mimer.
Tres hijos nacieron de ellos: el primero se llamó Odin (espíritu), el segundo Ve, cuyo otro
nombre es Honer, y el tercero Vile, también conocido como Lodur y Loke. Odin se convirtió en
el principal jefe de los dioses Asa, y Honer fue jefe de los Vans que Loke, el usurpador, se
convirtió en su gobernante. Ymer y su maligno hijo desataron su ira y enemistad contra la
familia de los dioses y pronto estalló la guerra entre ellos. En ninguno de los lados hubo una
pronta victoria, y fieros conflictos se libraron durante largos años antes de que la Tierra se
formara. Pero, al fin, los hijos de Bor vencieron sobre los enemigos y les hicieron retroceder.

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Con el tiempo se sucedieron grandes asesinatos, que disminuyeron el ejército de los gigantes
malignos hasta que solamente quedo uno. Fue entonces cuando los dioses consiguieron su
triunfo. Ymer cayó al suelo y los victoriosos saltaron sobre él y le reventaron las latientes venas
de su cuello. Un gran diluvio de sangre salió de allí y toda la raza de los gigantes se ahogó
excepto Bergelmer, el anciano de la montaña, que con su mujer se refugió en los bosques del
gran molino del mundo. De éstos descienden los Jotuns, que por siempre guardaron enemistad
contra los dioses. El gran molino del mundo de los dioses estaba al cuidado de Mundilfore.
Nueve doncellas gigantes lo movían con gran violencia, y el rechinar de las piedras hacía un
clamor tan temible que no se podían oír ni las más altas tempestades. El gran remolino es más
grande que el mundo entero, porque de él se hizo el gran molde de la Tierra.
Cuando Ymer murió los dioses se reunieron en consejo y se dispusieron a dar forma al mundo.
Colocaron el cuerpo del gigante de arcilla sobre el molino y las doncellas lo ataron a él. Las
piedras estaban manchadas de sangre, y la carne oscura salió como molde. Así se formó la Tierra
y los dioses le dieron forma a su antojo. De los huesos de Ymer se formaron las rocas y las
montañas; sus dientes y mandíbula se dividieron en dos, y cuando iban girando alrededor las
doncellas del gigante tiraron los fragmentos aquí y allí, y éstas formaron las piedras y los cantos
rodados. La sangre helada del gigante se convirtió en las aguas del vasto mar. Pero las doncellas
del gigante no cesaron su labor cuando el cuerpo de Ymer estaba completamente machacado y la
Tierra estaba formada y puesta en orden por los dioses. Cuerpos de gigante tras gigante se
fueron colocando en el molino, que está situado tras el suelo del océano, y los restos de la carne
son la arena que siempre está lavada alrededor de las orillas del mundo.
Cuando las aguas son lamidas por el rotante ojo de la piedra del molino se forma un temeroso
remolino y se producen los flujos y reflujos del mar cuando se dirige a Hvergelmer, ‘la rugiente
caldera’, en Nifel-heim y es arrojado de nuevo hacia delante. Los mismos cielos están formados
para tambalearse por el gran molino del mundo alrededor de Veraldar Nagli, ‘la punta del
mundo’, que es la estrella Polar. Después, cuando los dioses habían dado forma a la Tierra,
colocaron la calavera de Ymer para que fuera al cielo. En cada uno de los cuatro puntos
colocaron como centinelas a fuertes enanos del Este, Oeste, Norte y Sur. La calavera de Ymer
descansa sobre su anchos hombros. Pero todavía el Sol no conocía su casa ni la Luna su poder, y
las estrellas no tenían lugar donde morar. Las estrellas son brillantes chispas de fuego colocadas
desde el Muspel-heim por el gran golfo y están fijadas en el cielo por los dioses para dar luz al
mundo y brillo sobre el mar. A cada uno de estos copos de fuego errante se asignaron un orden y
movimiento, de forma que cada uno tiene su lugar, tiempo y estación.
El Sol y La luna también vieron sus cursos regulados, porque son los mayores discos de fuego y
salieron de Muspelheim, y para que los caminos de los cielos pudieran soportarlos los dioses
hicieron que los herreros elfos, los hijos de Ivalde y los parientes de Sindre, construyeran carros
de oro fino. Mundilfore, que cuida del molino del mundo, envidiaba a su rival Odin. Tenía dos
bellos hijos, uno llamado Mani (luna) y el otro Sol. Los dioses se llenaron de ira por la
presunción de Mundilfore, y para castigarle le quitaron sus dos hijos de los que él presumía
sobradamente, para conducir los carros del cielo y contar los años para los hombres. Al bello Sol
mandaron para conducir el carro del Sol. Sus corceles son Arvak, que es “el pronto amanecer”, y
Aldsvid, que significa “calor abrasador”. Bajo su cruz estaban colocadas pieles de aire helado
para enfriarlo y refrescarle. Entran en el cielo del Este por la puerta de Hela, a través de la cual
pasan las almas de los hombres muertos al mundo del más allá.
Entonces los dioses colocan a Mani, el apuesto joven, para conducir el carro de la Luna. Con el
están dos bellos niños a los que él se llevó lejos de la Tierra, un muchacho llamado Hyuki y una
muchacha llamada Bil. Han sido enviados a la oscuridad de la noche por Vidfimer, su padre,
para sacar canciones de hidromiel del arroyo de la montaña Byrger, “él escondido”, que salía del
cauce de la fuente de Mimer, y llenaron su cubo Saegr hasta el borde de forma que el preciado
hidromiel se derramó cuando lo levantaban sobre el polo Simul. Cuando comenzaron a
descender la montaña, Mani los capturó y se los llevó. Los agujeros que siempre se ven por la
noche en la cara de la Luna son Huyki y Bil, y los poetas invocan a la bella Bil, de forma que al
oirles ella puede derramar sobre la Luna el mágico hidromiel de las canciones sobre sus labios.
Bajo la custodia de Mani están un montón de cuernos que se usan para perforar a los
malhechores entre los hombres para que éstos así sufran el castigo por sus males. El sol está en
constante movimiento, y también lo está la Luna. Son perseguidos por enemigos sedientos de
sangre, que buscan conseguir su destrucción antes de que alcancen los bosques de Varns que les
dan cobijo, tras los horizontes del Oeste. Estos son dos fieros lobos gigantes. El que tiene por
nombre Skoll, “el seguidor”, persigue al Sol, al que un día devorará; el otro es Hati, “el odiador”,

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que corre delante de “la brillante doncella del cielo”, en incesante persecución de la Luna. Skoll y
Hati son gigantes en forma de lobos. Fueron enviados por la Madre del Mal, la oscura y temible
bruja, Gulveig-Hoder, y ellos son sus hijos. Vive en Iarnid, el negro bosque de árboles de acero,
en el norte del mundo, que es el lugar donde habita una familia de brujos temidas por dioses y
hombres.
De los lobos de la bruja el más terrible es Hati, que también se llama Managarm, “el devorador
de la luna”. Se alimenta de la sangre de hombres muertos. Los adivinos han predicho que
cuando venga a devorar al mundo, los cielos y la tierra se volverán rojos de sangre. Luego,
también, deben los asientos de los poderosos dioses enrojecerse con la sangre y el brillo del sol
del verano palidecerá, mientras grandes tormentas estallarán con furia para asolar todo el
mundo. Una y otra vez, en temidos eclipses, habrían tragado el Sol y la Luna estos lobos
gigantes, de no haber sido porque sus malignos designios han sido frustrados por los hechizos
que han sido forjados contra ellos, y el clamor de hombres aterrorizados. Nat, que es la Noche,
es la morena hija del vana gigante Narve, “el Obligador”, cuyo otro nombres es Mimer. Oscuro
su pelo como el de toda su raza, y sus ojos son suaves y benevolentes. Trae descanso al
trabajador y refresco al cansado, y descanso y sueños a todos. Al guerrero da fuerza para que
pueda obtener victoria, y le encanta llevarse las preocupaciones y los cuidados. Nat es la
benefactora madre de los dioses. Tres veces se casó. Su primer marido fue Nagelfare de las
estrellas, y su hijo fue Aud, el de las riquezas sin límite. Su segundo marido fue Annar, “Agua”, y
su hija Jord, la diosa de la Tierra, fue esposa de Odin y madre de Thor. Su tercer marido fue
Delling, el elfo rojo del amanecer, y su hijo fue Dagr, que es Día. A la madre Nat y su hijo Dagr se
les dieron carros engalanados con piedras preciosas para que conduzcan alrededor de la Tierra,
uno detrás del otro, en el espacio de doce horas. Nat es la que va delante. Su corcel se llama
Hrim-faxin, “crin helada”. Rápido galopa por los cielos, y cada mañana la dulce espuma cae
como gotas de rocío sobre la Tierra debajo de ella. El buen corcel de Dagr se llama Skin-Faxi,
“crin brillante”.De su cuello dorado se emite una radiación y belleza sobre los cielos y sobre todo
el mundo. De todos los caballos que existen, es el más alabado por los hombres.
Hay dos estaciones, que son invierno y verano. Vindsvall, hijo del lugubre Vasud, “el viento
helador”, fue el padre del hosco invierno, y el dulce y benefactor Svasusd fue padre del buen
verano, queridos por todos. Los hombres se preguntan de dónde viene el viento que azota al
océano temerosamente, que convierte a la baja chispa en llama brillante y que ningún ojo puede
contemplar. En el cenit del norte del cielo se encuentra en forma de águila un gigante llamado
Hraesvelgur, “el devorador de la carne de los hombres muertos”. Cuando sus anchas alas se
extienden para iniciar el vuelo los vientos se agitan bajo él y se vienen rápidamente sobre la
Tierra. Cuando va o viene, o viaja aquí y allá a través de los cielos, los vientos salen de sus alas.
No había todavía un hombre que morara sobre la Tierra, aunque el Sol y la Luna estaban fijados
en sus cursos, y los días y las estaciones estaban marcados en el orden debido. Llegó, sin
embargo, un tiempo, cuando los hijos de Bor estaban caminando por las costas del mundo, y
vieron dos troncos de madera. Habían crecido del pelo de Ymer, que se había extendido como
espesos bosques y abundante verdor del molde de su cuerpo, que es la Tierra. Un tronco era de
un fresno, y de él los dioses formaron un hombre; y el otro, que era un aliso, lo convirtieron en
una bella mujer. Tenían vida como la de un árbol hasta que los dioses les dieron mente,
voluntad y deseo. Luego al hombre se le llamó Ask y a la mujer Embla, y de ellos desciende toda
la raza humana, cuya morada se llama Midgard, “la sala del medio”, y Mana-heim, “casa de los
hombres”. Alrededor de Midgard está el mar, y más allá, en las costas exteriores, está Jotun-
heim, “la casa de los gigantes”. Contra estos los dioses se levantaron una gran masa de hielo de
las cejas del turbulento Ymer, cuyo cerebro esparcieron alto en el cielo, donde se convirtieron en
espesa masa de nubes esparcidas, agitándose aquí y alli. (*)
Fuente: Teutones. Mitos y leyendas, compilación Donald Mackenzie, ed. Studio.

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4. El mito celta de Tuan Mac Carell
La creencia en la transformación del hombre en animal está fuertemente difundida en la
diversidad de las culturas. Uno de los más famosos relatos míticos celtas se vincula con las
metamorfosis. Este el caso de Tuan Mac Carell. Tuan atraviesa distintas transformaciones que lo
hacen experimentar la forma humana y animal. Este proceso habla de la proximidad, o
virtualmente fusión, entre el hombre y otras formas vivientes de la naturaleza. Esto en parte es
reflejado por la imagen del dios Cernuno, arriba, de figura humana, pero al mismo tiempo
animal en razón de las astas de ciervo que emergen de su cabeza. A su vez, Cernuno sostiene una
serpiente (símbolo de inmortalidad) y un torche, típico objeto artístico céltico en cuya forma
circular se entrelazan figuras en espiral, otro esencial y antiguo símbolo celta fuertemente
presente en New Grange.
La historia que Tuan nos narrará a continuación procede la edad media irlandesa, de la versión
escrita que los monjes cristianos realizaron a partir de relatos orales anteriores de procedencia
popular.

El mito:
Se dice que San Finnen, un abad irlandés del siglo Vl, fue a buscar la hospitalidad de un jefe
llamado Tuan Mac Carell, que no vivía lejos del monasterio de Finne, en Moville, Donegal. Tuan
rechazó su admisión y el santo se sentó en el umbral del jefe y ayunó durante todo un domingo,
durante el transcurso del cual el malhumorado guerrero pagano le abrió la puerta. Se
establecieron buenas relaciones entre ellos y el santo regresó con sus monjes. “Tuan es un
hombre excelente”, les dijo, “vendrá a consolaros y a contar viejas historias de Irlanda”. Este
interés humano por las viejas leyendas y mitos del país es un hecho tan constante como
agradable en la literatura de la primitiva cristiandad irlandesa. Tuan fue, al poco tiempo, a
devolver la visita del santo y le invitó junto a sus discípulos, a su fortaleza. Cuando le
preguntaron su nombre y linaje su respuesta fue sorprendente: “Yo soy un hombre de Ulster”,
dijo. “Mi nombre es Tuan hijo de Carell, pero una vez me llamé Tuan hijo de Starn, hijo de Sera,
y mi padre, Starn, fue el hermano de Partholan”. “Cuéntanos la historia de Irlanda”, dijo
entonces Finnen, y así lo hizo. “Partholan, empezó, fue el primero de los hombres que colonizó
Irlanda. Tras la gran peste sólo sorevivió él, pues no hay nunca un exterminio del cual no
sobreviva alguien para contar la historia”.
Tuan estaba solo en la tierra y fue de fortaleza en fortaleza, de roca en roca, buscando refugio de
los lobos. Vivió de esta forma durante veintidós años, habitando en sitios deteriorados hasta
llegar a un gran estado de decrepitud y vejez. “Entonces Nemed, hijo de Agnoman, tomó
posesión de Irlanda-siguió diciendo Tuan-. El era el hermano de mi padre y le vi desde el
acantilado y me mantuve alejado de él. Yo llevaba el pelo largo, estaba lleno de arañazos, estaba
decrépito, horrible y miserable. Entonces, una noche dormí y al despertarme me vi convertido
en un hombre. Volvía a ser joven y alegre de corazón. Fue en ese instante cuando canté la
llegada de Nemed y de su raza, así como mi propia transformación... ‘Tengo un nuevo aspecto,
una piel áspera y cabellos largos. La victoria y la felicidad son fáciles para mí; no hace mucho
tiempo yo estaba débil e indefenso’.
Tuan es el rey de todos en Irlanda y así se mantuvo todos los días en Nemed y su raza. El cuenta
como los hombres de Nemed navegaron a Irlanda en una flota de treinta y dos embarcaciones de
treinta personas cada una. Ellos se extraviaron durante una año y medio y la mayoría de ellos
perecieron de hambre y sed o por culpa de los naufragios. Sólo escaparon nueve -el mismo
Nemed con cuatro hombre y cuatro mujeres-. Ellos llegaron a Irlanda y crecieron en número con
el paso del tiempo hasta ser ocho mil setenta hombres y mujeres. Luego, misteriosamente,
murieron todos. De nuevo la vejez y la decrepitud se apoderaron de Tuan, pero le aguardaba
otra transformación:
"Una vez estaba de pie en la entrada de mi cueva -aún lo recuerdo- y supe que mi cuerpo había
cambiado de forma. Era un jabalí y sobre ello canté esta canción: ‘Hoy soy un jabalí..Hace
tiempo que me sentaba en la asamblea que juzgó a Partholan. Fue cantado y todo ensalzaba la
melodía. ¡Cuán agradable fue la tensión de mi brillante juicio! ¡Qué agradable para las mujeres
jóvenes y atractivas! Mi carro rebosaba majestad y belleza. Mi voz era grave y dulce. Mi paso era
rápido y firme en la batalla. Mi faz estaba llena de encanto. Y ¡hoy! Me he transformado en un
jabalí negro’. “Esto es lo que dije en el convencimiento de que era un jabalí. Luego me volví

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joven de nuevo y me alegré mucho. Yo era el rey de una manada de jabalís de Irlanda; y fiel a
cualquier costumbre, volví a ir a todas mis residencias y regresé a las tierras de Ulster, pues era
allí donde tenía lugar mis transformaciones cuando me venía la vejez y el abatimiento, y esperé
la renovación de mi cuerpo’.
Luego Tuan cuenta cómo Semion, hijo de Stariat, se estableció en Irlanda, de quien
descendieron los firbolgs y dos tribus más que persistieron hasta tiempos históricos. De nuevo la
vejez lo invadió y las fuerzas le abandonaron y en él tiene lugar una nueva transformación. Se
convirtió en una ‘gran águila’, y volvió a disfrutar de renovada juventud y vigor. Luego explicó
cómo llegó el pueblo de Dana, "dioses y falsas deidades de las que sabemos que los irlandeses,
hombres de conocimiento, surgieron". Después de ellos llegaron los hijos de Miled, que
conquistaron al pueblo de Dana. Duante todo este tiempo Tuan conservó su aspecto de águila
marina, hasta que un día, viendo que iba a sufrir otra transformación, ayunó durante nueve
días, y se apoderó de él un sueño y fue transformado en un salmón. El se alegró de su nueva
vida, escapando durante muchos años de las trampas de los pescadores, hasta que un día fue
pescado y llevado a la mujer de Carell, jefe del país. "La mujer me vio y me comió entero y de
esta forma pase a su matriz". De esta manera nacío de nuevo y es Tuan, hijo de Carell; pero la
memoria de sus existencias pasadas y todas sus transformaciones, toda la historia de Irlanda
que él presenció desde los días de Partholan todavía permanece en él y él enseñó todas estas
cosas a los monjes cristianos, quienes cuidadosamente las conservaron. Este cuento, con su
atmósfera de antigüedad y asombro infantil, nos recuerda las transformaciones del galés
Taliesin, quien también se transformó en águila y apunta a la doctrina de la transmigración del
alma, que obsesionaba la imaginación de los celtas. (*)
Fuente: Los celtas. Mitos y leyendas; compilación de T. W. Rolleston. Studio editores.

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5. El mito guaraní sobre el origen del lenguaje humano
Los guaraníes habitaban en el sur de Brasil, Paraguay y el noreste argentino. Se distinguieron
por ser enérgicos guerreros y cazadores. Fueron parcialmente evangelizados por los jesuitas. A
su estirpe, aún presente principalmente en el Paraguay, pertenece este mito sobre el divino
origen de las voces que intercambian los hombres.

El mito:
El verdadero Padre Ñamandú, el Primero, de una pequeña porción de su propia divinidad, de la
sabiduría contenida en su propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora, hizo que se
engendrasen llamas y tenue neblina.
Habiéndose erguido (asumido la forma humana), de la sabiduría contenida en su propia
divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora, concibió el origen del lenguaje humano.
Creó nuestro Padre el fundamento del lenguaje humano e hizo que formara parte de su propia
divinidad. Antes de existir la tierra, en medio de las tinieblas primigenias, antes de tenerse
conocimiento de las cosas, creó aquello que sería el fundamento del lenguaje humano (o: es el
fundamento del futuro lenguaje humano) e hizo el verdadero Primer Padre Ñamandú que
formara parte de su propia divinidad.
Habiendo concebido el origen del futuro lenguaje humano, de la sabiduría contenida en su
propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora concibió el fundamento del amor (al
prójimo).
Antes de existir la tierra, en medio de las tinieblas primigenias, antes de tenerse conocimiento
de las cosas, y en virtud de su sabiduría creadora el origen del amor (al prójimo)lo concibió.
Habiendo creado el fundamento del lenguaje humano, habiendo creado una pequeña porción
del amor, de la sabiduría contenida en su propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora
el origen de un solo himno sagrado la creó en su soledad.
Antes de existir la tierra en medio de las tinieblas originarias, antes de conocerse las cosas el
origen de un himno sagrado lo creó en su soledad (para sí mismo).
Habiendo creado, en su soledad, el fundamento del lenguaje humano; habiendo creado, en su
soledad, una pequeña porción de amor; habiendo creado, en su soledad, un corto himno
sagrado, reflexionó profundamente sobre a quién hacer partícipe del fundamento del lenguaje
humano; sobre a quién hacer partícipe del pequeño amor(al prójimo) sobre a quién hacer
partícipe de las series de palabras que componían el himno sagrado.
Habiendo reflexionado profundamente, de la sabiduría contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora creó a quienes serían compañeras de su divinidad.
Habiendo reflexionado profundamente, de la sabiduría contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora creó al (a los) Ñamandú de corazón grande (valeroso). Lo
creó simultáneamente con el reflejo de su sabiduría (el sol). Antes de existir la tierra, en medio
de las tinieblas originarias, creó al Ñamadú de corazón grande.
Para padre de sus futuros numerosos hijos, para verdadero padre de las almas de sus futuros
numerosos hijos creó al Ñamandu de corazón grande. (*)
Fuente: Orígenes. Argentina; compilación de mitos de guaraníes, tehuelches,
matacos y tobas, onas, pampas, araucanos y collas, de Miguel Biazzi y Guillermo
Magrasi, ed. Corregidor.

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6. El mito Hopi de la creación.
Los hopi que sobreviven habitan en Arizona, Estados Unidos. Sus profecías le han tributado
celebridad; en ellas se inspira el famoso film de Godfrey Reggio, Koyaanisqatsi. Aún a
comienzos del siglo XX, mantenían celosamente la pureza de sus ritos ancestrales. Uno de los
momentos más radiantes de su mitología es su mito de la creación que a continuación
presentamos en este espacio poblado de mitos de Temakel.

El mito hopi de la creación


Al comienzo del tiempo, una chispa de conciencia se encendió en el espacio infinito. Esta chispa
era el espíritu del sol, llamado Tawa. Y Tawa creó el primer mundo: una enorme caverna
poblada únicamente por insectos. Tawa observó durante unos instantes cómo se movían y
sacudiendo la cabeza pensó que aquella población hormigueante era más bien estúpida.
Entonces les envió a la Abuela Araña que dijo a los insectos:
-Tawa, el espíritu del sol que os ha creado, está descontento de vosotros porque no comprendéis
en absoluto el sentido de la vida. Así que me ha ordenado que os conduzca al segundo mundo,
que está por encima del techo de vuestra caverna.
Los insectos se pusieron a trepar hacia el segundo mundo. La ascensión era larga, tan larga y tan
penosa que, antes de llegar al segundo mundo, muchos de ellos se habían transformado en
animales poderosos. Tawa los contempló y dijo:
-Estos nuevos vivientes son tan estúpidos como los del primer mundo. Tampoco parecen
capaces de comprender el sentido de la vida.
Entonces pidió a la Abuela Araña que los condujera al tercer mundo. En el transcurso de este
nuevo viaje algunos animales se transformaron en hombres. La Abuela Araña enseñó a los
hombre la alfarería y el arte del tejido. Los instruyó convenientemente y en la cabeza de
hombres y mujeres comenzó a despuntar un deste llo, una vaga idea del sentido de la vida. Pero
los brujos malvados, que sólo se sentían a gusto en las tinieblas, extinguieron aquel destello de
luz y cegaron a los humanos. Los niños lloraban, los hombres peleaban y se lastimaban: habían
olvidado el sentido de la vida. Entonces la Abuela Araña volvió a ellos y les dijo:
-Tawa, el espíritu del sol, está muy descontento de vosotros. Habéis desperdiciado la luz que
había brotado en vuestras cabezas. Por consiguiente, deberéis ascender al cuarto mundo. Pero
esta vez, tendréis que encontrar por vosotros mismos el camino.
Los hombres, perplejos, se preguntaban cómo podrían subir al cuarto mundo. Durante largo
tiempo permanecieron en silencio. Al fin, un anciano tomó la palabra:
-Creo haber oído ruido de pasos en el cielo.
-Es cierto -asintieron los demás-. También nosotros hemos oído el caminar de alguien allá
arriba.
Así pues, enviaron al «pájaro gato» a explorar el cuarto mundo que parecía habitado. EI pájaro
gato se coló por un agujero del cielo y pasó al cuarto mundo, donde descubrió un país semejante
al desierto de Arizona. Sobrevoló el país y divisó a lo lejos una cabaña de piedra. Al aproximarse,
vio delante de la cabaña a un hombre que parecía dormir, sentado contra la pared. El pájaro
gato se posó junto a él y el hombre despertó. Su rostro era extraño, pavoroso; completamente
rojo, cubierto de cicatrices, quemaduras y costras de sangre, con unos trazos negros pintados
sobre los pómulos y sobre la nariz. Sus ojos estaban tan hundidos en las órbitas que eran casi
invisibles, a pesar de lo cual el pájaro gato vio brillar en ellos un resplandor aterrador.
Reconoció a aquel personaje: era la Muerte. La Muerte miró detenidamente al pájaro gato y le
dijo gesticulando:
-¿No tienes miedo de mí?
-No -respondió el pájaro-. Vengo de parte de los hombres que habitan el mundo que está debajo
de éste. Quieren compartir contigo este país. ¿Es eso posible?
La Muerte reflexionó unos momentos.
-Si los hombres quieren venir -dijo finalmente con aire sombrío-, que vengan.

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El pájaro gato volvió a bajar al tercer mundo y contó a los hombres lo que había visto.
-La Muerte acepta compartir con vosotros su país-les comunicó.
-¡Gracias le sean dadas! -respondieron los hombres-. ¿Pero cómo podremos subir hasta allá
arriba? Pidieron consejo a la Abuela Araña y ésta les dijo:
-Plantad un bambú en el centro de vuestro poblado y cantad para ayudarle a crecer.
Así hicieron los hombres y el bambú creció. Cada vez que los cantores tomaban aliento entre dos
estrofas, se formaba un nudo en el tallo del bambú. Cantaban sin cesar y la abuela araña
danzaba y danzaba para ayudar a que el bambú creciera bien derecho. Del alba hasta el
crepúsculo cantaron sin tregua hasta que, por fin, la Abuela Araña exclamó:
-¡Mirad! ¡La punta del bambú ha pasado por el agujero del cielo!
Entonces los hombres empezaron a trepar por el bambú, alegres como niños. Nada llevaban
consigo, estaban desnudos, tan desprovistos como el primer día de su vida.
-¡Sed prudentes! -les gritó la abuela-. ¡Sed prudentes!
Pero ya no le oían, estaban demasiado arriba. Alcanzaron el cuarto mundo y en él construyeron
poblados, plantaron maíz, calabazas y melones, hicieron jardines y huertos. Y esta vez, para no
olvidar el sentido de la vida, inventaron las leyendas. (*)

Fuente: El árbol de los soles. Mitos y leyendas del mundo entero, de Henri Gougaud,
Editorial Crítica, Barcelona.

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7. Un mito esquimal: Sedna, la hija del mar
Los esquimales, Inuit, como se llaman a sí mismos, desde lejanos tiempos, convivieron con la
nieve, el oso, las focas, las aguas frías. Sila, divinidad invisible, era una de sus principales
divinidades. Y Sedna, la Reina de las Focas, la hija del mar...

El mito:
Cuenta la leyenda que alguna vez existió una muchacha muy joven y hermosa llamada Sedna.
Nadie buscaba casarse con ella cuando tuvo la edad para hacerlo. Pero un día, vio desde su
cabaña, un magnífico barco que era capitaneado por un apuesto y rico cazador extranjero, el
cual se enamoró inmediatamente de la doncella y ella, después de haber sido seducida con
palabras llenas de promesas y tesoros, se marchó con el desconocido.
La muchacha cayó en una terrible desesperación al conocer la verdadera identidad del cazador,
que no era más que un pájaro mágico que tenía la facultad de cambiar de forma y fue así como la
sedujo.
Mientras tanto su padre, al saber de la repentina desaparición de su hija, se aventuró a través
del océano hasta que dió con ella.
Cuando la encontró, Sedna estaba sola y aprovecharon para huir de ahí. Pero cuando el
eminente pájaro regresó y se percató de la partida de su amada, enfurecido, partió tras ella.
El pájaro, con sus poderes mágicos, desencadenó una rabiosa tempestad al ver que el padre se
negaba a regresarle a Sedna. Así, el anciano, comprendió de qué se trataba todo aquello.
Había sido la voluntad sobrenatural del mar, la que reclamaba a su hija y aterrorizado hizo lo
que debía hacer.
Así, lanzó a Sedna fuera del barco, para consumar el sacrificio. Ella, en medio de aquella
desesperación, salió a la superficie y trató de aferrarse a las orillas del barco, pero el padre le
cortó los dedos con un hacha.
Sedna hizo otro intento para salvarse, pero su padre siguió cortándole los dedos, uno por uno.
Los primeros se transformaron en focas; los segundos en “okuj” o focas de las profundidades;
los terceros en morsas y el resto en ballenas.
Así, el océano calmó la furiosa tormenta después del sacrificio y todo quedó en gran
tranquilidad.
Desde entonces, Sedna, La Reina de las Focas, vivió en el fondo del océano “en una región
llamada Adliden donde afluyen las almas de los muertos para someterse al juicio y a la sentencia
que a todos nos espera en ultratumba”. (*)
Fuente: Contell Gascó, Emilio. Mitología Universal. M. Vazquez, Editor. p.p. 24-26.

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8. El mito de Isis y Osiris
He aquí uno de los más célebres mitos de la historia de las culturas. Osiris muere y luego renace
a través de la mediación de su esposa y hermana Isis. El dios egipcio es despedazado por su
maléfico hermano Set. Pero después renace y se convierte en dios de los muertos. Detrás de su
renacimiento late la arcaica creencia en la resurección inevitable de la vida inspirada en el ciclo
vegetal, en el renacer de los frutos tras la temporaria muerte invernal.

El mito de Isis y Osiris


Nut, diosa del cielo, era la mujer de Ra. Sin embargo, era amada por Geb a cuyo amor
correspondía. Cuando Ra descubrió la infidelidad de su esposa, se puso iracundo y la maldijo,
diciendo que su hijo no nacería en ningún mes ni en ningún año. La maldición del poderoso Ra
no podía ser ignorada, debido a que Ra era el jefe de todos los dioses. Angustiada, Nut apeló al
dios Thoth (el Hennes griego), quien también la amaba. Thoth sabía que la maldición de Ra
debía cumplirse, pero encontró una vía de salida al problema mediante una estratagema muy
hábil. Acudió a Silene, la diosa de la Luna, cuya luz rivalizaba con la del Sol mismo, y le retó a un
juego de mesa. Las apuestas por ambos lados eran altas, pero Suene apostó un poco de su luz, la
decimo séptima parte de cada una de sus iluminaciones, y perdió. De aquí procede que su luz
mengua y disminuye en ciertos períodos, de tal forma que ya no es rival del Sol. De la luz que le
había arrebatado a la diosa de la Luna, Toth creó cinco días que añadió al año (que en esos
tiempos constaba de trescientos sesenta días), de tal manera que no pertenecían ni al año
anterior, ni al año siguiente, ni a ningún mes. Nut tuvo a sus cinco hijos durante esos días. Osiris
nació el primer día, Horus el segundo día, Set el tercer día, Isis el cuarto y Neftis el quinto. En el
momento del nacimiento de Osiris, se oyó en todo el mundo una voz alta que decía: «Ha nacido
el señor de toda la Tierra!» Una tradición un tanto diferente relata que cierto hombre llamado
Pamiles, que llevaba agua del templo de Ra en Tebas, oyó una voz que le ordenaba proclamar el
nacimiento del «buen y gran rey Osiris», lo cual hizo en seguida.
Con el transcurso del tiempo se cumplieron las profecías respecto a Osiris, y se convirtió en un
rey grande y sabio. La tierra de Egipto floreció bajo su dominio como jamás lo había hecho
antes. Como muchos otros «dioses-héroes». se propuso la tarea de civilizar a su gente, quienes a
su llegada se cncontraban en un estado muy bárbaro, practicando el canibalismo y otras
costumbres salvajes. Les impuso unos códigos, les enseñó las artes de la labranza y les enseñó
los ritos correctos para venerar a los dioses. Y cuando logró establecer la ley y el orden en Egipto
se marchó a tierras lejanas para continuar con su obra civilizadora. Era tan gentil y bueno, y tan
agradables eran sus métodos de inculcar el conocimiento en las mentes de los bárbaros, que
éstos veneraban la mismísima tierra que pisaba.
Sin embargo, tenía un cruel enemigo, su hermano Set. Durante 1a ausencia de Osiris su esposa
Isis gobernó el país tan bien que las malvadas maquinaciones de Set para tomar parte en su
gobierno no pudieron madurar. Pero cuando el rey regresó, Set maquinó un plan, para librarse
de su hermano. A fin de cumplir su plan se alió con Aso, la reina de Etiopía, y otros setenta y dos
conspiradores. Luego, después de medir secretamente el cuerpo del rey, mandó hacer un
maravilloso cofre, ricamente adornado, donde pudiera caber el cuerpo de Osiris. Hecho esto,
invitó a los conspiradores y a su hermano el rey a un gran banquete. La reina a menudo había
advertido a Osiris de que tuviera cuidado con Set, pero, exento de maldad, el rey no la percibía
en los demás y, así, acudió al banquete.
Cuando el banquete hubo terminado, Set hizo traer el precioso cofre al salón y dijo, fingiendo
bromear, que debería pertenecerle a quien cupiera en él. Uno tras otro los huéspedes se
tumbaron en el cofre, pero ninguno cupo; hasta que le llegó el turno a Osiris. Inconsciente de la
traición, el rey se tumbó en el gran cofre. En cuestión de segundos los conspiradores habían
claveteado la tapa derramando plomo candente sobre ella para cerrar cualquier apertura. Luego
abandonaron el cofre a su suerte en el Nilo, en la desembocadura del Tanaitic. Algunos dicen
que estos acontecimientos tuvieron lugar en el vigésimo octavo año de su vida; otros dicen que
fue en el vigésimo octavo de su reinado.
Cuando Isis recibió las noticias se afligió y se cortó una mecha de pelo y se vistió de luto.
Consciente de que los muertos no pueden reposar hasta que sus cuerpos no hayan sido
enterrados con los ritos funerarios, emprendió la búsqueda del cuerpo de su marido. Durante
largo tiempo su búsqueda fue inútil, a pesar dc que le preguntara a todo hombre y mujer si

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habían visto el cofre ricamente adornado. Con el tiempo, se le ocurrió preguntar a unos niños
que jugaban en las orillas del Nilo, y éstos pudieron decirle que Set y sus cómplices habían
traído el cofre hasta la desembocadura del Nilo. A partir de ese momento, los egipcios
consideraron que los niños eran poseedores de alguna facultad especial de adivinación.
Poco a poco, mediante los poderes demoníacos, la reina obtuvo información más exacta, que le
informaban de que el cofre había sido abandonado en Byblos, y las olas lo habían arrojado en un
arbusto tamarisco, que milagrosamente se había convertido en un árbol magnifico, y había
encerrado el cofre de Osiris en su tronco. El rey de ese país, Melcarthus, se maravilló por la
altura y la belleza del árbol, y lo hizo talar, utilizando su tronco como pilar para sujetar el techo
de su palacio. Por tanto, el cofre que contenía el cuerpo de Osiris estaba oculto dentro de esta
columna. Isis acudió apresuradamente a Byblos, donde se sentó al lado de una fuente. No dirigió
la palabra a ninguna persona que cruzara en su camino, a excepción de las doncellas de la reina,
y a éstas se dirigió con gracia, trenzando su pelo y perfumándolas con su aliento, más fragrante
que el aroma de las flores. Cuando las doncellas regresaron al palacio la reina les preguntó a qué
se debía que su pelo y sus ropas estuvieran tan deliciosamente perfumadas, y éstas le contaron el
encuentro con la bella forastera. La reina Astarte, o Athenais, hizo que la trajeran al palacio, la
acogió con los brazos abiertos y la designó enfermera de uno de los jóvenes príncipes.
Isis aumentó al niño dándole su dedo para chupar. Todas las noches, cuando todo el mundo se
había acostado, ponía grandes troncos en el fuego y echaba al niño entre ellos, y luego,
convñtiéndose en una golondrina, emitía unos tristes lamentos por su marido muerto. Las
doncellas de la reina informaron a su señora de los rumores de estas extrañas prácticas, y ésta se
propuso descubrir si había alguna verdad en ellos. Entonces se escondió en la gran sala, y
cuando llegó la noche, efectivamente, Isis cerró las puertas y amontonó troncos en el fuego,
echando al niño entre la madera ardiente. La reina se avalanzó con un grito y rescató al niño de
las llamas. La diosa la reprobó, declarando que mediante su acción había privado al niño de la
inmortalidad. Luego Isis reveló su identidad a la horrorizada Athenais y le contó su historia,
pidiéndole que le diera el pilar que sujetaba el techo. Cuando le fue otorgada su petición, abrió el
árbol, sacó el cofre que contenía el cuerpo de Osiris y se lamentó con tanta fuerza que uno de los
jóvenes príncipes murió de terror. Luego se llevó el cofre a Egipto por mar. Durante mucho
tiempo, el árbol que contenía el cuerpo del dios se preservó y veneró en Byblos.
Cuando llegó a Egipto, Isis abrió el cofre y lloró triste y amargamente sobre los restos de su
esposo real. Pero ahora se acordó de su hijo, Horus el Niño, a quien había dejado en Buto, y,
ocultando el cofre en un lugar secreto, emprendió la búsqueda de su hijo. Mientras tanto, Set,
que cazaba a la luz de la Luna, descubrió el cofre ricamente adornado y en su ira desgarró el
cádaver en catorce trozos, que esparció por todo el país.
Cuando descubrió este último ultraje sobre el cuerpo del dios, Isis tomó un barco hecho con
juncos de papiro y emprendió nuevamente la búsqueda de los restos de su esposo. Después de
esto, los cocodrilos no quisieron acercarse a un barco de papiro, probablemente porque
pensaban que llevaba a bordo a la diosa, que no había abandonado su búsqueda. Cuando Isis
encontraba una parte del cádaver, ésta la enterraba y construía un sepulcro para demarcar su
posición. Ésta es la razón de que haya tantas tumbas de Osiris en Egipto
Para esta época, Horus ya era un adulto y Osiris, regresando de Duat (el más allá), donde
gobernaba como rey de los muertos, le animó a vengar las injusticias impuestas a sus padres.
Inmediatamente después, Horus luchó con Set, intercambiándose victorias entre uno y otro. En
una ocasión, Set cayó cautivo de su enemigo y quedó bajo la custodia de Isis, pero, para gran
sorpresa e indignación de su hijo, ésta le dejó libre. Horus estaba tan iracundo que arrancó la
corona de la cabeza de su madre. Sin embargo, Thoth le dio un casco con forma de cabeza de
vaca. Otra versión relata que Horus decapitó a su madre y que Thoth, hacedor de magias, volvió
a pegarle la cabeza en forma de la de una vaca. Se dice que Horus y Set siguen luchando, aunque
ninguno de los dos consigue salir victorioso. Cuando Horus venza a su enemigo, Osiris regresará
a la tierra y volverá a gobernar Egipto. (*)
Fuente: Egipto, de Lewis Spence, Colección Mitos y Leyendas, Studio editions.

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9. La creación según el Popol Vuh
El Popol Vuh es la máxima obra conservada de la literatura indígena americana. Procede de los
mayas quichés de Guatemala. Sobrevivió a la destrucción de escrituras ancestrales ensayada por
el obispo de Landa. Su mito cosmogónico, con la descripción del comienzo de todo y el castigo a
los hombres de palo, es quizá su momento de mayor trascendencia al que se le suma luego el
relato del viaje de los Hermanos Gemelos, Hunahpú e Ixbalanqué al Otro Mundo donde, a
través de la danza, vencerán a los Señores de Xibalbá, los señores del Otro Mundo.

El mito:
Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil,
callado, y vacía la extensión del cielo.
Ésta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal,
pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo
existía.
No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su
extensión.
No había nada junto, que hiciera ruido, ni cosa alguna que se moviera, ni se agitara, ni hiciera
ruido en el cielo.
No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No
había nada dotado de existencia.
Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el
Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad. Estaban
ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les llama Gucumatz. De grandes sabios, de
grandes pensadores es su naturaleza. De esta manera existía el cielo y también el Corazón del
Cielo, que éste es el nombre de Dios. Así contaban.
Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la oscuridad, en la noche,
y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se
pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento.
Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que cuando amaneciera debía
aparecer el hombre. Entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los bejucos
y el nacimiento de la vida y la en ación del hombre. Se dispuso así en las tinieblas y en la noche
por el Corazón del Cielo, que se llama Huracán.
El primero se llama Caculhá Huracán. El segundo es Chipi-Caculhá. El tercero es Raxa-
Caculhá. Y estos tres son el Corazón del Cielo.
Entonces vinieron juntos Tepeu y Gucumatz; entonces conferenciaron sobre la vida y la
claridad, cómo se hará para que aclare y amanezca, quién será el que produzca el alimento y el
sustento.
- ¡Hágase así! ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe el espacio, que surja la
tierra y que se afirme! Así dijeron. ¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra! No habrá
gloria ni grandeza en nuestra creación y formación hasta que exista la criatura humana, el
hombre formado. Así dijeron.
Luego la tierra fue creada por ellos. Así fue en verdad como se hizo la creación de la tierra:
- ¡Tierra!, dijeron, y al instante fue hecha.
Como la neblina, como la nube y como una polvareda fue la creación, cuando surgieron del agua
las montañas; y al instante crecieron las montañas.
Solamente por un prodigio, sólo por arte mágica se realizó la formación de las montañas y los
valles; y al instante brotaron juntos los cipresales y pinares en la superficie.
Y así se llenó de alegría Gucumatz, diciendo:
- ¡Buena ha sido tu venida, Corazón del Cielo; tú, Huracán, y tú, Chípi-Caculhá, Raxa-Caculhá!

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- Nuestra obra, nuestra creación será terminada, contestaron.
Primero se formaron la tierra, las montañas y los valles; se dividieron las corrientes de agua, los
arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros, y las aguas quedaron separadas cuando
aparecieron las altas montañas.
Así fue la creación de la tierra, cuando fue formada por el Corazón del Cielo, el Corazón de la
Tierra, que así son llamados los que primero la fecundaron, cuando el cielo estaba en suspenso y
la tierra se hallaba sumergida dentro del agua..
De esta manera se perfeccionó la obra, cuando la ejecutaron después de pensar y meditar sobre
su feliz terminación.
Luego hicieron a los animales pequeños del monte, los guardianes de todos los bosques, los
genios de la montaña, los venados, los pájaros, leones, tigres, serpientes, culebras, cantiles
[víboras], guardianes de los bejucos.
Y dijeron los Progenitores:
- ¿Sólo silencio e inmovilidad habrá bajo los árboles y los bejucos? Conviene que en lo sucesivo
haya quien los guarde.
Así dijeron cuando meditaron y hablaron enseguida. Al punto fueron creados los venados y las
aves. En seguida les repartieron sus moradas los venados y a las aves. -Tu, venado, dormirás en
la vega de los ríos y en los barrancos. Aquí estarás entre la maleza, entre las hierbas; en el
bosque os multiplicaréis, en cuatro pies andaréis y os tendréis. Y así como se dijo, así se hizo.
Luego designaron también su morada a los pájaros pequeños y a las aves mayores: -Vosotros,
pájaros, habitaréis sobre los árboles y los bejucos, allí haréis vuestros nidos, allí os
multiplicaréis, allí os sacudiréis en las ramas de los árboles y de los bejucos. Así les fue dicho a
los venados y a los pájaros para que hicieran lo que debían hacer, y todos tomaron sus
habitaciones y sus nidos.
De esta manera los Progenitores les dieron sus habitaciones a los animales de la tiera.
Y estando terminada la creación de todos los cuadrúpedos y las aves, les fue dicho a los
cuadrúpedos y pájaros por el Creador y Formador y los Progenitores: -Hablad, gritad, gorjead,
llamad, hablad cada uno según vuestra especie, según la variedad de cada uno. Así les fue dicho
a los venados, los pájaros, leones, tigres y serpientes.
-Decid, pues, nuestros nombres, alabadnos a nosotros, vuestra madre, vuestro padre. ¡Invocad,
pues, a Huracán, Chipi-Caculhá, Raxa-Caculhá, el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra el
Creador, el Formador, los Progenitores; hablad, ínvocadnos, adoradnos!, les dijeron.
Pero no se pudo conseguir que hablaran como los hombres; sólo chillaban, cacareaban y
graznaban; no se manifestó la forma de su lenguaje, y cada uno gritaba de manera diferente.
Cuando el Creador y el Formador vieron que no era posible que hablaran, se dijeron entre sí: -
No ha sido posible que ellos digan nuestro nombre, el de nosotros, sus creadores y formadores.
Esto no está bien, dijeron entre sí los Progenitores.
Entonces se les dijo:
-Seréis cambiados porque no se ha conseguido que habléis. Hemos cambiado de parecer:
vuestro alimento, vuestra pastura, vuestra habitación y vuestros nidos los tendréis, serán los
barrancos y los bosques, porque no se ha podido lograr que nos adoréis ni nos invoquéis.
Todavía hay quienes nos adoren, haremos otros seres que sean obedientes. Vosotros, aceptad
vuestro destino: vuestras carnes serán trituradas. Así será. Ésta será vuestra suerte. Así dijeron
cuando hicieron saber su voluntad a los animales pequeños y grandes que hay sobre la faz de la
tierra.
Luego quisieron probar suerte nuevamente, quisieron hacer otra tentativa y quisieron probar de
nuevo a que los adoraran.
Pero no pudieron entender su lenguaje entre ellos mismos, nada pudieron conseguir y nada
pudieron hacer. Por esta razón fueron inmoladas sus carnes y fueron condenados a ser comidos
y matados los animales que existen sobre la faz de la tierra.
Así, pues, hubo que hacer una nueva tentativa de crear y formar al hombre por el Creador, el
Formador y los Progenitores.

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- ¡A probar otra vez! Ya se acercan el amanecer y la aurora; ¡hagamos al que nos sustentará y
alimentará! ¿Cómo haremos para ser invocados para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos
probado con nuestras primeras obras, nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que
fuésemos alabados y venerados por ellos. Probemos ahora a hacer uunos seres obedientes,
respetuosos, que nos sustenten y alimenten. Así dijeron.
Entonces fue la creación y la formación. De tierra, de loco hicieron la carne del hombre. Pero
vieron que no estaba bien, porque se deshacía, estaba blando, no tenía movimiento, no tenía
fuerza, se caía, estaba aguado, no movía la cabeza, la cara se le iba para un lado, tenía velada la
vista, no podía ver hacia atrás. Al principio hablaba, pero no tenia entendimiento. Rápidamente
se humedeció dentro del agua y no se pudo sostener.
Y dijeron el Creador y el Formador. Bien se ve que no puede andar ni multiplicarse. Que se haga
una consulta acerca de esto, dijeron.
Entonces desbarataron y deshicieron su obra y su creación. Y en seguida dijeron -¿Cómo
haremos para perfeccionar, para que salgan bien nuestros adoradores, nuestros invocadores?
Así dijeron cuando de nuevo consultaron entre sí: -Digámosles a Ixpiyacoc, Ixmucané, Hunahpú
Vuch, Hunahpú-Utiú: Probad suerte otra vez! ¡ Probad a hacer la creación! Así dijeron entre sí el
Creador y el Formador cuando hablaron a Ixpiyacoc e Ixmucané.
En seguida les hablaron a aquellos adivinos, la abuela del día, la abuela del alba, que así eran
llamados por el Formador, y cuyos nombres eran Ixiyacoc e Ixmucané.
Y dijeron Huracán, Tepeu y Gucumatz cuando le hablaron al agorero, al formador, que son los
adivinos: -Hay que reunirse y encontrar los medios para que el hombre que formemos, el
hombre que vamos a crear nos sostenga y alimente, nos invoque y se acuerde de nosotros.
-Entrad, pues, en consulta, abuela, abuelo, nuestra abuela, nuestro abuelo, Ixpiyacoc, Ixmucané,
haced que aclare, que amanezca, que seamos invocados, que seamos adorados, que seamos
recordados por el hombre creado, por el hombre formado, por el hombre mortal, haced que así
se haga.
-Dad a conocer vuestra naturaleza, HunahpúVuch, Hunahpú-Utiú, dos veces madre, dos veces
padre, Nim-Ac, Nimá-Tziís, el Señor de la esmeralda, el joyero, el escultor, el tallador, el Señor
de los hermosos platos, el Señor de la verde jícara, el maestro de la resina, el maestro Toltecat, la
abuela del sol, la abuela del alba, que así seréis llamados por nuestras obras y nuestras criaturas.
-Echad la suerte con vuestros granos de maíz y de tzité. Hágase así y se sabrá y resultará si
labraremos o tallaremos su boca y sus ojos en madera. Así les fue dicho a los adivinos.
A continuación vino la adivinación, la echada de la suerte con el maíz y el tzité. -¡Suerte!
¡Criatura!, les dijeron entonces una vieja y un viejo. Y este viejo era el de las suertes del tzité, el
llamado Ixpiyacoc. Y la vieja era la adivina, la formadora, que se llamaba Chiracán Ixmucané.
Y comenzando la adivinación, dijeron así: -!Juntaos, acoplaos! Hablad, que os oigamos, decid,
declarad si conviene que se junte la madera y que sea labrada por el Creador y el Formador, y si
éste (el hombre de madera] es el que nos ha de sustentar y alimentar cuando aclare, cuando
amanezca!
Tú, maíz, tú, tzité; tú, suerte; tú, criatura: ¡uníos, ayuntaos!, les dijeron al maíz, al tzité, a la
suerte, a la criatura. ¡ Ven a sacrificar aquí, Corazón del Cielo; no castigues a Tepeu y Gucumatz!
Entonces hablaron y dijeron la verdad: -Buenos saldrán vuestros muñecos hechos de madera;
hablarán y conversarán sobre la faz de la tierra.
-¡Así sea!, contestaron, cuando hablaron.
Y al instante fueron hechos los muñecos labrados en madera. Se parecían al hombre, hablaban
como el hombre y poblaron la superficie de la tierra.
Existieron y se multiplicaron; tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no tenpia
alma, ni entendimiento, no se acordaban de su Creador, de su Formador; caminaban sin rumbo
y andaban a gatas.
Ya no se acordaban del Corazón del Cielo y por eso cayeron en desgracia. Fue solamente un
ensayo, un intento de hacer hombres. Hablaban al principio, pero su cara estaba enjuta; sus pies

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y sus manos no tenían consistencia; no tenían sangre, ni sustancia, ni humedad, ni gordura; sus
mejillas estaban secas, secos sus pies y sus manos, y amarillas sus carnes.
Por esta razón ya no pensaban en el Creador ni en el Formador, en los que les daban el ser y
cuidaban de ellos.
Estos fueron los primeros hombres que en gran número existieron sobre la faz de la tierra.
En seguida fueron aniquilados, destruidos y deshechos los muñecos de palo, y recibieron la
muerte.
Una inundación fue producida por el Corazón del Cielo; un gran diluvio se formó, que cayó
sobre las cabezas de los muñecos de palo.
De tzité se hizo la carne del hombre, pero cuando la mujer fue labrada por el Creador y el
Formador, se hizo de espadaña la carne de la mujer. Estos materiales quisieron el Creador y el
Formador que entraran en su composición.
Pero no pensaban, no hablaban con su Creador y su Formador, que los habían hecho, que los
habían creado. Y por esta razón fueron muertos, fueron anegados. Una resina abundante vino
del cielo. El llamado Xecotcovach llegó y les yació los ojos; Camalotz vino a cortarles la
cabeza; y vino Cotzbalam y les devoró las carnes. El Tucumbalam llegó también y le quebró
y magulló los huesos y los nervios, les molió y desmoronó los huesos.
Y esto fue para castigarlos porque no habían pensado en su madre, ni en su padre, el Corazón
del Cielo, llamado Huracán. Y por este motivo se oscureció la faz de la tierra y comenzó una
lluvia negra, una lluvia de día, una lluvia de noche.
Llegaron entonces animales pequeños, los animales grandes, y los palos y las piedras les
golpearon las caras. Y se pusieron todos a hablar; sus tinajas, sus comales, sus platos, sus ollas,
sus perros, sus piedras de moler, todos se levantaron y les golpearon las caras.
-Mucho mal nos hacíais; nos comíais, y nosotros ahora os morderemos, les dijeron sus perros y
sus aves de corral.
Y las piedras de moler:
-Éramos atormentadas por vosotros; cada día, de noche, al amanecer, todo el tiempo hacían
holi, holi huqui, huqui nuestras caras, a causa de vosotros. Éste era el tributo que os pagábamos.
Pero ahora que habéis dejado de ser hombres probaréis nuestras fuerzas. Moleremos y
reduciremos a polvo vuestras carnes, les dijeron sus piedras de moler.
Y he aquí que sus perros hablaron y les dijeron:
-¿Por qué no nos dabais nuestra comida? Apenas estábamos mirando y ya nos arrojabais de
vuestro lado y nos echabais fuera. Siempre teníais listo un palo para pegarnos mientras comíais.
"Así era como nos tratabais. Nosotros no podíamos hablar. Quizá no os diéramos muerte ahora;
pero ¿por qué no reflexionabais, por qué no pensabais en vosotros mismos? Ahora nosotros os
destruiremos, ahora probaréis vosotros los dientes que hay en nuestra boca: os devoraremos,
dijeron los perros, y luego les destrozaron las caras.
Y a su vez sus comales, sus ollas les hablaron así:
-Dolor y sufrimiento nos causabais. Nuestra boca y nuestras caras estaban tiznadas, siempre
estábamos puestos sobre el fuego y nos quemabais como si no sintiéramos dolor. Ahora
probareis vosotros, os quemaremos, dijeron sus ollas, y todos les destrozaron las caras. Las
piedras del hogar, que estaban amontonados, se arrojaron directamente desde el fuego contra
sus cabezas causándoles dolor.
Desesperados corrían de un lado para otro; querían subirse sobre las casas y las casas se caían y
los arrojaban al suelo; querían subirse sobre los árboles y los árboles los lanzaban a lo lejos;
querían entrar en las cavernas y las cavernas se cerraban ante ellos.
Así fue la ruina de los hombres que habían sido creados y formados, de los hombres que habían
sido creados y formados, de los hombres hechos para ser destruidos y aniquilidados a todos les
fueron destrozadas las bocas y las caras.
Y dicen que la descendencia de aquéllos son los monos que existen ahora en los bosques; éstos
son la muestra de aquellos, porque sólo de palo fue hecha su carne por el Creador y el Formador.

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Y por esta razón el mono se parece al hombre, es la muestra de una generación de hombres
creados, de hombres formados que eran solamente muñecos y hechos solamente de madera. (*)
Fuente: El Popol Vuh, Las antiguas historias del Quiché (traducción del texto original
de Adrián Recinos), ed. F.C.E.

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10. Los sietes danzarines iroqueses
Hace mucho tiempo, cuando la nación Mohawk (El pueblo de la Piedra) aún acampaba a orillas
del lago Keniatio (Ontario), un grupo de niños, siete exactamente, quisieron formar una
organización secreta. Por la noche se reunían alrededor del fuego pequeño del Consejo, allá
donde el bosque muere en las aguas del lago, y danzaban al ritmo de los tambores.
Un día, el pequeño Jefe sugirió hacer un banquete en su próximo Consejo ante el Fuego. Cada
uno de los siete muchachos debía pedir a su madre algo de comida para llevar al banquete. Un
muchacho pediría sopa de maíz, otro carne de venado, otro mazorcas, y así uno tras otro. Al día
siguiente, todos solicitaron de su madre las viandas deseadas y a cada uno de ellos les fue
rechazada la petición. Todas las madres dijeron a sus hijos que en casa había suficiente comida y
que no tenían necesidad de comérsela en el bosque.Los pequeños guerreros se sintieron muy
infelices al no conseguir la comida para el banquete nocturno. Llevaban las manos vacías y el
corazón triste.
Aquella noche se reunieron junto al lago, en su lugar secreto de danza. El pequeño Jefe dijo a
sus guerreros que danzasen lo más fuerte que pudieran. Les dijo que mirasen al cielo mientras lo
hacían. Y les dijo que no volvieran nunca la vista atrás, ni aun cuando les gritasen sus padres
que volvieran a casa. Diciendo esto, cogió su tambor de agua y mientras lo golpeaba, entonó una
melodía llena de poder. Una canción de brujo. Los muchachos danzaron y danzaron. Y mientras
ejecutaban los movimientos, sus corazones parecían aligerarse de peso y pronto olvidaron sus
problemas.
La melodía aumentó su ritmo y en seguida los muchachos sintieron que sus cuerpos danzaban
en el cielo. Sus padres les vieron bailar sobre las copas de los árboles y les ordenaron que
regresaran. Un joven danzarín que volvió la vista atrás, se convirtió en una titilante estrella. Los
demás, al poco tiempo se convirtieron también en estrellas pequeñas y parpadeantes y quedaron
prendidas del cielo.Así, cuando un Mohawk ve las estrellas de la Pléyade crepitar y danzar en la
noche, durante los fríos del invierno, dice: "Los pequeños guerreros están danzando con fuerza
esta noche." Danzan para siempre sobre los poblados iroqueses. Y cuando danzan exactamente
encima de nuestros techos, ha llegado el momento del Banquete del Año Nuevo iroqués.Y esto
sucede durante la Luna del Año Nuevo (enero o febrero).Los ancianos iroqueses cuentan aún
hoy esta historia a sus nietos cuando ven brillar algún cuerpo celeste. (*)
Fuente: Cuentos de los indios iroqueses, Miraguano Ediciones, Madrid, 1988

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11. El mito de Deméter
Deméter, divinidad griega de la tierra cultivada, es esencialmente la diosa del trigo. Sus leyendas
se han desarrollado en todas las regiones del mundo helénico en que prospera este cereal. Sus
lugares preferidos son los llanos de Eleusis y Sicilia, pero se encuentra también en Creta, en
Tracia y en el Peloponeso.
Deméter, tanto en la leyenda como en el culto, se halla estrechamente vinculada a su hija
Perséfone, y las dos constituyen una pareja a la que con frecuencia se llama simplemente «las
Diosas ». Las aventuras de Deméter y Perséfone constituyen el mito central de su leyenda, mito
cuya profunda significación era revelada en la iniciación a los misterios de Eleusis.
Perséfone es hija de Zeus y de Deméter, y, por lo menos en la leyenda tradicional, la única hija
de la diosa. Perséfone crecía feliz entre las ninfas, en compañía de sus hermanas, las otras hijas
de Zeus, Atenea y Ártemis, y se preocupaba poco del matrimonio, cuando su tío Hades se
enamoró de ella y, con la ayuda de Zeus, la raptó.
Se da generalmente como lugar del rapto la pradera de Enna, en Sicilia; pero el Himno
homérico a Deméter menciona, con excesiva vaguedad, una nueva ubicación, el llano de
Misa, nombre mítico, casi desprovisto de sentido geográfico. Otras tradiciones lo sitúan, ora en
Eleusis, a lo largo del Cefiso, ora en Arcadia, al pie del monte Cileno, donde se mostraba una
gruta que pasaba por ser una de las entradas que daban acceso a los Infiernos; ora, finalmente,
en Creta, en las proximidades de Cnosos. En el preciso instante en que la doncella cogía un
narciso (o un lirio), la tierra se abrió, apareció Hades y llevóse a su prometida al mundo de los
Infiernos.
Desde este momento empezó para Deméter la búsqueda de su hija, búsqueda que había
conocido. Al desaparecer en el abismo, Perséfone ha lanzado un gritó; su madre lo ha oído, y la
angustia oprime su corazón. Al punto acude, pero Perséfone no se encuentra en ninguna parte.
Durante nueve días, con sus noches, sin tomar alimento, sin beber ni bañarse ni ataviarse, la
diosa va errante por el mundo, con una antorcha encendida en cada mano. En el décimo día
encuentra a Hécate, que también ha oído el grito, aunque sin poder reconocer al raptor, cuya
cabeza rodeaban las sombras de la Noche. Únicamente el Sol, que todo lo ve, puede informarle
de lo ocurrido; pero, según una tradición local, los habitantes de Hermíone, en Argólide, son los
que le descubrieron al culpable. Irritada, la diosa resolvió no volver al cielo y quedarse en la
Tierra, abdicando su función divina hasta que se le hubiese devuelto a su hija.
Adoptó entonces la figura de una vieja y se trasladó a Eleusis. Sentóse primero en una piedra,
que, en adelante había de ser conocida con el nombre de ¨Piedra sin alegría¨; luego se dirigió al
palacio de Céleo a la sazón rey del país. Había allí unas ancianas, que la invitaron a sentarse con
ellas y una, Yambe, la hizo sonreír con sus bromas. La diosa entró luego al servicio de Metanira,
esposa de Céleo, en calidad dd nodriza. El niño que le confiaron fue Demofonte o, en ciertas
versiones, el pequeño Triptólemo. La diosa trató del hacerlo inmortal, pero no lo consiguió
debido a la inoportuna intervención de Metanira, y, dándose a conocer, dio a Triptólemo la
misión de difundir por el mundo el culto del trigo.
El voluntario destierro de Démeter volvía la tierra estéril, y con ello se alteraba el orden del
mundo, por lo cual Zeus ordenó a Hades que restituyese a Perséfone. Pero esto no era ya
posible; la joven había roto el ayuno al comer un grano de granada durante su estancía en los
Infiernos, lo cual la ataba definitivamente. Hubo que recurrir a una transacción: Démeter
volvería a ocupar su puesto en el Olimpo, y Perséfone dividiría el año entre el Infierno y su
madre. Por eso cada primavera Perséfone escapa de la mansión subterránea y sube al cielo con
los primeros tallos que aparecen en los surcos, para volver de nuevo al reino de las sombras a la
hora de la siembra. Pero durante todo el tiempo que permanece separada de Démeter, el suelo
queda estéril; es la estación triste del invierno. (*)
Fuente: Diccionario de Mitología griega y romana, de Pierre Grimal, Ed. Paidos, pp-
131-132.

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12. El mito tibetano de la Creación
En el principio era la Vacuidad, un inmenso vacío sin causa y sin fin. De este gran vacío se
levantaron suaves remolinos de aire, que después de incontables eones se volvieron más densos
y pesados, formando el poderoso cetro doble rayo, el Dorje Gyatram.
El Dorje Gyatram creó las nubes, las cuales, a su vez, crearon la lluvia. Esta cayó durante
muchos años, hasta formar el océano primigenio, el Gyatso3. Luego, todo quedó en calma,
tranquilo y silencioso, y el océano quedó límpido como un espejo.
Poco a poco, les vientos volvieron a soplar, agitando suavemente las aguas del océano,
batiéndolas continuamente hasta que una ligera espuma apareció en su superficie. Así como se
bate la nata para hacer mantequilla, del mismo modo las aguas del Gyatso fueron batidas por el
movimiento rítmico de los vientos para transformarlas en tierra.
La tierra emergió como una montaña, y alrededor de sus picos susurraba el viento, incansable,
formando una nube tras otra. De éstas cayó más lluvia, sólo que esta vez más fuerte y cargada de
sal, dando origen a los grandes océanos del universo.
El centro del universo es el Rirap Lhunpo (Sumeru)4, la gran montaña de cuatro caras hecha de
piedras preciosas y llena de cosas maravillosas. Existen ríos y arroyos en el Rirap Lhunpo, y
muchas clases de árboles, frutos y plantas, pues el Rirap Lhunpo es especial, es la morada de los
dioses y los semidioses.
En torno al Rirap Lhunpo hay un gran lago, y rodeando a éste, un círculo de montañas de oro.
Más allá del círculo de montañas de oro hay otro lago, éste también rodeado por montañas de
oro, y así sucesivamente hasta siete Lagos y siete círculos de montañas de oro5 y más allá del
último círcculo de montañas se encuentra el lago Chi Gyatso.
En el Chi Gyatso es donde se encuentran los cuatro mundos, cada uno de éstos semejante a una
isla, con su forma particular y sus habitantes distintos.
El mundo del Este es el Lu Phak, que tiene forma de media luna. Las gentes del Lu Phak viven
quinientos años y son pacíficas, no hay contiendas en el Lu Phak. Sus habitantes tienen cuerpos
gigantescos y caras en forma de media luna. No obstante, no son tan afortunados como
nosotros, pues no tienen ninguna religión para poder seguir.
El mundo del Oeste se llama Balang Cho y su forma es como la del sol. Como en el Lu Phak, las
gentes son de gran estatura y viven quinientos años, sólo que sus caras tienen forma de sol y se
dedican a la cría de diversas clases de ganado.
La tierra del Norte es de fonna cuadrada y se llama Dra Mi Nyen. Las gentes de Dra Mi Nyen
tienen caras cuadradas y viven mil años o más. En Dra Mi Nyen la comida y las riquezas son
abundantes. Todo lo que un hombre necesita en sus mil años de vida lo obtiene sin esfuerzo ni
padecimiento; viven con lujo, sin carecer de nada. Pero durante los siete últimos días de su vida,
el dolor y el tormento anímicos acometen a los seres de Dra Mi Nyen, pues entonces es cuando
reciben una señal de que están a punto de morir. Les visita una voz -una voz terrible- que les
susurra cómo morirán y qué monstruosos sufrimientos habrán de soportar en los infiernos
después de la muerte. En sus últimos siete días de vida, todas sus riquezas y posesiones decaen y
ellos experimentan mayor sufrimiento que nosotros en toda una vida. Dra Mi Nyen se conoce
como la «Tierra de la Voz Pavorosa».
Nuestro propio mundo, en Ci Sur, se llama Dzambu Ling6. Al comienzo, nuestro mundo estuvo
habitado por dioses de Rirap Lhunpo. No había dolor ni enfermedades, y los dioses nunca
necesitaban comida. Vivían en el contento, pasando sus días en profunda meditación. No había
necesidad de luz en Dzambu Ling, pues los dioses emitían una luz pura de sus propios cuerpos.
Un día, uno de los dioses reparó en que en la superficie de la tierra había una substancia
cremosa y, probándola, comprobó que era deliciosa al paladar y animó a los demás dioses a
probarla. Tanto les gustó a todos los dioses la cremosa substancia, que no querían comer otra
cosa, y cuanto más comían, más se reducían sus poderes. Ya no fueron capaces de estar sentados
en profunda meditación; la luz que antes había brotado con tal resplandor de sus cuerpos
empezó a apagarse poco a poco y finalmente desapareció por completo. El mundo quedó sumido
en tinieblas y 105 grandes dioses de Rirap Lhunpo se convirtieron en seres humanos.
Entonces, en la oscuriead de la noche, apareció en los cielos el sol, y cuando el sol se apagó, la
luna y las estrellas iluminaron el cielo y dieron luz al mundo. El sol, la luna y las estrellas

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aparecieron a causa de las buenas acciones pasadas de los dioses, y son para nosotros un
recordatorio permanente de que nuestro mundo fue una vez un lugar hermoso y tranquilo, libre
de codicias, sufrimientos y dolor.
Cuando la gente de Dzambu Ling hubieron agotado la provisión de la cremosa substancia,
empezaron a comer los frutos de la planta nyugu. Cada persona tenía su propia planta, que
producía un fruto corno los de las mieses, y cada día, cuando el fruto había sido comido,
aparecía otro; uno cada día, lo cual era suficiente para satisfacer el hambre de los seres de
Dzambu Ling.
Una mañana, un hombre se despertó y descubrió que en vez de producir un solo fruto, su planta
había dado dos. Cayendo en la avidez, se comió los dos frutos; pero, al día siguiente, su planta
estaba vacía. Necesitando satisfacer su hambre, ese hombre robó la planta de otro hombre y así
fueron haciendo todos, pues cada persona tuvo que robarle a otra para poder comer. Con el
robo, llegó la codicia, y todos, temiendo quedarse sin comer, empezaron a cultivar más y más
plantas nyugu, debiendo trabajar cada cual cada vez más para asegurarse de que tendría
bastante que comer.
Cosas extrañas empezaron a ocurrir en Dzambu Ling. Lo que había sido una tranquila morada
de los dioses de Rirap Lhunpo, estaba ahora lleno de hombres que conocían el robo y la codicia.
Un día, un hombre empezó a sentir malestar por sus genitales y se los cortó, convirtiéndose así
en una mujer. Esta mujer tuvo contacto con hombres y pronto tuvo hijos, quienes a su vez
tuvieron más hijos, y en poco tiempo Dzambu Ling se lleno de gente, toda la cual tenía que
procurarse comida y un lugar donde vivir.
Las gentes de Uzambu Ling no vivían juntas en paz. Había muchas peleas y robos, y los hombres
de nuestro mundo empezaron a experimentar realmente auténtico sufrimiento, que nacía del
estado insatisfactorio en que se encontraban. La gente se dio cuenta de que para sobrevivir
tenían que organizarse. Todos se juntaron y decidieron elegir un jefe, a quien llamaron Mang
Kur, que significa «mucha gente lo hizo rey». Mang Kur enseñó al pueblo a vivir en una relativa
armonía, cada cual en una tierra propia en que construir una casa y cultivar alimentos.
Así es como nuestro mundo llegó a ser, como, de dioses, nos convertimos en seres humanos
sujetos a la enfermedad, la vejez y la muerte. Cuando contemplamos el cielo nocturno, o
recibimos el cálido brillo del sol, deberíamos recordar que, de no ser por las buenas acciones de
los dioses de la preciosa montaña de Rirap Lhumpo, viviríamos en una total obscuridad y que,
de no ser por la codicia de una persona, nuestro mundo no conocería el sufrimiento que hoy
experimenta. (*)
Fuente: Cuentos populares tibetanos, traducción Jordi Quingles, Barcelona, José Olañeta
Editor.

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13. La leyenda de la risa del hornero y el origen del fuego
Aunque el hornero era muy trabajador, le gustaba mucho reírse. Construía su casa, vivía allí un
tiempo y luego la vendía.
Los otros animales hacían fiestas y no invitaban al hornero porque creían que se iba a reír de
ellos. Estos animales eran la tortuga, el quirquincho, el pichi, el suri o ñandú, la chuña, el
conejo, el coy y la abuelita araña. Todos iban a comer a lo del Itoj Pajla, el Hombre de Fuego.
Un día el hornero los alcanzó. Pero la avispa le pidío que por favor no se fuera a reír porque el
Hombre de Fuego se enojaría.
El Itoj Pajla estaba sentado y cada uno de los animales le pasaba su olla. Él las ponía de a una
sobre sus rodillas y de este modo el agua de la olla no tardaba en hervir.
El hornero estaba alrededor del Hombre de Fuego junto con los otros animales. El suri abrió
sus alas y el Hornero, temeroso de que riera, aunque el hornero le había asegurado que no lo
haría.
Había un gran silencio en el lugar. El hornero vio que el Hombre de Fuego tenía todo el cuerpo
cubierto de fuego. Cuando vio los testículos con fuego, no pudo contener la risa.
-¿Quién se ríe de mí? -quiso saber el Itoj Pajla.
lo-Ahora se va a quemar todo el mundo.
Y comenzó a largar fuego mientras todos huían. El fuego se extendió por todas partes,
persiguiendo a los animales. La tortuga alcanzó a meterse en el agua y el fuego le pasó por
encima. Los demás corrían hacia el mar. El suri y la chuña fueron los primeros en llegar. Parecía
que el fuego ya alcanzaba a los otros, pero también llegaron a tiempo y pasaron al otro lado del
mar.
El hornero tenía la culpa de eso, pero hasta hoy sigue riéndose.
La tortuga se quedó en el agua, convirtiéndose en tortuga de agua.
Antes la gente no tenía fuego. Sólo Itoj Pajla lo tenía. Pero luego del incendio el fuego quedó en
los árboles. Si el hornero no se hubiera reído no tendríamos fuego.
Fuente: El ciclo de Tokjuaj y otros mitos de los wichis (compilación, prólogo y notas de
Buenaventura Terán), Biblioteca de Cultura Popular, Ediciones del sol, pp-33-34. La fuerte oral
de la historia es el wichi Carlos Ortiz.

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14. El mito mataco de la creación
Los matacos habitan en la Región del Chaco, en el norte de Argentina. Su principal actividad de
subsistencia era la caza y la pesca. Con la consquista del Chaco por el hombre blanco, muchos
matacos fueron explotados en el trabajo de tala de quebrachos colorados y en ingenios de azúcar
o plantaciones de algodón. Aunque sus dominadores lo ignoraran, los matacos poseían, y aún
conservan, una rica mitología. He aquí uno de sus cristales, su mito de la creación.

El mito:
Hubo un tiempo en que la tierra estaba arriba y el cielo abajo. Tanto era la suciedad que caía que
el cielo se quejó y pidió la inversión de los planos. Desde entonces el cielo está arriba y la tierra
abajo. Entre ambos está el territorio de los vientos y las nubes. Bajo la superficie (ríos, lagunas,
bañados, campos, bosques) están el bajo tierra y el bajo agua. Cada estrato tiene sus seres. Todo
está rodeado por líquido y aire y a lo lejos está el fuego.
Hubo otro tiempo en que un gran árbol unía los diversos mundos. El de la copa, el de arriba, era
el de la abundancia. Los hombres de la faz de la tierra iban allí a proveerse, subiendo y bajando
por este árbol/vínculo de la vida. Mas un día no cumplieron con sus tradiciones solidarias, no
entregaron lo mejor y más tierno a quienes no podían andar arriba-abajo, no dieron nada. Los
ancianos se quejaron. Llegó el Gran Fuego y ardió todo. El joven Luna fue eclipsado por el
jaguar celeste y sus trozos cayeron en tierra incendiándola. Algunos quedaron en el mundo de
arriba cuando se quemó el Gran Arbol. Son los abuelos, Dapitchí, los antepasados (estrellas,
constelaciones) que cazan por el sendero de los ñanduces (la Vía Láctea). Sólo unos pocos,
honestos y respetuosos se salvaron metiéndose bajo la tierra, pero desde entonces todo hubo
que conseguirlo aquí.
Los seres humanos varones pertenecen a la tierra, surgieron de ella por el agujero del
escarabajo. Procreaban eyaculando juntos en un cántaro de calabaza. En una ocasión notaron
que parte de lo que cazaban o pescaban les era robado. Dada la reiteración dejaron como
observadores al ratón de campo y al loro, el primero no percibió nada y al segundo le
ennegrecieron la lengua. Por fin, el Gavilán, Halcón o Carancho, avisó: extranos seres escapaban
como rañas al cielo mientras iban tejiendo sus cuerdas de fibra vegetal. Con la ayuda de los
picotazos de Carancho y una lluvia de flechas algunos seres celestes cayeron incrustándosc en la
tierra. Tatú o el Armadillo los sacó con sus uñas. Tenían dos bocas dentadas, una en medio dc la
cara, la otra en medio del cuerpo, por ambas devoraban la comida robada. El Zorro pretendió
efectuar una cópula, perdió su pene y le tuvo que ser reemplazado por un huesito. El frío hizo
que se acercaran al fuego encendido por los hombres. Cuando abrieron las piernas al sentarse,
Aguilucho les arrojó una piedra que hizo caer todos los dientes de la boca inferior menos una
que resultó ser el clítoris pues se trataba de mujeres y desde entonces es que nacen niños y
niñas, de hombres y mujeres. Lástima que algunas o son hermosas porque la mayoría de éstas
escaparon al cielo. Como mujeres son de origen celeste, tienen parte de ese poder, los hombres
detentan el poder terrenal.
Igual que en los mundos procedentes, todo comenzó a corromperse, se quebró el equilibrio y
cuando el Arco iris se ofendió por el accionar no tradicional de las mujeres menstruantes,
comenzó la inundación. La Gran Agua, ahogó todo y hubo de comenzarse un mundo nuevo. Fue
Paloma quien picoteando una semilla hizo brotar un Algarrobo y a su parir recomenzó la
naturaleza, los seres de la tierra. Sin embargo, la periódica corrupción de la humanidad les
encadenó un nuevo cataclismo.
Sol, sobrino de Luna, que es mujer y vieja y gorda en verano y joven y delgada en invierno.
Hombres y mujeres habían comenzado a eliminar o devorar sus hijos. Sol, sobrina de Luna, que
es mujer vieja y gorda en verano, joven y delgada en invierno, se quedó quieta, se negó a seguir
su camino. Durante la Gran Noche todo sc congeló y cubrió de hielo. Cuando ya había muerto
todo lo contaminado, un muchacho, dotado de poder por su calidad humana soñó con el Día. Su
canto acompañado con sonajas hizo que Sol volviera a salir y recomenzara la vida. Esta quinta
humanidad es la de los “Toba”, “Pilagá”, “Mocobí”, pero también de los Europeos y otros
pueblos. (*)
Fuente: Orígenes, Argentina, de Miguel Biazzi y Guillermo Magrassi, ed. Corregidor, pp-
43-44.

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15. El mito de la creación de los Anangu
Los anangu son un pueblo aborigen australiano que desde un imprecisable tiempo, habita en la
región donde se alza el famoso macizo de Uluru (foto arriba). Los anangu creen poseer una
misión: la de custodiar el sagrado Uluru y todo el pasado ancestral que perdura en su presencia
imponente y en las paredes de sus cuevas. Y los anangu también protegen su propia memoria
mítica que danza en derredor del Tjukurpa, el drimetime, la época de los sueños, la época de
los comienzos, de la creación, de los seres ancestrales. Una era acaso más real que la nuestra.
Y los anangu dicen que...
En el Tiempo de los Sueños, en la época Tjukurpa, sólo había una vida sobre la tierra. Una vida
inmóvil, representada por una masa embrionaria gigantesca, transparente, hecha de una
amalgama de seres inacabados, replegados sobre sí mismos. Y estos proyectos de seres
pertenecían cada uno a una especia animal o vegetal.
Impreso en una materia primigenia se encontraba todo el devenir de la Humanidad. ¡ Todo El
pasado, el presente y el futuro del mundo se hallaban allí latente ! "Aquel que salió de la nada y
existe por sí mismo" , el llamado Ser Supremo, modificó esa masa. Esculpió con ella un cuerpo,
brazos, manos, piernas y una cabeza. En una de las caras de la cabeza, practicó dos orificios para
los ojos; formó la nariz. Hizo una hendidura para la boca y un agujero para el ano. Así fue como
los entes inacabados fueron transformados en seres capaces de sostenerse en pié.
El Tjukurpa habla en términos de pasado y presente. Toda la tierra, incluyendo todo lo que hay
y todo lo que vive sobre ella, fue creada durante el Tjukurpa y por el Tjukurpa. Ninguna
montaña, valle, llanura, corriente de agua, existía anterior al Tjukurpa; nada había. Durante
aquel tiempo, seres ancestrales en forma de humanos, animales y plantas viajaron a lo largo y
ancho de la tierra y perpetraron hechos remarcables de creación y destrucción. Los viajes de
aquellos seres son recordados y celebrados hoy, donde quiera que fueran. La memoria de sus
actividades existe hoy en día en la forma de accidentes geográficos como en la montaña sagrada
de Uluru.
Cada hombre y cada mujer quedaron ligados a la especia animal o vegetal de la que habían
salido; y ese animal o vegetal se convirtió en su Tjukurpa. Así pues, en cada uno de los seres
humanos, en cada uno de los animales, de las plantas y los minerales, en las estrellas y en el aire
y en el agua, el Ser Supremo, la Energía vital sagrada, difundió su esencia divina, haciendo
entrar en una sola, pero inmensa familia, a todas las formas de la Vida. Pero, por desgracia,
retenido por el cosmos, no dispuso de tiempo suficiente para concluir su obra y los hombres
nacieron imperfectos. Enriquecidos por el Conocimiento primordial del que habían surgido,
inspirados por la esencia divina de la que estaban impregnados, los Grandes Antepasados,
criaturas gigantescas, ni hombres ni animales, se pusieron a crear el mundo tal y como es ahora.
En la inmensa llanura inacabable que era la tierra, crearon los ríos, las colinas y todos los
accidentes del terreno. Promulgaron las leyes destinadas a vincular a todos los hombres entre sí
por medio de parentescos sumamente complicados, parentescos que se imbrican los unos en los
otros, naciendo aquí para reanudarse allá, arrastrando a todos los miembros de un pueblo en un
verdadero torbellino de obligaciones de ayuda mutua, encadenando los unos a los otros desde el
nacimiento hasta la muerte. Asimismo, proveyeron de vínculos parecidos a los diferentes
pueblos. Así, de norte a sur, de este a oeste, los parentescos creados tejieron una gigantesca
telaraña cuyos hilos nos guían y protegen desde entonces. Luego, antes de desaparecer, antes de
que concluyera el Tiempo de los Sueños, cuando aparecieron los hombres en su forma actual, les
dijeron: "Este es vuestro país. Lo hemos creado para vosotros. Aquí viviréis y lo conservaréis tal
como os lo entregamos. No lo dejaréis nunca, pues sois sus Guardianes. Sois los Guardianes de
nuestra Creación.
Fuente: Versión del mito anangu presentado en página de Club telepolis.

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16. El mito cheyenne de la creación
Los cheyennes, uno de los principales pueblos indígenas de América del Norte. Aquí el modo
como, en las distancias de los tiempos, los primeros cheyennes imaginaron la creación de todo.
Así empezó todo
Al principio no había nada.
Absolutamente nada.
Todo estaba vacío.
Maheo, el Gran Espíritu, sentíase como desolado.
Miró en su entorno pero, obviamente, no había nada que ver.
Trató de oír, pero nada había que escuchar.
Únicamente se encontraba él, Maheo, solo en la nada.
-Tengo que poner remedio a esta situación.
Aunque gracias a su gran Poder, Maheo, no se consideraba aislado, porque él mismo era un
universo. Mas, dado el hecho de que se movía a través de la nada y del tiempo sin fin, Maheo
pensó que su Poder podía tener alguna aplicación productiva y concreta.
-¿Para qué sirve el Poder -se preguntó-, si no puede utilizarse para hacer el mundo y los
distintos pueblos? Sí, tengo que poner remedio a esta situación.
Y llevó a la práctica sus intenciones.
Creando una amplísima extensión de agua, como un lago, pero salada. Comprendió el Gran
Espíritu que partiendo del agua podría existir la vida. El lago mismo era vida.
-Deberían existir seres que viviesen en las aguas -dijo Maheo a su Poder. Y así fue.
Primero hizo los peces que nadaban en las oscuras aguas, luego las almejas y los caracoles y los
ástacos, que vivían eh la arena y en el fondo del lago.
-Formemos ahora seres que puedan moverse sobre el agua -requirió de su Poder.
Así ocurrió.
Fueron apareciendo los gansos, los ánades, los charranes, las fochas, las cercetas, viviendo y
nadando en los alrededores del lago. En la oscuridad, Maheo, podía escuchar el chapoteo de sus
patas y el batir de sus alas.
-Quisiera ver todas las cosas que acaban de ser creadas -pensó Maheo.
Y una vez más los hechos se produjeron de acuerdo con sus más íntimos deseos. La luz comenzó
a brotar y a esparcirse, primero blanca y clareando en el Este, posteriormente dorada e intensa
cuando hubo llegado al centro del cielo, extendiéndose al final hasta el último punto del
horizonte.
Merced a la claridad, pudo Maheo contemplar los pájaros, los peces y las conchas de los
animales marinos apoyadas en el fondo del lago.
-¡Qué maravilla! -sintió el Gran Espíritu dentro de sí.
Entonces la gansa se dirigió chapoteando hacia donde suponía se encontraba Maheo, en la
inmensidad del espacio, sobre el lago.
-No alcanzo a distinguirte pero sé que estás ahí -comentó-. No sé dónde estás ahora, pero sé que
te encuentras en cualquier lugar: Óyeme, Maheo. El lago que has hecho, en el que moramos, es
bueno. Pero comprende que los pájaros no somos peces, a veces nos fatigamos de tanto nadar y
nos sentiríamos muy felices de poder reposar fuera del agua.
-Entonces, volad -repuso Maheo, agitando al unísono los brazos.
Todos los pájaros del agua aletearon agitadamente sobre la superficie acuática hasta que
obtuvieron la suficiente velocidad como para remontar el vuelo.
Eran tantos que oscurecieron el firmamento.

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El somorgujo fue el primero en regresar a la superficie del lago.
-Maheo -dijo, mirando en torno a sí, pues sabía que el Gran Espíritu se hallaba en todas partes-,
tú nos has dado el cielo y la luz para que podamos volar y el agua para nadar. Pedirte algo más
podría parecer una ingratitud, pero debemos hacerlo. Cuando estemos cansados de nadar y
volar; nos agradaría tener un lugar firme y seco donde caminar para rehacernos del
agotamiento. Por favor Maheo, concédenos un sitio en el que podamos construir nuestros nidos.
-Así será -respondió Maheo-, pero para tal hacer necesito de vuestra colaboración. Por mí
mismo he hecho el agua, la luz, el aire del cielo y los seres del agua. Ahora, para seguir mi obra
creadora, preciso ayuda, pues mi Poder sólo me permite hacer cuatro cosas.
-Explícanos en qué podemos serte útiles -hablaron los seres del agua-. Estamos dispuestos a
prestarte nuestra máxima ayuda.
-Que los de tamaño superior y los más rápidos intenten encontrar tierra -dijo el Gran Espíritu,
alargando los brazos y haciendo señas a la gansa.
-Estoy preparada.
Diciendo así, la gansa partió rauda y veloz, cruzando el agua hasta convertirse en un punto
blanco que se elevaba en el aire. Luego regresó con la celeridad de una flecha, zambulléndose en
las aguas.
La gansa estuvo ausente durante un período bastante largo.
Maheo Maheo contó cuatro veces cuatrocientos antes de que ella surgiera de las aguas y quedase
flotando, abierto el pico para recobrar el aliento.
-¿Nos has traído algo? -preguntó el Gran Espíritu.
La gansa suspiró desolada.
-No. No he podido traer nada.
Acto seguido lo intentaron el somorgujo y el ánade, pero tampoco su empresa se vio coronada
por el éxito. Finalmente vino la pequeña focha, chapoteando sobre la superficie del lago,
hundiendo la cabeza en ocasiones para atrapar algún pececito y agitando el agua a cada
momento.
-Maheo Maheo -anunció la menuda focha tenuemente-, cada vez que me sumerjo creo ver algo,
allá a lo lejos. Tal vez yo pueda descender nadando, lo sé. No soy capaz de volar ni de
zambullirme con mis hermanas y hermanos. Lo único que puedo hacer es nada y; pero lo haré lo
mejor que sepa y llegaré tan profundamente como me lo permitan mis fuerzas. Déjame
intentarlo, por favor; Maheo.
-Pequeño hermano -repuso éste-, cada cual puede hacer aquello de lo que sea capaz, y ya he
requerido la colaboración de todos los seres del agua. Ciertamente, puedes intentar cumplir esta
tarea. Tal vez saber nadar sea mejor que saber zambullirse, después de todo. Vete, pequeño
hermano, y mira qué es lo que puedes hacer.
-¡Ah, oh! -exclamó la pequeña focha-. ¡Gracias, Maheo!
Y hundiendo la cabeza en el agua, nadó cada vez más y más profundamente, hasta que se perdió
de vista.
Pasó mucho tiempo hasta que Maheo y los demás pájaros volvieron a ver una pequeña mancha
oscura bajo la superficie del agua, ascendiendo lentamente hacia ellos. La figura se fue haciendo
poco a poco más definida hasta que todos estuvieron seguros de quién era. El pequeño pájaro
subía nadando desde el fondo del lago salado.
Al arribar a la superficie, la focha alzó su pico hacia la luz, sin abrirlo.
-Dame lo que has traído -dijo Maheo.
Entonces, del pico cayó una pequeña bola de lodo que el Gran Espíritu recogió entre sus manos.
-Vete, pequeño hermano -dijo-. Y gracias. Es posible que esto que has traído te proteja para
siempre.
Y así ha sido y es, pues la carne de focha aún tiene sabor a lodo, y ningún ser humano o animal
come a este pequeño pájaro, a no ser que no tenga otra cosa con que alimentarse.

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Maheo Maheo hizo rodar la bola de lodo entre las palmas de las manos hasta que la misma se
hizo tan grande que ya no le fue posible sostenerla. Buscó entonces por los alrededores con la
mirada un sitio donde ponerla, pero no había más que agua y aire.
-Necesito de nuevo vuestra ayuda, moradores del agua -anunció-. Debo poner este lodo en algún
lugar. Uno de vosotros debe hacerme un espacio en su espalda.
Todos los peces y demás criaturas acuáticas se acercaron nadando hacia el Gran Espíritu, que
trató de elegir al más apto para sus propósitos. Las almejas, los caracoles y los ástacos eran
demasiado pequeños, pese a que gozaban de fuertes espaldas y vivían en las profundidades del
agua. Los peces, por su parte, eran demasiado estrechos y sus aletas cortaban en pedazos el
barro. Finalmente, sólo quedaba un habitante en las aguas.
-Abuela Tortuga -exclamó Maheo-, ¿podrías ayudarme?
-Soy demasiado vieja y excesivamente lenta -razonó. Añadiendo-: Pero lo intentaré-. Maheo
apiló sobre la redonda espalda una buena cantidad de lodo hasta formar una colina. Bajo las
manos del Gran Espíritu, la colina fue creciendo, extendiéndose y enderezándose, mientras la
Abuela Tortuga desaparecía de la vista.
-Así sea -dijo Maheo otra vez-. Que la tierra sea conocida como nuestra abuela, y que la abuela,
que es quien transporta la tierra, sea el único ser que pueda vivir debajo del agua o de la tierra, o
encima del suelo; el único que pueda ir a cualquier parte, ya sea nadando, ya caminando, según
lo prefiera.
Y así ha sido y es. La Abuela Tortuga y todos sus descendientes caminan muy lentos, pues
cargan en sus espaldas todo el peso del mundo y los seres que lo habitan.
Ahora ya había agua y también tierra, pero esta última era estéril. Maheo dijo entonces a su
Poder:
-Nuestra Abuela Tierra es como una mujer y, en consecuencia, debe ser productiva. Ayúdame,
Poder, a que ella engendre vida.
Al pronunciar Maheo estas palabras, los árboles y las hierbas brotaron, convirtiéndose en el
cabello de la abuela; las flores se transformaron en brillantes adornos, y las frutas y las semillas
fueron ofrecidas por la tierra al Gran Espíritu. Los pájaros se posaron a descansar en las manos
de la abuela, a cuyos lados se acercaron también los peces. Mirando a la mujer Tierra, Maheo
pensó que era muy hermosa, la más hermosa de las cosas que nunca había hecho.
"Pero no debería estar sola", pensó. "Démosle una parte de mí, y así podrá saber que estoy cerca
de ella y la amo."
Maheo Maheo metió la mano en su costado derecho y sacó una de sus costillas. Luego de darle
aliento, la colocó dulcemente en el seno de la mujer Tierra. La costilla se movió agitadamente, se
puso en pie. Y caminó. Había nacido el primer hombre.
-Está solo en la Abuela Tierra como yo estuve solo una vez en el vacío -admitió Maheo-. Y para
nadie es bueno estar solo.
Utilizando entonces una de sus costillas de la parte derecha formó una hembra, que puso al lado
del hombre. Entonces sobre la Abuela Tierra hubo dos seres humanos: sus hijos y los de Maheo.
Todos eran felices, y el Gran Espíritu era feliz mirándolos.
Un año más tarde, en la época primaveral, nació el primer niño.
Y a medida que transcurrió el tiempo vinieron otros pequeños seres que, siguiendo su camino,
fundaron las diferentes tribus. Luego Maheo vio que su pueblo tenía ciertas neeesidades. Con su
Poder creó animales que alimentasen y protegieran al hombre. Finalmente, el Gran Espíritu
pensó en una bestia que pudiera ocupar el sitio de los demás creando al bisonte.
Maheo sigue con nosotros.
En todas partes y lugares. Mirando a su pueblo y a todo cuanto ha creado. Él representa la
totalidad de la vida. Es el creador, el guardián, el maestro, el único...
Nosotros estamos aquí, gracia a Maheo.
Fuente: Leyendas de los indios de Norteamérica, Edimat Libros, pp. 155-65.

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