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Expo Familia2018 PDF
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Universidad de Oviedo
Cambios en la familia
Como punto de partida antes de describir cómo es la educación familiar actual, una
cuestión básica consiste en preguntar: ¿cómo es la familia en la sociedad actual?, ¿qué
implicaciones de tipo psicoeducativo tiene en la vida y aprendizaje cotidiano de las personas?,
¿cuáles son los retos que se plantean hoy desde la familia en la educación de los hijos? Para una
mejor comprensión de la contextualización en que se produce hoy la educación familiar es
necesario exponer algunas consideraciones sobre el tipo de familia concreta en la que crecen los
niños y jóvenes de nuestro contexto cultural y sobre la evolución histórica que está sufriendo
como institución, en un intento de adaptación a las nuevas exigencias y presiones de la
sociedad postmoderna occidental. Para dar respuesta a algunas de estas cuestiones, es necesario
analizar cuáles son los cambios de comportamiento y las relaciones familiares que caracterizan
a las familias y las tendencias, a veces contradictorias que se van manifestando día a día.
En este sentido, un hecho que constatan profesionales con distinta formación disciplinar
(psicólogos, sociólogos, antropólogos,...) es que desde el análisis de la transformación de la
institución familiar no cabe sino poner en entredicho o cuestionar la teoría sobre la socialización
y el aprendizaje familiar con la que, hoy por hoy, contamos y se traduce en la existencia de
distintas formas de socialización familiar.
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En primer lugar, cobra relevancia la pareja como tal coexistiendo con la pérdida de
importancia del matrimonio como institución. Al mismo tiempo, la creciente valoración de los
hijos es paralela a la reducción de su número. En un periodo de tan solo varias generaciones,
se ha producido una metamorfosis profunda tanto en la concepción de las necesidades de la
infancia, como en las condiciones de vida familiar que experimentan los niños de la denominada
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s hijos son mucho más importantes que en el pasado. Se tarda más
en tener hijos y estos suelen ser consecuencia de una decisión voluntaria. Antes de tener hijos
se diseña una preparación cuidadosa para asumir la paternidad, pero, paradójicamente, cada vez
se tienen menos hijos. Esta es sin duda una de las características más significativas de las
familias actuales.
En segundo lugar, los hijos han pasado de ser algo social y colectivo, a través de los
cuales los padres cumplen con una obligación con la sociedad, a ser algo propio y privado, fruto
de un objetivo fundamental de su vida, del proyecto de felicidad compartida de la pareja. En
otros términos, los hijos se tienen porque se desean y han perdido el carácter de seguro de vida
para sus padres. Ahora se espera disfrutar de ellos. Pero, al mismo tiempo, supone mayores
responsabilidades que nunca, aumentando sus obligaciones y a la vez se van ensanchando los
derechos de los hijos, sobre todo, en lo relativo a una mayor educación y una menor disciplina.
Ello explica también la idea que se tiene de fracaso cuando una pareja que tiene hijos se separa,
aunque sea de común acuerdo. La llegada del hijo supone una proyección afectiva importante, el
matrimonio se refleja en el hijo y se espera que los lazos afectivos se refuercen con su llegada.
Sin embargo, esto no siempre es así ya que la llegada del hijo implica mayores exigencias de
atención, más trabajo, produce gastos económicos y requiere decisiones y, en estos aspectos, es
posible que aumenten también los conflictos de la pareja.
En tercer lugar, se está dando un cambio en las relaciones internas de la familia entre
padres e hijos, cada vez más marcadas por la afectividad y los sentimientos en detrimento de
otros principios tradicionalmente valorados como el respeto y la obediencia. De este modo, el
afecto y la cercanía emocional aparecen como las cualidades que deben presidir las relaciones
entre padres e hijos. Ahora entre las obligaciones de los padres no están sólo las de cuidar,
alimentar y educar a sus hijos, sino también las de quererlos y asegurarse de su bienestar
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afectivo y psicológico. Es decir, ahora cada vez más los padres son responsables del equilibrio
emocional de sus hijos, de sus orientaciones, problemas o traumas. En estos aspectos, es donde
mayor inseguridad manifiestan los padres a la hora de afrontarlos. La relación de los hijos con el
padre y la madre está en ambos marcada por la primacía del bienestar del niño y por el temor a
contravenirle, a no estar a la altura de sus necesidades. Por ello, es frecuente encontrar una
ansiedad frecuente acerca de lo acertado o equivocado de sus orientaciones vitales. De ahí que
la angustia y preocupación acerca de la educación de los hijos nunca fue tan fuerte como en la
actualidad. Los padres no es mucho lo que pueden decidir pero se le va a responsabilizar de casi
todo lo que les pueda suceder a sus hijos. Nunca ha sido tan fuerte la presión sobre los padres ni
nunca se han aplicado tan racionalmente al cuidado de la salud, la educación y la estabilidad
emocional de los hijos (Alberdi, 1999).
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En ella, los hijos aprenden el proceso de la toma de decisiones y las técnicas para
hacer frente situaciones difíciles como la infidelidad, la pérdida de trabajo, la
incorporación de nuevos miembros al hogar, la escasez de recursos económicos y el
abuso del alcohol y drogas por algunos de sus miembros.
Ahora bien, para que una familia funcione debe satisfacer ciertas condiciones mínimas
entre las que se encuentran las siguientes:
- Saber lo que van hacer cada uno de sus miembros -quién tiene que hacer qué,
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reduce la ansiedad y mejora el clima familiar.
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Sin embargo, los expertos siguen destacando que las relaciones familiares influyen en
cómo los adolescentes negocian las principales tareas propias de esa edad, su implicación en
problemas de conducta asociados a ese periodo, así como la habilidad para establecer relaciones
íntimas, significativas, sanas y duraderas en la búsqueda de su identidad personal (Díaz
Aguado, 2005; Musitu, 2002; Rodrigo et al., 2004; Rodrigo y Palacios, 1998).
Otro aspecto que caracteriza las relaciones familiares actuales, son los cambios que
están teniendo lugar en las familias de sociedades como la nuestra y que afectan radicalmente
al tipo de relación que se establece en su interior. Los expertos destacan que la imagen o
concepto que se tiene de la familia en la actualidad tiene poco que ver en las sociedades
occidentales con lo que se entendía por familia algunos años atrás. El contexto familiar de los
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niños y adolescentes de hoy son completamente diferente al de sus padres y abuelos. Algunos
de los factores que han contribuido a este cambio podrían ser los siguientes (Musitu, 2002):
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figuras del hombre y la mujer, de tal modo que el proyecto de familia con hijos va quedado en
un segundo lugar. No es que exista necesariamente una voluntad explícita de construir este
modelo, pero la nueva organización de la familia conduce a eso. Estamos en un periodo de
tránsito del modelo mediterráneo al modelo nórdico pero sin contar con el apoyo que las
administraciones brindan a las familias nórdicas. En Suecia, por ejemplo, coincidiendo con el
incremento de las redes sociales de cuidados a la infancia y las ayudas a las familias con hijos a
su cargo, ha aumentado la natalidad hasta alcanzar unas cifras más elevadas que muchos otros
países europeos.
En este nuevo modelo, los hijos quedan mucho más expuestos porque crecen solos. Es
un problema importante porque están creciendo sin referentes. No hay guardería alguna que sea
capaz de suplantar a un padre o a una madre. Cuando llegan los hijos a casa a veces no están los
padres y cuando éstos llegan se encuentran agotados y necesitan un tiempo para sí mismos.
Las mejores horas del padre y de la madre las han dedicado a otra cosa y los restos de la
jornada son para sus hijos.
Este conjunto de factores y otros crean un nuevo modelo social con un predominio de
nuevos valores, opciones y estilos de vida, que se traduce en comportamientos distintos. Poco a
poco las actitudes van cambiando porque las generaciones más jóvenes imponen sus estilos de
vida y sus formas de entender la maternidad y la paternidad. La diferencia principal no hay que
buscarla tanto en las nuevas formas familiares, sino en los valores y normas de comportamiento
que contrastan con los de hace algunos años atrás. Alberdi (1999) destaca entre otros los valores
siguientes:
- Igualdad: Ambos cónyuges son considerados iguales ante la ley, así como los
hijos tanto si han nacido dentro del matrimonio como si no.
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Los estudios evolutivos efectuados con niños y jóvenes de clase media de los países
desarrollados ponen de manifiesto que estas relaciones familiares se entienden como un apoyo
unilateral (económico, emocional y social) de los progenitores a la prole, sin que aquellos
esperen recibir algo tangible a cambio, en contraste con el mundo rural, las sociedades agrarias
y nuestro pasado inmediato en donde la reciprocidad entre generaciones constituye un principio
básico sobre el que se organiza la vida social (Levine y White, 1986). Este aspecto resulta
también muy interesante estudiarlo no sólo y únicamente para los niños, sino también para las
personas de edad (ya no se tienen hijos esperando que sean nuestros cuidadores cuando seamos
adultos). Igual que han cambiado las relaciones, han cambiado los ideales, los valores, las
expectativas y las normas que rigen el comportamiento de padres e hijos de una generación a
otra. Por ejemplo, educar en la modestia, obediencia, decoro, ir bien arreglado, ser discreto, etc.,
que eran importantes valores en la generación de nuestros padres, no sirven para educar a los
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para la educación de sus propios hijos (Dencik, 1992).
Ahora los padres saben que su infancia no volverá a reproducirse en los niños actuales
ni en los niños futuros. Por eso las generaciones más viejas, las dotadas para los asuntos
humanos, viven en la actualidad con un sentimiento de soledad. El sentimiento de inadecuación
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de los padres se agrava si tenemos en cuenta otras dos cosas a su vez interrelacionadas. Por un
lado, la aparición de una nueva actividad específica del niño, desconocida antes, que es la del
consumo, mediante la cual, como sabemos, usa modelos culturales construidos exclusivamente
para el consumo a través de los que está da
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realidad y está construyendo su identidad y su conciencia de ella. Por otro, la penetración social
reciente de los ya citados sistemas tecnológicos (televisión, vídeos, ordenadores, videojuegos,
chat, etc.), a los que no estuvieron expuestos generaciones anteriores, su importante papel actual
en la socialización infantil y, dada su espectacularidad y omnipresencia, aumenta la dificultad
de afrontarlos.
Así, padres, maestros y profesores descubren que sus propias experiencias durante la
infancia, el modelo o representación mental de ser padre o madre que construyeron por
observación e interiorización cuando ellos mismos eran niños o niñas, no son apropiados para
hacer frente al mundo real del niño de hoy, porque tales experiencias fueron otras y de muy
distinta índole. No se encuentran puntos de referencia en su historia sobre cómo educar a los
niños y esto está provocando que los padres y educadores hagan "dejación" de su
responsabilidad de orientar y educar en el manejo de esas actitudes consumistas y en el uso de
dichas tecnologías a las nuevas generaciones, dejando así el campo libre a la influencia
interesada" de los medios de comunicación y, en especial, a la televisión, puestos al servicio del
enriquecimiento económico. La fuerza educativa de la familia decae frente a ciertos elementos
poderosos de la sociedad postmoderna.
Pero, los progenitores, y quizás también los niños dentro de poco, saben que sus hijos
no serán como ellos y eso no puede olvidarse a la hora de educarlos. Para Dencik (1992), los
valores, expectativas, costumbres, habilidades, estilo de vida, gustos y visiones generales de la
vida de los padres no serán relevantes para ser transmitidos a los hijos, más bien al contrario, los
padres pueden estar bastante seguros de que la transmisión de sus experiencias no será
excesivamente útil para el futuro de sus hijos. Por ello, los padres no pueden funcionar como
únicos modelos para la educación de sus hijos y quizás desde aquí se pueda explicar, al menos
en parte, la disminución de la autoridad que ejercen frente a los hijos, aunque existente otras
razones.
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Por consiguiente, no es sólo que los adultos, padres y profesores, dotados de otros
esquemas educativos que asumieron cuando ellos mismos eran niños y que ahora no les son
útiles, y sometidos a otras experiencias distintas a las actuales, no sirvan como modelos; es que,
al mismo tiempo, tampoco lo que ahora hacen los adultos sirve para la actividad que tendrá que
realizar el niño cuando sea adulto. "Se rompen así los lazos de sentido entre el niño presente y el
futuro (el adulto futuro)" (Del Río, 1992, p. 64).
Esta ruptura generacional no es algo que sucedió en un momento dado, sino que afecta a
todos los individuos de nuestro tiempo. Por eso muchos profesores se sienten alejados de sus
alumnos, se sienten como pertenecientes a otro mundo, a otros intereses, a otras experiencias, a
otras necesidades, a otro orden de representaciones y de formas de imaginarse la realidad. Y
muchos profesores tienen el convencimiento de que sus alumnos no les aceptan como guías de
sus conductas. Son otros los héroes. Los grandes deportistas, las estrellas de cine, de la canción
y de los medios de comunicación,... algunos de los personajes públicos componen un santoral
que se renueva sin cesar y sin ningún llanto por las sustituciones que se producen sin pausa y
constantemente. Muchos profesores conscientes de sus múltiples derrotas, en desacuerdo
también con el medio en el que les ha tocado vivir y en desacuerdo consigo mismos, se niegan a
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ser colaboradores inocentes, a no ser vistos como culpables de las infinitas desorientaciones de
las que son espectadores privilegiados. Es como si, en el interior de sus mentes, se alumbrase
una justificación con la que poder sobrevivir en unas circunstanci
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A mi tampoco me gusta el mundo en el que nos encontramos, no me satisfacen las situaciones a
las que hemos llegado, no comulgo con la opresión ni con la dominación. Yo no tengo la culpa
de lo que ocurre. Soy como v
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contemplada como una intromisión desmedida, como un afán de control, como una profanación
de la conciencia subjetiva y personal. El resultado ha sido un laissez faire, laissez passe,
generalizado. Cuando de pronto, los conflictos, la violencia, el ataque físico y la destrucción
hacen su aparición, el desconcierto es total. ¿Cómo es posible? De momento, nadie tiene las
respuestas.
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En ese proceso, el gran reto de los padres para lograr seres independientes,
responsables, resolutivos y seguros de sí mismos es concretar cómo debe ser el control que ellos
ejercen sobre sus hijos y cuál el modelo a seguir para que la educación sea realmente
satisfactoria. El control debe ser directamente proporcional a la autonomía y libertad: a mayor
control menor autonomía y viceversa. Demasiado dominio la anula y poco produce
desorientación. El control se refiere al grado de esfuerzo que los padres hacen por influir en sus
hijos más que el grado de control realmente alcanzado.
La disciplina es un concepto polémico del que algunos padres no quieren hablar para no
ser identificados como padres autoritarios o dictadores. Al final del siglo XX y principios del
XXI no se valora la importancia que la disciplina tiene para la salud mental y la madurez
emocional de los hijos. Son varias las razones que explican este rechazo. Por una parte, la
disciplina se confunde con castigo, con sanción y con imposición autoritaria. A ello se añade el
rechazo y la resistencia que su aplicación provoca en los hijos. Por otra, está de moda vivir
según dictan los sentidos, sin trabas, defendiendo el consumo sin freno y la vida sin obstáculos
que generan frustración. Para los padres es más cómodo ceder ante las protestas que cumplir las
normas y exigencias que impone el vivir en familia y en sociedad.
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personas de toda edad, condición y sexo. Es cumplir con las responsabilidades asignadas y
aprender a esforzarse para conseguir las metas y hacer frente a las frustraciones. Es también
aceptar las limitaciones que la vida impone. Quien vive sin experimentar el sentido del límite se
vuelve estúpido, insoportable, exigente con los demás y desorganizado consigo mismo (Silveira,
1999). Hay padres que confunden amor con consentimiento bajo la excusa de evitarles todo
tipo de frustración mal entendida. Esto es un grave error. Pensar que el amor es sólo la
expresión afectiva y la protección contra los sufrimientos y que excluye la exigencia, encierra
consecuencias muy negativas.
Es cierto que unidos a los nuevos valores de relación personal, afectiva e íntima entre
padres e hijos emergen unas formas distintas de educar basadas en un mayor respeto al libre
albedrío de los menores, tendiendo a la educación permisiva y respetuosa de la personalidad
individual. Se van imponiendo fórmulas y métodos de aprendizaje menos represivos y más
permisivos respecto de los deseos o pulsiones espontáneos de los niños y jóvenes. Los hijos han
pasado de ser algo a reprimir a ser algo a desarrollar. Pero el desarrollo positivo tiene lugar
dentro de un orden con unas exigencias y normas que, como ya se ha indicado impone el vivit
en familias y sociedad
Las relaciones de padres e hijos discurren por tres líneas fundamentales. La primera que
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segunda, que querer a los hijos no significa dárselo
todo hecho, porque esta manera de educarles convierte a los débiles en inútiles, incapaces de
resolver nada por sí mismos, y hace de los fuertes unos tiranos exigentes que pasarán factura a
sus mayores hasta con actos violentos a veces. La tercera, que amar a los hijos tampoco
significa consentirles todo, dejarles actuar a su antojo, sin límites de ninguna clase en sus
apetencias y deseos, pues tal actitud generará en ellos muchas debilidades y escasa capacidad de
resistencia a la frustración. Que los niños tengan sus propios deseos es algo natural pero que
hayan de ser todos cumplidos es algo diferente. Por ello, satisfacerles en todo no sólo es
improcedente, sino contraproducente. Defender esto en una sociedad en la que se tiende a tener
un solo hijo colmado de bienes y servicios es impopular. Es cierto que en nuestra sociedad se
está produciendo una vuelta hacia una mayor exigencia educativa.
Son muchas las investigaciones que analizan el hecho de cómo las prácticas de
socialización se integran y configuran para formar los estilos parentales. Aunque es cierto que
toda tipología es una simplificación de la realidad y que no se dan tipos puros, los
investigadores coinciden en que uno de los componentes críticos del estilo parental es la forma
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En general, poseen una actitud favorable hacia sus hijos; utilizan con ellos el
razonamiento y rechazan el ejercicio del poder, el control y uso del castigo; no les imponen
normas, no exigen ningún tipo de deberes y responsabilidades. A nivel de comunicación son
padres dialogantes que se interesan por las opiniones, intereses y deseos de sus hijos. Ello lleva
a que los hijos criados bajo estas pautas educativas presentan un bajo nivel de exigencia y
autoestima, con problemas para controlar sus impulsos y asumir sus responsabilidades; son, en
general, niños alegres, vitales pero inmaduros, irresponsables y a veces impulsivos.
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controlan el comportamiento de sus hijos, pero con un grado moderado de exigencia razonada
y justificada. Son padres que controlan e intentan influir en la conducta del hijo a través del
diálogo y el razonamiento, evitando el castigo o analizando su significado. Son sensibles con los
sentimientos y tareas de sus hijos, tiene en cuenta sus opiniones y puntos de vista, intentan
evitar los castigos y siempre explican las razones que motivan una medida disciplinaria. No
sucumben a los llantos o caprichos, dialogan y razonan el porqué de las acciones. Plantean un
nivel moderado de exigencia de acuerdo con la capacidad de los hijos.
Como resultado de esta interacción los hijos presentan niveles mayores de ajuste
personal, desarrollan una autoestima positiva, confianza, iniciativa, autocontrol y son
persistentes en las tareas que emprenden; a nivel social desarrollan la empatía, son hábiles en las
relaciones sociales y afectuosas en el trato. Logran con frecuencia el éxito académico. En los
hogares democráticos, los adolescentes se identifican fuertemente con sus padres, poseen gran
madurez e interiorizan y asumen las reglas y valores voluntariamente, no como simple
obediencia o por evitar un castigo. Son independientes y responsables.
Estos estilos reflejan los modos principales de actuación educativa de los padres. Hay
que señalar que ningún padre o madre práctica en exclusiva un único estilo pero sí es seguro que
su comportamiento educativo predominante corresponde a alguno de los estilos expuestos.
La gran mayoría de las familias son conscientes de que la educación que reciban sus
hijos es la única garantía que tienen para abrirse camino en el futuro. Esto hace que las familias
vivan con más angustia los problemas escolares que antaño. Sin embargo, por una parte, se
involucran poco en la educación diaria de sus hijos pero al mismo tiempo muestran un profundo
interés por que sus hijos reciban una buena formación de cara al futuro. Pero, por otra, algunos
padres, aunque quieren educar, manifiestan que ni saben ni pueden. Uno de los aspectos en que
más inciden es la sensación de impotencia y desorientación con respecto a cómo educar a sus
hijos, sobre todo, en la adolescencia. Si los maestros y profesores están a veces desorientados
en la educación ¡cómo no lo van a estar los padres!
Ante esta realidad y en este contexto, se plantean muchos interrogantes: ¿qué pueden
hacer los padres?, ¿cómo influyen las condiciones familiares en las variables cognitivas y
motivacionales que el alumno pondrá en juego a la hora del aprendizaje escolar y rendimiento
académico? ¿qué conductas paternas favorecen u obstaculizan el rendimiento de los hijos?, etc...
Las respuestas a estas y otras cuestiones no son fáciles. Únicamente podemos comentar algunas
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sugerencias tomadas de los datos que aportan las investigaciones sobre esta problemática.
Uno de los datos que se repite con frecuencia en las investigaciones sobre la
implicación de los padres en la educación de los hijos es que existe una correlación positiva
entre dicha implicación y el nivel de logro alcanzado en el colegio, de manera que son
numerosos los estudios que subrayan la influencia de esta implicación familiar en el
rendimiento de los alumnos, llegando a ser superior a la del propio contexto sociocultural.
Además, esta correlación que es más alta en lo primeros niveles del sistema educativo, en los
estudios longitudinales, se constata que tiende a prolongarse durante la educación secundaria
(Eptein, 1991, Keit el al., 1998; Van Voorhis, 2000). Sin embargo, aunque la implicación de los
padres puede dar ventaja a algunos estudiantes en el colegio, no todos los padres participan
activamente en la educación de sus hijos.
¿En qué les cuesta implicarse? En cómo marcar los niveles de exigencia en el
rendimiento, hábitos de trabajo y disciplina, seguimiento de los estudios, organización del
tiempo de los deberes, afición a la lectura, valor del esfuerzo y su relación con el premio y el
castigo, sabiendo que esfuerzo y disciplina van unidos.
¿De qué modo se implican los padres? Utilizando diferentes variables y métodos, son
numerosos los estudios que han aportado datos que apoyan la tesis de que son varias las
dimensiones del ambiente familiar las que se encuentran muy implicadas en el rendimiento
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Patrikakou, 1996; Sheldon,2002; Xu & Corno,
2003)). En los resultados de la mayoría de estas investigaciones, se destaca que dicha relación
es fundamentalmente indirecta: las condiciones familiares inciden significativamente sobre las
variables cognitivas y motivacionales que el alumno pone en juego en el proceso concreto de
aprendizaje y a través de ellas sobre el rendimiento académico.
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b) Expectativas de los padres sobre la capacidad de los hijos para alcanzar logros
importantes.
c) Conductas que demuestren interés de los padres respecto de cómo realizan las tareas
escolares sus hijos.
d) Nivel y tipo de ayuda que prestan los padres a sus hijos a la hora de realizar las tareas
académicas en el hogar.
e) Grado de satisfacción o insatisfacción de los padres con el nivel alcanzado por sus
hijos en los trabajos escolares.
f) Conductas de reforzamiento por parte de los padres respecto a los logros de sus hijos.
Del conjunto de estas dimensiones, las expectativas que tienen los padres sobre la
capacidad de sus hijos para obtener buen rendimiento académico es la variable que presenta
mayor influencia, incide directa y positivamente sobre el autoconcepto académico. Es decir, a
medida que las expectativas de los padres sobre las capacidades de sus hijos son mayores, el
autoconcepto académico de éstos se incrementa, y también crece la confianza en sí mismos y la
motivación académica. Además, las expectativas de capacidad también mantienen una gran
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influencia sobre los procesos de atribución causal del éxito o fracaso de los alumnos, de manera
que cuanto mayores sean las expectativas de los padres sobre la capacidad de sus hijos, mayor
es la tendencia de los hijos a responsabilizarse de sus logros académicos positivos y viceversa.
Asimismo, otras variables como las conductas de ayuda, interés, la satisfacción o las
expectativas de logro futuro también inciden significativamente sobre el rendimiento
académico, no directamente, sino a través de su incidencia sobre variables personales de sus
hijos tales como el autoconcepto o la autoestima como estudiantes, el patrón de atribución
causal sobre sus éxitos y fracasos académicos.
Merece consideración a parte las recompensas externas y contingentes a los logros que
dispensan los padres: curiosamente cuanto más realizan este tipo de reforzamiento los padres
más perjudican el autoconcepto académico de sus hijos, la toma de responsabilidad de los
logros, el desarrollo de las aptitudes académicas y, paradójicamente, también el rendimiento
académico. En otros términos, el refuerzo extrínseco mina las condiciones personales necesarias
para realizar un aprendizaje comprensivo y significativo.
Estos datos son coincidentes con los obtenidos por Barca (1999), Barca, Porto Riobó,
Brenlla, y Morán, 2007, Barca y Peralbo, 2002). Para estos autores, la satisfacción familiar con
el rendimiento escolar y la valoración del estudio por parte de los padres es la variable que más
influye en el rendimiento escolar, explicando el 34,4 % de la varianza; otras variables como la
colaboración de la familia con el centro, la valoración positiva de la capacidad y el esfuerzo así
como las expectativas familiares sobre el estudio y el futuro de los hijos también presentan
correlaciones positivas y significativas con el rendimiento. Sin embargo, el refuerzo familiar del
rendimiento, uso de criterios comparativos del rendimiento del hijo con otros compañeros de
clase y el control y ayudas familiares en el estudio, según estas investigaciones, presentan una
correlación negativa con el rendimiento escolar.
Conclusión
La familia en general y los padres en particular, son el agente más universal, básico y
decisivo en la conformación de la personalidad del individuo y en su socialización inicial. En el
seno familiar, se transmiten y asumen los valores, se maduran las relaciones humanas y se
potencia el crecimiento y el bienestar de sus miembros. De los datos que se han presentado en la
conferencia, se puede deducir que el conjunto de estrategias, estilos y mecanismos que utilizan
los padres para influir y regular la conducta de los hijos e inculcarles los valores y normas
culturales tienen su reflejo posterior en el comportamiento de los hijos. El contexto de la
sociedad actual, la innovación tecnológica, el cambio en las relaciones personales, la evolución
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