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por un
puerto
Gabriel
Castro
Rodríguez
Come Armagedon, come.
Everyday is like Sunday- Morrisey
Adolfo cuelga el fono, mira el reloj del velador y ve que son las
tres de la madrugada.
Conforme siente el sueño yéndose comienza a sentirse
acompañado por la alegría de ser solicitado por Óscar para ir ahora mismo
a su casa.
Pero el entusiasmo lo ve como agujereado de las dudas despertadas
por quien sirvió de intermediaria de la cita: Una mujer joven con un tono
raro en la voz.
¿Por qué si era tan urgente el encuentro como lo manifestó la voz
femenina, no hizo el llamado el propio Óscar? ¿Se trata de una fiesta
sorpresa? ¿Una mini orgía?
Y no estaría mal la idea, se dice, sino fuera porque aparentemente
el asunto va con mujeres.
Un posible plan que rememorando el raro estilo de su amigo,
piensa mejor, no parece tan extraño.
Esta extraña cita le trajo la memoria un rumor de Óscar hace
tiempo corriendo: Más que homosexual era bisexual.
Un rumor posiblemente a comprobar esa misma noche.
Un asunto inquietándole bastante pues para Adolfo lo de sus
preferencias sexuales era muy claro y todo el mundo que debía saberlo
lo conocía bastante bien.
Más que las cuentas claras, se dice mirando el teléfono convencido
de su pensamiento, son las conductas claras las que conservan la amistad,
o eso mayor logrado cuando él y Óscar hacían y deshacían en su casa o
la suya.
Igual la enorme atracción sentida por Óscar siempre suavizaba
sus propias dudas y le silenciaba los rumores de los demás.
Le había dicho varias veces: simplemente se declaraba su
enamorado incondicional, sabiendo que tanta sinceridad era más bien
riesgo, no sólo en su relación sino en cualquiera. Dijeran lo que dijeran.
-¿Dijeran lo que dijeran?- le preguntaba Óscar sin mirarlo
bebiendo de su cerveza o encendiéndose un cigarrillo con aquellas manos
grandes y fuertes que tanto le gustaban a Adolfo mirar ejecutando
cualquier acción.
-No quiero ocultarte nada. Andan diciendo que eres bisexual.
Óscar nada dijo en descargo, actitud no sorpresiva para su amigo
pues no agregaba nada nuevo a su caracter usual, tan exasperante y
despreciativo, pero para Adolfo simplemente irresistible.
Así jugaba a aumentar el misterio que sabía rodeaba su conducta
sexual.
Y como si prefiriera el silencio para aplastar cualquier
malhabladuría, lo tomaba de la mano, pagaba, se iban a alguna cama y se
entregaban al delicioso ejercicio ante el cual se imaginaba que a un
hipotético testigo no le cabría ninguna duda de cuáles eran sus gustos en
asuntos de amor.
Adolfo siente que ama a Óscar y por eso cualquier duda suscitada
por la llamada de la extraña mujer no le impide ducharse rápido y vestirse,
sacar la botella de champaña del refrigerador y partir rápidamente por
entre la niebla al encuentro de quien considera su indiscutible amor. Al
día siguiente, además recordó, por ser festivo, no tenía que trabajar.
Bruno estaciona su auto justo al frente del reloj Turri. Las calles,
la ciudad, el cielo le parecen cada vez más claros, pero la niebla todavía
sin ceder nota evita la intromisión del sol.
Sonia sale primero y observa cómo salen uno a uno del chevet los
reunidos por su venganza sintiéndola cada vez más debilitada, descubierta
y también fracasada como opción de salida para su vida de puta. Es una
ilusión acabando, se da cuenta, licuada por el envase de plástico pasando
de boca en boca cuyo contenido ha preparado Augusto. No sólo ve tal y
como habían dicho en la casa de Óscar hace un rato, el círculo cerrándose,
sobre todo para ella, sino lo siente claramente viendo el sector exacto en
que vio por primera vez a su exprofesor desde que la echaron de la escuela.
Todo vuelve a su origen, piensa, y peor que antes, lamenta.
-¿Ya y ahora qué?- pregunta Margarita entusiasmada con la
respuesta preparada por Augusto suponiéndola relacionada con lo sobre
ellos por ella adorado.
-Fácil ¿No lo adivinan?- dice Augusto mirando a todos con una
cara creyéndola de alta picardía.
-No, sinceramente no- confiesa Bruno con más sueño que
curiosidad.
-Simple. Los que quieran para sí a Margarita deberán ir por el
huevo y ofrecérselo a sus pies. Ese simple acto significará que ella es de
quien complete la misión.
-¿Te volviste loco?- pregunta Bruno tirándolo de la manga y
decidiendo es el momento más apropiado para irse a su casa a dormir a
ver si despierta, lo duda, en tres horas más y se integra a las grabaciones.
-Los ratones que deseen a Margarita, pero no se atrevan a realizar
el desafío se pueden quedar mirando. Sonia, el círculo se cerró para ti.
Gracias y que te vaya bien.
-¿Qué quieres decir?- pregunta Sonia sabiéndose invadida por la
tristeza de comprender y realmente aceptar que lo dicho por Augusto
son palabras entendidas muy bien y consideradas inapelables. Una noche
más, se dice. Pero peor, piensa. Tuvo algo distinto, una puerta abierta
que la cerró ella o su destino de puta, para siempre. Se construyó un
recuerdo, una anécdota, pero no un cambio. Siente la insoportable
sensación de que nuevamente ha sido instrumento, hoy no del placer
sexual de otros cuya paga era papel moneda, sino que una venganza
suya, ahora arrebatada, cuyo pago era el saltar a una condición vital
distinta, pero ya no, el plan se cae rápidamente cayendo como agua entre
los dedos, se dice recordando vagamente una canción.
-Lo que escuchaste. Gracias y hasta luego. A no ser que quieras
quedarte a mirar para después contarle a tus colegas o clientes de esta sin
par aventura.
-Parece que asumiste la venganza- le dice Sonia comenzando a
retroceder para emprender la que le parece atroz pero inevitable partida.
Anhela eso sí conservar el aroma de este final de noche distinto, no a
semen sino que a algo leve, parecido a la esperanza a penas perdida para
poder llevársela y resucitarla alguna vez, otra noche. Siempre le queda
su eterna fe en un día mejor, pero otro día, ya no este.
-Sería venganza sino fuera por el simple hecho que yo también lo
intentaré. Salud- le dice Augusto a la espalda de Sonia perdiéndose en la
niebla.
-Estás borracho Augusto- le dice Bruno tirándolo nuevamente de
la manga y tratando de llevarlo al auto. Se siente dispuesto a dejarlo a su
casa si desiste de decir tonterías y beber de la botella de piscola.
-Sin duda. Pero igual el desafío está planteado. Estoy seguro que
también deseas a Margarita pero tu oscuro cuero no te da para tanto
¿Cierto?
-Por supuesto ¿Quieres que escalen el edificio hasta arriba? Es
una locura. No se puede. Se van a matar. Me niego a participar. Chao
Augusto, ya está bueno, estás yendo muy lejos. En un par de horas tengo
que ir a trabajar, chao a todos. Ya no es chistoso- dice y avanza poco
decidido y lentamente hasta su auto.
-Chao hermano, sigue con tu rutina. Por supuesto que voy muy
lejos, y ofrezco ese camino a los valientes.
-Me niego a ofrecerme a quien acepte el desafío ridículo de
Augusto- anuncia Margarita sintiéndose decepcionada por la frivolización
hecha de lo para ella sagrado fetiche.
-¿Escuchaste Augusto? Nadie te sigue- le dice Bruno.
-Tú vas fuera, me lo imaginaba. Sonia por supuesto también. Pero
mira a Óscar cómo mide con la mirada la torre, mira a Adolfo cómo
busca el huevo, obsérvame a mí cómo me arremango la camisa.
-Te estás pasando de la raya Augusto- le dice Bruno en lo que
considera el último intento de tratar de disuadirlo del desafío ridículo
que ha planteado y le parece adquiere visos de gran peligrosidad debido
al hecho que no puede evitar de notar con gran extrañeza el muy curioso
efecto casi hipnótico logrado en los dos pobres maricones, quienes
efectivamente parecen sólo esperar la orden de Augusto para intentar un
escalamiento por las aparentemente inexpugnables murallas del edificio
del reloj Turri.
A no ser que usen las muchas y altas ventanas como colaboradoras
del ascenso, considera Bruno muy calladamente temiendo que si lo
pensara con más fuerza pudieran escucharlo y se dieran cuenta de que
también él ha caído bajo el efecto hipnótico hasta ahora desconocido en
su amigo. Pero empieza a entender que más como algo propio de un
poder oculto de Augusto mejor es pensar que efectivamente, como dice
Margarita, ese huevo tiene poderes sobre los habitantes de Valparaíso
detectados por nadie salvo por la chiquilla.
-Justamente, piso la raya y avanzo. De eso se trata. Pero
tranquilo, Bruno. Tú debes seguir en el camino recto, aún cuando también
desearías ¿No es cierto que sí? que Margarita fuera tuya. Pero en fin, el
costo está allá arriba, uno que yo sabía no estabas dispuesto a pagar. Está
bien, tranquilo, es la política del libre mercado. Tranquilo, nos vemos,
espero. Más tarde yo te llamo, no me llames. Ya, vamos antes que el
obsceno sol aparezca, falta poco hermanos.
Óscar siente estar dispuesto desde siempre al peligroso desafío
de subir por ese falo de concreto en busca del huevo para Margarita
porque descubre en esa acción, si la realiza completamente, la posibilidad
y la autorización de dar vuelta definitivamente la página de su anterior
vida resquebrajada por el vacío y la maloliente torcedura de su conducta.