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De vigías

por un
puerto

Gabriel
Castro
Rodríguez
Come Armagedon, come.
Everyday is like Sunday- Morrisey

Óscar escucha a Margarita excitada preguntándole si quiere ser


su hombre. Al mismo tiempo él hace nuevamente planes para su alma
con aquellos nubarrones húmedos viniendo desde el mar. Es incapaz de
olvidar que esta antigua íntima expectación suya termina siempre en
aborto. Pese a todo insiste ahora en escuchar una nueva promesa de que
su vida cambiará cuando se posesionen de la ciudad esas murallas de
algodón negro viniendo desde el fondo del muelle Prat, donde se acaba
el molo.
No la mira y le dice sí.
Ella toma su cara, se la saca del horizonte y le da un beso con
lengua.
Óscar se deja, siente el viento húmedo en su nuca, entonces le
invade una alegría sabiéndola breve, pero igual se propone olvidar la
pesadumbre y disfruta lo que lamenta empieza a ser una demasiado breve
y pasajera temporada de mal tiempo.
Observa como varias bolsas blancas de supermercado alcanzan
alturas para él increíbles. Objetos cotidianos capturados o liberados por
el viento temporal. Qué sucede realmente entre esta ciudad, las cosas y
sus habitantes. Se responde que quizás sea algo así como amor-odio,
rosa-espina, vida-muerte, expectación-aborto, ella-él,.
Margarita le busca ansiosa la mirada y él de nuevo la lleva al
horizonte nublado.
Le da risa verla como pega saltitos para establecer contacto visual.
Por fin le presta atención y sonríe:
-¿Qué?
-Somos pololos- dice, lo abraza sintiéndose completa de felicidad
y apoya su cabellera larga en su pecho. Siempre había querido hacerlo y
hasta ahora se atreve. Se siente autorizada por el reciente nivel al que ha
llevado su relación con Óscar.
Percibe en lo que le parece un enorme pecho tibio un tam tam
regular deseándolo alterado como el suyo. Pero ella sabe. Él es así. Estatua
difícil de alcanzar, ahora circunstancialmente cerca.
Y justo ahora lo descubre. ¡Es como ese huevo luminoso del reloj
Turri con el cual sueña frecuentemente abrazándolo junto a su corazón
como una enorme joya!
Nunca recuerda si el huevo está abajo en la calle con él, en su
casa, su cama, o si es ella quien se atrevió a subir al edificio para hacerlo
suyo.
-Pololos- dice él sin pensar acariciándole su larga cabellera negra.
Se vuelve ansioso a la promesa de lluvia asomándose desde el
mar.
Margarita, según Óscar, es una chiquilla loca y adorable, tanto
como para evitar dañarla. Frágil mezcla de locura, inocencia e inmadurez.
Más de un año se han estado frecuentado tantas veces en diferentes
ocasiones, tantas que bien podrían haberlo hastiado. Ella ya debería
comprender de qué se trata su complicada personalidad. Entendiéndola
Margarita o no, su relación sobrevive gracias a que, después de todo el
tiempo pasado, igual le inspira ternura y disfruta buscando maneras de
no dañarla. Siempre se ha sentido propenso a pisotear sin mayores
miramientos, pero ella por como es, no le activa nunca ese rasgo suyo.
Por ejemplo, descubre Óscar, ahora con esto del pololeo pide a
gritos le dé una patada en el poto y la quite para siempre de su camino.
Pero no.
-¿No es fantástico?- pregunta apretando sus rosados labios gruesos
sin lápiz labial en un gesto para a él siempre delicioso y ella insiste en
hacerlo porque sabe bien: a Óscar le gusta. Por eso lo hace a cada rato
Margarita. Sabe que gusta a los hombres, y también porque es una herencia
de su madre imposible de dejar.
-Margarita... Soy homosexual.
-Igual dijiste sí.
-¿Cambia algo?
-Ya no es lo mismo ¿Entiendes? Nos pertenecemos- le toma la
mano y se la acaricia obteniendo ella con tal acto un intenso placer.
Óscar siempre le ha atraído mucho a pesar de la temprana
confesión de su homosexualidad. Especialmente cautivante le es su
magnífico cuerpo formado en gimnasios como en el que se conocieron.
-Sin ser pololos era igual. Igual te quiero. Amigos, pololos,
hermanos. Lo mismo- le dice Óscar agarrándola de los hombros firme.
Supone así entenderá.
-No es lo mismo. Ahora puedo decir a todos: Óscar es mi pololo-
le replica convencida.
Óscar lamenta no encontrar ganas ahora para ponerle un pero al
convencimiento de la chiquilla.
-Puedes decir: Margarita es mi polola- le propone ella con la
sensación de ofrecer la autorización más valiosa que ha dado en toda su
vida.
-No se lo voy a decir a nadie- Óscar le advierte serio para bajarle
los ánimos.
-¿Y si preguntan?
-Entonces digo.
-¿Viste? Y no será lo mismo- dice Margarita creyendo aproximarse
a algo como un jaque mate donde ninguno de los dos pierde, por el
contrario, los dos ganan.
-Para mí sí- insiste tratando de endurecerse para así lograr que
desista de su empeño, atractivo, pero insuficiente como para dejarse
poseer por él.
-Nuestra relación ahora es diferente. Por lo tanto para los demás
también- le explica pero es incapaz de no experimentar congoja por la
lejanía de Óscar siendo que lo suponía ya tan cerca, no tan sólo
físicamente.
-Me importa un coco lo que piensen los demás- dice Óscar
pensando en esa como declaración de principios casi nacida al mismo
tiempo a su atracción por los de su mismo sexo.
Cómo resistir la diferencia, se preguntó siempre, si no es ignorando
a los imbéciles creyéndose poseedores de la verdad absoluta tan bien
amparados por la oficialidad volviéndolos poderosos y peligrosos.
Ignorarlos es la respuesta, y eso implica también no compartir con ellos
su diferencia. Una de las pocas sensaciones ciertas, sino la única
convincente, es no creerse cínico porque evita mostrarse homosexual
ante casi todos. Disfruta el delicioso egoísmo de guardarse su naturaleza
y darles una mentira, mentira surgida del instinto de despreciar a los
demás. No de una voluntaria tendencia a engañar. Planificar una pantalla
claramente es ocuparse demasiado de los demás. Eso no lo merecen en
lo más mínimo.
-¿Qué te parece? Me fascina ser tu polola- dice Margarita
necesitando agarrarlo por un lado de una vez por todas.
-Bien por ti- contesta Óscar deseando comprenda cómo entiende
él su relación con ella. Algo bueno, pero distinto a como Margarita
pretende.
-Mentiroso- dice sintiéndose alegre con la respuesta, pero poco
convencida de la veracidad de tanta generosidad. Y además beneficiosa
para la relación estrecha en que desea envolverlo con fuerza.
-Verdad. Tú sabes. Te quiero mucho y cuando se quiere las alegrías
son una sola.
-¿Vamos a un motel? Y allá tú sabes qué- dice Margarita con la
firme intención de trasladar la conversación desde, le parece, el nebuloso
mundo de las palabras al manejable, comprometedor y concreto mundo
de las acciones. Sabe que allí, superadas las palabras, es infructuoso
mentir, escaparse, retroceder.
-¿Hacernos el amor?- pregunta Óscar mirando a la chiquilla,
imaginándose la escena sin conseguir, ahora que lo considera, obvia
sensación de asco necesaria para fortalecer resistencia al plan, todavía
sin entenderlo bien, todavía incapaz de sentir la urgencia de poner en
este toda su atención.
Comprende que si la invitación fuera realmente más peligrosa y
por lo tanto capaz de remecerlo, entonces debería haber algo así como
una alarma dentro suyo poniéndolo en tensión. No la siente, por lo tanto
supone inquieto que el asunto en que lo inmiscuye Margarita no es tan
importante como parece. En el fondo lo lamenta por ella.
Desea no sólo en el horizonte encontrar esperanzas de algo mejor,
también en los humanos, sobre todo en esta chiquilla quien después de
todo sabe que la quiere, a su modo, pero también como resultado de una
no esperada atracción. No desea por ningún motivo profundizar en el
tema ahora, o quizás nunca.
-Sí . Para celebrar haremos el amor- dice Margarita.
-Si quieres vamos.
-Perderé mi virginidad contigo. No me la puedo creer.
-¿Por qué no? ¿Raro que sea conmigo?
-No. Es maravilloso. Eres, eras como un sueño. Inalcanzable. Y
ahora estamos aquí iniciando un pololeo y poniéndonos de acuerdo para
ir a un motel a celebrar. No a todos se les cumple su sueño.
-Soy homosexual, Margarita.
-Si sé ¿Qué importa?
Él gira nuevamente hacia el mar, apoya los codos en la baranda
metálica del muelle y observa con deleite los para él deliciosos nubarrones
cada vez más cerca. Ya están sobre ellos avanzando rápido arrastrados
por un viento norte potente.
Se está armando, piensa y se le llena el alma de alegría.
Pero no puede evitar preguntarse cuánto durará la sensación de
acabose que percibe. Seguro poco, se dice, hasta deprimirme
simultáneamente al clima. Un par de horas después de llover fuerte por
un buen rato y de a poco acabe el mal tiempo y por fin sienta nuevamente
que se va todo al diablo como si nunca hubiera pasado nada y vuelta otra
vez a tener esperanzas en que tal vez en los próximos días vuelva a ocurrir
parecido.
De todas formas cualquier suceso, Óscar lo sabe bien, siempre es
débil como para sacarlo de la para él atroz rutina de la vida después de
todos sus treinta años.
A veces, con cierto leve remordimiento, reconoce desear una
catástrofe urbana, nacional, mundial, universal. Una que detenga
definitivamente la realidad estúpida y la vuelva inteligente en los pocos
instantes restantes de la humanidad antes de extinguirse.
Apuesta a que ésa sería, está seguro, una verdadera alegría.
Una guerra, pide, una epidemia, una peste.
Y cuando anda más humilde recuerda que piensa en qué tal una
enfermedad terrible sólo para él, para redimensionar la realidad y salir
así del goteo monótono.
Lo que sea, suplica a veces en las noches con ganas de sacarse el
preservativo, pero que cambie esta aburrida historia a la que está sometido
como si fuera una condena.
Un temporal, qué nombre tan bien puesto, piensa, solo es
promesa, pocas horas de quiebre de la cotidianidad, para luego todo
pasar y volver a la misma patraña de siempre.
Valparaíso por esos instantes de caos entrará otra vez en el usual
cataclismo acuoso. Cada una de sus faenas y habitantes enloquecerán
con el diluvio. Pero ese día final será solo otra tarde de invierno que a la
ciudad y a sus ciudadanos, solo por unos instantes les harán percibir al
mundo acabándose, por lo tanto hay por fin ponerse serios y olvidar lo
usual.
Pero Óscar sabe: El temporal es temporal y tarde o temprano
todo volverá otra vez a la normalidad y él de nuevo estará aquí esperando
un siguiente breve oasis de caos. Pero quizás la locura de Margarita...
-Qué aburrido- dice Óscar no pudiendo evitar una mueca de asco
haciéndolo girar de su posición y volver la vista hacia ella.
-¿Eres virgen?- pregunta Margarita.
Se la queda mirando sin siquiera pretender mover el más mínimo
músculo bucal para contestarle.
Margarita aparte de ser muy atractiva también lo tiene enganchado
con ese modo de interaccionar con las gentes, con él. Ese estar al borde
de todo siempre.
Disfruta verla siempre tan lejos de la mediocridad, y justamente
a veces por ese modo suyo, de alta peligrosidad, a menudo, confiesa,
también a él lo pone al borde de las cosas, de los sentimientos.
Decide pensar que ella es como un frente de mal tiempo. Un
riesgo, sabe, pero bueno, descentrándolo. Ésa es la gran deuda siempre
con Margarita y su desafío: Arriesgarse a ella. Aunque precisamente lo
disloque de su naturaleza, por lo menos así lo saca de la apestosa realidad.
Por eso la quiere y soporta incluso con felicidad. Lo sabe: en el fondo le
hace bien tenerla cerca por muy inquietante que se vuelva a veces.
Si aparentemente estaría mejor en su casa, acostado con un tipo,
tibio, viendo tele, fumando, afuera lloviendo, evitaría ese borde al que
ella casi lo despeña. Pero reconoce de inmediato: eso sin embargo
ciertamente sería otra arista sospechosamente dulce, cómodamente
engañosa del triste devenir al que tiende irremediablemente. Si no fuera
por esta diablita y los nubarrones encima la esperanza estaría lejos.
-No importa si no eres virgen. Bueno, sí. Es decir, tú sabes.
Quisiera saberlo, supongo tengo derecho a saber ya que vamos a empezar
a tener relaciones sexuales. Y bueno, me encantaría sentirte sin que nada
interfiera. Tú sabes, hablo de condones. Por eso la pregunta. ¿Ya? Es
decir, si quieres lo pregunto de otra forma ¿Quieres usar condón? Por mi
parte ya sabes, soy virgen. Si es por medio anticonceptivo puedo tomar
pastillas, pero quiero decir...
-Ya, ya basta Margarita. Córtala. No entiendo a qué quieres jugar.
-Quiero jugar limpio. Sí, eso. Limpio. Me cargaría que usaras
condón pero si es necesario...
-Soy homosexual.
-Dale con eso. Simplemente quiero saber si tengo riesgo de agarrar
sida. Simple. Dime sí o no y yo entenderé. No tienes para qué entrar en
detalles ¿Okey?
-Estás loca. Si no fueras mi amiga creería que quieres jugar
conmigo.
-Sólo quiero que tengamos una relación de pololos, una relación
completa.
-¿No te han dicho que a los homosexuales no les gustan las
mujeres?
-Yo te gusto, lo dijiste. Y te refieres no solamente a mi carácter
sino que a mi cuerpo ¿Cierto?
-Sí, no lo niego. Soy lo que soy, pero no ciego.
-Lindo. Entonces cuál es el problema.
-Adoro a mi tía pero no por eso me la voy a culiar, por Dios.
-¿Sientes lo mismo por mí que por tu tía?
-Sí.
-Pero soy tu polola.
-Dejemos de pololear.
-Nooo.
-Es sólo una tonta palabra, por favor Margarita.
-Pero me importa mucho.
-A mí nada. No me gusta mentirte. Lo seamos o no, siento lo
mismo de siempre por ti.
-Amor.
-Sí, amor, pero no de pareja. Cómo no vas a entender la diferencia.
-Para lo que vamos a ir al motel me parece suficiente lo que sientes
por mí ¿O no vas a poder responderme sexualmente? ¿Eso quieres decir?
-No, no quiero decirte eso. Creo que podría hacértelo.
-Dilo de nuevo, me excita.
-¿No te gustaría hacerlo con alguien que te amara como mujer?
-¿No me amas como mujer?
-Diría que te amo como persona.
-Viste. Eso es lindo. Sirve para entregarme a ti con alegría. Dijiste
que mi alegría es la tuya ¿En qué quedamos?
Margarita se encanta viendo los resultados de poner a Óscar en
aprietos. Goza notando cómo empieza a ponerse nervioso y pierde esa
armonía corporal de la cual tan raras veces se sale. Ahí es cuando le
descubre gestos en la cara o movimientos de las manos revelando lo que
dice ser. Entonces Margarita lo sabe bien: no es sólo un raro capricho
autodenominarse homosexual. Sabe: realmente es y no puede evitar
percibirlo fuerte y claro cuando lo presiona de la manera en que ahora lo
hace.
No siente sea maldad llevarlo a estos estados, está segura que le
gusta jugar así tan fuerte, piensa, aunque sea con palabras. Y ahora, si lo
logra, anhela Margarita, también entrarán en el juego sus cuerpos,
entonces piensa sí que será divertido para ambos, no sólo para ella.
Para convencerse se repite: no son malas intenciones las que me
mueven a todo esto sino una manera de relacionarme verdaderamente
con alguien, a toda costa. Vivir de verdad una relación con un hombre,
no los simulacros a los cuales están entregadas las pobres gentes por
años y años hasta su muerte creyendo establecer puentes con los demás
y al final lo único hecho ha sido pasarles el peso de su triste existencia
para que lo cargue un rato el otro, y después te toca a ti. Piensa que eso
no es para ella, y aprieta fuerte una mano a Óscar.
-Estás loca.
-Loca por ti.
-Si tienes la secreta ilusión de hacerme enamorar de ti te digo
inmediatamente que vas a fracasar.
-¿Cómo sabes?
-Viste. Eso quieres. Convertirme en heterosexual. Ahí termina
todo. Me extraña mucho que estés en ese plan conmigo. Suponiendo,
suponiendo solamente, que me entusiasmes con la idea de hacer el amor
con mujeres, contigo, y quizás sólo contigo, apuesto te satisfaces con ese
éxito y luego te largas.
-Eso temes. Enamorarte y que rompan tu corazón. Ahí está la
cosa Oscarito precioso. Yo te amo, nunca te dejaré mi amorcito. Nunca.
No temas. Ahí está todo tu problema con las mujeres.
-Primero, no tengo ningún problema. Segundo ¿Viste que tu plan
en realidad va por pretender una reformación? Y tercero, no me gusta
para dónde va nuestra relación Margarita, no me gusta. Tengo ganas de
despedirme de ti y dejar de verte por un buen tiempo.
-Óscar, no te confundas. Tengo puras buenas intenciones, mi amor.
No empecemos este pololeo con tanta pelea. Me comporto como una
güeona contigo, puras exigencias. Disculpa, me enloquece tenerte tan
cerca y te pido y te pido y te pido y no doy nada, no ofrezco nada. Óscar
por favor olvida todas las tonterías dichas. Quédate con esto: te amo y
soy tuya, toda tuya. Soy puro ofrecimiento, no te pido nada. Sólo una
pequeña cosita: no te apartes nunca de mi lado, por favor, nunca.
-Vistas así las cosas, pides muy poco. Generalmente es adorable
estar contigo. Si es eso solamente, te aseguro: También soy tuyo
Margarita, para siempre.
- Mi amor...- dice Margarita sintiéndose inflamada de pasión y de
nuevo lo besa metiéndole su lengua entre los dientes y apegando su pelvis
a la de él con un abrazo que la fatiga de excitación.
Medio piensa muy alterada que este hombre la enloquece.
Cierra los ojos deseando se vayan luego al motel y se hagan tira
metiéndose uno dentro de otro. Toda esa deliciosa tarde lluviosa, y ojalá
sigan hasta la noche, y el día siguiente. Y sí, es cierto admite, se olvide
de esos mariconcitos a los cuales seguro de vez en cuando recurre y
logre ser preferida mil veces ella y sólo ella para siempre. Se pregunta
cómo hacerle entender la manera en que ella ve las cosas, y sepa de una
vez por todas: A su lado está el mundo verdadero. Porque después de
todo, está segura, lo que buscan los verdaderos seres de esta humanidad,
entre los cuales están ellos dos, es poseer la realidad, y ella propiciará
eso, se dice sin temer caer en subjetivismos, palabrería o poca modestia:
Sabe bien: sólo su unión puede brindarle la vida completa, lo que él
busca: Felicidad plena, es decir la de ambos completándose.
Siente terror de perderlo sin que Óscar sepa alguna vez que al
frente tiene, tuvo las puertas y todas las llaves necesarias. Homosexual,
hombre, mujer, humano, lo que sea está todo en ella ofrecido a él solo
para tomarlo de una vez por todas.
Óscar con los ojos abiertos desvía levemente la mirada lo más
que le permite su boca atrapada entre los labios gruesos y tibios de
Margarita. Descubre cómo la ciudad es bombardeada por todos lados
con miles de poderosos goterones logrando alegrarle levemente su seca
alma por unos instantes.
Casi siente el beso mojado por la lluvia evitando sutilmente el
escape de ese atisbo de placer percibido junto a la llegada de otro temporal
a Valparaíso.
Cierra los ojos. Intenta prolongar esa sensación placentera. Se
entrega al cuerpo de ella apegado al suyo. Reconoce en ese calor otro
desorden de la vida cotidiana de la ciudad, de él mismo. Una manera de
salvarse, preguntándose cuán eficaz es en comparación con la posibilidad
de incrustarse a algún delicioso adolescente rondando a esa hora por ahí
mismo dispuesto a compartir su cuerpo con él sin límites, tal y como en
ese preciso instante le invitaba su amiga.
Decide que debe llevar la situación hasta las últimas consecuencias
para descubrir acuciosamente si a través de ella puede escaparse más
tiempo de su pesadumbre. Y si al final, pese a su resistencia natural, en
Margarita está lo ansiado, y no a través de su usual tendencia sexual,
entonces quizás, dice escupiendo el venenoso orgullo, lo reconocería
honestamente asumiendo: Con ella está el principio y fin de su existencia
feliz tan añorada.

Recuerda: no es la primera vez que hace el amor con una mujer.


Es la segunda.
La anterior fue con una puta que decidió abordar en Cochrane
para un año nuevo hacía ya cinco años.
Mucho antes había tenido una escaramuza sexual con una prima
de Santiago, pero sentía no valía para la cuenta por dos razones: No se
había consumado el acto y tampoco había habido real voluntad de parte
suya para llegar a esa situación.
La chiquilla saltó desnuda sobre él en la madrugada.
En cambio con la puta y con Margarita, había intencionalmente
olvidado sus naturales tendencias para emprender algo así como una
exploración de la sensación de hacerlo con una mujer.
Sin embargo Óscar considera la existencia de otra característica
haciendo más especial y único el presente encuentro: Por Margarita siente,
si bien no una atracción en el estricto sentido de la palabra, mejor una
forma de amor la cual no deja de desconcertarlo.
Además a la mujercita de Cochrane llegó con una enorme
desorientación producto de una etapa depresiva.
Siempre había considerado el resultado de tal incursión no una
oportunidad sino al revés, una mutilación de su vida por haberse otorgado
lo contrario a lo solicitado usualmente por su cuerpo y su espíritu. Un
vómito le había resultado el encamarse con la puta y pasar un par de
horas vaciándose de su naturaleza. Una lavativa, un purgatorio de su rol.
Al día siguiente, sintiéndose peor de lo que esperaba, recogió su
rol como si fueran las ropas después de una orgía. Arrugado, frío, pero
igual suyo y ya de nuevo en sus manos. Entibiándose y ajustándose de
nuevo a su vida, como si nada hubiera pasado.
Siente que con Margarita es totalmente diferente.
Sin duda en ella hay más esperanza, se dice. Independientemente
si le gustará o no penetrarla, hacerla y hacerse sentir en otro nivel de
existencia por algunos momentos.
Decidió que tiempo después consideraría mejor y más fríamente
esa tarde para sacar alguna conclusión útil a fin de aclarar todo.
Sí, con su "polola" el acto sexual ha constituido una promesa
a examinar, piensa. Un territorio inexplorado, más que físico, espiritual.
Uno que Margarita con razón insiste en valorizar altamente.
Ella, descubre Óscar, así es más que una mujer, es la representación
de una renovada fe en los humanos. Sí, una que incluso en sus relaciones
homosexuales ni sospechó que podía estar ahí.
Repasando sus innumerables aventuras saca en cuenta que nunca
había pasado más que de una peripecia física.
Sólo con las lluvias intensas sobre la ciudad ha tenido tal sensación
de luz próxima. Ahora llega la luminosidad a través del cuerpo entregado
de Margarita. Débil, reconoce, pero parecida al fin y al cabo a aquel
brillo tan escaso.
Entonces ve abrírsele una alta esperanza insospechada esa tarde.
Ni en ninguna otra.

Saca suavemente el brazo adormecido debajo de la espalda de


Margarita quien sumergida en el océano de los sueños acaricia el huevo
del reloj Turri.
Lo ve muy claro. Encendido, tibio, suyo.
Está en lo alto del edificio, pero no teme a la altura porque esa
joya la protege de todo mal. La gira lentamente como si sacara una
ampolleta, la idea es llevársela de ahí. No tiene duda que le pertenece,
sin embargo la posesión, entiende en el sueño, sería completa si la
desprende de su sitio y, no sabe cómo, la baje y se vaya con ella a casa.
Piensa en la posibilidad de saltar desde allí mismo una vez
desatornillada completamente.
La idea no es tan descabellada, se dice Margarita haciendo ese
usual gesto con sus labios y mirando hacia abajo. Disfruta del
pensamiento de que después de todo está soñando y daño no puede
hacerse.
Por lo tanto cuando ya está desprendido de su lugar el óvalo
luminoso, esa llama amarilla adorable y silenciosa, Margarita flecta las
rodillas y se lanza al vacío abrazándolo. Descubre que el viento
colabora en acolchar la caída metiéndosele el huevo entre las piernas
desnudas y le parece un grueso coleóptero conduciéndola con suavidad,
control, y cierto placer hasta la calle.
Llega al punto exacto en que nota a Esmeralda convirtiéndose en
Prat o viceversa, no sabe bien.
Pero al final descubre con espanto sale todo mal: No puede sino
aterrizar de boca a pesar de la poca velocidad de caída, viendo como se
revienta su amado huevo en miles de pedazos, y ve como queda sólo el
esqueleto de bronce desformado y desnudo del vidrio ámbar, y huele
toda la cercanía a quemado y sangre. Todo está perdido, se dice.
Varios fragmentos siente hieren su piel desnuda, pero no le
importa. Lo que literalmente le quita el sueño fue sentirse responsable
de un acto de enorme maldad innecesaria debido a su ambición.
Allá arriba habría estado siempre para ella esa divina joya, piensa
sintiéndose muy mala, eso sino fuera por su ineludible tendencia de poseer
físicamente lo no destinado a tener así.
El resultado está a la vista, se dice desesperada despertando.

Apenas abre los ojos se levanta de un salto y busca la ventana de


su pieza. Sabiéndola exactamente frente al reloj Turri.
Quiere confrontar repleta de temor el final de su sueño con la
realidad. Sin embargo se encuentra en una pieza pareciéndole extraña
cuya ventana no le muestra más que unos cerros cubiertos de lluvia,
niebla y bosques.
Desde la cama Óscar la mira con su rostro inexpresivo mientras
fuma.
-¿Un mal sueño?
-Sí , muy malo ¿Podemos irnos al tiro a Valparaíso?
-¿Nos duchamos primero?
-Mejor en mi casa. No hay nadie a esta hora. Necesito mirar por
mi ventana.
-Vamos.

Margarita no quiere hablar durante el trayecto de vuelta.


Óscar ya ha sacado una primera conclusión de la experiencia
vivida en el motel: Con cierta dificultad, pero más bien alegre cede
lentamente a una satisfacción grande sumándose a la de ver la ventana
de la micro azotada por ráfagas de viento con lluvia.
Le preocupa el silencio de ella y el raro asunto de la ventana de su
pieza. Eso le debilita a pesar de los esfuerzos por inundarse del confort
de sentir haber hecho algo alimenticio para su alma tan enflaquecida.
Se pregunta si acaso la trampa de aquella sensación iluminándole
el día y cree varios más, sobre todo sino se despega de Margarita, está
justamente en el ensimismamiento de ella. Supone la fatalidad consiste
en que ella no encontró lo buscado, y por lo tanto concluye: la sensación
de gozo es sólo suya, y por lo tanto incompleta.
Margarita quizás se había equivocado, se dice, por lo tanto
nuevamente queda él a la deriva.
Empieza a abandonarlo la alegría lentamente y sin poder hacer
nada en contra salvo consultarle directamente a ella qué le pasa y por
qué está tan callada.
-No resultó ¿Cierto?
-Sí mi amor. Sí resultó. Fue lo que esperaba y más. Es que tuve un
terrible sueño. Eso fue lo malo de esta tarde. Algo mío. Espera a que vea
en mi casa lo que necesito y, tenerte me alienta, sabré que era sólo un mal
sueño.
-No te entiendo nada.
-Ya entenderás. Pero no es nada contigo Óscar. Es algo que me
vino de adentro y no de afuera, no de ti. Tiene que ver con nosotros, pero
es un problema mío más que nada. Ya te voy a contar, pero quiero dártelo
resuelto.
-Pero es mío también.
-No te pases rollos, déjame a mí eso. Te amo Óscar, no lo dudes
ni un momento. Espera que lleguemos a mi casa y se aclara todo.
-Eso espero.

El huevo está intacto.


Se da vuelta sintiendo un nuevo lapso abierto en su vida, respira
hondo, sale de la ventana y abraza a Óscar creyendo así inaugurar una
porción extra de su vida. Percibiendo que no la merece sino replantea
sus proyectos y acciones, sobre todo los referidos a Óscar porque descubre
en ese momento que él es lo que más le importa de toda su existencia, y
además ya sabe claramente que si bien el huevo del reloj Turri es su
centro al mismo tiempo lo es también ése hombre a pesar de todo todavía
inexpugnable al frente suyo mirándola, y tiene la certeza, de que ambos,
símbolo y carne, son uno. Al alcance de su mano pero no suyo. La misión
por el resto del tiempo extra recibido y creyéndolo por el sueño no tenerlo,
y menos que eso, incluso pensaba lo había perdido completamente, será
aprender a poseer realmente a Óscar, pues en eso ve el sentido total de su
vida, alimento principal de su espíritu y la fuente única de todo el
conocimiento requerido para lograr el paraíso en la tierra, no sólo para
ella sino para todo el mundo.
-Te quiero tanto. Si te pasara algo por mi culpa estaría totalmente
perdida- le dice recordando el sueño funesto.
-Yo igual te necesito ¿Todo bien?
-Sí, mi amor. Todo bien. Sólo que debo aprender a ser cuidadosa
con mi sueño hecho realidad. Cuidadosa contigo. Amándote entro en
terrenos tan frágiles que cualquier torpeza de mi parte, cualquier debilidad
me cuesta tu ausencia para siempre .
-Tú eres la joya de la pareja, a la que hay que cuidar. Yo soy un
perdido con la única virtud de anhelar la felicidad y ahora con la suerte
de saborearla un poco contigo.
-¿Quisieras aceptar que la maravilla a proteger no es ni tú ni yo
sino que nuestra unión. El amor que nos junta?
-Bueno. Juntos somos más que dos ¿Qué tal?
-Perfecto ¿Te conté de los sueños con ese huevo?
-Sí.
-Pues en el motel, cuando salí corriendo de la cama, tuve uno con
él. Estoy segura que nos simboliza esa preciosidad.
-Si tú lo dices.
-En serio. Desde chica, mucho antes de conocerte, igual
presintiéndote, me ponía a mirarlo día y noche desde esta ventana.
Sobre todo de noche cuando ilumina la ciudad sin que siquiera se percate.
Es como un faro, Óscar. El problema es que sólo yo, bueno y ahora tú,
por favor, lo admitimos como punto de referencia. A lo más lo miran de
reojo cuando da la hora su reloj creyendo que tal aparato es el vital, pero
no, tú y yo sabemos que la joya que está arriba es lo vital para nosotros,
para todos los de la ciudad, pero parece ser que sólo yo, y ahora tú, nos
damos cuenta. Si pudiéramos advertirles.
-Supongo que es bueno saber que está ahí para guiarnos. Esta
ciudad no tiene otra gemela. Está como sola. Sus gentes, nosotros
necesitamos una señal que nos guíe en su soledad. Y no me parece raro
que te vincules a ella, ya que definitivamente tú Margarita, eres señal
para mí.
-¿Entonces te gustó lo que hicimos? Disculpa, pero con mi sueño
me preocupé tanto que me desvié de lo mejor del día, igual nunca tanto
pues ya te digo que ahí, en él, está nuestro amor. Dime ¿Me amas?
-Sí.
-Como a tu tía.
-No.
-¿Más?
-Sí.
-¿Amor de amigos? ¿De un hombre a una mujer?
-Por Dios Margarita, tantas preguntas.
-Necesito saber ¿De un hombre a una mujer?
-Sí.
-Cuánto.
-¿Cuánto vale ese huevo?
-Lo mismo que Valparaíso con todo y habitantes.
-Pues eso, Margarita, eso te amo- le dice y comienza a
desabotonarle la blusa.

Sale de la casa de Margarita a las diez de la noche, después de


intercambiar con sus padres unas pocas palabras seleccionadas con
cuidado, unas para dejarlos tranquilos luego del anuncio de ella: su
flamante pololeo.
Óscar no quiere intranquilizar a nadie salvo a sí mismo.
Siempre supo: entre mejor de ánimo estén las gentes, mejor él
estará en su calvario de no estarlo y así cree con ciertas dudas que va por
buen camino. Por eso aceptó de Margarita el último beso con lengua de
la noche, y un poco porque a él le empieza también a gustar un poco el
asunto de su boca y cuerpo en total ofrecidos.
-Hasta mañana- le dice Margarita con los ojos brillantes de una
chiquilla alcanzando un sueño, sin ganas ni vocación de pensar cuándo
va a dejar de estar así y, peor aún, no sólo desaparecer la felicidad sino
darse vuelta y convertirse en otra cosa, no un vacío, sino en una película
de terror, así como muchos matrimonios, y por qué no, su pololeo.
Pero esos malos augurios, ciertos o no, no le importan, sólo los
tuvo unos instantes y los dejó ir tan rápido como habían venido. Se sentía
completamente protegida del pesimismo gracias a la fortuna.
Sabe que en eso le lleva ventaja a Óscar.
Por entre las láminas de la persiana lo mira cómo se aleja calle
abajo.
Desaparece rápidamente engullido por una espesa niebla también
digeriendo a la lluvia antes de anochecer, para pesar del pobre Óscar
quien, se da cuenta Margarita, había tenido más que suficiente en el día:
ella le había arrebatado por unas horas su tendencia. Ahora la neblina la
lluvia que adora.
Desea, saliéndose del lado de la persiana, más que todo tener el
poder de hacerle llover nuevamente a su pololo, mientras escucha detrás
de la puerta comentarios aparentemente favorables de Óscar.
Un maestro de básica mención música que ubican un poco porque
el papá, director de escuela jubilado, ha escuchado de un amigo y colega
buenos comentarios de él.
Su madre no se pliega a esta referencia, algo raro le ha notado.
Piensa que es un chiquillo algo extraño, y además ve claramente que le
aventaja en unos buenos años a su hija.
-Parece buen chico- dice su mamá y recoge para lavar los vasitos
en que se habían bebido un pisco sagüer hecho por el papá.
-Y tiene un trabajo- dice su padre metiéndose al baño y dejando a
Margarita con una sensación conocida, sobre todo por las últimas
conversaciones.
Tantas veces le ha escuchado decir que tiene que sacar una carrera
de una vez por todas y valerse por sí misma. Un anhelo del padre, bien
sabido por todos, especialmente por ella reiterándose mientras entra a su
pieza, no es un deseo importante como para desviarse de lo que ella
concibe como lo más importante de su vida y de la de los demás.
Varias veces le ha escuchado hablar eso de vivir una vida mediocre,
una como la que según él, su hija única ha vivido. Pero Margarita, por
amor, no ha querido precisarles algo que tiene claro: Si alguien ha llevado
una vida mediocre no ha sido ella sino justamente él y su madre, y para
peor de mediocridades, se creen que su estilo, su proyecto, sus acciones,
son ejemplo.
Pobre, se dice sintiendo piedad. Ama tanto a su padre que evita la
pena de decirle que es él el extraviado y no ella. Decírselo no mejorará
las cosas, piensa, y se muerde los labios gruesos para no esbozar una
sonrisa e incluso una carcajada, no de triunfo pero sí de relajo por saber
que por lo menos ella está en camino, y sus pobres viejos sin bien ocupan
un lugar en el cosmos, los pobres están tan lejos del centro.
Pero Margarita se propone antes de que mueran mostrarles
sutilmente el resultado de su camino silencioso de perfección el cual
piensa ahora mismo está comenzando.
Seguro ni se creen lo que creen. Pero bueno, para eso está ella,
para demolerles sus debiluchas estructuras y levantarles las más fuertes
y hermosas construcciones jamás vistas.
Sin encender la luz se va a su persiana, levanta una de las láminas
e intenta ver su añorado huevo.
Lo ve chascón y difuso detrás de la lámina plomiza apenas
resistiendo el poder cáustico de la niebla apoderándose de todo Valparaíso.
Más bien triste por la poca visibilidad se queda un rato como
bebiendo esa luz cada vez más débil.
Por fin se entrega al que considera un momentáneo fracaso.
Se desnuda completamente y se mete a la cama, rápido a ver si se
queda luego dormida y agarra un buen sueño sin niebla.

Óscar decide no terminar tan pronto el curioso día vivido,


simplemente está seguro de no soportar regresar a su casa con esas
tremendas sensaciones raras recorriéndole de pies a cabeza, todas
auspiciadas por Margarita.
Seguro no le dejarían dormir, cree. Para ello necesita presentárselas
a alguien, aunque sea para que se las devuelvan igual. Sacarlas ya es
suficiente oxígeno.
Aunque en un principio, cuando todavía no llega a Condell, opta
por su usual mecanismo de los fines de semana: un chiquillo bien dispuesto
a llegar hasta el final. Pero después reconsidera notando con ese acto
mental que logra una mayor luminosidad que la propia noche nublada.
Piensa no es el momento apropiado para eso sino más bien para
sus amigos. Sus pocos buenos amigos de por aquí y por allá sospechando,
ignorando o sabiendo con certeza sus incursiones sexuales, pero igual
constituyen interlocutores urgentes que en esta noche en particular, y
como no era desde hacía mucho tiempo, debe dedicarse a buscar.
Empieza por Augusto.
La primera vez que lo vio fue en la entrada del Pedagógico, supo
era otro de los inscritos el 83 en básica. De eso hace más de diez años.
Le causó tan mala impresión como todo hasta el momento: puras
güevadas incómodas características de la situación en que se había metido,
o que había ganado, pero igual todo le daba mala espina.
Mejor con su mamá allá en el cerro Barón, pensó, y enseñanza
media en colegio particular antes que estar con tanta nueva experiencia
puro extraviándolo.
Pero sintió había que apechugar con tanto escenario y cara nueva
porque era la ley de la vida.
Había que dejarse llevar por su corriente, y en el fondo también
creía era como una fatalidad imposible de combatir. Un mal necesario
aunque nunca pudo ver bien la necesidad, pues lo de insertarse en la
sociedad y serle útil le tenía sin cuidado, y todavía ahora.
En fin, fuera por lo que fuera se prometió no pensar mucho en
ello, un mar bravío al parecer exigiendo nadarlo. Después de todo, pensó
Óscar sintiendo un leve optimismo, difícil que lo ahogara. A pesar de la
mucha cerveza empezando a correr por esos días.
En el fondo se reconocía en esos tiempos con un empeño de caballo
loco creyendo que nadie podía detenerlo sino sólo él mismo,
especialmente con la depresión que desde esos tiempos ya de vez en
cuando solía ensombrecerlo.
Así como se encegueció de tales inquietudes por unos momentos
con su propio sudor equino, así también se le endureció el temor inicial
convirtiéndosele en puente provisorio para llegar a los compañeros, entre
los cuales estaba Augusto con sus propios miedos a cuesta pero bien
disimulados y escondidos hasta el día de hoy, gracias a una autosuficiencia
que en esos tiempos para Óscar, y para los otros también, aunque quisieran
evitarlo, bastó para configurarlo como un líder sin que fuera necesario
imponérselo a nadie. Queriéndolo o no también lo sentían así.
Quizás un poco ayudaba, considera Óscar años después, el que él
no fuera realmente un verdadero mechón pues venía de un año inconcluso
de Derecho en la Católica, lapso que para Óscar sobre todo, con su
personalidad, le significaba una ventaja experiencial difícil de alcanzar.
Recuerda había otros del curso en similar situación, pero para él
y para varios más, especialmente las chiquillas, no podían negar que éste
muchacho de Olmué era particularmente atrayente.
Cuando estaban en segundo, más avispados que al principio, por
lo menos Óscar redimensionó la percepción de Augusto y se dio cuenta
de que era solo un poco más que él, y así comenzó a quererlo casi de
igual a igual. Aunque no pudo evitar sentir que seguía andando dos pasos
más atrás, situación que la madurez le enseñó, en contra de su fuerte
mirarse en menos, importaba poco a veces, pues había más direcciones
que atrás o adelante, se dijo Óscar creyendo poco en su descubrimiento.
Fueron realmente amigos, Augusto llegó incluso a tratarlo como
hermano, palabra que sobre todo para Óscar hasta hoy siente tiene
alcances especiales debido a su condición de hijo único, pero que para
Augusto con una hermana de sangre, notó con ciertos celos era, si bien
un tratamiento especial, no lo era tanto como para permitir otorgárselo a
otros que iban saliendo en el camino.
Igual fueron casi inseparables en contraste con otros muy cercanos
a través de la U o con aquellos aparecidos después por entre los laberintos
de la vida posterior más seria, mucho más seria para los estúpidos y
estúpidas del curso que seguro, piensa Óscar, continúan aún hoy con su
vocación de rumiantes. Caminos que de vez en cuando los pierden y
otras los encuentran, jugadas del destino, sabe, por eufemismo, dicen
son su elección.
Pero en ese tejido, por lo cercanos que han estado siempre, Óscar
ha visto como se entreveran miles de otras historias que si bien pasaban
cerca de su amigo confluyen a veces hacia direcciones lejanas apenas
alcanzadas por él.
Sin embargo esa lejana cercanía con aquellos sucesos igual
permitió siempre que Augusto sintiera que podía intervenir con cierta
autoridad en su historia de los últimos quince años.
Una parte de ella, sin embargo, le preocupa a Óscar cómo siempre
la han eludido los dos, más Augusto que él: su homosexualismo que está
seguro él notó bien desde un principio, pero como si fuera un padre, o
mejor, un hermano mayor, por una mezcla de vergüenza y perplejidad
ante la evidencia, la ignoró siempre durante todos los años que se conocían
con una incómoda pero sistemática intención.
Sin embargo Óscar tiene la certeza que conforme pasan los años
entre ellos, se acerca más y más el momento para discutir el tema.
Precisamente ahora, después de lo de Margarita, es posible haya
llegado el momento.
Lo único faltante entonces para eso, se dijo Óscar sintiendo un
extraño hielo en la espalda, es encontrar a Augusto en algún bar de
Valparaíso tertuliando autorizado por el fin de semana largo.
Cree es buscar una aguja en un pajar, tarea delicada para otro
sistema de amistades, pero para ellos un juego siempre llegando a, y
ahora urgía, un final feliz.

Empieza la búsqueda a eso de las diez, y de pronto se sorprende


descubriendo que ya son cerca de la una.
Lo ha buscado en cada uno de los locales de reunión en que suele
instalarse Augusto, incluso en otros que no son de su preferencia.
Eso de las preferencias, por diversos motivos muy explicitados
por su amigo con sólidos argumentos cuando es la ocasión, no por estos,
ni a pesar de que Óscar los escucha atentamente y los comprende a
cabalidad, son compartirlos.
Al final ha llegado a concluir que son bien diferentes los dos. Y
entre esas diferencias están los parámetros por los cuales juzgan los locales
en donde eligen distenderse y tertuliar. De hecho sabe que Augusto
ama a Viña siendo que él por su parte ahora, y cree nunca, se convencerá
de que la ciudad jardín es más que eso para él.
-A la noche no es bueno un jardín- le dice- menos uno de cartón
piedra, pura fachada.
-No estoy de acuerdo- le contesta Augusto sintiéndose incómodo
con la persistencia de su amigo en contradecirlo. Una actitud pareciéndole
nueva en un tipo soliendo no tener opiniones claras al respecto de casi
nada, y siempre a la pesca de las ajenas para hacerlas suyas. Oscar es un
vampiro, piensa. Pero se trata de olvidar de la idea un tanto desajustada
del tejido que le parece debe construir una amistad verdadera, y prefiere
olvidarse del asunto y espera, casi sin proponérselo, que Óscar logre
pensar por sí mismo en estos y otros temas, y asuma, con gran satisfacción
de su parte, la visión que él tiene de las cosas. Una que con esfuerzo ha
obtenido, pero con espontánea generosidad, cada vez que se junta con
él, se la dona para que la asuma como propia.
Augusto concluye sin dejar de incomodarse con esta otra idea, la
posibilidad de que Óscar esté cambiando y trata de encontrar en ese
descubrimiento una felicidad.

-Nada como Valparaíso sin dobleces ni segundas lecturas- le


dice Óscar sintiendo una inmediata contradicción entre lo dicho y su
propia naturaleza- No como Viña- una ciudad, lamenta, por accidente o
quizás por cierta sabiduría divina teñida de burla, es su lugar de
nacimiento.
Reconoce en sus parámetros para elegir establecimientos del
puerto para pasar la noche un tema meramente económico.
Conoce bien los alcances de su sueldo de profesor primario, escaso
a pesar de su condición de soltero, indicándole el Caruso, el Dominó, el
Canario, el triángulo de la muerte como suelen llamarlos festivamente, y
otros similares como una oferta apropiada para pasar la noche sin que en
los siguientes días tenga que lamentarlo ni por el estómago o sobre todo
por el bolsillo.
Augusto por su parte, consultor independiente, inserto en la
liberalidad y holgura de sus locos pero, reconoce, interesantes proyectos
en que navega de uno a otro año, con insistentes y esforzadas peripecias
para entusiasmar a la resistente oficialidad empresarial del puerto y sus
alrededores, le otorgan una superioridad adquisitiva casi regular sobre la
de Óscar, haciéndole ver de manera diferente la operación de seleccionar
un lugar donde establecerse, por ejemplo ahora durante un fin de semana
largo.
Pensando en esto lo ha buscado con la vista y otras veces
preguntado.
El resultado, se da cuenta Óscar sentado en la orilla de la fuente
de Neptuno mirando hacia el cerro Cárcel, es que Augusto no está
aprovechando el fin de semana largo. O bien está en su casa o en la de un
amigo.
Puede incluso, se dice descubriendo cierta ironía del destino
pareciéndole carente de novedad desde su perspectiva de vida, que en
este preciso momento esté golpeando la puerta de su pieza en el segundo
piso de un edificio en la esquina de la calle Quillota con Avenida
Argentina.
Puede ser ¿Cómo saberlo? se pregunta recordando que ni siquiera
tiene el teléfono del nuevo domicilio de su amigo desaparecido como
para contactarse.
Siente que el asunto es terrible pero simple mientras observa cómo
la niebla se traga todo el contorno: Estoy perdido de él o él está perdido
de mí.
Lo invade la conocida sensación sombría de que esta circunstancia
ya no se va resolver hasta mañana o quién sabe cuándo. Posteriores
momentos, tiene la seguridad, en el que ya no necesitará tanto como
ahora de intercambiar impresiones con Augusto al respecto de su relación
con Margarita.
Entonces se queda repasando mentalmente las posibilidades de
diálogo con otro amigo. Pero se siente sin otra posibilidad.
Siente la urgencia de transmitir lo que hay dentro suyo instalado
por su amiga, ahora su polola.
Si bien en su condición de hijo único, como recuerda alguien le
dijo por ahí, debería disponer de un rico mundo interior. Y el aforismo o
lo que sea más bien le parece pura palabrería, porque si fuera cierto, se
dice, en este momento, y en otros en que necesitó resolver algo grande,
le bastaría con ese supuesto universo interno.
Pero no es cierto.
No le basta, ni nunca le bastó su propia conciencia. Se dice,
incluso, quizás ni la tenga.
El arrastre para sobrellevar los infinitos obstáculos puestos por la
vida en su transcurso, o los por él mismo inventados, tiene la certeza de
que nunca le faltó, estuviera donde estuviera, para bien o para mal, en
posición social, laboral, sexual, gracias a ese empuje.
Pero sabe bien que a esa fuerza no puede llamársele conciencia o
cualquier otra operación lógica capaz de guiarlo, no diría éticamente,
sino que puramente racional. No. Entiende que esto se lo dieron
siempre los otros que lo rodearon.
Reconoce siempre haber sufrido por tanto una lamentable
dependencia aún sin superar.
Simplemente sus opiniones sobre el mundo, admite, aunque
aparentemente parezcan suyas, y él mismo llega a veces a pensar le
pertenecen, lo más cierto es que usualmente son regalo o usurpación de
las de aquellos que lo rodean.
El problema con ese estilo impuesto a su persona desde que tiene
memoria, y no ha sabido superar, justamente son parte de su angustia
permanente.
Asume es su condición temporal: Se le agotan las opiniones con
cada situación ocurrida. Sabe su poder para adaptar las más simples a
algunas también triviales.
Por ejemplo nunca supo ni le importó mucho cómo iba vestido a
la escuela a hacer clases, sin embargo poco a poco se dio cuenta de la
importancia de tener una respuesta al por qué iba de bluyines y no con
pantalón de tela. Justamente con Augusto una vez conversaron de eso y
le escuchó decir, y se lo grabó bien, que el asunto del tipo de pantalón
era una güevada, y por último cosa de comodidad.
Ésa fue desde ese momento su respuesta para la pregunta por qué
iba de bluyín a la escuela a hacer clases.
Él en el fondo se siente igual cómodo con un pantalón de tela.
Alguna vez le preguntaron por qué iba con la misma parka siempre,
que si no tenía otra cosa para ponerse.
Fue la odiosa inspectora quien hizo la pregunta, esa mujer frustrada
y frígida deambulando y arrastrando amargura por entre todos los de la
escuela.
Él, a partir de la opinión tomada de Augusto fabricó rápidamente
la respuesta de que es cómodo usar siempre la misma parka. Y se sacó
de encima a la vieja, cosa nunca muy difícil debido a su mutua
repugnancia.
Pero esto de improvisar sólo se atreve a hacerlo con asuntos
simples. Para los otros mucho más complicados, sin anunciar su propósito
de calcarles opiniones, se cita con uno u otro amigo, o varios a la vez,
bajo el pretexto de una reunión social o algo por el estilo.
Eso es lo que no le ha resultado hoy con Augusto.
Cree es como si lo hubiera digerido la niebla la cual de paso
también se alimenta poco a poco de la ciudad.
Entonces Óscar, pasada la una de la madrugada del viernes de un
fin de semana largo, revisa mentalmente la posibilidad de dar con otro
de sus amigos con el fin de rapiñarles la respuesta a qué debía hacer
frente al idilio comenzado con tanta pasión la tarde de ese día acabado
con su amiga Margarita.
Se dice con cierto alivio que por lo menos ya en parte tiene algo
ganado de la búsqueda a recomenzar esta vez con otro amigo, o amiga:
No había visto, por lo menos en el anterior lapso, a ningún conocido de
esa calidad.
Ha visto eso sí a algunos que bien odia, inservibles por supuesto,
pero reemplazos de Augusto en los locales usuales para él, ninguno.
Piensa si bien eso es un desaliento, también es una pequeña ventaja.
Una, tiene la certeza, si bien no asegura que después de abandonar
el local, piensa pesimista, pasados unos minutos entre alguno de los
requeridos.
Y en esa fatalidad incluye al propio Augusto.

Observa nuevamente la niebla y la considera desde ese instante


una materialización de la sensación de perverso extravío tenida esa noche
con la gente cercana a él y tan necesaria, pero seguro exprofeso oculta
por obra y gracia de esta humedad vaporosa. Ni más ni menos el destino
nuevamente queriendo quitarle aunque sea una brizna de felicidad.

Sabe perfectamente por qué se le ocurre caminar desde la plaza


Neptuno, por Esmeralda hasta donde se convierte en Prat. Esta última
una metamorfosis que le divierte, y más que eso, le resulta significativa
de algo clave suyo y un poco también de la ciudad.
Pues desde hace años ha descubierto que a Prat, el futuro héroe,
el macho sacrificado para la posteridad, depende de la dirección del
transeunte en todo caso, sino el asunto es viceversa, el tránsito aquí lo
transforma en femenino: Esmeralda, su tumba, de la cual salta para evitarla
y para reivindicarla también. Pero igual muere, sobre el otro, el macho
ganador que lo había espoloneado hasta hundirle una tumba que al final
no fue para él. Hoy para Óscar Esmeralda se transforma en Prat. La
muerte deviene héroe. Pero todo depende desde donde camine. Hoy para
Óscar Esmeralda se transviste en Prat.
Y, para hacerle más notable aquella encrucijada, en ese punto
transformista justamente se yergue el fetiche urbano de Margarita, su
obsesión, y bueno, acepta, desde la tarde un poco es también la alucinación
suya. A la que justamente, un poco mareado por la niebla persistiendo en
inundarlo todo, y otro tanto por la petaca de pisco comprada en una
botillería de Cumming vaciándola sorbo a sorbo rápidamente, le atribuye
el poder de, concretizada en un huevo luminoso, ser un faro en esta noche
nublada, pensando le podría permitir guiarlo hasta sus amigos, o al revés
para que éstos lleguen por fin a él y le ayuden con el otro huevo creciendo
y creciendo, habiéndoselo enquistado en la tarde su adorable amiga.
Veamos si sirve, se dice al llegar al pie del edificio mirando hacia
arriba sin ver más que un magnífico resplandor algodonoso.
Recuerda es la misma percepción que le encantaba obtener cuando
hacían el árbol de Navidad con su madre en casa. Amaba envolver cada
luz con esas matas de lana acrílica blanca, algo así como nieve. Es el
mismo efecto.
-Se va a hacer un incendio- le advertía su madre siempre
preocupada de evaluar cada uno de sus actos, y lamenta, siempre
presagiándole malos augurios para todas sus iniciativas.
-Pero esta vez no, madre- le dijo como si pudiera realmente
escucharlo desde el más allá.
Está seguro de que algo bueno le va a pasar. Tal suceso será que
en un par de minutos, anhela seriamente, encontrará por arte de magia,
por la magia del huevo de reloj Turri, a los amigos buscados para con sus
palabras obtener una luz. Como ésa que bien resiste la niebla, otra que
bien resista la desorientación sintiendo ha contraído con los sucesos en
que se había envuelto esta tarde y no sabiendo llevarlos bien solo.

Se sienta en una de las escalinatas y mientras espera la llegada de


quienes necesita, guiados espera por el huevo luminoso en favorable
combate con la niebla, le parece por primera vez en su vida se concede
sentirse, aunque sea por unos momentos, autorizado a examinar con
seriedad y confianza un par de opiniones tenidas al respecto de lo sentido
hacia Margarita y la manera en cómo tal sensación se relaciona con su
homosexualidad.
Primero se deja rememorar el gusto de hacerle el amor a Margarita
y estar dispuesto a repetir cuando fuera la experiencia, y segundo, se
permite sentir que Margarita le gusta más allá de lo primero, es decir, se
dice convencido, es una chica agradable, dulce y loca con quien realmente
es feliz.
Con aquellas opiniones propias, había tenido otras antes, pero
nunca se las tomó en serio, descubre con cierta sorpresa se siente
exactamente de la misma manera que cuando una tarde, solo porque su
madre había ido a reunión de Centro de Madres, manipulándose el pene
frente al Westinghouse llegó a eyacular por primera vez.
Una perplejidad de enfrentarse a una producción concreta, aquella
vez de su cuerpo, esta vez de su mente, y ambas coincidiendo saltándose
el devenir cronológico, le hacen sentir muy raro y casi culpable, como si
transgrediera una ley natural y por lo tanto aquellos resultados, esa vez
una sustancia mucosa blanco-amarillenta colgando de una esquina del
televisor, esta vez un par de opiniones rondándole de manera insistente
la cabeza, además de ser prohibidas y en contra de su naturaleza, le
resultan ambas una proyección en sí estériles, por lo menos para él, porque
a ambas les faltaba algo para hacerlas realmente existir, un complemento
no a su alcance sino parte de algo lejano y ausente.
Aquel semen y esas dos opiniones para Óscar son ambas
donaciones suyas a la realidad, pero pareciéndole carentes de toda utilidad
práctica, y peor aún, se convierten en especies poco menos que
pecaminosas por no haber sido parte de un acto en sociedad.
Lo que vino después fue lo esperado y lo pedido por él mismo,
una frustración.
Incluso una culpabilidad de haber emanado algo contra su
naturaleza, actos considerándolos inútiles y sucios en los cuales mejor
nunca haberse empeñado en obtenerlos.
Bebió un gran sorbo de pisco como para borrar con el líquido
aquellas entidades raras para él. Insistieron en persistir en su mente y
resistiendo aquellos chorros de alcohol a los cuales les sometía.
Antes de olvidarlas se pregunta si acaso había dicho a Margarita
tales opiniones, un acto por cierto, según lo recién considerado por él,
legitimaría su existencia mucho más.
Sólo recuerda, no sin cierto escalofrío, su semen recibido por ella
y entonces ese lado del problema era menos, pero con respecto a las
opiniones recién exudadas no pudo recordar si habían llegado a los oídos
de ella.
Entonces prefiere, ayudado por ese olvido, cubrirlas para ahogarlas
por un buen tiempo. Acto reforzándole aún más potentemente la necesidad
de hablar con siquiera una de sus amistades, las cuales pasando y pasando
el tiempo, y aún con el influjo del huevo del edificio Turri, no parecen
darse por aludidas.
El reloj en ese instante da dos campanadas que dicen, recuerda,
son producto de un mecanismo gemelo al del interior del Big Ben.
Después se pierden lentamente entre la niebla pero no en su percepción
del paso tiempo angustiándole aún más.

Ya está sintiendo ganas de irse.


Cuando se le ha acabado el contenido de la petaca y las esperanzas
de resolver sus dudas esa noche de pronto escucha el sonido inconfundible
de zapatos de mujer acercándose.
Levanta la mirada y la ve sola, con la inconfundible apariencia, e
incluso, le parece percibir, un aura innegable de puta.
-Hola profe.
Debajo del maquillaje puede reconocer con dificultad segundo a
segundo a una, seis años antes, alumna suya de octavo.
-¿Sandra?
-No. Sonia, profe. Sonia Godoy ¿Se acuerda de mí?- le pregunta
sin esperar una respuesta positiva porque ha pasado tanto tiempo y sobre
todo, se dice arrepentiéndose del saludo, lo mejor sería no recibirla,
porque aunque la ocasión le parece divertida, para los efectos de su destino
usual siempre el anonimato es mejor. Pero eso, piensa, es para lo usual
porque de inmediato reconoce que ésta no es una de esas ocasiones, pues
siente que es una pausa desde años no tenida.
Siempre ha creído en el destino, y aunque hasta el momento le
haya resultado invariablemente adverso, no le niega la posibilidad de
ofrecerle señales tal y como ahora ha ocurrido casi como por milagro.
Piensa que el destino a veces parece más despierto, menos
automático e indiferente, mucho menos brutal a como usualmente se
desarrolla. La prueba está en este momento, advierte Sonia con alegre
sorpresa.
Así es como decide ayudar a esta jugarreta del destino
entregándose a ella empezando por dejar hacer al instinto que le nace de
identificarse totalmente y sin tapujos, quizás esto, alcanza a anhelar, le
signifique el primero de diferentes mejores instantes operando a partir
de este momento en respuesta a sus sutiles esperanzas de que todo cambie.
-Algo me acuerdo- le dice Óscar. En realidad cada vez más la
distingue claramente como una de sus muchas alumnas alguna vez suyas.
Ese reconocerla le hace considerar su descuido en nunca pensar
qué es de ellas después de pasar por su clase y las múltiples acotadas
posibilidades posibles de ejecutar durante el resto de sus días posteriores
fuera del alcance de su vista y control.
Óscar comienza a pensar en la cuota de responsabilidad tocante a
la elección de aquel ejercicio adulto paralelo a su propia vida y ahora
cruzado, como por supuesto podía ocurrir pero creía recordar nunca le
había sucedido, siendo encontraba ahora, un suceso para nada difícil de
producirse.
Nunca, recuerda, hasta ahora, se había enfrentado a una de sus
alumnas o alumnos después de egresados de la escuela básica en el cerro
Barón donde trabajó a penas de recibido. O era poca atención o
simplemente el destino no lo había querido hasta ahora, bajo el reloj
Turri, el cual seguro, pensó, algo tenía que ver con el encuentro.
Decide dejar para otro día la reflexión sobre las características
de esta primera vez: una exalumna la cual a todas luces, no podía dejar
de notar, andaba de puta. Anticipa todo un mensaje prodigado por el
faro al respecto de su rol oficial en la sociedad.
-¿Qué hace por acá?
-Espero a unos amigos ¿Y tú?-dice sintiendo la pregunta
envenenada. Y no sabe por qué se la hace, conociendo posibilidades
más gentiles para el diálogo.
Le atribuye la agresividad al pisco, a la frustración de no llegar
nunca al objetivo de esa noche, la cada vez menos esterilidad del huevo
del reloj Turri en cuanto a faro guía personas concientemente necesitadas,
y principalmente al desagradable modo que reconoce siempre usa para
relacionarse con la gente, uno incluso al que ni Margarita se escapa.
Espera, con morbosidad, la respuesta de la chiquilla. Ella muy
independiente del pasado que alguna vez los unió, la ve emanar poderosa
sensualidad y atractivo, por sello profesional o personal, actitud
mareándole la percepción correcta. Aromas que a cualquiera podrían
confundir, se dice Óscar sintiéndose metido en un juego erótico
pensándolo trizado al momento de reconocerse ambos como
anteriormente conocidos en otras circunstancias muy distintas de la actual.
Confusión pareciéndole potenciada aún más en una noche tan
nublada como ésta.
-Trabajando- le dice sin rodeos y con un aire notándolo Óscar de
cierto reproche.
Cree descubrir algo en el tono tratando de decirle que él, y lo que
para ella representa, la escuela, la educación, la habían conducido a la
prostitución o no la había salvado de ella.
Además, sin querer, aumentando el desafío que cree percibir,
comienza en ese instante a recordar que la chiquilla durante su
permanencia en la escuela, y en sus propias clases él mismo y en acuerdo
con los demás colegas había sido evaluada como conflictiva.
La recuerda sin apoderado visible. Desordenada, con mal
rendimiento, y en fin con una serie de características determinándola
ante él y ante la escuela como alumna difícil y por lo tanto descartable.
Alguien correspondiendo, reconoce, exactamente al desafío
irresponsable, torpemente insalvable, representado siempre por un alumno
de ese tipo para una comunidad escolar supuestamente sana, una en
realidad inexistente en cualquier parte, se confiesa Óscar, y menos para
esa escuela en que trabajó los años primeros de ejercicio profesional.
Escuela por lo tanto redundando en lo típico, pero no por eso eficiente y
éticamente correcto: expulsión rápida posiblemente, trata de recordar,
cortando el segundo semestre de su octavo.
Ella quisiera por fuera, y por dentro lamenta, fuera aquella acción
escolar una de las principales causas de su giro a la prostitución.
Óscar quiere decirle, a modo de muy mal consuelo, aunque se
reprime a tiempo por asuntos más bien de dignidad más humana que
profesional, y porque lo posiblemente dicho sería otra de las adquisiciones
de su alma carente de opiniones, quisiera decirle que después de todo, de
una u otra forma, y menos evidente para empeorar la situación, el
prostituirse era algo que en diferentes registros, pero a la larga igualmente,
le sucedía a todos, incluso a él mismo. Si bien la de ella, piensa Óscar, es
la más oficial, evidente y condenada de las maneras de venderse, todos y
cada uno, e insiste en contabilizarse él primero que todos, por lo menos
en pensamiento, lo hacían con igual regularidad y peor todavía,
solapadamente bajo el nombre de un sinnúmero de hipocresías no
logrando más que agravar la transacción.
Le hubiera gustado decirle eso en ese preciso momento, pero
piensa quizás no era el más adecuado, si es que hubiera alguna vez uno
correcto, y posiblemente ella lo sabe mejor que él, y, más encima, se
dice, le cambia bien poco su situación. En el caso quisiera cambiarla,
piensa. Una actitud que para él torpemente, se confiesa, constituye un
misterio, pero para alguien más normal, se dice, sabría bien su escaso
aporte a la causa .
Cómo le gustaría, anhela, tenerle un bálsamo para suavizarle su,
seguro, dura vida, pero él se siente precisamente el menos indicado para
ofrecérselo, aún cuando en su calidad de maestro debería tener a mano
algo con ese efecto, pero sabe ya hace mucho tiempo ha descubierto su
lejanía de tener, por paradojal que sea, la posibilidad de hacerlo, y duda
de la existencia de otro maestro sobre la tierra, aún en mejores condiciones
de alma que él, pueda mejor tenerla.
No puede ayudarse a sí mismo e iba a poder ayudar a otros,
piensa aguantando una risa pareciéndole en el caso de salir a la superficie,
hueca y muy rápidamente tragada por la niebla inundando al puerto.
Siente su condición de conductor de almas como tan sólo parte
de una cruel gran broma incrustada un poco por su voluntad y un buen
tanto por el destino, un resultado de su irreflexiva modesta carrera loca
en el plano laboral.
El resultado, otro chiste sabido de memoria y por lo tanto ya ni
siquiera, cómo podría, lo hace reír.
-¿Te servirías un trago conmigo?- sólo atina a decir considerando
sus reflexiones.
-Sería fantástico- le contesta Sonia Godoy con un gesto fresco
como si fuera mediodía, no hubiera niebla y lo hubiera hecho seis años
antes, visión la cual por fin le hace a Óscar recordarla muy bien y
claramente, como si estuviera nuevamente frente a la alumna que fue.
Mira hacia arriba, al supuesto faro envuelto en niebla y piensa
está ahora funcionando como decía Margarita, y este encuentro, cree
ahora con firmeza, puede ser producto de la emisión de una señal.
Una oportunidad como la anhelada desde hacía horas de la cual
colgarse para reordenar algunas sensaciones perturbadoras sucedidas
durante la tarde pasada con su recién estrenada polola.
Sonia goza bastante arrastrando a su profesor de la mano para
provocar un avance más rápido, le parece medio borracho y corrobora lo
observado al notar el mal caminar de a quien ahora no duda sino disfruta
llamándolo como siempre quiso: Óscar.
Eran pocas las chiquillas en octavo que, recuerda Sonia con cierta
extrañeza, apreciaban su aspecto atractivo. Sobre todo a principio de
año cuando llevaba una delgada camisa transparente de mangas cortas y
ella, y apenas un par más que, le parecieron siempre, lo hacían más por
puro imitarla, pero en realidad no les nacía al verlo algo húmedo como a
ella de ahí abajo entre las piernas, se ponían a suspirar cuando él en el
recreo pasaba cerca haciéndose el sordo. Pero ella sabía bien que sí
escuchaba, y además un poco también seguro le subían el ego. Aunque
pensándolo bien, se dice, para esos tiempos ella tenía más desarrollada
la lujuria que su cuerpo como para llamarle la atención y despertarle
algún entusiasmo.
Aunque quién sabe, se dice Sonia dándose cuenta de que ahora
es el fantástico momento para preguntárselo.
En ese tiempo apenas le habían brotado los pechos, aunque bueno,
su mayor fuerte lo sabía bien, ya eran en ese tiempo el potito y las piernas
gruesas.
Al otro año se le pondrían al día las tetas, sobre todo con los
masajes del Ernesto, su padrastro.
Igual, seguro con su jumper corto, su manera de mover la cola, su
personalidad engatusadora, algo y más de algo podía despertar en los
mayorcitos y por qué no en el profe. Y vuelve a decidir
preguntárselo una vez se ubiquen en un lugar más cómodo.
Aunque recuerda también él persistía siempre en ignorarle los
mensajes al final cada vez menores pues cuando estaban en clases era
otra cosa, y se acuerda bien no era por un asunto de respeto sino
simplemente ahí él se ponía güeón, o quizás siempre lo fue, afuera o
adentro de la sala.
Le preguntaba cosas de la materia por ejemplo, entonces ahí lo
detestaba. Se olvidaba de tanto tórax, miembro abultado bajo el bluyín y
se iba en la rebelde molestando para, por lo menos así, gozarlo un poco
al verlo rojo de ira antes de ser expulsada de su clase.
Pero ahora se da cuenta: lo tiene a su completo alcance, y se
propone antes de amanecer cometer con el profe un polvo, resulte como
resulte. De todos los puntos de vista será un logro hasta ahora nunca
esperado.
Aunque no gane ni un peso en esta noche pues no estaría nada de
mal, piensa, esa recompensa sin plata para quien hasta el momento no ha
logrado nada de nada con la sucia vida que le ha tocado vivir. Sólo puras
pérdidas, saca en cuenta.
Sobre todo después de la expulsaron de la escuela sin haberle
dejado terminar ni siquiera el último año.
Una muy mala jugada la cual sabe bien que este profe a su lado
fue uno de los responsables.
Pero no se siente inclinada a la venganza, simplemente no le nace
devolverle la mano. Después de todo, mal o bien, reconoce, cumplía con
su deber asqueroso.
Y bueno, se dice, ella misma se siente completamente capacitada
como para comprender asquerosos deberes.
Entonces se convence, siente que lo entiende o mejor aún piensa
le importa bien poco ese asunto antiguo, porque se nota hechizada con la
posibilidad de pasar la noche con el hombre alguna vez deseado.
Recordó más de alguna noche cuando la dejaba tranquila el Ernesto
porque estaba muy borracho, ella con la regla, o su madre le daba la
pasada, pasándose películas con el profe Óscar que estaba tan bueno.
Y ahora, después de casi siete años, parece estar mejor, mareado
y todo igual se ve de mascarlo, se dice esperando en una esquina mientras
él mea un par de postes más allá silbando como si estuviera en su casa
bajo la ducha.
-¿No te da vergüenza?- le grita desconcertada todavía con toda la
situación ofrecida a sus ojos y con dificultad aceptando sea aquel hombre
meando el profesor que recuerda. Cada minuto compartido esa noche
nubosa más se le escapa de la imagen original tenida de él.
Le parece todo algo así como un sueño, no tanto por las
potencialidades del encuentro llegado como por arte de magia, sino más
bien por la atmósfera, el personaje y el escenario húmedo y difuso
presenciado y a la vez la sumergiéndola a ella misma también.
-¿Vergüenza?
-Fui tu alumna.
-¿Y que hay?
-Si fuera tu maestra de básica no mearía al frente tuyo.
-Fue más allá, no al frente.
-No te hagas el güeón.
-¿Y a ti no te da vergüenza expresarte así frente a tu ex profesor?
¿Además qué hace una señorita como tú en un lugar y una hora como
ésta?- pregunta soltando una carcajada que rebota por entre las calles
vacías y llenas de neblina, fortaleciendo la sensación onírica que tiene
Sonia de toda la situación.
A Óscar le parecen los acontecimientos envolviéndolos más del
sueño que de la vigilia, sobre todo por el mareo lográndolo nublar por
dentro así como la espesa bruma lo hace con su exterioridad, las calles y
su ex-alumna.
Le gustaría comentárselo a Sonia pero supone es demasiada
compleja la reflexión como para intentar compartirla con ella.
Comienza a rememorar con dificultad, reconoce, pero cada vez
con más intensidad que Sonia no fue una chiquilla de grandes
abstracciones, pocos de sus alumnos de esa escuela lo fueron, y por lo
tanto intentar algún diálogo muy sofisticado con ella, se dice, supone
será infructuoso no tanto porque no lo entienda, piensa, sino más bien
porque seguro no le interesan esos niveles desapegados de la realidad.
Menos ahora.
Cuando casi llegan de vuelta a la fuente Neptuno justo en ese
momento avanza lentamente desde Condell un furgón de carabineros.
-La poli- dice en voz baja Óscar de inmediato sintiendo el
entusiasmo por recibir la más rápida tranquilidad admitida por el pisco
recién ingerido, porque se ha descubierto enfrentando la situación, una
no extraña, envolviendo, y eso si es extraño, con un abrazo a una atractiva
mujer y no a un jovencito como podría haber sido en cualquier otra noche
con el triste resultado que sabe bien.
Definitivamente, piensa, está adoptando casi sin querer conductas
oficiales dentro de la inoficialidad que es vagar por la madrugada a medio
filo, y gozando del beneficio de la bendición de tales estructuras
tradicionales las cuales, ahora por ejemplo, lo salvaguardan de un mal
rato.
Nada como la conducta típica para ser feliz, se dice soltando una
carcajada que él y Sonia sienten y hasta ven cómo rebota por las paredes
húmedas y retorcidas de la calle oscura y sumergida en niebla.
-Eso de que era un ejemplo para usted ya pasó hace años, señorita-
le dice al oído mirando de reojo al vehículo policial siguiendo de largo.
-¿Ya no?- pregunta ella exitada por la cercanía de Óscar.
-Por supuesto que no- le contesta soltándola del abrazo y
avanzando dos pasos para patear una bolsa llena de basura.
-Parece que te gusta relajarte de ser profesor ¿Sigues trabajando
en la escuela?
-Ya no. Muchas rabias y poco sueldo. Ahora otra escuela, las
mismas rabias y más sueldo. Aunque el pan ha subido desde que nos
dejamos de ver. Diríamos que proporcionalmente al aumento del valor
hora. Ni me muero ni vivo. Un estado de sombi ideal para un agente
cultural. Pero mejor cambiemos a un tema más alegre ¿Cómo te ha ido
en todo este tiempo? ¿En qué trabajas?- pregunta y sin esperar respuesta
lanza nuevamente otra carcajada.
-Chiste repetido sale podrido- dice Sonia molesta y le vienen ganas
de reconsiderar una posibilidad de venganza percibiéndola fácil, ahora
que lo piensa bien, pues, se dice observando la ciudad cubierta por la
neblina, sin duda la noche, esta noche, es su total mundo y ya casi domina
sus leyes poniéndole a este pobre hombre a su completa disposición.
Considera que si ella quisiera se la convertiría de terror y no de placer
como es el plan inicial, pero, reconsidera mirándolo bien, prefiere sea
de gozo que de odio, pues además de todo lo que significa tenerlo a su
lado, cree, servido en bandeja a su experimentado juego de seducción,
también le huele algo extrañamente atractivo que su intuición agudizada
de puta le indica va más allá de culiar con su profe de básica, más allá de
su buen cuero.
Siente en él algo raro haciéndole despertar una especie de ternura,
un sentimiento otras noches a esta misma hora y en estos mismos lugares
suele muy raramente sentir y por lo tanto descubre con alegría es algo así
como un tesoro hallado para cuidar. Uno encontrado en el basural el cual
se ha sentido siempre condenada a recorrer y del que pronto le parece
ausentarse.
-Disculpa Sandra.
-Sonia.
- Sí Sonia, perdón. Me tomé una petaca de pisco y no estoy
acostumbrado, me pongo tonto, perdón ¿Ya?
-Sí, no te preocupes- le dice extrañándose de estar participando
en este tipo de diálogo desacostumbrado. Le vienen enormes ganas de
aferrarse de alguna manera a este hombre con quien lo vive. Sin embargo
sabe bien que ese aferrarse es el segundo sida de las putas, pero qué
mierda, piensa. Alguna vez, aunque sea por una noche logre un poco de
diálogo decente. Se siente merecedora de esa alegría la cual justamente
autorizada por tanta tristeza, recién ahora enfrentada a su contraria,
descubre tanto la necesita. Por lo menos una noche rompiendo las reglas
de la profesión. Después de todo, cree, hoy viernes, bueno pasando para
sábado, es festivo. Además siente la espesa niebla como portadora de
suerte.
-Me gusta esta niebla.
-A mí me carga. Espanta la lluvia y el viento. Me extravía y pierde
a los que busco. Claro que haberme encontrado contigo San...
-Sonia.
- Sí, si ya sé. Digo que haberme encontrado contigo Sonia es un
punto a favor para esta niebla espantosa.
-¿Te gusta haberte encontrado conmigo?
- Sí, buena onda.
-Buena onda ¿Hablas siempre así?
-Sí.
-Qué lolo.
-La juventud va en el alma, y el alma se representa en el hablar.
-Ya por favor, no te pongas profe.
- No, si no es nada de eso ¿No crees que como hablamos es como
somos?
-Supongo que sí. Aunque a las patinadoras no se les debe creer.
Es parte del juego.
-Sí, muy lógico, lo que digas muere con la noche, hasta la próxima.
-Creo que eso es.
-Pero ahora por ejemplo, lo que me dices ¿No vale?
-¿Y lo tuyo? ¿Vale mañana?
-Supongo que este encuentro no es profesional ¿O sí?
-¿Qué quieres tú que sea?
-Lo que sea ¿Íbamos a tomarnos un trago?
-¿No era que no estabas acostumbrado a tomar?
-Bueno, unas cervezas no le hacen mal a nadie ¿Conoces un buen
lugar? O no, espera, vamos a mi casa.
-¿Vives solo?
-Sí. Allá tengo de todo, copete, cigarrillos, música.
-Suena bueno.
-¿Te gustaría?
-Me encantaría.
-Sí, descansa. Es festivo.
-¿Descansar?
-Sí, de tu trabajo ¿O quieres despedirte y seguir en lo tuyo?
-No, me voy contigo.
-¿En plan de trabajo?
-Mira Óscar. Trabajo es cuando a cambio de mi cuerpo recibo
plata. Qué divertido estar explicando a mi profesor las cosas de la vida
... Pero bueno ¿Cómo te lo digo para que suene bien? Mira, si pasa algo
entre nosotros, será por el puro placer. Eso, por el puro placer de estar
contigo, y espero que para ti por puro placer de estar conmigo ¿Cachai?
-Sonia linda. Creo que deberías saber algo de mí antes.
-¿Algo de ti? Lo que sea creo que puede esperar hasta tu casa.
-Supongo que sí ¿Tomamos colectivo o nos vamos caminando?
- ¿Dónde vives?
- En Avenida Argentina con pasaje Quillota.
-Tomemos colectivo para llegar más luego. Yo pago.
-No, cómo se te ocurre. Yo pago. Lo decía porque me encanta
caminar.
-Bueno, entonces caminemos.
-No, en realidad, mejor vámonos luego a mi casa.
-Como quieras.

Lo primero hecho por Óscar al entrar a su casa es escuchar las


llamadas en el contestador automático : Tu recién estrenada polola te
saluda y te invita a llamarla cuando quieras al 979782 ... beep ... Soy
Augusto, la niebla o la mala suerte no nos han permitido contactarte
contigo, espero que nos veamos pronto, queremos juntarnos, estamos
en el 94 56 57, la casa de Bruno, ¿Te acuerdas?.... beep... Habla Adolfo,
te necesito y te me escondes, devuélveme la llamada cuando puedas a la
hora que puedas, estaré esperando a la hora que sea en el 882422...
beep.
Sonia observa y escucha con atención la puesta al día telefónica,
mientras busca en torno al sillón en que se sentó otros detalles para
configurarse la vida de su ex-profe. Se distrae de su inspección porque
no puede evitar quedarse perpleja ante el último mensaje escuchado.
Adolfo tiene voz y dice cosas de maricón, piensa.
Cree saber bien de ellos.
En el sillón en que está sentada como suele hacerlo en
circunstancias parecidas se suelta la correa de la falda, se baja su cierre
y se saca la prenda quedando en pantis las cuales también se las saca,
quedando en calzones. Le hace un gesto a Óscar con ambas manos
invitándolo a acercarse para comenzar el ritual suyo, ritual de todas las
noches, pero necesitándolo ahora con toda su alma de una tonalidad
totalmente diferente a esa canción que la vida le acostumbró a cantar.
Observa como su exprofesor de música se le acerca obediente sentándose
a su lado ofreciendo un abrazo. Ella le acerca las piernas para que se las
acaricie y le saque los calzones.
Hasta el momento todo va bien, se dice Sonia, y siente esta
situación sin gran diferencia con otras cientos de noches salvo porque él
en vez de sacarle la prenda y seguir con lo crucial del procedimiento se
le aleja, la mira y le dice:
-Mijita esto no va. Soy homosexual.
Entonces Sonia siente más frío al usual, pero logra recibir la noticia
casi como sabiéndola de antemano. Ya estaba presintiendo un desenlace
como éste, se lamenta, se para y busca la falda mientras Óscar también
se pone de pie y la mira cómo se la pone.
No tiene feo cuerpo, piensa y se propone animarse a decírselo
para endulzarle un poco el momento, aunque en seguida piensa que ella
no es la mujer indicada para bien recibir tal elogio.
Sonia lo escucha en silencio mientras le dice palabras para ella ya
sin importancia. Lo ignora pues lo sabe bien: otra vez se ha metido en
una desgraciada decepción ante las cuales quisiera estar siempre
preparada, pero su eterna fe en un día mejor siempre la engaña y la hace
entusiasmarse olvidando el sabido final, ese eterno fiasco.
¿Cuándo va a aprender que ya no tiene esperanzas? se pregunta
sabiendo bien la respuesta.
Pero como debe ser, se dice, es mejor que ahora se deje inundar
por la rabia, la única capaz de sostener en este momento, y siempre, lo
que su maldita fe siempre deja de asumir antes que todo se venga abajo
como su falda, sus pantis y sus calzones.
Pero se propone no mostrarle a Óscar por el momento esa rabia
apoderándose poco a poco de su ánimo. Para cultivarla más, hacerla
crecer, así ponerla a disposición de su astucia y para por lo menos
dulcificarla con una venganza.
Sí, ahora sí que viene, se dice, y siente la merece este imbécil que
le ha hecho no sólo perder la noche, aunque se la pague como le está
diciendo ahora, sino también una de sus últimas oportunidades de aspirar
a una felicidad real.
Se da cuenta que Óscar no sabe eso, y si lo supiera, si se diera
cuenta de lo que realmente le significa su confesión, ella desecharía la
posibilidad de hacerle daño.
Si se percatara de que el perjuicio no va por haberle hecho perder
la posibilidad de trabajar como todas las noches, sino que con su confesión
le da otra decepción a ella, a ella con tantas, y creyendo no merecer ni
una más aunque las sabe su real salario.
Pero el tipo éste, descubre dándole casi risa todo el asunto, a
pesar de recién declararse maricón igual actúa como todo un hombre,
como todos, no entiende ni pizca de sentimientos. Si tan sólo supiera que
lo doloroso para ella es sobre todo haberle quitado una esperanza y no
tanto haberla quitado de las calles una horas y al fin haya perdido plata,
acción que teniendo otro resultado diferente a éste se lo agradecería
eternamente.
Pero nota que Óscar no se da cuenta.
Para ella es tan hombre y güeón como cualquiera de los que la
levantan cada noche.
Ni siquiera le parece sea un verdadero maricón, a quienes conoce
bien porque son parte de la fauna con la que convive noche a noche.
Ellos, pese a todo lo que se les reproche, incluso ella misma lo hace
continuamente porque un poco los detesta, sobre todo cuando le quitan
clientes, y también porque le parecen especies incomprensibles, piensa
tienen un poco más de sensibilidad que los hombres normales, y ese
sobrante, a veces un real defecto, en este caso sería una virtud que Óscar,
claramente, no demuestra.
-Lamento haberte hecho perder tiempo. Tendría que habértelo
dicho antes- le dice Óscar con una sensación que conoce bien, una como
un mal gusto en la boca. Su típica incomodidad y ganas de recuperar un
tiempo y un estado de las cosas con desesperación sabiendo muy
lentamente volverán a estar como antes quizás en un par de días. Un
control de la situación amputado por su propia impericia o más bien,
piensa mejor, por un estúpido afán de tirar la verdad en los momentos
menos apropiados.
Con Margarita el mismo gesto tuvo resultados insospechados la
primera vez que le lanzó a la cara su homosexualismo, con el mismo
propósito, uno le parece, todavía no lo entiende bien por lo contradictorio
de su contrapuesto objetivo: una mezcla de repelente de mujeres y al
mismo tiempo gesto de alta confianza, acción en todo caso, cree, más
depende para su efecto de la reacción de la otra que de su intención con
ejecutarla, insiste, todavía no logra en aclarar su finalidad independiente
de su efecto.
A Margarita el escuchar su maldita verdad le había dejado igual o
más cerca que antes. En Sonia el resultado iba para otro lado.
Era cosa de verle la cara, y por más que sus palabras indicaran
normalidad y civilización, presentía que con su exalumna la recepción
de su maligna verdad iba para conflicto.
No era para menos, pues ni su propósito, si hubiera alguno, se
dice Óscar, ni tampoco la naturaleza de Sonia, correspondían a los mismos
tenidos con Margarita, por lo tanto se pregunta ¿Para qué esperar tan
buena y rara respuesta como había ocurrido con su amiga con quien se
había cansado de hacerle la misma confesión sin mayor reacción más
que verdadera tranquilidad y comprensión e incluso enanoramiento?
-No te preocupes. Qién soy yo para juzgarte- le dice Sonia
sonriendo.
-Supongo que es cierto- dice Óscar sintiendo un leve alivio.
-Es cierto. Igual algo raro veía yo. Incluso algunas compañeras
cuando nos entusiasmábamos con tu cuero... ¿Te dije que es genial cómo
todavía lo tienes y sigue calentando? Antes ni nos pescabas cuando te
mostrábamos, yo por ejemplo, los perniles, asunto fácil con mi jumper
de quinto en octavo.
-¿Sospechabas algo?
-Un poco. Digamos intuición femenina.
-En todo caso ustedes eran unas niñitas desnutridas. Qué me iba a
estar fijando.
-Nunca tan desnutridas. Yo por lo menos, siendo bien justa, ya
tenía algo que ofrecer. Pero el asunto es que ya en ese tiempo eras
maricón... Disculpa ¿Te ofendí? Soy tan lengua larga. Es el trabajo, tú
sabes.
-Sí, claro.
-¿Ya eras en ese tiempo?
-Sí. Supongo que nací así.
-Ah.
-Pero bueno. Insisto en pasarte algo de plata para no arruinarte
tanto la noche, al final después de acá puedes encontrar algo ¿No?
Disculpa ¿Cuánto usualmente cobras?
-Cero problemas. Digamos que fue por los buenos tiempos, ya
me voy en todo caso. No estuvo mal la conversa en vez del revolcamiento
típico. Dejémoslo así. Igual estoy satisfecha de la noche.
-¿De verdad?-le pregunta Óscar no muy convencido de una actitud
pareciéndole demasiado civilizada.
-Verdad. No te miento. Acuérdate que la mentira es algo que ocupo
en otras noches, no hoy. Pero sí quiero pedirte un favor.
-Dime.
-Tú seguro que tienes una foto de mi curso ¿Cierto?
-Debo tener una por ahí.
-Perdí la mía ¿Me podrías dar la tuya?
-Yo creo que sí. Si vienes otro día. No va a ser la última vez que
te aparezcas por acá ¿Cierto? Entonces te la tengo.
-¿Por qué no la buscas ahora?
-¿Ahora?
-Por favor. Tómalo como el precio que te cobro.
-Bueno, en ese caso la voy a buscar. Tienes que tener paciencia
eso sí. Sé que la tengo pero me voy a demorar.
-No te preocupes, yo espero ¿Mientras me prestas el teléfono?
Quisiera armarme algo antes que termine la noche.
-Por supuesto.
Óscar sube al dormitorio mientras saborea una nueva amargura.
Se da cuenta: no le dio un buen rato a Sonia quien, está seguro,
creía iba a ser todo lo contrario. Apostaría a que ella se hizo un proyecto
para esta noche vivir y poseer un recuerdo, propósito para él mismo
apetitoso, pero arruinado sin remedio. Cree que por más buen empeño
puesto en optar por lo contrario a la verdad le hubiera sido imposible,
había gastado en la tarde con Margarita su fuerza para torcer su naturaleza
y piensa va a pasar un buen tiempo más para volver a recargar esa potencia,
además, sin entenderlo mucho, nota que con su amiga esas cirugías
mayores de su espíritu le son más fáciles, y casi se lo explica por el largo
trecho recorrido juntos.
Sí, se dice convenciéndose de la inexistencia de otro camino
diferente al tomado. Una mentira por lo demás asunto imposible para
asumir, sabe, no hubiera servido.
Pero se siente en deuda con ella y no cree que con la foto, ni
siquiera con aceptarle dinero, podría hacerla olvidar la decepción la cual
Sonia evidentemente siente.
Odia admitir su negativa, cuando buscaba alivianarla. Otro peso
para su sofocada alma.
Abre el ropero donde guarda recuerdos y busca suponiendo allí
está lo pedido. Mientras abajo Sonia camina hacia la contestadora
y el teléfono lamentando no saber un carajo de estas máquinas debido a
su obligada ignorancia con estas cosas modernas cada vez más lejos de
su alcance, situación que no le molestaría si no fuera porque ahora requiere
conocerlas de manera urgente.
Intenta manipularla con cautela vigilando no se entere su ex
profesor, y a pesar de los nervios y la inexperiencia, instantes después
casi producto de un milagro incapaz de entender y sin tiempo para
reflexionar sobre él, luego de apretar cuánto botón tiene el aparato, logra
escuchar nuevamente las grabaciones del día en la contestadora.
Así se constituye el primer paso de su inevitable venganza por la
decepción que simplemente no puede dejar pasar sin intentar devolver
golpe, se dice recordando una ley de su vida, casi un instinto natural de
defensa. Uno de los pocos, piensa, sino el único disponible en su extrema
pobreza para cobrarse de la cruel vida ahora personificada, lo lamenta,
en su exprofesor.
Pero bueno, se dice marcando uno de los números mencionados
en los mensajes, nada es gratis en esta vida, lo sabe muy bien. Además le
cargan las cosas a medias, y Óscar, ya nadie se lo quita de la cabeza, es
un medio maricón.
Esos estados intermedios siempre los ha detestado.
Sería como si ella de día fuera dueña de casa y a la noche puta.
Las hay, recuerda, pero no le han gustado nunca.
Todo o nada.
Aún en los niveles más bajos de la vida hay que ser de una línea,
se dice, y éste es otro reproche moviéndola a hacer algo drástico,
justificándose ante la envergadura de la cobranza iniciada.
-Aló ¿Adolfo?

Adolfo cuelga el fono, mira el reloj del velador y ve que son las
tres de la madrugada.
Conforme siente el sueño yéndose comienza a sentirse
acompañado por la alegría de ser solicitado por Óscar para ir ahora mismo
a su casa.
Pero el entusiasmo lo ve como agujereado de las dudas despertadas
por quien sirvió de intermediaria de la cita: Una mujer joven con un tono
raro en la voz.
¿Por qué si era tan urgente el encuentro como lo manifestó la voz
femenina, no hizo el llamado el propio Óscar? ¿Se trata de una fiesta
sorpresa? ¿Una mini orgía?
Y no estaría mal la idea, se dice, sino fuera porque aparentemente
el asunto va con mujeres.
Un posible plan que rememorando el raro estilo de su amigo,
piensa mejor, no parece tan extraño.
Esta extraña cita le trajo la memoria un rumor de Óscar hace
tiempo corriendo: Más que homosexual era bisexual.
Un rumor posiblemente a comprobar esa misma noche.
Un asunto inquietándole bastante pues para Adolfo lo de sus
preferencias sexuales era muy claro y todo el mundo que debía saberlo
lo conocía bastante bien.
Más que las cuentas claras, se dice mirando el teléfono convencido
de su pensamiento, son las conductas claras las que conservan la amistad,
o eso mayor logrado cuando él y Óscar hacían y deshacían en su casa o
la suya.
Igual la enorme atracción sentida por Óscar siempre suavizaba
sus propias dudas y le silenciaba los rumores de los demás.
Le había dicho varias veces: simplemente se declaraba su
enamorado incondicional, sabiendo que tanta sinceridad era más bien
riesgo, no sólo en su relación sino en cualquiera. Dijeran lo que dijeran.
-¿Dijeran lo que dijeran?- le preguntaba Óscar sin mirarlo
bebiendo de su cerveza o encendiéndose un cigarrillo con aquellas manos
grandes y fuertes que tanto le gustaban a Adolfo mirar ejecutando
cualquier acción.
-No quiero ocultarte nada. Andan diciendo que eres bisexual.
Óscar nada dijo en descargo, actitud no sorpresiva para su amigo
pues no agregaba nada nuevo a su caracter usual, tan exasperante y
despreciativo, pero para Adolfo simplemente irresistible.
Así jugaba a aumentar el misterio que sabía rodeaba su conducta
sexual.
Y como si prefiriera el silencio para aplastar cualquier
malhabladuría, lo tomaba de la mano, pagaba, se iban a alguna cama y se
entregaban al delicioso ejercicio ante el cual se imaginaba que a un
hipotético testigo no le cabría ninguna duda de cuáles eran sus gustos en
asuntos de amor.
Adolfo siente que ama a Óscar y por eso cualquier duda suscitada
por la llamada de la extraña mujer no le impide ducharse rápido y vestirse,
sacar la botella de champaña del refrigerador y partir rápidamente por
entre la niebla al encuentro de quien considera su indiscutible amor. Al
día siguiente, además recordó, por ser festivo, no tenía que trabajar.

Sonia escucha la voz malhumorada de un hombre adulto al otro


lado de la línea preguntándole si acaso no sabe la hora.
-Mi hija duerme como debería hacerlo toda la gente decente a
estas horas de la madrugada ¿Cuál me dijo era su nombre?- pregunta el
padre de Margarita prendiendo con rabia la luz del velador y sintiendo
una enorme impotencia de no tener cerca a la mujer llamando a su casa
pasadas la tres de la mañana, pero se propone memorizar el nombre lo
más que le permite su sueño alterado.
-No importa. Lo que me interesa es que la polola de Óscar sepa
que él quiere que venga a su casa ahora.
-¿Está loca? Me parece totalmente reprochable que ese jovencito
haga invitaciones a su casa a las tres de la mañana. Buenas noches- dice
y cuelga de un golpe el auricular del teléfono temiendo una insistencia
de la llamada en unos instantes más.
Mientras espera nervioso mirando el aparato se propone sin
demora tratar mañana temprano el tema de este exabrupto con su hija y
con su reciente pololo apenas lo vea.
Luego observa a su esposa bajo el influjo de las pastillas para
dormir sin percatarse de nada.
-Buenas noches- contesta sonriendo Sonia y cuelga suavemente
el teléfono con la precaución de que Óscar no se percate todavía de la
sorpresa armada.
Confía en los extraños caminos de su venganza, hasta el momento
sabiéndole dulce, imparables por simplezas como la hora, y esperando
de una u otra forma a la chiquilla llegando hasta acá antes de las cinco,
hora decidida para el fin de su intento de desquitarse.
Si le resulta lo planeado, piensa, bien por su alma manchada de
pisotones. De uno de ellos es responsable Óscar, el más marcado por ser
el más reciente y también, reconoce, porque era el más parecido a
esperanza de una sensación limpia y feliz dentro de tanto acontecer noche
a noche peor al cáncer o el mismísimo sida, quitándole poco a poco más
que la vida, algo más precioso aún, su alma.
Si no resulta la treta acepta entender: los dados están cargados a
favor de Óscar y no de ella.
De tal manera, admite, forzar la situación, presionar los
acontecimientos, no tendrán la fuerza ni la gracia que tienen como plazo
las cinco para desarrollarse.
Procede a llamar a Augusto.
-¿Ahora?-pregunta entre risas de él y otros rodeándolo- Tendrá
que ser muy bueno lo que tenga Oscarito allá porque pensábamos
justamente ahora terminar la fiesta ¿Quién eres tú?
-Una amiga.
-Una amiga. Ya ¿Y tienen copete?
-Sí, hay trago.
-¿Cervezas heladas? ¿Más amigas?
-Lo que quieran.
-Y ¿Por qué Óscar no invita personalmente?
-Digamos que se está preparando. Los esperamos hasta las cinco.
De ahí, si no pasa nada nos vamos a otro lado.
-Oye qué decididos. Quién lo diría de Oscarito. Así que se está
preparando. Ya. Aquí Bruno dice que le interesa, por mi lado un poco
también. Bueno, vamos al tiro para allá, espero que la cosa sea buena.
-Será buena.
-¿Cómo dijiste que te llamabas?
-No dije. Soy Sonia.
-Ya Sonia, para allá vamos. No saquen las cervecitas hasta que
lleguemos. Todo sea por nuestro hermano.
-Así será- dice Sonia nuevamente sonriendo y sintiéndose
satisfecha de haber hecho todo lo a su alcance como para devolver la
mano a un traicionero golpe a su innegable derecho a tener esperanzas.
Mientras se levanta del lado del teléfono y camina hacia la pieza
interior donde está Óscar buscando la foto para ella insoportable con
sólo imaginársela entre sus manos, piensa mejor de qué se trata todo
esto, a pesar de lo hasta unos instantes le parecía. Es en verdad una
oportunidad antes de ayer no vislumbrada ni como existente ni menos
como posible: Una instancia de darle nueva razón de ser a su habitual
devenir de días y encuentros nocturnos en pos de un sustento monetario
a costa de incinerar su propia alma.
Parecía su alma chamuscada sin valor en comparación con su
cuerpo cuyo centro era una vagina y demás orificios adecuables a
cualquier pedido.
Ahora reconoce después de todo en la situación presente un umbral
para cruzar, aunque al principio veía a través del camino obvio, el sexo,
una esperanza, una al final violentamente truncada por lo que le parece
puro y simple egoísmo de parte de Óscar, pero justamente, ahora se da
cuenta. El error consistía en intentar llegar a alterar su destino y obtener
uno nuevo y mejor, recurriendo a los mismos procedimientos que la habían
encerrado en uno sólo apestoso y oscuro, el puteo.
Se percata que justamente a través del cercenamiento de la
posibilidad de ejecutar su danza acostumbrada, después de todo no le
habían enseñado otra, y tampoco ella, reconoce, hasta ahora no se había
dado el trabajo de aprender otra, a través de la brutal amputación del
movimiento obvio, su inclinación como siempre, le maravilla darse cuenta
de lograr obtener un camino diferente, nuevo y mejor: Replantearse su
vida para el resto de sus días, lamentando el camino por el odio, pero
cree recordar que la historia del hombre expresada en la Biblia , también
comienza, ni tanto como en lo que ella se ha inmiscuido esta noche, con
un asesinato. Entonces, se pregunta y a la vez se consuela con pensarlo
¿Por qué su resurrección no podría también pasar por la tintura del odio?
Cuando ve a Óscar con medio cuerpo metido en la parte inferior
de su ropero en lo que le parece una ridícula y concentrada búsqueda de
una inencontrable y para ella ahora y siempre insignificante foto, se
pregunta cuánto durará esta sensación de nuevo camino ¿Será acaso tan
sólo un pedazo de ilusión la cual a la mañana a la luz del sol, como suele
ocurrir con los sueños al despertar, se deshacerán como lo más frágil
existente sobre la tierra? ¿Como un temporal prometiendo lluvias y al
final se deshace en una niebla y se va?
Pero en fin, se dice, hasta las cinco tiene para saber si por aquí va
la cosa.
Óscar quiere creer que con la foto, ya resultándole más una
maldición que simple objeto imposible de encontrar, puede suavizar su
propia sensación de haberle cagado la onda a su exalumna, y de paso
satisfacer un poco a la, le parece cosa segura, ofendida Sonia, la cual con
su confesión tirada a su cara de puta logró arruinarle una noche de viernes
de fin de semana largo.
Pero se da cuenta que la fotografía, pareciéndole algo así como
un pasaje hacia la reconciliación consigo mismo y después con la chiquilla,
no aparece, y por lo tanto siente, este bálsamo se va a la cresta.
-Olvídate de la foto. Ya me voy. Después me la mandas.
-¿En serio?-pregunta Óscar mirándole con atención los gestos de
la cara, las manos, el brillo de los ojos a ver si descubre en ellos una paz
para la serie de malestares conseguidos con lo ya descubierto como una
apestosa costumbre de escupir su tendencia sexual, la cual ya más le
parece arma a característica esencial.
Un descubrimiento más, se dice Óscar, aportando al caos
invadiendo su alma cada vez más.
-Ya, chao. Gracias por todo- dice Sonia mirando la hora: son las
tres y media, calculando ya estará por llegar Adolfo, el amante de Óscar
y, para los efectos del plan, ella debe estar afuera de la casa.
-¿No te tomas un trago antes?
-No. Mándame la foto a esta dirección- le pasa una tarjeta con el
nombre de una residencial familiar en Uruguay con Victoria- A ver si
agarro algo antes que amanezca.
-Disculpa.
-Nada que disculpar. Es más, yo debería agradecerte porque, ya
de habrás dado cuenta, me has mostrado algo que yo no veía, no podía o
no quería encontrar. Con nuestro encuentro ahora veo todo distinto.
Espero que dure- le dice dándole un beso en la boca- deséame suerte.
-Suerte- le dice Óscar saboreándose el ruch dejado en los labios y
observando con cierto alivio como, según él, Sonia sale tranquila por la
puerta de calle y desaparece para seguro, piensa, pase un buen tiempo
antes de volver a verla.
Sin proponérselo recuerda vívidamente el huevo del reloj Turri y
vuelve a creer en sus poderes de farol el cual, se dice, por lo menos, le
parece, a Sonia le ha servido más que a él. Hecho con el cual no se
pueden desvirtuar los poderes de aquel punto mágico de Valparaíso al
servicio de sus habitantes, sino reafirma, lamenta, la terrible
irrevocabilidad penosa depositada sobre su alma, una a pesar de la buena
voluntad de esa guía, descubierta por la buena Margarita, es tan insalvable
y enredada que se escapa a sus alcances benefactores.
Recuerda que Sonia declaró ante él su condición de renovada,
pero por su parte Óscar se queda desequilibrado ahí con lo único poseído
más o menos estable: Su homosexualismo.Sello con el favor de una
extraña voluntad incomprensible, dulcemente violado en la tarde por
Margarita, exquisita y llena de amor, y luego, bajo la autorización o la
debilidad suya, fue desactivado brutalmente ante Sonia.
Al final ¿Qué le queda? se pregunta: Un arma descargada con el
propósito estéril de alejarse de las gentes y al mismo tiempo establecer
vínculo con los cuidadosamente seleccionados. Reconoce no entender
esa paradoja, elemento esencial de su propia personalidad, uno
obviamente inservible, ni como defensa ni tampoco como rasgo
diferenciador de toda la especie humana quieriéndolo tragárselo ni más
ni menos. Nota al mirar a través de la ventana como la persistente neblina
insiste en borrar a la ciudad o quizás sólo a él.
Distingue entre la bruma acercándose a su casa una figura
pareciéndole conocida.
Minutos después suena el timbre. Pregunta a través del portero
electrónico por la identificación de la visita.
-Soy Adolfo, querido. Traigo champaña.
Acciona el botón para abrir el portón, descorre el cerrojo de la
puerta, la deja entreabierta, retrocede un par de pasos y se deja caer
pesado sobre el sillón quedando justo frente a la puerta.
Intenta reconstruir un gesto que necesita sea una sonrisa.
No sabe por qué hace ese inmenso esfuerzo siendo que sería menos
el no haber contestado al timbre o, mejor aún, decirle a través de la
conveniente voz electrónica del portero: Ya no estoy para visitas esta
noche. O incluso en ninguna de las siguientes.

Óscar se entrega a la extraña sensación de confort al ver y sentir


a Adolfo sometido a su vaivén, si bien envolviéndolo en placer lo reconoce
una vez más como sólo una vestimenta breve incapaz de cubrirlo del
frío, o la tristeza, o el terror de ser comido por la neblina amenazando
allá afuera. Pero sabe que siempre posee la característica de desplazar
esos dolores a la pieza del lado y no dejarlos en la que ellos están clavados
ahora diciéndose palabras, frases que en cierta forma, pero muy
débilmente, apenas alcanza Óscar a darse cuenta envuelto en una pequeña
pero poderosa locura, se parecen un poco a las que en la tarde se habían
dicho, también clavados, Margarita y él.
Y Margarita es ahora la que de otra forma penetra en la atmósfera
de ambos cuando justamente Óscar en un movimiento de alta
racionalización del placer, uno que siempre le hace sentir inevitablemente
quebrar cualquier probabilidad de sueño en la tierra, saca su pene del
ano de Adolfo, eyacula en la bolsa profiláctica y se la saca con violencia
esparciendo con las manos locas el contenido en el vientre velloso de su
pareja enloquecida. Esparce su contenido entre sus suspiros roncos para
completar un placer manco sabiéndola su condena, y gancho para otra
vez cometer lo más pronto posible el mismo delicioso pecado del cual
siente ya no es más que una trastornada víctima sumisa.
-No debería haber aceptado la llave de tu casa- tan solo atina a
decir Margarita sintiendo una arcada tremenda imposible de evitar que
se convierta en un vómito incontenible explotando sobre el piso entre las
ropas de su pololo y de aquel otro hombre con los ojos y la boca muy
abiertos sin saber si son gesto de placer o sorpresa.
Piensa en lo poco que le importa y busca en su conciencia lo
realmente importante de esta escena.
Pero no encuentra en esos segundos nada atándola para
permanecer junto a su vómito, a la eyaculación más allá esparcida de
quien se supone más ama y frente a la figura extraña de un hombre en
congelada posición de entrega a otro.
Por eso lo primero que atina hacer es terminar con el doblez
obligado por el vómito, luego dar media vuelta y finalmente correr lo
más rápido posible de esa escena resultándole en definitiva insoportable
a pesar de habérsela tratado de imaginar en más de una ocasión desde
que escuchó a Óscar su confesión homosexual. Una escena supuestamente
racionalizada y superada como impacto. Suposición evidentemente
incorrecta.
Cuando abre la puerta de calle con el firme y único propósito de
salir de aquel lugar y entregarse a la densa niebla borrando la ciudad
desde la hora en que se separó de su recién adquirido pololo, se ve
impedida de su urgente necesidad de fuga porque dos hombres intentan
entrar a la casa de Óscar y le sonríen con un, según la sensación agria
invadiéndola, desubicado tono festivo.
-¿Dónde vas?- le dice uno.
-Se supone que la fiesta empieza ahora- le dice el otro abrazándola
con fuerza y devolviéndola a la casa.
-¿Vienen también por el semen de Óscar?
-¿Qué onda?- pregunta Augusto pasando hacia la pieza del fondo
en donde Margarita le indica el supuesto escenario de la fiesta buscada.
Le basta para componer el cuadro un poco antes desarrollado ahí mismo
simplemente un par de segundos de observación de los detalles, unos
que descubre alrededor de su amigo Óscar y el desconocido vistiéndose
con la máxima rapidez posible de desarrollar durante la operación de
seleccionar las ropas no vomitadas lamentando sean las menos.
Augusto examina las caras de ambos y les descubre una expresión
rara, sobre todo en el caso de su amigo en quien ve, casi cree, un nuevo
rostro tan desagradable como la vez que anduvo por Aguasanta y
descubrió una población idéntica a donde se había criado en Olmué.
Buscó hasta el número de la casa correspondiente a la suya y
cuando estuvo al frente y se la quedó mirando por un rato ahí sintió la
misma sensación presente, tanto fue esa vez que salió corriendo al notar
a alguien acercándose a la ventana y descorriendo la cortina, alguien
pudiendo ser otra versión de él mismo, se imaginó u otra versión de su
padre o su hermana.
Y después con el tiempo ya ido ese asco de la sensación obscena
de dar con algo así cruzando a un mundo paralelo, el asunto le sirvió de
anécdota a modo de historia de Dimensión Desconocida para sacarlo de
apuro cuando se acababan las mejores.
Pero ahora le vuelve la misma sensación, y no es tanto, piensa,
por imaginar lo que estaban haciendo, le parece, hace tan sólo unos
minutos, ni tampoco por el olor vinagre del vómito o a semen, sin querer
averiguar de quién es o si es de los dos mezclados. El íntimo rechazo
siente va por la expresión de Óscar nunca antes vista por él.
Eso, descubre, es lo que le patea directo las bolas.
A Bruno también le bastan los dispersos detalles percibidos desde
detrás del hombro de Augusto, para llegar una conclusión pareciéndole
muy desagradable pero clara.
-Chucha, la media caída Óscar- sólo atina decir Bruno y luego
sintiéndose invadido de unas ganas de salir luego de ahí, considera y
dice que es demasiado tarde ya- Mañana tengo que levantarme temprano
así es que disculpen, yo ya me voy- agrega mirando sin ver su reloj.
-De aquí no se va nadie- dice Sonia entrando por la puerta de
calle, cerrándola y permitiéndose unos instantes disfrutar el placer de
observar la escena completa tal y como se la había imaginado y luego
reponiéndose de un mareo más placentero de lo supone podía
experimentar, se hace el propósito de extraer el mayor jugo posible de
esta perfecta venganza.
-Pensábamos que no venías- le dice Sonia a Margarita apretándole
el hombro.
-Ya me voy- le contesta dándole un manotón para zafarse de lo
que le parece una garra de ave de rapiña.
-Nononó. Deberíamos conversar- les dice Sonia invitándolos a
sentarse mostrándole con la mano lugares pareciéndole apropiados para
acomodarse.
Saca una silla de una esquina de la pieza junto a una pera de
mimbre llena de ropa sucia, un piso junto al velador y finalmente muestra
la misma cama revuelta como posible lugar de asiento.
Ella misma se acomoda en el piso y según le parece conveniente
para el resto de su plan se ubica en la mitad de la entrada al dormitorio.
Así piensa les hará más difícil salir del lugar.
-¿De qué vamos a conversar? - pregunta Óscar mirándola y
sintiendo una mezcla de rabia y decepción.
Mientras se viste rápido con ropas del ropero, pues las suyas están
vomitadas o las restantes sin manchar se las ha puesto rápido Adolfo,
sabe bien que la ocasión no da para pudor con su desnudez, pese a eso no
puede dejar de experimentar vergüenza al sentirse observado en la lenta
y torpe operación de ponerse una ropa pareciéndole innumerable y con
alta dificultad para ajustársela en sus apropiados lugares.
Adolfo sintiéndose algo así como anestesiado por las
circunstancias y por lo tanto ignorando y muy poco importándole el
público presente en su acción de vestirse, ya está sentado al borde de la
cama alisándose con las manos la polera de Óscar y preguntándole si
tiene un chaleco para prestarle.
Bruno observando la misma actividad en ambos hombres,
pareciéndole una más rápida y cohibida que la otra, no puede evitar sentir
más que asco.
Margarita ya de vuelta de la náusea descansa su alma paseando la
vista por la habitación de Óscar en busca de detalles específicos para
poder rescatarle el afecto que tiene por él, sintiéndolo debilitado por
haberlo sorprendido infraganti en sus ritos homosexuales, los cuales en
palabras se sabía casi de memoria pero en acción fue incapaz de anticipar
la posibilidad de verlos y descubrir, por lo tanto, que nunca estuvo
preparada para presenciarlos.
Se detiene unos segundos en una lámina porque le parece a pesar
de todo hermosa. Está pegada en la muralla sobre la cómoda. Supone es
un paisaje recortado por Óscar de algún calendario.
Una casa de madera notándola primorosamente pequeña sobre
una loma verde. Un paisaje recordándole algo de Suiza y también de
paraíso en la tierra, uno muy lejano a Valparaíso, piensa, por lo de ahora
y por en general la vida llevada por Óscar en su aquí y ahora.
Seguro es su refugio donde posa la vista de vez en cuando, lo
mismo ella en este momento para desplazarse de la dura realidad
fácilmente y la simple potencia de la imagen, descubre Margarita, siente
es suficiente como para tranquilizarla un poco y saber lo mucho que
necesita él de paz y lejanía del áspero cemento de la realidad.
Luego se fija en tres pares de zapatos cuidadosamente ordenados
abajo en el ropero abierto y arriba, ahí mismo, su ropa. Recuerda una
vista encima de Óscar tantas veces y con las cuales sin mucho esfuerzo
puede sentir el aroma de él, no de su colonia Flaño, sino del perfume
natural de su hombre amado, y así poco a poco ya rescatado, y sintiendo
cómo lo vuelve a amar por su doloroso circular por la vida a pesar de que
también la ronda el hedor de su propio vómito.
Siente le gustaría ser más dura con él sobre todo después de lo
visto. No sólo experimentar un asco ante lo hecho por Óscar apenas
unos minutos atrás y una acidez que sólo conserva su boca pero ya no su
alma, sino también rabia, una fuerte violencia haciéndole decir un par de
palabras groseras y luego irse para siempre. Pero reconoce su máxima
molestia ahora: solamente la boca amarga.
Siente que Óscar la necesita más a ella que ella a él, y por eso su
amor es tan necesario soporte el roce si bien para ella terrible, seguro,
piensa, para él es infinitamente más atroz.
Se sabe con las manos vacías ofrecidas a él pese a todo. Todavía
le ofrece ese faro allá al fondo de la ciudad luchando en contra de la
niebla, estando segura bien tiene presente Óscar, pero su confusión terrible
le impide por el momento verlo como su única salvación, infinitamente
más poderosa, está segura, a una lámina recortada y pegada en su
dormitorio, ropa perfumada con su dulce sudor, la colonia, unos pares de
zapatos, el ano de Adolfo o ella misma incluso. Por eso Margarita, no
sabe cómo, siente ha traspuesto este terrible obstáculo hoy encontrado y
se ofrece nuevamente a Óscar para que entienda de una vez por todas
dónde está la verdadera paz buscada, la mejor del universo, se dice con
convicción, la existente en su mismo lugar, a pasos, brillando como una
joya y quizás por su misma potencia, temida, encegueciéndolo sin poder
verla. Pero para eso está ella, para guiarlo hasta aquella luz entre la niebla,
se dice sintiendo la alegría de descubrir aparentemente su mejor misión
en la vida a prueba de cualquier obstáculo.
-Permiso voy al baño- dice Margarita pensando en su boca amarga
y en un paño para limpiar el suelo de su vómito.
-¿No irás a hacer alguna tontería?- le pregunta Óscar temiendo
que la chiquilla vaya a atentar contra su vida. Pues él sabe que Margarita,
después de todo sin importarle lo pensado por los instalados
incómodamente en su dormitorio mirándolo ahora, es quizás la única
persona a quien quiere y necesita de verdad porque está encima de todo
y sin mancha. Con, espera, el constante ofrecimiento de hacerle de puente
con su cuerpo entre la ciudad verdadera y la ciudad ideal, cuyo umbral
es el huevo del reloj Turri, tal y como recuerda le ha enseñado ella misma.
Pero su inconstancia, su debilidad, su naturaleza mundana y torcida le
impiden seguir el camino claro trazado por Margarita en la tarde. Y eso
seguro, teme, la desespera y logra esconderle sus manos tendidas hacia
ella, manos sucias de semen, impuras, avergonzadas.
Si sigue así, cree Óscar, no sólo la perderá de su ámbito sino
también de todos por su puro egoísmo y porfía en insistir en revolcarse
en su reconoce autoimpuesto karma, uno que, por ejemplo ahora se da
cuenta, no sólo le hace daño a sí mismo sino a Margarita también.
-No me parece tonto lavarme la boca después vomitar por la
cochinada de espectáculo que me ofreciste. Además quiero limpiar el
suelo y llevarme esa ropa a la tina- le dice intentando simularle una rabia
inexistente, pero con la seguridad que, por lo menos a Óscar, quien
después de todo sabe es el único al que le valora su opinión, no le ha
llegado más que un no me importa en lo que te pillé, igual te quiero.
-Es la polola- le dice Sonia en voz baja a los amigos de Óscar de
pie junto a ella. Información con pretenciones de configurar lo mejor
posible la envergadura de la situación en que se encuentran todos como
si fueran testigos, casi cómplices de un delito. La idea, piensa, es
contaminar no sólo a Óscar sino a todo y todos sus cercanos. Como
infectarlos de la enfermedad que seguro él mantenía bien controlada para
no contagiar a los ahora ya irremediablemente comprometidos y
manchados de la tinta negra, que, se había dado cuenta con regocijo,
Óscar hasta ahora tenía bien guardada al interior de su intimidad, de otra
forma la venganza hubiera estado desactivada.
Disfrutaba con la idea de haber producido una forma de hacerlo
inscribirse inevitablemente en el club de cancerosos del alma, al cual
ella hace tanto tiempo lamentaba pertenecer, de la cual él se había salvado,
según su opinión, hipócritamente durante tanto tiempo de contraer. El
único cáncer contagioso, reflexiona Sonia.
Reconocía que hasta ahora Óscar lo había manejado bien . Pero,
se dice murmurando, había llegado ella para hacer justicia .
-¿Y tú quién eres?- le pregunta sin mirarla Augusto en ese instante
sintiendo unas ganas enormes de fumar para lo cual se sienta en la silla,
saca de su chaqueta una cajetilla arrugada de Belmonts y después de
sacar un cigarrillo la tira sobre la cama con el propósito de ofrecer con
este gesto a quien quiera sacar. Decide que le interesa, como dice la
mujer, conversar un rato. De lo pasado y otros temas aledaños.
Siente una vez más la conversación como lo más delicioso de las
noches en las cuales a menudo se ve inmerso. Aún cuando piensa que, a
pesar de al final darse cuenta de una equivocación al respecto, gajes de
este oficio, tales diálogos no le sirvan para el subproducto inicial en
circunstancias parecidas, pero tan diferentes al mismo tiempo: otorgarle
contacto con gentes interesantes y por lo tanto importantes. Su calidad
de consejero potencial de relevantes instituciones en la ciudad y de otras
viéndolas aguardar en los alrededores del país, requerían de un oído
atento y una habilidad bien desarrollada de sacar lo más útil de cada
contertulio. Ahora podía darse cuenta claramente, las circunstancias eran
bastante diferentes. Pero por otro lado Augusto piensa que después de
todo cuando un amigo que creía conocer bien se le manifiesta ahora
como un punto de partida y no de llegada como suponía iba la historia
entre ellos, le invita al hallazgo de un tiempo invertido esta noche en tal
tema con respetable importancia para él, invitándolo a no desechar la
oportunidad de inmiscuirse en lo que Sonia amenaza obligar a todos.

Mira a Bruno y le hace un gesto con las cejas deseando le transmita


lo bueno de no salir corriendo de la casa de Óscar sino al contrario:
hacer de esta madrugada algo mejor de lo que parecía.
-Sonia es una exalumna de hace varios años. La volví a ver esta
noche y parece que quiere jugar con nosotros un juego diferente a los
que está acostumbrada a realizar normalmente por las noches- explica
Óscar poniéndose su par de zapatillas y ansiando haber podido darse
una buena ducha después de lo de Adolfo y lo del vómito. Pero asume
triste e incómodo que el no poder hacerlo es un mínimo castigo para
sufrir después del inmenso exabrupto que ya le parece obvio ha
maquinado, le parece tan demoniacamente, tal exalumna.
-Soy una puta desde que me salieron de la escuela en que hacía
clases nuestro amigo. De hecho creo que era puta antes de que me salieran-
dice Sonia sintiéndose totalmente alivianada de cualquier pudor por el
bálsamo notando la cubre desde el momento de asumir que lo único
restante era la venganza.
-Son tan delicados los educadores ¿No?- dice Augusto haciendo
una mueca burlesca y mirando de reojo a Adolfo quien le sonríe y levanta
los hombros así intentando demostrarle su presencia ahí como un
accidente, para su gusto aminorable si se le permite desaparecer lo más
rápido posible de escena.
Antes eso sí le gustaría ir al baño a ducharse si fuera posible
porque se siente sucio. Por eso espera atento la vuelta de Margarita
para ingresar ahora él al baño.
-Tengo que irme- le dice Bruno al oído de Augusto. Éste lo mira
serio y con una mano le indica que espere.
Bruno lo tiene claro: no le interesan los líos de maricones. Muy
amigo suyo será Óscar, pero después de lo que casi han sido testigos
siente nuevamente que tales temas no son importantes para él, y aún
más, le resultan más bien de un asco para nada justificando el acercarse
a ellos.
-Calma negro, la cosa se pone buena- le dice Augusto- Calma, la
noche es joven- y dirigiéndose a Óscar- ¿No se toma nada?- levanta una
botella de champaña vacía del piso. La gira entre sus manos buscándole
la etiqueta y encontrándose con una marca pareciéndole muy buena le
dice:
-Buen gusto hermano.
-Yo la traje- dice Adolfo empezando a sentir simpatía por Augusto
porque le gusta su manera de centrar su atención, cree, en los detalles
más que en el centro del asunto, lo contrario es una costumbre que le
parece sólo ejercitan los simples.
-En el refrigerador hay unas botellas de cerveza de a litro- dice
Óscar tratando de buscarle los ojos a su amigo Augusto desde llegado
sin mirarlo, lo cual le hace sentirse muy incómodo. Igual Óscar se deja
invadir por una sensación agradable que odia admitir es producto de las
gestiones aparentemente vengativas de Sonia. Percibe lo liviano que es
estar, obligado reconoce, pero igualmente feliz de exponerse con unas
de sus últimas verdades a un puñado de sus más cercanos.
Óscar desconoce cómo le viene a la memoria el rostro de su
madre, a quien, aunque de principio le repugne la idea, le gustaría estuviera
aquí atrapada también para escucharle lo que tuviera para decir, duro o
no, al respecto de una de sus más fuertes realidades, y, lo piensa muy
bien, no necesariamente su última verdad como ser humano. Una todavía
sin distinguir entre la niebla, pero escuchándola respirar más cerca que
nunca, sensación desatándole una débil pero bien dibujada esperanza:
para él hay un puerto al cual llegar bajo el auspicio, no deja de pensar, de
Sonia, quien, tampoco puede ignorar, la trajo el reloj Turri, faro el cual
Margarita le enseñó su existencia.
-Fantástico Óscar, así se habla- le dice Augusto alegre sabiendo
de algo adecuado para su sed física, pero para la otra sabe esperará mucho
más. Y evita mirarlo porque todavía siente lo incómodo de enfrentar a su
amigo replanteado después de tantos años suponiéndolo de una forma
que no debería haber cambiado, pero, se dice, resulta ser tal abrupta
exhibición de una vida paralela todo un desafío para él y no una causal,
quiere creer, para suspender una enraizada amistad.
Y la más clara señal de que todo va bien, a pesar del balde de
agua fría del cual a penas se está secando lentamente ahora, es todavía
conservar la sed de beber una buena y helada cerveza junto a su compañero
de tantas aventuras, tantas para revisar bajo la nueva perspectiva impuesta
el suceso al que lo ha enfrentado la jugarreta de Sonia.
-Yo las voy a buscar- dice Sonia y se para despejando la salida
sintiendo una incierta seguridad de haber enredado tan bien las madejas
de estos tipos que una escapada ahora le parece muy poco probable, y su
venganza, empieza a sentir con sorpresa, ya ha pasado desfigurándose
en otra serie de movimientos pareciéndole tienen su propia energía y van
hacia lugares para ella insospechados, aún cuando muy de los otros ahora
en el dormitorio, pero que también para ella empezándole a resultar
apetitosos no por malicia sino por una real sensación de vivir algo de lo
cual debería estar orgullosa.
Una noche bastante diferente a las usualmente vividas y por lo
tanto pasos adelante de su territorio viciado y putrefacto, todo lo cual no
notándolo hasta ahora tan bien como debiera, la estaban envenenando.
-En el mueble de la cocina arriba hay vasos. Y tráete una pichanga
que hay en el refrigerador- le ordena Óscar sintiendo en su modo de
hablarle una vuelta de mano a la chiquilla quien se las había dado de
superior con tan pérfida jugada y con este tono le bajan su condición
muy poco, pero lo suficiente para rebajarla levemente a la condición de
empleada suya para todo servicio, ni más ni menos lo que le parece debe
ser una puta como en definitiva es Sonia o debería serlo.
-Pichanga Adolfo ¿No importa?- pregunta Augusto mirando por
primera vez a los ojos del amante de Óscar, quien se siente descolocado
por la actitud de quien le habla, pareciéndole sin armonía con la imagen
percibida sólo hace unos instantes.
-¿Por qué podría importarme?- pregunta Adolfo simulando
extrañeza ante las palabras de Augusto pero percibiéndolas claramente
como una ironía a la que si bien no está tan acostumbrado con los
supuestamente normales, pero al final brutos animales a los cuales a veces
se enfrenta, sabe bien apunta a donde mismo lo hacen todos: una mofa
de sus delicados gustos y maneras.
-No tiene pinta de ser bueno para el fútbol- murmura entre dientes
Bruno al descubrir abierta una oportunidad de dar un golpe a Adolfo
quien le parece un maricón inspirador de los más duros sentimientos de
rechazo.
-¿Qué dijiste?- le pregunta Adolfo al autor del murmullo a pesar
de no necesitar repetición. Ha escuchado gracias a su buen oído entrenado
en su trabajo de profesor de conducción. Allí es el primero en detectar
anomalías en los motores de la escuela cuando están desajustados o con
desperfectos mecánicos. Habilidad apenas otorgándole un respeto entre
los otros instructores. Una sumándose a ejercer tal actividad en la ciudad
más compleja de Chile geográficamente hablando y por lo tanto en tráfico.
Pero igual quiere reiteración del comentario que le parece
malintencionado. Uno sin sorprenderle tanto si no fuera porque Augusto,
le parece, de alguna manera ha dado el pie a Bruno para decirlo.
Al moreno le ha notado un aura típica de macho duro desde que
lo vio, sabe bien que es de esos con los cuales en casi en todos sus
veintiséis años se ha enfrentado sin tregua. En contraste notaba en Augusto
otra actitud.
-Lo decía por la calidad del copete que trajiste que desentona con
la vulgar pichanga- le explica Augusto haciéndose cargo de su comentario
como cree debe ser, y para encauzar la conversación hacia donde él sabe
bien quiere ir: Güeviar un poco al mariconcito, pero de paso de verdad
establecer un diálogo con él a fin de aprender algo de estas especies que
siempre le han llamado tanto la atención, una que reconoce se la roba el
poder conversar con Óscar al respecto de esta faceta que para nada le
había vislumbrado él, su casi hermano, y siente le incomoda bastante la
manera en cómo se le escapa del dominio de su situación que se suponía
ejercía sobre él y después de esta puesta al día quiere volver a ejercer
porque, no reflexiona mucho sobre eso ahora, pero igual siente lo necesita
grandemente.
-En esta vida hay que probar de todo. Además me encanta la
pichanga. Y la buena champaña para acompañar algo distinguido ya se
acabó- dice Adolfo mirando de frente y desafiante al Bruno, sintiéndose
más potenciado por la seguridad sentida al estar ya bien vestido, y le
gustaría bañado, posibilidad que ya comienza a desechar, y disfrutando
una altura de miras que descubre en Augusto pese a la complicada
circunstancia en la cual la putilla los había colocado. Ve claras las
motivaciones que han relacionado a este joven con su amado Óscar,
después de todo su buen gusto para las cosas y las gentes comienza a
descubrir es lo que le ha atraído siempre a él. Reconoce también que
Margarita a pesar de no interesarle ni un ápice por supuesto, no parece
una mujer desagradable.
-Ja- le contesta Bruno y mira hacia la puerta por donde entra
Margarita de vuelta del baño con un paño para limpiar el vómito. La
nota más fresca y le parece bastante deseable.
Un punto a favor de Óscar o en contra. No lo sabe bien todavía y
decide quedarse un rato más para descubrirlo. Aún cuando mañana cuando
deba estar a las nueve en la productora de televisión para grabar su
programa musical y aunque esté en tan malas condiciones de sueño como
para decirles: mejor hagámoslo pasado mañana para que salga bien y no
deba hacer casi lo imposible la maquilladora para borrarme las huellas
del trasnoche al que no está, ni le gusta estar acostumbrado.
-Ya y ahora me voy- dice Margarita después de pasar el paño
húmedo por el piso de madera, lenta y concentradamente mientras los
demás la observan y sintiendo que no sólo limpia su vómito sino también
la rabia almacenada por causa de Óscar- Me escabullí de la casa y no
quiero tener problemas con mis papás. Capaz que hasta se hayan dado
cuenta de mi ausencia- explica Margarita con el paño nauseabundo en su
mano derecha mirado por todos.
Recuerda cómo se enteró de que supuestamente Óscar la llamaba
para estar con él: Escuchó el ring del teléfono y como un robot, ahora
pensaba, seguro bajo el imperio del sueño y la magia que los unía, había
levantado el teléfono de su pieza sin evitar escuchar el diálogo sostenido
por Sonia y su padre.
Se enteró aguantando la respiración de la cita entonces y todavía
no sabe bien si fue bueno el ser poseída por ese acto automático al que
luego adicionó la delicada y complicada operación de vestirse en el más
completo silencio y salir por la ventana al encuentro de la tramposa cita.
Sonia vuelve con las botellas de cerveza y un plato con pichanga.
-De aquí no se mueve nadie- dice mirando seria a Margarita.
-¿Y cómo nos vas a retener?- pregunta Bruno levantándose ya
sintiendo un verdadero hastío de escuchar las amenazas de una barrera
invisible supuestamente rodeándolos, con ganas de por puro gusto
demostrar que a él no lo detenía, y derribarla para luego volver a su sitio
porque ya había decidido quedarse un rato más ya que se lo recomendaba
Augusto y lo sentía íntimamente como una suave necesidad pues le
concedía a su amigo la superior habilidad de ver en algunas situaciones
el brillo de algo valioso de presenciar o participar y que, reconocía
hidalgamente, a él se le escapaba el don de notarlas.
-Tenemos que resolver algo- dice Sonia dejando en el suelo dos
botellas de cerveza y ofreciendo del plato con muchos trozos de picles,
dados de quesos y cecinas.
-Aquí los únicos que tienen que resolver algo son Margarita, Óscar
y éste- dice Bruno sacando un dado de queso amarillo y señalando a
Adolfo mirándolo con una mal disimulada cara de burla.
-Supongo que Bruno tiene razón. Aunque igual les confieso que
si el tema es interesante estoy dispuesto a amanecerme conversando.
Después de todo Óscar es nuestro amigo, y bueno, algo podríamos aportar-
dice Augusto recordando que mañana temprano debe ir a conversar con
alguien importante quien ha cambio de uno de sus innumerables proyectos,
por supuesto sabiéndolo el mejor de todos lo que se le han ocurrido
desde hace meses, le pase un buen auspicio para ejecutarlo y de paso le
salve la existencia por el resto del año. Pero igual está dispuesto a posponer
la cita para la tarde si es por algo bueno ofrecido a cambio. Y le parece
que cómo van las cosas el asunto parece ventajoso porque, tiene claro
desde hace tiempo, no sólo de pan vive el hombre, sino que de pichanga
también, se dice con ganas de lanzar una carcajada nerviosa.
-No veo importante nuestra participación- explica Bruno tratando
de luchar con la sensación clara indicándole que debe y puede quedarse
más tiempo aquí- más veo un asunto íntimo en el que yo no veo mi
relación. Incluso les confieso, disculpa Óscar, que no me interesa opinar.
Aunque tenga opinión.
-De eso justamente se trata- dice Sonia sabiendo que la red tendida
los atrapa bien porque es justamente una invisible atándole sus
intimidades. Tema crucial para todos siempre. Algo aprendido bien en
lo que lleva de prostituta.
-Yo preferiría discutir lo que ha pasado ahora, después, sola con
Óscar. Tengo mi opinión y me importa harto expresársela a él. Pero no
veo por qué debería ser ahora con todos ustedes. Recién los conozco y
no veo en qué pueda cambiar el resultado que lo discutamos todos juntos-
dice Margarita volviendo del baño sin el paño y convencida de que el
asunto, de todas maneras va sólo con su pololo. No es egoísmo, piensa
sino puro sentido común. La salvación, la verdad, sino es cosa de uno, es
máximo cosa de dos: ella y él.
-¿Quieres hacer algo así como una junta médica, querida? ¿O
has visto mucho a Geraldo?- pregunta Adolfo a Sonia decidiendo ponerse
irónico pues le parece es buena arma para combatir la que le resulta
sobredimensionada y demente intención de reparar artificialmente lo por
la vida bien arreglado naturalmente. Dejar el libre fluir de la existencia y
su independiente acomodo. Intentar otra cosa siempre ha creído es de
una petulancia a lo más, le parece, merecedora de tomarse muy poco
seriamente.
-Todos tienen algo que decir ¿Por qué no lo decimos ahora?- dice
Sonia cada vez más convencida de estar todos a punto de atreverse a
poner sobre la mesa parte de su piel, acto que con ayuda de los tragos
está a segundos de suceder. Recuerda según su experiencia que eso
alimenta los espíritus de los que se desnudan. Y también alimentará de
paso su espíritu.
El asunto de cómo se sientan mañana sabiendo que mostraron
parte de su alma esta noche y su reacción frente a esa pausa momentánea
de libertad de expresión, arrepentimiento, olvido o toma de conciencia y
replanteo de sus vidas por el resto del tiempo que les queda, es un asunto
el cual ella no se propone pensar, cuestionar o simplemente considerar
como parte de su plan. Éste termina cuando el último de los presentes en
esta reunión salga de la casa de Óscar. La idea es que traspongan el
umbral de las apariencias y ya todo se dará fácilmente. Así ella ya no
tendrá más para hacer o decir entremedio de este grupo de gentes, después
de todo tan extrañas como si nunca las hubiera conocido.
-Juntémonos otro día, entonces- dice Bruno controlando un tono
de burla.
-Sí- le sigue el juego Adolfo- Así tenemos ya reposadas las
sensaciones y resultan menos apasionados los argumentos.
-En una semana más- dice Bruno sintiéndose incómodo pero
viendo necesario bregar ahora desde el mismo frente con Adolfo en aras
de una liberación.
-No. Justamente algo de pasión es el asunto que nos reúne y por
lo tanto es ahora el momento no otro- advierte Sonia tratando de resistir
el intento de rebeldía con lo que le parece verdadero y por lo tanto bastante
lógico.
-Qué tanto güeveo- dice Óscar dejándose por fin inundar por la
ira poco a poco acumulándosele con la actitud desagradablemente
sorpresiva de Sonia- Lo que aquí ha pasado es una trampa.
-¿Trampa?- pregunta Sonia tratando urgentemente de explicitar
una reacción de Óscar que le parece la punta de una madeja pudiéndole
ayudar a mantener atados a todos más tiempo del que quieren.
-¿Trampa?- pregunta Adolfo mirando a los ojos a Óscar en busca
de la verdadera intención de sus palabras que en primera instancia siente
le agreden más que todo a él.
-Bueno- explica Óscar percibiendo la mirada de Adolfo sobre él
en busca de una aclaración- trampa es lo que nos hiciste tú Sonia a todos
los que estamos aquí. No quiero decir que lo que Adolfo y yo estábamos
haciendo fuera la trampa. Tú entiendes Adolfo ¿Cierto?- dice mirando a
su amante pero no puede dejar de notar ahora la mirada de Margarita
sobre él que es inevitable se la retribuya con incomodidad.
-¿Osea Óscar que yo soy la tramposa?- pregunta Sonia sintiendo
así hecha más leña al fuego que ha intentado encender.
-¿Quieres que sea yo?- le pregunta Óscar sin dejar de mirar a
Margarita.
-¿O yo?- pregunta Adolfo pasando su mirada por todos los
presentes pretendiéndola mostrar inocente para intentar por fin exponerse
como víctima de las circunstancias y no como mala de la película como
cree lo están lamentablemente viendo todos.
-Algo es claro- dice Augusto abriendo una de las botellas de
cerveza y sirviendo en los vasos de todos- Margarita, tú Bruno y yo,
somos blancas e inocentes palomas que a lo más podemos ser
considerados más que nada víctimas de las circunstancias que, también
me queda claro, las propició, su vaso hermanita dónde está, usted misma
y sólo usted Sonia.
-Ayudé pero no soy culpable- aclara Sonia.
-Precisión que me parece demasiado sofisticada, disculpa, para
una puta- dice Augusto notando con curiosidad que la chiquilla se maneja
a nivel de lógica de pensamiento demasiado bien. Proceder que le hace
calificarla como muy inteligente y le comprueba aún más que personas
interesantes se las pueden encontrar en los lugares más insospechados y
por lo tanto tal descubrimiento le confirma el omnipresente poder de la
conversación en el cual él se ha confesado siempre ferviente devoto.
-Sin duda el profesor Otárola le marcó con su sello intelectualoide
antes de expulsarla de la escuela- dice Bruno sin disimular sorna ocultando
con eso también su sorpresa por la respuesta de Sonia .
-Como sea es cierto. Yo sólo di un empujoncito, en ningún caso
soy la culpable de lo ocurrido. El culpable es pura y simplemente Óscar.
-O Adolfo- agrega Margarita.
-¿Yo?- pregunta esbozando una pregunta coqueta sabiendo
desentona con la seriedad del clima reinante pero como siempre no puede
evitar aprovechar para manifestar su cagarse de la risa con los formales
raciocinios de la supuesta gente normal. Su venganza eterna, se dice
Adolfo poniendo una pierna sobre la otra y mirando inquieto a Óscar,
casi contento porque su polola, le da risa la nominación que seguro se
autoimpone a regañadientes de Óscar, ella lo catalogue de poco menos
que pervertidor del pervertido de Óscar. Igual no puede evitar enternecerse
sinceramente con el diáfano sentimiento que observa en la chiquilla, el
cual a pesar del peso de las evidencias nota igual la impulsa defender a
su pololo. Ya quisiera tener a alguien, empezando por el mismo Óscar,
que tuviera tan resistente su afecto, algo así como un punto de referencia
luminoso en una selva o en una ciudad enmarañada o en un océano
embravecido, es decir frente a la brutalidad cotidiana. El puente sobre
aguas turbulentas de sus colegas Simon & Gartfunkel. Reconoce comienza
a admirar a esta niña y a envidiar su posición firme con la cual se enfrenta
amando a Óscar y es imposible no compararla a la suya frente al mismo
tipo. De paso también comienza a sentir una potente rabia y envidia del
amor que le entrega a Óscar. Y como suele ocurrir, piensa, el pobre tonto
no lo merece. Tampoco él, se confiesa. La pregunta que le surge en ese
instante es quién merece ese amor a toda prueba transparentado por
Margarita. Recuerda algo del Cid al respecto de qué buen vasallo si tuviera
buen señor. Lo mismo para el amor de Margarita que le parece no tiene
nada de eco en Óscar ni en nadie que haya conocido, y le dan ganas en
ese instante de conocer a esa otra mitad.
Supone es un hombre que anda por ahí, quizás ahora mismo
circule, o, lo más probable, esté durmiendo en Valparaíso. O quizás dónde.
Piensa que hasta pueda sea una mujer la única capaz de responderle a
Margarita. Nunca se sabe, se dice dejando que le vuelva inevitable la
sonrisa pícara al rostro, pero de inmediato la une a una venia leve que le
hace con sinceridad a Margarita.
-¿Qué pasa?- le pregunta ella notándole la inclinación respetuosa
que le hace Adolfo. No la desea, como tampoco nada que provenga de
él, porque hasta el momento no le encuentra absolutamente nada para
motivarla a aceptarlo dentro de sus posibilidades de relación. Unas que
hace tiempo, sabe bien, las tiene cortadas a todos, excepto para Óscar.
-Nada, mujer. Te respeto- se permite confesarle sin pretender ni
tan sólo por un segundo considerar las posibles consecuencias de
manifiestarle así como así más de sus conclusiones. Simplemente le ha
nacido decirle una poca cosa, con la cual desea se dé cuenta ella, y los
demás si pueden, de su manera de existir frente a los otros. No es disculpa,
es más bien una sutil explicación de su persona que espera entiendan y
puede les sirva para comprender por qué ha estado con Óscar esta noche.
-Podrías haber manifestado antes ese respeto por Margarita-
sugiere Bruno pretendiendo con estas palabras iniciarle una toma de
conciencia de lo que realmente significan para él los actos realizados y
siempre le han parecido merecen más reflexión que pasión. Una manera
de ser responsable y positivo frente a los que deberían siempre recibir
nuestro respeto y suponemos amar, se dice Bruno.
-¿Antes? Antes no conocía a Margarita. Y para qué, se puede
saber, manifestarla antes, suponiendo que la hubiera conocido ¿Acaso
eso hubiera evitado nuestro encuentro con Óscar?
-Por supuesto- dice Bruno sintiendo seguridad en su lógica.
-Digo que siento respeto por ti Margarita. Eso no tiene nada que
ver con lo que hay entre Óscar y yo. Ése es otro tema que supongo, tú
casi lo has dicho, es para otro día no para hoy.
-Debería tener que ver- insiste Bruno ya sintiéndose más
inmiscuido en la conversación. Se entrega con más confianza al sentir al
maricón atrapado con lo que supone su impecable razonar, uno que, está
seguro, está fuera del repertorio de Adolfo para enfrentarse a la vida, y
por eso, le parece muy claro, está dónde está el pobre infeliz, y él al otro
lado más en paz y encerrándolo.
-Ya te digo que no sabía de su existencia. Si Óscar me hubiera
dicho algo quizás sí, pero él no la tenía para nada en su mente cuando
nos juntamos esta noche.
-Eso tú no lo sabes- le dice Óscar serio pareciéndole muy justo y
necesario y seguro no significando esto una traición a Adolfo, actitud en
la cual está muy atento no caer, al aclararle que es más bien su cuerpo el
que estuvo a su disposición y no su mente. Un universo, intrincado y
todo, pero reservado para otros, quizás para Margarita, pero no para él y
eso sabe, y espera que ahora Adolfo se dé cuenta, es algo siempre crucial
en su proceder.
-Sí me doy cuenta de que no he sabido bien nunca lo que tienes en
tu mente- le dice Adolfo a Óscar con un controlado tono de reproche
pues a pesar de la molestia que siente por sus palabras no puede dejar de
notar que hay otros alrededor y por lo tanto cualquier conversación íntima
le parece debería estar descartada. Actitud que le parecería más clara
sino fuera por el hecho que ésta para él, perversa velada, la maneja Sonia,
una puta, ha descubierto poco a poco, con ganas de alimentarse justamente
de sus diálogos íntimos como si ella al final sólo fuera una sucia voyerista
o algo por el estilo, cree descubrir Adolfo. Una que se exita con ver y
escuchar la lencería del alma de los presentes.
-Me huele a divorcio- le murmura Bruno a Augusto ejercitando
con gusto una ironía gruesa que le satisface ejercer y no es primera vez
que ejecuta con su amigo frente a situaciones menos complicadas a ésta.
-Sería tan agradable que hablaras para todos- le sugiere Adolfo
sonriendo pero sintiendo interiormente bastante rabia con éste macho
que se las cree saber todas, protegido por una roñosa lógica que realmente
espera esta noche la vea inundada por la otra parte de la vida que él
conoce y practica y que es la pasión sino la única fuente de verdadera
felicidad, la más importante. Y nota también la siente fuerte este hombrón
pero la encauza en pura violencia y no en amor, la verdadera vocación
de esta fuerza vital.
-Le hablaba a mi amigo- aclara serio Bruno conteniendo menos
la rabia que le está dando el para él subhumano tipo al cual cada vez le
están dando ganas de resumir todo lo que siente por él con un buen golpe,
acción que siempre ha preferido antes a un diálogo el cual como está
notando no conduce para su gusto a ningún lado.
-Estamos conversando todos- advierte Sonia tratando de regular
algo que siente cada vez más se le escapa de las manos, hecho que no le
incomoda tanto sino fuera porque descubre la atrapa a ella físicamente
más de lo que le gustaría que lo hiciera con ellos.
-Si es así quisiéramos escuchar lo que opinas tú- le dice Margarita
a Sonia intentando con estas palabras, no simulando teñírselas de desafío,
ver si asume su supuestamente autoasignado rol de jueza. Le parece ha
estado sólo al margen y desde éste ha pretendido que los demás presentes
se metan al ruedo, una actitud le parece para su gusto, así cómo va, camina
al fracaso del plan que aparentemente ha trazado.
-Sí, buena idea- dice Augusto- no me gusta tu rol de animadora
de noche de gigantes. Comprométete.
-Yo cumplí con unirlos a conversar de algo que me parece súper
importante para todos ustedes. A mí me da lo mismo lo sano o insano de
sus relaciones. Sobre todo las de Óscar- les dice a todos envolviéndose
de seguridad con sus propias palabras, pero en el fondo sintiendo la
situación insostenible.
-Y por qué no te vas entonces- le dice Bruno molesto con una
inconsciencia que le demuestra Sonia. No puede creer cómo no lo
entiende: su plan se le quiebra sino se integra ella a la hoguera en que se
calientan todos. Para felicidad de ella pues parece por ahí iba su plan,
pero quedaría mutilado cree, sobre todo ante las miradas de ellos sino,
como dice Augusto ella no se compromete. Él, piensa, por lo menos, ya
está muy pero muy molesto con el ejército de capitanes Araya con los
cuales se encuentra a cada rato en la calle, en su trabajo, en su casa, y
lamentaría mucho, se permite confesar, que Sonia por aunque puta, viendo
su trabajo para llegar hasta este momento, algo sintiendo levemente es
motivo de admiración, no se siga arriesgando hasta el final del camino
por ella mism trazado para ser recorrido por todos. Supone un asunto de
confianza es el que está en juego.
-Me voy tranquila sabiendo que ustedes se quedan conversando-
dice Sonia anhelando le digan que lo van a hacer y así se libere de una
circunstancia que ella misma ha armado, pero ya no le gustaría seguir
viviendo.
-Y tú ¿Qué te has creído con darnos esta gran oportunidad?-
pregunta Bruno- Acaso crees que necesitábamos a una puta para que nos
pusiéramos a conversar. Sabrás que esto es algo que nos nace
naturalmente- dice mirando a Augusto y de reojo a Óscar esperando lo
apoyen.
-Igual Margarita me necesitó a mí para asumir y conversar del
tema del mariconeo de su pololo. Sin mí ella y Óscar nunca hubieran
conversado el tema de Adolfo. Sin mí ni Augusto ni tú hubieran cachado
ciertas costumbres de su amigo, un desconocido a pesar de su larga y
gran amistad- dice Sonia sintiendo ha avanzado un par de pasos fuera de
la encerrona en que se sentía tan sólo hace unos instantes.
-Igual tarde o temprano hubiera tratado el tema. Justamente esta
noche los andaba buscando- aclara Óscar sin creer mucho en lo que dice.
-Seguro hubiera sido más tarde que temprano- dice Sonia
volviendo a sentir escaparse de la encrucijada ahogándola y sintiendo
pasa a dominar nuevamente la situación.
-Eso tú no lo sabes- le dice Margarita molesta con la actitud
altanera de Sonia no sabiendo de a dónde la ha sacado, pero teniendo la
sensación de que algo de razón tiene.
-Lo sé bien. Ustedes los de la clase media viven de puras
apariencias toda su vida.
-Ah el asunto va por el resentimiento social- dice Augusto contento
porque cree haber descubierto un hilo de la madeja. Lo siente utilísimo
para configurarse las motivaciones de la chiquilla. Operación que le
resulta esencial para estar cómodo en la situación. Algo así, recuerda, se
necesita en todo juego: saber las reglas, porque después de todo el
momento que está pasando, para él al final, alcanza a admitir bebiéndose
al seco el resto de cerveza que le queda en el vaso y extendiéndolo para
que se lo llenen, es sólo un juego. Para bien o para mal, piensa, es la
única manera que le otorga su alma para comprometerse con las gentes y
situaciones de la vida. Y a su edad, admite, ya no tiene otra opción y le
sería inútil ensayar otra.
Margarita, sirviéndole cerveza no sólo a Augusto sino que a todos,
por su parte no puede evitar admitir nuevamente estar de acuerdo con la
prostituta. Ella misma ha llegado a la misma conclusión y parte de sus
anhelos con su vida y la de los que quiere va por vivir una vida más en la
verdad.
Le basta para reafirmar su concordancia con Sonia recordar a sus
padres los cuales efectivamente, Margarita no lo había visto por el asunto
social, pero le parece es lo mismo, han llevado desde siempre una relación
humana entre ellos basada en la pura apariencia. Sobrevolando no sin
gran habilidad la verdad de sus sentimientos sin siquiera tocarlos, y cuando
una de sus alas topa y levanta tierra es ese mismo polvo el material para
enceguecerse voluntariamente a fin de no ver la verdadera superficie de
las cosas y seguir adelante dándole con la función.
Todos se quedan callados con los vasos llenos y con ese silencio
queriéndolo o no le conceden a la puta su no despreciable cuota de razón
o quizás no tienen los argumentos para rebatirle.
Sonia observa cómo en silencio los demás estiran la mano hacia
el plato para sacar lo que más le gusta de la pichanga.
A excepción de Augusto ya sintiendo a toda costa la necesidad
de curarse hasta el borde, todos tienen el secreto anhelo de contrarrestar
el alcohol ingerido, pero a medida que éste les inunda sienten los relaja
más y suelta con malicia sus lenguas y por lo tanto sus almas.
Todos se perciben quedando cada vez más a disposición de un
plan en un principio de Sonia, pero que al final parece sobrepasarla y ya
lo notan es mucho más una jugarreta de la vida, con la cual hay que estar
atento. Una con la cual hay que tomar precauciones para no salir tan mal
parados como ya le pasó un poco a Adolfo y Óscar. La idea era, suponen
todos, que los cuestionados sean sólo ellos dos, no otros, y para evitar
eso piensan hay que ponerse atentos.
-¿Bailemos?- propone Augusto ya mareado y una vez más
sintiendo que una buena fiesta borra cualquier polémica y pesadumbre.
-¿Estás loco?- le pregunta Bruno mirando a su amigo y
descubriendo que ya tiene los ojos brillantes y raros, señal indicándole
inevitablemente un grado de borrachera en progreso con resultados que
a pesar de los años llevados juntos con similares circunstancias le parecen
insospechados y preocupantes. Además Bruno, considerando los años
compartidos, se extraña de que Augusto aún continúe con esa misma
actitud sostenida desde los primeros lejanos días en que se conocieron y
en donde Óscar era también parte del paisaje. Bruno nota ha cambiado y
aunque nunca sintió la necesidad de tomar tanto, nota hace tiempo ha
preferido la tibieza de su cama antes de la medianoche bohemia. Óscar
vaya sí que ha cambiado, se dice. Los otros amigos seguro están
durmiendo en sus casas con sus esposas, pero Augusto ha insistido en
sólo parecerse a sí mismo durante todo este tiempo.
-No me tinca esto para fiesta- dice Adolfo desechando
inmediatamente la posibilidad de divertirse después de todo lo sucedido
y más encima con una concurrencia tan diferente a la que está
acostumbrado a disfrutar en una fiesta.
-No me parece mala idea- dice entusiasmado Óscar creyendo ver
en la idea de su amigo una manera de relacionarse con él a la manera que
estaban acostumbrados, un volver un poco al estado de las cosas antes
de los desagradables incidentes anteriores, y además una oportunidad de
resolver toda la pesadumbre de la conversación con algo tan democrático
y despreocupado como un baile. Otra manera para relacionarse con todos
los presentes más feliz y despreocupada. Una opción de manifestarle a
Augusto su entusiasmo a pesar de todo incólume por hacer las paces
aceptando sus locas ideas.
-Todavía no estamos tan viejos para hundirnos en la depresión-
argumenta Augusto fascinado con la posibilidad de su propia idea, una
que tiña de locura algo tan árido y para su gusto olvidable como todas las
seriedades en que se había inmiscuido hasta ahora, y que le parecían
cada vez más signos de vejez, algo que por ningún motivo él estaba
dispuesto a aceptar.
-Tengo unos de queici que pueden enloquecernos- ofrece Óscar
caminando hacia su equipo musical mostrando una cara de entusiasmo a
todos los que quisieran contagiarse.
-Que diga Sonia- propone seria Margarita viendo en la posibilidad
de terminar todo con un baile un desenlace insospechado no alcanzando
a descubrir si es la salida correcta o una totalmente descabellada - ella
organizó el encuentro.
-¿Qué dice mami?- pregunta Augusto sirviéndose más cerveza
pues siente su garganta insiste en no parar de sentir el frío amargo de más
y más líquido dorado.
-No güevees. Si quieren bailar háganlo- dice Sonia molesta
creyendo ver en la posibilidad ofrecida por Augusto un final para su plan
que ella no esperaba, ni tampoco, pensándolo bien, quiere. Siente que si
todo termina en los reunidos bailando será una tregua ridícula que se
mofa de los objetivos de su plan.
Ahora se confiiesa no haber sabido bien nunca cómo iba terminar
todo, pero de algo está segura, no era con todos bailando canciones de
queici.
-¿Y tú me concederías una pieza mami?- le pregunta Augusto
levantándose y extendiendo sus brazos flacos.
-Supongo que sí- dice Sonia sintiéndose derrotada, pero
entregándose a Augusto con temor a que una negativa lo ponga hostil y
ella sabe: ante eso no podría hacer nada más que responder con la misma
moneda y justamente quiere esta noche demostrar a todos los presentes
que es más civilizada y educada que cualquiera de los bajo este techo y
por lo tanto no puede más que con dignidad aceptar la invitación a bailar
y darse cuenta: su plan se le desfigura y enajena cada vez más.
-No te hagai la cartucha ahora hermanita, seguro a esta misma
hora en otro lugar le das firme a candombe- le insiste Augusto tirándola
de las manos y llevándola con ese gesto al centro de la habitación.
-Sí, pero cómo decírtelo... El horno no está para bollos- le murmura
entre dientes Sonia en un último intento de hacerlo desistir de su ejercicio
de liderazgo atentando con el suyo que había pretendido ejercer.
-Eso es lo que dices tú, pero mira a la concurrencia como se le
mueven los pies ahora que Albertito ha puesto a queici an de sanchain
ban ¿No es de tu gusto? ¿Ponemos algo más actual? ¿ Los Tres? ¿Los
Tetas? No sé. Pide y se concederá ¿Cierto Óscar?
-Cierto- le dice Óscar junto al equipo musical y bajo él muchos
casets desperdigados. Allí se descubre más cómodo, casi feliz de nuevo
en conexión directa con su amigo Augusto. Le parece estar como en los
mejores días cuando hacían una dupla terrible para acorralar gentes y
improvisar un show del cual los otros eran las víctimas elegidas, estrellas
obligadas, y con ese juego hacían que todos se divirtieran, incluso los
forzados centros de mesa expuestos al ridículo del cual no tardaba el
mismo Óscar unirse. Para satisfacción principalmente de la concurrencia,
pero también por la propia, retroalimentándolo poderosamente sintiendo
las risas de todos. Con aquella supuesta grave exposición, la cual a Óscar
ni mella le hacía porque tenía a pesar de lo que pensaran algo así como
un seguro. Uno todavía sin saber cómo explicar bien después de un buen
tiempo de no sentir la oportunidad de realizar. Uno que ante cualquier
ridículo ejercido voluntariamente no le hacía ni el más leve daño, es
más, lo ponía al centro de la fiesta, desplazando a las víctimas aliviadas
a un segundo plano equilibrándose entre el ingenio y la alta ingestión de
alcohol. Recuerda que eran los felices tiempos de la u, locos momentos
de desenfreno. Y nunca se había curado Óscar tanto, lo sabía él y ni
siquiera lo sospechaban hasta ahora Bruno y Augusto como para traspasar
el límite y mostrarse tal cual era: un homosexual con ganas de
demostrárselo a quien quisiera verlo. Incluso llegaba a la pantomima
que tanto deleitaba a todos con ciertas estereotipadas conductas mariconas
que nunca pudieron descubrirlas como nada más que divertimentos, y en
realidad recuerda Óscar, no eran más que eso, porque lo que actuaba
eran burdas y vacías cáscaras de homosexualismo, al final nada en
comparación con los verdaderos movimientos de ese tipo que solía hacer
muy lejos de esos instantes. Pero para la simple vista de los presentes
eran suficiente motivo de carcajada como para darse el trabajo de analizar
más allá. Buenos tiempos ya idos, pero acercándose un poco ahora, siente
Óscar, aunque no tanto como para siquiera pensar el güeviar un poco
con la de fleto porque el público concurrente ya sabe demasiado y no es
tan inocente como hace siete años atrás.
Ni siquiera, piensa, como para pedirle un estriptís a Sonia porque
como ella misma dijo: el horno ya no está para bollos. Y ya Adolfo y él
ya hicieron uno que le parece será difícil de superar. Igual la música y el
espíritu de la cerveza es lo suficientemente poderoso como para hacer
que Bruno saque a bailar a Margarita. Adolfo casi obligue a Sonia a
zafarse de las manos de Augusto y se ponga bailar con él, atrapado por el
ritmo y por lo tanto olvidando que sus noches de baile y jarana son tan
diferentes a estos, pero con la seguridad de parecer que el nombre de la
noche ésta es locura, y por lo tanto nada pierde con dejarse llevar.
Óscar deja correr el caset y se acerca a Augusto apropiado de una
botella completa de cerveza proponiéndosela beberla solo ahí sentado
donde está sin intentar mover siquiera un músculo después del desaire
que le hizo Sonia, sin poder creer, ayudado por su conciencia y
perjudicado por la confusión líquida que siente la cerveza ingerida le
anega su raciocinio, actitud de una puta que no debería tener ínfulas de
otra cosa que no fuera su ramera naturaleza.
-Sírveme un poco- le dice Óscar pasándole su vaso vacío en un
acto pensado para medir el grado de perjuicio que toda la jornada centrada
en el descubrimiento a mansalva de su homosexualismo ha producido en
su amigo.
Augusto lo mira serio fijamente y le sirve.
-Hay pisco y cocacola en el refrigerador por si acaso- le dice
Óscar sonriéndole amistoso.
-Muy bien, amigo, quien quiera que seas- le contesta Augusto
con la intención de que perciba el estado en que ha quedado él frente a
los acontecimientos sucedidos esa noche. Le gustaría ser más directo,
pero no puede hacer más que manifestarle sus sentimientos de esa manera.
Su naturaleza no le permite más a pesar del relajo del alcohol.
-Sabes bien que soy tu amigo, tu hermano Óscar- le dice serio
Óscar.
-Déjame de a poco acostumbrarme a la idea, compadre ¿Ya?- le
dice Augusto bebiéndose al seco el vaso de cerveza recién llenado después
llenar el de Óscar.
-¿Tanto te cuesta reconocerme?- le pregunta Óscar.
Ambos miran a los demás como bailan casi, dirían, poseídos
por el ritmo y olvidando poco a poco el motivo por el cual están ahí.
Seguro, piensan ambos, ya es claro ni les importa con tal de vestir
a lo poco que queda de la noche con una túnica mostrándola como normal,
como cualquiera entre muchas otras noches iguales.
-Están prisioneros del yitmo- dice Augusto soltando una risotada
que Óscar reconoce como la usual y le cree atribuir a ese gesto, por
cierto tosco, una manera de decirle: todo es como ha sido siempre.
-Sí, parece que quieren olvidarse del peso de esta noche- le dice
Óscar aún serio, pero más tranquilo a notar en su amigo una conducta
normal y no distinta.
-Son todos iguales. Míralos como tratan de sacudirse esta noche
diferente bamboleándose- le dice Augusto- Hasta la empeñosa Sonia se
deja llevar por la inconsciencia de los timbales locos. Tú y yo Óscar,
otra vez somos los únicos despiertos en esta fiebre.
-Me reconociste- le dice Óscar iluminando su rostro dejándose
invadir por la felicidad.
-Cuesta hacerlo, pero igual he dado contigo. Bienvenido- le dice
y lo abraza fuerte lo más que le permite su conciencia anegada por la
cerveza y una sensación de haber perdido el fuerte control que creía
tener sobre su amigo y al final, puede darse cuenta muy bien, no era más
que un engaño y Óscar ha hecho su propia torcida vida engañando a
todos y principalmente a él.
-Gracias, hermano. Te andaba buscando para contarte todo- le
dice Óscar lleno de gozo por sentir la ansiada etapa nueva en su relación,
creyendo ya se inicia.
-Ya me encontraste. Dímelo- le dice serio Augusto casi en tono
de desafío desde la silla sintiéndose algo así como un monarca y Óscar,
arrodillado en el suelo bajo él a la altura de su vientre, vuelve humilde a
su corte.
-Soy maricón- le dice serio Óscar mirándolo a los ojos.
-No digas. Es una terrible sorpresa ¿Qué vamos a hacer?- le
contesta Augusto con su usual ironía de la cual sabe ya está demasiado
viejo como para zafársela aunque le haga daño al mejor amigo que creyó
tener, pero sabe es su único mejor bálsamo para suavizar los duros
constantes golpes de la vida de los cuales el pastelito de Óscar ha sido el
más duro de hace años.
-No sé tú, pero yo tengo un rollo en la cabeza con eso de este
volado- le explica Óscar.
-Supongo que es más problema para ti que para mí- le dice Augusto
girando hacia un lado, inclinándose, tomando la botella de cerveza y
vaciándola de manera que no haga espuma en su vaso.
-Así es. Pero igual es reconfortante que igual me reconozcas- le
dice Óscar poniéndose de pie porque le da no sabe qué sensación de que
arrodillado como estaba hacía mal de presentarse a su amigo, que después
de todo, pese a todo era su igual. Tampoco se le hacía apropiada la
posición otras veces recuerda la misma de una ceremonia sexual.
-Cada vez más. En fin, no somos nada- le dice también poniéndose
de pie porque le incomoda estar mirando hacia abajo a Óscar en una
posición pareciéndole poco cómoda en vista del tema actual.
-Hasta te podría decir que es un estado- le explica Óscar con las
manos en la cintura sintiéndose, apoyado por ese gesto, seguro en su
derecho a explorar las más peligrosas orillas de su existencia.
-Con esa mina que es Margarita, seguro debería ser un estado.
Así cualquiera se convierte. Entre ella y el Adolfo me parece para mi
gusto que no hay dónde perderse- le dice Augusto bebiendo lentamente
de su vaso sin dejar de mirarlo y sintiendo fuerte una decepción por la
conducta de su amigo que hasta ahora no había tenido la oportunidad de
asumir.
-Para mí la cosa no es de gustos sino que de tendencia- le dice
Óscar también bebiendo de su vaso sin despegar la vista de los ojos de
su amigo buscándole en ellos una luz indicándole entendimiento de la
brutal búsqueda en la cual se ha metido a costa de poner en peligro,
siente, por ejemplo la amistad que los une.
-Eso no te lo entiendo- le dice Augusto mirando hacia donde bailan
los demás molesto con su amigo pareciendo pretender hacer de su
perversión un camino de perfección, algo que Augusto no se puede
permitir aceptar por mucho que estime a Óscar. Hay límites, le gustaría
decirle, pero cree no es su misión hacérselo saber siendo que debería
haber sido otro, su madre quizás, quien se lo hubiera dicho, y ya hace
tiempo.
-Es algo en que no interviene todavía la voluntad- le explica Óscar
buscándole la mirada evasiva de Augusto, notando así que él no puede
comprender a cabalidad lo que le ha significado el caminar por donde lo
ha hecho por la pura necesidad de encontrar la verdad de su vida. Empieza
a sentir levemente que él es más valiente que Augusto y eso lo sorprende,
pero al mismo tiempo lo llena de orgullo, uno que no había pensado para
nada sentir esta noche. Le viene con gran velocidad a la memoria la
actitud de Margarita y el huevo del reloj Turri como una sola imagen de
lo cercano que ha llegado a estar del objetivo de su búsqueda.
-Deberías intentar ponerla en juego, seguro te ayuda- le dice su
amigo mirando su vaso y haciéndolo chocar con el suyo a modo de salud
y despedida del diálogo llegado a sectores que para él gusto de Augusto
no son de su competencia y tampoco de su compresión.
-¿Me quieres como amigo más heterosexual que homosexual?- le
pregunta Óscar sin lograr dar de nuevo con su mirada vagando por la
habitación como si buscara algo, notándole así una voluntaria distracción
y desinterés en las explicaciones de por qué ha tropezado y para qué se
ha expuesto a ello. Algo que hasta hoy no tenía claro pero al ver a Augusto
nervioso mirando de un lado a otro su habitación huyendo de cualquier
tipo de enlace le parece como un amanecer después de años de noche.
-Supongo que sí. Es como te conocí- le dice Augusto mirándolo
fijamente a los ojos más con rabia que con ganas de manifestarle algún
grado de comprensión.
-Me conociste homosexual, incluso me llegaste a gustar harto- le
dice Óscar sabiendo que lo dicho le va a molestar y justamente lo hace
con ese propósito.
-Ni se te ocurra volver a mencionar eso que te dejo hablando
solo- le dice Augusto serio dejando le rodee una atmósfera de violencia
contenida no sabe por cuánto tiempo.
-No te preocupes, ya no pasa nada, no eres mi tipo- le dice Óscar
girando y dándole la espalda con ganas de ir donde Margarita y escuchar
lo seguro bueno que tiene que decirle.
-Si es chiste te advierto que no me da nada más que náuseas- le
dice Augusto girándolo con violencia para que lo mire. Ya no resiste el
contener la rabia de verlo tan distinto.
-¿Se hubiera solucionado algo diciéndolo antes?- le pregunta
Óscar sonriéndole con ironía.
-No. Creo que no hubiéramos sido ni amigos. Ahora ya no hay
nada que hacer, eres mi amigo, casi mi hermano irremediablemente- le
dice Augusto sintiéndose arrepentido de su arrebato haciéndole sentirse
más incómodo que dueño de la situación como ha pretendido desde que
llegó, pero no acaba de lograrlo y nota anegado de cerveza no mejor lo
logra sino resulta peor.
-Suena bien. Disculpa, va a terminar el caset. Les pondré roc latino-
le dice a su amigo con en realidad la intención de darle un pretexto para
alejarse de él y terminar así la conversación sabiéndole más amarga que
la cerveza ingerida.
Como para quitarse el sabor dejado por la conversación alcanza
un cubo de queso, el último en el plato de pichanga. Va hasta el equipo,
cambia de caset y los temas que siguen son los de soda, sumo, los
prisioneros y Charly García.
Y nota reintegran, sobre todo con éste último intérprete, a los
bailarines con una renovada fiebre por el ritmo resultándoles, piensa
Óscar, más hechizante aún.
-Míralos como sólo quieren diversión- le dice Augusto a Óscar
estirándole una mano para abrazarlo- menos Margarita a cada rato
mirando hacia acá. Si me quisiera inmiscuir en tu intimidad para volverte
más normal, más parecido a la imagen que me había hecho de ti,
propiciada por ti mismo en todo caso, te diría ahora que antes de amanecer
me voy a comer a la Margarita que la veo está muy, pero muy rica.
-Igual es mi polola- le dice Óscar evitando acercarse lo suficiente
como para que el brazo de Augusto lo alcance para así manifestarle su
malestar por lo amenazado.
-Por eso te digo que es un supuesto que no voy a realizar. Celoso.
Sabrás que el amor se basa en la seguridad y los celos en lo contrario.
Aprende. Reinstrúyete en las artes correctas del amor, hermano. Adolfo
es un tipo muy feo, la rica es la Margarita, sino fuera tuya, hermano, si no
fuera tuya la haría mía. Así es que decídete. A mí Adolfo no me interesa,
si lo eliges me voy con la Margarita que, perdona nuevamente, está muy
rica.
-Y sabe cosas- piensa en voz alta Óscar recordando el asunto del
huevo del reloj Turri.
-¿Cosas?- pregunta interesado Augusto.
-Dice que el reloj Turri ¿Te has dado cuenta que tiene un huevo
arriba?
-Sí.
-Pues dice que ése es un faro que guiará a los perdidos de esta
intrincada ciudad.
-Me interesa.
-Y quien la ame tendrá también el huevo.
-¿Me la estás ofreciendo, hermanito?
-No. Te la estoy explicando.
-Pareciera que me la estuvieras ofreciendo.
Margarita atenta a la conversación de los dos amigos se acerca a
ambos.
-Es cierto, a quien elija me tendrá y también al huevo.
-Tiene poderes- insiste Óscar tomando la mano de Margarita y
temiendo ser rechazado.
-Tiene poderes- apoya Margarita dejándose distraída tomar la
mano- yo lo he descubierto.
-Vamos a verlo- grita entusiasmado Augusto poniéndose de pie.
Sale del dormitorio y va al refrigerador, lo abre, ubica la botella de pisco,
la de cocacola. Abre la bebida y vuelve con ella a donde los bailarines,
toma sus vasos vacíos y se los llena del líquido negro. Examina la
botella de plástico, le parece lo suficientemente vacía como para volver
a la cocina y completarla con pisco. Prueba la mezcla, la siente muy
satisfactoria y retorna al dormitorio. Se acerca al equipo y aprieta estop.
-Ha llegado el momento culminante de este encuentro hermanos,
el momento decisivo y concluyente. Bruno, ve a calentar el motor del
auto. La reunión se dirige al reloj Turri ahora.
-¿Ahora?-pregunta Bruno sin dejar de bailar Persiana Americana.
-Ahora- confirma Augusto.
-¿Al reloj Turri?- pregunta entusiasmada Margarita.
-Sí mija.
-Allí empecé todo con Óscar- dice Sonia mirando a Margarita.
-Y por lo tanto allí se cierra el círculo- dice Augusto- ¿O no
hermana?
-Sí- admite Sonia comprendiendo. Ya los acontecimientos están
completamente fuera de su control y más aún parecen comenzar a
extinguirse lentamente diluidos por el alcohol y el amanecer.
No se siente segura de estar satisfecha con lo logrado durante
esta noche, si bien ahora todos ven diferente a Óscar a ella le parece
haber esperado otra cosa mayor no sabiendo bien qué, pero sin duda sin
ocurrir aún, pareciéndole difícil que suceda en lo poco restante de la
noche y de estar todos juntos.
No puede evitar percibir la potencia casi sin esfuerzo de Augusto
principalmente, pero también emanando de los demás, a las finales
diluyéndole todo liderazgo a medida que avanzaba la noche.
Está llegando a pensar que tal giro de las situaciones iniciales es
otra manera de manifestarse la fatalidad siempre sobre ella. Y ya puede
comprobar no se saca de ninguna forma, ni aun con la más audaz de sus
movidas quizás de toda su vida. Aquella raza o clase social a la cual
pertenecen todos los presentes, excepto ella por supuesto, pese a que
para ella y para muchos seguramente a simple vista parecía nada les
unía, salvo una indocumentada relación, al final descubre tienen una fuerza
invisible pese a sus roces internos: homosexualismo, infidelidad,
incomprensión, machismo, alcoholismo, al final son todos una sola barra
de duro material resistiendo a la hora de enfrentarse con una especie
foránea: ella misma esta noche.
Es completamente impermeable y ejerce esa como herencia de
dominio sobre la casta inferior: ella, y no le dan entrada alguna ni opción
ni siquiera de hacer leve mella.
Seguro es, piensa despechada, una venganza de lo hecho a ellos
mismos por las clases sociales superiores las cuales tampoco le hacen
fácil el escalamiento, aunque Sonia cree que tal ascenso es más fácil al
pretendido por ella.
Y descubre con dolor: si ellos se resisten a ser vulnerables, menos
pueden admitir la inclusión fácil de alguien de afuera. Poco a poco
descubre que lo al final pretendido con esta aparente venganza es ofrecer
como carta de inclusión a esta apestosa clase media, representada por
estos no mayores de treinta, el engaño al que uno de ellos la ha vilmente
sometido.
Lo intentado por Sonia esta noche, no habiéndolo aclarado antes,
más porque ni ella misma sabía lo buscado, era mostrarles una manzana
podrida en su bonito cajón: Óscar. Conminarlos a lanzarla fuera y en su
lugar la pusieran a ella, más merecedora de ese lugar.
Ahora recién siente la fuerza, las inmensas ganas de que aceptaran
el trueque.
Pero nada de eso había ocurrido y ya sabe bien: no va a ocurrir ni
esta noche ni nunca más.
Se da cuenta de que su plan, consciente o no, era al final pura
ilusión, y todo, por lo menos para ella, sabe seguirá tal y como un mugroso
destino había decidido quién sabe cuándo sin por supuesto consultarle a
ella.
La ley de la vida, se dice pensando en que en unas pocas horas
más irá arrastrando sus jóvenes pies fracasados entre la niebla mañanera,
entre los cerros subiendo y subiendo para luego bajar y bajar hacia sus
intestinos, donde el único horizonte es una muralla de tierra, barro, basura
y aguas servidas.
Ya no podrá negar su condición de habitante del puerto sin derecho
a vista al mar. A los intestinos de los cerros llegará donde está esa
mediagua tan odiada por lo que es por fuera y por lo que es por dentro.
Allí su padrastro resacoso estará pidiéndole la plata suponiendo trajo
como es su deber. Querrá escuchar y ver cómo se la habían metido en la
noche y si acaso no quedaba algo para él.
Y ella para evitar escándalo y golpes, sabiendo no hay ya
esperanza para ella, ejerce esa prostitución gratuita con el padrastro
pensando: ya es algo así como mi amante aún desde antes de la muerte
de mamá, lo único heredado para mí por la pobre, dice entre dientes casi
sonriendo por el podrido chiste.
A la noche todo volverá a ser igual que siempre, aunque peor,
ahora se da cuenta, porque ya una puerta grande e importante, quizás la
única, se le cerró en sus narices demostrándole que para ella no hay más
lugar que el suyo.
Recuerda: en la escuela antes de echarla el mismo Óscar o quizás
otro profesor le había dicho lo que le parece la más grande mentira que
se le puede decir a una chiquilla pobre: Con esfuerzo puedes superarte.
En esta noche, en este mundo, con ellos, nunca.

-Pues entonces ¿Qué esperamos?- pregunta Augusto.


-Pásate el caset de roc latino. Lo vamos a poner en la radio de mi
auto- dice Bruno- después que se acabe pongo los míos- amenaza.
-Hay que apurarse, vamos en contra del amanecer. A ver quién
gana, él o nosotros. Combustible llevamos- dice Augusto levantando el
envase de plástico con piscola pálida.

Bruno estaciona su auto justo al frente del reloj Turri. Las calles,
la ciudad, el cielo le parecen cada vez más claros, pero la niebla todavía
sin ceder nota evita la intromisión del sol.
Sonia sale primero y observa cómo salen uno a uno del chevet los
reunidos por su venganza sintiéndola cada vez más debilitada, descubierta
y también fracasada como opción de salida para su vida de puta. Es una
ilusión acabando, se da cuenta, licuada por el envase de plástico pasando
de boca en boca cuyo contenido ha preparado Augusto. No sólo ve tal y
como habían dicho en la casa de Óscar hace un rato, el círculo cerrándose,
sobre todo para ella, sino lo siente claramente viendo el sector exacto en
que vio por primera vez a su exprofesor desde que la echaron de la escuela.
Todo vuelve a su origen, piensa, y peor que antes, lamenta.
-¿Ya y ahora qué?- pregunta Margarita entusiasmada con la
respuesta preparada por Augusto suponiéndola relacionada con lo sobre
ellos por ella adorado.
-Fácil ¿No lo adivinan?- dice Augusto mirando a todos con una
cara creyéndola de alta picardía.
-No, sinceramente no- confiesa Bruno con más sueño que
curiosidad.
-Simple. Los que quieran para sí a Margarita deberán ir por el
huevo y ofrecérselo a sus pies. Ese simple acto significará que ella es de
quien complete la misión.
-¿Te volviste loco?- pregunta Bruno tirándolo de la manga y
decidiendo es el momento más apropiado para irse a su casa a dormir a
ver si despierta, lo duda, en tres horas más y se integra a las grabaciones.
-Los ratones que deseen a Margarita, pero no se atrevan a realizar
el desafío se pueden quedar mirando. Sonia, el círculo se cerró para ti.
Gracias y que te vaya bien.
-¿Qué quieres decir?- pregunta Sonia sabiéndose invadida por la
tristeza de comprender y realmente aceptar que lo dicho por Augusto
son palabras entendidas muy bien y consideradas inapelables. Una noche
más, se dice. Pero peor, piensa. Tuvo algo distinto, una puerta abierta
que la cerró ella o su destino de puta, para siempre. Se construyó un
recuerdo, una anécdota, pero no un cambio. Siente la insoportable
sensación de que nuevamente ha sido instrumento, hoy no del placer
sexual de otros cuya paga era papel moneda, sino que una venganza
suya, ahora arrebatada, cuyo pago era el saltar a una condición vital
distinta, pero ya no, el plan se cae rápidamente cayendo como agua entre
los dedos, se dice recordando vagamente una canción.
-Lo que escuchaste. Gracias y hasta luego. A no ser que quieras
quedarte a mirar para después contarle a tus colegas o clientes de esta sin
par aventura.
-Parece que asumiste la venganza- le dice Sonia comenzando a
retroceder para emprender la que le parece atroz pero inevitable partida.
Anhela eso sí conservar el aroma de este final de noche distinto, no a
semen sino que a algo leve, parecido a la esperanza a penas perdida para
poder llevársela y resucitarla alguna vez, otra noche. Siempre le queda
su eterna fe en un día mejor, pero otro día, ya no este.
-Sería venganza sino fuera por el simple hecho que yo también lo
intentaré. Salud- le dice Augusto a la espalda de Sonia perdiéndose en la
niebla.
-Estás borracho Augusto- le dice Bruno tirándolo nuevamente de
la manga y tratando de llevarlo al auto. Se siente dispuesto a dejarlo a su
casa si desiste de decir tonterías y beber de la botella de piscola.
-Sin duda. Pero igual el desafío está planteado. Estoy seguro que
también deseas a Margarita pero tu oscuro cuero no te da para tanto
¿Cierto?
-Por supuesto ¿Quieres que escalen el edificio hasta arriba? Es
una locura. No se puede. Se van a matar. Me niego a participar. Chao
Augusto, ya está bueno, estás yendo muy lejos. En un par de horas tengo
que ir a trabajar, chao a todos. Ya no es chistoso- dice y avanza poco
decidido y lentamente hasta su auto.
-Chao hermano, sigue con tu rutina. Por supuesto que voy muy
lejos, y ofrezco ese camino a los valientes.
-Me niego a ofrecerme a quien acepte el desafío ridículo de
Augusto- anuncia Margarita sintiéndose decepcionada por la frivolización
hecha de lo para ella sagrado fetiche.
-¿Escuchaste Augusto? Nadie te sigue- le dice Bruno.
-Tú vas fuera, me lo imaginaba. Sonia por supuesto también. Pero
mira a Óscar cómo mide con la mirada la torre, mira a Adolfo cómo
busca el huevo, obsérvame a mí cómo me arremango la camisa.
-Te estás pasando de la raya Augusto- le dice Bruno en lo que
considera el último intento de tratar de disuadirlo del desafío ridículo
que ha planteado y le parece adquiere visos de gran peligrosidad debido
al hecho que no puede evitar de notar con gran extrañeza el muy curioso
efecto casi hipnótico logrado en los dos pobres maricones, quienes
efectivamente parecen sólo esperar la orden de Augusto para intentar un
escalamiento por las aparentemente inexpugnables murallas del edificio
del reloj Turri.
A no ser que usen las muchas y altas ventanas como colaboradoras
del ascenso, considera Bruno muy calladamente temiendo que si lo
pensara con más fuerza pudieran escucharlo y se dieran cuenta de que
también él ha caído bajo el efecto hipnótico hasta ahora desconocido en
su amigo. Pero empieza a entender que más como algo propio de un
poder oculto de Augusto mejor es pensar que efectivamente, como dice
Margarita, ese huevo tiene poderes sobre los habitantes de Valparaíso
detectados por nadie salvo por la chiquilla.
-Justamente, piso la raya y avanzo. De eso se trata. Pero
tranquilo, Bruno. Tú debes seguir en el camino recto, aún cuando también
desearías ¿No es cierto que sí? que Margarita fuera tuya. Pero en fin, el
costo está allá arriba, uno que yo sabía no estabas dispuesto a pagar. Está
bien, tranquilo, es la política del libre mercado. Tranquilo, nos vemos,
espero. Más tarde yo te llamo, no me llames. Ya, vamos antes que el
obsceno sol aparezca, falta poco hermanos.
Óscar siente estar dispuesto desde siempre al peligroso desafío
de subir por ese falo de concreto en busca del huevo para Margarita
porque descubre en esa acción, si la realiza completamente, la posibilidad
y la autorización de dar vuelta definitivamente la página de su anterior
vida resquebrajada por el vacío y la maloliente torcedura de su conducta.

Lo planteado por Augusto es un acto de amor por Margarita y de


saneamiento espiritual para él.
Tan sólo esperaba la indicación de su deber por otro más sabio y
completo que él.
Última vez que necesitará el empuje de otro, se promete contento
porque sabe: después de lo del huevo del reloj Turri todo será para él
diferente.
Sugerencia de acción finalmente encontrada después de haberla
buscado sin éxito al principio de la noche y ahora al final de ésta se la da
así como así su buen amigo, del cual había sospechado injustamente
desde que se encontraron por fin bajo el auspicio de la loca Sonia, la
cual estaba de mala después de que lo sorprendió en su condición de
homosexual, asunto del cual también estaba seguro iba a cambiar si
aceptaba y lograba superar el desafío propuesto por Augusto. Óscar sentía
que todo iba a ser diferente, mejor de ahora en adelante.
Adolfo sabe que quien merece el transparente y diamantino amor
tan admirado en Margarita podría ser él si le depositara a sus pies el
famoso huevo del reloj Turri, y así recién ahora descubre que la actitud
tan rumoreada de Óscar: su bisexualidad, era ni más ni menos una
búsqueda de un amor verdadero, búsqueda y posibilidad ofrecida a él
ahora mismo y que admite y comprende completamente. Además se da
cuenta que como va el desafío no tiene nada para perder sino más bien
todo a ganar, porque si él es el que le trae el huevo a Margarita un amor
más verdadero que ninguno logrará, y si es Óscar quien triunfa, la
disyuntiva de con quién definitivamente se quedará su amante estará
esclarecida. Ya no habrá más para decir ante el peso mágico de la
ceremonia realizada.
Le parece casi la posibilidad de un matrimonio consagrado por
el edificio místico sobre ellos.
-Me voy- dice Margarita decepcionada por el giro de los
acontecimientos viendo desarrollarse frente a sus ojos y sospechando
con temor son más responsabilidad de su amado fetiche que de Augusto.
Al final sólo nefasto filtro de sus fuerzas- El huevo es vida, no muerte.
Ni tampoco locura.
-Te lo va a dejar el ganador a tu casa. Óscar, anota la dirección de
la chiquilla y si es necesario hácete un mapa.
Óscar busca entre sus ropas un lápiz. Saca un papel de la chaqueta
y Adolfo le pasa una lapicera.
Óscar se tira al suelo y comienza a escribir y luego a dibujar .
-Apúrate- dice Augusto- la batalla entre la niebla y el sol ya sabes
quién la está ganando.
-Toma- le dice Óscar poniéndose en pie pasándole la dirección y
el mapa a Augusto.
Éste lo toma lo examina unos segundos y luego lo deja a la vista
de todos.
-Aquí está para quien lo necesite.Vamos. Que gane el mejor.
-Óscar ¿Tú también?- le dice Margarita con los ojos llenos de
lágrimas porque se da cuenta que Augusto ha torcido el sueño el cual
ella se preocupó con tanta ternura de instalárselo en la cabeza de su
amado.
-Serás mía verdaderamente- le explica Óscar.
-Ya lo soy sin necesidad de lo que vas a hacer- le advierte Margarita
deseando que con esa aclaración Óscar se salga del enajenador influjo
que con espanto nota se ha apoderado completamente de él.
-Me sentiría tan orgulloso de poder darte el huevo- le dice
sonriendo Óscar sintiéndose como si fuera su hijo y le estuviera diciendo
que iba a ser abuela, es decir, trata de racionalizar el sentimiento, mientras
no puede evitar invadirse del recuerdo de aquella vez cuando a su
verdadera madre fue con el título de profesor.
Lo que pretende es romper el antiguo vínculo que los une para
volver a Margarita diferente y con ganas de relacionarse con ella de una
manera nueva y más poderosa .
Para nacer hay que destruir un mundo, recuerda .
-Te prefiero acá con los pies sobre la tierra con tus hermosas
manos vacías- le suplica Margarita notando con terror el influjo de
Augusto o del mismo huevo del reloj Turri sobrepasando el por ella
ejercido sobre él.
-No. Yo quiero darte de una vez por todas lo que es tuyo. ¿No
entiendes?
-Claro que no entiendo porque no te lo he pedido. Al final esta
locura que pretendes es más importante para ti que para mí. Te acepto lo
de Adolfo, pero esto no te lo acepto. Si osas intentar lo que te propone el
demente de Augusto yo ya no te quiero más.
-Ya verás cómo cambias de opinión cuando regrese con el huevo.
-Valparaíso se verá aún más maravilloso desde allá arriba. Carguen
baterías muchachos- dice Augusto y hace correr el casi vacío y liviano
envase de piscola pálida por entre las manos y bocas de Adolfo y Óscar
alucinados con la definitiva competencia en que se han fascinado en
participar.
Luego cada uno en esquinas diferentes, Óscar por la izquierda y
Adolfo por la derecha, comienzan a subir, antes ambos, como si se
hubieran puesto de acuerdo, piensa Bruno observándolos desde su auto,
se escupen las manos como si fueran a hacer un hoyo en la tierra, se
imagina Sonia mirando de reojo desde la calle del frente y haciendo un
puchero como si fuera la niñita castigada por su grupo de compañeros de
juego.
-¿Y tú Augusto? ¿Cuándo partes?- le pregunta Margarita extrañada
por la posición relajada que le ve apoyado en el borde de la plazoleta
entre el pasillo y el edificio.
-La carrera es para maricones, a ver si se matan- le dice Augusto
guiñándole un ojo y mirando hacia arriba como Óscar y Adolfo, nota
que con dificultad pero igual avanzando, suben y suben- No para mí.
Estaré borracho pero no güeón como para ir a buscar allá tan arriba un
huevo que veo bastante improbable puedan traértelo a tus pies sin antes
matarse, bella dama. Muy rica serás pero yo, como te digo, ni güeón-
luego mira a Bruno que con dureza le contesta la mirada - ¿Cierto Negro
que hay cosas que no se pueden hacer?
-Chao- sólo le dice Bruno. Cierra la puerta de su auto, lo enciende
y parte perdiéndose por Esmeralda.
Margarita mira hacia donde está Sonia con ganas de pedirle una
ayuda desesperada sin saber en qué podría consistir, pero ella ya se ha
ido. Vuelve hacia donde está Augusto para suplicarle los detenga pero él
ha desaparecido y cree verlo ya lejos marchar con las manos en los
bolsillos rumbo a la estación Puerto por Cochrane.
No se le ocurre en mitad de la desesperación ahogándola más que
gritarle a Óscar.
Él se da cuenta del llamado. Ya está bastante arriba, a la misma
altura de Adolfo.
Óscar gira su mirada hacia abajo, igual lo hace quien ya considera
su ex-amante, y en vez de poner atención en dónde pone su mano para
afirmarse y no caer, prefiere observar desde una perspectiva
descubriéndola incomparable. Siente un gran alivio pues ve desde allí
cómo retrocede finalmente la niebla aniquilada por la resolana del
amanecer penetrando por entre unas nubes negras de lluvia acercándose
desde el muelle Prat. Sabe que amenazan descargarse esa misma tarde
de sábado sobre la ciudad y las gentes de Valparaíso. Por último ve allá
abajo a Margarita quien le parece lo saluda con las manos levantadas,
tan linda ella piensa, deseando estar pronto de nuevo entre sus brazos, en
la superficie de la ciudad y no acá tan arriba lejos separado por la niebla
que se va.

Invierno de 1996- Otoño de 2001


Viene de la solapa anterior
El Expreso de Viña del Mar, donde además fundó las páginas
de Arte ExpresArte. Actualmente allí comenta literatura
regional. Gestó y realizó el taller de narrativa El Octopiernas
en la Casa Museo la Sebastiana y en el Centro Cultural de
Viña del Mar con los cuales publicó el conjunto de cuentos
Planeta Puerto. Otros talleres los realizó para la Secretaría
Ministerial de Educación de la Región de Valparaíso, Talleres
Cultura & Aventura de Balmaceda 1215, y para la
Agrupación Literaria Alternativa de Villa Alemana. Su cuento
Anticipo de Navidad y El Rosario y el Furor han sido
presentados en el programa El Show de los Libros y La Torre
de Papel respectivamente, conducidos por Antonio Skármeta
y producidos por Nueva Imagen. Su novela Sonora Miseria
fue escrita con el financiamiento del Fondart 1997. Media
Clase (Premio Mejor Obra Narrativa Gobierno Regional
1999) fue su primera publicación en solitario, una colección
de cuentos. De Vigías por un Puerto es su primera novela
publicada.

a una fotografía de Ana Luisa Montes


Intervención computacional

Gabriel Castro Rodríguez (Valparaíso, 1965) vive en Viña del


Mar. En 1987 en la Universidad de Playa Ancha se tituló de profesor
de Castellano, ejerciendo hasta hoy en el Colegio San Agustín y en
el Colegio Rubén Castro, ambos de Viña del Mar. Es candidato a
Magister en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Católica
de Valparaíso. Desde 1995 formalizó su oficio literario, primero
participando en el Taller de La Zona de Contacto de El Mercurio de
Santiago, publicando sus cuentos en este suplemento y en el libro
recopilatorio Disco Duro (Editorial Planeta) y más tarde en el
suplemento Sábado y La Revista de Libros del mismo diario. Fue
integrante del taller de Gonzalo Contreras. Publicó sus cuentos en
El Mercurio de Valparaíso y en el diario
Continúa en la solapa posterior
Valparaíso por esos instantes de caos
entrará otra vez en el usual cataclismo
acuoso.
Cada una de sus faenas y habitantes
enloquecerán con el diluvio.
Pero ese día final será solo otra tarde
de invierno que a la ciudad y a sus
ciudadanos, solo por unos instantes les
harán percibir al mundo acabándose,
por lo tanto habrá que por fin ponerse
serios y olvidar lo usual.

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