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¿Cómo fueron mis primeros pasos dentro del ámbito del acompañamiento terapéutico?
¿Cuáles fueron las primeras impresiones, los primeros miedos, las primeras sensaciones?
¿Qué cosas me sirvieron de mi preparación profesional? ¿Qué cosas descubrí, más allá de
mi saber previo?
¡Y cuántas cosas nuevas ante las cuales ningún saber previo te prepara!
Llegó el primer encuentro profesional, con todas las letras: paciente y acompañante, una
indicación y millones de sensaciones.
En teoría, todos tenemos claro qué hacer, qué decir, cómo reaccionar pero cuando llega
el momento de la praxis, ahí las cosas se ven un poco distintas.
Mi primer acompañamiento fue muy esperado y cargado de mucha ansiedad e incógnita:
cómo sería ese primer contacto con la historia clínica del paciente que me irían a
asignar, con qué me iba a encontrar, lo que implica leer la historia clínica de otro,
conocer en unas horas todo lo relacionado a esa persona, vínculos familiares,
escolaridad, internaciones previas, historia evolutiva, dificultades, pérdidas, etc. Cómo
sería el primer contacto con el paciente, me aceptaría, me rechazaría, tendría
dificultades en trabajar con la indicación que me habrían de dar, qué estrategias
utilizaría, qué haría si estas estrategias no funcionaran... tantas preguntas que me
ayudaron a calmar la ansiedad que me despertaba lo nuevo y a pensar en la posibilidad
de que las cosas no salieran como uno esperaba. Mi primer acompañamiento se realizó en
una comunidad terapéutica que alberga a personas que sufren trastornos de adicciones.
El paciente que me asignaron era un menor de 17 años de edad, llamado Jesús, que se
encontraba en dicha comunidad por drogadicción. Jesús era un chico de la calle,
abandonado por el padre, a quien recordaba con mucho rencor; y con la figura de una
madre ausente desde el inicio de su vida, a quien no recordaba.
El pronóstico era grave y el tratamiento indicado era internación en una casa de medio
camino, con tratamiento psicológico y apoyo psicopedagógico.
El acompañamiento duró dos meses aproximadamente, logramos algunos avances como
aseo personal, llegó a lavarse los dientes delante mío una mañana, realización de tareas
específicas, lecto escritura, actividades que siempre estaban marcadas por sus ganas de
hacer las cosas, de lo contrario, se pasaba el tiempo que duraba el acompañamiento
instalado en un mar de quejas.
Más allá del tiempo y de las hipótesis de lo que podría haber sido, creo que aprendí que
estos pacientes, no sólo los vinculados a la drogadicción, sino la mayoría de los pacientes
que requieren de un acompañamiento, son pacientes muy graves y con un difícil
pronóstico.
Bibliografía:
- "Los orígenes de la transferencia”, Melanie Klein.
Septiembre de 2006