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Escribir y pensar

Mauricio García Villegas

El Espectador
http://www.elespectador.com/opinion/escribir-y-pensar

Sábado 12 de Diciembre de 2015

En una columna reciente Piedad Bonnett se lamenta de lo extendida que está la mala
escritura en Colombia.

Después de leer los 100 mejores textos de un concurso de cuentos, dice, vi cómo
para los aspirantes al premio “las tildes no han existido nunca, la puntuación es
aleatoria e independiente del sentido, y la ortografía una función del corrector
automático”.
Comparto este desconsuelo con la mala escritura. No sé si hay estudios, pero mi
impresión es que la ortografía y la gramática han perdido la importancia que
tenían hace 40 o 50 años. No debería ser así. Como dice Héctor Abad, la mala
ortografía es el mal aliento de la escritura. Por eso, una persona con mala escritura
(como una persona con mal aliento) es rechazada en su entorno laboral y puede
frustrar su carrera profesional.
Pero hablando de escritura hay algo que me parece tan grave o peor que los
problemas de ortografía y de gramática. Me refiero (en textos que no son de
creación artística) a la falta de orden lógico en las ideas que se exponen; a la falta
de coherencia entre una frase y otra, entre un párrafo y otro, entre un capítulo y
otro, entre la introducción y las conclusiones. La gran mayoría de nuestros
estudiantes escriben textos apurados en los que faltan cosas, argumentos,
explicaciones, pruebas, o sobran cosas, como cuando se abusa de la retórica
insulsa. De nada sirve tener un texto impecable desde el punto de vista formal si
está lleno de estas inconsistencias.
Si la mala ortografía es como el mal aliento, la falta de coherencia es como el mal
comportamiento. Un texto deshilvanado es como un texto necio.
La ortografía por lo menos se enseña. La coherencia narrativa, en cambio, nunca ha
sido una preocupación importante en Colombia. En otros países, en cambio, los
niños pasan años aprendiendo a armar un texto. Los cursos de disertation, en
Francia, y de writing, en los Estados Unidos, están destinados justamente a eso, a
escribir no solo formalmente bien, sino a decir las cosas con orden y sentido. Allí
aprenden que el éxito de un escrito depende de encontrar la estructura, el plan
lógico y el hilo argumentativo que mejor conviene a lo que se quiere decir. Aquí, en
cambio, los estudiantes se contentan con revisar (y por lo visto lo hacen mal)
errores de gramática y ortografía y así lo entregan. Pero lo que no entienden es que
lo que entregan no ha sido terminado, está todavía en bruto. Una tarea
fundamental del profesor consiste en acabar con esa impaciencia e inculcar la idea
de que para escribir bien no basta con tener buenas ideas, sino que es necesario,
además, trabajar mucho para ordenarlas, pulirlas, confrontarlas, aclararlas,
relacionarlas, etc. Los buenos escritores, más que escribir, reescriben.
Aprender esto no solo es aprender a escribir bien, también es aprender a pensar
bien. Piedad Bonnett se lamenta de que los estudiantes escriben como piensan. Yo
diría que el problema es que piensan como escriben, en bruto y sin filtros. Por eso
Étienne de Condillac decía que el arte de razonar se reducía a un lenguaje bien
hecho. Como quien dice aprender a escribir es aprender a pensar.
Enseñar a escribir bien es enseñar a distinguir un buen argumento de uno malo,
una mera opinión de una demostración, una falacia de una prueba. Ser consciente
de estas diferencias es, además, aprender a reconocer los límites del pensamiento
y de la demostración. Por eso, creo yo, quien escribe bien (y por lo tanto piensa
bien) tiende a ver matices y dificultades que otros no ven y por eso mismo suele
ser menos dogmático y militante en la defensa de sus ideas. Todo esto me lleva a
pensar que la buena escritura es, con la buena lectura, una escuela de formación
ciudadana.

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