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Siempre me sentiré orgulloso de recordar la manera en que conseguí hacer honor a mi bisabuelo, de
origen indio, cuando al verme nacer, según me han contado, dijo:«Este pequeño, debería llamarse
Halcón Osado».
Tengo trece años y vivo en el campo, en una cabaña que mi padre construyó con mi ayuda. Mi
hermana, de quince, aún no sabe leer pero nos confecciona toda la ropa a mi padre y a mi. Mi madre
murió hace unos años, a causa de una enfermedad extraña que algunas personas de la aldea
padecieron y a la que pocos sobrevivieron. La recuerdo amable, sonriente pero con miedo y
melancolía en su mirada.
Mi hermana dice que ella temía fallarnos, no ser capaz de hacernos felices, no poder conseguir cada
semana el agua que necesitábamos para vivir y para lo que tenía que caminar durante horas; a no
mantener el fuego encendido; a no lograr que el huerto nos diese los alimentos que necesitábamos...
Pero mi padre no, mi padre es un hombre valiente, que no entendía por qué se apagaba el fuego,
pues a él no le ocurría. Además, él sí conseguía que nosotros comiésemos trayendo a casa el escaso
dinero que obtenía construyendo cabañas junto a otros hombres que, como él, podían ser fuertes y
vitales, pues sus madres, mujeres y hermanas les cedían su alimento.
Es cierto, mi hermana tenía sueños, sentía igual que yo. Tuvo miedo el día que hubo un incendio
cerca de nuestra casa, dolor y tristeza cuando mi madre moría, admiración a los hombres que
encontraron a aquel niño que desapareció en el bosque... y... qué curioso… ¿por qué, entonces
tendríamos una vida tan diferente? Observé, en cambio, que su vida era similar a las de las
hermanas de mis amigos, mis primas e incluso mis tías y abuelas.
El tiempo fue pasando sin novedades hasta que un día, al llegar de la escuela, mi tía había vuelto de
la ciudad. Me alegré, deseando que le hubiese traído nuevas telas a mi hermana. Pero no fue así,
esta vez, nos enseñaba unos folletos de escuelas grandes a las que yo, si quería, podría ir a estudiar
para ser un buen constructor como siempre había soñado. Yo tenía ganas de saltar y gritar de
alegría, mi padre estaba orgulloso y mi hermana, con los ojos húmedos pero con alegría en su gesto.
Guardando en la maleta uno de los trajes que mi hermana me había hecho con ropas viejas,
comprendí lo mucho que ella siempre se había esforzado por nosotros, sin quejarse nunca,
simplemente cumpliendo el que creía que era su deber.
Inmediatamente pregunté a mi tía si en su ciudad había colegios de costura y diseño, ella, entre
bromas de todos, afirmó que estaban algunos de los mejores. Me fui a dormir con una idea en la
cabeza, que la mañana siguiente se hizo más fuerte aún. Mi hermana y yo debería tener la misma
oportunidad de ir a estudiar a la ciudad. Ella lo deseaba como yo, yo lo sabía, sentíamos
prácticamente igual.
Mi tía no se lo podía creer, en las familias pobres como la nuestra, sólo los hombres tenían la
oportunidad de aprender un oficio para sacar a su familia adelante, ¿qué iba a hacer yo entonces? Yo
llevaba años observando a mi hermana, sabía cómo atender a mi padre y él seguro que también,
¡siempre vio a mi madre!Mi tía dijo que no se le podía dar esa preferencia a mi hermana, que
deberíamos ser iguales y el azar elegiría entre ambos. Mi hermana, callada, apartó su cotidiana
tristeza de sus ojos y pude ver a mi padre cómo recordó a mi madre y me miró a mí con la
admiración con la que siempre le había observado yo a él y susurró «Yo nunca hubiese sido tan
valiente». En ese momento, sin saber quién se iba a ir a la ciudad a cumplir su sueño, realmente fui
feliz, no sólo de sentir como mi hermana, sino de ser iguales, al fin, ante la misma oportunidad.
3. ¿Por qué los hombres de esa aldea eran más fuertes y vitales que las mujeres?
6. ¿Por qué dice el padre del protagonista: «Yo nunca hubiese sido tan valiente»?
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