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Reseña a:

De Friedemann, Nina.1990. Lumbalú: ritos de la muerte en Palenque de San Basilio, Colombia.


América Negra. (1): 65-85
Presentado por: Cristian Ternera L.
Sobre la Autora
Desde la mitad de la década de los 60 y en adelante, la antropóloga Nina S de Friedemann
realizó importantes estudios sobre los grupos de negros en Colombia. Estos trabajos de
investigación dieron cuenta de los procesos históricos, sociales, políticos, económicos de estas
poblaciones. A partir de la ecología cultural abordaría el cambio cultural y las adaptaciones que
habían tenido las poblaciones negras. Para analizar estos cambios Nina S de Friedemann
desarrolló una etnografía que fue articulada a procesos sincrónicos y diacrónicos. Es decir,
analizaba procesos históricos y los relacionaba con procesos que se estaban dando en el
presente. La mayoría de los trabajos realizados por Nina S de Friedemann se desarrollaron con
el método etnohistórico. Dentro de sus aportes conceptuales al campo de las poblaciones negras
en el país, es importante resaltar conceptos como estereotipia e invisibilidad –con los cuales
hace denuncia de la presencia caricaturizada y peyorativa de la poblaciones negras en las
diferentes esferas institucionales del estado-nación, sumado a la poca relevancia que tenían las
poblaciones negras como objeto de estudio en las ciencias sociales-, además de huellas de
Africanía, concepto con el cual intentaba resaltar las improntas socioculturales africanas las
cuales han logrado sobrevivir a lo largo de los años en las poblaciones negras colombinas.
Metodológicamente, Nina fue pionera en el uso del formato audiovisual para el desarrollo de
trabajos etnográficos, realizando un total del de 5 documentales. Entre sus principales trabajos
académicos se destacan “[...] Herederos del jaguar y la anaconda, Carnaval en
Barranquilla, Fiestas, Palenque, Chocó, magia y leyenda, Criele criele son; Ma Ngombe,
guerreros y ganaderos en Palenque [...]”1
En su artículo Lumbalú: ritos de la muerte en Palenque, Colombia (1990), Nina S. de
Friedemann intenta abordar etnográficamente elementos característicos de la sociedad
Palenquera, como lo son los cuagros, el lumbalú, los lecos, los rituales fúnebres y otros
elementos ligados a sus prácticas religiosas. Dicho artículo, se encuentra atravesado
teóricamente por el concepto de huellas de Africanía, desarrollado por la misma Friedemann,
el cual se traduce en un puente entre las culturas afro-descendientes actualmente vigentes en
Colombia y aquellas improntas africanas que pese al desarraigo y la casi perpetua esclavitud,
han pervivido, conjugado y configurado el surgimiento de nuevas formas o génesis de africanía
en Colombia y América. Dentro este enfoque, la autora hace especial énfasis en descartar la
posibilidad de una absoluta aniquilación de la memoria de africana en las poblaciones
afroamericanas. Para fortalecer esta idea, la autora recurre al concepto de ecología mental
propuesto por Gregory Bateson (1972), a través del cual se puede dar cuenta de cómo las
improntas africanas consignadas por medio de un lenguaje iconográfico, lograron penetrar el
subconsciente de las culturas negras emergentes en América y entablar así un puente edificado
por simbolismos, el cual permitirá trazar posibles huellas de Africanía entre África y América:
“En la formación de los palenques tales huellas contribuyeron con nociones, cogniciones y
valores que luego fueron adaptados e innovados como respuestas a las urgencias del momento”
(Friedemann, 1990:54).
Dentro de esta idea, el artículo nos presenta a una sociedad palenquera, ubicada a 70 km de
Cartagena detrás de los Montes de María, que viene experimentando el debilitamiento y la
progresiva pérdida de prácticas socioculturales propias de esta población negra, incitados por
la discriminación profesada por la sociedad cartagenera y por la poderosa irrupción de los

1
Texto extraído de: http://enciclopedia.banrepcultural.org/index.php/Nina_S._de_Friedemann
medios de comunicación y su modernidad globalizante y homogeneizadora. Según datos
presentados por la autora, de San Basilio de Palenque se tiene información oficial a partir de
1713, momento en el cual la gobernación de Cartagena, intentaba firmar un acuerdo de paz con
esta población cimarrona. Dentro del mencionado acuerdo de paz, la población de Palenque se
comprometía con no recibir a ningún esclavo fugado de sus amos y a cambio de esto, la corona
española se comprometía a reconocerles el territorio dentro del cual se encontraban asentados
y dejarlos vivir bajo sus propias reglas políticas y culturales. Durante la colonia y hasta entrado
1950, San Basilio de Palenque vivió en una suerte de aislamiento debido a la falta de vías de
acceso y medios de comunicación, sumado a la discriminación ya mencionada, la cual incentivó
a sus gentes a refugiarse más en su pueblo y experimentar cierto grado de ostracismo. Lo
anterior, permitió que la población palenquera lograse preservar importantes elementos de su
configuración social y cultural tales como los cuagros, su lengua e interesantes rituales
fúnebres.
El cuagro palenquero, es una organización social por grupo etario que tiene su posible origen
durante la colonia, surgiendo con estrategia adaptativa de cuadrillas de guerra frente a los
constantes embates propiciados por ejércitos enviados por la Provincia de Cartagena. El grupo
de edad el cual ha sido de una relevancia medular en la configuración de la sociedad palenquera
actual, tiene presencia en un gran número de sociedades en donde la guerra tiene un papel
relevante en día a día de una sociedad. Como grupos de edades, los cuagros empiezan a
configurarse desde la niñez, en el momento en que niños y niñas empiezan a jugar en la calle
justo al frente de sus casas. El cuagro se encuentra divido por géneros, o en 2 mitades como lo
indica la autora, teniendo una parte femenina y la otra masculina, ubicándose así cada uno en
las dos mitades del pueblo (arriba y abajo). Con la entrada a la pubertad, cada grupo celebra su
“inauguración” y eligen un nombre con el cual identificarse. Dicha ceremonia implica la
elección de un jefe tanto en la parte masculina como femenina, además de la elección
parafernalia identificativa como emblemas, adornos, trajes, sumados al disfrute de un baile y
una comida en el cual los hombres aportan el ñame y la yuca (cultivos de monte), mientras que
las mujeres suministran el pato y la gallina criados por estas al interior del poblado.
Según la autora, vestigios del entrenamiento de cuadrillas, en el cual S de Friedemann considera
que tienen su origen los cuagros, hasta hace poco (previo a los años 90) se podían documentar
en los ritos y juegos de guerra que la comunidad celebraban para las fiestas de semana santa,
navidad o para la instauración de un nuevo cuagro: “La mitad masculina de un cuagro del sector
de Arriba podía fajarse a puños con los miembros de la misma edad de un cuagro de Abajo y
asimismo, la mitad femenina podía enfrentarse también con su contraparte de la misma edad de
un cuagro de Abajo” ( Friedemann, 1990: 53). Una vez establecida la entrada a un cuagro, esta
es de por vida y está cargada de unos fuertes lazos emocionales que suelen perdurar hasta la
muerte.
Siguiendo a la autora, los cuagros son el escenario tradicional a través del cual se propicia el
ensamble sexual entre los sexos, actividad la cual aún persiste –aunque se evidencia su declive-
pese a la presión ejercida por la sociedad cartagenera y los embates de la modernidad a través
de los diversos medios de comunicación: “No obstante, todavía miembros de la mitad masculina
del cuagro contraen matrimonio con mujeres de la mitad femenina. Un Orisa se casa con una
Orisa o un Vendaval con una Vendaval” (1990:53). Otro elemento importante de la presencia
del cuagro en configuración social de la población palenquera, está relacionada con la llegada
de la muerte a un miembro de grupo, situación en la cual los miembros de cuagro se reúnen y
participan durante los diversos rituales mortuorios.
La palabra “lumbalú” es de origen Bantú y está compuesta por dos elementos: “[…] lu un
prefijo colectivo y mbalu con el significado de melancolía, recuerdo o reflexión que expresa el
sentido de cantos de muerto” (Friedemann, 1990:53). En Palenque el lumbalú no es únicamente
un rito fúnebre lleno de ritmo y melancolía, sino que también implica la participación del
cabildo encargado de ejecutarlo (formado por hombres y mujeres), los cuales son los poseedores
del saber “musical y textual” de los cantos y el baile, y son miembros de un cuagro cuya edad
se encuentra entre los 60 y 70 años de edad. Haciendo referencia a la importancia de los cabildos
negros como escenarios de refugio negro durante la colonia, la autora resalta la importancia de
estos grupos para la preservación y difusión de elementos socioculturales traídos de África en
América, tales como las creencias, música, instrumentos musicales, ritos, costumbres y habla.
Desde la época de Pedro Claver, se encuentran datos históricos que dan cuenta de rituales
fúnebres de esclavos los cuales contaban con la presencia del tambor, canto y baile. La autora
resalta que si tales prácticas fúnebres, las cuales eran censuradas por la sociedad eclesiástica y
las autoridades coloniales, eran realizadas por los cabildos al interior de la ciudad pese a la
represión, no es irrisorio suponer que tales prácticas se desarrollasen de igual o con mayor
frecuencia en zonas donde la sociedad colonial no hacia presencia.

En la actualidad, en San Basilio no todos los rituales fúnebres se celebran con lumbalú, esto
según la autora de debe una vez más a la fuerte discriminación interpuesta por la sociedad
Cartagenera frente a las prácticas socioculturales de esta población, los cuales han motivo a
muchos palanqueros a desestimar algunos elementos de su acervo cultural. Frente a esta
situación, la celebración del lumbalú, que anteriormente era un ritual de honor para el muerto
y su familia, hoy solo es ineludible durante las nueve noches del cuagro lumbalú, pero por fuera
de este grupo de edades, dicho ritual ya no presenta igual relevancia y tiene que ser solicitado
por aquellos que deseen tenerlo en un ritual mortuorio. Sin embargo, ambos rituales, aquel que
se realiza con lumbalú y el que no, hacen parte de un mismo pensamiento religioso frente a
muerte. Los tambores son tocados por miembros del cabildo Lumbalú, cuyos integrantes son
hombres y mujeres ancianos pertenecientes a cuagros de las 2 mitades del pueblo (arriba y
abajo). Basados en datos etnográficos, la autora sostiene que a principios del siglo XX el cuagro
lumbalú estaba conformado por aproximadamente 38 miembros, el cual tenía por líder
masculino a Pedro Valdés (apodado Batata) el cual era el percusionista del tambor sagrado y
Bartola Navarro (Jefa del cabildo femenino), quien era la voz principal dentro de las cantoras:
“Hasta hace unos años, por entre los callejones de Palenque, el golpe del tambor sagrado
lumbalú, llamado también pechiche y percutido por Batata, el jefe del cabildo avisaba la muerte
de cualquier persona” (Friedemann, 1990:55).

En el devenir de la vida diaria en palenque, las mujeres ancianas aun hablan de la “prenuncia”
que es un pájaro negro que en su vuelo ronda la casa de un futuro finado (anuncia). Partiendo
por las decodificaciones realizadas por Schwegler (1989) acerca de las canciones del lumbalú,
emerge la figura en diversos versos con la “[…] voz bantú ilombo y también con tambolombo,
cuyos significados semánticos de oscuridad y maldad corresponden a la narrativa e
interpretación palenquera sobre la muerte” (Friedemann, 1990:55). Cuando una persona
finaliza su vida, las mujeres que se encuentran cerca del cadáver dan inicio al rito de los lecos
que son lamentos combinados con gritos donde se agrega o inscribe el nombre de la persona
muerta. Pero los lecos no se limitan únicamente a lamentos orales relacionados con el difunto,
si no que incluyen una expresión corporal de dolor y angustia en mujeres de distintas edades,
las cuales recorren el pueblo comunicando el deceso entre quejas. Según Friedemann, los lecos
se inician de forma paralela con la preparación del cadáver, la cual varía dependiendo del sexo,
la edad e incluso la virginidad femenina. Cuando finalizan las labores de preparación de occiso,
a este se le coloca ya sea sobre una mesa o dentro de un ataúd con cuatro velas encendidas y
con la cabeza mirando hacia la puerta principal de la vivienda, se prepara un altar que es
engallado con iconografía católica y otros santos populares.

En palenque la vida es concebida con la existencia de dos almas, una es aquella que se asemeja
a un hálito vital que se mueve cuando el cuerpo lo hace y perece al mismo tiempo que último.
Por su parte, la otra alma, llamada alma-sombra, la cual es posible observar durante días
soleados y noches con luna. Pese a que el cuerpo aparece como un recipiente de dos almas,
durante el ritual fúnebre la atención se concentra especialmente en el alma-sombra y en el
proceso mediante el cual dicha alma es ayudada para convertirse en espíritu y trasegar así hacia
el otro mundo. Siguiendo con la autora, durante el proceso velatorio se puede establecer que
existe una división del espacio fúnebre entre hombres y mujeres. En lo que respecta al espacio
interior de la casa, este es ocupado por las mujeres presentes, quienes se ubican alrededor del
cuarto mortuorio, cerca al ataúd y con las espaldas pegadas a la pared, otras se ubican en el
patío, mientras que algunas realizan labores de cocina destinadas a la atención de los asistentes.
Por su parte los hombres, se ubican en las afueras de la casa, sentados en la calle que da al frente
del hogar, mientras que los niños y niñas permanecen en la calle. En los velorios que incluyen
el lumbalú el jefe del cabildo debe sentarse con su gran tambor en la puerta del cuarto mortuorio
y mirando al difunto y mostrándole con los golpes del tambor el camino al alma-sombra.

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