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Revista Latinoamericana de Psicoanálisis – Vol.

7 año 2006

Efectos Acumulativos Del Complejo De La Madre Muerta:


Conviviendo Con El Fantasma*

Susana Velasco Korndörffer

“Domesticar a la muerte es obligarla a ligarse a la vida”


A. Green.1982 “La doble frontera”

Gran parte de la literatura psicoanalítica actual ubica la raíz de las patologías


fronterizas en una forma particular de constitución del narcisismo y del si mismo, que
resultan deficitarias. En el ámbito de las interacciones tempranas, se hace referencia a la
introducción constante de elementos traumáticos que afectan el vínculo madre-hijo, así
como la construcción y desarrollo de la estructura psíquica del infante.

Se considera a Ferenczi, S. (1934), citado por Bokanowski, Thierry (2005) como el


pionero del estudio clínico de casos fronterizos “a partir del análisis de las implicaciones
teórico- clínicas del trauma”. Este autor desarrolla sus observaciones, tomando en cuenta
lo que Freud (1937-1939), en su obra de Moisés y la Religión Monoteísta, había logrado
elaborar en su tercera y última etapa teórica alrededor del trauma.

Ferenczi retoma las consideraciones freudianas iniciales sobre el origen del trauma,
como lo fueron la seducción sexual real y fantaseada (Freud, 1895-1920) y las
redimensiona. Se apega teóricamente a aquéllas que hablan de la deficiencia de una
barrera instrapsíquica contra estímulos traumáticos, que posteriormente Freud referirá a
un defecto del Yo para manejar la angustia señal.

Cabe recordar que Freud (1921-1926) explica que esta discapacidad yoica hace que
se produzca la angustia automática que, frente a situaciones traumáticas, dará lugar al
trauma propiamente dicho (Khan, M. 1974). Una de las causas para dejar al Yo
desprotegido y desencadenar el trauma puede ser la pérdida definitiva de un objeto
significativo; sin embargo Freud plantea que no se requiere necesariamente de la muerte
o abandono del ser amado para que se produzcan fuertes distorsiones en el si mismo del
infante.

Ferenczi, por su parte, describe cómo la libido puede sufrir una metamorfosis a causa
de múltiples traumatismos ocurridos durante la etapa preverbal por las reacciones
inapropiadas de una madre, quien antepone sus propias necesidades emocionales a las
del infante. Esta falta de empatía es vivida frecuentemente como una violación al Yo (bien
sea por exceso de intrusión o de abandono), provocando un estado traumático y de
desvalimiento crónicos. Aunque esta experiencia pueda producir simultáneamente cierta
excitación sexual, el origen no está vinculado a la seducción sino más bien – a decir de
Ferenczi - a lo que no se dio en el vínculo entre el bebé y su madre.

También concuerda con Freud (1937-1939) en la idea de que las heridas narcisistas
son resultado del llamado traumatismo primario que daña al Yo primitivo, causando

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deformaciones importantes. Alguno de los efectos negativos durante las etapas


tempranas de vida es que desorganizan la mente y tienden a crear un enclave, cuya
estructura se puede representar como un Estado dentro del Estado. Lo anterior es
producto de una escisión psíquica que se traduce en la discapacidad y/o discontinuidad
para construir adecuadamente al self y a los objetos en el interior del psiquismo, así como
para conformar y elaborar pensamientos y afectos en el espacio y en el tiempo.

M’Uzan (1970) describe esta discontinuidad en la conformación del si mismo y la llama


“personalidad en archipiélago”. Señala – de acuerdo a su experiencia clínica con adultos-
que aquellos quienes la padecen, experimentan las vivencias como “repeticiones de una
repetición “. Ya que el pasado carece de elaboraciones psíquicas y afectivas, el presente
se vive como algo “idéntico” que se construye con derivados pulsionales. Una de las
manifestaciones de este fenómeno es que el discurso empleado es informativo y
narrativo, pero carece de introspección (Grinberg, 1977).

Después del analista húngaro y de las aportaciones de autores como Klein, Fairbairn,
Winnicott, Bion, etc., el trauma se entiende hoy no sólo en términos cuantitativos y por
efecto de deficiencias intrapsíquicas, sino en estrecha relación con las marcas que deja
un vínculo madre-hijo, ”funcional”, pero seriamente perturbado. En este caso la psique
queda poblada por fantasmas persecutorios y personajes grandiosos; el proceso
narcisista que interviene en la constitución y dimensionamiento del Yo se afecta, se
distorsiona y se crea una pseudo estructura psíquica. Esto último da cabida a que mucho
de lo que se viva se integre en el infante como experiencia catastrófica no susceptible de
representación en la esfera psíquica. Adicionalmente, este fenómeno denota un apego a
lo destructivo que Green (1993) refiere como apego a lo negativo y que trasladado a la
clínica se observa como un constante brincar de la investidura, a la desinvestidura, de la
agresión, al masoquismo, etc.

Por su parte Khan, M. (1974) designa al cúmulo de traumatismos crónicos, producto


de fallas en el maternaje, como trauma acumulativo. Plantea que este conjunto de micro-
traumas sucesivos que producen dicho trauma acumulativo son resultado de fisuras en la
función de escudo protector por parte de la madre a lo largo del desarrollo infantil hasta la
adolescencia, en todas las áreas en las que el niño(a) necesita de la figura materna como
yo auxiliar para dar soporte a las aún inmaduras e inestables funciones yoicas.

Las deficiencias en el rol protector difieren cualitativa y cuantitativamente de las


intrusiones masivas causadas por psicopatologías graves. En términos cualitativos tienen
más correlación con las ya mencionadas incapacidades maternas para adaptarse a las
necesidades y demandas anaclíticas del infante (Winnicott 1965), ya que, si la madre no
se percata y atiende dichas necesidades, se causan fracturas que a lo largo del tiempo y
el desarrollo se van acumulando de manera silenciosa e invisible.

Cabe destacar que las experiencias individuales “microtraumáticas” no tienen efectos


inmediatos sobre el infante en el contexto espacio temporal específico en el que suceden.
Es sólo el cúmulo de las mismas y su resignificación en la visión retrospectiva
(Nachträglichkeit o aprés coupe), lo que hace que adquieran la condición de traumáticas.
Clínicamente, a menudo resultan muy difícil de detectar durante la infancia, pero a la larga
se van insertando como rasgos específicos en la estructura caracterológica (Khan, 1974).

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En tanto concepto teórico, el rol de escudo protector, implica la capacidad materna


para sostener un adecuado manejo de las relaciones humanas, tanto con el bebé, como
con los demás. Adicionalmente contempla la habilidad de desenvolverse en las funciones
de maternaje que involucran el manejo del medio ambiente no humano (Searles, 1960,
citado por Khan, 1974). Al respecto Khan cita a Kris (1956), quien sostiene que si dichas
funciones no son adecuadamente realizadas, deformarán el desarrollo Yoico, aunque no
lo no distorsionen gravemente.

Khan considera igualmente que las siguientes situaciones genéticas, en términos de la


metapsicología, constituyen factores de riesgo:

1. La intrusión excesiva de la patología materna, que resulta en un defecto en el


ambiente suficientemente bueno (good enough) que sirve de sostén (holding), y
que conduce a la psicosis. Mahler lo designa relación simbiótica patológica.
2. Las separaciones abruptas de la madre, por muerte o ausencia temporal, que
rompen la función de escudo protector, producen trastornos importantes en el
apego (Bowlby).
3. La vulnerabilidad constitucional, así como el trauma físico por accidente o
enfermedad, son importantes factores de riesgo, ya que no se pueden satisfacer
generalmente las demandas del infante.

Khan propone un 4º factor de riesgo en la ruptura del escudo protector, que solamente
se identifica en la clínica a posteriori. Gracias a los descubrimientos de Winnicott a través
de su práctica clínica, se detectó el fenómeno de la regresión a la dependencia en el
proceso analítico. Al observar y trabajar con niños con trastorno antisociales, Winnicott
documentó cómo surgía en ellos la necesidad de corregir los desequilibrios y
disociaciones en la integración Yoica, a través de la construcción de un “falso self” que se
adaptaba más bien a las exigencias del ambiente, antes de estar el Yo suficientemente
integrado y “autónomo”.
Lo que Winnicott designa como impingements, mismos que se traducen como
tropiezos, choques, infracciones o hasta violaciones, son los elementos “genéticos” del
trauma acumulativo. Kris (1956) los llama “sobreestimulación provocativa”, concepto que
contrasta pero al mismo tiempo se complementa con la metáfora de “la madre muerta” de
Green, que revisaré más adelante.

En un estudio longitudinal, Kris observó que después de la semana 34, posterior al


nacimiento, se empezaban a ver los efectos de la estimulación provocativa en el infante.
Por su parte, Phyllis Greenacre también realizó estudios, introduciendo en 1959 el
concepto de simbiosis focal, que describe una interdependencia intensa, a veces entre
madre e hijo y otras entre el infante y terceras personas, focalizada y circunscrita a un tipo
de relación específico.
Relaciona patologías como las perversiones, los trastornos fronterizos de la personalidad
y el desarrollo de Yo corporal, con el fenómeno de la simbiosis focal.

Las fallas en las funciones de escudo protector conducen a:

1.1. El desarrollo prematuro y selectivo del yo, cuyas funciones son utilizadas en
forma defensiva.
1.2. Una organización de respuestas especiales específicas ante los estado
anímicos de la madre

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1.3. El yo corporal y su desarrollo como función de escudo protector, son los que
más sufren con las fallas maternas. Se presentan problemas en la
diferenciación más temprana entre el Ello (pulsiones) y el Yo, así como en la
integración del si mismo.
1.4. Lo anterior se manifiesta en la neurosis de transferencia a través de conductas
idiosincráticas con relación al Yo corporal. (Khan, 1974).

Parafraseando a Khan, el concepto de trauma acumulativo ofrece una hipótesis


que complementa la teoría de los puntos de fijación en el desarrollo de la libido ya que
mapea los aspectos traumáticos de las relaciones de objeto temprano que se acumulan
en un sustrato dinámico, en la morfología de un tipo particular de carácter o personalidad.

No obstante lo anterior, Khan no desestima la importancia que los factores


hereditarios pueden ofrecer a la personalidad en cuanto a la fuerza y resiliencia del Yo.
Considera que estos rasgos pueden ayudar a fortalecer y recuperarse de las fallas
maternas, integrándolas como experiencias para crecer y estructurarse. Sin embargo no
hay que olvidar, que más adelante en la vida, ante fuertes crisis y estrés, pueden
presentarse quiebras psicóticas.

Este autor considera importante observar ciertos rasgos precoces en la infancia,


ya que pueden ser indicadores de la existencia de traumas acumulativos. Estos pueden
ser considerados como dones especiales, cierta pseudo fortaleza yoica, o hasta una cierta
independencia designada por el autor como “feliz”. Asimismo llaman la atención
conductas a través de las cuales la madre se vanagloria de una cercanía excepcional
entre ella y su hijo(a). Esto se presenta con mayor frecuencia en las fases oral tardía, anal
temprana y fálica, en donde el desafío por la separación individuación cobra fuerza e
importancia, a la vez que el proceso pulsional emergente se incrementa (los “terribles dos
y tres años de edad”), el hambre de estímulos, a la par que el proceso de maduración
yoica pone a la madre a prueba de su capacidad de adaptación, de respuesta y de
contención.

La identificación que se da en esta etapa con la figura materna, permanece siendo


de tipo incorporativo y proyectivo, por lo que puede interferir positiva o negativamente en
la función de representación, y en el segundo caso, lleva a una construcción confusa y
mal diferenciada de las estructuras internas. Es durante la adolescencia, cuando el joven
se percata de los efectos disruptivos de la relación con la madre, lo que produce un fuerte
rechazo hacia ella y se manifiestan perturbaciones importantes en la personalidad.
(Khan, 1974).

Antes de pasar al ejemplo clínico, quisiera complementar con un fragmento de la


literatura psicoanalítica que me ha permitido comprender un poco mejor la fenomenología
y psicodinamia del caso particular que presento: El modelo teórico de “la madre muerta”,
que Green introduce en su obra “Narcisismo de vida, narcisismo de muerte.”
(1980)(1986). Esta descripción psicodinámica me ha orientado en el manejo de la
ansiedad que el material y afecto intensos y confusos de estos analizandos suele generar
en su contraparte, el analista.

El Complejo De La Madre Muerta:

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En su artículo sobre La madre muerta (1980), Green plantea que los problemas de
duelo marcan la diferencia entre los análisis del pasado y los de la actualidad. En el caso
de la metáfora utilizada para designar este complejo, no se trata de las “consecuencias
psíquicas por la muerte real de la madre”, sino de”una imago que se constituye a
consecuencia de la depresión de la figura materna”, que convierte al objeto vivo en uno
lejano, cuasi inanimado. Lo anterior afecta fuertemente el futuro libidinal, objetal y
narcisista del sujeto. De esta manera, el infante tiene frente a su mirada y como espejo de
ésta a una madre quien lo cuida, pero que emocionalmente está muerta. Si bien Green no
habla directamente de trauma, entiendo que al introducir el concepto de duelo y hablar de
fuertes marcas, el autor está implicando la existencia de traumatismos importantes.

Green detecta algunos signos iniciales claros en los analizandos que sufren de
este complejo:
a) En un principio, éstos no dejan ver su depresión, con los rasgos característicos
de la misma
b) Generalmente el analista percibe conflictos de tipo narcisista que se relacionan
con una neurosis del carácter y que se manifiestan como conflictos en la vida
laboral y amorosa (como suele suceder con las caracteropatías).

Se pregunta cómo se articula la relación entre:

a) La pérdida (parcial) del objeto , que opera como eje de cambio en la dinámica
entre realidad interna y externa y
b) La posición depresiva (Klein), que también resulta un indicador fundamental de
la organización psíquica del infante.

A primera vista, pareciera que el efecto de ambas debería ser estructurante para
la psique del infante. Sin embargo, Green piensa que el hueco teórico resulta por no
haber orientado la mirada analítica al efecto que la pérdida del pecho, la separación del
cuerpo mismo, u otro tipo de falta tengan sobre la integridad psíquica de la madre.

La depresión materna, que puede ser producida por la muerte o pérdida real de un
objeto amoroso para ella, de una fuerte herida narcisista u otro tipo de infortunio, no es
percibida claramente por el infante, ya que se encuentra encriptada. La madre por su
parte atiende al hijo, pero cae en lo que Green ha dado por llamar un “pecho falso,
producto de un si mismo materno falso, que nutre a un bebé falso”, siguiendo a Winnicott.
Es decir, que la madre se ha adaptado operativamente a las necesidades del bebé, pero
no ha podido volcar sobre éste las investiduras libidinales. Lo investido es el abismo
vacío, el objeto perdido que gravita alrededor como un fantasma, una ausencia presente,
pero al mismo tiempo como un alter ego, dejando a madre e hijo como presencias
ausentes.

Resulta imaginable que lo anterior produce una angustia crónica en la díada, que
en lo operatorio permanece sin embargo ligada a la realidad circundante. Se forma un
núcleo helado en el centro de la identidad del infante, reflejo del de la madre. De allí que,
aunque el objeto sea introyectado por el niño como un objeto “total”, su cualidad de
espectro – producto de la desinvestidura libidinal - no generará una ambivalencia como tal
hacia éste, sino predominará una indiferencia e incapacidad de amar.

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La desinvestidura masiva, sin embargo, genera odio reprimido, mismo que se


hace patente a través de explosiones de angustia ocasionales. Las más de las veces,
empero, este odio suele expresarse de manera desafectivada y en forma de actuaciones
impulsivas.

Además de desinvestir al objeto en lo afectivo y en la representación, se hace al


mismo tiempo una identificación especular inconsciente con la madre muerta. Esta se
caracteriza por un agujero en las redes con el vínculo materno, que posteriormente se
repetirá en la intimidad de otras relaciones emocionales. No habrá simpatía, sino
mimetismo. No se introyectará a los objetos en el Yo, sino éstos permanecerán en la
órbita o frontera del si mismo.

La interacción madre-hijo, a decir de Green, estará marcada por los colores del
duelo: el blanco y el negro. Negro como la rabia y el odio en una depresión grave; blanco,
como la representación de los estados de vacío. Angustia o “psicosis blanca” por la
pérdida narcisista experimentada”. Esta está relacionada con el hecho de que la unidad
Yoica se encuentra comprometida, pues se da en el plano del fantasma. Esto se podría
expresar con el siguiente enunciado: Yo soy una parte viva y una muerta, una ausente y
una presente, al igual que los objetos que me rodean.

La clínica del vacío o clínica de lo negativo, a la que se accede a través del trabajo
analítico incluye fenómenos y términos que Green llamará serie blanca en la que se
encuentran: a) la alucinación negativa, b) la psicosis (blanca) y c) el duelo blanco. Todas
éstas resultan de la represión primaria. Sin embargo, lo paradójico es que dicha represión
no se consigue del todo, ya que una característica de la imago de la madre muerta es que
está allí y nunca acaba de morir, así como tampoco logra nacer a la vida. De allí que se
produzca una constante agonía libidinal que mantiene prisionero al sujeto y que se hará
patente a través de la transferencia y la contratransferencia.

Además de lo descrito anteriormente, Green enumera algunas observaciones


generales que se desprenden del trabajo clínico con estos pacientes:

1. En la contratransferencia se fantasea alguna depresión vivida y no


anotada por el analizando en la infancia.
2. Los conflictos neuróticos son siempre secundarios
3. El primer plano lo ocupa la conflictiva narcisista, con exigencias del
Ideal del Yo, en armonía u oposición al superyó
4. Se observa impotencia para salir del conflicto, para amar, y se combina
con una insatisfacción profunda, una vez conquistados a los objetos.
5. Existe depresión en la transferencia pero no en el exterior, ya que así
no se percibe por parte de los otros, por más de que padezcan de las
dificultades para relacionarse con el sujeto.
6. La depresión de este tipo se produce en presencia del objeto, quien ha
sido absorbido por un duelo.

También acota ciertas particularidades de la transferencia, dignas de ser mencionadas,


que coinciden con algunas de las observaciones antes descritas:

a) El trabajo analítico es inicialmente investido intensamente por el


paciente.

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b) Se dan expresiones confesas y dramatizadas del afecto, pero la


transferencia se vivencia, entre un ¿para qué si ésta (e) (al igual
que la madre deambulante) es un espejismo?
c) Hay idealización de la imagen del analista, al que hay que
mantener y seducir, a fin de provocar su interés y admiración.
d) La seducción se da por la vía intelectual, a manera de ofrendas
preciosas al analista.
e) El lenguaje adopta un estilo retórico narrativo, haciendo
partícipe al analista. Este estilo es en realidad poco asociativo.
Cuando se da la asociación, es cuando hay una leve retirada
narcisista del objeto, dándose la impresión de que fuese otro el
analizando.
f) Dos rasgos fundamentales de la transferencia son:
fi) el no dominio pulsional (sujeto no puede renunciar al incesto)
y
fii) el vacío, sentimiento que surge en el analizando cuando el
analista recoge algo asociado al complejo de la madre muerta.

En cuanto a la técnica utilizada con este tipo de caracteropatías, el autor


recomienda al analista que trabaja con estos pacientes no “transitar por el camino del
silencio”, ya que el complejo de la madre muerta se puede repetir. Si el analista aún no
ha hecho consciente esta observación, el análisis se destina a convertirse en un
aburrimiento fúnebre y lleno de desesperanza.

Recomienda utilizar el encuadre como espacio transicional, en donde el analista se


preste y presente como un objeto vivo.

Si lo anterior se da, en el proceso analítico se observará un fenómeno digno de ser


tomado en cuenta y que se convertirá en el paradigma del trabajo con este tipo de
conflictivas:

Cuando el analista “devuelve la vida” al paciente, identificado con la madre muerta,


la vitalidad reotorgada sufre una contraidentificación. La dependencia original, en la que el
hijo/analizando necesita de su madre, se transforma ahora de pronto en una salud lograda
por la reparación que el paciente hace a la madre (aunque de manera incompleta), de tal
suerte que esta última deberá entonces su salud al hijo (grandiosidad del self).

El mismo destino se dará en el campo analítico, de manera que el o la paciente


será quien “sostendrá el interés del analista, a quien (ahora) se le debe que el análisis se
dé”. Y es así como comienza la historia clínica de Lucía:

Lucía, a quien también llamaré indistintamente Lucha por el significado que


encierran ambos nombres, susceptibles de ser transformados en los verbos “lucir” y
“luchar”, es una mujer de 29 años que solicita tratamiento psicoanalítico a principios de
febrero de 1999. Su hermano, tan sólo dos años menor que ella y egresado de la
licenciatura en Psicología, le recomienda ir con la colega que me la refiere, aduciendo que
había sido su maestra y que la orientación psicoanalítica respondería a sus intereses y
necesidades, tanto emocionales, como intelectuales.

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Debido a la gran distancia entre su hogar y el consultorio de mi colega, esta última


decide referírmela, aún bajo la advertencia de que Lucía quizá no se quedaría por mucho
tiempo, lo cual me hace pensar que percibió en Lucha cierto escepticismo hacia el
proceso analítico.

Lucía es de estatura alta, complexión delgada, morena clara, de ojos castaños


grandes, mirada brillante, nariz ligeramente respingada producto de una cirugía estética,
facciones finas y una dentadura que luce por su blancura. Viste siempre a la última moda
y aunque generalmente su arreglo es formal, en ocasiones porta ropa provocativa que
parece “inadecuada” a la ocasión. Esto se observa también en su forma de maquillarse y
peinarse; generalmente se hace evidente cuando incrementa su tendencia a la actuación,
o cuando se dan encuentros con amigos o su amante, un hombre 13 años mayor que ella,
académico y antiguo maestro.

Originaria de la ciudad de México, Lucía me cuenta que es casada y ejerce


profesionalmente de manera independiente en un área de salud.

Utilizando un lenguaje formal, prolijo, y envolvente, me cuenta que recién dejó a su


terapeuta anterior con quien permaneció durante tres años – un académico especialista
en desarrollo humano - porque su terapia se había convertido en una serie de encuentros
divertidos en los que él, además de Lucía se la pasaba muy bien, como en una plática de
café, pero sin oportunidades para revisar lo que estaba pasando con su vida.

Cabe señalar que al observar mi contratransferencia – especialmente al inicio del


análisis- me encuentro escuchándola animada por un monólogo placentero y entretenido.

Al cuestionarla sobre el motivo de consulta me dice que se encuentra aburrida y


desencantada en su matrimonio y, si bien cree que debiera continuar con él, quiere
revisar el por qué no puede estar feliz con una situación que a todas luces “parece
idónea.” Se siente sola y no sabe qué hacer, si continuar o dejar su relación, porque
además quiere ser madre “algún día”, es más, tal vez de abril a diciembre de ese mismo
año.

A lo largo de la primera entrevista y en las sucesivas, Lucía me hace recordar las


descripciones que Greenacre, Ph. (1970) y Green hacen de estos pacientes, planteando
que se trata de personas brillantes, despiertas y atractivas, que establecen “fácil” contacto
con el analista (la antesala a la observación de la transferencia masiva). Al igual que en el
caso de Lucha, ambos autores hablan de motivos de consulta relacionados con la
presencia de ataques de ansiedad e insatisfacción en la vida.

Lucía comenta que en ese entonces sus padres viven en el interior de la


República; los padres de su esposo Eduardo son diplomáticos y han llevado una carrera
itinerante desde antes de que Eduardo naciera, en un país de la Comunidad Europea.
Eduardo es un año mayor que ella y comparte la misma profesión con la paciente, aunque
trabaja de manera independiente.

Cuando se refiere a éste último, Lucía relata que Eduardo tiene ideaciones
suicidas; con frecuencia comunica a Lucía su deseo de no vivir más. Ella lo atribuye a que
no se siente satisfecho con sus logros profesionales y económicos; “siempre ha sido el

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niño consentido a quien invariablemente apoyan sus padres”. Desde este momento se
empieza a apreciar la dinámica, en la que al objeto de su amor, se le depositan las partes
vivas y muertas, así como sus sentimientos de envidia.

Durante las cinco entrevistas relata que ella es la mayor de una familia de 3 hijos;
es la única mujer y en su apreciación la más unida al padre, hombre de carácter agresivo,
audaz y con grandes habilidades sociales y para los negocios. Dice no querer ser como él
porque ciertos rasgos de su carácter le causan conflicto. El padre de Lucía se ocupa
desde hace muchos años, del negocio de bienes raíces y de la construcción.

Los abuelos paternos, originarios de provincia, parecen haber sido personas


económicamente pudientes hasta que el padre de Lucía contaba con 16-17 años,
momento en el que la familia perdió el negocio que poseía y con ello su fortuna.

Es así como el padre de Lucía emigra solo a la ciudad de México e inicia su


desarrollo profesional y académico con muchos esfuerzos y privaciones, sin contar con el
apoyo económico de algún familiar. Con el tiempo logra salir adelante y construir un
patrimonio para él y su familia. No obstante, aunque años después traslada a su familia a
la capital, ésta queda en una situación económica difícil.

Lucía refiere algunos aspectos del carácter de su padre que coinciden con el suyo
y comenta que ya fueron revisados en su terapia anterior. Ejemplo de ello serían las fugas
continuas a la rutina y a la realidad. Recuerda la época en la que se agudizó su
alcoholismo y en la que solía tener amantes, alguna de las cuales Lucía conoció a los 11
años de edad. Dice haber sentido un intenso conflicto de lealtades y experimentado una
gran rabia, especialmente frente a una “señora” con quien el padre solía pasearlos. Dicha
situación de inestabilidad orilló a una gran crisis familiar, misma que fue sorteada un par
de años más tarde, cuando la madre de Lucía se volvió a embarazar. De este embarazo
nació su hermano menor, Darío, ante el cual Lucía fungió en ocasiones como madre
sustituta.

A pesar de recordar estos aspectos dolorosos del padre, Lucía dice admirarlo y
quererlo mucho; insiste en que es la hija predilecta. Lucha lo compara con su suegro, el
padre de Eduardo. Refiere que éste es un “ser incognoscible” en lo que a sus
sentimientos y opiniones respecta, ya que no logra descifrar lo que el suegro en verdad
quiere expresar. A decir de Lucía, éste contesta a lo que se le pregunta utilizando
respuestas que no se comprometen con sus sentimientos, y que ella ejemplifica con la
frase “this beef is excellent”.

En varias ocasiones, Lucía ha comentado que si le pusiera un gorro a su padre


parecería un “personaje español con porte”, en tanto que si se lo pusiera a su suegro,
éste luciría como “un feo policía de tránsito”, descripción que muestra su envidia y
necesidad de devaluar, basándose en la apariencia física del padre de Eduardo. La
suegra es vista con recelo y distancia. La reconoce como una mujer guapa, fina y culta,
pero le irrita que – aunque a distancia - siempre proteja a Eduardo, su único hijo.

En cuanto a su madre, describe que proviene de una familia de la capital, cuya


figura materna fue todo un “personaje de su época”. Cuenta con 53 años y es la hermana
intermedia de tres hijas.

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La abuela materna de Lucía fue una médico exitosa y pionera en su tiempo. L. se


expresa con gran admiración y cariño de su persona. El abuelo desempeñó el rol
materno, ya que cuidó de la casa y de sus hijas, aunque trabajó como burócrata en una
empresa paraestatal.

A diferencia de la abuela, la madre de Lucía no cursó una carrera larga, solamente


obtuvo el título de maestra de idiomas, razón que a decir de Lucía, influiría posteriormente
en la elección de escuela para sus hijos; eligió una de las más prestigiosas escuelas
bilingües de la ciudad, de la cual Lucía es egresada.

Cuando Lucía habla de su madre -especialmente al inicio de su análisis, la


describe igual que lo hace su padre, es decir, como una mujer “apática, deprimida,
dependiente y sobre todo ausente”.

En cuanto a sus hermanos, Federico, el mayor de los varones, ha conseguido


posiciones laborales exitosas en empresas: se refiere a él como derrochador y mal
administrado. Al igual que hacia la madre, al inicio del análisis Lucía muestra
ambivalencia hacia su persona. “Mi papá siempre lo rechazó; le decía que era el negro. Mi
mamá lo protegió y ahora tienen una alianza muy fuerte entre ambos.” Relata que su
relación con él “no es precisamente la mejor, ya que es un cara dura, egoísta y
conflictivo.”

En esa etapa del análisis, su hermano menor cursaba aún la preparatoria, “fue un
accidente de mis padres”. Está convencida de que la madre se embarazó para atraer a su
padre a la familia. Refiere:..”A veces me daba la impresión que Darío les valía. Yo fui una
especie de madre sustituta; incluso lo pusieron por muchos años a que durmiera en mi
recámara.” Recuerda que los papás frecuentemente se ausentaban durante varios días
de casa y los dejaban solos con Nina, la empleada doméstica que continúa laborando con
ellos y a quien le guarda una gran estima. Años más tarde, al nacer Estrella, la hija de
Lucía, ésta se convertirá en una especie de abuela sustituta en lo que a procurarle
alimentos, cuidado y afecto se refiere.

Durante la segunda o tercera entrevista relata que tiene un amante catorce o


quince años mayor que ella, antiguo maestro del posgrado, divorciado y con un hijo, a
quien considera un ejemplo por sus grandes capacidades profesionales. La única
desventaja es que “es medio naco.” Pertenece a otro nivel socio cultural y económico, por
lo que tampoco ha tenido oportunidad de conocer el mundo y otras culturas como Lucía.
Añade que además es un hombre físicamente contrahecho, pues sufre desde hace
muchos años de una enfermedad deformante, además de ser feo de facciones y de
cuerpo. En ese tiempo Lucía no creía que su familia fuera consciente de su relación con
Raymundo, a pesar de que sus padres hacían referencia a su relación extramarital.

Se queja de recibir fuertes presiones por parte de Raymundo para que termine su
relación matrimonial con Lalo y se vaya a vivir con él, cosa que de alguna manera hace,
ya que continuamente le inventa a Lalo que debe viajar por su trabajo y se queda en casa
del amante o viaja con éste. No obstante, ella expresa que el encubrir sus “movidas”
frente a su esposo le representa un gran esfuerzo y desgaste.

Cuando exploro sobre sus sentimientos hacia la pareja y hacia el amante, Lucía
me expresa convencida que es bígama, porque a ambos los querría de esposos. Esta

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convicción persiste durante casi año y medio del tratamiento, aunque exista en ella la
conciencia “social” que le dicta que “no es correcto”. Esto lo refiere especialmente cuando
menciona que sus padres la regañan por sus mentiras y engaños a Eduardo.

Le señalo que ella vive las palabras paternas como mensajes contradictorios,
interpretando a la vez que necesita probar si yo analista / madre, voy a ser capaz de
entender y aceptar su conducta “bígama”. Entiendo que en la transferencia Lucía me pide
que, por una parte, me haga aliada de sus deseos, y por la otra anhela que la contenga
para poner orden y límites.

Lo anterior me remite al momento en que Lucía me habla de su historia personal.


Ella comenta que aproximadamente año y medio antes de su nacimiento, su madre dio a
luz a una niña a quien bautizaron como Lucía, siguiendo la tradición de llamar a la
primogénita como alguno de ambos padres. La pequeña primogénita muere a los 5 días
de haber nacido. “Mi padre la vio morir en la plancha”, palabras de Lucía que indican que
hay ya una confusión entre personas, puesto que ni hija, ni madre estaban en la plancha
cuando eso sucedió. El padre de Lucha se hace cargo del funeral después de haberla
bautizado para evitarle una severa depresión a su esposa, a quien deja varios días en el
hospital. Realiza una mudanza para que ésta “inicie una nueva vida,”no regrese más a
casa y no vea el cuarto del ‘bebé” e inicie una nueva vida. No se habla más del asunto…

Lucía desconoce cómo fue el embarazo de su madre cuando ésta la esperaba,


aunque infiere que debe haber sido muy estresante para ella. Tampoco sabe si nació de
parto eutócico. Respecto de su desarrollo sabe que fue normal, fue amamantada por muy
poco tiempo debido a la falta de leche materna; ha escuchado que su desarrollo
psicomotriz y de lenguaje fueron precoces.

Cuando exploro si Lucía guarda recuerdos del estado anímico de su madre en el


pasado, solamente refiere que siempre ha sido “dejada”. Por ejemplo, dormía durante el
día, se levantaba tarde e iba a que la peinaran o salía de casa a otros asuntos, de tal
suerte que rara vez estaba lista para compartir los alimentos del mediodía con la familia.
La madre comía a otras horas o en otra habitación.

Después de abrir este capítulo en el análisis, Lucía indaga con sus padres sobre lo
que había sucedido con su hermana y se entera con más detalle que ese episodio ha sido
como un secreto acallado, ya que la pérdida de la “otra Lucía” le dolió profundamente a su
madre.

Conserva muchos recuerdos de su primera infancia, de los cuales destaca el


haber estado siempre al lado de su padre, quien la estimula para aprender cosas nuevas.
Estos adelantos en su desarrollo resaltan en varias áreas de la vida de Lucha, como es el
caso de este cambio de objeto temprano hacia la figura paterna, con quien hace un Edipo
precoz.

Trasladando este concepto al mundo interno de Lucía, pienso que el Edipo


anticipado fue una consecuencia defensiva ante la dificultad de lidiar con sus propios
estados depresivos y los de su madre. Dicho proceso edípico – a decir de Green- se
caracteriza por contener fuertes matices orales con deseos de incorporación regresiva,
así como defensas sádico anales representadas por deseos de dominio.

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Revista Latinoamericana de Psicoanálisis – Vol. 7 año 2006

Infiero que, si bien el cambio de objeto resultó adaptativo para Lucía, éste fue
complicado, ya que coexistía en ella el temor de perder el amor de su madre aunque al
mismo tiempo desease terminar la agonía propia, dejándola morir.

La parte persecutoria que se desprende del deseo de destrucción que Lucha


deposita en su madre por vía de la identificación proyectiva, hace que emerja
paralelamente una imago contraria: en este caso la de “la madre fálica”. Asimismo, como
parte de la regresión a la analidad, predomina el aferramiento al objeto para controlarlo,
más que por angustia de separación. Esto explica la dificultad para desprenderse de sus
objetos, y su necesidad de complacerlos.

Retomando aspectos de su desarrollo, Lucha relata que en la escuela fue una


estudiante cumplida y destacada, “hasta que en la adolescencia me empecé a sentir
como gris, aunque siempre hiciera todo lo que me pedían.” Habla de su obesidad y
“horrible desgano” en esa época, lo que no le permitía ser tan popular como otras chicas a
las que describe como “niñas ¡wow! “

Lucha desarrolla en lo intelectual lo que Green llama la “tela cognitiva para


enmascarar el agujero de la desinvestidura”, destacando en las actividades académicas,
mismas que compensan su dolor, el sentimiento de vacío y sustituyen la gran dificultad de
representárselos. Es precisamente en la creación artística o intelectual en donde – a decir
de Green - se puede dar la unidad del Yo, sirviendo a la vez para controlar las posibles
situaciones traumáticas.

Al preguntarle sobre sus relaciones amorosas, Lucía se expresa de sus novios de


la siguiente manera: “eran poca cosa, aburridos, consentidos e inútiles, aunque
parecieran niños bien; eran hijos de Mami y Papi.” No obstante asegura que eran el tipo
de muchachos que a su madre le gustaban para ella. Por una parte elige hombres a
quienes deposita su deseo de ser única, consentida, pero que, como tales, les resulta
difícil poder gratificarla.

Se puede apreciar en Lucha un anhelo desesperado por poseer objetos de amor –


sean éstos la madre o los hombres - capaces de colmarla de afecto y susceptibles de ser
colmados, a diferencia de la imago materna muerta. Como no logra conseguirlo, se
generan en ella continuos sentimientos de rabia e impotencia, que más adelante serán
proyectados sobre aquellos, sean varones o mujeres, con quienes pueda potencialmente
intimar. La relación de transferencia no queda libre de tales mociones.

Lucía elegirá la búsqueda del placer como defensa narcisista; la ternura y la


empatía quedarán disociados, desafectivados. Esta maniobra defensiva le servirá para
controlar inconscientemente los aspectos persecutorios y competitivos de la madre/
analista fálica (Green, 1980). También explica el por qué Lucía falta con cierta frecuencia,
al sentir que no necesita de alguien a quien considera incapaz de gratificar sus deseos y
aliviar su angustia constante; pero al mismo tiempo se entiende la necesidad de controlar
a la analista con actitudes seductoras y simpáticas.

Cuando le pregunto sobre su relación con Eduardo, su actual marido, Lucía me


cuenta que se sintió “lo máximo” durante la época de noviazgo, al igual que en su boda.
Expresa que siempre creyó que si no era con él, jamás se hubiera “logrado” casar. Relata

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Revista Latinoamericana de Psicoanálisis – Vol. 7 año 2006

que al principio todo fue “maravilloso” pero que la convivencia diaria y especialmente la
rutina la hacen sentir muy mal, llena de aburrimiento y de vacío. Le interpreto el temor de
que el análisis se convierta en una experiencia vacía y aburrida pero también su miedo a
que ella no sea el centro continúo de mi interés.

Lucha se queja de no tener un espacio para ella o para los dos solos, ya que ni
siquiera la casa en donde viven al inicio del análisis es suya, sino regalo de los suegros
para su hijo. Esto también llama mi atención, ya que frecuentemente expresa su envidia
inconsciente hacia su pareja que lo tiene todo, mientras que él nunca puede ser
exclusivamente para ella. Durante mucho tiempo, y cada vez que se le exacerban la
envidia e impotencia, Lucía suele desacreditar y burlarse de lo aburrido, mal conversador,
poco capaz de valerse por sí mismo de su esposo. En especial refiere que es superficial y
pragmático y que - a diferencia de Raymundo- le cuesta mucho trabajo expresar sus ideas
y sentimientos de manera adecuada. Una y otra vez se producen la escisión y la
identificación proyectiva.

A primera vista, durante todo el período de entrevistas, el discurso de Lucía me


parece adecuado, con un fraseo coloquial, pero al mismo tiempo racional, como si todo
estuviera bajo control de sus emociones. Sin embargo, entre el tejido de su discurso
formal se empieza a filtrar el estado afectivo que predominará. Este se caracteriza por un
monto considerable de ansiedad que se hace manifiesto por su tendencia a pasar al acto
antes de metabolizar sus contenidos psíquicos. Además del anterior, se aprecia la
ausencia de empatía y/o sentimientos genuinos tanto en la transferencia - que oscila entre
idealizarme y ser indiferente conmigo -, como frente a sus objetos. Lo anterior me
confirma que se trata de un trastorno de la personalidad con fuertes núcleos narcisistas.

Lucía parece mostrar más preocupación por no desilusionar y perder popularidad


frente a los demás (pone énfasis en la opinión del padre y la de Raymundo), que en
perder a su pareja, quien se me representa como una extensión devaluada de si misma.
Cuando se lo interpreto, trae un sueño que muestra en la transferencia lo que subyace a
esas defensas narcisistas y que constituye su fantasía de curación, de renacimiento y que
desenmascara su verdadero sentimiento de fragilidad, vacío y anhelo de amor:

En el sueño, Lucía me ve compartiendo con ella un lugar, bajo una palapa, en


donde el resto de la familia está conviviendo cerca de una alberca. Ella sale del agua y se
dirige a mi, que la espero con una toalla azul “pachona y calientita” para envolverla.

Lucha asocia su sensación de frío con el agua, a pesar de estar en un lugar cálido,
en donde hay una palapa. También me expresa su necesidad y gusto de ser cobijada con
toallas como recién salidas de la secadora, ya que siempre se ha sentido como
“desordenada, borrosa y fría”. Poco a poco, a través de la contratrasferencia, percibo que
una parte de Lucía se identifica con una imagen espectral, que funciona como una
especie de alter ego, tanto de su madre, como de hermana muerta y hasta de su pareja, a
quienes necesita combatir, escabulléndose a la vida en busca de amor y atención, aunque
sea mediante “acting outs” efímeros y riesgosos, como en cada encuentro amoroso con
su amante.

Lucía abriga la ilusión de convertirse en el ideal de mujer de su padre y gran


maestro, muy contradictorio por cierto, ya que éste siempre habla de mujeres elegantes y
con porte, mientras que se relaciona con amantes que no lo son, al igual que hace Lucía.

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Busca ser inconscientemente esos dos tipos de mujeres, además de convertirse en la


prolongación narcisista de sus objetos primarios para así unificar su sentido de identidad.
Ella misma expresa que le gusta ser “la cereza del pastel”, aunque a veces tenga que ser
un pastel naco y cremoso de quinceañera y otras una tarta magra propia de la nouvelle
cuisine.

Raymundo comparte muchos rasgos de carácter con el padre de Lucía,


especialmente el de tener que mantener el dominio y control de las situaciones, así como
de ser el portador de la razón. No obstante, representa al mismo tiempo al ser deforme –
una parte devaluada y escindida del padre y de Lucía – que ha sido recubierta con un si
mismo grandioso, apuntalado adicionalmente en una parte de la realidad, por sus
auténticos logros profesionales y académicos.

Tras analizar sus actuaciones, Lucía empieza a mostrar preocupación por perder
su vínculo con Lalo, me pide datos de una terapeuta de pareja para que puedan ir juntos a
consultarla. Eduardo muestra grandes resistencias y a los pocos meses suspenden la
terapia, cuando Lucía amenaza entre otras cosas, que se irá a iniciar otro posgrado al
extranjero. Durante la época que acuden a la terapia de pareja trae un sueño en el que
“siento que un chicle se me atora en la garganta; cada vez es más difícil sacarlo y poder
hacer hebra.”

Se le interpreta su dificultad para expresar cosas que la obligarían a “echarse de


cabeza”. Teme que sus verdaderas angustias queden expuestas tanto frente a mi, como a
Lalo y a la terapeuta de pareja, de allí que se le atoren. Esta imagen onírica también está
referida al terror inconsciente y la dificultad para hacer hebra-vínculos. Parece anunciar
que la desinvestidura libidinal de objeto está actuando defensivamente, lo que se hace
extensivo a la transferencia.

Del afecto de este sueño se desprende el recuerdo de otro en el que dice soñar
con pingüinos, pero como el animal, resulta una imagen congelada que la “deja fría”. Lo
anterior me muestra la parte helada de Lucía, un núcleo frío y muerto que me hace pensar
en el trauma acumulativo que Lucía ha vivido de manera crónica y que permanece
vigente, como si el paso del tiempo no hubiese intervenido, envolviendo a la dinámica
familiar y a sus relaciones de pareja.

Desde el final del primer mes de tratamiento y a raíz de que le interpreto su


necesidad de que la comprenda, pero al mismo tiempo le ponga orden y límites, Lucha
hace varios intentos de romper relaciones con Raymundo. Tiene algunos encuentros con
éste, a los que considera formas de despedida (“la última y nos vamos”), que van desde
viajes al extranjero, hasta salidas que describe como tórridos encuentros sexuales, en los
que ingiere mucho alcohol. Estos intentos de separación de Raymundo duran muy poco
tiempo porque siempre surge en ella una sensación de vacío, de estar como muerta y de
necesitar verificar en lo externo que sigue siendo importante para él. Es como llegar a una
encrucijada, en la que una salida es la fantasía de complacerme (como figura que
contiene a su superyó), intentando poner límites, al precio de quedar vacía. Por otra parte,
sus actos parecen buscar intentar forzar un cambio en los objetos y en la realidad.

Raymundo promueve su sentimiento de ambivalencia, ya que continuamente la


cuestiona sobre su matrimonio, desacreditando la hombría de Lalo. Reta a Lucía y la
invita a participar en situaciones que pueden evidenciar su relación de amantes frente al

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Revista Latinoamericana de Psicoanálisis – Vol. 7 año 2006

mundo externo, pero especialmente frente a Eduardo. Raymundo representa la parte


pulsional, que encara al superyó sádico y persecutorio de Lucía, mismo que necesita
buscar el castigo.

Un aspecto de la dinámica sexual entre ambos que llama mi atención es que ella
funge como la “maestra de Raymundo en la cama”. Toma iniciativas en los juegos
sexuales y le enseña posiciones nuevas y juegos audaces. Lucía no se permite mostrar
fragilidad en la intimidad; además, necesita reparar las partes propias dañadas que son
depositadas en la figura del amante. En la relación cotidiana, esta situación se invierte.
Raymundo es la autoridad, el tutor; él tiene, al igual que su padre, “la última palabra”, por
ello es que Lucía se somete dócilmente para ayudarle en trabajos, congresos,
presentaciones, etc., como si se tratase de su asistente.

Lo mismo sucede con la casa de Raymundo, a la cual ella decora, procura y


arregla, etc., contrastando con el rol que desempeña en la propia, en donde Eduardo es el
“handyman”, al mismo tiempo que la figura nutricia, mientras que ella se siente la “inútil y
extraña”.

A pesar de reconocer que Eduardo es liberal, activo y diestro en la sexualidad,


además de que infinitamente más atractivo y bien formado que R., ella lo siente “tierno”
pero no le despierta placer, sólo lo siente como su “roomate”. No se permite sentir y
mantiene disociado el pensar que E. ha tenido más experiencia sexual en su juventud,
que ella misma y que Raymundo. Refiere que este último se vuelve mujeriego después de
casarse y acceder a una posición académica y profesional de alta jerarquía en la
institución académica en la que se desempeña. De igual manera, Lucía actúa la
infidelidad justo después de unirse a Eduardo, quien potencialmente le ofrece estabilidad,
tanto económica como emocional.

Lucía vive para Raymundo,”me parto en pedazos” para poder “cumplir con mis
obligaciones”. Utiliza a todas sus amigas para encubrir sus infidelidades y a la vez
devalúa – y con cierta razón- a su pareja por tragársela todas. Lucha repite una vez más
lo mismo que su padre hace con su madre, expresándose despectivamente sobre ella, y
diciendo que es una inútil y que no sirve para nada.

Por su parte, Eduardo da la impresión de que se aferra a Lucía porque siempre ha


temido la separación, a raíz de tanta migración y abandono, que no le permitieron echar
raíces en el pasado. Eduardo desmiente lo que Lucía hace, ya que para él es más
doloroso y amenazante quedarse solo, que tolerar la infidelidad de su esposa.

Internamente me cuestiono sobre los rasgos homosexuales de Eduardo; cuando


en alguna ocasión exploro las fantasías de Lucía al respecto, ella lo refiere más bien a
otros aspectos de su carácter, como la falta de dinamismo, mas no a la identidad y
orientación de género de Lalo.

Al analizar, por una parte la dinámica de la relación entre Lucía y Raymundo y por
la otra, la de su persona con Eduardo, me parece que ambas representan aspectos
complementarios de su experiencia vincular traumatogénica. Frente a Raymundo la
relación se presenta con una cierta fachada edípica, sobre la cual Lucía desplaza su
necesidad compulsiva de someterse y ser reconocida por una figura “paterna” que vive
contradictoria; amorosa y “fuerte”, al mismo tiempo que resentida y sádica. Esto se

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aprecia por el hecho de que Raymundo no parece cuidar de Lucía, ya que la expone, a la
vez que la rescata de ese aburrimiento y sentimiento de vacío que su relación con
Eduardo le despierta. Frente a éste en cambio, se observa en Lucía el anhelo de buscar
“equilibrio y estabilidad”. Ella se identifica con un padre que, a pesar de dar el mensaje
que la madre lo necesita más a él que a la inversa, permanece a su lado al costo de
negar y proyectar su narcisismo lastimado, al igual que desconocer las partes valoradas y
fuertes de sus respectivas parejas.

Cuando Lucía me platica de sus “movidas” busca provocar y observar mis


reacciones emocionales que frecuentemente se traducen en un sentimiento de ansiedad y
necesidad de protegerla de sus actuaciones autodestructivas; maternarla en su parte
muerta y vacía. Otras veces me da la impresión de que Lucha me vive como si fuese la
madre fálica sobre quien ha depositado, por vía de la identificación proyectiva, su
sadismo. No obstante lo anterior, Lucía necesita de mi contención y que me quede con
sus cosas malas.

La reacción que Lucía despierta en Eduardo a raíz de su desinterés por la relación


e infidelidad, es que éste pelee con ella y la castigue, controlando sus aportaciones
económicas para los gastos de la casa y reclamándole el alto costo de las llamadas
telefónicas. Con esto Lalo le insinúa que algo sabe sobre su infidelidad, pero es incapaz
de enfrentarla, aunque Lucía lo provoque.

Lucía no dimensiona las consecuencias de sus actos, no obstante logra “siempre”


escapar del peligro. Necesita probar la fuerza yoica de sus objetos frente a sus acciones.
Cuando sale victoriosa de sus provocaciones, se refuerza su sentimiento de omnipotencia
y comprueba que mantiene cautivos y castrados a sus objetos.

A nivel inconsciente Lucía busca ser rescatada, cosa que logra, ya que cada vez
que expresa a Eduardo su intención de separarse de él, éste se esmera mostrando
mucha ternura, que se manifiesta generalmente con conductas maternales o bien,
aumentando su condición de handyman dentro de casa. Esa es una comodidad que dice
no querer perder, ya que de Raymundo ella no obtiene lo mismo.

A raíz de que le interpreto lo anterior, poco antes de concluir el segundo año de


tratamiento, Lucía se siente avergonzada y culpable con Eduardo. Dice querer poner un
poco de orden en su mundo interno y decide separarse temporalmente de éste,
encontrando un espacio propio y pequeño para habitar. Aparentemente se aprecia como
un “no necesito de ti”, pero es el resultado de analizar e intentar reconstruir y fortalecer los
aspectos frágiles de su identidad, mismos que ella reconoce. Aunque por una parte se
siente sola, al mismo tiempo se siente fortalecida de poder hacerse cargo de algo que
tenga un tamaño accesible a sus “capacidades”; goza de su nido y de sus plantas, a las
que cuida y riega, mientras estas embellecen las ventanas que dejan ver hacia fuera.

La separación de Eduardo la lleva a asociar con los momentos de gran vacío en la


infancia en una casa paterna deteriorada, a la cual sus figuras primarias no daban
mantenimiento. Reconoce que el entorno de entonces era el reflejo del estado emocional
de la familia, con lo cual le interpreto su sensación de haber compartido un cuerpo y un
espacio psíquico maternos tristes y descuidados, que ahora puede de alguna manera
reconstruir y recrear estéticamente en su pequeño departamento. Plantea que así hubiese
querido empezar al casarse con Lalo: en “chiquito y poco a poco”.

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Revista Latinoamericana de Psicoanálisis – Vol. 7 año 2006

Además de recordar a una madre crónicamente encerrada y lejana, surgen


también ahora en ella recuerdos como fantasmas del padre poniendo constante distancia
entre su persona y la familia, al mismo tiempo que era duro y exigente con ella y sus
hermanos.

La narración que hace de su historia familiar contrasta con los datos que posee
sobre la familia de su esposo. A decir de Lucía la madre de Eduardo siempre ha tenido su
casa en condiciones impecables, lo que hacía que éste se encariñase con su entorno. Sin
embargo debían de partir y dejarla atrás cada vez que el suegro era transferido a otro
país, perdiendo amigos, lugares, así como objetos queridos y valiosos. Al parecer esto
constituye un aspecto muy doloroso de la vida de Lalo, que él intenta reparar y controlar
haciendo todo lo posible por retener a Lucía a su lado, construir una familia y como señalé
antes, manteniendo un espacio físico cuidado y estético. Aunque ambas experiencias
familiares tengan en común las vivencias de pérdida, ahora Lucía empieza a poder
entender cómo se siente él.

Poco antes de irse de casa tiene que enfrentar a los padres para plantearles su
separación de Lalo, ambos se enojan y le reprochan su impulsividad. A pesar de estar
conscientes de que Lucía lleva una relación paralela con Raymundo, el padre le pide que
medite sus decisiones, ya que, aunque no les gusten algunas cosas del carácter de
Eduardo, lo consideran como un factor de estabilidad para Lucía y una pareja socialmente
aceptable. El padre comparte con Lucha sus experiencias matrimoniales difíciles, pero le
dice que frente a ciertas circunstancias hay que apelar a la razón.

Al fin de cuentas, la madre de Lucía, al igual que Eduardo, constituyen las partes
vacías y dañadas proyectadas, la “madre muerta” que habita en ambos y de la que no
desean, ni pueden desprenderse.

Esto se analiza y le permite integrar que en lo consciente el padre de verdad teme


que la hija se llegue a identificar con sus partes destructivas, con el peculiar masoquismo
al que Green (1993) hace referencia en su “trabajo de lo negativo”. Por su parte, llama la
atención la reacción emocional de la madre ante su separación. A decir de Lucía, ésta se
reduce a emitir exclamaciones como: “¡qué barbaridad Lucía, no puedes arriesgarte así! “,
pero al mismo tiempo es quien muestra mayor curiosidad de conocer la intimidad sexual
de Lucía con R. Lo anterior da lugar a explorar sus fantasías en relación a la
homosexualidad latente de ambas (madre e hija), pero también respecto de lo que
imagina sería la sexualidad de la abuela materna, pues ella al igual que Lucía, tenía a su
esposo arreglando la casa y cuidando de sus hijas. Lucía se siente conscientemente
gratificada de identificarse con la figura fuerte de la abuela, quien se sitúa sobre la madre-
analista; de esa manera su vulnerabilidad queda anulada.

Durante la etapa de separación, Raymundo la corteja intensamente; trata de


convencerla y la presiona para que se divorcie de Lalo. La lleva con el abogado que lo
divorció de su primera esposa para que inicie el trámite legal. Pocos días más tarde,
cuando lo anterior se convierte virtualmente en una realidad, Lucía comienza a somatizar,
presentando intensos dolores abdominales que interpreta como quistes de ovario o
amenaza de aborto. Se siente muy angustiada y avergonzada, después de haber
minimizado a su marido; no obstante cae en una reacción de intensa rabia - asumiendo
discursos que claman justicia y legalidad- al enterarse por un tercero que Eduardo ha

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tenido encuentros con otra mujer, misma a la que conoce en un bar cuando se iba a tomar
después de separarse de Lucía. Esta última también es divorciada y tiene un hijo. Lucha
no puede tolerar la idea de que él se enamore de otra.

Dos meses más tarde Eduardo la vuelve a buscar y le lleva mariachis. Ella dice no
sentir absolutamente nada. Trae un sueño: “Le enseño a Eduardo el plano de una casa”.
Asocia el plano con lo aplanado de sus sentimientos, pero a la vez, acepta que debajo de
esa indiferencia está el deseo de reconstruir con él una nueva relación. Llega con esa
idea frente a su padre, pidiéndole si la podría ayudar a recuperar un departamento de su
propiedad o prestarle otro, pagándole una renta, pero dice que él le niega la ayuda
incondicional. Emergen entonces sentimientos de rabia y tristeza, ya que siente que el
padre/esposo todo se lo cobra, surgiendo así la consciencia de su envidia y sentimientos
de impotencia frente al hecho de no poder ser la hija incondicional como lo es Lalo para
sus padres. Alrededor de la fecha de su cumpleaños número treinta y uno, se encuentra
con Eduardo en un restaurante, después de que ha estado frecuentando nuevamente a
Raymundo.

Trae varias pesadillas; en una de ellas ve que “Raymundo y su ex-esposa M. están


en casa de mis padres, él la mira con ojos de amor, mientras “mis padres están felices
platicando con ella”.

Después de la renuencia paterna a ayudarle, se recrea la escena edípica en la


cual ella queda rechazada y excluida. Sin embargo, en mi despierta la sensación de que
la esposa de Raymundo, más que a la madre, representa una parte de Lucía, la de la otra
Lucía muerta. Esta ha cobrado vida, mientras ella queda relegada y no reconocida por los
padres.

Lucía se siente triste y traicionada ante la idea de que los padres pudiesen negarle
su apoyo. Pronto vuelca su rabia narcisista en varios sueños más, hacia Raymundo y
hacia su papá. Primero trae uno en el cual ella está con su madre, mientras que el padre
muere por enfisema pulmonar. (Es probable que ya para entonces haya percibido que
algo andaba mal con la salud del padre, que sería descubierto clínicamente hasta más
tarde, como se leerá más adelante en el trabajo). En el escenario onírico ella yace con la
madre–analista para refugiarse, manifestándose nuevamente el Edipo negativo.

Poco tiempo después y a raíz de trabajar su enojo con los hombres-padres


resurge en Lucha el deseo de volver con Lalo, a quien extraña y busca, identificándose
con sus partes femeninas y preparando un pastel para él. Le interpreto que su relación
con Lalo le representa una parte del vínculo con la madre, que aunque siempre la viva
triste, nunca la ha abandonado ni negado.

Le retira el habla a Raymundo y días más tarde recoge sus pertenencias de la


casa de éste. A raíz de que termina con su amante aparecen más pesadillas en relación a
la separación, a la que vive como una enorme herida narcisista; de hecho, el contarme
sus sueños de angustia es una forma habitual en la que Lucía se comunica conmigo. En
una de ellas, de carácter transferencial, aparece “un gran médico en una expedición, cuya
clínica se encontraba en una isla. Era golpeado por militares y se autodestruía, pero antes
le sacaban un ojo y me expresaba que no podría curarla. Yo sentía que estaba en una
película... que aunque podía regresar y salirme de esa isla, algo me decía que nunca iba
a poder con el alcohol. Desperté aterrorizada.”

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Revista Latinoamericana de Psicoanálisis – Vol. 7 año 2006

Lucha teme sentir que la isla del consultorio, en la cual se lleva a cabo su
expedición analítica, quede destruida. Me parece ser resultado del descubrir sus miedos y
dependencia, así como el haberse sometido en su fantasía a mi deseo de que volviera
con Eduardo. Me deposita su impotencia para curarla y me comunica simbólicamente que
tal vez haya algo que no estoy pudiendo ver, la falta del ojo deja en mi también un agujero
negro. Se hace patente la reacción terapéutica negativa.

Todas estas imágenes oníricas habrán de resignificarse más adelante en el


análisis. Pareciera como si Lucía hubiese anticipado los traumas que seguirían, al mismo
tiempo que los pensamientos oníricos latentes y las imágenes del sueño hablan de sus
vivencias del pasado.

Lucía dirige ahora su atención a su “preocupación por el alcoholismo de mi padre y


de Lalo”, sin fijarse que ella cae cada vez más en conductas adictivas, como el ingerir
alcohol de manera frecuente y en grandes cantidades. Aunque se le haya señalado lo
anterior en reiteradas ocasiones, es la madre quien insiste que ella se atienda y lo logra
por corto tiempo, acudiendo a AA.

La labor de reintroyección de sus rasgos autodestructivos ayuda a que disminuyan


gradualmente las defensas narcisistas y surge la depresión, aunque con muchos tintes
persecutorios. Nueve meses más tarde decide regresar a vivir con su marido. Dura poco
tiempo pues nuevamente Raymundo se encarga de mandarle mensajes de radio y ella no
puede apartarlo de su pensamiento. Lucía empieza a hacer consciente la dinámica
perversa que se da entre ambos. Inicia tomando distancia de él, aunque periódicamente
necesite indagar si aún se interesa por ella. Sus mayores angustias giran en torno a
pensar que Raymundo no se acuerde más de su persona y piense que Lucía es poco
importante. Le interpreto que debe estar revivenciando lo que ella y su madre sentían
cuando el padre de Lucha se alejaba.

Paralelamente en la vida familiar resurge otra gran crisis a raíz de que su hermano
Federico toma la iniciativa de irse a vivir solo. Esto debido a los fuertes pleitos familiares
entre éste y su padre. Lo interpreto como una forma de identificarse con la necesidad de
separación de Lucía, pero haciéndolo de forma errática. En esas situaciones él se acerca
a su hermana y ella lo apoya, bien sea con un espacio para quedarse, o con dinero que
no le puede cobrar más tarde.

Ante la separación de Federico, la madre de ambos se enferma. Esto sucede poco


antes de mis vacaciones, por lo que Lucía me deposita la certeza de que me voy a
deprimir enormemente o voy a pasar unas vacaciones monótonas, llenándome así de su
propio sentimiento de vacío. Paralelamente me comunica que su madre la responsabiliza
a ella y a su padre de que Federico se haya ido de la casa, lo mismo que
inconscientemente ella quiere hacer conmigo ante el abandono por mis vacaciones.

A fines de ese año el padre enferma y es operado de un hidrocele en el testículo.


Lucía teme que sea cáncer, pero se entera de que no es así, lo cual la tranquiliza, pues
en su fantasía inconsciente no ha dañado su virilidad, al contrario de lo que en el sueño
sucede con el médico al que deja ciego y mutilado.

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Esto coincide con la fantasía y el deseo de, ahora sí, quedar embarazada. Surge
otra racha fuerte de acting-outs asociados al tema de su maternidad y sus miedos a
perder la libertad y no ser buena madre. Lucía dice necesitar un hijo para tener una razón
más para vivir. Inicia una nueva aventura con Emilio, quien trabaja en el mismo ramo que
ella, su esposo y Raymundo; incluso es amigo de los tres. Esto sucede poco tiempo
después de que en su discurso, aparentemente Raymundo ha perdido fuerza.

Cuando unos meses más tarde queda embarazada, plantea dudas sobre si el ser
que lleva en el vientre podría ser hijo del nuevo amante. En alguna ocasión llega a
comentar que no importaría si así lo fuese, ya que Emilio es físicamente muy parecido a
Eduardo su esposo, por lo que el bebé pasaría por hijo legítimo de este último. No le
“salen las cuentas”, pero decide internamente que sí será hijo de Eduardo, quien cubre en
ese contexto sus ideales de paternidad. Al mismo tiempo, en transferencia me hace
partícipe de su embarazo, comentando que el color del diván de mi consultorio tiene el
mismo color del polen, de allí su fertilidad.

Asocia su embarazo con el hidrocele del padre, aquella bolsita con líquido en el
que se guardan las semillas. Así, existe una parte enferma y otra que se mantiene viva.
Emilio también es interpretado como el hombre elegido para su alter ego muerto, la otra
Lucía, por quien ahora tiene que dar lugar a una nueva vida.

Durante todo el embarazo siente el peligro de identificarse con la depresión de su


madre. Teme que el bebé se muera o salga con alguna malformación, por lo que se
practica una serie de estudios que la tranquilicen y le permitan ver – con sus propios ojos-
que el ser que lleva dentro no ha sido dañado por su agresión. No obstante, se expone
constantemente fumando, bebiendo y usando tacones de aguja que le dificultan
seriamente el caminar. Deposita en mi, en su esposo, madre y ginecólogo, la tarea de
cuidarla , haciéndole constantes señalamientos en esa dirección.

Llama mi atención que el padre y ella muestran actitudes afectivas de indiferencia


hacia el bebé con exclamaciones como: “El coso este – refiriéndose al hijo que lleva en el
vientre-, no me despierta ningún sentimiento de ternura, x, ¿ será normal que no sea yo
maternal?” El padre incluso le critica el tamaño del abdomen, que por cierto no resulta
demasiado abultado. Ambos muestran rechazo a sentir y expresar los afectos tiernos y/o
situaciones regresivas.

El embarazo de Lucía llega casi a término, adelantándose solamente unas cuantas


semanas. Nace una niña muy baja de peso que tiene que permanecer en incubadora por
unos cuantos días. Justamente da a luz el día que sabía que yo regresaría de
vacaciones.

Me anuncia que ha nacido Estrella y me pide que vaya a verla. Cuando llego al
hospital, me la entrega en las manos posada sobre una almohada que la separa de tener
contacto directo con su pequeña. Me dice que no sabe qué hacer, que le enseñe. Al
parecer el único que no se desprende de su lado es su padre, la madre no se hace
presente más que por pequeños ratos. La invito a que me llame cuando lo necesite y
regrese cuando se sienta lista.

Cinco semanas más tarde me llama por teléfono para avisarme que al día
siguiente y antes de retomar análisis, se irá de viaje a China con el padre, debido a que la

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mamá le pide que tome su lugar, ya que no quiere acompañarlo por miedo a los atentados
terroristas del 11 de septiembre en Nueva York. Cabe añadir que la madre de Lucía
siempre ha tenido fobia a volar en aviones.

La conmino a venir antes a una sesión para platicar al respecto, ya que su hija
está recién nacida, pero Lucía, haciendo uso de la renegación, me dice que todos están
de acuerdo y que la abuela está encantada de permutar su rol materno con ella y hacerse
cargo de su pequeña.
Todo lo anterior despierta en mis sentimientos de frustración e impotencia, así como la
sensación de que hemos ido muy para atrás en el tratamiento analítico.

A su regreso analizamos esa actuación en la transferencia, en la que, por una


parte me mira con incredulidad, dándome la impresión de que desea que yo cargue con la
incertidumbre que le provocó tomar la decisión de dejar a Estrella. Me impresiona como
una reproducción de su nacimiento, en el que se evacuan las huellas de lo traumático
apenas acontecido para dar lugar a una experiencia nueva y emocionante (el viaje a
China), que da borrón y cuenta nueva a una situación no elaborada, desmentida. Ir a
China es protegerse de su propia y tan temida depresión, aunque al mismo tiempo repita
el traumático abandono.

Además de lo anterior, le interpreto también su necesidad de restituir a la madre


con una segunda hija, lo que “gratifica y repara” a ambas. Ella insiste que la hija no se ha
percatado por la edad que tiene y que no solamente ha sido cuidada por la madre, sino
por Nina, la nana de muchos años que es quien más se ha ocupado de alimentarlos.
Dada su impotencia para cuidar de Estrella, este primer abandono se puede entender
también como una manera de ponerla a salvo de su potencialidad destructiva, de la cual
Estrella se salvó durante el embarazo, a pesar de los descuidos francos de Lucía.

Ese año de análisis trabajamos diversos aspectos de su maternidad y su


sensación de no poder conectarse emocionalmente con su hija, a quien se esmera en
querer. En algunas ocasiones la trae a sesión en su sillita, sobre la cual adapta una
almohada, en la que atora la mamila, para que ella se dé “autoservicio”. Poco antes de
cumplir un año de vida, Lucía la inscribe en un centro de estimulación temprana en donde
ella va a aprender cómo interactuar con su hija, ya que es algo que sólo Eduardo puede
hacer con la pequeña, fungiendo ella como espectadora.

Dadas las nuevas circunstancias de vida y con el cambio de sexenio, los suegros
piden su traslado a México para quedarse aquí en su retiro. Lucía logra empezar a
vincularse más estrechamente con su suegra, quien mima, alimenta y sirve de guía y
estructura a Lucha y a la pequeña Estrella. En algunos aspectos consigue acercarse y
reconocer más a su marido.

Pronto se desencadenan otra serie de situaciones traumáticas en la vida familiar


de Lucha. El hermano menor es diagnosticado de cáncer. Como estudia en provincia,
debe ser trasladado a la capital para recibir atención médica. Esta época es intensamente
traumática para Lucía y su familia, especialmente para su papá y para Estrella. Lucha
deja a su hija al cuidado de su suegra y marido, dedicando parte importante de su tiempo
a apoyar en el cuidado de su hermano. Durante su tratamiento, trabajamos su temor a
acercarse físicamente a éste y decirle lo mucho que lo quiere. Logra llorar y hacerlo, pero

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al mismo tiempo le toca estar presente cuando por un mal manejo perforan el pulmón de
Darío y pocos días más tarde éste fallece, tres meses después de su internamiento.

El padre decide mudarse a otro lado, donde Lucía y Eduardo serán sus vecinos; el
ritual del desmontaje de casa se repite nuevamente. En este proceso, Lucía describe
escenas que me parecen dantescas. Primero, tras la muerte de Darío, ella decide entrar y
ver personalmente cómo lo creman, entablando una conversación con los empleados del
crematorio sobre el procedimiento y disociando la conciencia de que el cuerpo del que se
trata es el de su hermano. Selecciona una vértebra para guardarla como recuerdo. Todo
ese relato viene envuelto por un afecto bizarro.

En una ocasión en la que acude a casa de los padres y éste está empacando
cajas, sacan la urna de Darío y ella pide un poco de sus cenizas para conservarlas, junto
con ese fragmento de vértebra, un pañuelo con lágrimas y sangre de Darío, así como una
carta que contiene pensamientos escritos para él. Al mismo tiempo relata, con un
discurso que resulta asimismo ominoso y escalofriante, cómo encuentra guardado su
vestido de novia, sobre el cual el padre le pregunta si lo quiere conservar para ponérselo
otra vez. Me resulta una escena en la que muerte y vida se hacen coexistentes, el padre
sosteniendo un vestido que en mi fantasía se convierte virtualmente en mortaja. Ambos se
encuentran conviviendo con el fantasma de Darío, de la hermana, de si mismos.

Lucía lleva consigo las cenizas y los objetos “fetiches” del hermano y los deja en
un adorno de alabastro en la estancia de su casa, mismo que compara con una urna
egipcia. Me cuestiona sobre si es muy enfermo lo que ha hecho. Deposita en su suegra
esa parte de su locura, aduciendo que esta última cree en la reencarnación. No obstante
logramos que Lucía represente su fantasía inconsciente: teme no poder conservar a Darío
en su memoria y por eso conserva algo de su materia. Al mismo tiempo desea quedar
contenida como éste, en un espacio cuidado y valioso como la cajita de plata provista por
la suegra, quien sí sabe cuidar de los bebés. Desea llevar a su lado aquello que
representa su identidad dolorosa (pañuelo), lo que la vertebró, al mismo tiempo que su
esencia y sus pensamientos. Si lo miramos desde otra perspectiva, es una forma de
evitar repetir el duelo patológico perpetuado en su madre por la muerte de su primogénita,
de quien no pudo despedirse. Lucía no tolera la idea que se le desaparezca su ser
amado, su “otro bebé - hermano”, de quien fuera madre sustituta.

Nos resulta difícil trabajar ese duelo patológico, por lo siniestro de los afectos.
Finalmente, después de algunos meses, logra hacerse a la idea de que algún día lo podrá
enterrar y despedirse de sus restos para conservarlos en su memoria. Durante el proceso
de elaboración trae otra racha de pesadillas. En una de ellas “matan a Estrella en la casa
de mis padres”, llevándola a imaginar el inmenso dolor que sienten los padres por Darío,
así como lo sintió la madre en el pasado ante la muerte de la primera Lucía. En la otra,
ella sueña que “mi padre fallece a causa de la muerte de Darío, pero de una afección
pulmonar”. Lo que llama la atención es que me lo relata diciendo:” ahora maté a mi papá
en el sueño” y ubica la escena un día antes de salir de la preparatoria, lo que representa
la potencial catástrofe que es para Lucía el partir a la vida y elegir su propio camino.

Desafortunadamente no hay tregua ni posibilidad de elaborar el duelo, ya que


cuatro meses más tarde se suceden otra serie de eventos traumáticos. El padre enferma,
precisamente de lo que Lucía tanto temía inconscientemente y sólo había emergido a
manera de pesadilla en el pasado reciente: se le detecta un cáncer metastásico avanzado

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de pulmón, que tras la lucha contra la enfermedad y una serie de tratamientos, acaban
quitándole la vida. Durante toda esta etapa, Lucía habla de su intenso dolor pero con una
gran dificultad para expresar el afecto. Entra en una especie de desrealización que le
impide poner en palabras lo que tanto teme; no poder manejar su vida sin el padre a su
lado. Aparecen cuadros intermitentes de ataques de pánico, por lo que la mando con un
médico psiquiatra para que la atienda. Aún así, Lucha logra asumir muchas de las
funciones de objeto acompañante para con su padre, al costo de desinvestir a Estrella,
quien a su vez empieza a mostrar los efectos negativos de la enfermedad de su abuelo,
con quien está muy apegada: se enferma continuamente.

Se dan ciertas situaciones en la transferencia en donde yo me coloco como la


madre que le tiene que volver a enseñar a Lucía cómo acercarse y mostrar su dolor y
ternura a Estrella, al igual que lo hicimos con su hijo-hermano Darío antes de morir éste.
Al mismo tiempo, me convierto en aquella madre impotente que no puede abolir la muerte
del padre. Varias veces me llega a verbalizar su deseo de que yo me hiciese cargo de su
“Estrellita”, de su parte niña, como si su parte adulta me anunciase que moriría. El intenso
displacer que le genera ver sufrir a ambos padres, el sobrepasar los umbrales de su
tolerancia y capacidad de metabolizarlo, la llevan a actuar su angustia, acudiendo
impulsivamente a un tratamiento de lipoescultura, que conlleva dolor y riesgo. Su padre la
regaña por arriesgar su salud. Un par de semanas después de faltar a sus sesiones,
Lucía se presenta al consultorio una vez que se ha sometido al mismo. Me sorprende
verla vendada y rigidizada, revestida de toallas sanitarias que recogen el suero corporal
que emana de las heridas desde las que drena la grasa de su cuerpo. Comunica lo que
difícilmente puede traducir en palabras: Lucía necesita drenar su dolor. La faja representa
la parte que demanda le de soporte y contenga sus “hemorragias afectivas”. Después de
haber actuado, Lucha plantea a sus objetos, entre ellos a mi, lo que no puede pedir con
palabras.

Poco antes de morir el padre, éste la deja a cargo del manejo de parte de la
administración de los bienes, tarea que habrá de seguir más adelante. También le pide
que cuide de su madre. Entretanto ha vuelto a encontrarse con Raymundo, de quien ya
no se siente enamorada, pero hacia quien guarda cariño. Este se hace presente –
mediante un llamado telefónico- durante el sepelio del padre, comunicándole que ha
tenido un accidente de auto, lo que Lucía interpreta como una demanda para probar su
amor, midiendo si será capaz de dejar todo por atenderlo a él.

Lucía se ausenta durante tres meses sin previo aviso. Después de algunas faltas
decido llamarle para preguntar si piensa continuar con su análisis. El día en que decide
regresar a tratamiento me anuncia que Eduardo se ha ido de casa. También reporta que
ha terminado relaciones, tanto con Raymundo, como con Emilio - sus amantes – después
de darse un encuentro “accidental” entre los tres que la obligó a enfrentar la situación.

A raíz de lo anterior, decide también pedirle a su esposo que se vaya, ya que no


tolera más sus “megajarras”. Lucha actúa los límites que siente que Eduardo no le puede
poner. No soporta sentirse ahogada de vergüenza y tristeza, lo cual le interpreto; también
le hago ver el enojo y decepción que siente, de que yo no la haya detenido y protegido de
los reveses de la vida.

Semanas más tarde Lucha acude al psiquiatra de su madre para recibir


tratamiento ante su severo cuadro de ansiedad e insomnios. Me comenta que además de

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recibir medicamentos quiere conservar el espacio analítico, ya que necesita sostenerse


ahora que le resulta tan difícil replantearse su vida. Describe que ésta se le representa
como un gran vacío, lo que desde mi perspectiva hace que Lucía repita con los restos de
su padre, el mismo patrón de duelo que actuase con Darío. Guarda un puño de sus
cenizas, así como unas prótesis que le pertenecían.

Algunas semanas después inicia una relación con Félix, con quien permanece
durante pocos meses. Por una parte se siente feliz, ya que éste le demuestra su cariño y
ternura complaciéndola e invitándola continuamente a hacer el amor, lo que inicialmente
le devuelve el sentimiento de ser amada. Poco después me comunica que tiene
hemorragias vaginales cada vez que entra en períodos de gran tristeza, lo que relaciona
con la intensa actividad sexual que cada vez le molesta más, por lo que poco a poco se
va desligando de su persona. Me expresa nuevamente que el futuro se le presenta
desesperanzador; no obstante le agradece a Félix el cariño y la convivencia con Estrella.

Lucía abandona el tratamiento después de cinco años, en medio de una intensa


desazón y angustia. La última imagen que me trae, a manera de sueño diurno, es que “un
rayo ha partido uno de tres árboles que mi padre había plantado; es el más chico de los
tres, como Darío”. Me comunica que en esos días el jardinero iría a tirarlo por completo, lo
que le produce intensa angustia. Asimismo asocia ese sentimiento con la idea de que sus
suegros le pudiesen quitar a Estrella para llevársela al extranjero, ahora que el padre de
Eduardo se ha reincorporado al Servicio Exterior.

En la última sesión también me comunica de la muerte de su ahijado. En la


retrospectiva lo entiendo como el anuncio de que ella, mi “ahijada” “moriría” para mí y yo
me convertiría nuevamente en “la madre muerta”.

Atrás queda escrita una historia cargada de traumas, algunos menores y otros más
devastadores, pero al mismo tiempo queda otra en la que la batalla por sentirse viva y
completa – amén de correr altos riesgos – se hace presente en la lucha que Lucía libra
diariamente para dar pasos por la vida. A pesar de abandonar el tratamiento, quedo con la
impresión de que algo se ha logrado en los cinco años de trabajo, a pesar de habérseme
advertido que Lucía no duraría. La estructura psíquica de Lucha permanece frágil, pero
espero que haya aprendido que existen medios como el psicoanálisis, para trabajar con el
sufrimiento psíquico y ligarse a la vida, domesticando cada día un poco mejor a la muerte.

De este análisis se desprenden algunas reflexiones:

En el curso del trabajo con Lucía se pueden identificar varios momentos que, en
tanto ligados a desafíos que operan sobre una estructura psíquica vulnerada por su
historia temprana, se constituyen en traumas acumulativos.

Tal es el caso del que considero es el verdadero motivo de consulta: el


planteamiento de la maternidad asociada a la lejanía de los padres y la aplanada relación
de pareja. El mayor temor es reencarnar en otra “madre muerta”, trauma que se repite
parcialmente. Vivir es para Lucía estar en constante agonía y éxtasis.

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No obstante, existe en ella el suficiente apego a la vida que se puede detectar en


diversas áreas libres de conflicto. Muchas estructuras fronterizas presentan esta
característica, especialmente aquellas en las que la utilización de defensas de tipo
narcisista y otras propias de la neurosis se ligan al ideal del Yo, produciendo equilibrio y
unidad yoicos en el desempeño de ciertas actividades.

Por otra parte, la necesidad de anticipar y controlar a los objetos, tanto vivos, como
muertos, a través de un “falso self”, explica por qué muchos de estos pacientes son
capaces de percibir los estados afectivos y otros indicadores del peligro más sutiles, que
las personas neuróticas deben reprimir. La diferencia estriba que en ellos no aparecen a
manera de reflexiones o introspecciones, sino como pesadillas, pensamiento mágico u
otro tipo de manifestaciones que solamente en el “aprés coupe” y con ayuda del analista
se logran descifrar. En el caso de Lucía me refiero a la anticipación de la enfermedad del
padre, por ejemplo. Considero que el haber trabajado con este tipo de fenómenos, abre el
camino al futuro estudio sobre los mismos.

Ligado a lo anterior, creo que resulta importante explorar a profundidad el carácter


primitivo y/o psicótico de encarar los duelos en estos analizandos; duelos que a menudo
son transgeneracionales y cuyo carácter traumático queda evidenciado.

Me refiero a la necesidad de aferrarse a los restos materiales como fetiches,


utilizándolos como una suerte de objetos transicionales inertes, que representan a las
partes muertas/ausentes del si mismo y del objeto. Entiendo que a priori, parece una
manera de hacer frente a las ansiedades intensamente persecutorias, pero también como
una forma de redimensionar y dar “cierta estabilidad” al carácter traumático de percibir e
interactuar con el mundo.

La utilización de una técnica más “viva” (en palabras de A. Green), aplicada al


trabajo clínico con estos analizandos, nos permite ir transformando a las partes inertes del
objeto, en otras que puedan renacer y tener permanencia en el mundo interno de estos
pacientes. Creo que esto se consigue prestando nuestra “capacidad de ensoñar y nuestro
aparato para pensar” (Bion), como un espacio y función continentes al servicio de la
pulsión de vida.

En lo que respecta a la teoría y clasificación de los trastornos fronterizos y


narcisistas de la personalidad, considero que las descripciones generales de los
síntomas contienen aún hoy día aspectos vagos y confusos. Sostengo lo anterior,
aunque con el paso del tiempo se haya determinado que se trata de cuadros con
características clínicas más o menos definidas, situados en las intermediaciones de la
neurosis y la psicosis y “que se manifiestan estables en su inestabilidad” (García
Bernardo. 2000).

Se relaciona además con el hecho de que son caracteropatías descubiertas


precisamente a través del proceso transferencial y contratransferencial, cuyos efectos en
las reacciones cognitivo-afectivas del analista reflejan dicha confusión.

En la búsqueda de una mayor claridad frente a las “nuevas patologías” , me permito


concluir este trabajo con una propuesta de H. Bleichmar (2000); este autor considera que
hoy día habría que sustituir las clasificaciones diagnósticas tradicionales (“obsesiones,
histerias, fobias, etc.”), por otras de tipo dimensional, en las que no necesariamente se

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separe tajantemente la organización de la psicopatología, de la estructura de la


personalidad. Tal sería el caso de los trastornos narcisistas, por ejemplo, entre los cuales
a decir de Bleichmar, existen distintos subtipos, cuyas defensas pueden darse en
estructuras neuróticas, borderline o psicóticas.

Si esta ambiciosa empresa resultase en extremo difícil, considero que la utilización


de modelos teóricos psicodinámicos, como los empleados en este artículo, seguirán
siendo herramientas de gran utilidad en la comprensión, trabajo y comunicación de
experiencias clínicas complejas.

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