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7 año 2006
Ferenczi retoma las consideraciones freudianas iniciales sobre el origen del trauma,
como lo fueron la seducción sexual real y fantaseada (Freud, 1895-1920) y las
redimensiona. Se apega teóricamente a aquéllas que hablan de la deficiencia de una
barrera instrapsíquica contra estímulos traumáticos, que posteriormente Freud referirá a
un defecto del Yo para manejar la angustia señal.
Cabe recordar que Freud (1921-1926) explica que esta discapacidad yoica hace que
se produzca la angustia automática que, frente a situaciones traumáticas, dará lugar al
trauma propiamente dicho (Khan, M. 1974). Una de las causas para dejar al Yo
desprotegido y desencadenar el trauma puede ser la pérdida definitiva de un objeto
significativo; sin embargo Freud plantea que no se requiere necesariamente de la muerte
o abandono del ser amado para que se produzcan fuertes distorsiones en el si mismo del
infante.
Ferenczi, por su parte, describe cómo la libido puede sufrir una metamorfosis a causa
de múltiples traumatismos ocurridos durante la etapa preverbal por las reacciones
inapropiadas de una madre, quien antepone sus propias necesidades emocionales a las
del infante. Esta falta de empatía es vivida frecuentemente como una violación al Yo (bien
sea por exceso de intrusión o de abandono), provocando un estado traumático y de
desvalimiento crónicos. Aunque esta experiencia pueda producir simultáneamente cierta
excitación sexual, el origen no está vinculado a la seducción sino más bien – a decir de
Ferenczi - a lo que no se dio en el vínculo entre el bebé y su madre.
También concuerda con Freud (1937-1939) en la idea de que las heridas narcisistas
son resultado del llamado traumatismo primario que daña al Yo primitivo, causando
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Después del analista húngaro y de las aportaciones de autores como Klein, Fairbairn,
Winnicott, Bion, etc., el trauma se entiende hoy no sólo en términos cuantitativos y por
efecto de deficiencias intrapsíquicas, sino en estrecha relación con las marcas que deja
un vínculo madre-hijo, ”funcional”, pero seriamente perturbado. En este caso la psique
queda poblada por fantasmas persecutorios y personajes grandiosos; el proceso
narcisista que interviene en la constitución y dimensionamiento del Yo se afecta, se
distorsiona y se crea una pseudo estructura psíquica. Esto último da cabida a que mucho
de lo que se viva se integre en el infante como experiencia catastrófica no susceptible de
representación en la esfera psíquica. Adicionalmente, este fenómeno denota un apego a
lo destructivo que Green (1993) refiere como apego a lo negativo y que trasladado a la
clínica se observa como un constante brincar de la investidura, a la desinvestidura, de la
agresión, al masoquismo, etc.
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Khan propone un 4º factor de riesgo en la ruptura del escudo protector, que solamente
se identifica en la clínica a posteriori. Gracias a los descubrimientos de Winnicott a través
de su práctica clínica, se detectó el fenómeno de la regresión a la dependencia en el
proceso analítico. Al observar y trabajar con niños con trastorno antisociales, Winnicott
documentó cómo surgía en ellos la necesidad de corregir los desequilibrios y
disociaciones en la integración Yoica, a través de la construcción de un “falso self” que se
adaptaba más bien a las exigencias del ambiente, antes de estar el Yo suficientemente
integrado y “autónomo”.
Lo que Winnicott designa como impingements, mismos que se traducen como
tropiezos, choques, infracciones o hasta violaciones, son los elementos “genéticos” del
trauma acumulativo. Kris (1956) los llama “sobreestimulación provocativa”, concepto que
contrasta pero al mismo tiempo se complementa con la metáfora de “la madre muerta” de
Green, que revisaré más adelante.
1.1. El desarrollo prematuro y selectivo del yo, cuyas funciones son utilizadas en
forma defensiva.
1.2. Una organización de respuestas especiales específicas ante los estado
anímicos de la madre
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1.3. El yo corporal y su desarrollo como función de escudo protector, son los que
más sufren con las fallas maternas. Se presentan problemas en la
diferenciación más temprana entre el Ello (pulsiones) y el Yo, así como en la
integración del si mismo.
1.4. Lo anterior se manifiesta en la neurosis de transferencia a través de conductas
idiosincráticas con relación al Yo corporal. (Khan, 1974).
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En su artículo sobre La madre muerta (1980), Green plantea que los problemas de
duelo marcan la diferencia entre los análisis del pasado y los de la actualidad. En el caso
de la metáfora utilizada para designar este complejo, no se trata de las “consecuencias
psíquicas por la muerte real de la madre”, sino de”una imago que se constituye a
consecuencia de la depresión de la figura materna”, que convierte al objeto vivo en uno
lejano, cuasi inanimado. Lo anterior afecta fuertemente el futuro libidinal, objetal y
narcisista del sujeto. De esta manera, el infante tiene frente a su mirada y como espejo de
ésta a una madre quien lo cuida, pero que emocionalmente está muerta. Si bien Green no
habla directamente de trauma, entiendo que al introducir el concepto de duelo y hablar de
fuertes marcas, el autor está implicando la existencia de traumatismos importantes.
Green detecta algunos signos iniciales claros en los analizandos que sufren de
este complejo:
a) En un principio, éstos no dejan ver su depresión, con los rasgos característicos
de la misma
b) Generalmente el analista percibe conflictos de tipo narcisista que se relacionan
con una neurosis del carácter y que se manifiestan como conflictos en la vida
laboral y amorosa (como suele suceder con las caracteropatías).
a) La pérdida (parcial) del objeto , que opera como eje de cambio en la dinámica
entre realidad interna y externa y
b) La posición depresiva (Klein), que también resulta un indicador fundamental de
la organización psíquica del infante.
A primera vista, pareciera que el efecto de ambas debería ser estructurante para
la psique del infante. Sin embargo, Green piensa que el hueco teórico resulta por no
haber orientado la mirada analítica al efecto que la pérdida del pecho, la separación del
cuerpo mismo, u otro tipo de falta tengan sobre la integridad psíquica de la madre.
La depresión materna, que puede ser producida por la muerte o pérdida real de un
objeto amoroso para ella, de una fuerte herida narcisista u otro tipo de infortunio, no es
percibida claramente por el infante, ya que se encuentra encriptada. La madre por su
parte atiende al hijo, pero cae en lo que Green ha dado por llamar un “pecho falso,
producto de un si mismo materno falso, que nutre a un bebé falso”, siguiendo a Winnicott.
Es decir, que la madre se ha adaptado operativamente a las necesidades del bebé, pero
no ha podido volcar sobre éste las investiduras libidinales. Lo investido es el abismo
vacío, el objeto perdido que gravita alrededor como un fantasma, una ausencia presente,
pero al mismo tiempo como un alter ego, dejando a madre e hijo como presencias
ausentes.
Resulta imaginable que lo anterior produce una angustia crónica en la díada, que
en lo operatorio permanece sin embargo ligada a la realidad circundante. Se forma un
núcleo helado en el centro de la identidad del infante, reflejo del de la madre. De allí que,
aunque el objeto sea introyectado por el niño como un objeto “total”, su cualidad de
espectro – producto de la desinvestidura libidinal - no generará una ambivalencia como tal
hacia éste, sino predominará una indiferencia e incapacidad de amar.
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La interacción madre-hijo, a decir de Green, estará marcada por los colores del
duelo: el blanco y el negro. Negro como la rabia y el odio en una depresión grave; blanco,
como la representación de los estados de vacío. Angustia o “psicosis blanca” por la
pérdida narcisista experimentada”. Esta está relacionada con el hecho de que la unidad
Yoica se encuentra comprometida, pues se da en el plano del fantasma. Esto se podría
expresar con el siguiente enunciado: Yo soy una parte viva y una muerta, una ausente y
una presente, al igual que los objetos que me rodean.
La clínica del vacío o clínica de lo negativo, a la que se accede a través del trabajo
analítico incluye fenómenos y términos que Green llamará serie blanca en la que se
encuentran: a) la alucinación negativa, b) la psicosis (blanca) y c) el duelo blanco. Todas
éstas resultan de la represión primaria. Sin embargo, lo paradójico es que dicha represión
no se consigue del todo, ya que una característica de la imago de la madre muerta es que
está allí y nunca acaba de morir, así como tampoco logra nacer a la vida. De allí que se
produzca una constante agonía libidinal que mantiene prisionero al sujeto y que se hará
patente a través de la transferencia y la contratransferencia.
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Cuando se refiere a éste último, Lucía relata que Eduardo tiene ideaciones
suicidas; con frecuencia comunica a Lucía su deseo de no vivir más. Ella lo atribuye a que
no se siente satisfecho con sus logros profesionales y económicos; “siempre ha sido el
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niño consentido a quien invariablemente apoyan sus padres”. Desde este momento se
empieza a apreciar la dinámica, en la que al objeto de su amor, se le depositan las partes
vivas y muertas, así como sus sentimientos de envidia.
Durante las cinco entrevistas relata que ella es la mayor de una familia de 3 hijos;
es la única mujer y en su apreciación la más unida al padre, hombre de carácter agresivo,
audaz y con grandes habilidades sociales y para los negocios. Dice no querer ser como él
porque ciertos rasgos de su carácter le causan conflicto. El padre de Lucía se ocupa
desde hace muchos años, del negocio de bienes raíces y de la construcción.
Lucía refiere algunos aspectos del carácter de su padre que coinciden con el suyo
y comenta que ya fueron revisados en su terapia anterior. Ejemplo de ello serían las fugas
continuas a la rutina y a la realidad. Recuerda la época en la que se agudizó su
alcoholismo y en la que solía tener amantes, alguna de las cuales Lucía conoció a los 11
años de edad. Dice haber sentido un intenso conflicto de lealtades y experimentado una
gran rabia, especialmente frente a una “señora” con quien el padre solía pasearlos. Dicha
situación de inestabilidad orilló a una gran crisis familiar, misma que fue sorteada un par
de años más tarde, cuando la madre de Lucía se volvió a embarazar. De este embarazo
nació su hermano menor, Darío, ante el cual Lucía fungió en ocasiones como madre
sustituta.
A pesar de recordar estos aspectos dolorosos del padre, Lucía dice admirarlo y
quererlo mucho; insiste en que es la hija predilecta. Lucha lo compara con su suegro, el
padre de Eduardo. Refiere que éste es un “ser incognoscible” en lo que a sus
sentimientos y opiniones respecta, ya que no logra descifrar lo que el suegro en verdad
quiere expresar. A decir de Lucía, éste contesta a lo que se le pregunta utilizando
respuestas que no se comprometen con sus sentimientos, y que ella ejemplifica con la
frase “this beef is excellent”.
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En esa etapa del análisis, su hermano menor cursaba aún la preparatoria, “fue un
accidente de mis padres”. Está convencida de que la madre se embarazó para atraer a su
padre a la familia. Refiere:..”A veces me daba la impresión que Darío les valía. Yo fui una
especie de madre sustituta; incluso lo pusieron por muchos años a que durmiera en mi
recámara.” Recuerda que los papás frecuentemente se ausentaban durante varios días
de casa y los dejaban solos con Nina, la empleada doméstica que continúa laborando con
ellos y a quien le guarda una gran estima. Años más tarde, al nacer Estrella, la hija de
Lucía, ésta se convertirá en una especie de abuela sustituta en lo que a procurarle
alimentos, cuidado y afecto se refiere.
Se queja de recibir fuertes presiones por parte de Raymundo para que termine su
relación matrimonial con Lalo y se vaya a vivir con él, cosa que de alguna manera hace,
ya que continuamente le inventa a Lalo que debe viajar por su trabajo y se queda en casa
del amante o viaja con éste. No obstante, ella expresa que el encubrir sus “movidas”
frente a su esposo le representa un gran esfuerzo y desgaste.
Cuando exploro sobre sus sentimientos hacia la pareja y hacia el amante, Lucía
me expresa convencida que es bígama, porque a ambos los querría de esposos. Esta
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convicción persiste durante casi año y medio del tratamiento, aunque exista en ella la
conciencia “social” que le dicta que “no es correcto”. Esto lo refiere especialmente cuando
menciona que sus padres la regañan por sus mentiras y engaños a Eduardo.
Le señalo que ella vive las palabras paternas como mensajes contradictorios,
interpretando a la vez que necesita probar si yo analista / madre, voy a ser capaz de
entender y aceptar su conducta “bígama”. Entiendo que en la transferencia Lucía me pide
que, por una parte, me haga aliada de sus deseos, y por la otra anhela que la contenga
para poner orden y límites.
Después de abrir este capítulo en el análisis, Lucía indaga con sus padres sobre lo
que había sucedido con su hermana y se entera con más detalle que ese episodio ha sido
como un secreto acallado, ya que la pérdida de la “otra Lucía” le dolió profundamente a su
madre.
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Infiero que, si bien el cambio de objeto resultó adaptativo para Lucía, éste fue
complicado, ya que coexistía en ella el temor de perder el amor de su madre aunque al
mismo tiempo desease terminar la agonía propia, dejándola morir.
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que al principio todo fue “maravilloso” pero que la convivencia diaria y especialmente la
rutina la hacen sentir muy mal, llena de aburrimiento y de vacío. Le interpreto el temor de
que el análisis se convierta en una experiencia vacía y aburrida pero también su miedo a
que ella no sea el centro continúo de mi interés.
Lucha se queja de no tener un espacio para ella o para los dos solos, ya que ni
siquiera la casa en donde viven al inicio del análisis es suya, sino regalo de los suegros
para su hijo. Esto también llama mi atención, ya que frecuentemente expresa su envidia
inconsciente hacia su pareja que lo tiene todo, mientras que él nunca puede ser
exclusivamente para ella. Durante mucho tiempo, y cada vez que se le exacerban la
envidia e impotencia, Lucía suele desacreditar y burlarse de lo aburrido, mal conversador,
poco capaz de valerse por sí mismo de su esposo. En especial refiere que es superficial y
pragmático y que - a diferencia de Raymundo- le cuesta mucho trabajo expresar sus ideas
y sentimientos de manera adecuada. Una y otra vez se producen la escisión y la
identificación proyectiva.
Lucha asocia su sensación de frío con el agua, a pesar de estar en un lugar cálido,
en donde hay una palapa. También me expresa su necesidad y gusto de ser cobijada con
toallas como recién salidas de la secadora, ya que siempre se ha sentido como
“desordenada, borrosa y fría”. Poco a poco, a través de la contratrasferencia, percibo que
una parte de Lucía se identifica con una imagen espectral, que funciona como una
especie de alter ego, tanto de su madre, como de hermana muerta y hasta de su pareja, a
quienes necesita combatir, escabulléndose a la vida en busca de amor y atención, aunque
sea mediante “acting outs” efímeros y riesgosos, como en cada encuentro amoroso con
su amante.
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Tras analizar sus actuaciones, Lucía empieza a mostrar preocupación por perder
su vínculo con Lalo, me pide datos de una terapeuta de pareja para que puedan ir juntos a
consultarla. Eduardo muestra grandes resistencias y a los pocos meses suspenden la
terapia, cuando Lucía amenaza entre otras cosas, que se irá a iniciar otro posgrado al
extranjero. Durante la época que acuden a la terapia de pareja trae un sueño en el que
“siento que un chicle se me atora en la garganta; cada vez es más difícil sacarlo y poder
hacer hebra.”
Del afecto de este sueño se desprende el recuerdo de otro en el que dice soñar
con pingüinos, pero como el animal, resulta una imagen congelada que la “deja fría”. Lo
anterior me muestra la parte helada de Lucía, un núcleo frío y muerto que me hace pensar
en el trauma acumulativo que Lucía ha vivido de manera crónica y que permanece
vigente, como si el paso del tiempo no hubiese intervenido, envolviendo a la dinámica
familiar y a sus relaciones de pareja.
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Un aspecto de la dinámica sexual entre ambos que llama mi atención es que ella
funge como la “maestra de Raymundo en la cama”. Toma iniciativas en los juegos
sexuales y le enseña posiciones nuevas y juegos audaces. Lucía no se permite mostrar
fragilidad en la intimidad; además, necesita reparar las partes propias dañadas que son
depositadas en la figura del amante. En la relación cotidiana, esta situación se invierte.
Raymundo es la autoridad, el tutor; él tiene, al igual que su padre, “la última palabra”, por
ello es que Lucía se somete dócilmente para ayudarle en trabajos, congresos,
presentaciones, etc., como si se tratase de su asistente.
Lucía vive para Raymundo,”me parto en pedazos” para poder “cumplir con mis
obligaciones”. Utiliza a todas sus amigas para encubrir sus infidelidades y a la vez
devalúa – y con cierta razón- a su pareja por tragársela todas. Lucha repite una vez más
lo mismo que su padre hace con su madre, expresándose despectivamente sobre ella, y
diciendo que es una inútil y que no sirve para nada.
Al analizar, por una parte la dinámica de la relación entre Lucía y Raymundo y por
la otra, la de su persona con Eduardo, me parece que ambas representan aspectos
complementarios de su experiencia vincular traumatogénica. Frente a Raymundo la
relación se presenta con una cierta fachada edípica, sobre la cual Lucía desplaza su
necesidad compulsiva de someterse y ser reconocida por una figura “paterna” que vive
contradictoria; amorosa y “fuerte”, al mismo tiempo que resentida y sádica. Esto se
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aprecia por el hecho de que Raymundo no parece cuidar de Lucía, ya que la expone, a la
vez que la rescata de ese aburrimiento y sentimiento de vacío que su relación con
Eduardo le despierta. Frente a éste en cambio, se observa en Lucía el anhelo de buscar
“equilibrio y estabilidad”. Ella se identifica con un padre que, a pesar de dar el mensaje
que la madre lo necesita más a él que a la inversa, permanece a su lado al costo de
negar y proyectar su narcisismo lastimado, al igual que desconocer las partes valoradas y
fuertes de sus respectivas parejas.
A nivel inconsciente Lucía busca ser rescatada, cosa que logra, ya que cada vez
que expresa a Eduardo su intención de separarse de él, éste se esmera mostrando
mucha ternura, que se manifiesta generalmente con conductas maternales o bien,
aumentando su condición de handyman dentro de casa. Esa es una comodidad que dice
no querer perder, ya que de Raymundo ella no obtiene lo mismo.
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La narración que hace de su historia familiar contrasta con los datos que posee
sobre la familia de su esposo. A decir de Lucía la madre de Eduardo siempre ha tenido su
casa en condiciones impecables, lo que hacía que éste se encariñase con su entorno. Sin
embargo debían de partir y dejarla atrás cada vez que el suegro era transferido a otro
país, perdiendo amigos, lugares, así como objetos queridos y valiosos. Al parecer esto
constituye un aspecto muy doloroso de la vida de Lalo, que él intenta reparar y controlar
haciendo todo lo posible por retener a Lucía a su lado, construir una familia y como señalé
antes, manteniendo un espacio físico cuidado y estético. Aunque ambas experiencias
familiares tengan en común las vivencias de pérdida, ahora Lucía empieza a poder
entender cómo se siente él.
Poco antes de irse de casa tiene que enfrentar a los padres para plantearles su
separación de Lalo, ambos se enojan y le reprochan su impulsividad. A pesar de estar
conscientes de que Lucía lleva una relación paralela con Raymundo, el padre le pide que
medite sus decisiones, ya que, aunque no les gusten algunas cosas del carácter de
Eduardo, lo consideran como un factor de estabilidad para Lucía y una pareja socialmente
aceptable. El padre comparte con Lucha sus experiencias matrimoniales difíciles, pero le
dice que frente a ciertas circunstancias hay que apelar a la razón.
Al fin de cuentas, la madre de Lucía, al igual que Eduardo, constituyen las partes
vacías y dañadas proyectadas, la “madre muerta” que habita en ambos y de la que no
desean, ni pueden desprenderse.
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tenido encuentros con otra mujer, misma a la que conoce en un bar cuando se iba a tomar
después de separarse de Lucía. Esta última también es divorciada y tiene un hijo. Lucha
no puede tolerar la idea de que él se enamore de otra.
Dos meses más tarde Eduardo la vuelve a buscar y le lleva mariachis. Ella dice no
sentir absolutamente nada. Trae un sueño: “Le enseño a Eduardo el plano de una casa”.
Asocia el plano con lo aplanado de sus sentimientos, pero a la vez, acepta que debajo de
esa indiferencia está el deseo de reconstruir con él una nueva relación. Llega con esa
idea frente a su padre, pidiéndole si la podría ayudar a recuperar un departamento de su
propiedad o prestarle otro, pagándole una renta, pero dice que él le niega la ayuda
incondicional. Emergen entonces sentimientos de rabia y tristeza, ya que siente que el
padre/esposo todo se lo cobra, surgiendo así la consciencia de su envidia y sentimientos
de impotencia frente al hecho de no poder ser la hija incondicional como lo es Lalo para
sus padres. Alrededor de la fecha de su cumpleaños número treinta y uno, se encuentra
con Eduardo en un restaurante, después de que ha estado frecuentando nuevamente a
Raymundo.
Lucía se siente triste y traicionada ante la idea de que los padres pudiesen negarle
su apoyo. Pronto vuelca su rabia narcisista en varios sueños más, hacia Raymundo y
hacia su papá. Primero trae uno en el cual ella está con su madre, mientras que el padre
muere por enfisema pulmonar. (Es probable que ya para entonces haya percibido que
algo andaba mal con la salud del padre, que sería descubierto clínicamente hasta más
tarde, como se leerá más adelante en el trabajo). En el escenario onírico ella yace con la
madre–analista para refugiarse, manifestándose nuevamente el Edipo negativo.
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Lucha teme sentir que la isla del consultorio, en la cual se lleva a cabo su
expedición analítica, quede destruida. Me parece ser resultado del descubrir sus miedos y
dependencia, así como el haberse sometido en su fantasía a mi deseo de que volviera
con Eduardo. Me deposita su impotencia para curarla y me comunica simbólicamente que
tal vez haya algo que no estoy pudiendo ver, la falta del ojo deja en mi también un agujero
negro. Se hace patente la reacción terapéutica negativa.
Paralelamente en la vida familiar resurge otra gran crisis a raíz de que su hermano
Federico toma la iniciativa de irse a vivir solo. Esto debido a los fuertes pleitos familiares
entre éste y su padre. Lo interpreto como una forma de identificarse con la necesidad de
separación de Lucía, pero haciéndolo de forma errática. En esas situaciones él se acerca
a su hermana y ella lo apoya, bien sea con un espacio para quedarse, o con dinero que
no le puede cobrar más tarde.
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Esto coincide con la fantasía y el deseo de, ahora sí, quedar embarazada. Surge
otra racha fuerte de acting-outs asociados al tema de su maternidad y sus miedos a
perder la libertad y no ser buena madre. Lucía dice necesitar un hijo para tener una razón
más para vivir. Inicia una nueva aventura con Emilio, quien trabaja en el mismo ramo que
ella, su esposo y Raymundo; incluso es amigo de los tres. Esto sucede poco tiempo
después de que en su discurso, aparentemente Raymundo ha perdido fuerza.
Cuando unos meses más tarde queda embarazada, plantea dudas sobre si el ser
que lleva en el vientre podría ser hijo del nuevo amante. En alguna ocasión llega a
comentar que no importaría si así lo fuese, ya que Emilio es físicamente muy parecido a
Eduardo su esposo, por lo que el bebé pasaría por hijo legítimo de este último. No le
“salen las cuentas”, pero decide internamente que sí será hijo de Eduardo, quien cubre en
ese contexto sus ideales de paternidad. Al mismo tiempo, en transferencia me hace
partícipe de su embarazo, comentando que el color del diván de mi consultorio tiene el
mismo color del polen, de allí su fertilidad.
Asocia su embarazo con el hidrocele del padre, aquella bolsita con líquido en el
que se guardan las semillas. Así, existe una parte enferma y otra que se mantiene viva.
Emilio también es interpretado como el hombre elegido para su alter ego muerto, la otra
Lucía, por quien ahora tiene que dar lugar a una nueva vida.
Me anuncia que ha nacido Estrella y me pide que vaya a verla. Cuando llego al
hospital, me la entrega en las manos posada sobre una almohada que la separa de tener
contacto directo con su pequeña. Me dice que no sabe qué hacer, que le enseñe. Al
parecer el único que no se desprende de su lado es su padre, la madre no se hace
presente más que por pequeños ratos. La invito a que me llame cuando lo necesite y
regrese cuando se sienta lista.
Cinco semanas más tarde me llama por teléfono para avisarme que al día
siguiente y antes de retomar análisis, se irá de viaje a China con el padre, debido a que la
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mamá le pide que tome su lugar, ya que no quiere acompañarlo por miedo a los atentados
terroristas del 11 de septiembre en Nueva York. Cabe añadir que la madre de Lucía
siempre ha tenido fobia a volar en aviones.
La conmino a venir antes a una sesión para platicar al respecto, ya que su hija
está recién nacida, pero Lucía, haciendo uso de la renegación, me dice que todos están
de acuerdo y que la abuela está encantada de permutar su rol materno con ella y hacerse
cargo de su pequeña.
Todo lo anterior despierta en mis sentimientos de frustración e impotencia, así como la
sensación de que hemos ido muy para atrás en el tratamiento analítico.
Dadas las nuevas circunstancias de vida y con el cambio de sexenio, los suegros
piden su traslado a México para quedarse aquí en su retiro. Lucía logra empezar a
vincularse más estrechamente con su suegra, quien mima, alimenta y sirve de guía y
estructura a Lucha y a la pequeña Estrella. En algunos aspectos consigue acercarse y
reconocer más a su marido.
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al mismo tiempo le toca estar presente cuando por un mal manejo perforan el pulmón de
Darío y pocos días más tarde éste fallece, tres meses después de su internamiento.
El padre decide mudarse a otro lado, donde Lucía y Eduardo serán sus vecinos; el
ritual del desmontaje de casa se repite nuevamente. En este proceso, Lucía describe
escenas que me parecen dantescas. Primero, tras la muerte de Darío, ella decide entrar y
ver personalmente cómo lo creman, entablando una conversación con los empleados del
crematorio sobre el procedimiento y disociando la conciencia de que el cuerpo del que se
trata es el de su hermano. Selecciona una vértebra para guardarla como recuerdo. Todo
ese relato viene envuelto por un afecto bizarro.
En una ocasión en la que acude a casa de los padres y éste está empacando
cajas, sacan la urna de Darío y ella pide un poco de sus cenizas para conservarlas, junto
con ese fragmento de vértebra, un pañuelo con lágrimas y sangre de Darío, así como una
carta que contiene pensamientos escritos para él. Al mismo tiempo relata, con un
discurso que resulta asimismo ominoso y escalofriante, cómo encuentra guardado su
vestido de novia, sobre el cual el padre le pregunta si lo quiere conservar para ponérselo
otra vez. Me resulta una escena en la que muerte y vida se hacen coexistentes, el padre
sosteniendo un vestido que en mi fantasía se convierte virtualmente en mortaja. Ambos se
encuentran conviviendo con el fantasma de Darío, de la hermana, de si mismos.
Lucía lleva consigo las cenizas y los objetos “fetiches” del hermano y los deja en
un adorno de alabastro en la estancia de su casa, mismo que compara con una urna
egipcia. Me cuestiona sobre si es muy enfermo lo que ha hecho. Deposita en su suegra
esa parte de su locura, aduciendo que esta última cree en la reencarnación. No obstante
logramos que Lucía represente su fantasía inconsciente: teme no poder conservar a Darío
en su memoria y por eso conserva algo de su materia. Al mismo tiempo desea quedar
contenida como éste, en un espacio cuidado y valioso como la cajita de plata provista por
la suegra, quien sí sabe cuidar de los bebés. Desea llevar a su lado aquello que
representa su identidad dolorosa (pañuelo), lo que la vertebró, al mismo tiempo que su
esencia y sus pensamientos. Si lo miramos desde otra perspectiva, es una forma de
evitar repetir el duelo patológico perpetuado en su madre por la muerte de su primogénita,
de quien no pudo despedirse. Lucía no tolera la idea que se le desaparezca su ser
amado, su “otro bebé - hermano”, de quien fuera madre sustituta.
Nos resulta difícil trabajar ese duelo patológico, por lo siniestro de los afectos.
Finalmente, después de algunos meses, logra hacerse a la idea de que algún día lo podrá
enterrar y despedirse de sus restos para conservarlos en su memoria. Durante el proceso
de elaboración trae otra racha de pesadillas. En una de ellas “matan a Estrella en la casa
de mis padres”, llevándola a imaginar el inmenso dolor que sienten los padres por Darío,
así como lo sintió la madre en el pasado ante la muerte de la primera Lucía. En la otra,
ella sueña que “mi padre fallece a causa de la muerte de Darío, pero de una afección
pulmonar”. Lo que llama la atención es que me lo relata diciendo:” ahora maté a mi papá
en el sueño” y ubica la escena un día antes de salir de la preparatoria, lo que representa
la potencial catástrofe que es para Lucía el partir a la vida y elegir su propio camino.
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de pulmón, que tras la lucha contra la enfermedad y una serie de tratamientos, acaban
quitándole la vida. Durante toda esta etapa, Lucía habla de su intenso dolor pero con una
gran dificultad para expresar el afecto. Entra en una especie de desrealización que le
impide poner en palabras lo que tanto teme; no poder manejar su vida sin el padre a su
lado. Aparecen cuadros intermitentes de ataques de pánico, por lo que la mando con un
médico psiquiatra para que la atienda. Aún así, Lucha logra asumir muchas de las
funciones de objeto acompañante para con su padre, al costo de desinvestir a Estrella,
quien a su vez empieza a mostrar los efectos negativos de la enfermedad de su abuelo,
con quien está muy apegada: se enferma continuamente.
Poco antes de morir el padre, éste la deja a cargo del manejo de parte de la
administración de los bienes, tarea que habrá de seguir más adelante. También le pide
que cuide de su madre. Entretanto ha vuelto a encontrarse con Raymundo, de quien ya
no se siente enamorada, pero hacia quien guarda cariño. Este se hace presente –
mediante un llamado telefónico- durante el sepelio del padre, comunicándole que ha
tenido un accidente de auto, lo que Lucía interpreta como una demanda para probar su
amor, midiendo si será capaz de dejar todo por atenderlo a él.
Lucía se ausenta durante tres meses sin previo aviso. Después de algunas faltas
decido llamarle para preguntar si piensa continuar con su análisis. El día en que decide
regresar a tratamiento me anuncia que Eduardo se ha ido de casa. También reporta que
ha terminado relaciones, tanto con Raymundo, como con Emilio - sus amantes – después
de darse un encuentro “accidental” entre los tres que la obligó a enfrentar la situación.
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Algunas semanas después inicia una relación con Félix, con quien permanece
durante pocos meses. Por una parte se siente feliz, ya que éste le demuestra su cariño y
ternura complaciéndola e invitándola continuamente a hacer el amor, lo que inicialmente
le devuelve el sentimiento de ser amada. Poco después me comunica que tiene
hemorragias vaginales cada vez que entra en períodos de gran tristeza, lo que relaciona
con la intensa actividad sexual que cada vez le molesta más, por lo que poco a poco se
va desligando de su persona. Me expresa nuevamente que el futuro se le presenta
desesperanzador; no obstante le agradece a Félix el cariño y la convivencia con Estrella.
Atrás queda escrita una historia cargada de traumas, algunos menores y otros más
devastadores, pero al mismo tiempo queda otra en la que la batalla por sentirse viva y
completa – amén de correr altos riesgos – se hace presente en la lucha que Lucía libra
diariamente para dar pasos por la vida. A pesar de abandonar el tratamiento, quedo con la
impresión de que algo se ha logrado en los cinco años de trabajo, a pesar de habérseme
advertido que Lucía no duraría. La estructura psíquica de Lucha permanece frágil, pero
espero que haya aprendido que existen medios como el psicoanálisis, para trabajar con el
sufrimiento psíquico y ligarse a la vida, domesticando cada día un poco mejor a la muerte.
En el curso del trabajo con Lucía se pueden identificar varios momentos que, en
tanto ligados a desafíos que operan sobre una estructura psíquica vulnerada por su
historia temprana, se constituyen en traumas acumulativos.
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Por otra parte, la necesidad de anticipar y controlar a los objetos, tanto vivos, como
muertos, a través de un “falso self”, explica por qué muchos de estos pacientes son
capaces de percibir los estados afectivos y otros indicadores del peligro más sutiles, que
las personas neuróticas deben reprimir. La diferencia estriba que en ellos no aparecen a
manera de reflexiones o introspecciones, sino como pesadillas, pensamiento mágico u
otro tipo de manifestaciones que solamente en el “aprés coupe” y con ayuda del analista
se logran descifrar. En el caso de Lucía me refiero a la anticipación de la enfermedad del
padre, por ejemplo. Considero que el haber trabajado con este tipo de fenómenos, abre el
camino al futuro estudio sobre los mismos.
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BIBLIOGRAFIA:
FREUD, SIGMUND (1920), Más allá del Principio del Placer. En A.E. Vol. XVIII.
(1926 (1925)). Inhibición, Síntoma y Angustia. En. A.E. Vol.XX
(1937-1939).Moisés y la Religión Monoteísta. En A.E. Vol.
XXIII
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