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– Sus primeros libros, como ‘Los funerales de Mamá Grande’, ‘La mala hora’ o ‘El coronel no tiene

quien le escriba’,se vendieron con cuentagotas. Hasta que, en 1974, residiendo en Barcelona,
publica ‘Cien años de soledad’.

¿Cómo repercutió en usted el enorme éxito de esta novela?

– Una conmoción. Y no para bien. El acoso al que he sido sometido me ha perturbado.Desde


entonces mi vida ya no es la misma. No soy una persona normal. Trato de separar el antes y el
después, pero resulta muy difícil: amigos a los que creía fieles han vendido mi correspondencia, la
gente se te acerca y nunca sabes sus intenciones… Asimilar un éxito tan desmedido es tarea de
héroes, y yo no soy ningún héroe, soy una persona bastante débil.

– Antes, cuando era una persona normal y espontánea, quedaba con alguien para almorzar y
bromeábamos de cualquier insignificancia y nos lo pasábamos estupendamente. Ahora, cuando
llego a un restaurante, hay veinte personas esperándome, como si fuese una atracción de circo. Y
no sólo eso: durante el transcurso de la comida esperan la frase inteligente, la ocurrencia magistral.
¡Agotador!

– Conan Doyle acabó renegando de Sherlock Holmes. El personaje terminó devorando a su


creador. ¿Le ha ocurrido a usted algo parecido?

– Yo no reniego de ‘Cien años de soledad’. Me ocurre algo peor: la odio.

– ¿Por qué?

-E stá escrita con todos los trucos de la vida y con todos los trucos del oficio. Eso no lo ha sabido ver
ningún crítico. Los críticos tratan de solemnizar y de encontrarle el pelo al huevo a una novela que
dice muchas menos cosas de lo que ellos pretenden. Sus claves son simples, yo diría que
elementales, con constantes guiños a mis amigos y conocidos, una complicidad que sólo ellos
pueden entender.

–Sostienen que El Otoño de el patriarca es muy superior a Cien años de soledad

– Con diferencia. Aquí, en cambio, los críticos, ni han sabido leerla ni han sabido interpretarla.
Decepcionante.

– Le decepcionan los críticos y no tiene un buen concepto de las entrevistas.

– Los críticos dicen muchas majaderías. Y de las entrevistas, ¿qué le puedo decir? No sirven para
nada. Ninguna persona se deja ver en una entrevista. Responde lo que le conviene. Dígame, ¿para
qué sirve esta entrevista?

– ‘La metamofosis’, de Kafka, fue un libro clave en su vida.

– Sí. Estaba en la universidad, en primero de Derecho. Debía tener unos diecinueve años. Al abrir el
libro y leer: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquio, encontróse en la
cama convertido en un enorme insecto”. ¡Coño -me dije-, así hablaba la abuela! Y pensé: si eso está
impreso, yo también quiero ser escritor.
– Venticuatro líneas es la media de su producción diaria.

– Escribo con máquina eléctrica y soy enfermizamente perfeccionista. Repito el folio hasta que no
sobre ni falte una sola palabra.

– Perfeccionista y supersticioso.

– No soporto el mal gusto. Y el mal gusto está relacionado con la mala suerte. Los venezolanos
llaman ‘pava’ al efecto maléfico que desprenden las personas o los objetos rebuscados. Para mí,
tienen pava los caracoles detrás de la puerta, los acuarios dentro de las casas, los pavos reales, el
frac –por eso rechacé ponérmelo en la recepción del Nobel–, los mantones de Manila, y esas
estudiantinas españolas que entran en los bares cantando…, ¿cómo se llaman?

– Los tunos.

-En efecto, los tunos. Pocas cosas hay tan pavosa como ésa.

Se acerca una chica, nos interrumpe y pide al Nobel que estampe su firma en una hoja de papel.
García Márquez, con educación, le dice que no. Seguidamente le explica los motivos. La chica insiste.
El Nobel se mantiene en sus trece. La chica le implora. García Márquez le vuelve a decir que no, esta
vez con la cabeza. La admiradora, medio llorando, se da la vuelta y se marcha. «¿Lo ve? Nadie me
trata con normalidad» .

- ¿Cómo definiría su estilo? }


- ¿Qué consejo le daría a un joven escritor latinoamericano con vocación de novelista?

- Que escriba mucho. El principal problema de los escritores latinoamericanos es que son escritores
de domingo. No se dedican de lleno a la creación.

- De acuerdo -lo interrumpo- pero tenga en cuenta que muchos escritores, aún importantes,
deben trabajar en otra cosa para vivir, para dar de comer a su familia…

- No niego que existan esas presiones económicas, pero es necesario romper con todo, hacer de la
literatura el trabajo principal, y de lo demás el secundario. El gran ejemplo es Cortázar. Los trabajos
forzados que realizó para subsistir fueron siempre secundarios. A un escritor auténtico le debe
importar más su obra que comer.

Bueno, bueno. Ahora dime, pues, ¿qué significado tiene para ti el hecho de que estemos hablando
precisamente el 23 de abril, “Día Universal del Idioma”?

No, no, no. Si eso se lo han inventado es ahora. Eso no existía cuando yo tenía tu edad.

En la biblioteca del Nobel, las puertas y las ventanas son de vidrio y por eso podíamos ver muy bien
las flores del jardín. También escuchábamos en el trasfondo el ruido que hacía el carpintero con su
serrucho a secas. Sin ninguna connotación ideológica de por medio.

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