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El 'Bronx', una historia repleta de delito

San Victorino, 'Cartucho' y 'Bronx' comparten un pasado delictivo ocurrido por complicidad oficial.
Por: CAROL MALAVER |
12:29 p.m. | 7 de junio de 2016

“Todo aquel que no fume es sospechoso. No oigo, no veo, no hablo”, esa era la ley del silencio que imperaba
en el ‘Bronx’; estaba escrita en sus paredes, también en las del antiguo ‘Cartucho’ y hasta en San Victorino,
con la complicidad de toda la ciudadanía. Así ha sido desde hace décadas.
Cuando Bogotá era una ciudad incipiente, una T que se transitaba por corredores como la carrera séptima, la
décima y la avenida Caracas, y el resto eran caminos polvorientos por donde se salía a municipios cercanos
del occidente y del sur; el ahora centro histórico comenzó a funcionar como un puerto seco. Incluso, antes de
ese primer crecimiento urbano, ya había una historia comercial. (Lea también: ¿Quiénes son los temibles
'sayayines' del 'Bronx' y otras 'ollas' ?)
“Desde el siglo XVII (1600), la plaza de San Victorino era donde llegaban los carruajes y con ellos los jinetes.
Allí, se le hacía cambio de herradura a los caballos y había pequeños alojamientos para los turistas”, dijo
Fabio Zambrano, historiador del Centro de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional. Ahí se
concentraban viajeros, comerciantes y artesanos.
En el siglo XX (1900), cuando otros caminos conectaron a la ciudad con otras regiones, el lugar se volvió un
paraje de concentración para los transportadores y sobre todo cuando se construyó el ferrocarril de
Cundinamarca.

Era común ver túneles que comunicaban espacios de las casas con otros niveles.
“En 1917 se inauguró. Esta estación funcionó como punto central del sistema férreo nacional y se construyó
en lo que en ese entonces eran las afueras de la ciudad hacia el occidente, la calle 13, vía que comenzaba en el
barrio San Victorino, pasaba por Puente Aranda y Fontibón y llegaba hasta Facatativá”, dijo Zambrano. Era
un paso obligado para encontrar servicios de transporte.

El negocio ilícito

Con la construcción de vías como la avenida Colón (calle 13) y la aparición de más industrias, San Victorino
se convirtió en un embudo donde confluyeron los piperos, el contrabando, y se comenzaron a formar los
primeros ‘cambuches’ para procesar alcohol, tráficar oro y de armas.(Además: 'El Bronx': de centro de
expendio de drogas y armas a basurero)
Ahí llegaba y desde allí se distribuía. ¿Quién no recuerda el pregón: ‘Botella, papeeeeeeeeellll’? Todo lo que
se recogía se llevaba al barrio San Victorino, donde el vidrio se reciclaba y era usado para embotellar licor
adulterado.

En especial whisky, cuya importación estaba regulada por altos impuestos. Se hacía en el ‘Cartucho’,
estacionamiento de buses y centro del contrabando a la vez.

Y quien piense que el famoso ‘chamberlain’ es invento de estudiantes de hoy, en esos tiempos los
recicladores mezclaban los cunchos de las botellas y se tomaban el menjurje resultante. De ahí se deriva la
mixtura de alcohol industrial rebajado. Se llamaba Pipo, y sus consumidores, piperos. “Todo esto se juntó con
el contrabando que llegaba en los buses y en el tren, y con el consumo de marihuana, opio y cocaína de los
inicios del siglo XX”, agregó el historiador.
Quien no pagaba sabía a qué clase de castigo se exponía.
Ha sido y sigue siendo un territorio sin ley que presta servicios ilegales con la complicidad de toda la
ciudad. Ricos y pobres dan y reciben monedas que terminan en manos de traficantes, y unas autoridades lo
permiten. (Además:Bertha González, la mujer más poderosa del 'Bronx')
Todo este mercado de lo ilegal se incrementó cuando, en 1961, el alcalde Jorge Gaitán Cortés, uno de los más
recordados por su buen gobierno, luego de una inundación causada por el río San Francisco, permitió que los
vendedores ambulantes se asentaran en la plaza de Nariño, hoy plaza de San Victorino con el propósito de
legalizar su trabajo. Era un espacio techado por cuyas venas, luego de varios años, comenzó a fluír toda clase
de negocios ilegales, todo lo contrario a los buenos ideales que tuvo el dirigente de la época.

“Para esa época, el ‘Cartucho’, extendía sus tugurios por una calle del antiguo barrio Santa Inés, venido abajo
después del Bogotazo y abandonado por sus antiguos residentes que migraron hacia el norte. Rápidamente fue
ocupado por desplazados. La demolición de la plaza central de mercado y de la Iglesia Santa Inés para dar
paso a la carrera décima también influyeron en su deterioro, así como su condición de terminal de transporte y
sitio de bodegas de reciclaje”, dijo Clemencia Ibáñez, quien colaboró con la primera administración del
alcalde Peñalosa en el diseño y puesta en marcha de la estrategia de intervención.

En las habitaciones de las casas abundaba la ropa colgada en la pared y los peluches infantiles.
Para 1980, traficantes y jíbaros, junto con habitantes de la calle y delincuencia común, hicieron de esta zona
un antro de asesinatos, mutilaciones y violaciones, un lugar impenetrable a mediados de los 90 y solo
recuperado por el gobierno de Enrique Peñalosa para construir en su lugar el Parque Tercer Milenio.
Fue temporal porque ese mismo infierno resurgió dos cuadras más al occidente, en el ‘Bronx’. “No fue la
administración la que falló. Fui testigo de la reubicación de 120 familias en la calle sexta, del
acompañamiento social, de la atención al adulto mayor. Todo de la mano del Plan de Ordenamiento
Territorial (POT) y el Plan Zonal del Centro, un proyecto que no prosperó porque las siguientes
administraciones bajaron la guardia. Hoy existen más de 10.000 habitantes de la calle. El ‘Bronx’ es el
resultado de años de abandono del centro”, dijo Ibáñez.
¿Cómo entender que en una zona tan cercana a la Dirección de Reclutamiento del Ejército, la Policía Judicial,
el comando de la Policía Metropolitana y hasta la Presidencia de la República, ocurran toda clase de
vejámenes?

El recorrido por las calles desocupadas es macabro. El olor a pegante y a químico no se ha ido. Botellas de
alcohol etílico dan cuenta del negocio de licor adulterado que era vendido a estudiantes de colegio. Hay
paredes con dibujos propios de una secta satánica, y en el piso, una cabeza de carnero untada de fluidos
humanos.
Cada casa del ‘Bronx’ está adecuada con desniveles de madera que se alquilaban por precios irrisorios, pero
se pagaban con la muerte si alguien quedaba en deuda. “No se le fiará la pieza a nadie. Todo el que no fume
es sospechoso”, se escribía en las paredes.

Habitaciones con rejas y llenas de peluches infantiles dan cuenta de los actos de barbarie. “Acá había casas de
pique, de golpizas, de torturas. No diferenciaban niños de ancianos. Uno tiene que hacerse el sordo, el ciego y
el mudo”, dijo uno de los pocos residentes que quedan.Moscas, ratas por doquier. La gente dormía entre
desechos humanos atontados por el efecto de las drogas y controlados por más de 50 ‘sayayines’, hombres
violentos que pagaban a los enfermos para desaparecer los cuerpos a cambio de un plato de combinado.

En 830 máquinas tragamonedas ilegales se consumieron los ahorros de decenas de ciudadanos. En una de las
casas, una edificación de tres pisos y terraza, un rastro de sangre sube por las escaleras. ¿Quién habrá sido
arrastrado hasta perder el último aliento de vida y cuántas personas habrán muerto a causa de unos 60 tiros
que ahuecan solo una de las paredes?

Cuchillas, huesos de perros y guantes quirúrgicos son razón suficiente para que el ‘Bronx’ deje de existir,
pero no para olvidarlo. “Murieron muchas personas, se necesita un muro de la memoria para que esos
crímenes, como ocurrió en el ‘Cartucho’, no queden impunes”, anotó Zambrano.
CAROL MALAVER
Redactora de EL TIEMPO
*Escríbanos a carmal@eltiempo.com

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