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Análisis de la gobernanza urbana

desde la perspectiva de la relación entre política urbana y economía

(IX Congreso de Ciencia Política AECPA)

Ana Victoria Vásquez Cárdenas

Universidad Autónoma de Barcelona (estudiante de doctorado) y Universidad de


Antioquia, Colombia (profesora).

Dirección electrónica: anavas67@gmail.com

Resumen

El enfoque de la gobernanza requiere incluir elementos de las aproximaciones de


política urbana, particularmente de aquellas que han resaltado el papel de la
economía, para posibilitar una mirada más analítica y sustancial, que tenga en cuenta
la incidencia de factores estructurales sobre las dinámicas de las políticas públicas
urbanas y las trayectorias que estas marcan respecto de las ciudades, en el contexto
de las grandes lógicas de transformación económica. Por ello la ponencia resalta la
importancia de indagar por los orígenes del fenómeno gobernanza. Con esa
perspectiva examina los factores que han contribuido a su configuración en América
Latina, cuyos resultados, de manera paradójica se erigen como fuertes
condicionamientos de la misma.

Nota biográfica de la autora

Colombiana, licenciada en Derecho y con título de Maestría en Ciencia Política,


estudiante del doctorado “Ciencia Política y de la Administración. Pensar y Gobernar
las Sociedades Complejas” de la Universidad Autónoma de Barcelona, profesora de la
Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia (Colombia) y
miembro del grupo de investigación Derecho y Sociedad de la misma institución.

Palabras clave

Gobernanza urbana, política urbana, políticas públicas urbanas, economía, América


Latina
Análisis de la gobernanza urbana desde la perspectiva de la relación entre
política urbana y economía

Las políticas urbanas representan el área de las políticas públicas en la cual se ha


hecho más evidente la necesidad de tratar problemas complejos y el trabajo conjunto
entre actores públicos y privados. La aplicación del enfoque de la gobernanza permite
enfatizar su naturaleza relacional, describir y explicar como diferentes actores públicos
y privados participan en la producción de políticas relativas a la ciudad.

En esta ponencia primero revisaré los sentidos del concepto gobernanza y algunos
problemas del enfoque, derivados especialmente de no relacionar el fenómeno con los
factores de configuración del mismo, luego exploraré los aportes que en este sentido
pueden hacer algunas aproximaciones de política urbana, en tercer lugar haré una
síntesis de las tendencias que mayormente han incidido en el surgimiento de la
gobernanza, para finalmente examinar en el ámbito latinoamericano la expresión que
ellas han tenido y sus implicaciones.

1. La gobernanza, nuevo fenómeno y enfoque de las políticas públicas

La gobernanza, como aproximación teórica, analiza las políticas públicas en un


contexto de transformación de la política, en el paso del “gobierno” a otro fenómeno
diferente, calificado precisamente con el término “gobernanza”, el cual supone la
presencia de alta complejidad, participación en la solución de los problemas colectivos
de diversos actores tanto públicos como privados, con frecuencia distintos niveles
institucionales y áreas de administración comprometidos, y además implica un nuevo
rol para el poder público. Por consiguiente, la palabra “gobernanza”, designa tanto tal
aproximación de políticas públicas como el fenómeno que estudia.

La variedad de estudios sobre la gobernanza da cuenta de distintas interpretaciones


del concepto y énfasis en diferentes niveles y aspectos analíticos (Rhodes, 1996,
1997, Hirst, 2000). Consciente de ello, lo interpreto como forma de interacción
alternativa a las propias de las burocracias y del mercado. Como un nuevo estilo de
gobierno en el que opera la negociación y un mayor grado de cooperación entre
actores públicos y privados que se organizan en redes de carácter mixto (Mainz,
1998).

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En el relato propio de la gobernanza se supone prevalecen la interdependencia, la
confianza mutua, las relaciones horizontales, los objetivos comunes. Formas de
regulación como la coordinación, la cooperación, la negociación, la persuasión y la
búsqueda de consensos, reemplazan el control y el mando jerárquico. La literatura
sobre redes y gobernanza generalmente destaca una visión positiva, un tipo ideal de
funcionamiento en el cual los actores identifican intereses complementarios o
comunes, poseen valores compartidos y dependencia mutua de recursos. La acción
colectiva está fundamentada en relaciones de interdependencia construidas a partir de
la confianza, la lealtad y la reciprocidad, los conflictos son resueltos a través de la
diplomacia y el seguimiento de las reglas acordadas está garantizado porque los
miembros tienen en juego su reputación. Las redes son apreciadas como un orden
institucional innovador, inclusivo y eficiente (Lowndes y Prachet, 2007), se reconoce en
ellas la importancia de los lazos de capital social que las articulan y que a su vez
pueden generar.

En cuanto enfoque o aproximación, la gobernanza puede asumir un sentido descriptivo


o normativo: enfoque teórico, para describir y analizar las transformaciones actuales
de la política (por la cual opto), o modelo ideal para la gestión de la complejidad en el
mundo contemporáneo. En este último la gobernanza es planteada como una
propuesta sobre el modo de gobernar, “buena gobernanza”, en la línea de buen
gobierno o buen sistema político, o incluso, constituye la pretensión de extender la
arquitectura social propia del liberalismo a los países en desarrollo (Hirst, 2000: 14).

La gobernanza es susceptible de crítica por arropar bajo un mismo manto de


interpretación distintas situaciones, tales como la participación del sector económico y
la participación comunitaria y ciudadana, u obviar a veces, de modo ingenuo o
benevolente, los desequilibrios de poder. Por ello es necesario afinar el análisis para
descifrar los intereses a los que sirve la interacción o específicamente la negociación,
detectar la existencia de posturas divergentes o contradicciones y la diferencia entre
participación e influencia en las decisiones.

Existe también el riesgo de extraviarse en la micro-especificidad de las redes de


políticas públicas en el estudio de casos determinados, particularizando los actores y
sus relaciones internas, a tal punto, que se pierda la posibilidad de analizarlos dentro
de su contexto macro y tener en cuenta sus nexos con factores estructurales
determinantes del poder sistémico, operando así el adagio según el cual en ocasiones
por ver los árboles se deja de ver el bosque.

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Considero que las dificultades del análisis tienen un relación directa con una
deficiencia observable en la literatura dedicada a la gobernanza: la escasa y en
ocasiones ausente referencia a la relación entre las características y elementos que
comprende y las transformaciones que dieron lugar a su configuración.

2. La política urbana y el énfasis en aspectos económicos

El punto clave para la definición del objeto de estudio de la política urbana y de las
políticas públicas urbanas está en su relación con la ciudad. Lo ‘urbano’ puede ser
entendido según dos dimensiones: institucional, en relación con el gobierno de las
ciudades, o sustancial, intervención pública sobre ellas (Brugué y Gomà, 1998).

Una parte considerable de las aproximaciones teóricas desde la ciencia política al


tema urbano concierne de manera amplia con el estudio de la política urbana, no
directamente de las políticas públicas. Destaco como las más relevantes, el enfoque
pluralista, de acuerdo con el cual el poder se encuentra fragmentado y
descentralizado; la denominada teoría de la elite, según la cual el poder está
concentrado; la aproximación máquinas de crecimiento, que se concentra en el papel
de la comunidad de los negocios en las estrategias de crecimiento de las ciudades; el
enfoque del régimen urbano que dirige la mirada a las coaliciones que buscan que los
propósitos públicos sean construidos y sostenidos; la teoría de la regulación, que
focaliza en las instituciones político-económicas que sustentan las relaciones de
producción, consumo e inversión y las implicaciones de sus cambios para el gobierno
de las ciudades.

El inicio del desarrollo de la política urbana se encuentra en el debate sobre el poder


comunitario, que opuso a estudiosos de las elites y pluralistas, entre los cuales
sobresalieron Hunter (1953) con el análisis reputacional y Dahl (1961) con el análisis
decisional, respectivamente. Un interesante punto de discusión fue planteado luego
por los neoelitistas: Bachrach y Baratz advirtieron que el poder tiene dos fases, la más
evidente, relativa a la toma de decisiones, y otra, menos evidente, concerniente a las
“no decisiones”, estas tienen lugar cuando quienes detentan el poder se aseguran de
que ciertos asuntos no lleguen siquiera a ser tematizados como objeto de una
decisión.

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Tanto el pluralismo como el elitismo siguieron desarrollándose. El primero como
neopluralismo, donde se sitúan incluso algunos de los primeros pluralistas como Dalh
y Lindblom (1953), que reconocieron el papel preponderante de los empresarios y
como hiperpluralismo, cuyos exponentes consideraron los procesos de políticas
públicas como inestables y la de toma de decisiones fragmentada y poco efectiva.
Mientras tanto la escuela de la elite también dio cuenta de evolución: en los trabajos
neoelitistas y luego en la aproximación máquinas de crecimiento.

La política urbana ha reconocido la relación entre política y economía, sea en la


preponderancia de ciertos actores, neopluralismo y máquinas de crecimiento, la
formación de coaliciones para el desarrollo de las ciudades, enfoque del régimen, o la
interdependencia entre los cambios económicos y los cambios de la política urbana,
teoría de la regulación. En especial los tres últimos aportan elementos para hacer
análisis que trasciendan la vida local y que permitan conectar la política urbana con
procesos económicos de mayor ámbito que determinan a aquella y así, dotar a los
estudios de gobernanza de mayor sustancia en términos de intereses, actores, origen
de los mismos, fines de actuación y contenidos de las políticas que formulan.

Los trabajos sobre máquinas de crecimiento (Molotch, 1976, 1990; Logan y Molotch,
1987) tienen como centro de atención el papel preponderante de la comunidad de
negocios en las estrategias de desarrollo urbano. Les preocupa quién ejerce mayor
influencia sobre la reestructuración de las ciudades, porqué y con qué efectos
(Harding, 1995: 44).

Resaltan el papel central que tienen quienes actuando como rentistas aprovechan el
valor de cambio de sus propiedades para obtener ganancia, estos buscan usos de alto
valor que incrementen la renta percibida, pretenden propiciar un clima de negocios que
permita el ingreso de capital móvil, a través de la inversión en la ciudad. Para ello
necesitan la colaboración de otros actores que por sus recursos y conocimiento
faciliten el objetivo, desarrolladores urbanos, empresas e inversionistas, entre otros.
Los actores, intereses y alianzas en búsqueda del crecimiento económico de la ciudad
conforma la máquina de crecimiento. El plan es legitimado con la idea de que el
crecimiento económico beneficia a todos. El resultado de estas alianzas es la
conformación de una elite que ejerce el poder, determinando a través de sus recursos
el patrón de desarrollo urbano (Harding, 1995: 43).

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En el esquema son identificables ganadores y perdedores. Opera una transferencia
de chances de riqueza y oportunidades desde el público en general a los grupos
rentistas y sus aliados (Logan y Molotch, 1987). En el escenario nacional o regional las
estrategias de desarrollo urbano pueden generar simple reubicación en lugar de
generación de nueva actividad económica. La competencia entre ciudades, impulsada
por las máquinas de crecimiento puede producir exiguos beneficios en escala
regional y nacional, dado que los recursos de inversión por los que se compite no
alcanzan para todas, necesariamente habrán ciudades perdedoras.

No obstante lo iluminadora que es esta aproximación para ver la relación entre política
y procesos de crecimiento económico urbano, es simplificadora por enfatizar en forma
desmedida la importancia de la propiedad de la tierra urbana (opacando la importancia
de otros activos) y el papel de los rentistas locales y único propósito.

El enfoque máquinas de crecimiento ha sido considerado etnocéntrico, por describir la


situación de ciudades de Estados Unidos, pero si bien puede ser cuestionable la
suposición subyacente de ocurrencia de las condiciones de dichas ciudades en otras
latitudes, tal aproximación esclarece intereses y relaciones que se replican en mayor o
menor medida en todo el mundo contemporáneo.

La denominada teoría del régimen urbano, proviene principalmente de las


contribuciones de Clarence Stone, de la segunda mitad de los años 1980. Su análisis
parte del presupuesto de la complejidad del mundo contemporáneo, ve al poder
fragmentado, enfatiza la interdependencia entre actores. Los regímenes son arreglos
colaborativos entre actores gubernamentales y no gubernamentales para tratar con los
desafíos económicos y sociales, a través de la cooperación y coordinación público-
privada (Stoker, 1995: 54; Mossberger y Stoker, 2001).

Diferencia cuatro tipos de regímenes: Los de mantenimiento pretenden preservar el


estado de cosas tal como está. Los de desarrollo buscan realizar acciones positivas
para alcanzarlo, o al contrario declinarlo, tienen un mayor requerimiento de recursos y
enfrentan tareas más complejas. Los regímenes progresistas buscan protección
ambiental y control sobre el crecimiento o las ganancias provenientes del crecimiento y
finalmente, los de expansión de oportunidades de las clases bajas, necesitan
condiciones para la coordinación y recursos muchas veces ausentes en las ciudades
(Stoker, 1995: 61).

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En su análisis están en juego diversas formas de poder (Stoker, 1995 y Judge, 1995):
el sistémico (reconoce la preponderancia del mercado) depende de la ubicación dentro
de la estructura socio-económica, determina una lógica de la situación en tanto no
requiere que el actor que lo posee haga algo para obtener ventaja, (Stone, 1980: 979);
el de mando o de control social implica un ejercicio activo, es la capacidad de obtener
conformidad de otro o lograr resistir a otro; el poder de coalición, cuya pretensión no
es dominar sino negociar, construir coaliciones entre quienes tienen objetivos
compatibles y recursos complementarios y finalmente, el poder de producción social,
constituye un tipo de liderazgo basado en la capacidad de solucionar problemas
mediante la acción colectiva.

En las coaliciones, los intereses representados por quienes tienen poder sistémico y
poder de mando están en situación de ventaja, pero lo determinante para la
construcción y mantenimiento de regímenes urbanos es el poder de producción social.

Si bien los regímenes urbanos no son comunes a todos los procesos de desarrollo
urbano, tal aproximación es siempre útil para su estudio, en tanto aporta un cuerpo de
categorías a la política urbana que le permiten profundizar en posibles modelos de
gobernanza en términos sustanciales, sentido en el que es ejemplar el trabajo de Jon
Pierre (1999), que destaca como los procesos de gobernanza no tienen carácter
neutral sino que reflejan y sostienen concepciones y valores políticos.

La teoría de la regulación, proveniente de teóricos marxistas franceses en los años


setenta (Aglietta, Boyer y Lipietz), se extendió luego a la política urbana. A partir de la
interdependencia entre política y economía plantea que los procesos políticos juegan
un rol crucial en el cambio económico, que la transición en el capitalismo de un modo
de regulación a otro tiene implicaciones en la política urbana y que esta también incide
en tal transición.

El concepto regulación, alude a las reglas de la vida económica. Como expresiones de


la regulación están de un lado, el régimen de acumulación, relativo a la naturaleza de
las relaciones entre inversión, producción y consumo, que permiten expandir la
acumulación de capital a través del desplazamiento, mutación o postergación de los
posibles desbalances en el ciclo económico generadores de crisis del sistema
capitalista. Y de otro, el modo de regulación, referido a las prácticas e instituciones
políticas, sociales y culturales que aseguran tales relaciones como compatibles
(Painter, 1995: 277). La teoría de la regulación emplea los conceptos de Fordismo y

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Post-Fordismo para denominar dos etapas distintivas del capitalismo e identificar el
cambio económico.

El Fordismo inició su crisis en la década de 1970, según el relato de la teoría de la


regulación la crisis fue desencadenada cuando el incremento de la productividad no
pudo ser sostenido, dando lugar a la caída de las ganancias. Las empresas
multinacionales de los países desarrollados desplazaron su producción al extranjero
buscando mano de obra barata, lo que trajo el aumento del desempleo en los países
industrializados y redujo las reservas financieras, por lo tanto el Estado vio disminuir
sus recursos mientras se incrementaba la demanda de servicios públicos, en parte
proveniente de muchos de los grupos que habían sido excluidos por el modo Fordista
de regulación que empezaron a organizarse. La política urbana se enfrentó a la
reestructuración económica, determinada por procesos de desindustrialización y bajo
crecimiento económico, y peor aún a las consecuencias sociales de la crisis: aumento
de la criminalidad y de la pobreza (Painter, 1995).

En el paso del fordismo al post-Fordismo, operó un cambio del proceso de trabajo por
la tecnología microelectrónica que propició flexibilidad y automatización y la posibilidad
de desarticular el proceso productivo, de modo tal que pueda distribuirse en varios
lugares ahorrando costos laborales y administrativos. En cuanto al modo de
regulación, el mercado de trabajo y las relaciones salariales del post-fordismo se
caracterizan por la flexibilidad y la polarización entre un núcleo de fuerza de trabajo
cualificada y con múltiples tareas y otra periférica, sin calificación, perteneciente a los
grupos sociales marginales y con altos niveles de desempleo. La organización
corporativa deja atrás las formas burocráticas y jerárquicas para conformarse de
manera más plana con una pequeña organización central y relaciones de
subcontratación con agencias externas. El dinero, sometido a la internacionalización,
es suministrado por nuevos instrumentos financieros. La compatibilidad entre
producción y consumo es garantizada por una oferta especializada y estratificada, en
lugar de ser dada a partir del mercado masivo. A partir de la internacionalización del
capital aparece para el Estado el rol de promocionar la competitividad tanto de
empresas, territorios, como del sistema económico nacional. Además tiene lugar la
declinación del Estado de bienestar keynesiano y emerge otro modelo (Jessop, 1993),
cuyo papel queda limitado. Se habla incluso de vaciamiento del Estado, pues sus
competencias son desplazadas en parte a poderes supranacionales como la Unión
Europea, o a los niveles regional y local.

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La aplicación del enfoque de la regulación a la política urbana tiene distintas líneas de
desarrollo: encuentra similitudes entre las transformaciones del proceso de trabajo con
cambios adoptados respecto de la estructura y funcionamiento de la administración
pública en el nivel urbano (Stoker, 1989) y plantea paralelismos entre las nuevas
formas de organización corporativa del sector privado y la organización del sector
público, todas ellas reformas orientadas a resolver la crisis fiscal y los problemas de
legitimación de la prestación de servicios durante el fordismo, pero cuyos efectos
permiten, especialmente en el caso de la privatización, no sólo ahorrar costos de
trabajo, sino remover a los trabajadores de las agremiaciones colectivas y establecer
nuevos nichos para la acumulación capitalista (Painter, 1995: 287).

También enfoca la atención sobre el rol jugado por la política urbana dentro de un
modo específico de regulación. Las estrategias de remedio a la crisis del fordismo se
orientan a la configuración de un tipo de Estado cuyo rol está centrado en la
promoción de productos, procesos, organizaciones, innovación de mercados y la
mejora de la competitividad a través de intervenciones laterales en un contexto de
economías abiertas. Así las políticas sociales otrora esencia del Estado de bienestar
quedan subordinadas a la flexibilidad del mercado y a la competitividad estructural
(Jessop, 1993). La polarización resultante, dado el consecuente aumento de la
desigualdad, es tratada con un aumento de medidas de control social y policivo.

Las características de la transformación imponen así nuevas condiciones y objetivos a


las políticas públicas urbanas, tienen que enfrentar tanto la gestión de la división social
y la fragmentación urbana como las nuevas tareas de intervención económica relativas
al establecimiento de las bases que posibiliten la competitividad y la innovación
(Painter, 1995: 288).

Es posible que con el uso de la teoría de la regulación pueda incurrirse en


determinismo, simplificación, o incluso exageración al leer las transformaciones del
capitalismo. Para evitar tales problemas, son necesarias investigaciones situadas que
permitan tener en cuenta adicionalmente a las grandes lógicas de cambio económico
mundial, los elementos y condiciones del régimen y del modo de regulación en un
contexto particular de un sistema urbano específico.

Aplicada al estudio de la política urbana brinda un panorama completo y explicativo


sobre la complejidad de los cambios ocurridos en la economía y permite evidenciar la
relación e interdependencia de tales transformaciones con las de la política. Sin su

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ayuda difícilmente es posible entender que los cambios económicos de trayectoria
global inciden y determinan la adopción de ciertos modelos de política y políticas
públicas urbanas y que las aparentes peculiaridades de un caso específico coinciden
con las características de otros casos, o incluso se insertan en las lógicas de
transformación de las ciudades del mundo contemporáneo.

3. La indagación por los orígenes de la gobernanza

La transición del gobierno a la gobernanza responde a un conjunto complejo de


factores o condiciones interrelacionadas que han transformado la acción política y
cambiado el contexto de gobierno. La literatura sobre gobernanza en ocasiones toma
por dado el fenómeno sin indagar en las razones que llevaron a su configuración, en
otras ocasiones simplemente se remite a un relato que da cuenta de la transformación
a través de varios modos de gobernanza, que empieza con la burocracia en los años
70s, pasando a los mercados en los 80s, hasta la gobernanza en red desde los 90s.

Evidentemente existe el riesgo de incluir dentro de una narrativa totalizante desarrollos


que corresponden a diversas experiencias, es usual, dado el carácter pionero del caso
británico, que su recorrido se asuma en ocasiones como un caso de alcance general.
Cuando se intenta salir de esta versión localista de la gobernanza lo más común es
que las comparaciones se hagan con los Estados Unidos o se quede en los países
europeos.

De todos modos es posible afirmar que existen tendencias, que pese a tener
desarrollos o aplicaciones diversas en las distintas regiones y países del mundo,
pueden aportar alguna claridad sobre la transformación que ha tenido lugar para dar
configuración a la gobernanza1. Algunos estudiosos, aunque no se inserten de manera
central en las teorías de política urbana que involucran en sus análisis aspectos
económicos, entre ellos Pierre y Peters (2000), John (2001), Stoker (1998, 2004),
Denters y Rose (2005), enfrentan la cuestión de cuáles han sido los factores o
tendencias determinantes en la transformación hacia la gobernanza, particularmente
considero que esta es una vía en la que se haya una conexión entre política y
economía clave para el estudio de la gobernanza y que de cierto modo se inspira en
los aportes de la teoría de la regulación.

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En el mundo Europeo un factor determinante ha sido la llamada “europeización”, fruto del proceso de integración de la UE, cuyas
expresiones centrales se notan en un cambio en el balance de poder entre los gobiernos subnacionales y nacionales (que ha dado
lugar a la llamada gobernanza multinivel) y la creciente conformación de redes de políticas públicas en torno a la Unión Europea.

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Crisis del Estado Bienestar. Ante ella la gobernanza apareció como una opción por
varias razones: La inclusión de actores privados en la prestación de servicios permitía,
pese a las limitaciones presupuestales, brindar la continuidad de los servicios; el
carácter participativo de la gobernanza hacía que esta fuera la “cara aceptable de los
recortes presupuestarios” (Stoker, 1998, p. 39); la incorporación del sector privado en
la prestación de servicios y el uso de estrategias distintas a las tradicionales eran
atractivos en un momento en que era baja la legitimidad del Estado y estaban
cuestionados su poder y capacidad de resolver los problemas sociales, (Pierre y
Peters, 2000: 54 y 64).

Cambio ideológico. Como afirman Pierre y Peters (2000), el interés por la


gobernanza en parte puede explicarse por un cambio ideológico que pasó de una
cultura política de carácter colectivista a una individualista, en esta visión el mercado
cumple un papel preponderante mientras el gobierno se asume no como solución a los
problemas sociales sino como un problema en sí mismo. Los gobiernos que
adoptaron más claramente esta ideología fueron los de Thatcher y Reagan para
quienes la liberalización del mercado era la prioridad global. El Estado tuvo que
redefinir su papel, se asumió que su función de dirección implicaba una acción
concertada con las empresas privadas en lugar de una relación de enfrentamiento.

Globalización e Internacionalización. Las organizaciones económicas originalmente


dependientes del Estado nación se disocian cada vez más de las fronteras nacionales
y de su control político (Jonh, 2001), por otra parte las decisiones políticas orientadas
a la desregulación y liberalización han impulsado la globalización económica (Pierre y
Peters 2000). Los distintos procesos ligados al mercado se internacionalizan y por
ende la competencia económica se da en el marco del mercado global. Ello tiene
fuertes repercusiones para el caso de la política urbana. Uno de los efectos más
visibles es el hecho de que los negocios y empresas escogen las localidades según
los cálculos de ventajas globales y como respuesta, los líderes políticos llevan a cabo
políticas para complacer el mercado (John, 2001: 9). Además una clara incidencia del
mercado internacional en el nivel local es la competencia incremental entre las
ciudades y la configuración de diferentes grupos de ciudades tales como las ciudades
mundiales (Sassen, 1991).

Tales procesos han conducido a la conformación de nuevas formas de relación tanto


entre los Estados y el sector privado como entre este y las localidades. Se conjugan

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acciones y estrategias público-privadas en diferentes niveles para enfrentar los
desafíos de la globalización, teniendo en cuenta la interdependencia entre el sector
político y el empresarial (Pierre y Peters 2000: 60).

Transformación hacia el Estado posburocrático. Aquí tiene un papel central el


modelo de la Nueva Gestión Pública. Entre sus postulados centrales está la crítica a la
jerarquía burocrática y la defensa de la medida de los resultados del gobierno, así
como el quiebre entre el establecimiento de objetivos y los medios y técnicas para
proveer su materialización. Dicho paradigma plantea la descentralización de funciones
y la administración por microagencias o unidades descentralizadas, controladas y
reforzadas por altos niveles de gobierno con una función reguladora, así como una
serie de mecanismos administrativos diseñados para mejorar la eficiencia.

Las consecuencias para la gobernanza son de gran calado (Jonh, 2001: 13-14): la
disolución de organizaciones y la creación de microagencias establecen incentivos
para la aparición de redes; la creación de microagencias multiplica el número de redes
organizacionales; la contratación externa involucra los intereses privados en la toma
de decisiones; la complejidad aumenta en un contexto institucional fragmentado; se
pierde el control directo por los tomadores de decisiones sobre la implementación de
sus políticas.

Involucramiento del sector privado. Si bien los empresarios siempre habían tenido
ingerencia en las políticas de su área, el entorno de competencia económica
determina la necesidad de asegurar la competitividad de su ambiente, afectado por
asuntos de la agenda tales como la eficiencia de las redes de transporte o la calidad
de la fuerza laboral (John, 2001:11), lo que los hace partícipar de las políticas públicas.
El proceso de privatización y liberalización del mercado implicó la asunción por parte
de actores económicos de funciones otrora monopolio del Estado, estas tareas
representan para los empresarios nuevos nichos de mercado cuya asunción implica
que también tomen parte en la solución de problemas colectivos.

En cuanto a la participación ciudadana y comunitaria, por un lado es resultante de que


los servicios sociales también queden a su cargo ante el retroceso del Estado y por
otra, de que por sus intereses se involucren en las políticas públicas correspondientes.
La brecha entre sociedad civil y Estado, en que la primera demandaba derechos y
políticas, mientras el segundo los definía e implementaba de manera unilateral, tiene
cada vez más puentes.

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Localismo, urbanización y metropolitización. Al igual que la globalización el
localismo, como “conjunto de procesos que presionan y desplazan las capacidades de
gobierno hacia la proximidad territorial” (Brugué, Gomá y Subirats, 2002: 300),
también desafía el poder estatal conduciendo a la articulación de redes en los
territorios. Los dos impulsan a las ciudades y regiones para instituirse como actores
políticos, portadoras de proyectos propios (Borja y Castells, 2004). Para alcanzar las
metas correlativas es indispensable la cooperación entre agentes públicos y privados,
tal cooperación interna constituye un medio para lograr la competitividad externa
(Brugué, Gomá y Subirats, 2002)

El creciente proceso de urbanización multiplica la complejidad de los problemas


urbanos y provoca el aumento de las jurisdicciones políticas y agencias que tienen
competencias sobre ellos. La metropolización, producto de la movilidad intermunicipal
derivada de la evolución de los sistemas de transportes y los cambios en el sistema
productivo que ya no precisa la coincidencia entre espacios sociales y económicos
(Valls, 2002), hace aún más complejo el gobierno urbano, pues exige coordinación
entre diversas autoridades.

Cambios en la participación política. Hoy la ciudadanía es más crítica y menos


dispuesta a canalizar su voluntad a través de los mecanismos tradicionales (Denters y
Rose, 2005). Tienen así aparición mecanismos innovadores para tomar parte en lo
público, de los cuales son ejemplos los presupuestos participativos y las asambleas
ciudadanas (Smith, 2005; Gains y Stoker, 2008).

Nuevos desafíos sustanciales para las políticas públicas. Las políticas públicas
enfrentan no solo los desafíos de satisfacer necesidades sociales que en muchos
casos han sufrido un proceso de agravamiento, sino de incidir y encontrar soluciones
para nuevos intereses. Los ciudadanos establecen nuevas demandas sustantivas y de
muy diversa índole (Denters y Rose, 2005), que requieren respuestas que trascienden
las capacidades de las autoridades públicas. Tal complejidad conduce a que los
gobiernos tengan que ser más flexibles, innovadores y requieran una mayor capacidad
de adaptación. Se incrementan las redes de tomas de decisiones involucrando un
variado tipo de agencias y actores, pues son necesarias nuevas fuentes de
conocimiento y experiencia (Pierre y Peters, 2000). Además los actores privados
buscan aliarse con el Estado para enfrentar los retos que tienen que enfrentar, pues

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este les facilita diversos recursos y la posibilidad de incidir en la políticas públicas de
su área.

Cuando se tienen en cuenta las condiciones que dieron lugar a la configuración del
fenómeno gobernanza, entendidas en el sentido de procesos mutuamente reforzantes
(Newman, 2005: 10), se abre la posibilidad de adicionar a la fotografía que el concepto
gobernanza da de una nueva realidad, una perspectiva explicativa a partir de la cual
identificar en el contexto urbano el origen de los actores, su posición, los intereses en
juego, y analizar con mayor precisión las características de las estructuras en que se
organizan, la operatividad del poder en tales estructuras, el rol que desempeña el
Estado en la gobernanza y de manera particular la gestión de las redes, las finalidades
de las políticas que producen y los proyectos de ciudad que asumen.

Para lograr hacer viajar a la gobernanza a otros ámbitos es necesario ser consciente
de las diferencias entre regiones, países e incluso ciudades, en los procesos de
transformación antes mencionados, como se evidenciará a continuación.

4. La gobernanza en América Latina

Los factores propicios para la configuración de la gobernanza cuando son visualizados


en el escenario latinoamericano presentan unos referentes comunes, en tanto
coinciden en mayor o menor grado con la aplicación en la región de una serie de
medidas de ajuste económico, programas complementarios de acento institucional y el
proceso democratizador experimentado. Los resultados de estas reformas se erigen a
su vez como fuertes condicionamientos para la gobernanza.

La expresión “Consenso de Washington” ha sido usada como síntesis del conjunto de


políticas económicas de ajuste estructural que durante los noventa constituyeron el
programa que se creía, debían poner en práctica los países latinoamericanos para
lograr el crecimiento. Tal denominación se debe al economista John Williamson, quien
en 1989 integró en una lista de diez puntos lo que era aceptado con respecto a los
problemas latinoamericanos por organismos y dependencias gubernamentales de los
Estados Unidos, los organismos financieros internacionales (Fondo Monetario
Internacional y Banco Mundial) y los grupos de expertos con asiento en Washington:
disciplina fiscal para reducir el déficit, priorización del gasto público, reforma tributaria
con impuestos indirectos, liberalización de las tasas de interés, tasas de cambio
determinadas por el mercado, liberalización del comercio internacional, apertura a

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inversiones extranjeras, privatización de las empresas públicas, desregulación y
protección de derechos de propiedad (Williamson, 1990).

La mayor parte de estas soluciones habían sido impulsadas por los gobiernos
neoconservadores de Thatcher y Ronald Reagan, ante la crisis del Estado Bienestar, y
luego fueron exportadas al resto del mundo, especialmente a los países en desarrollo.
Su adopción en América Latina obedeció no sólo a los condicionamientos impuestos
por los organismos financieros internacionales sino a presiones ejercidas por poderes
económicos nacionales, empresas multinacionales y países del mundo desarrollado
con interés en la región.

La precaria situación de los países latinoamericanos había tenido su momento de


mayor gravedad con la crisis de la deuda externa de 1982. El diagnóstico que hacía el
consenso atribuía los problemas de déficit a las políticas de industrialización que
habían buscado la sustitución de importaciones décadas atrás, con un marcado
proteccionismo, a la existencia de un exagerado intervencionismo sobre el mercado,
un Estado muy grande e ineficiente y gobiernos populistas que no eran capaces de
controlar las demandas sociales y el gasto público.

El programa pretendía modificar la concepción y el papel del Estado, ya no orientado a


redistribuir la riqueza, impulsar directamente la economía y proveer servicios sociales,
sino a garantizar la interacción entre los agentes económicos y posibilitar así la
inserción dentro del mundo globalizado. Las medidas buscaban conformar un modelo
de desarrollo orientado hacia el mercado, se basaban en la reducción del Estado, la
liberalización y la apertura económica. El paquete de reformas implantado asumía que
una vez las economías estuvieran estabilizadas e insertas en el mercado mundial
aparecería un crecimiento sostenido, sus efectos se distribuirían por toda la población
extendiendo la riqueza y por ende aumentaría el nivel de vida de la población.

Las reformas económicas tuvieron un reverso político, sintetizado en la expresión


“modernización del Estado”, ya usual en la región hacia finales de los años 80´s y
principios de los 90´s, la cual no sólo enfocó como objetivos la privatización y la
desregulación, sino también la descentralización territorial.

Luego aparecieron propuestas sobre la manera en que debían reconfigurarse los


organismos estatales, como una segunda generación de reformas estimadas como

15
necesarias para que el mercado tuviera un adecuado soporte institucional 2. Durante la
década del noventa los organismos financieros internacionales ya empezaban a referir
al término governance, en ocasiones traducido al español por gobernabilidad y en
otras por gobernanza, tal referencia tenía como trasfondo la concepción de que existía
una relación entre desempeño económico y buena política del sector público, por
consiguiente para alcanzar el desarrollo los países debían llevar a la práctica una serie
de reformas de diversa índole que hacían parte de la preocupación por la governance,
pese a que el concepto era usado con muy diversos significados.

Esta segunda generación de reformas tiene como trasfondo al neoinstitucionalismo,


según el cual existe una recíproca influencia entre el ambiente institucional y el
comportamiento económico (North, 1993). Combinada esta concepción con
orientaciones neoliberales, las reformas de las instituciones en Latinoamérica fueron
orientadas a disminuir los costos de transacción para la economía de mercado. Esto
es, de manera específica: garantizar condiciones de seguridad y certeza para la
inversión privada.

Se ha tratado por consiguiente de recomendaciones que han tenido un marcado


carácter selectivo. Así, al decálogo de las primeras reformas se fueron sumando entre
otras: la mayor flexibilización del derecho laboral, la elaboración de códigos de
conducta y estándares financieros, la creación y fortalecimiento de instituciones de
supervigilancia (no de intervención) de diversas áreas de la economía, la promoción
de específicas políticas sociales y el aumento de los mecanismos de control social y
punitivo (Rodríguez y Uprimny, 2006: 116). Es obvio que algunas de estas medidas
pretendían precisamente contrarrestar los excesos de la primera ola de desregulación
y liberalización, pero al mismo tiempo otras buscaban asegurar las condiciones para
su permanencia.

De manera central se planteó una nueva forma de “hacer” administración pública,


siguiendo los postulados de la nueva gestión pública y de nuevo las reformas tuvieron
como fuentes principales las recomendaciones de los organismos internacionales3.

2
Muestra de ello es que el Informe sobre el Desarrollo Mundial, elaborado por el Banco Mundial en 1997, parte del reconocimiento
de las tareas estatales para la reducción de la pobreza y estima que su consecución sólo puede lograrse mediante la combinación
apropiada de actuaciones del mercado y del Estado, pero acto seguido ello es traducido en la atención de los requerimientos del
mercado (Banco Mundial, 1997: 7).
3
En ese sentido es destacable un estudio del Banco Mundial realizado en 1998, sobre las reformas institucionales necesarias en
relación con América Latina y el Caribe (Burki y Perry, 1998). Considera que el consenso de Washington no tuvo en cuenta la
importancia de los cambios institucionales para respaldar el desarrollo y para consolidar los regímenes democráticos.

16
Las reformas institucionales cambiaron el Estado en su estructura y funciones y, de
modo especial la provisión de servicios públicos, que o bien pasaron a ser prestados
por el sector privado, o bien, fueron sometidos a regímenes de derecho privado. Estas
transformaciones condicionan la configuración de un tipo de relaciones entre la
sociedad civil, el mercado y el Estado más propicias para la gobernanza que las
existentes con anterioridad a su implantación. En criterio de Aguilar (2007) existen
evidencias de que tanto las aplicaciones de la corriente de políticas públicas como las
de la de la nueva gestión pública que tenían como propósito inicial “robustecer la
gobernabilidad o capacidad directiva del gobierno” generaron en América Latina
situaciones y practicas que dieron progresivamente forma a un modo de gobernar
compartido, participativo, asociado, o en red.

En conclusión, tanto los efectos de las reformas económicas de ajuste estructural,


especialmente las resultantes de la privatización y la apertura de los mercados, como
las reformas de carácter institucional examinadas con antelación, influyeron en la
emergencia de nuevas formas de relación entre el Estado y la sociedad, entre el
Estado y el mercado, entre lo público y lo privado, que hoy pueden cobijarse dentro del
concepto abarcante de gobernanza.

En unas ocasiones simultáneamente y en otras posteriormente a la instalación inicial


de las medidas de ajuste estructural derivadas del consenso de Washington,
Latinoamérica vivió otros procesos de cierta manera también conectados a tal suerte
de transformación: La transición hacia la democracia en los países que tuvieron
regímenes militares y en general la ola de democratización expresada en un
fortalecimiento de las instituciones y en un aumento de mecanismos de participación
política.

El discurso académico sobre la gobernanza normalmente parece dar por supuesta la


existencia de regímenes democráticos, se asume incluso que las nuevas expresiones
de acción colectiva público-privada constitutivas de la gobernanza trascienden la
noción de régimen democrático, fuertemente ligado a los procesos electorales. La
gobernanza no necesariamente requiere hacer parte de un contexto democrático, pero
lo cierto es que la existencia o no de tal contexto y su singularidad, necesariamente
determina sus características y alcance. Por ejemplo, la existencia de grandes
desequilibrios entre los actores sociales constituyen serias limitaciones a la
democracia y en términos de gobernanza dan lugar a formas de interacción, en las
que unos actores están subordinados o sometidos al designio de unos pocos,

17
situaciones en las que no todos los afectados por las decisiones de políticas públicas
tienen la oportunidad de participar en la red correspondiente y en las que si acaso
participan cuentan con escasos recursos respecto de quienes ostentan el mayor
poder.

La singularidad de la democracia en la región es sintetizada en un informe reciente del


PNUD en un triángulo, en uno de sus vértices está la difusión de la democracia
electoral, en el segundo la pobreza y en el otro la desigualdad, el informe no afirma
que no se presente la existencia conjunta de democracia, pobreza y desigualdad en
otros partes, lo que señala “es que la democracia latinoamericana convive en la
totalidad de una región con niveles extensamente difundidos de pobreza y situaciones
de desigualdad” (PNUD, 2004a: 39). Los avances están centrados en el régimen
democrático, y aunque este es necesario para la democracia no es suficiente, también
el Estado y el contexto social en general son componentes importantes (O`Donell,
2004), si es que la democracia implica no sólo reconocer derechos políticos sino
también derechos civiles y sociales.

Las implicaciones de los resultados de las reformas para la gobernanza

Son múltiples las voces que han considerado el fracaso de las medidas de ajuste
económico, la parcialidad de las reformas institucionales y las falencias de los
procesos de democratización. Los países latinoamericanos no adoptaron las reformas
de la misma forma y con igual intensidad, pero todos lo hicieron en algún grado, lo
cierto es que el balance de los resultados muestra algunos resultados positivos y
muchos negativos.

Si bien con las reformas económicas se obtuvo la reducción de la inflación y en


general mayor estabilidad macroeconómica en la región, la riqueza alcanzó mayor
grado de concentración, la pobreza aumentó y por consiguiente la desigualdad.
Latinoamérica es hoy la región más desigual del mundo. Miradas las relaciones
interestatales hubo países que se lucraron bastante de las privatizaciones y de la
apertura a la inversión extranjera, sobresale el caso de España.

Los resultados negativos de la puesta en práctica del consenso de Washington


muestran, entre otros aspectos, que es necesario distinguir entre crecimiento
económico y desarrollo social, pues lo uno no conduce necesariamente a lo otro.

18
La trascendencia en lo social y en la vida democrática de las medidas implementadas
es importante, pues ellas implicaron la adopción de fuertes reestructuraciones en el
ámbito de las relaciones sociales (Lechner, 1995), la extensión de los valores liberales
individualistas, la aparición del discurso de la competitividad y su aplicación no sólo en
la vida empresarial, sino también a los territorios e incluso a la vida personal, así como
la precarización y flexibilización de las relaciones laborales que llevaron a un
incremento de la informalidad, el debilitamiento y reducción de los sindicatos, y en
general, la desestructuración de intereses de clase4.

Entonces, la desigualdad reforzada por las reformas, sumada a rasgos tales como el
patrimonialismo, el clientelismo, la corrupción, males endémicos para América Latina,
que no fueron eliminados por las medidas de libre mercado adoptadas (sino en
algunos casos exacerbados), así como el recurso a la violencia (especialmente en
Colombia por la permanencia del conflicto armado), constituyen características
condicionantes de la gobernanza.

Las mayores consecuencias de las políticas del Consenso de Washington tuvieron


lugar respecto del Estado. Durante las décadas anteriores a la reforma, en vigencia del
modelo de sustitución de importaciones o de desarrollo hacia adentro, el Estado en
Latinoamérica, pese a sus precariedades, había cumplido un rol central en la
economía como impulsor del desarrollo, no sólo a través de instrumentos de
intervención en la economía como regulación, inversión y subsidios sino también
actuando incluso como empresario y asumiendo directamente el monopolio de muchas
funciones relativas a la provisión de servicios que con las reformas fueron relegadas al
mercado. Lo anterior no significa sin embargo que sus actuaciones no hubieran
favorecido a las elites económicas y la concentración de la riqueza.

El Estado constituía el principal agente modernizador de la sociedad, pese a que en


muchas ocasiones hubiera modernización sin modernidad. Y teniendo en cuenta que
en Latinoamérica la construcción de la nación devino después de la construcción del
Estado, este tuvo un papel definitivo en la configuración de la ciudadanía y en la
integración social. Las reformas desmontaron la matriz estadocéntrica 5, redujeron la
4
Según Panfichi el impacto de las reformas económicas neoliberales ha propiciado “la creación de nuevos intereses que,
compartidos, pueden servir de base para la emergencia, articulación y consolidación de importantes actores colectivos – como ha
sucedido en nuestra región con las organizaciones no gubernamentales y asociaciones que se coordinan sobre la base de temáticas
como género, ambiente, derechos humanos y participación ciudadana” (Panfichi, 2002). En un sentido similar son sugerentes las
tesis de que las segregaciones espaciales en las ciudades, resultantes del cambio económico, favorecieron la formación de
movimientos sociales en los barrios o que en respuesta al debilitamiento de los sindicatos surgieron nuevos movimientos urbanos
(Portes, et al (eds.), 2005).
5
El concepto matriz estadocéntrica es empleado por Marcelo Cavarozzi (1991), para significar que el Estado en Latinoamérica
constituyó desde finales de la primera guerra mundial hasta los 80´s, el eje estructurante para la integración y el desarrollo.

19
capacidad de los Estados6 y además hicieron mella en su legitimidad, la crisis se
imputaba a su deficiencia, por eso implantar las medidas pasaba por un proceso
previo de descrédito. En este sentido, de manera particular hubo una cierta
instrumentación de la corrupción (Montoya, 2000), en tanto la intensificación de un
discurso sobre la misma y sus consecuencias negativas fueron estratégicas para
impulsar la privatización y la apertura de nuevos mercados para los inversionistas.

El Estado resultó deslegitimado como jugador en el proceso de desarrollo. Ante la


sistemática erosión de la efectividad de la hechura de políticas públicas y de la
capacidad del estado en esta materia, la toma de decisiones macro-económicas fue
localizada en los mercados y en las manos de las organizaciones financieras
internacionales, poniendo en peligro tanto la consolidación democrática como el
desarrollo (Lechini, 2008:11). Obviamente ello implicó la afección a la soberanía
estatal, que en la mayoría de los estados ni siquiera había sido un proceso acabado
respecto de su interior.

De especial relevancia es la reflexión sobre cómo se han compaginado las medidas


adoptadas con las condiciones propias de la región, por ejemplo la descentralización
territorial con la existencia de poderes de facto, alternos a los oficiales, muchas veces
no solo informales sino ilegales, o la inclusión de actores privados en la resolución de
los problemas colectivos en un contexto de gran desigualdad económica y social.

Joan Prats (2006) entra en esta reflexión al enfatizar la ingenuidad del segundo
paquete de reformas, por partir de premisas discutibles:

“El supuesto básico era que las reformas burocráticas, con su aporte de racionalidad
gerencial y legal que tanto contribuyeron al desarrollo de los países industrializados, se
habían completado en lo esencial en América Latina durante los años treinta y que la
gran reforma pendiente era la que estaban viviendo los países desarrollados: la reforma
gerencial. Desde luego no se desconocía que subsistían en la gran mayoría de nuestros
países grandes enclaves de burocracias patrimoniales, pero eran vistos como
buropatologías en vías de extinción, no se establecía ninguna relación significativa entre
este tipo de patrimonialismo y el sistema económico y político vigente. De hecho, el
patrimonialismo no era considerado, junto con otros rasgos como el clientelismo, el

6
Tal debilidad toma forma tanto respecto del poder del Estado en relación con otros actores que resultaron fortalecidos, como en la
incapacidad para enfrentar los desafíos que plantea la problemática de la región: “La debilidad económica del Estado y su creciente
fragilidad política también han favorecido una inédita influencia de los grupos económicos locales y transnacionales en la vida
económica y política de nuestros países. Así las cosas, la política pública se muestra muy insuficiente en su responsabilidad
reguladora para enfrentar la concentración económica, defender a los consumidores y trabajadores de las fallas del mercado,
proteger el medio ambiente y apoyar a los pequeños empresarios” (Pizarro, 2005: 125).

20
prebendalismo o el corporativismo, un rasgo fundamental del sistema a reformar, sino
como excrecencia histórica en vías claras de autoextinción, que no podían constituir el
foco central de la reforma” (Prats, 2006:483).

Así, la mezcla de los nuevos ingredientes de la nueva gestión pública con


características previas de las burocracias, regímenes políticos y sociedades, pudo ser
contraproducente o al menos funcional al estado de cosas previamente existente.
Prats comenta como los indicadores internacionales de desarrollo institucional no
permiten registrar avances significativos y en ocasiones muestran retrocesos
inquietantes, remite al estudio realizado por el Banco Mundial (2005) sobre indicadores
de la gobernabilidad, lo cierto es que el reporte actualizado a 2007 (Banco Mundial,
2008), conduce a conclusiones similares, con excepción de pocos países (Chile y
Costa Rica).

Como mencioné antes, reforma económica y reforma política se conjugaron, Ocampo


observa que con algunas excepciones, la ola de democratización “asumió las
reformas económicas orientadas a la ampliación de las esferas del mercado como su
propia agenda” (Ocampo, 2004: 358). Los ingredientes de libertad económica y
libertad política en un contexto de pobreza y desigualdad, pueden no generar como
resultado ni el fortalecimiento de la democracia en un sentido pleno ni un desarrollo de
la economía que permita mejores condiciones de vida para toda la población. Cobra
así sentido la interpretación según la cual debilidad de las democracias y la
desigualdad son fenómenos interdependientes que se retroalimentan mutuamente en
América Latina (Adelantado y Scherer, 2008: 18).

El informe sobre democracia del PNUD, sin que establezca que necesariamente
existan relaciones causales entre las reformas económicas y políticas y la situación de
pobreza y desigualdad en América Latina, sostiene que los ciudadanos
latinoamericanos han experimentado en forma más o menos simultánea los efectos de
las variables que las integran y reconoce que la “percepción de una parte importante
de los ciudadanos es que las políticas seguidas produjeron insuficiente crecimiento
aceptable, pobreza y desigualdad crecientes y desmejoramiento de la situación laboral
(con su consiguiente impacto sobre la desigualdad y los ingresos futuros
provisionales)” (PNUD, 2004a: 42).

El balance realizado por el este estudio compara las variables reformas estructurales,
reformas democráticas, evolución del Producto Interno (PBI) per cápita, pobreza,

21
indigencia, concentración del ingreso y situación laboral, y arroja resultados
sugerentes en este sentido:

Tabla 1: Balance de Reformas y Realidades (extracto tomado de PNUD, 2004a : 42).

Indice de Indice de Crecimiento Pobreza Indigencia Coeficiente Desempleo


reforma democracia del PIB real % % de Gini urbano %
económica electoral percápita
anualizado
%
1981-90 0.58 0.64 0.7 46.0 20.4 0.551 8.4
1991-97 0.79 0.87 0.6 42.8 18.3 0.574 8.8
1998-02 0.83 0.92 1.2 42.8 17.7 0.577 10.4

Desde el 2003 hasta el 2007 América Latina experimentó un crecimiento económico


generalizado en todos los países, la economía de la región creció un 5% medio anual
con un incremento del 3% del ingreso per cápita (CEPAL, 2008a). Aunque hubo
reducción de la pobreza y de la desigualdad durante los años de expansión, América
Latina sigue siendo la región con mayor desigualdad en la distribución del ingreso, el
coeficiente de Gini 2007 llegó a 0,53 con un rango de variación de entre 0,59 y 0,43
(CEPAL, 2009). Y pese a la debilidad del Estado, o precisamente por ella, la región
experimenta un fortalecimiento del presidencialismo, tanto en los países de gobierno
de izquierda como de derecha.

Es posible valorar la incidencia de las reformas en los municipios y ciudades. Uno de


los aspectos más evidentes es que en contraste con el debilitamiento de los Estados el
escenario local obtuvo mayor protagonismo, originado no sólo de manera directa de
los procesos de descentralización, sino de la repercusión de la transformación del
modelo económico mundial que trajo consigo la relocalización de los procesos
productivos y la competencia entre regiones y ciudades por inversión.

Las regiones que poseían rasgos más modernos y tenían mayor desarrollo fueron las
más favorecidas con la inversión extranjera. Esto profundiza los desequilibrios
económicos entre las zonas de crecimiento y expansión de oportunidades de inserción
a las nuevas condiciones económicas y las zonas de rezago y deterioro (Cabrero,
2005: 81).

La desigualdad entre regiones, reconocida en el último informe del Banco Mundial


“Una Nueva Geografía Económica” (Banco Mundial, 2009), aparece como efecto
negativo del modelo económico pero también como condición necesaria para el
crecimiento, dado que se considera que para este sea posible se requiere de la

22
concentración de la producción económica; ello supone la aceptación cínica, aunque
obvia por demás, de que la competencia entre regiones y ciudades produce ganadores
y perdedores, ahora de lo que se trata es de ensayar fórmulas de integración
económica para ocuparse de los perdedores.

El desequilibrio tiene varias escalas, pues se presenta no sólo entre regiones o


ciudades, sino en el interior de las mismas. La desmejora del empleo y la fuerte
tendencia hacia la informalidad son constantes en todas las ciudades latinoamericanas
desde la década del 80. La pobreza y desigualdad tienen expresión clara en el
incremento de la criminalidad y de la inseguridad, además en procesos de
discriminación social y segregación espacial (Caldeira, 2007).

Tales situaciones aumentan el conjunto de asuntos a cargo de los municipios urbanos


quiénes deben ahora ocuparse de políticas de seguridad, de empleo y en general,
políticas sociales, que puedan paliar de alguna manera dichos problemas de carácter
estructural. Además, dado el nuevo contexto mundial que alienta la competitividad de
las ciudades, también se ven avocados a asumir tareas relacionadas con su
promoción económica.

Por otra parte también hay desequilibrios en los efectos de las medidas de carácter
institucional aplicadas, los cuales dependen del grado de modernización e incluso de
modernidad que previamente hubiesen existido. La profundización de la
descentralización territorial y el grado de autonomía que esta supone, al igual que el
traspaso de funciones públicas a los particulares, no se viven de la misma manera en
territorios donde el poder político estaba realmente en manos del Estado, que en
aquellos donde imperaban poderes fácticos (en algunos casos ilegales), los cuales con
tales transformaciones obtuvieron más recursos y nuevas ventanas de oportunidades.
Esto significa que las medidas de índole institucional implementadas pudieron
exacerbar la corrupción, el clientelismo7 y la consolidación de poderes fácticos que
disputan la soberanía estatal8.

Unos y otros son problemas complejos y asuntos que son interdependientes, pues en
el modelo imperante si una ciudad o territorio no se hace competitivo no puede mejorar
el empleo, pero si presenta altos niveles de inseguridad y criminalidad, en gran medida

7
Al respecto comentan Adelantado y Scherer: “La política clientelar no es nueva, pero su relevancia política, social y cultural ha
avanzado desde comienzos de los 90, coincidiendo con la aplicación de reformas neoliberales” (Adelantado y Scherer, 2008).
8
Diversas investigaciones han relacionado en Colombia la descentralización territorial con la consolidación de la guerrilla y los
grupos paramilitares (Sánchez y Chacón, 2006).

23
derivadas del desempleo, no puede hacerse competitivo. De otro lado las falencias en
cuanto a modernidad y modernización impiden un desarrollo económico que beneficie
a la mayor parte de la población. Tal escenario implica grandes desafíos para los
municipios urbanos, pero buena parte de las ciudades de la región presentan un
panorama con gobiernos débiles en lo institucional y en lo administrativo, estrechos
campos de acción en la conducción de políticas públicas, una acción pública
desarticulada y actores sociales insuficientemente implicados en ella (Cabrero, 2005:
83).

Sin embargo, también es verificable una tendencia de experimentación con propuestas


innovadoras que delinean un estilo de gobierno más activo y abierto: se ensayan
nuevos instrumentos consultivos y de rendición de cuentas, se facilita una planeación
participativa, se incluyen actores diversos en la definición del modelo de ciudad y en la
formulación de las políticas públicas correspondientes, las ciudades empiezan a
interactuar de manera autónoma en relación con otros territorios (de lo cual es una
muestra la configuración de redes de ciudades) e instituciones.

Se trata de dos tendencias que convergen: Una de carácter político y social que busca
radicalizar la democracia en el ámbito local y que está ligada a la profundización de la
descentralización no sólo administrativa y territorial sino también política. Y otra de
carácter económico, la adopción de un papel estratégico y pro-activo por parte de los
gobiernos locales en la economía, que entraña un cambio en las relaciones entre el
sector público y el sector privado económico, para a través de alianzas público
privadas lograr la transformación económica y la inserción internacional.

Estas tendencias son centrales en el nuevo protagonismo de las ciudades en América


Latina, así como dos lógicas diferentes y simultáneas en la gobernanza urbana. Se
trata de procesos que dependen de la decisión política de los gobiernos pero también
de la voluntad de los actores económicos y sociales para involucrarse en proyectos
conjuntos, más su éxito tendría que medirse no sólo en el cómo se hacen las cosas,
es decir, en términos de mayor apertura, participación y democratización, sino en el
para qué se hacen, esto es, en cuanto a generación de bienestar social, allanamiento
de la desigualdad estructural y no sólo mayor desarrollo económico.

Haciendo un balance puede afirmarse que en términos de la gobernanza existe una


paradoja, las condiciones propicias para su aparición ligadas a la aplicación de
medidas de ajuste económico e institucional, cuyos efectos fundamentalmente se

24
expresaron por una parte en la expansión del sector privado esto es, aparición de
nuevos actores privados, fortalecimiento de algunos ya existentes y mayor
preponderancia de estos, y por otra, en cambios en el papel del Estado, que se redujo
y cambió de funciones en tanto dejó de ser el proveedor preponderante de servicios y
monopolizador de los recursos, se tradujo en Latinoamérica en el incremento de la
desigualdad, y por consiguiente en un fuerte límite para la configuración de una
gobernanza de carácter democrático.

A todas luces es evidente que el Estado (en todos sus niveles) no puede ser un actor
más en la solución de los problemas colectivos en Latinoamérica, su papel tiene que ir
más allá del rol limitado que le asignan las concepciones de gobernanza que
presumen condiciones de horizontalidad y por ello lo señalan como un simple
catalizador. Teniendo en cuenta que la situación de desequilibrio entre los actores
privados es de gran envergadura, el Estado en esta región tiene que asumir un papel
mucho más activo que en los países desarrollados.

Por otra parte es necesario prestar atención a que, en contraste con los países
centrales, América Latina todavía tiene sin resolver cuestiones básicas de desarrollo
social, político y económico, las cuales “no se resolverán por una mera sumatoria de
desarticulada de voluntades, o por una agregación espontánea de energías sociales
dispersas” (Camou, 2004: 76).

Conclusión

El enfoque de la gobernanza muestra muchos aspectos importantes para la


comprensión de los cambios de la política y de las políticas públicas en el mundo
contemporáneo, particularmente en el sector urbano, pero también corre el riesgo de
invisibilizar u opacar otros. La visibilización de dichos aspectos requiere que en el
análisis sean incluidos elementos surgidos en el campo de la política urbana. Son
claves cuestiones como la concentración del poder, los modelos de desarrollo urbano,
los tipos de poder que entran en juego, la existencia de coaliciones e incluso la
incidencia de las ideas. Así como también es necesario tener en cuenta el contexto
macro que condiciona la configuración de la gobernanza, por ello son especialmente
relevantes los aportes que pueda proveer en tal sentido la teoría de la regulación.

De modo específico, es importante la indagación por los diversos procesos que


anteceden su aparición en el escenario de la política, considero que el enfoque de la

25
gobernanza difícilmente puede superar su alcance descriptivo si no tiene en cuenta el
origen del fenómeno que estudia y el contexto en que se inserta.

26
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