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Transcripción del texto del art. 268 (2) del Cód. Penal:
“Será reprimido con reclusión o prisión de dos a seis años, multa
del cincuenta por ciento al ciento por ciento del valor del enriquecimiento
e inhabilitación absoluta perpetua, el que al ser debidamente requerido no
justificare la procedencia de un enriquecimiento patrimonial apreciable
suyo o de persona interpuesta para disimularlo, ocurrido con posterioridad
a la asunción de un cargo o empleo público y hasta dos años después de
haber cesado en su desempeño.
Se entenderá que hubo enriquecimiento no sólo cuando el
patrimonio se hubiese incrementado con dinero, cosas o bienes, sino
también cuando se hubiesen cancelado deudas o extinguido obligaciones
que lo afectaban.
La persona interpuesta para disimular el enriquecimiento será
reprimida con la misma pena que el autor del hecho.”
TEMAS EN CONSULTA.
especial que para esta tarea hice y las reflexiones particulares que me han
surgido inclusive a través del sentido común que aprecio tanto como
nuestra normativa constitucional.
De este modo y a manera introductoria anuncio que abordaré la
materia empezando por los interrogantes que me genera la redacción legal
de la figura analizada y que entiendo que en el lenguaje penal podríamos
denominar “indeterminaciones del tipo penal”; luego incursionando en el
aspecto más tratado de la inversión de la carga de la prueba; después en la
llamativa situación en que queda la “persona interpuesta”; y al fin un
especial capítulo para destacar las consecuencias de estos dilemas puestos
a prueba ante nuestro sistema constitucional, lo que en otras palabras
equivale a decir las garantías constitucionales comprometidas. Desde luego
que habrá un último punto dedicado a las “Conclusiones”, que reservaré
para emitir la opinión consultiva que en definitiva es el propósito de este
dictamen académico.
ser admitida. Cuando hablo de equivocidad estoy diciendo que las opciones
son varias y peor aun en este caso indeterminadas.
Veamos ¿Cual sería la manera debida de requerir? Presumo que
para responder tendríamos que contar con bastantes datos que ni siquiera
hallé al investigar en la legislación complementaria; tal como por ejemplo
la autoridad específica que puede o debe requerir tanto como la
oportunidad y los mecanismos para hacerlo.
Como ejercicio intelectual es interesante trabajar algunos
ejemplos hipotéticos y medir su razonabilidad así como su funcionalidad.
Imaginemos que se trata de requerir a un juez ¿dónde hallamos legalmente
establecido el modo y la autoridad para concretarlo? No hay dudas que se
trata de un delito de acción pública, pero ¿podría entonces el titular de una
Comisaría o el Jefe de la Policía Federal requerir que justifique su
enriquecimiento? a los Ministros del Poder Ejecutivo ¿también? o debería
ser el Presidente de la Nación que los nombra. ¿Cómo debería anoticiarse
la sospecha que justifique el requerimiento o éste podría hacerse preventiva
y periódicamente?
Como antes dije, no encontré en la legislación complementaria
consultada ningún texto que específicamente resuelva estas dudas por más
esfuerzo e interpretaciones extensivas que quiera dársele a algunas normas
destinadas a la ética pública, como la presentación de declaraciones juradas
anuales y las reclamadas al asumir y dejar un cargo público. Ninguna de
estas previsiones están destinadas concretamente a “completar” la norma
penal, ni podemos entender que el funcionario está “implícitamente
requerido” pues al hacer esas declaraciones no las hace “bajo sospecha” de
alguna ilicitud sino cumpliendo un recaudo legal genérico. No admito
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esfera de intimidad de aquél y que, por ende, nada tienen que ver con la
presunción inferida en la ley con relación a algún acto de corrupción.
De tal suerte, concluyo que la norma cuestionada en cuanto le
impone al funcionario el deber de justificar la procedencia del
enriquecimiento patrimonial bajo amenaza de sanción penal, pone en crisis
también el principio de reserva consagrado en el art. 19 de la Constitución
Nacional, dada la disyuntiva eventualmente generada entre acogerse a su
legítimo derecho constitucional de negarse a declarar sin que ello implique
presunción en su contra o develar aspectos relativos a su fuero más íntimo
de privacidad.
1 Caballero, José Severo “El enriquecimiento ilícito de los funcionarios y empleados públicos después de la
reforma constitucional de 1994”, publicado en La Ley, T. 1997-A, Sec. Doctrina, págs. 793/800.
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diciendo que “ahora puede bastar, pues, con que recurra a una metáfora.
Si un esquema como ése fuese legítimo (incumplimiento del deber y que
nada se presume), el Estado podría resolver todas las dificultades
probatorias estableciendo, junto a cada delito determinado (de comisión o
de omisión), una figura omisiva, sujeta a la misma pena, consistente en no
demostrar la inocencia de aquel mismo delito, presumido por alguna
circunstancia que generase una sospecha.”
A continuación el citado autor ejemplifica su aserto mediante la
elaboración de una fórmula de presunción semejante para el caso del
homicidio. Para ello plantea la siguiente redacción del art. 80 (1) del Cód.
Penal: “Será reprimido con la pena del homicidio agravado por codicia, el
que no justificare el lugar donde se hallaba en el momento de la muerte de
un pariente a quien aquél hubiere heredado por un valor económico
apreciable”.2
En el desarrollo del tema, el aludido doctrinario, señala que la
garantía de no declarar contra sí mismo (nemo tenetur) existe “…
justamente para no ser obligado a declarar en casos en que una conducta
previa del declarante pueda haber sido más que ilícita. ¡Delictiva!” y sigue
manifestando que la naturaleza procesal de la garantía citada no le quita
jerarquía pues “… las garantías constitucionales penales no guardan un
orden de jerarquía entre sí: ellas no colisionan, siempre protegen al
individuo. Desde este punto de vista, que una garantía constitucional
corresponda al derecho procesal no le resta ni un ápice de valor puesto que
2Sancinetti, Marcelo, “El delito de enriquecimiento ilícito de funcionario público”, Ad Hoc, 1994, págs.
94/95.
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En este punto cabe tener presente que, así como está redactado
el texto legal en análisis, la conducta típica es la no justificación del
enriquecimiento patrimonial apreciable y no, la de enriquecerse
ilegítimamente.
Esto significa que si el delito se consuma al no justificar el
funcionario público la procedencia de dicho enriquecimiento, no puede
abrirse el proceso judicial si antes no hubo requerimiento debido para ello
proveniente de la autoridad legitimada a tal fin que, como se dijera
anteriormente, no sabemos cuál es. Indiscutibles son, además, las razones
en virtud de las que no puede pretenderse que dicho requerimiento y
ulterior justificación opere en sede judicial pues, en tal caso, el debido
proceso se habría iniciado sin la base del hecho delictivo precedente en el
que debe sustentarse “prima facie” el inicio de toda investigación penal,
pues el mismo se cometería en el expediente judicial, ante el Juez que luego
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conformidad con los arts. 31 y 75, inc. 22, de la Carta Magna; y que esto
supone que debe existir esta igualdad ante la ley no sólo dentro de nuestra
Nación sino también respecto de los restantes países signatarios de este
sistema globalizado de derechos humanos en el que decidimos enrolarnos.
De modo tal que, teniendo siempre presente que los convenios para
erradicar la corrupción no se incluyen en el aludido art. 75, inc. 22, y tienen
por tanto jerarquía inferior a los que se encuentran incluidos en esta última
norma, la conclusión no puede ser otra que priorizar los derechos humanos
en juego –como la igualdad ante la ley- por sobre aquel otro compromiso
internacional y el defectuoso texto legal materia de análisis.
CONCLUSIONES.
y por ello carente de validez legal sustantiva, con las consecuencias que ello
significa para los procesos judiciales en los que pretenda aplicarse dicha
norma.
2.- Como consecuencia de lo afirmado en el punto que precede
no puedo menos que recomendar la urgente modificación del art. 268 (2)
del Cód. Penal, a lo menos para ajustar su redacción en términos que
guarden cierta equivalencia con los informados por la encuesta de derecho
extranjero que se me facilitó y que en su columna III) muestra otros
mecanismos de redacción legislativa que en principio no merecen los
reproches constitucionales formulados al nuestro. Y ello así para no
pretender apartarnos del compromiso internacional asumido en la
Convención Interamericana contra la Corrupción, como han preferido
hacerlo Bolivia, Costa Rica, Canadá y Estados Unidos que han descartado
esa figura delictiva fundamentalmente por la inversión de la carga
probatoria.
No quiero concluir esta recomendación sin desarrollar unas
breves consideraciones más sobre algunos aspectos que deberían orientar
la tarea de reforma legislativa, siempre siguiendo la inspiración de lo que
aquí comprobamos en la legislación comparada, a saber:
1- Corrección del verbo definitorio de la conducta típica,
2- Definición de los medios, condiciones y demás pautas objetivas
destinadas a apreciar la significación de un enriquecimiento patrimonial
“apreciable”, así como su justificación.
3- Definición de la situación de la persona interpuesta aclarando la
acción u omisión concretada por su propia voluntad.
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De mi mayor consideración: