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Una estirpe de petisas

Patricia Zangaro. Teatro por la identidad

Me di cuenta de que era bajita, como yo. Todavía tiene las manchas, me
dijeron. No quisimos lavarlo. Yo solo miraba le talle. Aquel ruedo corto. Apenas
me lo probé supe que había sido de mi mamá. Qué suerte. Era bajita como yo.
Siempre quise ver el vestido de parto. Pero la mujer alto no tenía vestido de
parto. Las cosas sucias te tiran, me decía. Las manchas son de sangre, su
sangre la mía. Tampoco yo quise lavarlo. Por el olor. Es como tenerla viva. La
mujer alta olía a detergente, la casa y mis juguetes. Que suerte era bajita como
yo. Como la abuela, y como la abuela de mi abuela. Lo vi en las fotos de
mujeres peticitas. Sentí mucha pena, cuando aquel brazo largo me pegaba. Y
no menos pena, si me daba una caricia. La mujer alta no tenía fotos, las
paredes blancas, desnudas, pieza de hospital. Mi madre parió atada a una
camilla, me dijeron. Las compañeras guardaron el vestido me gustaban las
fotos viejas. Con polleras largas, con jeans, minifaldas. Una estirpe de petisas.
Con una inyección le cortaron la leche, me arrancaron de sus brazos y un
gendarme me entregó envuelta en un paquete. A la mujer alta le gustaban los
paquetes bien envueltos, con papeles brillantes con moños, bien prolijos. Se
enojaba cuando yo rasgaba el envoltorio en el apuro, y volvió a enojarse,
cuando abrí el paquete y vi el vestido. Desde entonces nunca más quise volver
a la casa desnuda. MI mamá era bajita, como yo. Como la abuela, y como la
abuela de mi abuela. Como mis hijas, y como las hijas de mis hijas.

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