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DE LA TRADICIÓN MECANICISTA A LA TRADICIÓN SISTÉMICA

EN LA CIENCIA MODERNA
I
LAS RAICES SOCIALES DE LA GRAN TRANSFORMACIÓN

Máquina de vapor de Watt.

La primera gran Revolución Industrial moderna, ocurrida en Gran Bretaña a fines del siglo
XVIII, con la introducción masiva de la máquina de vapor del ingeniero mecánico e
inventor de nacionalidad escocesa James Watt, de la Universidad de Glasgow, desató un
ciclo de transformaciones económicas, sociales y políticas, que la colocaron a la cabeza de
todos los países del mundo1. Su impacto, se expandió a buena parte de Europa occidental y
los Estados Unidos de Norteamérica, finalizando hacia 1840.
La primera revolución industrial
Este periodo vivió el mayor conjunto de transformaciones científicas, económicas,
tecnológicas y sociales de la historia de la humanidad desde el neolítico, que vio el paso
desde una economía rural basada fundamentalmente en la agricultura, la artesanía local y
el comercio eventual, a una economía de carácter urbano, industrializada, mecanizada y a
un comercio mundial.
El impulso inicial de este proceso fue ciertamente el nacimiento y desarrollo de la ciencia
moderna iniciado con la revolución copernicana y la gran construcción teórica de la Física
moderna basada en el paradigma mecanicista de Galileo, Newton y Descartes a lo largo del
siglo XVII.
«Por primera vez en la historia, el nivel de vida de las masas y la gente común experimentó
un crecimiento sostenido de la población y de la riqueza social disponible. No hay nada que
fuera ni remotamente parecido a este comportamiento de la economía en ningún momento
del pasado»2.
A partir de este momento se inició una transición que acabaría con siglos de una mano de
obra basada en el trabajo manual y el uso de la tracción animal, siendo estos sustituidos
por maquinaria para la fabricación industrial en serie y el transporte masivo de mercancías
y pasajeros.
Esta primera expansión de finales del siglo XVIII, se inició a en la industria textil y en la
extracción y utilización de carbón como fuente de energía natural. Paralelamente, la

1 Prácticamente hasta la primera guerra mundial en 1914.


2 Lucas, Robert E. (2002). Lectures on Economic Growth. Cambridge: Harvard University Press. pp. 109–110.
expansión del comercio mundial fue posible gracias al desarrollo de las comunicaciones
con la construcción de vías férreas, canales o carreteras.

James Watt [1736-1819]

El paso de una economía fundamentalmente agrícola a una economía industrial influyó


sobremanera en el crecimiento urbano y de la población, gracias a la caída de la tasa de
mortalidad, provocada por la mejora de las condiciones higiénicas, sanitarias y
alimenticias de las grandes urbes (primeras vacunaciones masivas, sistemas de
alcantarillado y de depuración de aguas residuales, alimentación más abundante y regular
─con el uso de fertilizantes y pesticidas industriales─, no sometida a las fluctuaciones de
las cosechas por plagas o sequías. Bajó la incidencia de las epidemias e hizo posible la casi
desaparición de la mortalidad catastrófica, sobre todo la infantil.
La segunda revolución industrial
En la segunda mitad del XIX, con la invención del motor de combustión interna y la
energía eléctrica (cuyos inicios suele fijarse entre 1850 y 1870) se produjo una segunda
revolución industrial y un progreso tecnológico sin precedentes que dio lugar a la industria
química, eléctrica y automovilística.
Nuevas fuentes de energía como el petróleo y el gas, dieron lugar a la aparición de nuevas
máquinas e invenciones como el motor de combustión interna, el desarrollo del aeroplano
y el automóvil. En 1863, el belga Jean Joseph Etienne Lenoir fabricó un motor de
combustión interna similar a un motor de vapor de doble efecto con cilindro horizontal.
Con cilindros, pistones, bielas y volante. Fue el primer motor construido en cantidades
importantes.

Jean Joseph Etienne Lenoir

El coste de los transportes experimentó un gran descenso. Esto produjo un éxodo masivo
del campo a las ciudades, tras las expectativas de progreso y la masificación de las nuevas
clases sociales urbanas: el proletariado —los modernos trabajadores industriales
asalariados— y la burguesía (grandes capitalistas industriales y banqueros), poseedora de
la mayor parte de la renta y el capital social.
La burguesía desplazó definitivamente a la aristocracia terrateniente y se basó
fundamentalmente en la riqueza económica y no en privilegios de poder, origen o de
sangre, avalados por una doctrina que defendía la libertad económica, aunque
paradójicamente dio lugar al desarrollo del capitalismo monopolista a finales del siglo XIX.
Por otro lado, el aumento acelerado de la población urbana en ciudades con trazado
medieval, dio lugar a nuevos problemas: la aparición del hacinamiento, la insalubridad,
nuevas demandas sociales y a las primeras patologías sociales (alcoholismo, prostitución,
delincuencia, desempleo y marginalidad).
A mediados del siglo XIX empezaron a cobrar importancia países como Estados Unidos y
Francia, como centros industriales de la segunda revolución industrial y posteriormente
otros como Alemania (que a inicios del siglo XIX estaba fragmentada en 39 pequeños
estados feudales, comenzó su proceso industrial recién entre 1840 y 1914), Bélgica y Rusia.

La expansión de los grandes monopolios, si bien tendieron a lograr un mayor o mejor


control de los mercados, no eliminaron por completo la lucha por la competencia, la cual
ocurrió tanto entre las mismas corporaciones monopolistas como entre las empresas que
se mantuvieron al margen de los carteles y de los Trust. Por el contrario, la hicieron más
violenta, tanto a nivel de los mercados internos como de los internacionales.
La Matemática y la Lingüística, la Electrodinámica, la Química y la Biología, así como el
nacimiento de las Ciencias Sociales, fueron las fuentes originales de esta segunda
revolución tecnológica e industrial. Ellas produjeron tal resultado, mediante una previa y
tortuosa crítica del paradigma Ilustrado de la ciencia mecanicista moderna fundada por
Copérnico, Galileo, Descartes y Newton.
Se trató de un cambio, que no fue un simple resultado de la actividad experimental
cotidiana sino, fundamentalmente, un cambio en el lenguaje científico por excelencia (la
matemática) y en la comprensión de dicho lenguaje (su estructura lógica), cuyos debates y
alcances se extenderán a lo largo del siglo XX y cuyo nuevo desenlace fue la tercera
revolución científico-técnica (informática) operada a fines del siglo XX y principio del siglo
XXI.

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