Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Ignacio Munoz - Historia y Sus Funciones PDF
Ignacio Munoz - Historia y Sus Funciones PDF
LA DIDÁCTICA
DE LA
HISTORIA
Y LA
FORMACIÓN DE CIUDADANOS
EN EL MUNDO ACTUAL
CENTRO
DE INVESTIGACIONES
DIEGO BARROS ARANA
ISBN 978-956-244-270-1
Editor
Sr. Marcelo Rojas Vásquez
1. Presentación
¿Por qué los sistemas educativos obligan a los estudiantes a gastar muchas
horas en el estudio de hechos y procesos que ocurrieron hace mucho tiempo?,
¿por qué se utiliza esa información, precisamente, para iniciarlos en el cono-
cimiento de su medio social? La gente piensa, normalmente, que la Historia
es una disciplina respetable y necesaria porque aporta a los ciudadanos los
conocimientos generales que son indispensables para transformarse en personas
cultas. Esta idea corriente es errónea. La adquisición de información detallada
de hechos remotos no hace a nadie más culto o más inteligente, no prepara a
nadie para ser mejor persona o para enfrentar los desafíos que plantea la vida
o el trabajo. El aprendizaje de fechas, nombres y sucesos sirve sólo para ganar
concursos de memoriones o pasar las pruebas en el colegio y la universidad.
¿Por qué razones podemos decir, entonces, que sigue siendo importante
la enseñanza de la Historia?
Los profesores de Historia, en los distintos niveles de la enseñanza, son los
principales responsables de preparar a los jóvenes para la vida ciudadana. Son
sus ideas y conocimientos los que, en principio, van conformando la base de
sus actitudes y posturas políticas, éticas y estéticas. Por eso se les llama corrien-
temente profesores de ‘Humanidades’ y, últimamente, de ‘Ciencias Sociales’.
¿Un título merecido?, ¿posee el profesor de Historia cualidades especiales que
lo califican para ser, frente a todos los posibles candidatos, el responsable de
elaborar los marcos conceptuales que necesitan los jóvenes para entender el
medio social que los envuelve? Eso es, por lo menos, discutible. A diferencia
de los cientistas sociales, que se esmeran por poner razón a los problemas que
son urgentes para los contemporáneos, los historiadores consideran de buen
tono desprenderse de todo compromiso con el presente. No estudian lo que
pasa en el aquí y el ahora, sino lo que le ha sucedido a otros pueblos, en otras
situaciones, en otros momentos. ¿Tiene sentido esto?, ¿qué ventaja real puede
haber en transformar a los jóvenes en expertos en asuntos un poco exóticos,
al mismo tiempo que en analfabetos con relación a su presente?
La respuesta a esta curiosa desviación, favorable a la historia, es también
histórica. Esta disciplina ha tenido un lugar importantísimo en el currículo
escolar y universitario en los últimos dos siglos. Esto se ha debido, en gran
medida, al importante servicio que ha prestado la Historia al proceso de forma-
ción de los Estados-nacionales y de las distintas instituciones que conforman el
horizonte del hombre moderno. Los profesores de Historia han sabido generar
en los estudiantes cariño por el territorio y por sus tradiciones. Han sido ellos
25
26
histórico nace y vive para servir los intereses de los poderosos, para garantizar
la continuidad de sus privilegios y de las instituciones en que ellos se sustentan.
Porque, ¿qué otro papel podría desempeñar la devoción patriotera por los lími-
tes o la celebración de las instituciones en que se basa el orden social vigente?
Conservar lo que hay, mantener el status quo, las tradiciones, si se quiere, pero
también todas las formas de exclusión y las anomías sociales que han florecido
en el mundo moderno, incluidas entre éstas los excesos más abominables cono-
cidos por nuestra época, los cuales han sido justificados por razones históricas (por
ejemplo, los genocidios). ¿Por qué una sociedad abierta, interesada en el bien
de la mayoría, podría necesitar perpetuar un discurso castrador, que oprime y
limita, que es funcional a los intereses de unos pocos, en desmedro del conjunto?
Lo que necesita nuestra sociedad, más bien, es terminar con la Historia de una
buena vez –con el discurso desarrollado por la disciplina académica que llama-
mos ‘historia’– y comenzar a explorar la textura de la realidad desde dentro de
un enfoque humanista que sea políticamente más liberador, que aliente nuevos
enfoques, miradas y lenguajes, que aproveche el espíritu crítico, que se da de
manera natural en las personas, para abrir sus almas y conciencias, estimulando
su creatividad, haciendo de ellas agentes activos de la innovación social, política
y productiva, constructores activos de mundos mejores1.
En este capítulo voy argumentar en contra de este punto de vista y, por
tanto, a favor de la Historia. Comenzaré explicitando el conjunto de funciones
que la Historia ha cumplido a lo largo de su trayectoria. Esta discusión inicial
será complementada, en el capítulo siguiente, con una revisión detenida de los
cambios internos vividos por la disciplina, desde su fundación como profesión
hasta nuestros días. Los planteamientos expuestos en ambos capítulos servirán
1
Jean François Lyotard, Gianni Vattimo y otros posmodernos comenzaron a hablar del ‘fin
de la historia’ años atrás. Algunos teóricos de la Historia prolongaron las ideas de estos filósofos
llevándolas a nuestro propio territorio y comenzaron a hablar de la inminencia de un resultado
trágico. Hayden White fue el primero en plantear la urgencia de transformar rotundamente el
discurso histórico para erradicar de él los componentes políticos conservadores. Estas ideas se
prolongaron y adquirieron un carácter más extremo en el pensamiento de sucesores suyos, como
Keith Jenkins. Se planteó, como resultado de toda esta parafernalia de ideas, una paradoja bien
extraña. Al mismo tiempo que se anunciaba la inminente muerte de la disciplina, vivíamos una
etapa de hiperinflación en la productividad del trabajo historiográfico; millares de profesionales
inquietos obtenían sus doctorados; se ampliaba el número de plazas académicas; proliferaban
los centros de investigación; se publicaba una verdadera avalancha de títulos nuevos sobre casi
cualquier tópico; la historia registraba, al mismo tiempo, un verdadero peak de popularidad, trans-
formada en producto estrella en el mercado de consumo popular. Las tesis de Hayden White son
expuestas en “La política de la interpretación histórica: disciplina y desublimación”, pp. 75-101.
La expansión que da Keith Jenkins a estas ideas seminales son formuladas en su “After History”,
pp. 7-20 y en su ¿Por qué la historia? Etica y postmodernidad . Para conocer una visión más articulada
y completa de los puntos de vista de los teóricos posmodernos de la historia, es recomendable
revisar los trabajos de Frank Ankersmit, en particular sus ensayos “Historismo y postmodernismo.
Una fenomenología de la experiencia histórica”, pp. 352-460 y “The origins of postmodernist
historiography”, pp. 87-117. Una visión crítica que discute el aporte de los posmodernos en Perez
Zagorin, “History, the referent, and narrative: reflections on postmodernism now”, pp. 1-24.
27
como marco de referencia para el tratamiento que harán otros autores de este
libro sobre las distintas dimensiones del desarrollo didáctico de la enseñanza
de la Historia.
2. Funciones
28
a) Entretención y terapia
Hay algo para lo que sirven las historias. Eso lo sabe, intuitivamente, cual-
quiera. En los encuentros familiares, en las situaciones sociales que se dan en
un plano de intimidad, cuando hay mucho que decir y mucho que escuchar,
las personas, de cualquier nivel y condición, se cuentan historias. Esos relatos
aportan momentos de comunicación, de encuentro personal en lo humano y,
sobre todo, de esparcimiento para quienes los ofrecen y quienes los reciben.
Y ahí está: una de las funciones más antiguas y evidentes de la Historia es
procurar el solaz de esta diversión2.
Las cosas que se dan en otros tiempos, en otros países, en otras culturas,
por algún motivo, que tendrá que ver con el modo como funcionan las extrañas
mentes humanas, son intrínsecamente interesantes para casi todo el mundo.
Lo exótico entretiene, a la vez que fascina. Además, proporciona a los seres
humanos la oportunidad de satisfacer necesidades innatas que la ideología más
reciente nos ha ayudado a conocer.
Las historias que exponen la vida de las personas de otros tiempos son nece-
sarias por los mismos motivos por los cuales resultan interesantes, para millones
de seres humanos, las revistas o los programas de farándula que exponen las
vidas refulgentes de los famosos: al ver como viven esas personas tan distintas
y distantes las personas corrientes logran escaparse, por algunos minutos, de sus
propias aflicciones inmediatas, de una vida propia a veces algo deslucida.
Las historias nos hacen bien porque nos olvidamos de nuestros padecimien-
tos, nos olvidamos un poco de nosotros mismos al entrar en los otros, en lo
extraño. Por eso conviene hablar de una función terapéutica, señala Beverley
Southgate3.
Pero las historias dan lugar a algo mucho más interesante que el beneficio
transitorio de la evasión.
b) Sentido
2
Marc Bloch advertía la importancia que tenía la Historia, en este plano mínimo inicial, en
su bien conocida Introducción a la Historia: “Es verdad que, incluso si hubiera que considerar a
la historia incapaz de otros servicios, por lo menos podría decirse a su favor que distrae”. No se
refiere a simple diversión, sino a ese instinto inicial, esa curiosidad primaria, que es la fuente de
todo conocimiento, p. 11.
3
Beverly Southgate, History: what and why? Ancient, modern and postmodern perspectives.
29
perdido en una vacuidad rutinaria. ¿Por qué vacuidad? Porque en el ámbito del
existir las experiencias se suceden de una manera extraña, que no se parece nada
al orden perfecto en el que son encadenados los hechos en una organización
narrativa. Los momentos y los días se amontonan sin ton ni son; las emociones
son confusas, los pensamientos pálidos; los sucesos rebotan en las mentes y se
desfiguran contaminados por experiencias anteriores, a veces muy lejanas, y
por proyecciones alimentadas por ansiedades profundas4. Las trayectorias se
difuminan, sin que se perciban orientaciones que den una proyección a lo que se
vive, desde algo hacia algo. Las piezas, además, no suelen encajar. En el plano de
la vida terrestre hay infinidad de experiencias que están de más, que no aportan
nada a la biografía personal, que se viven con resignación, a sabiendas de que
eso, que está pasando, no tiene ningún significado, que no está configurando
ningún destino. Al lado de esos excesos de experiencia, se constatan carencias
graves: experiencias que las personas quisieron tener, para lograr construir una
identidad más armoniosa y fiel a su esencia, pero que no se dieron nunca. ¡Mala
suerte! La gracia de los relatos es que tienen todo eso que falta en el ámbito de
la experiencia. Dentro de las historias los principios y los finales son claros, hay
una trama que logra empujar los hechos hacia una dirección que es visible y
alentadora. Todos los hechos y acciones están en el lugar adecuado, generando
en el lector o el auditor la sensación de estar al frente de una obra integrada y
significativa, como debe pasar en el paraíso (cosa de examinar relatos breves
como los de Chejov). No sobra nada y no falta nada. Todo se ve, perfectamente,
en el lugar que le corresponde en el orden narrativo.
Para eso están, pues, las historias. Son el cable a tierra con el sentido. Al
narrativizar las experiencias vividas a diario, las personas logran organizar
simbólicamente su micromundo personal, con resultados que dan el consuelo
del sentido. Obtienen, junto con eso, el mejor medio que existe para lograr
una comunicación significativa.
Las historias, efectivamente, son un magnífico medio para lograr la co-
municación más profunda. Cuando las personas o los grupos sociales quieren
hablar a los otros acerca de lo que son, de su lugar en el mundo, del tipo de
aflicciones que las estragan, cuando desean ubicarse en el mapa de las rela-
ciones afectivas o sociales, construyen historias, transforman sus experiencias
informes en relatos destinados a ser contados a los otros o al sí mismo; relatos
que le dan profundidad a la vida.
4
Frederick A. Olafson nos ha hecho ver, en una obra muy poco conocida en nuestro mundo
lingüístico, cuánto debe la experiencia al cruce que se produce en la mente del agente, a cada
momento, entre un futuro intuido y un pasado imaginado. Este amasijo de lo pasado con lo futuro,
a la vista de un cierto presente, que siempre está siendo modificado, propone, es una creación
personal, que cada cual va modelando, con mano de artesano, a medida que fluye por la vida. El
principal medio para realizar este trabajo creativo es el relato. No se trata, en su entender, de una
simple forma presentacional, sino de un recurso de inteligibilidad esencial, que está al alcance
de cualquier persona como una especie de segunda lengua, acaso como una primera lengua (Fre-
derick A. Olafson, The dialectic of action. A philosophical interpretation of history and the humanities).
30
c) Identidad
Desde sus comienzos, nos recuerda Josep Fontana, la Historia ha cumplido una
función social muy clara, aunque “haya tendido a enmascararla, presentándose
con la apariencia de una narración objetiva de acontecimientos concretos”6.
Esto, en distintos frentes, pero uno señaladísimo: la Historia promueve la
cohesión, haciendo que las personas se sientan parte de algo y continuadores
de algo.
Las historias aportan esos ingredientes primarios que sirven para fijar
la identidad en las personas y los cuerpos sociales: al mirarse en el pasado
las personas y las instituciones logran, de algún modo, saber quiénes son.
Esto sucede, sabemos, porque el pasado es una dimensión permanente de la
conciencia humana, lo mismo que un componente insoslayable de toda or
ganización o cuerpo social. No importa cuán innovadora sea una persona o
un grupo, cuán interesada esté en lanzarse siempre hacia el futuro, haciendo
tabla raza con lo que vino atrás, porque, incluso, en esos casos especiales de
negación, aquello que es rechazado permanece fijado en la conciencia bajo
la forma de una huella invertida: ser miembro de una comunidad, comenta
Eric Hobsbawm: “es situarse a sí mismo con respecto al propio pasado, aun
cuando sólo sea para rechazarlo”7.
5
Louis O. Mink, uno de los precursores en el estudio de la historia como relato, postula
que éstos, los relatos, son los principales instrumentos cognitivos empleados por el historiador
para imponer sentido a la realidad. Gracias a las magias de la ficcionalización, empujada por un
acto de imaginación configurante, los intérpretes logran dotar a su materia del tipo de orden que
es característico del género (una forma de ficcionalización que se distingue de la propiamente
literaria porque está siempre prendida de la realidad, como vara de medida). El planteamiento
más completo de estas ideas es accesible en Louis O. Mink, “Narrative form as cognitive instru-
ment”, pp. 182-203.
6
Josep Fontana, Historia: análisis del pasado y proyecto social, p. 15.
7
Eric J. Hobsbawm, “The social function of the past: some questions”, p. 3.
31
Todos los seres humanos tienen, pues, una relación con el pasado, porque
vienen de alguna parte, porque descienden de alguien, porque son continuado-
res de algo y van orientados, desde las profundidades de estos orígenes, hacia
otras posiciones, con el rostro siempre enfilado hacia el futuro.
La presencia viva de ese pasado permite que las personas y las instituciones
puedan estabilizarse en el tiempo, manteniéndose internamente cohesionadas.
Por eso todos los grupos humanos realizan un trabajo activo con la memoria.
Por eso, también, los Estados y las corporaciones contratan a historiadores
profesionales para inventarles un pasado amable que sirva para generar siner-
gias que son necesarias para mantener vivo el cuerpo social.
Hay, por cierto, distintas maneras de relacionarse con el pasado. ¿Cuántas,
cuáles? Cada sociedad o microsociedad elige la que le sienta mejor, entre ellas,
a veces, la que aporta la Historia, como disciplina académica.
Lo que no es posible elegir –nunca– es la interrupción de este nexo.
Cortar los puentes que ligan a las personas con el pasado (o tratar) constituye
indicio de un desorden de la personalidad, algo grave que los siquiatras tratan
correctamente como una enfermedad. Lo mismo pasa con las sociedades: ellas
tampoco pueden librarse del pasado, sin afectar con ello la integridad de su
proyecto colectivo8.
d) Ideología
8
La relación fluida que existe entre historia y memoria ha sido extensamente estudiada por
los filósofos contemporáneos de la historia. Véase la sección “Historia y memoria”, en María Inés
Mudrovcic, Historia, narración y memoria: los debates actuales en filosofía de la historia, pp. 111-153.
32
33
e) Pensamiento
34
35
11
Sam Wineburg, “Making historical sense”, pp. 306-307.
12
Sam Wineburg, “The psycologhy of teaching and learning History”.
36
37
intentan, más bien, es aislar una o dos variables, con el propósito de establecer
correlaciones bastante elementales. Toda la economía es encajada en sistemas
de ecuaciones que reducen las complejidades de la vida a unos pocos indica-
dores claves; toda la política es jibarizada hasta ponerla al servicio de modelos
de elegancia lógica, que apenas tienen un parecido con nada auténtico.
El problema con los hechos sociales es que son muchísimo más complejos
de lo que cabe en una ecuación o un gráfico. Constatamos, para partir, que
rara vez se da, en el campo de lo humano, un escenario fijo, que permita
discernir continuidades. La realidad social no ofrece la forma de un cuadro
congelado, sino, más bien, la de un flujo continuo, que no se detiene nunca.
En una época y lugar dados, la economía es gobernada por determinados
principios; digamos, los que son propios de un régimen colonial; en el
momento siguiente ese marco general cambia de dirección y de valencia;
nos encontramos en medio de un mundo en el que son determinantes los
principios del capitalismo; nuevo contexto, nuevas reglas, nuevos conceptos,
nuevas variables para sopesar.
Los entes sociales son organismos vivos, con memoria, que aprenden a
partir de la experiencia, que cambian de piel todo el tiempo, impidiendo que
sea posible estrellarse, dos veces, contra la misma piedra. Para aprehenderlos
es fundamental tener la capacidad para mirar lo real como un proceso que
se vive con ritmos disparejos, involucrando distintas capas. Ahí está la gran
fortaleza de los historiadores. Su enfoque los hace sensibles al movimiento;
su aparato perceptor los hace hábiles para discernir las direcciones inquietas
que muestran procesos de transformación que maduran siguiendo dinámicas
internas, que reflejan y a veces refractan los condicionantes externos. Procesos
amplios, relevantes, gobernados por cientos de variables, a la vez, no por dos a
tres variables sueltas, dos o tres principios elementales. ¿Por qué unos países se
desarrollan y otros no?, ¿cómo podemos entender la brecha de desencuentro
que existe entre Oriente y Occidente, que genera estallidos de violencia que
la política de nuestros días no sabe como elaborar?, ¿por qué la democracia
prende en algunos lugares del mundo y en otros sobrevive como un implante
artificial? Para enfrentar preguntas de esta envergadura es importante adoptar
una mirada holística que sopese todas las variables, que no rehuya ninguna
complejidad (porque no exista, por ejemplo, una base de conocimiento empí-
rico ya decantada). La parrilla metodológica de los cientistas sociales, con su
lógica simplificadora, que establece símiles entre los hechos de la naturaleza y
los de la sociedad, no da abasto para una tarea tan amplia. Para eso, el único
camino viable para comprender fenómenos relevantes, con un desarrollo
fuído, es el que ofrece la Historia.
La Historia es un discurso que intenta aprender, como totalidad, cuerpos
sociales que se despliegan en distintos planos, que se mueven, que se realizan,
además, de manera siempre arbitraria, debido a que se alimentan del actuar
inducido por voluntades relativamente libres. Lo interesante aquí son dos
cosas: este discurso poroso, flexible y ambicioso permite tejer interpretacio-
38
nes que empalman mucho mejor con la textura de realidad, volviéndola más
significativa y aprehensible para quienes quieran conocerla.
Aquí comienza a asomar la premisa que interesa a esta argumentación
(y al total de este libro, ocupado de hablar con entusiasmo de la historia y
su enseñanza): hay un modo específicamente histórico de pensar la realidad;
quienes lo adquieren desarrollan capacidades que les permiten examinar los
fenómenos sociales del pasado con la agudeza que logra el historiador; al lado
de ello, adquieren una batería de actitudes, competencias, destrezas mentales
que son de gran utilidad para entender las situaciones del presente y para
actuar con solvencia en ese presente.
Nos preguntábamos más atrás por las razones que justifican, hoy, el pa-
pel que cumplen los profesores de Historia, y ya comienza a vislumbrarse la
respuesta.
Vivimos en un mundo global, de comunicaciones desbocadas, que expe-
rimenta dinámicas de cambio no conocidas, que exige constantes acomodos,
gran plasticidad social, capacidad para rehacerse, pero sin perder el núcleo
mínimo de identidad que necesitan tanto las personas como los cuerpos so-
ciales para subsistir sin disgregarse. ¿Quién más podría orientar a los jóvenes
que un profesional dueño de una visión holística, alguien que es consciente
de que todo es transitorio, que sabe desdoblarse para ver lo que fluye y se
rehace, aprovechando como aliciente la estupefacción y la empatía: alguien
que comulga, por definición, con el relativismo como actitud primaria?
Los niños y jóvenes que son inseminados por la perspectiva histórica
logran percibir (a veces) que el mundo social es algo sumamente complejo,
entreverado, inestable, con lo cual hay que aprender a vivir.
Pero, ¿cómo enseñar a los estudiantes, en lugar de conocimientos histó-
ricos, a pensar históricamente? La Historia se parece al Arte o la Filosofía,
en que no se aprende escuchándola o leyéndola, sino, más bien, haciéndola.
Esto es, pasándose muchas horas revisando todos los documentos y luego
transfigurando esa experiencia en una interpretación narrativa, de tipo oral o
escrito. Cuando los jóvenes hacen este trabajo de resignificación de lo real a
partir de los indicios fragmentarios aportados por fuentes primarias y secun-
darias, van desarrollando determinadas capacidades que no están al alcance
de las personas corrientes, menos aún de estudiantes que estén cursando la
enseñanza media. Esta batería de instrumentos de pensamiento, que reflejan
la sintaxis proposicional-explicativa de la disciplina, son los que permiten a los
historiadores alcanzar una comprensión más rica de los procesos de cambio;
constituyen, por lo mismo, el principal aporte que puede hacer la disciplina
al sistema educativo.
Quienes tienen la capacidad para examinar los hechos con los lentes
hermenéuticos del historiador logran discernir con más facilidad los patrones
o direcciones que rigen su vida individual, saben cómo operar dentro del
medio bajo el cual viven. Logran, por lo mismo, forjar proyectos individuales
o colectivos más potentes y más viables.
39
13
Elaboro en forma más detallada las premisas de la historia tradicional que mira el discurso
histórico como un no discurso en Ignacio Muñoz Delaunoy, “El discurso sin autor: la teoría de
la enunciación de los historiadores de los Annales”, pp. 1-42.
40
14
Wineburg, “The psycologhy...”, op. cit.
15
Frederick D. Drake & Sarah Drake Brown, “‘A systematic approach to improve students’
historical thinking”, pp. 465-489.
41
42
que necesita el ciudadano del siglo xxi que interesa a este libro: un ciudadano
que debe vivir bajo la dinámica de cambio continuo que es propia de este
tiempo agitado; un ciudadano innovador, cuyo principal activo es su capacidad
para plantarse frente a un futuro abierto, de manera creativa.
43