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"Mantengo el cordón umbilical y me nutro de los Andes" 26/06/08 11:31

Eduardo Strauch, superviviente del accidente de los Andes

"Mantengo el cordón umbilical y me nutro


de los Andes"
IMA SANCHÍS - 26/06/2008

60 años. Nací y vivo en Montevideo. Soy arquitecto.


Casado y con 5 hijos. Me inclino por el voto útil. Fui
educado en la religión católica, pero desde el accidente
de los Andes (1972) creo en mí, en el poder de la mente
y en mi espíritu como parte de la energía universal

¿Por qué después de 30 años de silencio decide hablar?

El tiempo es muy relativo. Pasé 72 días sobreviviendo en condiciones


extremas y ese tiempo me cambió mucho más que todo el resto de mi vida.
Necesité tres décadas para saber que compartir mi historia era útil para mí y
para los demás.

¿Cuál era su papel en aquella comunidad de supervivientes?

Viajábamos cuatro primos, sobrevivimos tres. Éramos los mayores del grupo,
teníamos 25 años, y de forma natural nos convertimos en los líderes. Nos
encargábamos de cortar la carne de los cadáveres y repartirla, y levantar el
ánimo a los más jóvenes.

¿Qué les ayudó a resistir?

Lo fundamental: volver a ver a la familia. Es impresionante cómo se va


despejando lo que no tiene importancia en la vida y queda claro lo que
realmente importa: los afectos.

¿Por qué estadios emocionales pasó?

Por los más intensos de mi vida, los más difíciles, duros, desesperantes y
tristes; y también por los de mayor felicidad y plenitud.

Hábleme de ellos.

El primer momento que me sorprendió, que pensé "¿cómo me puede estar


ocurriendo esto?", sucedió después de la avalancha que mató a ocho más de
nosotros; tras tres días de estar encerrados con los muertos en la destrozada
cabina con un montón de nieve encima.

Qué horror.

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Qué horror.

... Nos dimos cuenta de que estábamos quedándonos sin oxígeno y tres de
nosotros salimos a hacer un agujero en la nieve. El día era esplendoroso, me
tiré en la nieve y de repente sentí una plenitud total, una profunda fusión con la
naturaleza. Mi mente se expandía sin interferencia.

¿Se repitió?

Al final, en las últimas semanas y por supuesto el día que oímos en nuestra
pequeña radio que Nando y Roberto, que habían salido de expedición, tras
once días de calvario habían llegado a la civilización. Fue como una explosión
de felicidad que me salía por todos los poros.

Lo habían logrado.

Cada año volvemos juntos a la cordillera. No quiero alejarme de esa sensación


de meditación, plenitud y fusión con la naturaleza. Dejé un 20 por ciento de mí
en la montaña y no quiero bajarlo, mantengo el cordón umbilical y me nutro de
los Andes.

¿Tenemos recursos insospechados?

Sí, tenemos unas capacidades increíbles en nuestra mente y en nuestros


corazones.

¿Ha vuelto a utilizarlas?

Sí. Hace unos seis años me volví asmático, un asma fatal, y estuve un año
dependiente de los inhaladores hasta que dije basta y usé la mente para
librarme de esa enfermedad psicosomática. El increíble poder de nuestra
mente es lo que más intento transmitirles a mis hijos, sabiendo que si no lo has
experimentado es difícil de entender.

¿Hubo problemas entre ustedes?

Se forjó una tremenda camaradería, en parte porque éramos conscientes de


que éramos una pieza de un equipo y nos ayudábamos unos a otros para
seguir viviendo, pero había más, había amor. Vivíamos casi sin agua, sin
alimento, con frío, sucios, apretados. Por las noches dormíamos con los pies
del de delante sobre los hombros.

Situación idónea para pelearse.

Nos dábamos amor, y amor entre chicos, ya sé que en nuestra cultura


machista suena rarísimo. Fue otro gran aprendizaje, ser receptivo y abrirse,
expresar los sentimientos y recibirlos, es básico para la vida; una ley universal
que he podido comprobar en mis conferencias: si das, recibes por triplicado.

¿De qué hablaban?

Al principio hablábamos sin parar de nuestras familias y de comida, y


pasábamos horas rezando juntos el rosario. Yo ya tenía la convicción de que
no le estaba rezando a nadie para que me ayudara, sino que era una forma de
reforzarnos entre nosotros. Cuando nos enteramos de que la búsqueda se
había suspendido, nuestra mente se concentró en no perder energía.

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¿Dejaron de hablar de la familia?

Sí, y casi de sentir. Cuando en la avalancha murió Marcelo, mi socio y mejor


amigo desde los siete años, sentí un picotazo de dolor, pero inmediatamente
boqueé ese sentimiento y no hice duelo. Lo estoy haciendo ahora: cada año
visito su tumba en la cordillera. Hablábamos poco, del día a día, y muy bajito.

¿Y el humor?

Hubo chispazos, y al final, cuando nos fuimos adaptando, prevalecía el humor


negro. Nos adaptamos hasta tal punto que, cuando nos rescataron, todos
sentimos nostalgia de abandonar nuestro refugio.

Esos valores de amor y convivencia, ¿cree que están en todo ser


humano?

Sí, pero hay que luchar para que no queden enterrados en el fondo. Esta vida
artificial, llena de absurdas necesidades y lejos de la naturaleza, nos distancia
de nuestra esencia.

¿Le costó readaptarse?

Dos años. Todo me parecía muy tonto y superficial, y el tono de voz fuerte y
rápido de la gente me molestaba.

¿Cambió sus actitudes en la vida?

Hoy sé que todos y todo tiene una parte positiva, la encontré en la cordillera;
pero si siento que una persona no es receptiva y me saca energía, corto la
relación. He descubierto claramente las cosas que me hacen feliz y las que no.
Me interesan los vínculos profundos, y sé que el contacto con la naturaleza es
imprescindible para estar equilibrado.

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'Exit'

Sobre la odisea de los Andes, cómo 16 universitarios sobrevivieron 72 días a


30 º C bajo cero tras el accidente de avión, y cómo salieron ellos mismos de
allí, se han realizado películas (Viven)y varios libros, y hoy se presenta un
nuevo documental de Gonzalo Arijón, Náufragos, en el que los protagonistas
explican sus vivencias y sensaciones más íntimas. Uno de ellos fue Eduardo
Strauch, quien, tras 30 años de silencio, ha decidido compartir sus
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Strauch, quien, tras 30 años de silencio, ha decidido compartir sus


aprendizajes. En su conferencia Exit rescata los valores humanos y morales
que les permitieron sobrevivir, lo que los médicos calificaron de milagro. Cada
año, en el día del aniversario del rescate, retornan todos juntos al lugar que los
cambió para siempre.

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