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Capítulo primero

A f u e r a , b r il l ab a el s o l . V í v id o , i lu m in a b a l o s á rb o l e s , p
ro - yectando negras sombras detrás de las destacadas rocas y, de rechazo,
mandando miríadas de puntos resplandecientes desde el azul del lago. Aquí,
en el frío reparo de la cueva de la vieja e rm i t a , l a l u z s e f i l t r ab a a t
ra v é s d e l a s ra m a s c o lg an t es y llegaba verdosa, suave, a los ojos
cansados de una exposición al sol relumbroso.

El joven, respetuosamente, acataba al eremita flaco, sentado


erguido sobre una piedra gastada por los años . «He venido
a Ti para ser instruido, oh Venerable», le dijo el santo varón con voz sumisa.

« S i é n t a t e » , o r d e n a b a e l m á s a n c i a n o d e l o s d o s . El j o v
e n monje, de vestiduras color rojo - ladrillo, se inclinó de nuevo y s e se n t
a b a c o n la s p i e rn a s c r u z a d a s s o b re e l s u e lo a p i s o - nado,
cerca del maestro.
El viejo eremita guardaba silencio, como sí contemplase una infinidad de
cosas pasadas, pero con las cuencas de los ojos vacías.

M u c h o s , p e r o m u c ho s a ñ o s a t r á s , s i en d o é l u n jov e n l a
ma , había caído en manos de unos oficiales de las tropas chinas, en Lhasa, y
privado de sus ojos, por no revelar secretos de E s t a d o , q ue é l d e s c o n
o c í a . T o r t u ra d o , l isi a d o y ce g ad o d e ambos ojos, había
caminado de aquí para allá, con amargura y decepción, huyendo de la ciudad
. Viajando por la noche, anduvo hasta lejos de ella, casi enloquecido por el
dolor y el horror; evitando la compañía de los hombres . Pensaba, pen -
saba; no le abandonaban sus pensamientos.

Subiendo siempre a mayor altura, viviendo del césped o de las hierbas que
hallaba por su camino; guiado hacia donde hallar de qué beber por el rumor
de los arroyos de la monta - ña, conservó un eco de una chispa de vida .
Poco a poco, sus peores lesiones fueron sanando; las cuencas de sus ojos de
- jaron de supurar. Pero siempre buscaba subir más arriba, le-

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jos de una humanidad que torturaba a los hombres ferozmen - te y sin mo tivo
.
El aire se fue haciendo cada vez más ligero . Desaparecieron los árboles, con
cuya corteza podía sustentarse . No podía extender la mano y arrancar planta
o yerba alguna . Entonces, le era preciso arrastrarse sobre las manos y las
rodillas, vagando de una parte a otra, esforzándose, esperando hacer lo
bastante para poder alejar los tormentos del hambre .

El aire se hizo más frío, los dientes del viento más penetran - tes; pero aún se
afanaba más hacia arriba, siempre más arri - ba, como conducido por un
impulso interior . Unas semanas antes, al comienzo de su viaje, había
encontrado una fuerte rama, que empleaba como bastón para buscar su
camino . De pronto, su bastón de ciego se encontró enfrente a una pared y no
pudo hallar camino que le condujese más adelante .

El joven monje miró fijame nte al anciano . No se observaba en él signo


alguno de movimiento . «Así debía ser», pensó el joven, y se consoló
pensando que los «Venerables Ancianos» vivían en el mundo del pasado y
jamás alteraban su modo de ser por nadie . Echó una ojeada curiosa a su
alrededor, en la cueva desnuda . Y lo era completamente . A uno de los lados,
se observaba un amarillento montón de paja — la cama del eremita — . Al
lado de ésta, un tazó n . De un saliente de la roca, colgaba una mugrienta
túnica colo r de azafrán , triste y como consciente de estar descolorida por el
sol . Y nada más . Nada .

Aquel viejo reflexionaba su pasado cuando fue torturado, mutilado y cegado .


Cuando él era un joven, co mo aquél que tenía sentado delante suyo .

En un arranque de frustración, con su palo golpeó la extraña barrera que tenía


enfrente . Vanamente, se esforzó por ver a través de los cuencos vacíos de sus
ojos . Finalmente, rendi - do por la intensidad de sus emociones, cayó
desvanecido al pie d e aquella barrera misteri osa . El aire enrarecido se cola -
ba a través de sus vestiduras, ro b ando lentamente al debilitado cuerpo el
calor y la vida .

Largos momentos pasaron . Finalmente, los pasos de unos

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pies calzados resonaron sobre el suelo pedregoso. Se escucha-ron palabras
murmuradas en una lengua incomprensible y el débil cuerpo de aquel lama
fue levantado y conducido lejos . Se escuchó un «iclang!» metálico y un
buitre que estaba allí al acecho, considerándose defraudado de su comida, se
remontó pesadamente.

El viejo anacoreta empezó a recordar. Todo aquello pasó mu - c h o t i e m p o


a t r á s . A h o r a t e n í a q u e i n s t r u i r a l j o v e n m o n j e qu e tenía
enfrente y que era co mo él fue — ¿Cuántos años hacía? ¿Sesenta? ¿Setenta?
¿Tal vez más? —. No importaba, todo había quedado atrás, perdido en las
nieblas del pasado . ¿Qué significan los años de la vida de un hombre, cuando
él conoce los que tiene el mundo?

Parecía como si el tiempo se hubiese detenido . Hasta el viento débil, que


susurraba a través de las hojas, había cesado su murmullo. En el aire, flotaba
una expectación temerosa, mien-tras el joven monje aguardaba que el viejo
eremita empezase su discurso . Por fin, cuando la tensión se iba haciendo ina
- guantable para el joven, el Venerable inició sus palabras.

«Tú has sido enviado a mí — dijo —, porque se te ha destinado una gran


trabajo en esta Vida y yo tengo que instruirte de todo cuanto son mis
conocimientos, de forma que tendrás que enterarte hasta cierto punto de tu
propio destino» . El viejo se encaraba en dirección del joven, que se movía
confuso . Era difícil, pensaba, tratar con ciegos; «miran» sin ver; pero uno
tiene la sensación de que lo ven todo. No se sabe cómo tratar con ellos.

La voz seca y desacostumbrada a expresarse del viejo conti - nuó: «Cuando


yo era joven me encontré con varias experien - cias, experiencias dolorosas .
Abandoné nuestra gran ciudad de Lhasa y vagué, ciego, a través de las
soledades . Debilita - d o , en f e r mo e i n co ns c i en t e , f u i a r r e b at a d
o n o s é a d ó n d e y allí fui instruido en preparación de este día de hoy .
Cuando m i c o n o c i m i e n t o h a y a p a s a d o a t i , e l t r a b a j o d e m i
v i d a habrá terminado y podré ir en paz a los Campos Celestiales.» Diciendo
estas palabras, un resplandor beatífico iluminó las mejillas caídas y
apergaminadas de aquel anciano, que dio

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inconscientemente más velocidad a su Molino de Plegarias . En el exterior,
las sombras, lentas, se arrastraban por el suelo. El viento se había hecho más
fuerte y empujaba el polvo seco de color de hueso, formando pequeños
torbellinos a ras del suelo . A intervalos, un pájaro lanzaba una llamada
urgente . De un modo casi imperceptible, la luz del día se apagaba y las
sombras se iban alargando . Dentro de la caverna, ahora francamente a
oscuras, el joven monje se apretaba fuertemente el cuerpo, esperando de esta
forma reprimir los ronquidos de su hambre creciente . Hambre . «Estudio y
hambre», pensab a « s i e m p r e v a n j u n t o s . » H a m b r e y e s t u d i o .
U n a p a s a j e r a sonrisa cruzó por el rostro del ermitaño . «¡Ah! —
exclamó -- la información era exacta . El joven se siente hambriento . Su
vientre semeja por el ruido un timbal hueco . El que me infor - mó me dio
este detalle. Y también el remedio .» Lenta, penosa-mente, con los crujidos
propios de la edad, se puso en pie sin titubeo avanzado hacia una parte oculta
de la cueva . A su re - greso entregó al joven monje un pequeño paquete . «De
parte de tu Honorable Guía», explicó; «Él me ha dicho que quiere h a c e r m
á s d u l c e s t u s e s t u d i o s . » T o r t a s d u l c e s d e l a I n d ia . Y u n a
p o c a d e l e c h e d e c a b r a , p a r a c a m b i a r e l a g u a c o m o única
bebida . «¡No, no!», exclamó el viejo ermitaño, cuando fue invitado a
compartir aquel alimento . «Me doy cuenta de las necesidades de la juventud;
sobre todo de los que habitan, lejos del mundo, más allá de las montañas .
Come y disfruta . Yo, insignificante persona, intento seguir en mi humilde
senda a l g r a ci o s o s eñ o r B u d a y v iv i r d e l a me t af ó r i c a s e m i l
lademostaza.Perotú,comeyduerme;porquemedoycu
e n t a d e q u e l a n o c h e s e n o s h a v e n id o e n c i m a . » D i c i e n d o
estaspalabraselancianohabíavueltoalinteriorocult
o d e l a cueva.

E l j ov e n s e dir i g ió a l a en t ra d a de l a cu ev a , qu e ah o ra era un
óvalo gris contra la oscuridad del interior. Los altos picos de la montaña
parecían recortes negros contra el rojizo espa - c i o q u e l e s rod e ab a . D e
p r o n to s e p r odu jo u n c rec i en t e r e s - plandor plateado de luz por el
pasaje de unas oscuras nubes solitarias, como si la mano de un dios apartase
las cortinas
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que ocultaban a la que los hombres llaman «la Reina del Cie-l o » . P e r o e l
j o v e n m o n j e n o s e e n t r e t u v o ; s u c e n a e r a f r u - g a l ís i ma y
n o l a h a b rí a r e si s t ido n ing ún j ov e n o c c id ent a l . En seguida
regresó a la cueva y, excavando una depresión en la arena del suelo donde
reposar su cadera, cayó en un sueño profundo.

Los primeros albores de la luz le hallaron agitándose incó - modamente . Se


levantó de un solo impulso y, puesto de pie, miró como avergonzado a su
alrededor . En este momento el viejo anacoreta . entraba caminando
inciertamente dentro del vestíbulo de la cueva. «¡Oh, venerable — exclamaba
el joven mo nje nerviosamente — , he dormido más de la cuenta y no me he
acordado de los oficios no cturnos!» Entonces se dio completa cuenta de
dónde se hallaba.

« N o t e m as , j o v e n a mi g o — d i jo s o n r i e n d o e l e r m i t a ñ o — .
Aquí no hay oficios. El hombre, una vez evolucionado, tendrá su oficio dentro
de su propia alma, por todas partes y siempre, sin que tenga que ser reducido
a rebaño y congregado como los yaks, que no tienen una mente . Pero hazte tu
tsampa (*) y come; porque hoy tengo qu e contarte muchas cosas, y tú tienes
que acordarte de todas ellas.» Diciendo estas palabras, el santo varón, se
encaminó hacia el naciente día.

Una hora más tarde, el joven estaba sentado enfrente del an - ciano
escuchando la relación de éste, tan apasionante como extraña. Una historia
que abarcaba todas las religiones, todas las historias sobrenaturales y
leyendas del mundo entero. Una
h i st o ri a q u e ha b í a s id o re p rim i d a p o r t o d o s lo s s a ce rdo te s s
e d i e n t o s d e p o d e r y l o s « c i e n t í f i c o s » d e s d e l o s p r i me r
o s tiempos tribales.
Rayos de sol se filtraban a través del follaje de la boca de la cueva y daban
brillo a las fibras metálicas d e las rocas . El aire, ligeramente caliente, y una
ligera neblina flotaba sobre el lago . Unos cuantos pajarillos charlaban
ruidosamente y se preparaban para su tarea inacabable de buscar comida sufi
- ciente en una región de vegetación escasa. En las alturas, un

(*) Agua hervida con harina tostada.


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buitre solitario se alzaba, sostenido por una corriente ascen - dente de aire,
subiendo y bajando con las alas extendidas, in - móviles, mientras con sus
ojos perspicaces buscaba sobre el suelo desnudo algún cuerpo muerto o
muriéndose . Convencido de que no había nada para su provecho, se desplazó
a otros cielos con un graznido malhumorádo y huyó en busca de mejores
venturas .

El viejo ermitaño estaba sentado, erecto e inmóvil, con su figura descarnada


escasamente cubierta por los restos de su vestidura dorada . «Dorada», ya no
lo era, sino descolorida por el sol y convertida en unos harapos terrosos con
unas tiras amarillas, donde los pliegues habían hecho disminuir en parte la
decoloración por la luz solar . La piel era apergaminada, sobre sus pómulos
agudos, y con ese color de cera, blan - quecino, frecuente entre los que están
privados de la vista . Iba descalzo y los objetos de su propiedad se limitaban a
unas pocas cosas: un cuenco, un Molinillo de Plegarias, y únicamente una
ropa de recambio, tan desteñida y manchada como la que llevaba puesta .
Nada más, absolutamente nada más en el mundo entero .

Sentado enfrente al eremita, el joven monje meditaba . Cuanto mayor es la


espiritualidad de un hombre, menos son sus bienes terrenales . Los grandes
abades, con sus hábitos de oro, sus riquezas y abundancia de manjares,
siempre estaban en lucha para alcanzar poder político y vivían para el
momento presente, mientras reverenciaban de labios afuera las Escri - turas .

«Joven amigo», empezó la voz anciana . «Mis días casi tocan a su


acabamiento . Tengo que transmitirte mis conocimientos; después de lo cual,
mi espíritu será libre para irse a los Cam - pos Celestiales . Tú, a tu vez,
transmitirás estos conocimientos a los demás . Escucha, pues, y almacena
todo cuanto te diré en tu memoria sin fallo alguno . »

«¡Aprende esto, estudia aquello!», pensó el joven monje . «La vida ahora no
es más que un rudo trabajo incesante . Adiós cometas, zancos y ... »

Pero el ermitaño continuó: «Ya sabes cómo me trataron los

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chinos, y cómo fui vagando por las soledades y llegué final - mente hasta
donde me ocurrió un gran prodigio . Un milagro, porque un instinto secreto
me condujo hasta las mismas puer - tas del Santuario de la Sabiduría . Te lo
quiero contar . Mi sabiduría será tuya, tal como a mí me fue mostrada, ya
que, a pesar de estar privado de la vista, lo vi todo» .

El joven monje asintió con la cabeza, olvidándose de que el anciano no le


podía ver; entonces, dándose cuenta, le dijo: «Estoy escuchando, Venerable
Maestro, y estoy capacitado por mi formación a recordarlo todo» . Mientras
decía estas palabras, él hizo una reverencia y se volvió a sentar, aguar - dando
un rato .

El anciano sonrió y continuó su relato: «Lo primero que re - cuerdo es que


estaba acostado muy cómodamente en un lecho blando . Naturalmente, yo
entonces era joven, por el estilo de lo que eres tú, y creía haber sido
transportado a los Cam pos Celestiales . Pero no podía ver y me parecía que
si el sitio donde me hallaba era el otro lado de la vida habría recobrado mi
vista . De manera que estaba allí acostado y esperando . Al cabo de un largo
rato, unos pasos muy silenciosos se acer - caron y se detuvieron a mi lado .
Yo, estaba inmóvil, no sa - biendo qué esperar . "¡Ah!", exclamó una voz que
me pareció ser en cierto modo distinta de las nuestras . "¡Ah!, veo que habéis
recobrado la conciencia . ¿Os encontráis bien?" .

»Vaya una pregunta necia, pensé entre mí . ¿Cómo puedo encontrarme bien,
si me estoy muriendo de hambre? ¿Era cierto? En realidad ya no sentía
hambre alguna . Me encon - traba bien, muy bien . Con precaución, moví mis
dedos, sentí mis brazos sin rastro alguno de agujetas . Me había recobrado y
me notaba normal; sólo que no tenía ojos . "Sí, si, me siento bien, gracias por
la pregunta", le contesté . La Voz dijo entonces: "Hubiéramos querido
restaurar vuestra vista; pero os habían quitado los ojos y no nos fue posible .
Reposad un rato, y luego hablaremos con Vos detalladamente" .

»Reposé; no tenía otra solución . No tardé en dormirme de nuevo. Lo que


dormí, no lo supe; pero un dulce sonido de campanas, casualmente, me
desveló; tañido más dulce y

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apacible que los más delicados gongs, y mejor que las antiguas campanas de
plata, más sonoro que las trompetas del templo . Me incorporé y miré a mi
alrededor, como si pudiese forzar la visión de mis órbitas sin ojos. Un brazo
amistoso se deslizó a l r e d o r d e m i e s p a l d a , y u n a v o z m e d i j o : "
L e v á n t a t e y sígueme. Yo te conduciré".»

El joven religioso permanecía sentado y experimentaba una fascinación,


extrañándose que no le hubiesen sobrevenido nunca aventuras semejantes;
ignorando que, en su día, le lleg ar í a e l tu r n o . «Te lo ruego, continúa,
Venerable Maestro», exclamó . El viejo maestro sonrió complacido por el
interés que mostraba el joven.

«Me condujo hasta una habitación espaciosa, al parecer, llena de gente; yo


escuchaba el rumor de su respiración y el roce de sus vestid uras . Mi guía me
dijo "Sentaos", y un extraño ingenio fue empujado hasta mi persona .
Esperando sentarme en el suelo, como todas las personas educadas, estuve a
punto de caerme al choque con aquel artefacto.»

El anciano anacoreta hizo una breve pausa y una seca risita escapó de su boca
al relatar aquella escena pasada. «Me senté con todo cuidado — continuó —
y aquel objeto me pareció blando, si bien sólido. Me sentía sostenido sobre
cuatro patas y por la parte de atrás había una cosa que me impedía echar atrás
mi espalda. De momento, pensé que me creían demasiado débil para sentarme
sin alguna protección; después capté se - ñales de divertida y reprimida
sorpresa entre los presentes, ya que, por lo visto, aquélla era la manera de
sentarse de toda aquella gente, y, francamente, quedé colgado tristemente de
aquella plataforma almohadillada.»

El joven monje intentó imaginarse lo que podía ser una pla - taforma para
sentarse . ¿Por qué existían semejantes objetos? ¿Por qué se tienen que
inventar cosas inútiles? No, decidió; e l s u e l o e r a s u f i c i e n t e p a r a é
l ; m á s s e g u r o , s i n r i e s g o s d e caerse . Y, ¿quién es tan débil que
necesita tener su espalda aguantada? Pero el anciano estaba otra vez hablando
— sus pulmones era resistentes — al joven monje.

«"Os extrañáis de nosotros — la voz continuó —, os maravi-

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liáis de quiénes somos, de por qué os sentís tan bien. Siéntate con toda
comodidad, porque tenemos que contarte muchas cosas".

»"Muy Ilustre Señor", dije disculpándome. "Estoy ciego, he sido privado de


mi vista y decís que tenéis mucho que contarme y que mostrarme. ¿Cómo
puede ser, esto?" "Tranquilízate — dijo la Voz —, porque todo será claro para
ti, con tiempo y paciencia.» La parte posterior de mis piernas empezaba a
dolerme, colgadas en aquella extraña postura, de modo que las encogí,
intentando permanecer en la postura del loto sobre la pequeña plataforma de
madera aguantada sobre cuatro patas y con aquel estorbo en la espalda. Así,
me sentía más a mis anchas, si bien, no viendo, podía perder el equilibrio sin
querer.

»"Somos los Jardineros de la Tierra", prosiguió la Voz. "Via-jamos por los


universos, situando seres humanos y animales por los mundos distintos.
Vosotros, los hijos de la Tierra, poseéis leyendas sobre nosotros, llamándonos
dioses celestiales y hablando de nuestros carros de fuego . Ahora vamos a
darte una información sobre el origen de la Vida en la Tierra, de manera que
puedas transmitir tus conocimientos a otro que vendrá después al mundo y
escribirá sobre estas cosas, porque ya es hora de que la gente conozca la
Verdad de sus Dioses, antes de iniciar el segundo período ."

»"Aquí hay cierta confusión", exclamé con desánimo . "No soy más que un
pobre monje que subió a estas alturas sin saber cómo."

»"Nosotros, con nuestro saber, te guiamos — murmuró la Voz


—, te hemos escogido por tu memoria extraordinaria, que aún reforzaremos.
Conocemos todo lo que se refiere a ti. Por eso te hemos conducido hasta
nosotros."»
Fuera de la cueva, a la luz, ahora brillante, del día, la nota del canto de un
pájaro se elevó aguda y penetrante con súbita alarma. Un chillido de una ave
agresora y el pájaro se escapó de aquellos parajes precipitadamente. El viejo
ermitaño levantó su cabeza un momento, diciendo: «No es nada;
probablemente un pájaro volando en la altura ha lanzado un

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ataque» . El joven monje encontró desagradable el verse dis-traído de la
narración de la vieja edad, una edad que — caso extraño — no encontraba
difícil de visualizar. A la orilla del lago los sauces cabeceaban con indolencia
sólo inquietados por las brisas errantes que removían sus hojas y las hacían
protestar contra la invasión de su reposo . Actualmente, los primeros rayos de
sol habían abandonado la entrada de la cueva y en ella reinaba el frío, con la
luz teñida de color verdoso. El viejo eremita se estremeció ligeramente,
arregló sus abigarradas vestiduras y continuó:

«Estaba asustado, muy asustado . ¿Qué sabía yo de aquellos Jardineros de la


Tierra? Yo, no era jardinero. No sabía nada de plantas, y de universos, mucho
menos. Necesitaba no marcharme de allí. Mientras estaba pensando esas
cosas, puse mis pies sobre el borde de mi plataforma-asiento y me puse de
pie. Manos cariñosas, pero firmes me volvieron a sentar en aquella rara
forma, con mis pies colgando y mi espalda apoyada sobre algo que estaba
detrás mío. "La planta, no debe dictar órdenes al jardinero", murmuró una
voz. "Te han conducido aquí, y aquí tienes que aprender."

»A mi alrededor, mientras me volvía a sentar, aturdido, pero también irritado,


comenzó una gran discusión en una lengua para mí desconocida. Voces.
Voces. Algunas agudas y delga-das, como saliendo de unos gaznates de
enanos. Otras, pro - fundas, resonantes, sonoras, como toros o yaks en los
períodos de celo, mugiendo a través del paisaje . Fuesen quienes fuesen,
pensé, no auguran nada bueno para mí, persona díscola, cautivo involuntario.
Estuve escuchando con temor e incertidumbre todo el rato que duró la
discusión para mí incomprensible. Aquellos pitidos y estruendos como de una
trompeta resonando en un desfiladero . ¿Qué gente era ésa?, pensaba yo,
¿pueden los gaznates humanos presentar esa multitud de tonos, supertonos y
semitonos? ¿Dónde me encontraba? Tal vez me hallaba yo en peores manos
que cuando era prisionero de los chinos. ¡Oh, quién tuviera ojos! Ojos para
ver lo que ahora me era vedado. ¿Se habría desvanecido acaso el misterio a la
luz de la mirada? Pero no, como comprendí luego, el

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misterio se habría hecho más profundo . Permanecí sentado, lleno de
aprensión y muy asustado. Las torturas que había experimentado en manos de
los chinos me habían acobardado, me hacían temer que no podría soportar
más, de ninguna manera. Mejor hubiera sido que los Nueve Dragones
hubiesen llegado y me consumiesen de una vez que lo que me tocaría soportar
por obra de lo Desconocido. Así es que permanecí sentado, ya que no había
nada que hacer.

»Altas voces me hicieron temer por mi suerte. De haber tenido ojos para ver,
hubiera realizado un desesperado esfuerzo para huir; pero aquel que se
encuentra sin ellos está concretamente sin es peranzas, a la merced de todo .
La piedra lanzada, la puerta cerrada, las amenazas crecientes que se me
presentaban, amenazadoras, opresivas y siempre temerosas. El estrépito
experimentó un crescendo. Los gritos chillaban en los más altos registros,
como un estruendo de toros en lucha. Temía una violencia sobre mi persona,
golpes que llegasen hasta mi persona a través de mis tinieblas eternas. Agarré
fuertemente el borde de mi asiento, y lo solté en seguida, pensando que un
golpe podría dejarme sin sentidos, mientras que si no encontraba resistencia
el choque sería más leve.

»"No temas", me dijo la Voz, ahora para mí familiar. "Se trata únicamente de
una reunión del Consejo. Ningún daño puede seguirse para ti. Precisamente
estamos discutiendo la mejor manera de instruirte."

»"Alto Señor", repliqué algo confuso . "Estoy sorprendido, en verdad,


escuchando cómo los Grandes lanzan sus voces a se-mejanza de los más
humildes pastores de yaks en la montaña." Un divertido rumor de risas
celebró mi comentario. Mi auditorio, según parecía, no estaba disgustado por
mi tal vez algo loca franqueza.

»"Recuerda eso siempre", replicó el Jardinero. "No importa lo que se alza la


voz; siempre hay una razón, una discrepancia. Siempre una opinión que se
separa de lo que afirman los demás. Cada cual tiene que discutir, argumentar
y, forzosamente, sostener la propia opinión, si no se quiere ser un mero
esclavo, un autómata, siempre a punto de aceptar los dictados de

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otro . Es preciso discutir, razonar . La libre discusión siempre se interpreta
por el observador incomprensivo como el pre - ludio de una violencia física .
" Tocó mis hombros para tran - quilizarme y continuó: "Tenemos aquí
personas no solamente de distintas razas, sino de varios mundos . Algunos,
son de nuestra galaxia . Otros proceden de galaxias de más allá . Al - gunos
de ellos, a ti te parecerían pequeños enanos, al paso que otros son verdaderos
gigantes, seis veces más altos que los que están dotados de menores
estaturas" . Escuché sus pasos cuando se alejaba para reunirse con el grupo de
los demás .

»"Otras galaxias" ¿Qué significaba todo aquello? Gigantes, bueno, igual que
los que había oído mencionar en los cuentos maravillosos . Enanos, parecidos
a los que se veían a veces en las comedias . Moví mi cabeza; todo aquello
estaba más allá de mi comprensión . La Voz me había dicho que no sufriría
ningún mal, que se trataba únicamente de una discusión . Pero no siempre los
mercaderes de la India que pasan por la ciudad de Lhasa arman esos barullos,
trompeteos y voces . Decidí permanecer sentado y aguardar en qué paraba
todo aquello . ¡Después de todo, no podía hacer otra cosa!»

Dentro de la fría caverna del ermitaño el joven monje perma - necía absorto,
embebido escuchando la historia de los extra - ños seres . Pero no lo estaba
tanto que no se percibiese el rumor de sus intestinos . Comida, comida
urgente, ahora urgía por completo . El viejo ermitaño cesó de pronto su relato
y murmuró: «Sí, precisa un desayuno . Prepara tu alimento . Vol - veré luego»
. Diciendo estas palabras, se puso en pie y se encaminó lentamente a su
retiro .

El joven monje se apresuró a salir al aire libre . Por unos ins - tantes estuvo
contemplando el paisaje; seguidamente se diri - gió hasta la orilla del lago,
donde la arena fina, de color terroso, brillaba como invitando . De sus
vestiduras sacó el cuenco de madera y lo lavó dentro del agua . Llenándolo y
meneándolo, estuvo lavado . Tomando un pequeño saco lleno de cebada, que
llevaba en el interior de sus hábitos, echó un pequeño puñado en el cuenco y
luego llenó de agua del lago la cavidad de su mano . Dentro del cuenco fue
amasando la

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pasta formada, y con dos dedos de la mano derecha, a modo de cuchara, se
sirvió aquel manjar con toda lentitud y ningún entusiasmo.

Una vez hubo acabado de comer, lavó el cuenco en el agua del lago y luego
tomó un puñado de aquella arena fina . En - tonces frotó enérgicamente
aquella vasija por dentro y por f u e r a y , tod a ví a hú m e da , l a m e t i ó
en el sen o d e su h á bi to . Luego se arrodilló y extendió el borde de su
túnica y recogió arena hasta que no cupo más . Poniéndose de pie, regresó a
la cueva . Una vez estuvo en ella echó la arena al suelo e in - m e d i a t a m
e n t e s a l i ó e n b u s c a d e a l g u n a r a m a c a í d a q u e t u - viese
algunos pequeños brotes . Volviendo a la cueva, barrió la arena compacta
antes de echar encima una capa de la arena a c a b a d a d e t r a e r . C o n u
n a c a p a n o h u b o b a s t a n t e ; h a s t a después de echar siete de ellas
no estuvo satisfecho y pudo sentarse, con una clara conciencia, sobre su
sábana de lana de yak.

No poseía ninguna vajilla a la moda de ningún país. Su hábito colorado era


todo su atavío . Raído y desgastado en algunos pedazos casi hasta la transp
arencia, no protegía contra los
v i en to s f r ío s . N o po se í a s and a l ia s n i r o p a i n t e ri o r a lg u n a .
Nadamásqueesatúnicasolitaria,quesequitabaporl
a noche, cuando se envolvía dentro de la sábana . Como utensi - lio,
únicamente contaba con aquel cuenco, el pequeño saco de cebada y una
vieja y estropeada Caja Mágica, desde mucho tiempo sustituida por otra, en
la que conservaba un sencillo talismán. No poseía Molino de Plegarías
alguno. Esto era para otros más ricos. Llevaba afeitado el cráneo y señalado
con las Marcas de la Virilidad, quemaduras que atestiguaban que ha - bía
soportado las candelas de incienso ardiendo sobre su ca - b e z a p a r a d a r
t e s t i mo ni o d e s u c ap a ci d ad d e m e d it a c ió n a l sentirse inmune
del dolor y el olor de carne quemada. Ahora, habiendo sido elegido para una
misión especial, había viajado

l e j o s , h a s t a l a c u ev a d e l e rmi t a ñ o . P e ro a h o ra e l d í a h a b
ía caminado, con las sombras cada vez más alargadas y el enfria - miento
progresivo del aire. Se sentó y aguardó que apareciese el eremita.

21
Al cabo de una breve espera se escucharon los pasos arras - trados, los golpes
del largo bastón y la respiración fatigada del viejo . El joven monje lo miró
con renovada reverencia; ¡cuántas experiencias tenía! ¡Cuántos sufrimientos!
¡Qué sabio le parecía! El viejo compareció y se sentó . En aquel mismo
instante, una bocanada de aire y una inmensa y peluda criatura, saltó dentro
de la entrada de la cueva . El joven monje, se puso de pie de un salto y se
preparó a buscar la muerte protegiendo al viejo ermitaño . Agarrando dos
puñados de tierra del suelo arenoso, se preparaba a lanzarlos a los ojos del
intruso, cuando le detuvo y le tranquilizó la voz del recién venido .

«¡Salud, salud, Santo ermitaño!», gritó como si estuviese diri - giéndose a


una persona distante una milla . «Pido vuestra ben - dición, vuestra bendición
por esta noche, que acampamos a la orilla del lago . Aquí — bramó — he
traído para vos té y ce - bada . ¡Vuestra bendición, ermitaño, vuestra
bendición!» Po - niéndose en movimiento de un brinco, no sin renovar las
alar - mas del joven monje, se precipitó delante del ermitaño y se prosternó
sobre la arena acabada de arreglar . «Té, cebada, aquí, aceptadla . » Saliendo
fuera, trajo dos sacos que puso ante el ermitaño .

«Mercader, mercader — respondió humildemente el eremita —


, estáis alarmando a un anciano enfermo con vuestra vio - lencia . La paz sea
con vos . Pueden las Bendiciones de Gauta - ma reinar sobre vos y habitar
dentro de vos . Pueda vuestro viaje ser rápido y vuestro negocio próspero . »

«Y, ¿quién sois vos, joven gallito?», voceó el mercader . «¡Ah!», exclamó el
buen hombre, «mis excusas, joven reve - rendo padre, por culpa de la
oscuridad de esta cueva no he visto de momento que sois uno de los del
hábito . »
«¿Y qué nuevas nos traéis, mercader?», preguntó el ermitaño con su voz seca
y cascada .
«¿Nuevas?», respondió el mercader . «El prestamista indio fue apaleado y
robado; cuando fue a los procuradores, volvió a serlo, por haberse descarado
con ellos . El precio de los yaks ha bajado; el de la mantequilla ha subido .
Los reverendos de

22
la Frontera han subido sus tarifas . El gran Lama ha viajado h a s t a e l P a l
a c i o d e l a s J o y a s . ¡ O h ! , s a n t o e r e m i t a , n o h a y noticias.
Esta noche acampamos al lado del lago, y mañana se-guimos nuestro viaje
hasta Kalimpong . El tiempo es bueno . Buda nos ha protegido y los diablos
nos han dejado en paz . Y vos, ¿necesitáis acaso que os traigan agua, o arena
seca para el suelo de vuestra cueva, o bien ese joven padre ya procura por
vuestras necesidades?»

M i e n t r as l a s s o mb r as v iaj a b a n h a ci a l a s t in i eb l as d e l a n o
- che, el ermitaño y el comerciante hablaban y cambiaban no - t i c i as d e
Lh a s a , d e l T íb e t , d e l a In d i a y má s l e j o s , a ll á d e los
Himalayas . Al final, el comerciante se puso en pie y ob - servó con temor la
oscuridad creciente. «¡Adiós!, joven santo p a d r e . N o p u e d o i r s o l o e
n l a o s c u r i d a d , l o s d e m o n i o s m e asaltarían . ¿Podéis
acompañarme hasta el campamento?», im - ploró.

«Estoy a las órdenes del Venerable Ermitaño», contestó el joven monje .


«Iré, si el me lo permite . Mi s hábitos me pro - tegerán de los peligros de la
noche.» El viejo eremita, risueño, l e d i o e l p e r m i s o . E l d e l g a d o m
o n j e j o v e n g u i ó e l c a m i n o fuera de la cueva . El enorme gigante, el
mercader, apestando a l a n a d e y a k y p e o r , i b a t r a s e l j o v e n l a m
a . A l a e n t r a d a misma estuvo a punto de dar contra una rama llena de
hojas . Se escuchó un graznido y un pájaro asustado se escapó de la rama .
El mercader profirió un chillido de terror y se desplo - mó, como
desvanecido, a los pies del joven monje.

«¡Uf!, santo padre», suspiró el mercader . « Pensaba qu e los d i ab lo s me h


ab í an h e ch o p ri s io ne r o . Pe nsé , a unq u e no d e l todo convencido,
que debía devolver los dineros que tomé en préstamo del usurero indio. Vos
me habéis salvado, habéis do-minado a los diablos . Acompañadme hasta el
campamento y os regalaré medio ladrillo de té y un saco lleno de tsampa . »
La oferta era demasiado buena para dejarla escapar; así es que el joven
monje puso un especial cuid ado, recitando las Ple - garias de los Muertos, la
Exhortación a los Espíritus Inquie - t o s y e l C án t ic o a l o s Gu a rd i an e
s d el C am i n o . E l ru id o r e - sultante — puesto que el joven monje no
era nada músico —

23
rechazó a todas las criaturas que rondaban por la noche, por donde pueden
pasearse los diablos.
Llegaron, por fin, hasta las hogueras del campamento, donde los compañeros
del mercader estaban cantando y tañendo instrumentos musicales, mientras
las mujeres tostaban ladri - llos de té y echaban los mismos en un caldero de
agua bur - b u j e an d o . U n s a c o en t e ro d e c e b ad a b ie n mo l i d a se
t i ró a l caldero y una vieja, con su mano parecida a una garra, extrajo de un
saco un puñado lleno de manteca de yak . Luego echó o t r o y o t r o e n e l c
a l d e r o , h a s t a q u e u n a c a p a d e g r a s a s e extendía y burbujeaba en
la superficie.

El resplandor de las hogueras invitaba, y aquella alegría era contagiosa . El


joven monje se arropó decorosamente y con t o d a c al m a s e s e n t ó en e l
su e lo . Un a v i ej a a r r u g a d a , c u y a barbilla se tocaba con la nariz, le
ofreció hospitalariamente
a l g o q u e t e n ía e n la ma n o ; p er o e l m o n j e , d e co r o s a m en t e ,
presentó el cuenco y un generoso tributo de té y tsampa le
fue depositado . En aquel aire ligero de la montaña, el agua
hervía a menos de cien grados centígrados — o doscientos
doce Farenheith — ; pero era soportable para los labios . La
r e u ni ón t ra ns cu r r ió a g ra d ab le m e n t e y p r on to s e fo r m ó u na
procesión hasta las aguas del lago, para que el cuenco pudiese
l a v a rs e y f r o ta r s e c o n l a fin a a r e n a d e l a o r i l l a . E s a a r e n a
era de las más finas de la montaña y muchas veces contenía alguna partícula
de oro.
La reunión era alegre . Las narraciones de los mercaderes, la música y los
cantos amenizaron la velada y la existencia, más bien aburrida, del joven
monje . Pero, mientras tanto, la luna ascendía cada vez más, iluminando aquel
desolado paisaje y dibujando sombras de un a firme realidad . C esaron las ch
is -
p a s d e l a s h o g u e ra s , y s e a p a g a ro n l a s lla m a s . E l m o n j e s e
puso de pie de mala gana y con las gracias y las reverencias debidas aceptó
los dones del mercader, que estaba seguro de que aquel joven le había
salvado de la perdición.
Por fin, cargado de pequeños paquetes, caminó alrededor del l a g o , e n ca m
i n á n d o s e a l b o s q u e c i l l o d e s au c e s d o n d e s e h a - llaba la
boca, tenebrosa y amenazadora, de la cueva. Un mo-
24
mento, se detuvo el joven y miró hacia las estrellas . Arriba, m u y a r rib a , c
o m o p r ó x i m a a l a M o ra d a d e l o s D io se s , u n a
chispa brillante navegaba silenciosamente por los cielos. ¿El Carro de los
Dioses, acaso? El joven monje se lo preguntó brevemente a sí mismo, y luego
entró a la cueva.
Capítulo segundo

El bramido de los yaks y los gritos agitados de los hombres y las mujeres
despertaron al joven monje . Soñoliento, se puso en pie, arreglando sus
vestiduras a su alrededor y encaminán-dose a la boca de la cueva, para no
perder ni un solo detalle del espectáculo . En la orilla, unos estaban
ordeñando, otros intentando enjaezar los yaks que permanecían dentro del
agua y no se dejaban persuadir a abandonarla. Finalmente, perdiendo la
paciencia, un joven mercader se lanzó al ag ua, tropez an do c o n u n a ra í z s
u me r g i d a . C o n l o s b r a z o s e x t e n d id o s dio de cara contra la
superficie recibiendo un fuerte golpe . Gruesas gotas de agua se levantaron, y
los yaks, asustados, huyeron a la orilla . El joven mercader, cubierto de un
lodo cenagoso, y ensuciado cómicamente, salió del barro entre las carcajadas
de sus compañeros.

Rápidamente, las tiendas fueron enrolladas, y los utensilios de cocina,


después de haber sido frotados con arena, fueron e n v u e l t o s y l a c a r a v
a n a d e a q u e l lo s me r c a d e r es s e m a rc h ó lentamente, entre el
monótono crujido de los arneses y los gritos de las personas que intentaban
vanamente dar prisa a las robustas bestias de carga. Tristemente los
contemplaba el joven monje, protegiéndose con las manos del sol naciente .
Tristemente estuvo en pie todo el rato, hasta que los ruidos se perdieron en la
lontananza.

«¡Oh! — pensaba — , ¿por qué no he sido comerciante y viajar hasta tierras


lejanas?» ¿Por qué tenía que pasarse la vida estudiando cosas que parecía que
nadie más debía estudiar? Le hubiera gustado ser un mercader, o un barquero
de la Ri - vera Feliz . Necesitaba moverse de una población a otra y ver cosas.
Poco podía pensar que vería «sitios y cosas», hasta que su cuerpo le pidiese
reposo y su espíritu suspirase por la paz. I g n o r a b a q u e s u d e s t i n o s e
r í a v ag a r p o r l a s u p e rf i c i e d e l a Tierra y sufrir increíbles tormentos
. En aquellos momentos, necesitaba únicamente ser un mercader o un
barquero — cual-

26
quier cosa, menos lo que era — . Lentamente, cabizbajo, cogió una rama del
suelo y regresó a la cueva, a barrer el suelo y extender arena nueva .

El viejo eremita, lentamente, se presentó . Incluso para la inex perta mirada


del joven, decaía a ojos vistas . Jadeando, se sentó y dijo con una voz ronca:
«Se acerca mi tiempo; mas no puedo marcharme sin transmitirte antes mi
sabiduría . Aquí hay unas especiales gotas de yerbas que me proporcionó mi
famoso Guía para tales casos; aun en el caso de que me des - mayase,
introduce seis gotas en mi boca y al instante volveré a vivir . Tengo prohibido
abandonar mi cuerpo hasta que no haya cumplido mi misión» . Buscó entre
sus vestiduras y en - tregó al joven un pequeño frasco de piedra que el monje
tomó con especial cuidado . «Ahora, continuaremos», dijo el anciano .
«Podremos comer cuando yo me sienta cansado y también reposar . Ahora
escucha bien y pon especial cuidado en recordar . N o dejes escapar tu
atención porque estas cosas son mucho más importantes que mi vida y tu vida
. Es un saber que tiene que ser preservado y transmitido cuando llega la
plenitud de los tiempos . »

Después de un breve reposo, pareció recobrar fuerzas y algo de color subió a


sus mejillas . Sintiéndose más restablecido, continuó: «Habrás recordado que
yo te he explicado todo lo sucedido hasta cierto momento . Vamos, pues, a
continuar . La discusión se prolongó y era, en mi opinión, muy acalorada;
pero llegó un instante en que se terminó aquel debate . Se produjo el ruido de
varios pies que se arrastraban; des pués pasos, pasos ligeros como de algún
pájaro saltando sobre la yerba, otros lentos como el caminar de un yak
cargado pesadamente . Sonido de pasos que me intrigaron profunda - mente
porque algunos de ellos me parecían no proceder de seres humanos parecidos
a los que yo había conocido . Pero mis meditacio nes sobre las diferentes
maneras de caminar se acabaron súbitamente . Otra mano agarró mi brazo y
una voz ordenó: "Ven con nosotros" . Otra mano cogió mi otra y fui
conducido a un pasillo que mis pies desnudos sintieron como si fuese
pavimentado de metal . La ceguera desarrolla los de -

27
más sentidos; noté que caminábamos a lo largo de una especie
de tubo metálico, si bien me fue imposible imaginar de qué se trataba
concretamente» .
El anciano se detuvo como para imaginar aquella inolvidable experiencia;
luego continuó: «Pronto llegamos a una área más espaciosa, a juzgar por los
ecos que sentía . Allí escucha - ba un sonido metálico, deslizándose ante de
mí, y uno de los que me acompañaban habló respetuosamente a un personaje
que evidentemente era un superior . Lo que dijo no podía comprenderlo,
puesto que se trataba de un lenguaje compues - to de chillidos y chirridos . En
respuesta vino lo que sin duda era una orden y me sentí empujado hacia
adelante, mientras una materia metálica se cerraba con un ruido atenuado
detrás de mi persona . Permanecía yo allí sintiendo que alguien me estaba
mirando con fuerza . Se sintió un rumor y un crujido semejantes a los que se
produjeron cuando, antes, me senté, así me lo pareció . Seguidamente, una
mano delgada y huesu - da, tomó mi mano derecha y me guió hacia adelante»
.

El ermitaño hizo una breve pausa, sonriendo . «¿Puedes ima - ginar mis
sensaciones? Yo era un milagro viviente; no sabía lo que tenía delante y tenía
que obedecer sin dilación a los que me conducían . Mi acompañante, al final,
habló en mi propio lenguaje . "Siéntate", me ordenó, mientras me empu - jaba
para que me sentase . Abrí la boca asustado; a los dos lados había como unos
brazos, probablemente para no caerse si uno se dormía por culpa de aquella
blandura extraña . La persona que yo tenía enfrente, me pareció que se
divertía mu - cho con mis reacciones; diría que se trataba de una risa mal
reprimida . Muchos, parece que se divierten viendo como se toman las cosas
aquellos que no pueden ver .

»"Me parece que os sentís extraño y asustado", dijo la voz de aquella persona
que yo tenía enfrente . ¡Por fin, llegaba un reconocimiento! "No te alarmes"
— continuó la voz — , por que no recibirás daño alguno . Las pruebas que de
ti tenemos, muestran que tenéis una gran memoria eidética, de manera que
vamos a comunicaros información — que jamás olvida - réis — y que más
tarde transmitiréis a otro que pasará por

28
vuestro camino . " Todo eso me parecía misterioso y muy alarmante, pese a
las seguridades que se me daban . No dije nada, pero permanecí sin
moverme, aguardando nuevas explicaciones, que no tardaron en llegar .

»"Ahora vas a ver — continuó la voz — , a todo el pasado, el nacimiento de


nuestro mundo, el origen de los dioses y, por qué razón carros de fuego
cruzan el firmamento y nos infunden temor . " Respetado Señor — yo
exclamé — , usáis la palabra "ver"; pero mis ojos han sido vaciados y estoy
ciego del todo . Entonces escuché una reprimida exclamación de enojo y la
réplica más bien áspera: "Conocemos todo cuanto se refiere a ti, más que tú
mismo sabes . Tus ojos han sido suprimidos; pero el nervio óptico aún
permanece . Con nuestra ciencia conectaremos con el nervio óptico y tú
verás lo que te sea preciso ver" .

»"¿Significa esto, que volveré a ver por el resto de mi vida?", pregunté .

»"No, no podrá ser", me contestaron . "Empleamos tu persona para un fin


determinado . Concederte el don de la vista permanentemente, significaría
dejarte mover sobre este mundo con un saber muy adelantado para nuestros
tiempos; y esto no es lícito . Ahora, basta de conversación; voy a advertir a
mis ayudante . "

»Inmediatamente se produjo un respetuoso sonido como de llamar a una


puerta, seguido por un deslizarse de un objeto metálico . Se entabló una
conversación; evidentemente, dos personajes habían entrado . Noté que mi
silla se movía e in - tenté encaramarme; pero, con horror, me sentí
inmovilizado . No podía mover ni un solo dedo . Con plena conciencia por
mi parte, me notaba movido de una parte a la otra, sobre esta extraña silla .
Seguíamos corredores, cuyos ecos me proporcionaban raras sensaciones .
Después de una pronunciada curva, curiosos olores asaltaron las encogidas
ventanas de mis narices . Nos detuvimos a una voz de mando, sólo
murmurada, y unas manos me cogieron por las piernas y por los sobacos .
Con facilidad, fui trasladado, arriba, al lado, hacia abajo . Estaba yo
alarmado; más exactamente, aterrorizado . El terror

29
subió de punto cuando una venda gruesa fue colocada alre - dedor de mi
brazo derecho exactamente sobre el codo . La presión fue en aumento hasta
que noté como si se hinchase mi antebrazo . Luego vino un pinchazo en mi
tobillo izquierdo y una rara sensación como si algo se hubiese infiltrado
dentro de mí . Otro aparato, a una voz de mando, fue aplicado a mis sienes y
entonces sentí como dos discos de hielo en aquella parte de mi cuerpo .
Reinaba un ruido como el zumbido de abejas en la lejanía, y sentía que mi
conciencia me abandonaba .

»Centellas brillantes de luz, parpadearon ante mi visión . Franjas de colores


verdes, rojas, moradas y de todos los colores . Entonces exclamé: «No veo
nada, debo de estar en el País de los Diablos y deben de estar preparando
tormentos para mi persona . " Un agudo y doloroso pinchazo

— como de un alfiler — aumentaba mi terror . ¡No podía más! Una voz me


habló en mi lengua: "No te asustes, no queremos hacerte daño; estamos
arreglando las cosas para que puedas ver . ¿Qué color ves ahora?" De este
modo, me olvidé de mis temores y fui explicando cuando yo veía rojo, verde
y otros colores . Luego lancé un grito de sorpresa . Podía ver; pero cuanto
veía era para mí tan raro, que apenas podía comprender nada .

»¿Quién puede describir lo indescriptible? ¿Cómo se puede explicar una


escena a otro, cuando no existen, en la lengua, palabras apropiadas, ni
conceptos que puedan aplicarse? ¿Sólo puedo decir que veía? Aquí, en el
Tíbet, estamos bien provistos de palabras y frases apropiadas para los dioses
y los demonios; pero cuando se trata de las obras de los dioses y de los
demonios, no sé ni lo que se ve, ni lo que se debe hacer, ni describir . Sólo
podía decir que yo veía . Pero mi visión no se hallaba situada en mi cuerpo y
así podía verme a mí mismo . Era una experiencia enervante; que no tenía
ganas de volver a experimentar . Pero déjame explicar por orden, desde el
comienzo .

»Una de las voces, me preguntó si veía el color rojo, cuándo el verde y


cuándo los demás colores, y entonces dio comienzo a la impresionante
experiencia, con esta maravillosa luz blan -

30
ca y me encontré con que estaba contemplando — es la pa - labra más
apropiada una escena completamente distinta de todo cuanto antes había
visto . Estaba recostado, medio ten - dido, medio sentado, apoyado sobre lo
que parecía una pla - taforma metálica . Parecía que ésta se aguantaba sobre
un pilar solitario, y tenía miedo de que toda la estructura se viniese abajo de
un momento a otro, y yo junto con ella . La atmósfera del conjunto era de
una limpieza jamás vista . Las paredes, fabricadas de un material
resplandeciente, no presentaban ni una mancha; eran de un tinte verdoso,
muy agradable y suave a la vista . Sobre esa extraña habitación, que era
como un salón inmenso, según mi concepto de las proporciones, se veían
piezas de maquinaria que no puedo explicar, ya que no existen palabras para
describirte su rareza .

»Pero las personas que se hallaban en esta habitación me produjeron


extrañeza y miedo, hasta el punto de que estuve a pique de proferir gritos de
alarma y llegué a pensar que se trataba de algún truco de óptica . Había un
hombre al lado de una máquina . Su talla sería el doble de un hombre de los
llamados buenos mozos . Mediría cerca de unos cuatro metros de altura y su
cabeza presentaba una forma cónica, terminando en punta como el cabo más
agudo de un huevo . No se le veía cabello y era enorme . Parecía ir vestido
de un paño verdoso que le llegaba del cuello a los tobillos y, cosa
extraordinaria, le cubría los brazos hasta las muñecas . Me horrorizó el ver
que llevaba una piel que le cubría las manos . Pensé qué significación
religiosa podía tener eso, o bien que me consideraban impuro y tenían algo
que ocultarme .

»Mis miradas se alejaron de este gigante; había dos más que, por su silueta,
juzgué que debían de ser mujeres . Una de ellas tenía el cabello negro y
ensortijado, mientras la otra lo tenía blanco y lacio . Pero debido a mi falta
de experiencia en lo referente al sexo femenino, dejemos esos detalles
aparte, que no interesan .

»Las dos mujeres miraban hacia mi persona y, entonces, una de ellas señaló
con la mano en una dirección que yo no había observado . Allí vi a un ser
extraordinario, un enano, un gno -

31
mo, una figura diminuta, cuyo cuerpo era comparable al de un niño de unos
cinco años, según pensé . Pero, lo que es su cabeza, era descomunal; un
cráneo como una inmensa bóveda, sin nada de pelo, ni rastros en todo cuanto
se veía sobre el personaje . Las mejillas eran pequeñas, muy pequeñas, y los
labios no eran tales como los tenemos nosotros, sino que parecían más bien
un orificio triangular . La nariz era chica, no tanto una protuberancia como un
pellizco . Era, claramente, la persona más importante de todas, ya que los
demás le contemplaban con reverente actitud, dirigiéndose a su persona .

»Pero entonces, aquella mujer movió su mano de nuevo, y la voz de una


persona a quien yo no había antes prestado aten - ción, me habló en mi propia
lengua diciendo: "Mira delante de tus ojos; ¿ves algo?" Con esas palabras mi
interlocutor se presentó ante mi campo visual . Parecía ser el más normal, a
mis ojos . Semejaba — quiero decir vestido como se presen - taba — tal vez
un marchante indio, de manera que puedes imaginarte lo que era normal .
Avanzó hacia mí y señaló hacia una sustancia brillante . Miré en su dirección
(así lo supongo; pero mi mirada, estaba fuera de mi cuerpo) . Yo no tenía ojos
¿dónde, en realidad, puso el objeto que él veía por mi cuenta? Y, cuando yo
miré, sobre la pequeña plataforma que estaba unida al extraño banco de metal
donde me hallaba yo recostado, vi la forma de una caja . Estaba yo
reflexionando cómo podía yo ver aquel objeto, si era aquel gracias al cual yo
estaba viendo, cuando se me ocurrió que el objeto de enfrente, aquella cosa
brillante, era una especie de reflector; entonces, el ser más normal movió el
reflector ligeramente, alteró su ángulo de incidencia y entonces grité con
horror y consternación, al verme a mí mismo, yaciendo sobre la plataforma .
Me había visto antes de que me arrancasen los ojos . De vez en cuando había
llegado al borde del agua para beber y había contemplado mi imagen
reflejada en la tranquila corriente; así es que podía reconocerme a mí mismo .
Pero ahora, en esta superficie sobre la cual se reflejaba, vi un rostro enjuto
que parecía estar al borde de la muerte . Llevaba una venda alre -

32
dedor de un brazo y otra alrededor de un tobillo . Extraños tubos salían de
esas vendas hacia no sabía dónde . Pero un tubo salía de uno de los agujeros
de mi nariz y estaba co - nectado con una botella transparente, ligada a una
varilla de metal, que se encontraba a mi lado .

»Pero, ¡la cabeza!, ¡la cabeza! Sólo con recordarlo vuelve mi agitación . De
mi cabeza, exactamente de mi frente, surgían una gran cantidad de piezas
metálicas que parecían emerger del interior . Las cuerdas metálicas iban a
parar, casi todas, a la caja que yo había visto ya sobre la pequeña plataforma
que estaba a mi lado . Pensé que se trataba de una extensión de mi nervio
óptico que conducía a la cámara oscura; pero su mirada me causaba un horror
creciente y quise arrancar, todos aquellos objetos, de mi persona; pero me di
cuenta de que no podía mover ni un solo dedo . Sólo me era posible estar allí
acostado contemplando las cosas extrañas que me ocurrían .

»El hombre de apariencia normal alargó su mano hacia la cámara oscura y si


me hubiese sido permitido moverme habría reaccionado vivamente . Pensé
que introducía los dedos en mis ojos — ¡la ilusión era tan completa! — .
Pero, en vez de ello, movió de sitio ligeramente la caja y entonces tuve otras
perspectivas . Podía ver del lado de atrás de la plataforma donde me hallaba
tendido . Pude ver otras personas . Su as pecto era del todo normal: uno era
blanco, el otro amarillo, como un mongol . Estaban mirándome sin pestañear,
sin darse cuenta de mi persona . Parecían más bien fastidiados por todo
aquello, y me acuerdo haber pensado que de haber estado en mi lugar no se
habrían sentido fatigados . La voz volvió a escucharse, diciendo: "Bien; por
una breve tiempo, ésta es tu vista . Esos tubos te alimentan de imágenes;
otros tubos hay que te aligeran y atienden a otras funciones . Por ahora, no
puedes moverte, porque tememos mucho que, si pudieses, en tu nerviosismo,
te harías daño a tu persona . Es para tu propia protección, que te hallas
inmovilizado . Pero no tengas miedo, nada de malo tiene que pasarte .
Cuando hayamos acabado nuestra tarea, podrás volver a otra parte del Tíbet
con tu salud restablecida, y te sentirás normal ex -

33
ceptoporloqueserefiereatuvista;porqueseguiráspr
i - vado de tus ojos . Ten por entendido que no podrás marcharte llevando esta
cámara oscura". Entonces, sonrió ligeramente en mi dirección y se retiró
hacia atrás, fu era del campo de mi visión.

»La gente se movía por allí, examinando varios objetos . Se veían una
cantidad de objetos redondos parecidos a pequeñas ventanas, cubiertas con
cristales finísimos . Pero detrás de los cristales parecía no haber nada
importante, excepto una pe - queña aguja que se movía y señalaba ciertas
extrañas marcas. Todo ello, para mí, no tenía sentido alguno . Recorrí el con -
junto con la mirada; pero estaba todo fuera de mi co mpren - s i ó n y d e j é d
e p r e s t a r m i a t e n c i ó n a t o d o a q u e l l o , q u e s e encontraba más
bien lejos de mi alcance.

»Pasó un tiempo, y yo me encontraba acostado, ni descansado ni cansado,


pero como en éxtasis, más bien sin sentimiento alguno. Ciertamente, no sufría
ni sentía inquietud alguna. Me parecía experimentar un cambio sutil en la
composición quí - m i c a d e m i c u e r p o , y e n t o n ce s e n e l bo r de v i
su a l d e l a c á - mara oscura vi que un individuo iba dando la vuelta a unos
grifos que salían de una serie de tubos de vidrio fijos en una a r m a z ó n d e
m e t a l . A m e d i d a q u e e l i n d i v i d u o e n c u e s t i ó n daba vueltas a
esas llaves, detrás de las ventanillas de cristal se marcaban diferentes puntos .
El personaje más pequeño, el mismo que yo había tomado por un enano, pero
que, por lo visto, era uno de los jefes, dijo algunas palabras . Entonces, dentro
de mi campo visual entró un personaje que me habló en mi propia lengua, y
me dijo que en aquel momento iba a p o n e r m e d e n t r o d e u n es t ad o d
e su eñ o , a f i n d e q u e y o m e restaurase, y entonces, una vez yo me
hubiese alimentado y conciliado el sueño, se me explicaría lo que debía serme
ex - plicado.

»Apenasacabósudiscurso,recobrémiconciencia,co
m o se me había interrumpido . Más tarde, comprendí que las co - s a s , e n e
fecto,marchabanasí;teníanuninstrumentalins-
tantáneo e inofensivo, que me sumía en la inconsciencia sólo mediante la
presión de un dedo.

34
» Cuánto dormí, no tengo la menor idea, ni medios para saberlo; pudo ser
tanto una hora, como un día entero. Mi despertar fue tan instantáneo como
había sido el dormirme anteriormente; por un instante, estuve inconsciente,
mas, al momento, me sentía despierto del todo . Muy a pesar mío, mi nuevo
sentido de la vista no funcionaba. Era ciego como antes. Raros sonidos me
asaltaban — el "cling" del metal contra el metal, el vibrar del vidrio —.
Luego, unos pasos rápidos alejándose. Me llegó a los oídos el ruido de un
deslizarse metálico y todo permaneció en la quietud por unos momentos . Yo
estaba allí, acostado, maravillándome de los extraños acontecimientos que
habían traído un trastorno semejante en mi vida. Dentro del mismo instante
en que el temor y la ansiedad brotaban intensamente en mí, llegó algo que
retuvo mi atención .

»Unos pasos como de pies calzados con chinelas, breves y des-tacados, me


llegaron a los oídos. Eran dos personas, acom-pañadas por un ruido lejano de
voces. El ruido fue creciendo y se dirigió a mi habitación . De nuevo, aquel
deslizarse de un cuerpo metálico, y los dos seres femeninos — porque así
determiné que eran — se acercaron hablando en sus agudos chillidos
nerviosos. Hablaban las dos a la vez, o así me lo parecía. Se detuvieron, cada
una a uno de mis ambos lados y, horror de horrores, me desnudaron de mi
capa — única cobertura de mi cuerpo —. Nada pude hacer por remediarlo .
No tenía fuerzas ni podía moverme. Me encontraba en poder de aquellas
mujeres desconocidas. Yo, un monje, que nada sabía de las mujeres — que no
tengo inconveniente alguno en confesarlo —; sentía horror a las mujeres.»

El viejo ermitaño se calló . El joven monje lo contemplaba, pensando con


horror en la terrible afrenta que representaba aquel suceso. En la frente del
ermitaño, un tenue hilo de sudor humedecía la piel bronceada, como si
reviviese aquellos instantes horribles. Con manos temblorosas agarró su
cuenco, lleno de agua. Bebió unos pocos sorbos y lo depositó con todo
cuidado detrás de su persona.

«Mas algo peor sucedió luego — prosiguió con voz vacilan -

35
te —. Aquellas mujeres jóvenes acostaron sobre uno de mis flancos mi cuerpo
y, por fuerza, introdujeron un tubo dentro de una parte inmencionable de mi
cuerpo. Me entró aquel líquido y cuidé reventar. La modestia me exime de
explicar cuánto ocurrió por obra de aquellas mujeres. Pero aquello era sólo un
comienzo: me lavaron mi cuerpo desnudo de arriba abajo y mostraron la más
vergonzosa familiaridad con las partes privadas de mis órganos masculinos .
Me ruboricé de pies a cabeza y todo yo me sentí cubierto de la mayor
confusión. Agudas varillas de metal fueron introducidas en mi cuerpo y el
tubo, que se hallaba en los agujeros de mi nariz, fue quitado y otro me fue
colocado forzadamente. Entonces, se me colocó una sábana que me cubría de
los pies a la cabeza. Pero aún no habían terminado; entonces padecí un
doloroso afeitado de mi cráneo y varias cosas inexplicables sucedieron hasta
que se me aplicó una sustancia muy pegajosa e irritante sobre la parte
afeitada. Durante todo el tiempo, las dos jóvenes estuvieron charlando y
bromeando como si los diablos les hubiesen sorbido los sesos.

»Después de un largo rato, se escuchó de nuevo el deslizarse de la puerta


metálica y unos pasos más pesados se acercaron, mientras la charla de
aquellas mujeres se interrumpía. La Voz que hablaba en mi lengua, me dijo
amablemente: "¿Cómo se encuentra?"

»"¡Terriblemente mal!", repliqué vivamente. "Vuestras mujeres me dejaron en


cueros y abusaron de mi cuerpo en forma increíble." Mí respuesta, pareció
divertirles enormemente. Dicho con todo mi candor, se perecieron de risa
viendo que no hice nada para disimular mis reacciones.

»"Nos era indispensable lavarte — dijo —, debes tener tu cuerpo limpio de


escorias y tenernos también que hacer lo pro-pio con los aparatos que te
aplicamos . Por eso, varios tubos y conexiones eléctricas tienen que ser
reemplazados por otros esterilizados. La incisión en tu cráneo tiene que ser
inspeccio-nada y puesta en condiciones de nuevo. Sólo tienen que que-darte unas
pocas cicatrices ligeras cuando te marches de aquí." El viejo eremita bajó su
cabeza hacia el joven monje. «Mira

36
— le dijo — aquí, sobre mi cabeza, hay cinco señales . » El joven monje se
puso de pie y contempló con profundo inte - rés el cráneo del ermitaño . Las
señales estaban allí; cada una tendría dos dedos de anchura y mostraba una
depresión de color blanquecino. ¡Qué temeroso — pensó el joven monje —
sería una experimento semejante, administrado por mujeres!
Involuntariamente se sentó, como si temiese al ataque de un enemigo
desconocido.

El eremita continuó: «No me sentí calmado por las palabras


del recién venido, sino que pregunté: "¿Pero fui manipulado
p o r m u j e r e s ? ¿ N o h a y h o m b r e s , s i u n t r a t a m i e n to d e e s
t a naturaleza era imperativo?".
»El que me tenía cautivo — ya que así lo consideraba — se rió de nuevo y
replicó: "Querido amigo, no seas tontamente púdico . Tu cuerpo desnudo —
tal como se halla — no sig - nifica nada para ellas . Aquí vamos todos
desnudos la mayor parte del tiempo, en nuestras horas de guardia . Nuestro
cuer-po es el Templo del Super -yo y es en absoluto puro. Los que s i e n t e
nescrúpulosesquetienenpensamientosquelesin-
quietan . Por lo que se refiere a las mujeres que cuidan de ti, son enfermeras
y están instruidas en este trabajo.

»"Pero, no puedo moverme, ¿por qué? — pregunté —. Y ¿por qué razón no


se me permite ver? ¡Esto es una tortura!" »"No te puedes mover" — me
dijo —, porque puedes tirar de los electrodos y causarte daño . O puedes
causarlo al equipo que está a tu alrededor. No permitimos que te
acostumbres a ver, porque cuando te marches serás ciego, y cuanto más
hagas servir el sentido de la vista, olvidarás más el sentido del tacto, q u e l
os c ie go s d e s a r ro lla n . Se r í a p a r a t i u n t o r m e nt o s i te
permitimos la vista hasta que te marches, porque en tonces te sentirías
desamparado . Tú estás aquí no por placer, sino para ver y escuchar y ser el
depositario de un conocimiento, ya que otro tiene que venir y adquirir de ti
esta sabiduría . Normalmente, este saber tiene que ser escrito; pero
tememos desencadenar otra furia de «Libros Sagrados», o semejantes
fórmulas. Sobre el saber que tú ahora absorberás y más tarde transmitirás,
se escribirá acerca de él. Mientras tanto, no oh

37
vides que estás aquí, no para tus propósitos, sino para los nuestros."»

En la cueva, reinaba el silencio; el viejo eremita hizo una pausa, antes de


continuar. «Déjame descansar por ahora. Ne-cesito reposarme un rato. Tú
puedes traer agua y limpiar la cueva. Hay que moler la cebada.»

«¿Tengo que limpiar el interior de vuestra cueva, Venerable padre?»


preguntó el joven monje.
«No; lo haré yo mismo, cuando haya descansado; pero tráeme arena para mí,
y déjala en este sitio.» Diciendo esto, buscó sin prisas en un pequeño rincón
de las paredes de piedra. «Después de haber comido tsampa y sólo tsampa
por más de ochenta años — dijo con cierta animación —, siento ganas de
probar otros manjares, precisamente ahora que estoy a punto de no necesitar
nada.» Movió su anciana cabeza blanca y añadió: «Probablemente, el choque
de un alimento diferente me matará.» Después de esto, el anciano entró en su
habitación privada, que el joven monje desconocía.

El joven monje trajo una gruesa rama, desgajada en la entrada de la cueva, y


empezó a rascar el suelo. A fuerza de ir rascando, barrió todo lo que había en
el suelo y lo distribuyó de manera que no obstruyese la entrada. Cargado con
el ma-terial que trajo del lago en el regazo de su capa, extendió la arena por
el suelo y la fue apisonando. Con seis idas y venidas suplementarias trajo la
arena suficiente para el anciano anacoreta.

En el extremo interior de la cueva se veía una roca cuya parte superior era
lisa, con una depresión formada por el agua, muchos años atrás. Dentro de
esta depresión puso dos puñados de cebada . La piedra, pesada y redonda,
que se hallaba cerca era sin duda el instrumento adecuado al propósito.
Levantándola con algún esfuerzo, el joven monje se sorprendió pensando
que un anciano como era el ermitaño, ciego y debilitado por los ayunos,
pudiese manejarla. Pero la cebada — completamente tostada -- debía ser
molida. Pegando con la piedra con un ruido resonante, le imprimió una semi-
rotación y volvió a elevarla para un nuevo golpe. Monótona-

38
mente, continuó machacando la cebada, imprimiendo media vuelta a la
piedra, para moler los granos más finos, recogiendo la harina que se iba
formando y reponiendo el grano molido. ¡Turn! ¡Tum! ¡Tum! Por fin, con
los brazos y la espalda do-loridos, quedó satisfecho con el montón de lo
molido. Luego, después de haber frotado la roca y la piedra con arena, para
limpiar cualquier residuo de grano que hubiese resultado ad-herido, puso
cuidadosamente la harina en la vieja caja que estaba allí a este propósito y se
encaminó, cansado, a la entrada de la cueva.

La tarde, ya avanzada, aún resplandecía y se calentaba al sol. El joven monje


se recostó sobre una piedra y revolvió pere-zosamente su tsampa con la
punta de un dedo para mezclarla. En una rama, un pajarilla, encaramado en
ella, con la cabeza inclinada, observaba esas operaciones con elocuente
confianza. Por el lado de las aguas, un pez de buen tamaño saltó, con el
intento coronado por el éxito de zamparse un insecto que volaba muy bajo .
Muy cerca, un roedor se aplicaba a sus tareas, en la base de un árbol,
plenamente olvidado de la presencia del joven monje. Una nube oscureció el
calor de los rayos de sol, y al joven le entró un temblor súbito . Poniéndose
de pie de un salto, lavó su cuenco y lo frotó con arena. El pájaro se escapó
volando con un chillido de alarma y el roedor se escapó alrededor del tronco
del árbol y se puso en guardia con los ojos bien abiertos y brillantes .
Metiendo el cuenco en el seno de su túnica, el joven monje se apresuró a
volver hacia la cueva.

En la cueva se hallaba sentado el viejo eremita; mas no ergui-do, sino


apoyado contra una pared. «Me gustaría sentir el calor del fuego sobre mi
persona — dijo —, porque no he podido encenderlo para mí en todos los
sesenta o más años pasados. ¿Querrías encender una hoguera para mí, y así
los dos podríamos sentarnos a la boca de la cueva?»

«Con mucho gusto», respondió el joven monje. «¿Tenéis pe-dernal o


yesca?»
«No, no poseo más que mi cuenco, mi caja de cebada y mi par de
vestiduras. No tengo ni tan siquiera una sábana.» Así

39
es que el joven monje pu so su propia sábana harapienta al - rededor de los
hombros del anciano y salió fuera de aquella caverna.

No muy lejos, la caída de una roca había sembrado el suelo de pequeños


pedazos de la misma . Allí, el joven monje pudo hallar dos pedazos de
pedernal que se adaptaban muy bien a las palmas de sus manos. A modo de
experimento, golpeó un guijarro contra el otro con un movimiento de frote;
con eso obtuvo una pequeña corriente de chispitas al primer intento . P u so l
as do s pi e d r as e n el se n o d e su v e sti du r a y lu ego s e dirigió a un
árbol muerto , cuyo tronco sin duda había sido alcanzado por un rayo desde
hacía largo tiempo . En el hueco de su interior, buscó y halló un puñado de
pedazos secos de madera, de color de hueso, podridos y polvorientos . Con
cui - dado los fue poniendo entre sus vestiduras; después recogió ramas
secas y quebradizas que se hallaban dispersas alrededor del árbol . Cargado
hasta el límite de sus fuerzas se dirigió a la cueva y satisfecho descargó
todos esos objetos en la parte exterior de la entrada, en un sitio bien ab
rigado del viento dominante, de forma que después la cueva no pudiese
verse in v ad i d a p o r el h u mo .

En el suelo arenoso, con la rama que le servía de escoba, tra-zó una ligera
depresión y con el par de pedernales a su lado, construyó un montoncito de
troncos reducidos a pedazos y l o s c u b r i ó c o n m a d e r a p o d r i d a q
u e , a f u e rz a d e e n r o l l a r l a con sus dedos, quedó convertida en un
polvo como de harina. Entonces, con expresión aplicada, cogió los pedazos
de pe - dernal, uno en cada mano, y los hizo chocar el uno contra el otro,
procurando que la escasa corriente de chispas, pudiese caer sobre aquel
polvillo de madera. Repitió muchas veces la operación, hasta que consiguió
que apareciese una partícula de llama . Inclinándose entonces, hasta tocar
con el pecho al suelo, con todo cuidado, fue soplando aquella preciosa cen -
tella. Poco a poco, cada vez se fue haciendo más brillante. La pequeña
chispita creció más y más, hasta que el joven monje pudo apartar una mano
y colocar algunos brotes secos alrede - dor, junto con algo que hacía de
puente de la pequeñ a man -

40
cha de fuego. Fue soplando continuamente, y, finalmente, tuvo l a s a t i s f a
c c i ó n d e v e r u n a v e rd a d e ra l l a ma d e f u ego e x ten - diéndose a
lo largo de las ramas.
N i n g un a m a d re c u i d a t an to a su r e c i é n n a c i d o co m o a q u e l
joven se dedicaba con toda su atención a la llama nacien te . Ella,
gradualmente, crecía cada vez más brillante. Luego, final-mente, triunfando,
añadió troncos cada vez más gruesos a la h o g u e r a , q u e e m p e z ab a y
a a b r il l a r f r a n c a m e n t e . E l jov e n monje, entonces, entró en la
cueva y fue hasta donde se ha - llaba el viejo ermitaño. «Venerable padre —
dijo el joven monje
—, el fuego ya está a punto; ¿puedo acompañaros?» Luego, puso un palo
robusto en la mano del anacoreta, y, ayudándole
c o n t o d a l e n t i t u d a p o n e rs e e n p i e , l e a c o m p a ñ ó d e l i c a
d a - mente hasta la vera del fuego, del lado por donde no pasaba e l h u m
o . « M e v o y a b u s c a r m á s l e ñ a p a r a l a n o c h e » , d i j o el joven
monje . «Pero antes voy a poner los pedernales y la yesca dentro de la cueva,
para que se conserven secos . » Di - ciendo esas palabras, reajustó la sábana
sobre la espalda del anciano; le puso agua a su lado y depositó el pedernal y
la yesca al lado de la caja de la cebada.

Dejando la cueva, el joven monje cuidó de añadir más leña al fuego y se


aseguró de que el anciano no corría ningún pe - ligro de ser alcanzado por
las llamas; después, se marchó y se dirigió hacia donde se hallaba el
campamento donde estu - vieron hacía poco aquellos mercaderes . Podían
haber dejado algo de leña, pensó . Pero, no habían dejado leña alguna . Me -
jor aún, se habían olvidado de un recipiente de metal . Evi - dentemente, se
les había caído sin que ellos se diesen cuenta al cargar los yaks, o tal vez al
marcharse. Podía ser también que otro yak hubiese dado con una pata al
utensilio, y éste h u b i e s e i d o a r o d a r d e t r á s d e u n a p i e d r a . A h
o r a , p a r a e l joven monje, esto era un tesoro . Un grueso clavo se hallaba
al lado del recipiente, por algún motivo que se escapaba al monje; pero que
iba a prestar algún servicio, estaba seguro.

Buscando con toda la diligencia por aquellos parajes alrededor d e l bo sq ue


c i llo d e á rb ol e s , n o t a rd ó e n r eu ni r un a p il a d e madera muy
satisfactoria. Yendo y viniendo de la cueva, al-

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macenó en ella toda aquella leña dentro de la caverna . Nada dijo al viejo
ermitaño de aquellos hallazgos. Quería darle una agradable sorpresa y tener el
placer de contemplar la satisfac-ción del anciano al poder beber té caliente.
Ya tenían té, por-que el mercader les trajo alguno; pero carecían de medios
para calentar el agua, hasta entonces.

La última carga de leña, había sido ya depositada y, sin hacer n a d a , s e h u


b i e r a p e r d i d o a q u e l l a j o r n a d a . E l j o v e n mo n j e vagaba de
un lado a otro, buscando procurarse una rama de dimensiones convenientes .
En un soto a orillas del lago, vio d e p r o n t o u n m o n t ó n d e h a r a p o
s . Q u i é n l o s h a b í a l l e v a d o hasta allí, lo ignoraba . Mas, la extrañeza
dio paso al deseo . Avanzó para levantar del suelo aquellos harapos y, de
pronto, pegó un brinco, al escuchar que un llanto salía de aquel mon - t ó n d
e t r a p o s . I n c l in án d o s e , s e di o cu en t a d e qu e aqu e ll o s « h a r a
pos»eranuncuerpohumano;unhombreflacoloin-
creíble . Alrededor de su cuello, llevaba una tanga (*) . Una tabla de madera,
cuya longitud sería en total de cerca de más de metro y medio. Dicha tabla,
abierta por enmedio a lo largo, tenía como una charnela y, por el otro, un
candado cerrado . El centro del madero estaba formado de manera que se
ajustaba alrededor del cuello de la víctima . Aquel hombre era un esqueleto
viviente.

E l j o ve n mon je , a r ro d il l ándo s e , d e jó e n el s u e lo l as r a m a s del


bosquecillo que llevaba encima; luego, poniéndose en pie, corrió al agua y
llenó su cuenco . Con toda prisa, volvió hasta aquel hombre caído e introdujo
el agua por su boca ligeramente entreabierta . Aquel hombre se estremeció y
abrió los ojos. «Quise beber — musitó — , y me caí al agua . Gracias a esa
tabla floté, casi a punto de hundirme . Estuve días en el agua y, ahora mismo,
he podido remontar la orilla» . Y se calló, ex - hausto . El joven monje le trajo
más agua, y luego agua mez - clada con harina . «¿Puedes quitarme esto de
encima?», pre - guntó el hombre . «Pegando con dos piedras esta cerradura, la
podrás abrir.»

(*) Instrumento chino de suplicio. (N . del T . )


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El monje se puso en pie y fue a la orilla del lago, buscando las piedras
idóneas . Cuando estuvo de vuelta puso la mayor d e l a s d os p i ed r a s b a
jo u n o d e l o s e x t r emo s d e l a t ab l a , y
pegó fuerte con la otra piedra. «Intenta por el otro lado — dijo aquel hombre
— , y pega sobre el pitón que atraviesa de p a r t e a p a r t e . H ú n d e l o c o
n t o d a s t u s f u e r z a s . » C o n t o d o c u i d a d o , el m o n j e p u s o e n
s u d e b i d a p o s i c i ó n e l m a d er o y pegó con toda su alma . Apretando
luego, después un fuerte crujido, la cerradura cayó por su lado. Entonces pudo
abrir el instrumento de tortura y dejar libre el cuello de aquel hom bre que, en
su esfuerzo, se había ensangrentado.

«Irá a parar al fuego — dijo el joven monje —, sería una lás-tima que se
perdiese.»
Capítulo tercero

Durante un largo rato, el joven monje estuvo sentado en el suelo, acunando la


cabeza del enfermo e intentando alimen-tarlo con pequeñas cantidades de
tsampa. Finalmente, se de - tuvo y dijo entre sí: «Tendré que llevaron a la
cueva del er-mitaño» . Diciendo esto, levantó el cuerpo de aquel hombre y
procuró colocárselo sobre un hombro, con la cara hacia abajo y plegado como
una sábana arrollada. Con paso vacilante por la carga, dirigió sus pasos hasta
el bosquecillo, y de allí a la cueva. Por fin, después de lo que parecía un viaje
intermi - nable, llegó a la vera del fuego . Allí depositó delicadamente aquel
hombre sobre el suelo . «Venerable — dijo al ermitaño --

, encontré a este hombre en un soto cerca del lago . Llevaba una canga
alrededor del cuello y está muy grave . Le quité la canga y lo be traído aquí .
»
Con una rama, el joven monje reavivó el fuego de manera que se elevó un
enjambre de chispas y el aire se llenó de un agradable olor a madera
quemada. Deteniéndose sólo para aparejar más leña, se volvió de espaldas al
viejo eremita . «¿Una canga?», dijo éste. «Significa que se trata de un presi-
diario; pero, ¿qué hace un presidiario aquí? No importa lo que haya hecho; si
está enfermo, debemos hacer cuanto podamos por él . Tal vez puede hablar...
»

«Sí, Venerable», murmuró aquel hombre con una voz dé bil. «He ido
demasiado allá para poder ser auxiliado físicamente . Necesito un auxilio
espiritual, para morir en paz. ¿Puedo hablaros?»

«Con toda certeza», replicó el viejo ermitaño . «Habla, que te escuchamos.»

El enfermo humedeció sus labios con agua que le proporcionó el joven


monje, aclaró su garganta, y dijo: «Fui un afortunado platero de la ciudad de
Lhasa. Los negocios me marchaban muy bien; siempre, de los conventos, me
llegaban encargos . Entonces, ¡oh, bendición de las bendiciones!, llegaron
merca -

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deres de la India, cargados de mercancías baratas, por el estilo de los bazares
del país de aquéllos . Llamaban a todo aquello "producción en masas". Cosa
inferior, calidad falsificada. Géne-r o s q u e y o n o q u e r í a t o c a r d e n i
n g ú n m o d o . M i s n e g o c i o s fueron cayendo . Mi mujer no pudo
sufrir la adversidad y se marchó al lecho de otro hombre . Un comerciante
adinerado que la había pretendido antes de que ella se casase conmigo. Se
trataba de un comerciante al cual no le afectaba la compe-tencia de aquellos
indios. No tenía yo nadie que me ayudase y se preocupase por mí; ni
tampoco nadie por quien yo pudiese preocuparme.»

Se detuvo, el hombre, anonadado por aquellos sus amargos recuerdos.

El viejo ermitaño y el joven monje permanecían en silencio, esperando que


se recobrase. Por fin, aquel hombre continuó: «La competencia fue
creciendo; llegó un hombre, éste de la China, trayendo género aún más
barato, a lomos de unos yaks. Mi negocio tuvo que cerrarse . No me quedaba
nada, excepto mis pobres enseres, que nadie quería . Finalmente, llegó un
comerciante indio, que me ofreció un precio insultantemente bajo por mi
casa y todo cuanto había en ella . Yo me negué y e n t o n c e s é l e n t o n o
d e b u r l a m e d i j o q u e p r o n t o t e n d rí a todo lo mío de balde . Yo
entonces, hambriento y miserable como me sentía, perdí el dominio de mí
mismo y le eché de mi casa . Dio de cabeza y se rompió una sien contra una
pie - dra que por casualidad allí se encontraba».

Volvió a callarse aquel hombre, y los demás, a permanecer en s i l e n c i o h


a s t a q u e n o r e a n u d a s e s u h i s t o r i a . « L a g e n t e s e arremolinó
a mi alrededor», siguió diciendo . «Unos me res - p o n d í a n , o t r o s s e p
o n í a n e n m i f a v o r . N o t a r d é a s e r l l e - vado a presencia del
magistrado y se oyó la explicación del caso . Unos hablaban en mi favor;
otros, en contra . El magis - trado deliberó brevemente y, por fin, me
sentenció a llevar la canga por un año . Trajeron el aparato y lo pusieron alre
- dedor de mi cuello . Con él, no podía alimentarme, ni beber, antes bien
dependía exclusivamente de la buena voluntad de los demás . No podía
trabajar, sólo podía dedicarme a ir pi -

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diendo limosna . No me podía tender; me veía obligado a permanecer de pie
o sentado . »
El hombre empalideció y pareció que iba a sufrir un desvane - cimiento . El
joven monje, exclamó: «Venerable: encontré un caldero en el campamento de
los mercaderes del otro día . Lo voy a traer y podremos hacer té» .
Poniéndose en pie, corrió hasta donde había hallado el caldero, y cerca de
éste encontró un gancho que evidentemente le correspondía . Después de
haberlo llenado de agua, habiéndolo antes limpiado con arena, se dirigió de
nuevo a la cueva, llevando el caldero, el gancho, el clav o y la canga . Pronto
estuvo de regreso en la cueva y, con toda alegría, metió la canga al fuego .
Chispas y humo surgieron y en el centro de aquel instrumento de tortura una
robusta llama surgió de pronto .

El joven monje fue corriendo hacia el interior de la cueva y trajo los paquetes
que le había dado recientemente aquel marchante . Un ladrillo de té . Una
grande y sólida torta de manteca de yak, polvorienta, un punto enranciada;
pero to - davía identificable como mantequilla . Cosa curiosa, un sa - quito de
azúcar moreno En el exterior de la cueva, él deslizó cuidadosamente un palo
bien liso a través del asa y colocó la tetera en el centro del brillante fuego .
Entonces quitó suave - mente el palo y lo puso a un lado cuidadosamente .
Luego hizo a trozos el ladrillo de té, echando los más pequeños a la tetera,
cuya agua empezaba a estar bien caliente . Cortó luego una cuarta parte de la
mantequilla, ayudándose con una piedra de bordes afilados . Luego introdujo
esa mantequilla en la tetera que empezaba a hervir y pronto se formó en su
superficie una capa grasosa . Después añadió un pequeño pu - ñado de bórax
para dar buen gusto al té y, por fin, un gran puñado de azúcar moreno . Con
una pequeña ramita acabada de pelar, el joven monje agitó el conjunto
vigorosamente . Ahora, la superficie de la bebida estaba oscurecida por el va -
por . Con el palo, cogiendo el asa, levantó el caldero del fuego . El viejo
ermitaño había ido siguiendo todo el curso de la ebullición del té con el
mayor interés . Por medio de los ruidos, había seguido cada una de las fases
de la operación .

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Ahora, sin que se le advirtiese, levantaba su propio cuenco . E l j o v e n m o n
j e l o t o m ó y , a p a r t a n d o l a e s p u m a d e i m p u - rezas, ramitas y
broza, llenó el cuenco hasta la mitad y se lo devolvió con todo cuidado. El
presidiario murmuró que poseía un cuenco entre sus harapos . Presentándolo,
se le llenó del todo, ya que gozando de su vista no se le perdería ni una sola
gota . El joven monje llenó su propia taza y se sentó descan - sadamente a
beberla, con aquel suspiro de satisfacción que s a l e d e u n o c u a n d o h a t
r a b a j a d o i n t e n s a m e n t e p a r a l o g r a r a l g o . P o r u n ti e m p o
r e in ó u n si l en c io t o ta l , m i en t r a s ca d a cual de los presentes seguía
el curso de sus pensamientos . De tanto en tanto, el joven monje se levantaba
a llenar de nuevo las tazas de sus compañeros y su propia taza.

Se oscureció el atardecer . Un viento frío hizo que las hojas de los árboles
susurrasen a manera de cantos de protesta. Las aguas del lado se agitaron y
llenaron de arrugas y crepitaban y susurraban entre los guijarros de la orilla .
El joven monje acompañó solícitamente al viejo ermitaño hasta el interior,
ahora oscuro, de la cueva; luego, volvió adonde se encontra b a e l e n f e r m
o . E l jo v e n m o n j e lo t r as l ad ó a l i n t e r io r d e l a c a v e rn a y l ab
ró u n a d ep r es ión p a r a s u c ad er a , a l p a so qu e le sirviese de
cabecera . «He de hablarle — dijo el hombre — porque me queda muy poco
tiempo de vida . » El monje salió u n o s m o m e n t o s p a r a p r o t e g e r e
l f u e g o c o n u n m o n t ó n d e arena y preservarlo adormecido por la
noche. Por la mañana, las cenizas todavía se conservarían rojas y sería fácil
reavivar una llama vigorosa.

Estando allí los tres hombres — un o acercándose a la edad viril, otro de


media edad y el tercero, anciano — sentados o acostados el uno cerca del
otro, el prisionero volvió a hacer uso de la palabra. «Mis horas se están
acabando», dijo . «Siento que mis antepasados están a punto de acogerme y
darme la bienvenida . Durante un año entero, he sufrido y me he con - sumido
. He estado vagando entre Lhasa y Phari, yendo y vol-v i e n d o e n b u s c a
d e c o m i d a y a u x i l i o . A f a n á n d o m e . H e e n - contrado grandes
lamas que me han rechazado y otros que han s i d o b u e n o s c o n m i g o .
H e v i s t o p e rs o n a s h u m i l d e s q u e m e

47
ciaban de comer, y ellos se quedaban en ayunas. Por un año, he corrido de
un lado a otro, como el último de los vagabun - d o s . M e h e p e l e a d o c
o n l o s p e r r o s p a ra q u i t a r l e s s u s m e n - drugos y luego he visto
que no podía comérmelos.» Se detuvo e n to nc e s p a r a t o m a r u n t r
ago d e té f r ío , qu e te ní a al l ad o , ahora con la mantequilla congelada.

«¿Cómo pudiste llegar hasta nosotros?», preguntó el viejo eremita con su


voz cascada.
«Me abalancé sobre el agua, al otro lado del lago, para beber y por culpa de
la canga, con su balance, me caí en el agua . Un fuerte viento me llevó a
través de las aguas, de manera q u e v i un d í a y un a n o ch e , má s o t ro d
í a y ot ra n o ch e , y e l día siguiente . Algunos pájaros se posaban sobre mi
canga e intentaban picar mis ojos; pero yo gritaba y ellos se asustaban y
huían . Sin parar, fui desplazándome hasta que perdí con - ciencia y no me
enteré de cómo iba desplazándome . Por últi - mo, mis pies tocaron el suelo
del lago y me pude sustentar . Sobre mi cabeza daba vueltas un buitre, de
manera que me esforcé y me fui arrastrando hasta que llegué al soto donde
este joven padre me encontró . Me siento sobrefatigado, mis f u e r z a s m e
a b a n d o n a n y p r o n t o d e b o i r a l o s C a m p o s C e - lestiales.»

«Reposa durante la noche», dijo el anciano eremita . «Los Es - píritus de la


Noche están velando . Tenemos que hacer nues - tros viajes por el astral
antes de que se nos haga tarde.» Con la ayuda de su bastón, se puso en pie y
se fue, renqueando, hacia el interior de la cueva . El joven monje dio un
poco de tsampa al enfermo y luego se acostó pensando en los sucesos d e a q
ueldíahastaqueestuvodormido.Lalunaascendió
hasta su mayor altura y, majestuosamente, siguió su cu rso por la otra parte
del cielo . Los ruidos nocturnos cambiaban según avanzaban las horas .
Diferentes insectos zumbaban y v ib r a b a n , e n lo n t a n a n z a s e e s c u
c h a b a e l a s u s t a d o c h i l li d o de una ave nocturna . En la montaña se
oían crujidos de las rocas, según se contraían bajo el frío de la noche . No
lejos, como truenos espaciados, rodaban piedras y rocas por unas pendientes,
dejando sembrados unos trazos so bre el suelo .

48
Algún roedor nocturno llamaba angustiosamente a su pareja y cosas
desconocidas se arrastraban y murmuraban en las are - nas susurrantes .
Gradualmente, las estrellas palidecieron y los primeros rayos anunciadores
del día cruzaron el cielo . De súbito, como percutido por una corriente
eléctrica, el jo - ven monje se incorporó . Estaba despierto del todo, intentan
-do,envano,atravesarlaintensaoscuridaddelacuev
a . Aguantando su respiración, con toda atención, escuchaba a su alrededor .
No podía tratarse de ladrones — pensó — . Todo el mundo sabía que el viejo
eremita no poseía nada . ¿Estaba acaso, el viejo, enfermo?, se preguntó el
joven . Alzándose y yendo con todo cuidado hacia el interior de la cueva,
pregun-taba: «Venerable padre, ¿os encontráis bien?»

Elviejo,semovía:«Sí,¿acasosetratadenuestrohués
- ped?» El joven monje se aturulló . Había olvidado del todo la presencia del
preso . Volviendo apresuradamente hacia la boca de la cueva, percibió como
una borrosa mancha gris . Sí, el fuego, bien protegido, no era del todo
muerto. Cogiendo una rama el monje la hundió en la hoguera y sopló fuerte
- mente. Apareció una llama y él amontonó varias ramas sobre el fuego
naciente. De momento el palo estaba bien encendido por un cabo. Lo cogió
y volvió a meterse en la cueva.

La astilla ardiente proyectaba sombras fantásticas que dan - zaban locamente


sobre las paredes . Cuando el joven monje entró, una figura prisionera del
resplandor de aquella antorcha apareció desde el fondo de la cueva . Era el
viejo ermitaño . A los pies del joven monje, el forastero yacía acurrucado,
con las piernas encogidas sobre el pecho. La antorcha se reflejaba en su s
ojos muy abiertos y daba la impresión de que pesta - ñeaban . Tenía la boca
abierta y un hilillo de sangre seca le salía de la comisura de los labios y
formaba unos grumos a la altura de los oídos. De pronto se produjo un ronco
estertor y e l c u e r p o s e c o n t o r s i o n ó e s p a s m ó d i c a m e n t e y
f o r m ó u n arco tenso y se relajó seguidamente, con un suspiro final . El
cuerpo crujió y se percibió un rumor de fluidos . Los miem - bros, por fin, se
distendieron y las facciones se aflojaron.

El viejo ermitaño y el joven monje rezaron las Plegarias para

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la Paz de los Espíritus Que Se Van, y se esforzaron para dar instrucciones
telepáticas para ayudar el paso del alma del di-funto a los Campos
Celestiales. Los pájaros empezaron a cantar al naciente día; pero, en aquel
suelo, estaba la muerte.
«Tienes ahora que llevarte el cuerpo», dijo el viejo ermita - ño. «Tienes que
desmembrarlo y sacarle las entrañas para que los buitres puedan darle una
sepultura adecuada en los aires.» «No tengo cuchillo alguno», replicó el
joven monje.
«T e n g o u n cu ch i l l o » , l e con te s tó e l e r mi t añ o . « Lo g u a rd o
para que mí propia muerte sea conducida como es debido. Ahí l o t i e n e s
. H a z t u d e b e r , y l u e g o m e l o d e v u e l v e s . » De no muy buena
gana, el joven monje levantó el cadáver y se lo llevó fuera de la cueva .
Cerca del precipicio de las rocas había una piedra plana. Con muchos
esfuerzos levantó el cuerpo hasta depositarlo sobre la piedra y lo despojó
de los viejos y sucios harapos . En lo alto, sobre su cabeza se oía un
pesante aleteo; habían aparecido los primeros buitres, lla - m a d os p o r e l
o l o r d e l m u e r t o . C o n u n e s t r em e c i m i e n to , e l joven plantó
la punta del cuchillo en el delgado abdomen del difunto y lo volvió a
sacar . Por la herida abierta, los intesti - nos comenzaron a salir .
Rápidamente agarró aquellas flacas entrañas y las tiró hacia afuera. Sobre
la roca, esparció el co-razón, el hígado, los riñones y el estómago. A golpes
y tirones,

cortó del tronco ambos brazos y piernas. Luego, con el cuer p o d e s n u d o


c u b i e r t o d e s a n g r e , s e f u e c o r r i e n d o d e l a t r e - menda
escena y se precipitó en las aguas del lago. Dentro del agua, se rascó y
limpió con puñados de fina arena . Con todo cuidado, limpió el cuchillo del
viejo ermitaño y lo frotó bien frotado, con arena.

Temblaba del frío y de la impresión recibida . El viento, gla - cial, soplaba


sobre la piel desnuda del joven monje . El agua parecía caerle encima como si
los dedos de la muerte trazasen líneas sobre su cuerpo . Vivamente saltó fuera
del agua y se estremeció como un perro . Corriendo, logró comunicar algún
calor a su cuerpo . Al lado de la boca de la cueva, recogió y se vistió sus rop
as, apartando todo aquello que pudiera ha - b e r s e i m p u r i f i c a d o p o r
sucontactoconelcadáver.Mas,

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cuando iba ya a entrar en la cueva, se acordó de que su tarea estaba por
acabar. Lentamente, se dirigió de nuevo hacia la piedra donde hacía poco
había dejado al muerto . Algunos buitres reposaban, satisfechos, y
plácidamente se alisaban las plumas con el pico; otros, se afanaban llenos de
actividad entre las costillas del cadáver. Casi habían sacado todo el pellejo
de la cabeza, dejando la calavera monda y lironda.

El joven monje, con una piedra pesante, aplastó la calavera esquelética,


exponiendo los sesos aquellos a los buitres ham-brientos . Entonces,
llevándose los andrajos y el cuenco del difunto, corrió hacia la hoguera y
lanzó aquellas reliquias al centro de la misma. A un lado, aún enrojecido, se
hallaba el resto metálico de la canga; el último rastro de un varón que había
sido un rico artesano, con su esposa, sus casas y su talento profesional .
Meditando sobre el caso, el joven monje enderezó sus pasos hacia la caverna
.

El anciano ermitaño estaba sentado sumido en la meditación; pero se puso


en pie cuando el joven se le acercaba . «El hom - bre es temporal y frágil»,
dijo . «La vida sobre la Tierra no es sino ilusión y la Mayor Realidad se
encuentra más allá de la presente . Desayunemos, pues, y entonces
continuaré trans-mitiéndote todo cuanto yo sé . Porque, hasta entonces, no
pue-do abandonar mi cuerpo, y luego, cuando lo haya dejado, tienes que
hacer por mí exactamente lo que has hecho por nuestro amigo el prisionero .
Pero ahora, comamos, para man - tener nuestras fuerzas en la mejor forma
posible . Trae, pues, agua y caliéntala. Ahora, tan cerca de mi fin, puedo
conceder a mi cuerpo esta pequeña satisfacción .»

El joven monje cogió el bote y salió de la cueva, camino del lago, evitando
con aprensión el sitio donde se había lavado la sangre del difunto . Limpió
con todo cuidado el recipiente, por fuera y por dentro . Hizo lo propio con
las dos escudillas del ermitaño y la suya propia. Habiendo llenado el
recipiente con agua, lo llevó con la mano izquierda y empuñó una gruesa
rama con la otra. Un buitre solitario llegó precipitándose para ver lo que
pasaba por allí . Aterrizando pesadamente, dio unos pocos pasos y luego se
volvió a remontar con un graznido

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rencoroso al verse burlado. Más adelante, hacia la izquierda, otro buitre,
repleto de comida, intentaba en vano remontar el vuelo . Corría, saltaba,
azotaba el aire con sus plumas; pero había comido con exceso . Finalmente
lo dejó correr y escon - dió, como avergonzado, su cabeza bajo una ala,
aguardando que la Naturaleza redujese su peso. El joven monje sonrió
ligeramente, pensando que hasta los buitres podían practicar excesos de
comida, y se preguntó qué cosa debía ser el verse en condiciones de darse un
atracón. Nunca había comido con exceso. Igual que la mayor parte de
monjes, siempre se sentía más o menos hambriento .

Pero había que hacer el té; el tiempo no se detiene nunca. Poniendo el bote
de agua a calentar sobre el fuego, entró a la cueva, por el té, la mantequilla,
el bórax y el azúcar. El viejo ermitaño se sentó esperando .

Pero uno no puede estar sentado por mucho tiempo bebiendo té cuando los
fuegos de la vida ya no son altos y cuando la vitalidad de una persona de
edad decae lentamente. De pronto, el viejo ermitaño se volvió a incorporar
mientras el joven monje estaba atendiendo al fuego, el «Viejo» y precioso
fuego, después de más de sesenta años de privación del mismo, años de frío,
de negación de sí mismo, de hambre y de pobreza integral, que sólo podía
remediar la muerte. Años, también de una completa futilidad en la existencia
como ere-mita, sólo remedios por la convicción de que todo aquello era, al
fin y al cabo, una tarea . El joven monje regresó a la caverna, oliendo aún a
humo de madera fresca . Rápidamente se sentó ante su maestro .

«En aquellos parajes remotos, hace mucho tiempo, me encon - traba sobre
aquella extraña plataforma metálica. El que me tenía prisionero, me
explicaba claramente que yo me encontraba allí no por mi gusto, sino por la
conveniencia suya y de los suyos, para convertirme en un Depósito de
Conocimientos», dijo el anciano . «Yo les dije: "¿Cómo es posible que yo
me tome un interés intelectual si no soy más que un prisionero, un
colaborador sin ninguna voluntad por mi parte, cautivo y sin la más vaga
idea de qué se trata? ¿Cómo puedo tomarme

52
el mínimo interés cuando se me tiene aquí por nada? Se me ha aprisionado
con menos cumplidos que los que se usan con u n c ad áv e r , d es t in ad o
a s e r p a st o d e l os bu i t r es . N os ot ro s mostramos respeto a los
muertos y a los vivos . Vosotros me tratáis igual que unos excrementos que
se tienen que tirar a un campo con las menores ceremonias posibles . Y,
encima, pretendéis ser civilizados, valga lo que valga la afirmación".

»El hombre pareció visiblemente extrañado y no poco impre - sionado ante


mi estallido . Escuché como se paseaba por la estancia . Adelante y con un
sonido arrastrado de los pies, al dar la vuelta . Hacia adelante y hacia atrás,
continuamente . De pronto, se detuvo cerca de mí y dijo: "Consultaré el
caso con mi superior" . Rápidamente, se alejó y tuve la sensación de que
había cogido un objeto duro . Escuché varios ruidos como rasgados y
finalmente, un "clic" metálico y un sonido d e s t a c a d o b r o t a r o n d e
a l l í . E l h o m b r e q u e s e h a l l a b a c o n - migo habló finalmente,
profiriendo los mismos sones que el anterior. Claramente, se entabló una
discusión que duró unos p o c o s m i n u t o s . " C l i n g , c l a n g " , b r o
t ó d e l a m á q u i n a , y e l hombre volvió para mi lado.

»"Antes que todo, os tengo que mostrar esta habitación donde estamos", me
dijo. "Voy a contaros cosas nuestras; quién so-mos, qué hacemos e intentaré
obtener vuestra colaboración me-diante el entendimiento. Antes que todo,
ahí está la vista."
» P e r c ib í l a luz y p ud e v e r . Un a v i si ón m uy s ing ul a r ; v eí a a
uno de mis lados hacia arriba, la parte inferior de una me - jilla humana y la
mirada, por encima, de los agujeros de la nariz . La visión de los cabellos y
de los agujeros de la nariz me divirtieron no sé por qué y me eché a reír en
el acto . El hombre se inclinó y uno de sus ojos me tapó todo el campo
visual. "¡Oh! — exclamó —, alguien ha desviado la cámara". Entonces, el
mundo me pareció que giraba a mi alrededor, y experimenté náuseas y
vértigo . "¡Perdón! — exclamó aquel hombre —, debía haber cerrado la
corriente antes de hacer rodar la cámara. Disimulad mi falta; os sentiréis mejor
de un momento a otro. ¡Siempre pasan cosas!"

»Ahora, podía verme a mí mi smo . Era una sensación horri -

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ble, la de ver mi cuerpo tendido, tan pálido y desmejorado y con tantos tubos
y cordones que me salían por todas partes . Fue un golpe para mí el
contemplar mis párpados apretada - mente cerrados . Me hallaba tendido
sobre una delgada plan - cha de metal — según me pareció — que se
aguantaba sobre un solo pie . En ese pilar se veían unos pedales, mientras a
mi lado había un soporte con unas botellas de vidrio llenas de líquidos de
diversos colores . El soporte estaba en cierto modo conectado con mi cuerpo .
El hombre aquél me explicó: " E s t á i s en u na me s a o pe r a to ri a . C on e
so s p e d al e s — y lo s tocó — os podemos colocar en cualquier posición
deseada» . Apretó uno con el pie y la mesa osciló a su alrededor. Apretó otro,
y la mesa se ladeó hasta el punto de que temí caerme al suelo . Apretando un
tercero, la mesa se alzó, tanto que podía ver la parte inferior . Una posición
más que incómoda, que me ocasionó extrañas sensaciones en el estómago.

»Las paredes, evidentemente, eran de un metal del color verde más agradable
a la vista . Nunca había visto antes un mat e r i a l t a n f i n o , t a n l i s o y s
i n u n a s o l a f a l t a ; y e n n i n g u n a parte se notaban junturas ni
soldaduras, ni signo alguno visible de dónde empezaban y dónde acababan
las paredes, el t e c h o y e l p a v i m e n t o . E n u n m o m e n t o d et e r mi
n ado , s e d e s lizó una
sección de la pared, con un ruido metálico, que yo ya conocía . Una cabeza
rara asomó por la puerta, miró alrededor y volvió a deslizarse. La pared se
cerró de nuevo.
» E n l a p a re d d e e n f r e n t e a d o n d e y o e s t a b a s e v e í a u n a s u
- cesión de pequeñas ventanas, algunas de ellas no mayores que la palma de
una mano grande . Detrás de ellas, había una serie de indicaciones que
señalaban a unas cifras rojas las unas, y otras negras . Un resplandor de un
azul casi, por decirlo así, m í s t i c o , e m a n a b a d e d i c h o s i n d i c a d
o r e s ; r a r a s m a n c h a s luminosas danzaban y oscilaban de extraña
forma, mientras que, en otra ventana, una línea de color rojo oscuro ondulaba
para arriba y para abajo , en extrañas formas rítmicas, muy parecidas a la
danza de una serpiente . Yo pensaba . El hom - bre — le llamaré mi
Capturador — sonreía, viendo mi inte - rés. "Todos esos instrumentos, os
indican a Vos — me dijo —,

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y aquí se registran nueve ondas de vuestro cerebro . Nueve líneas separadas
de ondas que arrancan de la electricidad de vuestro cerebro que predomina en
ellas. Son una demostración de que poseéis una mentalidad superior. Vuestra
memoria es, ciertamente, muy notable y adecuada para aquella labor que de
vos esperamos."

»Girando muy suavemente la cámara de la visión, en el cam po visual de ésta


apareció una extraña estructura de cristal que hasta entonces había estado
fuera de mi campo visual . "Eso
— me explicó — está alimentando continuamente vuest r a s v e n a s y d r e
n a n d o p a r a a f u e r a l o q u e s e d e s t r u y e d e vuestra sangre. Esos
otros drenan otros productos de vuestro cuerpo. Ahora estamos en la fase de
comprobar el estado general de vuestra salud, si os encontráis en las debidas
condiciones para resistir el inevitable choque de todo cuanto vamos a
ensefiaros. Impresión que no puede evitarse, ya que no importa que os
consideréis a vos mismo como un sacerdote instruido; pero, comparado con
nosotros, no valéis más que el más bajo e ignorante salvaje; y todo lo que
entre nosotros se considera olvidado de puro sabido, para vos son milagros
casi increíbles, y el primer contacto con nuestra ciencia os tendrá que causar
un serio choque físico . Pero hay que arriesgarse, aunque nosotros hacemos
un esfuerzo para reducir todo riesgo al grado mínimo."

» S e ri ó , y con t in u ó d i c i en d o : " En l a s c e re m o n ia s d e v u e s -
tros templos dais mucha importancia a los sonidos del cuer po humano —
¡claro!, ¡lo sabemos todo de vuestras ceremonias rituales! — . Pero ¿conocéis
r e a l m e n t e esos sonidos? Es - cuchad" . Volviéndose, se dirigió hacia
la pared y oprimió un pequeño pulsador blanco . Inmediatamente, de u na
serie de pequeños agujeros salieron sonidos que reconocí como soni - dos del
cuerpo . Sonriendo, dio la vuelta a otro timbre y los sonidos crecieron y
llenaron la habitación por completo. ¡Trap, trap!, creció el latido del corazón
hasta hacer vibrar por sim-patía un objeto de cristal que estaba detrás mío.
Otra presión sobre el pulsador, y desapareció el ruido del corazón y creció el
ruido de los fluidos del cuerpo; pero tan intensos como una

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corriente de agua de la montaña, manando sobre un lecho pe - dregoso en su
ansia de llevar su curso a las lejanas riberas del mar. Luego, se escuchó la
respiración de los gases, igual que un vendaval a través de las hojas y los
troncos de árboles ro - bustos . Sonidos de choques de agua contra las orillas
de un lago profundo . "Vuestro cuerpo humano — dijo el hombre —
contiene mil ruidos . Lo conocemos todo referente a vuestro cuerpo
humano ."

»"Pero, Inhonorable Captor", le dije. "Eso no es ningún pro - digio.


Nosotros, pobres salvajes, en el Tíbet podemos hacer eso tan bien como
aquí. No a tan grande escala, lo confieso; pero podemos hacerlo . Podemos
también separar el espíritu del cuerpo y hacer que regrese ."

»"¿Podéis, de veras?", me miró con una expresión íntrígada en el rostro, y


continuó diciendo: "¿No os asustáis fácilmen - te?, ¿no es así? ¿Nos
consideráis unos enemigos, unos apri - sionadores?, ¿no es verdad?" .

»"¡Señor! — le repliqué —, hasta ahora no me habéis mostra-do ninguna


prueba de amistad, ni me habéis demostrado de ninguna forma por qué razón
debo creeros o colaborar con vosotros. Me tenéis aquí paralizado y cautivo,
como hacen al - gunas avispas con sus víctimas . Hay algunos de entre voso
- tros que me parecéis ser unos diablos . Nosotros tenemos re-tratos de tales
seres y los tenemos considerados como visiones de horror procedentes de un
mundo infernal . Pero, aquí, son compañeros vuestros. "

»"Las apariencias engañan", me respondió . "Muchos de ellos son criaturas


de lo más amable, con unas caras de santos va-rones, se entregan a todas las
bajas acciones que se les ocu-rren a sus mentes perversas . Pero vos, vos,
como la gente salvaje, os dejáis guiar por las apariencias de las personas" .
»"Señor — ésta fue mi respuesta —: Tengo que decidir sobre de qué lado
caen vuestras intenciones, bueno o malo . Si es del lado del bien, entonces y
sólo entonces me decidiré a cooperar con vosotros. Si es de otra manera, me
cueste lo que me cueste, no pienso cooperar con vuestros intentos".

»"Pero esto es cierto — fue su respuesta más bien contraria-


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da — , "confesaréis que nosotros os hemos salvado la vida cuando estabais
enfermo y muerto de hambre".
»Puse mi cara más severa al contestarle: "¿Habéis salvado mi vida, mas
¿con qué fin? Yo estaba en camino de llegar a los Campos Celestiales, y me
habéis arrastrado hacia atrás. Nada me podía ser más perjudicial . ¿Qué
vida es la de un ciego? ¿Cómo puede estudiar? ¿Cómo procurarse el
sustento? ¡No! N o h ab í a n in g u n a a m ab i li d ad e n e l g e st o d e p
ro lo n g a r m i existencia. Siempre nos hallaremos con que yo no estoy
aquí por mi propio gusto, sino para ser útil a vuestros proyectos. ¿Dónde
está la amabilidad de este gesto? Me habéis desnu - d a d o a q u í , y h e s e
r v i d o d e d i v e r s i ó n a v u e s t r a s m u j e r e s . ¿Dónde está la
bondad de todos estos gestos?"

»Aquel hombre estaba ante mí, con las manos en sus caderas "Sí" — me
dijo por último — , desde vuestro punto de vista, no hemos sido amables
para con vos, ¿no es así? Pero tal vez podré convenceros y entonces vos
podréis sernos útil" . Se volvió de espaldas y se dirigió hacia la pared .
Entonces vi lo q u e h a c í a . M i ró u n o s m o m en t o s u n c u a d r a d
o ll e n o d e p u n - titos y, entonces, apretó una pequeña señal negra . Una
luz brilló en aquel cuadrado lleno de agujeros y fue creciendo hasta
convertirse en una nube luminosa . Allí, vi con estupe - facción que se
habían formado una cara y una cabeza de vivos colores . El que me tenía
prisionero habló en aquel lenguaje extraño y remoto y luego paró de
hablar . Yo, petrificado de sorpresa, vi que la cabeza giraba en mi dirección
y sus espesas cejas se levantaban . Entonces una pálida sonrisa apareció en
las comisuras de sus labios . La cabeza lanzó una frase con - t u n d en te q
u e n o co m p r e n d í , y l a c a b e z a s e d e s v a n e c ió , a l oscurecerse
el cuadrado luminoso . Mi carcelero se volvió de nuevo de cara a mí, con la
cara llena de satisfacción . "Muy bien, amigo mío — dijo — , habéis
probado que tenéis un ca - rácter sólido; que sóis un hombre entero, con
quien hay que tratar. Ahora estamos autorizados para enseñaron lo que nin -
gún otro hombre de la Tierra jamás ha visto."

»Se dirigió de nuevo a la pared y oprimió de nuevo el pulsa - dor negro. La


niebla formó esta vez la cabeza de una mujer
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joven . Mi capturador habló con ella, evidentemente dándole órdenes. Ella,
asintió con la cabeza, miró curiosamente en mi dirección, y sus rostro se
desvaneció de nuevo.
» "Ah o r a , t e n e m o s q u e a g u a r d a r u n o s m o m e n t o s ", d i j
o m i g u a rd iá n . " He t r a í do u n p equ e ño ap a r a to c o n migo y voy
a mostraron diversos lugares del mundo . Decidme algún sitio que
quisieseis ver."
»"No tengo conocimiento del mundo", le repliqué . "No he viajado nunca".

»"Pero sin duda habréis oído hablar de alguna ciudad", me replicó.

»"Claro,sí",fuemirespuesta:"HeoídohablardeKa
- limpong".
»"¿Kalimpong? Una pequeña población a la frontera de la India . ¿No se os
puede ocurrir nada mejor? ¿Qué os parecía Berlín, Londres, París o El
Cairo? ¿Sin duda os interesarían más que Kalimpon g?"

»"Pero, señor mío — le repliqué —, no tengo el menor interés en los


lugares que me indicáis. Sus nombres sólo me recuerdan que he oído de
boca de los viajeros muchas explicaciones so-bre esos sitios; pero no me
interesan . Ni sé tampoco si las imágenes de dichos lugares pueden ser
ciertas o no. Hay una contradicción entre lo que me decíais que podéis
hacer. Mos-t r a d m e p u e s L h a s a , o b i e n P h a r í , l a P u e r t a d e l
O e s t e , l a Catedral, el Potala . Conozco todas estas cosas y me será po -
sible decir si vuestros aparatos funcionan de verdad o sí se trata sólo de
habilidosos trucos para engañarme . "

»Me miró con una expresión peculiar en el rostro; pareció sentirse lleno de
asombro . Entonces hizo un gesto enérgico y exclamó: "¿Tengo qu é
enseñar mis conocimientos a un sal - vaje iletrado? Algo hay, sin embargo,
en su astucia nativa, al fin y al cabo. Naturalmente, algo tendrá que
hacerse; de lo contrario, no podrá ser impresionado. ¡Bien!, ¡Bien!"

»La pared móvil se deslizó bruscamente, y cuatro personas apa-recieron


guiando una gran caja que parecía flotar en el aire . La caja debía de ser de
un considerable peso, porque si bien parecía flotar ligeramente, precisaba
un gran esfuerzo para

58
ponerlaenmovimientoocambiarsudirecciónopararl
a . G r a d u a l m e n t e , l a c á m a r a q u e d ó e n c a j ad a e n l a h ab i t a
c ió n donde yo estaba. Por un lapso de tiempo, temí que ocupasen mi tabla,
en sus movimientos p ara acercar a mí el aparato . Uno de los hombres chocó
con el ojo de la cámara y las vueltas que ésta dio me pusieron como enfermo
e inquieto . Pero, al fin, después de mucho discutir, la caja fue colocada
contra
u n a p a r ed , b ie n a l in e ad a co n m i c a mp o d e vi s ión . T res d e
aquellos hombres se retiraron y el panel de la pared se cerró tras ellos.

» E l cu a rt o hom b re y mi car c e l e r o en t ab la r o n u n a an ima d a


discusión con mucho manoteo . Al fin, mi carcelero se volvió a mí: "Dice —
me explicó — , que no puede comunicar con Lhasa, está demasiado cerca y
que habría que ir más lejos para poder enfocarla".

»No dije nada, como si no me hubiese enterado, y después d e u n o s b r e v e


s i n s t a n t e s , m i v i g i l a n t e v o l v i ó a d e c i r m e : "¿Deseáis ver
Berlín? ¿Bombay? ¿Calcuta?"
»Mi réplica fue: "No, no quiero; es demasiado lejos de mí!" »Él se volvió a su
compañero y se siguió una discusión más bien agria . El otro hombre parecía
estar a punto de ponerse a llorar; manoteaba y, con aire desolado, cayó sobre
sus ro - dillas, frente a la cámara . La parte frontal de ésta resbaló y pareció
tratarse de una ventana muy ancha, y nada más . En - tonces, el hombre sacó
algunos trozos de metal de su bolsillo y se arrastró hacia la parte posterior de
la extraña caja. Luces raras b rillaron en aquella ventana, se formaban
torbellinos de color sin significación alguna. El cuadro ondulaba, flotaba y t e
m b l a b a . H u b o u n i n s t a n t e q u e l a s f o r m a s p a r e c í a n l o que
podía ser el Potala; pero también, solamente humo.

»Aquel hombre salió arrastrándose de detrás de aquella cá - mara, murmuró


algunas palabras y salió de prisa de la habi - tación . Mi vigilante, que parecía
sentirse muy molesto, me dijo: "Estamos demasiado cerca de Lhasa y por eso
no la po - demos enfocar . Es igual que inte ntar ver por un telescopio cuando
se está demasiado cerca del foco. El foco es suficiente a partir de cierta
distancia; pero cuando la distancia es insu-

59
fic ie n t e , e l te l e s c o p i o n o p u ed e e n fo c a r a l o b j e t o . N o s e n co
n t r a m o s c o n l a mi s m a d i f i c ul t a d . ¿ E s t á b i en c l a r o p a r a v
os ? " » "S eño r — l e r e p l i qu é — , me h a b l áis d e c os a s qu e n o p u e d
o c o m p r en d e r . ¿ De q u é t e l e s c o p io s e t r a t a ? J a m á s h e v i st o u
no . D e c í s qu e L h as a e s t á d e m a s i ad o c e r c a; yo s os t en go q u e , d
e a qu í al l á , h a y un l a r go c a m i no qu e a nd a r . ¿ C ó mo p u ed e , p u e s
, es t a r d em a s i a d o c e r c a? "
» U na e xp r e s ión d e a n gu st i a b r i l ló en l os oj o s d e a qu e l pe r - s o n a j e; s e t i r ó d
e l p e l o y p o r u n mo m e n to c r e í q u e
e m p e z a r í a a b r i n c a r s o b r e e l s u e lo . L u ego , c a l m a d o d e spu é s
d e un esf u e r z o m e d ij o: « Cu an do te n í ai s o jo s , ¿ no
a c e rc a s te i s j a má s n in g ú n o b j e to dema s i ad o cerca, qu e n o
p od í a i s v e r c la r a m e n t e c o n v u es t r a v i s t a ? ¿ T a n c e r c a q u
e n o o s e r a p o s i b l e e l e n f o c a rl o ? D e e s t o s e t ra t a ¡ N o p o d e
mo s e n f o c a r a t an c o r t a d is t a n c ia ! " »
Capítulo cuarto

« M i r é h a c i a él , o a l o me n o s tu v e e s a s en s a c ió n , p o r q u e e s
m u y d i f í c il q u e u n h o mb r e p u e d a e n t en d e r l o q u e s ig n if i c
a t e n e r l a ca b ez a e n u n si t io y l a mi r a d a s i tu a d a a u n o s p a l m
o s d e d i s t a n c i a . D e t o d o s mod o s , y o m i r a b a h a ci a é l , p e n
s an d o : ¿ Q u é p ro d ig io s e r á é s t e ? Es t e p e r so n aj e m e c u e n t a
q u e p ue d e en s e ñ a rme c iu d ad es q ue e s t án a l a o tra p a r t e d e l m
u n d o y , en c a m b io , n o p u ed e mo s t ra r me mi t i e rra . Mi ré at ón
ito en s u d ir e c c i ó n . As í e s q u e l e d ij e : " S e ñ o r , ¿ q u e ré i s p o
n e r a lg o e n f r e n t e d e es a má q u in a ó p t i c a d e ma n e r a q u e , p
o r mí m is m o , p u ed a ju z g a r e s o d e l o s f o c o s ? " .

» Él a s in ti ó con l a c ab e z a a l m o m e n to , y mi r ó a su a l r ed ed o r
u n i ns t an t e , co m o m e di t an do qu é h a c e r . En to n ce s co gió d el
f o ndo de m i m e s a u n a p an t all a t r an sp a r en te e n la q u e h ab í a
e x t r año s s ig no s , co mo nu n ca yo h ab í a v is to . E r a ob vi o q u e
s e t r a t ab a d e e s c r i t u r a ; p e r o é l d i o la v u el t a a lo qu e p a r e c í a n u n as h o j as y
e n t o n c e s a p a r e ci ó a lg o q u e l e s a t is fi zo , p o rq u e l e p ro vo c ó u n a so n r i s a d e
p l ace r .
C o n s e rv ó e s t o d e t r ás d e s u e s p a l d a m i e n t ra s s e a p ro x i ma b a
a m i má q u in a d e vi si ón .
» "¡ B i en , a m i go mío ! — ex c l a mó — , v am o s a v e r a lg una
c o s a q u e o s p u ed e con ve n c e r " . D e s l iz ó e n to n c e s a l g o
e n f r en t e a mi má q u in a v isu a l , muy c e rca m í o y , an te m i
e n t r a ñ e z a , s ó l o p o d í a d i v i sa r b o r ro ne s , n a da e s ta b a cl a r
o . H a b í a u n a d i fe r e n c ia : p a rt e d e l o s b o r r o n e s e r a d e c o l
o r b l an co , p a rt e d e co lo r n eg ro ; p e ro , p a r a m í , a mbo s c olo r e
scarecíandesignificado.
» E l ho mb r e so n ri ó , an te mi e x p r e s i ó n , y o n o p o d í a v er l e ; p
e r o l e " o í a " ; c u an d o s e es c i e g o s e tie n e n lo s s e n ti d o s d i f e
r e n t e s . P o d í a e s c u ch a r l o s c ru j i d o s d e s u s m ú s c u l o s ; y ,
c ó m o s e h a b í a s o n r e íd o m u c h a s v e c es a n t es , co n o c í q ue d
i c h o s c ru j i d o s s i g n i f i c a b an q u e s e s on r e í a a h o ra .
» "¡ A h ! — e x c l a mó — , e mp e c e m o s p o r e s t a c a s a , ¿ n o ? A h
o r a , m i r e mo s con t o d o cu id a d o . D e c i d m e , s i p o d é i s v e r q
u é e s es o . " M u y d e sp a ci o , t i r ó d e l a p a n t a l l a h a c i a a t rá s ,
yvique

61
aparecíaunretratodemipersona.Nopuedodecirelmodo
cómodichafotografíafueobtenida;perociertamentem
erepresentabaacostadosobreaquellamesa,mirandoha
cialoshombresquetransportabandentrodelahabitació
nlacámaranegra.Mímandíbulaseveíaabiertadepasmo
alveraquelobjetodesconocido.Podíaparecerunverdad
e ro p a l u r d o y , e n v e r d a d , m e l o s e n t í y m i s m e j i l l a s s e e n c e
n d i er o n d er u b o r .Al líe st ab a, ar r e g lad o c o n to d o s aq u ell
o s a d mi n í c u l o s s o b r e m i p e r s o n a , o b s e r v a n d o l o s c u a t r o
p e r s o n a j e s m a n i p u l a n d o a q u e l l a c a j a , y mi g e s t o d e s o r p r
esavolvíaentoncesamipropiapersona.
»"¡Muybien—dijomicapturador—,ciertamente,he
mosencontradoelpunto.Paradevolverloalmismosit
io,prosigamosadelante".Contodalentitud,enfocól
a i ma g e n y l a f u e a c e r c a n d o p r o g r e s i v a m e n t e a l a l e n t e
delacaja.Lentamente,laimagensefueenturbiando,h
a s t a q u e s ó l o p o d í a d i v i s a r u n o s t r a z o s b o r ro s o s y n a d a
m á s . De s p e j ó s e d e n u e v o e s a i m a g e n b o r r o s a y e n t o n c e
s p u d e v e r d e n u e v o e l r e s t o d e l a h a b i t a c ió n . É l e s t a b a c
ercademíydijo:"Nopodéisleeresto;peromirad.Setr
atadeletrasimpresas.¿Laspodéisverclaramente?"
» " P u e d o v e r l a s , e n e f e c t o , s e ñ o r ", l e r e s p o n d í . " I n c l u
somuyclaramente."
» E n t o n c e s a c e r c ó má s a q u e l i m p re s o a l o j o d e l a c á m a r a
y o t r a v e z s e e n t u r b i ó l a i ma g e n . " A h o r a — m e d i j o — , o s
daréiscuentadenuestroproblema.Tenemosunamáqu
i n a o d i s p o s i t i v o — c o mo q u e r á i s l l a m a r l o — q u e e s u n a
contrapartidamuchomayordeesacámaraqueestamos
empleando.Pero,elprincipioenquesefundaestácom
p l e t a m e n t e f u e r a d e v u e s t ro a l c a n c e . E l a p a r a t o e s t a l ,
q u e p o d e m o s v e r l o t o d o a l r e d e d o r d e l mu n d o , e x c e p t o l
oqueestásituadosóloaunossetentaycincokilómetro
s d e d i s t a n c i a . E s t a d i s t a n c i a e s t a n p r ó x i m a c o mo p a r a
vosloqueestáamuypocoscentímetros,quenosepued
e div isa r.Ah orao smostraré Kalimpon g".»Dic ien doe
staspalabras,sevolvióhacialapared,ymanipulóalgu
nosnudosqueseveíansobreella.
»Laslucesdelahabitaciónmenguaron,aunquesin
apagarse

62
del todo; parecía la luz que hay cuando se pone el sol tras l o s H i m a l a y a
s.Unafríaoscuridad,dondelalunaaúnnohabíasalid
o n i e l s o l n o h ab í a a p a g a d o t o d a v í a t o d o s s u s rayos. El
hombre se volvió hacia la parte posterior de la gran cámara negra y sus
manos manejaron algo que no pude ver . Inmed iatamente, brillaron unas
luces en la p antalla . Lenta - mente, se fue construyendo una escena . Los
picachos de los Himalayas, y, por un sendero, una caravana de mercaderes .
Cruzaban un pequeño puente de madera; debajo se precipitaba un torrente
impetuoso, amenazando arrastrarlos si resbalaban. Los mercaderes
alcanzaron la otra orilla y siguieron un sen - dero que transcurría entre
pastos abruptos.

»Durante unos minutos, los estuvimos mirando; la perspectiva era la misma


de un pájaro, o la de un dios celestial sostenien - do el objetivo de la
máquina y flotando suavemente a lo largo de aquel territorio desnudo .
Aquel hombre, movió de nuevo sus manos y reinó algo de confusión; algo
apareció a la vista y desapareció en seguida . Entonces, movió las manos en
una dirección opuesta y la imagen se detuvo; pero no era una fo - tografía,
era una cosa real . Parecía visto por un agujero del firmamento.

»Debajo, vi las casas de Kalimpong . Vi las calles, atestadas de


comerciantes; vi conventos, con lamas vestidos de amari - l l o y m o n j e s ,
c o n h á b i t o s d e c o l o r r o j o , d e a m b u l a n d o p o r aquellos
parajes . Todo me pareció muy extraño . Tenía difi - cultad de localizar los
sitios porque había estado en Kalim - pong sólo una vez, cuando era un
muchacho de escasos años, y había visto Kalimpong desde el suelo; desde el
punto de v i s t a d e u n m u c h a c h o p u e s t o d e p i e . A h o r a , l o v e
í a — s u - pongo -- como deben verlo, desde el aire, los pájaros.

»Mi carcelero me observaba atentamente. Movió algo y la ima-gen o paisaje,


o como quiera llamarse esta maravilla, se des - dibujó con la velocidad y se
transportó de nuevo. "Aquí — dijo aquel hombre —, tenemos al Ganges que,
como ya sabéis, es el Río Sagrado de la India."

»Yo sabía una serie de cosas sobre el Ganges . A veces, mer - caderes de la
India traían revistas ilustradas con fotografías.
63
Nopodíamosleerunasolapalabra,enesasrevistas;pero
,lasfotografías,lasentendíamosmuybien.Ahora,dela
n t e m í o , e s t a b a e l v e r d a d e ro G a n g e s , i n c o n f u n d i b l e . P o d
íaescucharalosindioscantando,yluegosupeelmotivo.
T e n í a n u n c a d á v e r t e n d i d o e n u n a t e r ra z a a l b o r d e d e l a g u
a y e st a b a n r o c i a n d o e l c u e r p o c o n e lAg u a Sa g r a d a d e l R í o
Ganges,antesdeconducirloalahogueracrematoria.
» L a r i b e r a e s t a b a a t e s t a d a d e g e n t e ; p a re c í a i m p o s i b l e
q u e h u b i e s e t a n t a e n t o d o e l m u n d o , c u a n t o má s e n l a s o r
illasdeunrío.Unasmujeressedesnudabandelaforma
m á s d e s v e r g o n z a d a e n l o s mu e l l e s ; p e r o l o s v a r o n e s h a
c í a n l o p ro p i o . S e n t í c a l e n t a r m e a m í m i s m o a n t e e l e s p e
c t á c u l o . P e r o l u e g o m e a c o rd é d e s u s T e m p l o s , t e m p l o s
c on t e r r a z a s , g r u t a s y c o l u mn a t a s . S u v i s t a m e l l e n a b a d
easombro.Esoerareal,ciertamente,yempecéasentir
meconfuso.
» M i c a u t i v a d o r — p o r q u e a ú n m e a c u e rd o e r a a s í — , e n t
on-cesmovióalgoyseprodujounaconfusiónenlasim
ágenes.Observóporlaventanaatentamenteylaconfu
sió,deimágenes,depronto,sedetuvoconunasacudid
a."Berlín",dijo.
»Bien,yosabíaqueBerlíneraunadetantasciudadesd
elmundooccidental;perotodocuantoveía,nosabíae
xacta-mentecómosituarlo.Mirabaypensabaquetalv
ezeraaquelpuntodevistadesdeelcuallomirabaloque
deformabatodoslosobjetosdemivisión.Seveíanedif
iciosmuyaltos,notablementeuniformesensuformay
tamaño.Jamás,enmivida,habíavistotantoscristales
;habíaventanasencristaladasportodasparteshaciad
ondemiraba.Y,después,enloqueparecíaserunacalle
d e p is o m u y f i r m e , h a b í a d o s b a r r a s d e m e t a l i n s t a l a d a s
enelsuelodedichascalles.Lasbarraseranbrillantes,
ysudistanciarecíproca,absolutamentelamisma.No
podíacomprenderdequépodíatratarse.
» E n u n a e s q u i n a , d e n t ro d e m i c a mp o v i s u a l , a v a n z a r o n
doscaballos,unotrasotro,yyo—apenaspiensoquelo
v a y a s a c r e e r — v i q u e a mb o s t i r a b a n d e u n a c o s a q u e p a r
e c í a u n a c a j a d e m e t a l c o n ru e d a s . L o s c a b a l lo s c a mi n a b
anentrelasdosbarrasmetálicasylacajametálicasem
ovíaalolargo

64
d e l a s m i s m a s . D i c h a c aj a te n í a v en t an a s a t od o s u a l red e -
dor, y mirando dentro de la caja, vi a muchas personas que iban arrastradas
en ella . Ante mi vista (casi diría «ante mis ojos», de tan acostumbrado que
estaba a ver a través de la cámara) el artefacto que explico hizo un alto .
Varias perso - nas se marcharon de la caja y otras subieron. Vino un hombre
y se fue hacía adelante, enfrente del primer caballo, y hurgó el su elo con
una vara de metal . Después subió en la caja y la puso en marcha . Ésta giró
a la izquierda, que se apartaba de la ruta que hasta entonces había seguido.

»E1 espectáculo me sorprendió tanto, que no podía mirar otras cosas . No


tenía tiempo para lo demás . Sólo la extraña caja d e m e t a l s o b r e r u e d
a s , t r a n s p o r t a n d o p e r s o n a s . P e r o , t a n p r o n to c o mo d i r
i g í m i m i r a d a p o r l o s l ad o s d e l a c a l l e , v i que estaban llenos
de gente . Los hombres vestían paños de una solidez notable. En las piernas,
llevaban unos adminículos que parecían muy cortos y dibujaban los
contornos de las pan-torrillas . Y en la cabeza de cada uno de ellos se veía un
ob - jeto en forma de tazón vuelto hacia ab ajo, con un estrecho borde a su
alrededor . La cosa me divirtió bastante, porque l e s d a b a u n a i r e p i n t
o r e s c o . M a s e n t o n c e s m i r é a l a s m u - jeres.

»Nunca había visto cosa semejante en mi vida . Algunas de ellas iban casi
destapadas en la parte de arriba de su cuerpo; pero, en la inferior, las
envolvía algo que se hubiera dicho una tienda de color negro . Parecían no
tener piernas, ni se podían divisar sus píes . Con una mano aguantaban un
lado de este ropaje negro, por lo que parecía a fin de que su bor - de inferior
no se arrastrase por el polvo.

»Miré otras cosas. Edificios, algunos de una construcción muy n ot a b l e . P


o r l a c a ll e — m u y a n ch a — a v a n z ab a u n a fo rma - ción de
personas . Llevaban unos músicos en el primer pelo - tón de aquella tropa .
Sonaba muy brillante, y llegué a pensar s i l o s i n s t r u m e n t o s s e r í a
n d e o r o y d e p l a t a ; p e r o c u a n d o p a s a ron m á s ce r c a m e d i
cue n t a d e q u e e ra n a l e a c i o n e s d e cobre y algunos totalmente
metálicos. Todos ellos eran altos, con sus caras coloradas y ostentaban un
uniforme marcial .

65
M e h i zo es t a l la r d e r is a el d a r me c u en t a d e l p aso q u e l l e v a -
b a n . L ev an t aba n l a s r od il l as , q u e l es l l eg a ba n m uy a rri b a ,
d e f o r m a q u e a m b a s p ie rn a s , a l t e rn a ti v a me n t e , fo r ma b an
u n a l ín e a h o riz o n t a l .
» M i v ig i lan t e s on r ió s e y m e d i jo : " En re al i d ad , es u n pa so
m u y e x t r a v a g a n t e ; s e l l a ma p a s o d e l a o ca y e s e l q u e e m -
p l e a e l e j é rc i t o a l e má n e n d e t e r mi n a d as c e r e m o n i as " . E l
h o m b r e m ov ió d e nu e vo su s ma n os ; de n u evo l as co s as
d e t r ás d e l a v e n t an a d el ap ara t o s e e n t u rbi a r o n y d e n u ev o ,
a q u e l l a n i e bl a s e d e tuv o y s ol i d i f i có : "R u s i a " , d i jo , " L a
TierradelosZares,Moscú".
» M i r é . E l s ue lo e st ab a n e va do ; ci rc ul a ba n u no s e xt r añ os v e - h í
cu lo s co m o n un c a lo s h u bi e r a i ma gi na d o . Un c ab al l o e n j a e z a d
o y en g an ch ad o a u n a c o s a q u e s e m e j a b a u n a a n c h a p l a t a f o r
m a , con a s ie n to s fi j o s en e l l a . Dic h a p l a t a fo r ma s e e l ev a b a a l
g o s o b r e e l s u e lo , s o s t e n i d a p o r a l g o q ue p a r e c í a n
t i r a s d e me t al . E l c a b a l lo a r ra s t r ab a aq u e l ra ro o b je to p o r e
l s u el o y , s egún s e i b a mo vie n do , d e j ab a d e p re s ion e s en l a n i
ev e .
» To d o e l m u n d o i b a c u b i e r t o d e p ie l e s y s u a l i e n t o p a re c í a
v a po r h el a do p r o ce d en te d e s us n a r i ce s y d e su b o ca . S u s
r o s t ro s s e v e ía n a z u l a d o s , d e t a n t o f r ío . E n ton c e s m i ré e n
d i r e c ci ó n a l o s e d i fi c io s , p en s and o l o d i s ti n to s q u e e r an d e
l o s q u e a c ab a b a d e v e r . E ra n g ra n d es y r a r o s , con u n a s
g r a n d es m u r al l a s q u e l es r o d ea b an . T r as e l l as se v eí a n
c o r on a m ient o s e n fo r m a d e b u lbo s , de f o r ma d e c eb ol l as
v u el t a s h a c i a a b a j o , c on s us r a í ce s p ro yec t á ndo s e so b re e l
c i e lo . " E l P a l ac i o d e l za r " , d i j o m i c a rc e l e ro .
» E l b r i ll o de u n cu r s a d e ag u a a t r aj o mis o j os , y m e h i zo
p e ns a r en nu es t r o R ío A l egre , q u e h a cí a t a n to ti e mpo q u e
y o no h ab ía vi s to . "És t e e s e l r í o d e Mos c ú ", m e d ijo e l
h o mb r e . "Es , n a tu r a l m en t e , u n rí o muy imp o rt an t e . " So b r e
s u c u r s o s e mo v í a n e x t r a ñ a s e m b a rc a c io n es d e ma d e r a , p
ro - v i st a s d e g ra nd e s v e l as , co lg a ndo de l os p a lo s . H ac í a p o c
o v i e n t o , as í q u e d i c h as v e l as co l g a b an f l á c c i d a s , y l o s
t r i p u l an t e s , co n o t r o s p a los q u e t e ní an u n as p a l as
en l os
e x t r e mo s , l o s mo v í an h u n d ié n d o lo s en el r í o , y e mp u j an d o
a s í l as e m b a rc a c i o n es .

66
» "P e ro , to do es o — di j e a m i c a r c e le ro — , no v e o a q ué n os c o
ndu c e . Es i nd ud ab l e , m uy s e ño r m í o , qu e h e v i st o m a r av i - l l
a s ; n o d u d o q u e s o n in t er e s a n t e s p a r a m u c h a s p e r s o n a s;
p e r o , ¿ qu é en tro yo en es o ? ¿ Q u é es t ái s in t en t and o d e mo s -
trarme?"
» U n p en s a m i en to sú b i to s e me o c u r r ió en a q u el mo me nt o . A l
g o m e h a b í a p a s a d o p o r l a c a b e z a c a s i in c o n s c i en t e m en t
e d u r an te aq u el la s ú l t i m as h o ra s , q u e a h o ra s a l t ab a a m i co
n - c i en ci a con un a cl arid ad ins i s tent e . "¡S eñ o r s e cu es t rad o r !
— e x c la m é — ¿ Q u i é n s o i s ? ¿ S o i s , p o r v e n tu r a , D i o s m i s
-mo?"
» El ho mb r e , m e c on t e m pl ó má s b i en p e n s a t ivo , co m o s i ya e s tu
v i e s e h a r to d e u n a s p re g u n t a s o b v i a me n t e in e s p e ra d a s . S e
p as ó l a m an o p o r la s me ji l l a s y e l p e l o , y s e en co g i ó d e e sp a l da
s l ig e ra m e n te . E nt onc e s r e pl i có : "V o s n o qu e r é is e n -
t e n d e r e l c a s o . H a y c o s a s q u e no s e en ti en d en h a st a que n o s e h a l le g a d o a c
i e r t o n i v e l . D e j a d m e q u e o s r e s p o n d a p o r m e d i o d e un a p r egu nt a : S i e s
tuv i es e is en un con v en to d e l a ma s y u n a d e v u e s t r as o b l i g a ci o n es c o n s i s ti e
seencuidar
d e un r e b año d e y ak s , ¿qu i sié r a i s d i a log ar c o n un ya k q ue
o s p r eg un t as e q ui é n e r a i s vos ? "
» P en s é u nos m o me n to s y l e r e p li qu é : " B i e n , s eñ o r , no
p u edo p en sa r q u e un y ak m e d i r ig i es e t a l p r e gu nt a ; p e ro s i
m e h i c i e s e u na q u e p u d i e s e h ac e r me c re e r q u e s e t r a t a b a
d e u n y a k d o t a d o d e in t e li g en c i a , t en d r í a m i s t r a b a jo s p a
ra e x pl i c a rl e q uié n soy yo . M e p reg un t ái s , se ñ o r , qu é h a ría yo
a n t e un y ak qu e me h ic i es e t a l p r egu nt a y os r e spo ndo q u e y o t r
a t a r í a d e c o n t es t a r le ta n b i en co m o m e f u es e p o si b l e . E n l
a s c o n d i c i o n e s q u e s u p o n éi s , qu e f ue s e un m o n je e n - c a r g
ad o d e u n g ru p o d e y a k s , lo s con s id e r a r í a co mo m i s
p r o p io s h e r man os y he r m a na s , a un qu e y o y e l l os f u és emo s d
e f o r m a s d if e r e n t es . Y o p r o c u r a r í a e x p li c a r a l o s y ak s q u
e l o s m o n j e s c r e e m o s e n l a r e e n c a rn a c i ó n . L e s d i rí a i g u
a l m en t e q u e t o d o s v e n i mo s a e s t e mu d o p a r a u n as d e t e r m
in ad a s t a r e a s y e s t u d i o d e l e c c i o n e s , co n e l fi n d e q u e e n
lo s Ca m p o s C e l est i a l e s p o d a m o s p r e p a ra r n u es t r o v i a j e
a s ie m p re má s a l t as r e g i o n e s . "

67
»"Bienhablado,monje,bienhablado",replicóelhomb
r e . " S i e n t o e n m i a l ma q u e h a y a t e n i d o q u e a d m i t i r e s t a l e
cción.Sí;tenéisrazón;mehabéissorprendidoengran
m a n e r a , m o n j e , p o r l a p e r c e p c i ó n d e q u e h a b é is d a d o p r u
ebasy,deboconfesarlo,porvuestraintransigencia,ya
q u e h a b é i s mo s t r a d o u n a m a y o r f i r m e z a d e l a q u e h u b i e s
e t e n i d o y o e n c i r c u n s t a n c i a s s e me j a n t e s . "
» " M e s i e n t o m á s v a l i e n t e , a h o r a " , d i j e . " Vo s h a b l á i s
demícomosiperteneciesealasmásbajasórdenes.Ha
ceunmomento,mehabéiscalificadodesalvaje,inci
vil,sincultura,nosabiendonadadenada.Oshabéisr
e í d o d e m í c u a n d o h e a d m i t i d o la v e rd a d , q u e y o n o s a b í
anadadelasgrandesciudadesdelmundo.Pero,señor
m í o , h e d i c h o l a v e r d a d y h e a d m i t i d o m i p ro p i a i g n o r a
n c i a . B u s c o s a lv a r m e d e e l l a , y v o s n o m e p r e s t á i s a y u
daalguna.Vuelvoapreguntaros,señor:Mehabéisca
pturadoenteramentecontramivoluntad;oshabéisp
e r m i t i d o g r a n d e s l i b e r ta d e s p a r a m i c u e r p o — q u e e s e
lTemplodemiAlma—;oshabéisde dic adoa unaserie
d e e x p e r i e n c i a s , a p a r e n t e m e n t e d e d i c a d a s a i m p re s i
o n a r m e . P o d rí a i s i m p r e s i o n a r m e t o d a v í a m á s , s e ñ o
r,sicontestaseisamipregunta—porqueyoséaquell
o q u e m e i mp o r t a s a b e r . V u e l v o a p r e g u n t a ro s — . ¿ Q u i
énsois,vos?"

»Durantealgúntiempo,permanecióquieto,demostr
andoencontrarsepreocupadoporla.respuesta.Ento
nces,dijo:"Envuestraterminologíanoexistenpala
b ra s n i c o n c e p t o s q u e h a g a n p o s i b l e d e c i r o s m i s i t u a c
i ó n . A n t e s d e q u e u n t e m a p u e d a s e r d is c u t i d o , s e r e q u i
ereunespecialrequisito:queporambosladosseinte
r p r e t e n d e l m i s m o mo d o l o s m i s m o s t é r m i n o s y q u e s e p
uedacoincidirendeterminadosconceptos.Demome
nto,permitidmedecirosqueyosoyunoquepuedeco
mpararseconloslamasmédicosdevuestroChakpor
i.Tengoamicargolaresponsabilidaddecuidardelas
a l u d d e v u e s t ro c u e r p o f í s i c o y p r e p a r a r o s d e fo r m a q u
epodáisserllenadodesaber,cuandolleguealaconcl
usióndequeyaosencontráisconlassuficientescapa
cidadespararecibirdichoconocimiento.Hastaque
noestéisllenodeéste,todadiscusiónsobrequiénso
yyo,oquiéndejodeser,carecedetodosentido.

68
S ó lo o s p id o q u e a c e p t é is p o r a h o r a q u e to d o c u a n to n o s o -
tros estamos haciendo es para el bien de los demás, y que, pese a que os
encontréis muy enfadado ante lo que consideráis libertades que nos
permitimos para con vos, cuando os ente - réis de nuestros fines, cuando
sepáis quiénes somos y cuando c o n o z c á i s q u ié n v o s y l o s v u e st r o
s s o n , ca m b i a r é is d e o pi - nión ." Diciendo estas palabras, desconectó
mi luz y le oí mar-charse de la habitación. De nuevo, me encontraba en la
negra noche de mi ceguera, sólo con mis pensamientos.

»¡La negra noche del ciego, es bien negra, a la verdad! Cuando yo fui privado
de mis ojos, por los dedos impuros de un chino, había sufrido una agonía y, a
pesar de mis ojos arran - c a d o s , h a b í a v is t o , o m e h a b í a p a r e c id
o v e r , c e n t e l l a s b r i - llantes, torbellinos de luz sin figura ni forma.
Todo eso había s i d o d u r a n t e u n o s d í a s q u e s i g u i e r o n a m i d e
s g r a c i a . P e r o ahora me habían dicho que un dispositivo se había
conectado a mi nervio óptico y podía, efectivamente, creerlo. El que me había
apresado había cortado ahora mi luz; pero, en mí, una suerte de posmemoria
perm anecía fijamente . Otra vez expe - rimentaba la peculiar sensación
contradictoria de ceguera y hormigueo luminoso en mi cabeza . Parece que
cito dos cosas contradictorias; pero era lo que yo sentía, entre mi ceguera y el
centelleo de un torbellino de chispas.

» D u r a n t e u n b u e n r a to , e s t u v e p e ns an do en lo q u e s e s uce -
día . El pensamiento que se me ocurrió era que tal vez estu - viese muerto o
bien loco y que todas esas cosas no eran más que ficciones de una mente
abandonando el mundo conscien - t e . M i f o r ma c i ó n s a c e rdo t a l v i
n o a s o c o rr e r me . E mp l e é l a antigua disciplina para reorientar mis
pensamientos . Detuve
mi razón para permitir así que el Super -yo se impusiese . No
s e t r a t a b a d e i m a g in a c io n e s ; e ra u n a c o s a real; y o e st a b a
utilizado por Altos Poderes para Altos Designios . Mi terror y mi pánico
desaparecieron. La compostura volvió a mi alma y p o r a lg ú n t i em p o r es
o n ó d e n t ro d e m i es p í ri tu a co mp a s a d a por el tic-tac de mi corazón
. ¿Podía haberme yo conducido de o t r a f o r m a ? , r e f l e x i o n é . ¿ H a
b í a o b r a d o c o n l a d e b i d a p ru - d e n c i a a n t e u n o s c o n c e p t o
sque,paramí,erannuevos?El
69
GranTreceavo,¿habríaobradodistintamente,enseme
jantesituación.Miconcienciaeraclara.Mideber,sen
c i l l o . D e b í a c o n t i n u a r c o m p o r t á n d o m e d e l mi s m o m o d
oquelohubierahechounbuensacerdotedelTíbet;así,t
odomarcharíaporelbuencamino.Meinvadióla
paz; una sensación de bienestar me arropó
c o mo una
sábana de lana de yak, protegiéndome del frío.
I n s e n s i b l e me n t e c a í e n u n s u e ñ o p r o f u n d o y t r a n q u i l o .
» E l mu n d o c a m b i a b a . T o d o p a r e c í a í r s u b i e n d o y b a j a
ndo.Unafuertesensacióndemovimientoyun"clang
"metálico,medespertaronbruscamentedeaquelsue
ñoprofundo.Yomemovía,lamesadondeyoestabate
n d i d o s e mo v í a a s i m i s m o . P e r c i b í e l r u i d o c r i s t a l i n o
delosobjetosamialrededor.Recordéquedichosobj
e t o s e s t a b a n u n i d o s a l a m e s a . Ah o r a t o d o s e s t a b a n e n
movimiento.Una svoc esme rodeaba n.Altasybajas.
Discutiendoacercademipersona,temí.Eranunasvo
cesraras,distintasdecuantohabíaescuchado.Lame
sadondemehallabatendidosemovíaenunmovimien
t o s il e n c i o s o . N i s e d e s l i z a ba , n i r a s c a b a e l s u e l o . S o l
a m e n t e f l u c t u a n d o . A l g o p o r e l e s ti l o d e l o q u e d e b e d e
experimentarunaplumacuandolaarrastraelviento.
E n u n m o m e n t o d a d o , e l mo v i m i e n t o d e l a m e s a c a m b i ó
dedirección.Eraseguroquesemeconducíaalolargo
deuncorredor.Notardamosenllegaraunampliovest
íbulo.Losecosdabanunaresonanciadistante,muyd
i s t a n t e . S e p ro d u j o u n má s b i e n d é b i l a r r a s t r e , y m i m e
sareposóconunruidoquemiexperienciamedictóser
eldeunsuelo"rocoso";mas,¿cómopodíaserasí?¿Có
m o , p o d í a h a l l a r me , s ú b i t a m e n t e , d e n t ro d e l o q u e m i s
sentidosdecíanqueeraunacueva?Micuriosidadpro
ntosecalmó,¿obien,estabamásaguzada?Nuncaest
uveciertodeello.
» P e r c i b í a u n p a r l o t e o c o n t i n u o a mi a l r e d e d o r , s i e m p
reenunlenguajeparamídesconocido.Conelruidode
mimesademetalaltocaralsuelo,unamanotocómies
p a l d a y l a v o z d e m i c a p t u r a d o r p r o f i r i ó : " Va m o s , a h o r
a,adevolveroslavista;yahabéisreposadolosuficie
nte."Escuchéunchasquidoyun"clic."Unoscolores
danzabanamialrededor,res-

70
plandecían luces, se hacían menos intensas y se detenían en unas formas. No
formas que yo comprendiese, que me dijesen algo . Yo me hallaba tendido
allí, preguntándome de qué se trataba todo aquello. Se produjo, entonces, un
silencio expec-tante . Podía sentir que unas personas estaban allí, mirándo -
me. Entonces llegó a mis oídos una seca, aguda, casi ladrada pregunta: los
pasos de mi carcelero se acercaron de prisa. "¿No podéis ver nada?", me
preguntaba.

»"Veo unas estructuras curiosas", le repliqué. "Para mí, care-cen de


significado . Son líneas fluctuantes, colores fugaces y luces centelleantes .
Eso es lo que diviso . " El hombre musitó a l g o y s e a l e j ó a t o d a p r i s a
. S e p r o d u j o u n d i á l o g o y e l ruido metálico de varios objetos a la
vez . Todo danzaba con
u n l o co d e l i rio d e ra r a s fo rm a c i on e s . D e p r on to s e p a ró , y
yo vi.
»Allí estaba una vasta caverna, alta como unos treinta metros o tal vez más .
Su longitud y su anchura se escapaban a mis
cálculos porque se desvanecían fuera del alcance de mi vista.
A q u e l s it io e r a d e v as t as d imen s ion e s y co nt e ní a a lg o q ue
sólo puedo comparar a un anfiteatro, en cuyos asientos esta -
b a n i n s t a l a d o s p r o f u s a m e n t e — ¿ c ó mo v o y a l l a m a r l e
s ? — unas criaturas que sólo podían venir de un catálogo de dio - ses y
demonios. Mas, por extraños que aquellos seres fuesen, un objeto, aún más
raro, un objeto más raro todavía, estaba suspendido en el centro de la
caverna . Era un globo que luego reconocí como el de la Tierra, suspendido
ante mí, rodando lentamente mientras que una luz lejana lo iluminaba como
la luz del Sol alumbra la Tierra.

»Ahora reinaba un profundo silencio . Aquellas extrañas cria - t u r a s , t o d a


s m e m i r a b a n a m í . Y o t a m b i é n l e s m i r a b a a ellos, si bien me
sentía pequeño, insignificante, ante aquella poderosa asamblea. Allí estaban
hombres y mujeres pequeños, qu e parecían perfectos en todos sus detalles y
de una seme - janza divina . Irradiando una aura de pureza y de paz . Otros, t a
mb i én p a r e ci d o s a lo s s e re s h u ma n o s , si b i en d o ta d o s d e
curiosas e increíbles cabezas de pájaros, dotados de escamas o plumas (no me
era posible distinguir bien). Sus manos, aun

71
de forma humana, terminaban en asombrosas escamas y ga - rras. También se
veían gigantes. Criaturas inmensas, que des-collaban cual estatuas y
proyectaban su sombra por encima de sus diminutos compañeros . Eran,
todos ellos, innegablemente
h u man o s , s i bi e n d e un t a ma ñ o qu e so b rep a s ab a t od a co m -
prensión. Hombres y mujeres, machos y hembras. Y otros que eran ambas
cosas, o ninguna de las dos . Todo aquel mundo me miraba y yo padecía bajo
la mirada de aquéllos.
»A un lado, estaba sentada una criatura semejante a un dios, de severo
semblante y majestuosa actitud . Entre brillantes y vivos colores, estaba
sentada, calmosamente regia como un dios en su cielo . Entonces habló, otra
vez en su idioma desco - nocido . Mi capturador, rápidamente fue hacia mi
persona y se inclinó hacia mí, diciéndome: "Tengo que meterte en los oídos
estas cosas — me dijo —, y entonces comprenderás todas las palabras que
aquí se digan . No temas" . Tomó entre sus dedos el borde superior de mi oído
derecho y lo levantó con una mano . Con la otra introdujo algo en el orificio
del oído . Dio la vuelta a un botón situado en una cajita que estaba al l a d o d
e m i c u e l l o y p e r c i b í u n o s r u i d o s . E n t o n c e s m e g r a - duó
el aparato de forma que yo pudiese comprender la lengua q u e h a s t a e n t o
n c e s m e h a b í a s i d o i n i n t e l i g i b l e . N o t u v e tiempo para
admirarme de esta maravilla, ya que me veía obli-gado a escuchar las voces
que se producían a mi alrededor; voces que, ahora, comprendía.

»Comprendía las voces, eso sí; pero la magnitud de los con -


c e p to s ib a más a l lá d e m i i ma g i n a c i ó n l i mi t a d a . E r a y o u n
pobre sacerdote de lo que me había sido descrito como "país d e s a l v a j e s
" , y mi c o mp re n s i ó n n o al c a n z a b a a en t en d e r e l significado de
todo aquello que ahora escuchaba y que había imaginado que sería inteligible
. Mi capturador observó que m e h a ll a ba r od e ad o d e o b s tá c u lo s y s
e p re c i p i tó h a c i a m í . " ¿ Q u é t e p a s a ? " , m u r m u r ó a m i o í d
o.
»"No estoy lo bastante educado para entender el sentido de lo que dicen. No
puedo comprender tan elevados pensamientos; únicamente capto las
palabras", le murmu ré a su oído, a mi vez.

72
»Con expresión más que preocupada en el rostro, él se dirigió a un alto oficial
— vestido de colores brillantes —, el cual estaba al lado del Más Grande . Se
entabló una conversación en v o z b a j a; e n t o n c es a mb os v i n ie ro n l e
n t a me n t e e n m i d i r e cción.
» I n t e n t é s e g u ir a q u e l d iá lo g o q u e s e r e f e r ía a m i p e r s o n a
, mas no logré mi in tento . Mi capturador se inclinó hacia mí y murmuró:
"Explicad al ayudante vuestras dificultades."
»"¿Ayuda nte ?"lerepuse:"Noentie ndoquésignific
a e s a palabra. " Nunca en mi vida me había sentido tan desplazado, tan
ignorante y frustrado . Nunca hasta entonce's me había en - c o n t r ad o a
mí m i s m o m á s fue ra d e m i c en tr o . E l ay u d an te , sonrió
mirándome y dijo: "Comprendéis lo que ahora os estoy diciendo?"

»"Perfectamente, señor — le repliqué —, pero estoy en la más completa


ignorancia del contenido de las palabras del Gran - de. No puedo
comprender el tema; los conceptos me sobre - p a s a n . " A s i n t i ó c o n l
a c a b e z a , y d i j o : " H a y q u e e c h a r l a culpa a nuestro traductor
automático . No tiene importancia alguna; el Cirujano General, que
suponemos que os referís a é l c u a n d o h a b l á i s d e v u e s t r o c a p t u r
a d o r , t r a t a r á d e e s t e asunto y os preparará para la próxima sesión . Es
un detalle d e u n a i m p o r t a n c i a m i n ú s c u l a ; v o y a e x p l i c a r l
o a l A l m i - rante".

»Saludó amistosamente con una inclinación de cabeza y mar-chó a largos


pasos hacia el Grande . ¿Almirante? ¿Qué debía ser?, me pregunté . ¿Qué era
un Ayudante? Dichos términos, para mí, carecían de todo sentido . Me
dispuse a esperar los acontecimientos . Aquel a quien llamaban el Ayudante,
llegó
1 1 Gr an d e y le . h ab ló t r anqu i l a m en t e . A mb os p a r e cí a n ca l -
mo sos, tranqu ilos . El Grande asintió con la cabeza y enton - ces el Ayudante
hizo señas al que llamaban Cirujano Gene - r a l , o s e a , a m i c a p t u r a d
or.Ésteseleacercóyentrelosdosseentablóunaanima
d a d i s c u s i ó n . F i n a l m e n t e , a q u e l d e qu i en y o er a p r is io ne r
o p u s o su man o d e re ch a so b re su cabeza con unos gestos extraños que
observé, se volvió hacia mí, y se me acercó súbitamente; haciendo gestos, por
lo

73
q u e p a re c í a , a u n a p e r s o n a q u e s e h a l l a b a t o t a l m e n t e fu
e r a d e mi c u e r p o v i s u a l .
» L a c o n v e r s a c i ó n c o n t i n u ó . N o s e h a b í a p ro d u c i d o i n t
e r r u p c i ó n a l g u n a . U n h o m b r e c u a d ra d o e s t a b a a l l í d e p i
eytuvelaimpresiónquesediscutíadealgosobreaprov
isionamientos.Unaextrañamujersaltósobresuspies
e hiz o,al pare cer ,unar esp ues ta.Apare nte ment e,se tr
a t a b a d e u n a e n é r g i c a p ro t e s t a p o r a l g o q u e a q u e l h o m b
rehabíadicho.Entonces,conelrostroencendido—¿d
e r a b i a ? — , l a m u j e r s e s e n t ó b ru s c a m e n t e . E l h o m b r e c o
n t i n u ó i m p e r t u r b a b l e . Mi r a p t o r s e l l e g ó h a c i a a m í , m u
sitando:"Mehabéisfastidiado;yodijequeeraisunsal
vajeignorante".Contrariado,arrancólosobjetosque
yollevabaenlosoídos.Conungestodesumano,instan
táneamentemevolvióaprivardeluz.
» En t o n c e s e x p e r i m e n t é l a s e n s a c i ó n d e q u e l a m e s a s o b
r e l a c u a l y o m e h a l l a b a s e mo v í a a b a n d o n a n d o l a g r a n c u
e v a . S i n n i n g ú n c u i d a d o m i m e s a y t o d o e l e q u i p o fu e e m
p u j a do a l o l a r g o d e u n c o r r e d o r; l u e g o s e p r o d u j e r o n d i
v e r s o s s o n i d o s m e t á l i c o s , u n s ú b i t o c a mb io d e d i r e c c i
ónyladesagradablesensacióndeunacaída.Conunest
ruendometálico,mimesachocócontraelsueloysospe
c h é q u e d e n u e v o m e e n c o n t ra b a e n l a h a b i t a c i ó n m e t á l i
ca,dedondeyohabíasalido.Vocesbruscas,susurrode
ropasyruidodepiesquesearrastraban.Escuchédesli
zarselaspuertasmetálicas,yotravezmeencontrabas
olo,conmispensamientos.¿Quéeratodoaquello?¿Q
u éera elAlmi ran te? ¿Qué,e lay udan te? ¿Po rqu émia pr
e s a d o r s e l l a m a b a e l C i r u j a n o G e n e r a l ? ¿ Qu é p u e s t o o c
upaba?Elconjuntodetodasesaspalabraseracosa,par
a m í , r e m o t a . E s t a b a t e n d i d o c o n l a s me j i l l a s a r d i e n t e s
,sufriendouncalorinsoportable.Memolestabaloind
ecibleelhechodequehubiesecomprendidotanpocasc
osas.Definitivamente,absolutamente,mehabíacom
p o r t a d o c o mo u n s a l v a j e i g n o - r a n t e . H a b r í a n e x p e r i m
entadohaciamílopropioqueyohabríasentidoconres
pectoaunyakqueyohubieratomadoporunapersonaco
n s c i e n t e y m e h u b i e ra d i r i g i d o a é l s i n r e s u l t a d o a l g u n o
.Meentraronunosgrandessudores,considerandohas
taquépuntoyohabíadeshonradomicastasacer-

74
d o t a l p o r m i t o t a l i n c a p a c i d a d p a ra e n t e n d e r n a d a . ¡ M e
sentíhorriblementemal!
» Al l í y a c í a y o , p r e s a d e m i d e s g r a c i a , d e m i s m á s n e g r o s e i
n n o b l e s p e n s a m i e n to s ; l l e n o d e l m á s n e g r o t e mo r d e q u e f
u é s e mo s t o d o s n o s o t r o s u n o s s a l v a j e s , e n r e l a c i ó n c o n a q
uellasgentesdesconocidas.Yacíaallí,¡ysudaba!
»Lapuertacrujióabriéndose,yriendoycharlandoalg
uienentróenlahabitación.Eranaquellasnefandasmu
j e r e s o t r a v e z . C o n m u c h o b r í o , m e a r r a n c a ro n m i s á b a n
ayotravezmequedéencueroscomounreciénnacido.S
i n c e r e m o n i a s , m e d i e ro n v u e l t a s a l o l a rg o , m e u n t a r o n
dealgopegajoso.Medieronotravueltaviolentahacia
e l o t ro l a d o . L u e g o s e p r o d u j o u n g r a n t i ró n c u a n d o e l b o
rdedelasábanafueempujadobajomipersona.Porunm
omento,creíquemetirabanfueradelamesa.Manosde
mujermeagarraronyconahíncomefrotaronconásper
asyfuertessoluciones.Fuiobjetodeunfuertemasaje
conalgoquepodíaserañejovinoblanco.Laspartesmá
síntimasdemicuerpofueronhurgadasypinchadas;ex
trañosartefactosfueronintroducidosenellas.

»Pasabaeltiempolentamente.Yomesentíaasqueadomá
s a l l á d e l o q u e p o d í a r e s i s t i r; p e r o n o p o d í a h a c e r n a d a . S e
mehabíainmovilizadoprecisamenteparaevitaresacon
t i n - g e n c i a . P e r o , e n t o n c e s e mp e z ó u n a s a l t o d e t a l n a t u r a
l e z a , q u e a l p r i n c i p i o t e m í q u e y o n o f u e s e o b j e t o d e to r t u r
a s . A q u e l l a s mu j e r e s t i r a b a n d e m i s b r a z o s y m i s p i e r n a s y
l os r e t o r c í a n y d o b l e g a b a n e n t o d o s l o s á n g u l o s p o s i b l e s .
M a n o s á s p e r a s s e h u n d í a n e n m i s m ú s c u l o s y me l o s a m a s a
bancomosifueseunacochura.Golpesdadosconlosnudi
llosdelosdedosmarcabandepresionesenmisórganosy
mecortabanelaliento.Mispiernasfueronabiertasampl
iamenteyaquellasmujereseternamentecharlatanasme
p a s a ro n u n a s l a r g a s m a n g a s p o r m i s p i e s , a l o l a r g o d e m i s
piernasyhastacercademiscaderas.Melevantaronporl
anuca,demaneraquemesosteníaderechodelacinturapa
raarriba.Entoncesmepusieronunasuertedevestiduraq
uemecubríalapartesuperiordelcuerpoyseatabasobre
mipechoymiabdomen.

75
» U na e sp u m a e x t r añ a y m a lo l i en te s e d ejó s en t i r sob r e m i
cuero cabelludo; después, al in stante, un rumor vibrante se dejó escuchar .
La causa de aquel ruido me impresionó y me hizo rechinar de dientes, los
pocos que me quedaron después que los chinos me los habían roto casi todos.
Era la sensación de que me estaban trasquilando y me recordaba a lo que se
percibe cuando trasquilan a los yaks para aprovechar sus la - nas . Un áspero
fregoteo, tan áspero que sin duda lastimaba mi piel, me fue administrado, y
otra sensación brumosa, des - cendiendo sobre mi cabeza indefensa.

»La puerta se deslizó de nu evo y me llegó un sonido de vo - c e s m a s c u l i


n a s . R ec o n o c í u n a d e e l l as : la d e mi c a r cel e r o . este se me ace
rcó, diciéndome: "Vamos a abrir vuestro crá - neo; no hay que preocuparse
por ello . Ahora pondremos unos e l e c t r o d o s , d i r e c t a m e n t e e n v
u e s t r a . . . " La s p a l a b r a s , p a r a mí, carecían de todo sentido, ya que
no estaba en mi poder decidir nada de nada.

»Unos raros olores invadieron el aire . Las parlanchinas mu - j e re s p e rm


an ec í a n en s i l en ci o . C e s ó t o d a c o n v e r s a c i ó n . S e percibía el
ruido del metal dando contra el metal . Sobrevino un borbotear de fluidos y
experimenté una súbita y aguda pun-z a d a e n l a p a r t e s u p e r i o r d e m
i b r a z o i z q u i e r d o . V i o le n t a - mente, me agarraron de la nariz y
algún extraño artefacto de forma tubular fue empujado arriba por los agujeros
de la nar i z y l u e g o d e n t r o d e m i g a z n a t e . A l r e d e d o r d e m i c
r á n e o noté una sucesión de pellizcos agudos que instantáneamente me
provocaron un amodorramiento . Se produjo entonces como un lamento muy
agudo y una horrenda máquina tocó mi cráneo y se arrastró a su alrededor .
Era que me aserraban la cima de mi cráneo . Aquella pulsación, con su
rechinar terri ble, penetraba en todos los átomos de mi ser; tenía la sensación
de que todos los huesos de mi cuerpo entero vibraban en protesta. Al final —
como podía sentirlo muy bien — la cúpula superior de mi cabeza había sido
cortada en redondo, con la excepción de una pequeña mota de carne, que
hacía de char - nela a mi cerebro . Yo, en aquel momento, me sentía aterro -
rizado. Una extraña forma de terror; porque aunque estuvie-

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se aterrorizado, me sentía determinado a no hacer la menor queja, aunque
tuviese que morirme.
»Indescriptibles sensaciones me asaltaban . Sin ningún motivo aparente, mi
boca lanzó un "¡Ah!", interminable . De pronto, mis dedos se crisparon con
violencia . Un cosquilleo, en mis narices, me obligó a estornudar, aunque no
pude estornudar,
e n e fe ct o . P e ro lo q ue si gu ió in m e di a t a men t e fu e p eo r . De
pronto, vi que tenía enfrente, y de pie, a mi abuelo materno . Iba vestido
como un oficial del gobierno. Me hablaba con una amable sonrisa en el
rostro. Miré hacia él, entonces me sobre-cogió un pensamiento: no le
miraba. Yo no tenía ojos. ¿Qué magia era aquella? A mi primera
exclamación, cuando la fi - gura de mi abuelo se desvanecía, mi carcelero se
me acercó, preguntándome: "¿Qué os pasa?" Yo, le respondí: "¡Oh, no es
nada!" . Entonces, él me dijo: "Estamos meramente estimu - lando ciertos
centros del cerebro para que podáis comprender más fácilmente . Estamos
ciertos de vuestra capacidad; pero habéis sido víctima de la pereza y del
estupor de la supers - t i c i ó n , q u e n o p e r m i t e n u n a a p e r t u r a s u
ficientede vues-trac omprensión.Ahoraestamosre m
e d i a n d o v u e s t r a d e f i - ciencia."

» Un a m u j e r i n t r o d u j o l a s p e q u e ñ a s p i e z a s e n m i s o í d o
s , y p o r l a r u d e za d e su s man o s h a b rí a p o d id o h in c a r t ac h u el
a s en el piso más firme . Escuché un "clic" y puede comprender el lenguaje
supraterrenal . Pude también entender lo que es - cuchaba . Palabras como
"cortex", "médula oblonga", "psico - somático", y otras me eran conocidas, en
s5 mismas y en sus relaciones con otros términos. Mi índice básico de
inteligencia había ascendido — y sabía todos aquellos significados —. Pero l
oqueestabapasandoeraparamíunaverdaderaprueba.
Era extenuante . El tiempo parecía haberse detenido . Me pa - recía que, a mí
alrededor, se producía un tránsito inacabable de personas . El parloteo, no
acababa nunca . Todo resultaba a g o t a d o r . Y o , a n h e l a b a s a l i r d e
e s t e p a s o , l e j o s d e l o s r a - r o s o lo r es ; l e jo s d e un lu g ar do nd
e s e me h ab í a co rt ad o la cúspide de mi cráneo, como la corona de un
huevo duro her - v id o . No p o rqu e yo hu b ie s e v i st o j a m á s h ue v os
h e r vi do s y

77
duros en mi vida, que esto era destinado a los mercaderes y gente de dinero, y
no a pobres sacerdotes viviendo sólo de tsampa .

»De vez en cuando, personas que estaban a mi alrededor me dirigían ob


servaciones y preguntas: ¿Cómo me sentía? ¿Me dolía la operación?
¿Pensaba antes, veía alguna cosa? ¿Qué color imaginaba q ue iba a ver? Mi c
arcelero , estaba contin uamente a mi lado y me explicó que, habiendo sido
estimulados algunos centros cerebrales durante el curso del tratamiento,
podría experimentar sensaciones que me asustasen . ¿Asustarme, a mí? No
había dejado de sentir mied o durante el tratamiento entero, le contesté . Él,
se rió ante esta mi res puesta, y me dijo, de paso, que, de resultas del
tratamiento que entonces yo experimentaba, tendría que vivir toda mi vida
como solitario, debido a las percepciones suprasensibles que yo sentiría .
Nadie viviría conmigo, me dijo, hasta que al fin de mi existencia un joven
llegaría a quien yo comunicaría todos mis conocimientos y, más adelante, los
expondría ante un mundo descreído .

»Por fin, después de lo que me pareció una eternidad, la cús pide de mi crán
eo fue devu elta a su sitio . Unos extraños ganchos sirvieron para juntar las
dos mitades . Alrededor de mi cabeza, arrollaron con varias vueltas una venda
de tela . D espués, todo el mundo se fue, excepto una mujer que se sentó a mi
cabecera; por el ruido de papel se podía comprender que leía, desatendiendo
su deber . Después llegó a mis oídos el ruido de un libro que se caía y los
ronquidos acom pasados de la mujer . ¡Yo, entonces, decidí también
dormirme!»
Capítulo quinto

D e p ro n t o , e l v i e jo e r m it a ñ o c e s ó d e h ab l ar y a p li c ó a mb as
m a n os , c on l o s d ed o s ex t en di do s , sob r e e l s u e lo a r e n oso q u e
se h a ll a ba a s u l a d o . L i g e r a m e nt e , e so s d edo s s en sib les
t o m ar o n c o n t ac t o c o n e l su el o . É l s e c o n ce n t ró u n m o me n
to y , d es pu és , d ij o : « A no t a rd a r , r e c ib i re mo s un a v i si t a» . E l

j o v e n mo n j e , c o n l o s o jo s m i r a n d o a l anc i a n o , l e f o rm u l ó u n
a p re gun t a mu d a . ¿ U n v i si t a nt e ? ¿ Cu á l p od í a l le g a r ha s t a
a l l í ? ¿ C ó m o e l an c i a n o p od í a e s t a r t an s eg u ro ? Na d a s e h a

bí a o íd o , ni ng ún c a mb io e n l as v oc e s d e l a n at u r al e z a

f u e r a d e l a c u e v a . Po rqu e t a l v e z d i e z m i n u t o s e s t u v i e r o
n a mb os s e n t a d o s y ti e s o s , e x p e c t a nt e s .
S ú b i t a men t e , e l ó v a l o i l u m i n a d o q u e d a b a e n t r a d a a l a c u ev a s e e nn e g re c ió p r og r e si v a m en t e . « ¿ E s t á is aq uí , e rm i t a ño ?» , c h i ll ó u n a v oz a g ud a . « ¡ Vay a ! ¿ P o r q ué l o s e rm i t a ñ o s t i en e n q u e v i v i r e n t a n o sc u ra s y a l e ja d a s s o le d ad es ? » D e n t ro d e l a c u ev a , s e pr e s e nt ó un mo n je , b a j it o y g r u eso qu e ll e va b a u n s a c o so b re s u s e s p a ld a s . « O s h e t r a íd o u n p o co d e t é y c e b ad a» , d ij o . « E ra pa r a e l e re mi t o r io d e l a s l e j an í a s ; p e r o e l lo s , y a el lo s s e e n c o n t r a b a n a b a st e c id o s ; y y o n o q u ie ro reg r e s a r con l a c a r g a . » C o n g e s to d e s a t is fa c c ió n , s e q u it ó e l s ac o d e l a

e s p al d a y lo d e j ó c a e r a l s u el o . L u e g o , c o m o u n h o m b r e c a
n s a d o , s e d e j ó c a e r s en ta d o , a l s u el o , c o n l a e s p a l d a
c o nt r a l a p a red . ¡ V a ya d es ali ñ ado ! , p en só e l j ov en mo nj e ; ¿ p o r q u é n o s e s i e
n t a c o r re c t a m e n te , c o mo e s d eb i d o ? M a s ,
e n e l a c to , h a l ló l a r e spu e st a : el ot ro m on j e e s ta b a
i m p os ib i li t ad o, p o r su g o rd u r a , d e s en tar s e c r uz a ndo l a s
p i e rn a s d e n in g ú n m o d o .
E l v i e jo e r m i ta ñ o le h ab ló ama b l e m e nt e : « ¡M u y bi en ! ¿ Q u é
n ot i c i a s n o s tr a e s ? ¿ Q u ép a s a p o r e l mu n d o ?» . E l mo
nje
m e n s a j e r o , q u e j á n d o s e y j a d e a n d o , l e r e s p o n d ió : « Q u is i e r a
q u e m e d i es e s a lg un a me d ici n a p a ra cu ra r e s ta g o rdu r a mía .
E n Ch a kpo r i, me d i j e ron qu e te ng o p e rtu rb a cio n es
p e r o n o m e d i e ro n n a d a p a r a q u e pu d i e s e 79
o jo s , a ho r a ada p t ado s a l a pr o fun d a o s cu ri d ad d e l a cue v a
— después de haber venido de una brillante luz solar — mira-r o n a s u a l r e
d e d o r . « ¡ A h ! V e o q u e t e n é i s a q u í e l J o v e n Monje — exclamó
—, ¿Cómo se porta? ¿Es tan brillante como dicen?»

Sin aguardar respuesta, continuó diciendo: «Una caída de ro - cas, hace unos
días . El ermitaño de la ermita más lejana fue a t r a p a d o p o r u n a r o c a y
c a y ó a l p r e c i p i c i o . H a s i d o p a s to de los buitres». Se desternillaba
de risa ante la idea. «El soli-tario de la cueva, entonces se murió de sed . Sólo
había dos . El ermitaño en propiedad y él, que se emparedó . Sin ag ua, no hay
vida. ¿No es así?»

El joven monje permanecía silencioso, pensando en los ere - mitas solitarios .


Hombres raros que han sentido una «llama - da» que les conduce a retirarse
de todo y cualquier contacto c o n e l m u n d o d e l H o m b r e . A c o m p a
ñ a d o p o r u n m o n j e v o - l u n t a r io , el t al « s o l i t a ri o » c a m i n a
r í a p o r l o s f l an co s d e l a m o n t a ñ a h a s t a e n c o n t r a r u n a e r
m i t a a b a n d o n a d a . A l l í , e l «solitario» penetraría en una habitación
interior sin ventanas. Su guardián voluntario levantaría una pared, de manera
que el eremita jamás pudiese abandonar su habitación . En el mur o h a b í a s
ólounaaberturasuficienteparaquepasaseuncuenco.
A t r a v é s d e é s t a , c a d a d o s d í a s , s e l e p a s a r í a a l solitario un
cuenco de agua de una fuente vecina, en la mon - taña, y un puñado de grano .
Ni una franja de luz entraría en l a e s t a n c i a d e l e r e m i t a d u r a n t e e
l r e s t o d e s u v i d a . N u n c a jamás hablaría con nadie, ni nadie le
hablaría a él. Allí, tanto como viviese, estaría en contemplación, liberando el
cuerpo astral del físico y viajando lejos, en los planos astrales.

Ninguna enfermedad ni cambio de decisión alguna le asegu - raría su


liberación. Fuera de la habitación sellada, el ermitaño podía vivir y tener su
propia existencia, procurando siempre q u e n i n g ú n m u n d an a l r u id o l
l e g a r a h a s t a e l s o l i t a r io e mp a - redado . Mas, en el caso de que el
compañero enfermase o mu - r i e s e , o s e d e s p e ñ a s e p o r l a m o n t a
ña,entonceseleremitaforzosamenteteníaquemorir,
g e n e r a l m e n t e d e s e d . E n s u pequeña estancia, sin calefacción
alguna por crudo que fuese
80
e l t i e m p o , e l e r e mi t a t e n ía s u h ab it a c ió n . Un c u en co d e a g ua p a ra do s d í as .
Ag u a f rí a , j a m á s c a len t ad a , n ad a d e té , t a n s ó l o e l a g u a g l a ci a l q u e s a l e d e
l as h el a d as f a l d as d e l a
m o nt a ñ a . N ada d e c o m id a c a l i en t e . Un p uñ ado d e c eb a da
p a r a d os dí as . A l p ri nc ipi o , lo s t o r men to s d e l h a mb r e
d e b í a n s e r t r e m e n d o s , c u a nd o e l e s tó mag o s e co n t r a í a . L a s
t o r tu r a s d e l a s ed s e r í an a ún p e o res . E l c u e rpo s e
d e sh id ra t a rí a , v o lv i én d o s e q u eb r ad i zo . L o s mú s cu lo s se
e n t u m e c e r í a n y d es a p a r e c e rí a n , a ta c a d os p o r l a fal t a d e
m a n j a r , d e agu a y d e ej e r c ic i o . La s fun c io n es no r ma l e s d el
c u e rp o c as i c es a r í an , a m e d id a q u e s e t o ma s e n men os agu a
y c o mi d a . P e ro e l e re m i t a j a m á s a b a n d o n a r í a s u e s t an ci a . T o do cu ant o deb
i es e s e r h e ch o , t o d o cu an to l a N a t u ra l eza l e
o bl ig a s e a cum p l i r, t en í a qu e su c ed e r en u n r in cón d e l a
h a bi t a ci ón don d e el t i e mp o y e l f r í o r edu je s e n s us d es po jo s
a g l a c i a l es c en i z a s .
P r i me ro d es apa r e c e rí a e l s en t i d o d e la v is ta . D e mo me n to s e p r odu c i r í an inú
t il e s es f u e rzo s co nt r a l a os c u ri d ad . La ima - g in a c i ó n , e n s u s f a s es i n i c i al e s ,
p ro p o rc i o n a r í a a lg un a s c l a r id a d e s ; ca s i au t é n t i c a s y lu m in os os « e sc e na
s» . La s
p up il a s s e d i la t a r í an p ro g res i v a me n t e y , a l p r o p io t i em p o ,
l o s m ú s c u l o s d e lo s o jo s rel a j án d o se , d e mo do q ue si u n a
a v a l an ch a d es t r u y e s e e l t e ch o d e l a e r mit a , l a lu z d e l so l
a b r a s a r í a l a v i s t a d e l e rm i t a ñ o lo m i s m o q u e s i l a c o n s u
mi e s e u n r a y o .
E l o ído s e vol v e r ía su t il , po r en c i m a d e l o n o rm a l . Son e s
i m a g in a r io s t o r t u r a r í a n a l e re m i t a . E s c uc h a r ía f r ag me n tos d e co n v e rs a c
io n e s , q u e p ar e c e r í a n t ra íd a s p o r e l a i re y d e s v an ec i d as t a n p r o n to com o e
l s o l it a r io s e ap r e s t a ra a e s c u c h a rl a s . La c o mp e n s a c i ó n ll e g a rí a a n o ta r d
a r . S en ti r í a c u a lqu i e r ru id o a su l ado , e n f r e n t e , a s u s e s p a lda s .
E s c u c h a r í a su a c e r c a r s e a u n a p a r ed . L a m á s l ig e r a
a l t e r a c ió n d e l a i r e , a l l e v an t a r u n b ra z o, r e s on a r í a en s u
i n t e ri o r c o mo u n v e n d av a l . N o t a r d a rí a m u c h o en p e rc i b i r
l o s l a t id o s d e s u co r a z ó n , c o m o u n a m á q u i n a p ot en t e ,
l a t i end o i n c an s a b l e . D e s p u és s e rí a e l r u mo r d e l os f l uid os
d e nt r o de l cue r p o , l a ex h ala c i ón d e lo s ó r g ano s s e c r eto re s
y , c u a n d o s u s s e n t i d o s a l c an z a s en a ú n u n a ma y o r a g u de z
, e l t e nu e r e sb al a r d e u n te j ido m u s cu l a r co ntr a o t ro .

81
L a m e n t e ju g a r í a r a r a s t r e t a s a l c u e rp o . Im á g e n e s l a s ci v
a s a t o r m en t a r í an l a s g lán d u l as . L o s m u ro s d e l a h ab it a c i ó
n a oscuras, parecerían aplastarle; el eremita tendría la impresión de verse
triturado . La respiración se haría afanosa, a medida que el aire se hiciese más
corrompido . Sólo cada dos días, la p i e d r a q u e t a p a b a l a p e q u e ñ a
a b e r tu r a d e l a p a r e d s e v er í a apartada para que pudiese pasar a su
través el cuenco de agua, el puñado de cebada y una bocanada de aire vital
con ellos . Después, se volvería a cerrar la abertura.

Cuando el cuerpo se vea dominado y to das sus sensaciones sujetadas, el


cuerpo astral flotará libre como el humo saliendo de una hoguera. El cuerpo
material yacerá en posición supina sobre el suelo y únicamente el Cordón de
Plata unirá a los dos. A través de las paredes de roca, el astral pasará . Por los
desfiladeros llenos de precipicios viajará, saboreando las sa - tisfacciones del
sentirse libre de las cadenas carnales . Se des - lizará hasta los conventos de
lamas y los lamas dotados de telepatía y de clarividencia conversarán con el
eremita. Ni la noche ni el día; ní el calor o el frío, le pueden ser estorbo; ni las
más robustas puertas causarle el menor obstáculo . Las s a l a s d e l o s c o n
s e j o s , e n e l m u n d o e n t e r o , s e l e a b r i r á n y no habrá vista ni
experiencia que al viajero astral puedan ser vedadas.

El joven monje iba pensando todas esas cosas, y luego pensó e n a q u e l e r e


m i t a , y a c i e n d o m u e r t o mu y l e j o s d e a l l í , m á s arriba de la
montaña . El monje gordo no paraba de charlar: «Ahora, tengo que romper la
pared y sacar al muerto . Iré a la ermita y llamaré, antes, por el agujero de la
pared. ¡Uf! ¡qué p e s t e ! E s t á m u e r t o d e l t o d o . N o l o p o d e m o s
dejararriba.IréaDrepung,porayuda.Bueno,losbuitr
e s v a n a e s t a r contentos cuando echemos fuera al muerto . Le gusta
mucho su carne y están aposentados cerca de la ermita graznando ya po r él .
¡Ay d e mí!, ten g o q ue mo n t ar e n m i v i ejo cab a llo y d e s h a c e r c a
m i n o ; n o t e n g o e l t i p o p a r a e s o s v i a j e s p o r l a montaña».

Elgruesomonje,movióvagamenteunamanoenelaire
y se encaminó hacia la entrada de la cueva. El joven, se levantó
82
laboriosamente por haberse lastimado una pierna, lo que le hizo murmurar
algunas palabras por lo bajo . Con curiosidad, siguió la marcha del obeso
monje, cuando salió de la cueva . U n c a b a l lo e s t a b a p a c i en d o a s u
s a n ch as p o r l a e n r a rec i d a vegetación. El monje gordo, con paso
vacilante, se le acercó y mo ntó encima fatigosamente . Poco a poco , el
monje y la cabalgadura se dirigieron hacia el lago, donde les aguardaban otras
personas y sus monturas . El joven monje permaneció allí hasta que se
perdieron todos de vista . Suspirando angus - tiosamente, se volvió para mirar
las altas peñas que se levan-taban al cielo . Lejos, los muros de la Ermita de
Más Lejos resplandecían en blanco y verde a la luz del sol.

Por un año entero, un eremita y su auxiliar habían trabajado con ahínco para
construir la ermita con las piedras esparcidas a su alrededor. Transportándolas
al sitio indicado, ajustando piedra sobre piedra, y construyendo una
habitación interior, d o n d e n o p u d i e s e p e n e t r a r l a l u z n i e n e l ú
l t i m o r i n c ó n . Durante un año trabajaron hasta que la estructura básica
les
s a t is fi zo . L u eg o v i n o e l t r ab a jo d e f ab r ica r u n a p a red c o n
aquellas piedras y blanquearla hasta hacerla resplandeciente. Después fue
cuestión de pintar las paredes que se proyecta - b a n s o b r e l o s a b i s mo s
. Pa r a e l l o s e h ab í a t ri t u r ad o p r ev i a - mente el ocre y disuelto el
color en agua de una fuente pró - x i m a . L a d e c o r a c i ó n t e n d r í a q u
e s e r u n m o n u m e n t o a l a piedad humana . Durante todo este tiempo,
tanto el eremita c o m o su a y u d a n t e n o c a mb ia rí a n en t r e lo s d os n
i u n a s o la palabra. Habría llegado el día en que la ermita estaba acabada y
consagrada . El eremita, había mirado a los lejos, al llano d e L h a s a , p o r v
e z p o s t r e r a . E l m u n d o d e l H o m b r e . H a b í a g i r ad o l e n t a
me n t e p a ra e n t ra r e n l a e r m i ta y c a e r mu e rt o a los pies de su
ayudante.

A través de los años, muchos habían sido ermitaños de aquella ermita. Habían
vivido emparedados, en la habitación interior, d e m u ro s d e p i e d r a . H a
b í a n a l i m e n ta d o a l o s b u i t r es , s i em - pre dispuestos a devorar .
Ahora, otro había sucumbido . De sed . Sin esperanzas. Una vez desaparecido
su ayudante, desa-parecía todo auxilio, el agua vital. No había más solución
que
83
tenderse y morir . El joven monje lanzó una mirada, abarcando la ermita y el
precipicio . Brillantes prados al flanco de la montaña . Un rasguño se abría,
derecho, a través de los líquenes y surcaba las rocas . Más abajo, en el flanco
de la montaña, se veía un montón de rocas recién derrumbadas . Debajo de las
rocas yacía un cuerpo .

Preocupado, el joven entró en la cueva, cogió el recipiente y se encaminó al


lago, a por agua . Después de haber limpiado el recipiente lo llenó de agua y
se preparó a proseguir su tarea . Miró a su alrededor y frunció las cejas con
desánimo . No se veía por ninguna parte troncos o ramas caídos . Tenía que ir
hasta más lejos, en busca de combustible . Buscó, entonces, entre los
matorrales . Pequeñas alimañas se detuvieron, en su inacabable búsqueda de
comida, y se levantaron sobre las patas traseras, mirando llenas de curiosidad
al invasor de sus dominios . Aquí no existía el miedo; los animales no temían
al Hombre, porque el Hombre vivía en paz y armonía con los animales .

Finalmente, el joven monje llegó hasta un sitio donde se en - contraba un


pequeño árbol caído . Después de haber desgajado las mayores ramas que le
permitiera su vigor juvenil, volvió atrás y, una por una, las fue arrastrando
hasta la boca de la cueva . Con el contenido del recipiente preparó el té con
tsampa en pocos momentos . El viejo eremita sorbía satisfecho aquel té
caliente . El joven monje se sentía fascinado viendo cómo el viejo tomaba el
té . En el Tíbet, toda la vajilla se maneja con ambas manos, en señal de
respeto por el manjar que nos alimenta . El viejo ermitaño, a través de una
larga práctica, cogía el cuenco con ambas manos, de forma que un dedo de
cada una se aplicase al borde interior de la vasija . Así no se arriesgaba a
remojarse, ya que uno de los dedos, humedeciéndose, le advertiría . Ahora,
estaba sentado y sa - tisfecho, apreciando en gran manera el té caliente,
después de enteras décadas de agua fría .

«Es extraño — observó — que, después de más de setenta años de la más


rigurosa austeridad, ahora me apetezca el té caliente . También me gusta el
calor confortante que nos causa el

84
f u e g o . ¿ O s h ab é i s d a d o c u en t a d e có mo ca l i en t a e l a i r e d
e nuestra cueva?»
El joven monje le miró, lleno de compasión. «¿Nunca habéis salido de aquí,
Venerable?», le preguntó.
«No, nunca — replicó el eremita —. Aquí conozco todas y cada una de las
piedras . Dentro de aquí, la carencia de vista casi no me representa una
incomodidad; pero fuera hay piedras resbaladizas y precipicios, ¡es otra cosa!
Podría caminar por l a r i b e r a y c a e r m e a l l a g o ; p o d r í a a b a n d o
n a r e s t a c u e v a y perder el camino de regreso.»

«¡Venerable! — dijo el joven monje, algo incrédulo —. ¿Cómo pudiste hallar


esa tan remota, casi inaccesible cueva? ¿Fue un azar?»

«No; no fue así — replicó el anciano —. Cuando los Hombres del Otro
Mundo acabaron sus tareas para conmigo, me depo - sitaron aquí. ¡Hicieron
esta cueva expresamente para mí!» Di-ciendo estas palabras, se arrellanó
en su asiento con una son-risa de satisfacción, conociendo muy bien el efecto
producido sobre su interlocutor . El joven monje casi se cayó de espal - das,
por la sorpresa. «Fabricada para vos — exclamó con vehe-mencia — . Pero
¿cómo pudieron labrar un agujero semejante en la montaña?»

E l v ie jo se son rió , co m p l ac id o . « D o s h o mb r e s me l l ev ar o n
aquí — dijo —; me trajeron sobre una plataforma que volaba por los aires,
cual los pájaros. No hacía el menor ruido, menos que los pájaros, porque
crujen; puedo escuchar sus alas cuando azotan el aire, y sus plumas cuando
entre ellas pasa el viento. El objeto sobre el cual llegué aquí era silencioso
como una
sombra. Se alzó por los aires sin esfuerzo alguno; no se
percibía ningún arrastre, ni sensación de velocidad alguna .
Los dos hombres lo hicieron apear ahí mismo . » «Pero, ¿por
q u é p re c is a men t e aq u í , V ene r a b l e P ad r e ?» , p r eg un tó e l j o -
ven monje.
«¿Por qué? — respondió al anciano —. Pensad en las ventajas de este
emplazamiento. Está entre cien y doscientos metros del camino de los
mercaderes, y éstos para hacerme consultas y buscar mis bendiciones me
pagan con provisiones de cebada.
85
Está cerca de unos senderos que conducen a dos conventos de lamas y siete
ermitas. No me puedo morir de hambre, aquí. Me dan noticias . Los lamas
me visitan; conocen mi misión . Y también la vuestra.»

«Pero, Señor — insistió el joven monje —, sin duda causó una gran
impresión, cuando los caminantes descubrieron una pro - f u n d a c u e v a
d o n d e a n t e r i o r m e n t e n o h a b í a n i n g u n a . » «Joven —
replicó el eremita — ; habéis estado por esos para - jes; ¿os habéis dado
cuenta alguna vez de que había cueva a l g u n a p o r e s o s a l r ed e d o r
es ? ¿ N o ? Pu e s n o e x i s t e n m e n o s de nueve . No os interesan las
cuevas y por eso no os habéis dado cuenta de ellas.»

«Pero, ¿cómo pudieron hacer la cueva los dos hombres? De - bió de


costarles meses de trabajo», dijo, maravillándose, el jo-ven monje.

«La hicieron mediante la magia que ellos llaman ciencia ató-mica»,


respondió pacientemente el anciano. «Uno de los dos hombres, sentado en la
plataforma volante, vigiló si había g e n t e p o r e s o s a l r e d e d o r e s . E
l o t r o l le v ab a e n l a m a n o u n pequeño aparato . Entonces se armó un
estruendo como de to - dos los diablos hambrientos y, según ellos me
explicaron, la roca se evaporó, dejando el espacio de un par de estancias . En
mí habitación interior hay un manantial — un goteo — de agua, con el que
puedo llenar por dos veces al día mi vasija . Es más que suficiente para lo
que necesito; así no me es pre - ciso ir al lago a por agua. Cuando no tengo
cebada — cosa que me ocurre de vez en cuando — me sustento del liquen
que se e n c u e n t r a e n l a c u e v a i n t e r n a . N o e s n a d a g u s t o s o
; p e r o aguanta la vida hasta qu e vuelvo a tener cebada . »

El joven monje se alzó y se dirigió a la salida de la cueva. Sí; la roca tenía


una estructura peculiar, por el estilo de los tú - neles de volcanes apagados
que él había visto en las tierras a l t a s d e C h a n g T a n g . L a ro c a p a r
e cí a c o m o h ab e r s i d o f u n - dida, escurrida y enfriada, y convertida
en una superficie cris-talina y áspera, sin arrugas ni salientes. La superficie
se diría t r a n s p a r e n t e , y a t r a v é s d e s u g r o s o r s e p o d í a n d i
v i s a r l a s estrías de la roca natural, donde brillaban, aquí y allá, venas

86
d e o r o . E n u n p u n t o d e l a p a r e d , v i o c ó m o e l o r o s e h a - bía
fundido y rezumado como un líquido espeso y luego había sido recubierto,
cuando el dióxido de sílice había cristalizado al enfriarse. ¡La cueva poseía
los muros de vidrio natural!
Pero precisaba hacer las faenas domésticas; no era tiempo de conversación .
Había que barrer el suelo, traer agua y romper los troncos en pedazos
adecuados para que sirviesen de leña . El joven monje empuñó la rama que
hacía las veces de escoba y se puso a la tarea con escaso entusiasmo . Barrió
el espacio donde por las noches él dormía y fue empujando las barredu - ras
hacia la entrada, siempre barriendo . De pronto, la rama q u e l e h a c í a l a s
v e c e s d e e s c o b a d i o c o n u n p e q u e ñ o mo n - tón que había en el
suelo; lo removió y descubrió ser éste un objeto de un color entre pardo y
verdoso . Enojado, el joven m o n j e d e j ó d e b a r r e r a q u e l l a p i e d r
a , i n t r i g a d o p o r l o q u e podía ser aquello. Al hacerse con aquel
objeto, pegó un salto atrás con una exclamación; no era ninguna piedra, ¿de
qué, pues, se trataba? Con toda precaución removió aquel objeto con un palo .
El objeto se desplazó emitiendo un leve ruido . Entonces, lo levantó del suelo
y corrió hacia el interior de la cueva, donde estaba el ermitaño . «¡Venerable!
— le dijo — , acabo de descubrir un extraño objeto, debajo el sitio donde
murió aquel preso.»

El anciano salió de su habitación interna . «Dime có mo es», le ordenó.

«Parece ser — dijo el joven — , como una bolsa que tiene de a n ch o u n os


dos d ed os . E s d e c u e r o , o d e p i e l d e al g ú n a n i - mal». Diciendo
esto, lo palpó. «Hay una cuerda alrededor del cuello de esta bolsa . Voy a
buscar una piedra afilada . » Co - r r i ó f u e r a d e l a c u e v a y c o g i ó u n
p e d e r n a l c o r t a n t e . A s u regreso, aserró con él aquella tira de cuero .
«Es muy duro», comentó . «Todo está sucio de lodo y cubierto de moho . ¡Por
fin lo corté!» Cuidadosamente, abrió aquella bolsa y vertió su c o n t e n i d o
s o b r e u n g i ró n d e s u m a n t o . « M o n e d a s d e o r o » , observó el
ermitaño.

«Yo, en mi vida, nunca había visto monedas de oro, sólo en imágenes.»


También se derramaron pedazos de cristal de colo-
87
res . Se preguntó para qué servirían . Finalmente, había cinco sortijas de
oro con pedazos de cristal engarzados en ellas. «Dejadme palparlos», le
ordenó el ermitaño . El joven monje, levantó el regazo de su manto y guió
las manos de su supe - rior hacia aquel pequeño montoncito.

«Diamantes — dijo el armitaño —, puedo adivinar por su vi - bración y...» El


anciano permaneció silencioso y atento, mien-tras manejaba las piedras, las
sortijas y aquellas monedas . Después, realizó una profunda inspiración y
comentó: «Nuestro prisionero había sustraído todas estas cosas. Las monedas,
son de la India . Siento que hay a l go m a l o en todo eso . Re - presentan una
muy grande suma de dinero» . Meditó en silenc io p o r un o s mom e n t os ,
y t er m in ó d ic i end o b ru s ca m e n t e: «Llevaos todo esto, lleváoslo y
tiradlo en lo más profundo del lago. Nos traerían mala ventura si los
guardásemos con noso-tros. Aquí hay concupiscencia, asesinato y miserias.
Fuera con todo eso, ¡rápido!» . Diciendo esas palabras volvió la espalda y,
lentamente, se arrastró al interior de la cueva. El joven monje devolvió todo
aq uel montoncito al interior de la bolsa y se

encaminó hacia el lago. Al llegar a su orilla, depositó todos


a q ue l lo s o bj e to s sob r e un a r o c a pl a na y e x a m in ó , u no p o r
uno aquéllos, con toda curiosidad . Después, levantando una
monedaentreelpulgaryundedo,lalanzócontodassus
fuerzas al agua. La moneda fue rebotando y levantando peque-ñas olas, hasta
que, con un chasquido final, se hundió hasta lo más profundo del lago .
Moneda por moneda, y luego el resto de aquellos objetos, fue lanzado a las
aguas, hasta que se hundió el último.

Mientrasselavabalasmanos,sonrióaldarsecuentaqu
e unos pájaros pescadores se habían largado con la bolsa y per-seguían con
furia los objetos hundidos. Musitando las Preces d e lo s D i fu nto s , el jov e
n m o n j e , vo lv ió a l a cu ev a y a s us
t r a b a j o s c a s e ro s . L u e g o v i n o e l m o m e n to d e p on e r d e l a d o
las ramas que harían las veces de escobas . Después, esparcir
nueva arena, apilar leña para el fuego, disponer la vasija del
agua y frotarse las manos, en signo de que el trabajo del día
se había terminado . Llegaba el momento en que las células

88
de la memoria de aquel joven se hallaban a punto de almace - nar la
información que se le comunicaría.
Elviejoermitañovinojadeandodesdesuhabitacióni
nte-rior.Inclusoparalavisióninexpertadeljovenm
o n j e , e l anciano desfallecía a ojos vistas . Lentamente, el eremita se sentó
en el suelo y se arropó convenientemente . El joven le alargó el cuenco y se
lo llenó con agua fría. Con todo cuidado se situó al lado del anciano y guió
sus manos hasta el borde de la vasija para que supiese exactamente dónde
estaba colo-cada. Entonces, se sentó a su vez, aguardando a que su mayor
hablase.

Durante un tiempo, todo permanecía en silencio, mientras el anciano


permanecía sentado y ordenando sus pensamientos y recuerdos . Luego,
después de un largo carraspeo, empezó di - diciendo: «La mujer aquella se
durmió y yo también . Pero no estuve dormido por mucho rato . Ella roncaba
terriblemente y mi cabeza latía con fuerza. Sentí como si mi cerebro oscilase
y q ui s i e s e s a l i r p o r l a c i m a d e m i c r á n eo . E n to n ce s , s e me
produjeron como unos porrazo s en los vasos sanguíneos de mi cuello, que
me pusieron al borde de un desvanecimiento . L u e g o , l o s r o n q u i d o s
c a m b i a r o n s u r i t m o , s e p e r c i b i ó u n ruido de pies arrastrándose
y, de pronto, con una acusada ex - clamación, aquella mujer saltó sobre sus
pies y corrió hacia mi lado . Inmediatamente, se escucharon unos ruidos
metáli - cos y se notó un ritmo distinto de los líquidos que circulaban d e n t
r o d e m i c u e rp o . E n u n m o me n to , o d o s , c es ó la p u ls a - ción
de mis sesos . Se acabaron las presiones que experimen - taba mi cuello, y
los huesos cortados del cráneo no me cau - saron molestias.

»La mujer se afanaba moviendo algunos objetos, metiendo ruido con


cristales que chocaban y metales que vibraban unos contra otro s . Percibí un
cru jido cuando ella se agachó para levantar del suelo su libro caído. Algún
objeto del mobiliario crujía cuando era movido de su sitio para ser colocado
en una nueva posición. Entonces, ella se dirigió como hacia la pared y e s c
u c h é c o m o s e d e s l i z a b a l a p u e r t a a b r ié n d o s e y l u e g o
cerrándose tras ella. De pronto, llegó a mis oídos el ruido de

89
pasos, disminuyendo a lo largo del corredor . Yo estaba allí,
t e n d i d o ; ;no m e p o d ía m o v e r ! E r a ev id en t e qu e a lg o h a bí a
sido hecho sobre mi cerebro . Me sentía más despierto . Podía pensar más
claramente . Antes, había experimentado un mon - tón confuso de
pensamientos que yo no era capaz de enfocar c o n t o d a c l a r i d a d y p o r
e s t o l o s h a b í a a l m a c e n a d o e n r i n - cones de mi mente. Ahora,
todos ellos eran para mí tan claros como las aguas de un arroyo de la
montaña.
»Recordaba mi nacimiento. Mi primera mirada en este mundo,
en el cual había sido precipitado . La cara de mi madre . La
c a r a a r r ug ad a d e aqu e ll a mu j e r qu e ayu da b a al p a r to . M á s
tarde, mi padre, cogiendo en sus brazos al recién nacido. Sus preocupaciones,
ya que era el primogénito. Recordaba su ex - presión alarmada y su temor al
verme con aquella cara enro - jecid a y arrugada . Más adelante, me llegaron
a la memoria escenas de mi primera niñez. Siempre había sido una ilusión de
los míos el que yo pudiese llegar a ser un sacerdote, que diese honor a la
familia . Má s tarde, me veía en la escuela,

a d i es t r án do me e n l a e s c ri tur a so b r e cu adr a d os d e pi z ar r a . El
monje - profesor, yendo del uno al otro, con elogios y re - primendas y
diciéndome que podía permanecer más rato que l o s d e m á s , d e f o r m a q
u e a p r e n d i e s e m á s q u e m i s c o m p a - ñeros.

»Mi memoria, era completa . Podía recordar fácilmente imá - g e n e s q ue h


ab í a n a p a r e ci d o e n r e v i st a s i l u s t r a d a s q ue n os traían los
mercaderes indios, e incluso imágenes que no recor-
daba que las hubiese visto nunca. Pero la memoria es una
espada de dos filos; yo recordaba con todos los detalles mis
t o r tu r a s , a m an os de l os ch in os . Deb id o a q u e s e me h ab í a visto
transportando papeles de Potala, los chinos habían dado por descontado que
se trataba de secretos y, en esta creencia, me habían secuestrado y torturado
para obligarme a declarar tod o cu an to , en su op in ión , s a b í a . Y o , t a n
s ó lo u n h u m i l d e sacerdote, que sólo sabía la que llegan a comer los
lamas.
»La puerta se abrió con una especie de silbido metálico . Su - mergido en mis
pensamientos, no me enteré de los pasos que se aproximaban por el corredor.
Una voz me interrogó: "¿Có-

90
mo os encontráis?", y noté que mi guardián estaba a mí lado. Mientras
hablaba, manejaba el extraño aparato con el que yo estaba conectado .
"¿Cómo os notáis, ahora?", volvió a pre - guntar de nuevo.

»"Bien — le repliqué — , pero nada contento por todas las cosas raras que
me han sucedido. Me siento igual como un yak enfermo en un parque del
mercado . " El hombre, se rió y se dirigió a una parte lejana de la habitación .
Pude oír el ruido de papel, el sonido inconfundible de las páginas al ojearlas.

»"Señor", exclamé . "¿Qué es un almirante? Estoy muy intri - gado. Y, ¿quién


es un ayudante?"
»Depuso un pesado libro — o a lo menos a mí me pareció un libro — y se me
acercó. "Sí — profirió compasivamente —. Me i m a g in o q u e d e s d e v u
e s t ro p un to d e v i st a s e o s h a t rata d o más bien cruelmente . " Dio
unos pasos y noté que arrastraba uno de aquellos extraños asientos metálicos .
Cuando se sen - tó, la silla crujió de un modo alarmante. "Un almirante —
dijo pensativamente — . Os debía haber sido explicado más tarde; pero
podemos saciar vuestra curiosidad inmediata ... Estáis en una nave que surca
el espacio, el mar del espacio; lo lla - mamos así porque, dada la velocidad
con que nos trasladamos, el espacio recibe un choque tan rápido que parece
que se trate de un océano de aguas. ¿Podéis seguirme?", preguntó.

»Pensé un momento y, sí, podía imaginarme el Río Feliz y los b o t e s d e cu


e ro q u e lo c r u z a n . " S í , lo comp r e n d o " , r ep u s e . "Bien, entonces
— continuó diciendo —; nuestro barco es uno del grupo . El más importante
de todos ellos . Cada embarca - ción — ésta igualmente — tiene un capitán;
pero un almirante es, ¿cómo os lo voy a decir?, un capitán de todos los ca - p i
t an es . A ho ra , a d e m á s d e n u es t ro s m a r in e r os t en e mo s s o l -
dados a bordo, y es usual que haya un oficial «ayudante» del almirante . Se le
llama simplemente « ayudante» . Para tradu - cirlo a términos eclesiásticos,
un abad tiene su capellán, aquél que lleva a cabo las tareas, dejando a su
jerarca superior las grandes decisiones que tengan que ser tomadas."

»Todo eso, lo veía claro, y estaba reflexionado sobre el tema, cuando mi


vigilante se me aproximó inclinándose y profirió en

91
voz baja: "Y, por favor, no os dirijáis a mí llamándome vues-tro capturador .
Soy el médico en jefe de esta nave . Más cla - ro, para vuestros puntos de
referencia soy semejante al mé - dico en jefe de los lamas del Chakpori .
¡Doctor, y no Cap - turador!" Yo me divertía mucho, conociendo cómo
también esos grandes hombres tienen sus debilidades. Que un hombre de su
categoría se disgustase porque un salvaje ignorante (así me llamaba) le
llamase "capturador", era cosa de ver. Resolví ponerle de buen humor: "Sí,
doctor" . Fue mi premio la más a g r ad e c id a d e l a s mi r ad a s y u n a a
ma b l e in c l i n a c i ó n d e s u cabeza.

»Durante bastante tiempo se ocupó de ciertos instrumentos que parecían


estar conectados con mi cabeza . Hizo algunas rectificaciones, cambió el
curso de algunos líquidos, y se pro-dujeron cosas extrañas que provocaron
una comezón en mi cráneo afeitado . Después de algún rato, dijo: "Tendréis
que reposar durante tres días . Durante este lapso de tiempo los huesos se
habrán soldado y la cicatrización forzada estará en camino . Entonces, sí
todo marcha bien, como yo espero, os conduciremos de nuevo a la Cámara
del Consejo y os mostra - remos varias cosas . No sé si el Almirante querrá
hablaros . Sí es así, no temáis . Habladle exactamente como haríais con-m i
g o " . L u eg o , p e n s án d o l o b i en , añ ad ió pes a ros o: " O , más bien
con alguna mayor cortesía . " Me dio un golpecito en un hombro y salió de
la habitación.

»Me encontraba allí, inmóvil, pensando en mi futuro . ¿Futu - ro? ¿Qué


futuro se presentaba allí para un ciego? ¿Qué sería de mí, si dejaba con vida
aquellos parajes, en la suposición que necesitase dejarlos vivo? ¿Tendría que
pedir limosna para v i v i r , c o m o l o s m e n d i g o s q u e p u l u l a b a n
p o r l a p u e r t a d e Occidente? Muchos de ellos eran falsos ciegos, de
todos mo - dos . Yo me preguntaba adónde iría a parar, dónde ganar mi
sustento . El clima de mi país es duro y no hay puestos para e l h o mb r e s
in h og a r n i d ó n d e r e p o sa r s u c a b e z a . Y o m e a n - gustiaba y no
cesaba de meditar todos los males y quebraderos de cabeza que me agu
ardaban . Con estos pesares, caí en un s u e ñ o p ro f u n d o . E s t an d o a s
í , p e r c i b í có m o s e d e s l i z a b a la

92
puerta de la habitación donde me encontraba y la presencia de personas que
venían quizás a ver si aún vivía . Todos los r u id o s a m i a lr e d ed o r n o e
ra n b a s t an te s p a r a h a c e r m e t r a s - p on e r e l u mb ra l d e m i su
eño . Y o e r a i nc ap a z d e pod e r c a l - cular el paso del tiempo . En
condiciones normales podemos valernos de los latidos del corazón para
darnos cuenta de los minutos que pasan . Pero, en aquel caso, se trataba de
horas y de horas durante las cuales me hallaba inconsciente.

»Después de lo que me pareció un largo tiempo, durante el c u a l p a r e c í f


l u c t u a r e n t r e e l m u n d o m a t e r i a l y l a v i d a d e l espíritu,
desperté bajo una sensación de alarma . Aquellas te - rribles mujeres habían
vuelto a mi alrededor, como unos bui - t r e s a lr e d e d o r d e u n a c a r r o
ñ a . S u s r i s a s y s u p a r l o t e o m e atacaban los nervios . Sus impúdicas
libertades para con mi cuerpo indefenso me ofendían todavía más . No podía
expre - s a r me en su le n gu a; n i t an s ó lo m o ve r m e . E r a p a r a m í u
n a s o r p r e s a q u e , s i e n d o m i e mb r o s d e l l l a m a d o s e x o d é b
i l , s e manifestasen tan rudamente con sus manos y su expresión de
emociones . Yo me hallaba físicamente arruinado del todo, y aquellas mujeres
me llevaban y traían tan rudamente como si se tratase de un bloque de
piedra . Me regaban el cuerpo con lociones; me untaban el cuerpo
estremecido con malolientes unturas y me quitaban y ponían tubos en los
agujeros de las narices y en otras concavidades del cuerpo, sin miramientos d
e n in g u n a c la s e . M i al m a s e e s t r e me c í a y v o lv ía a p en s a r
por qué azar diabólico mis hados habían decretado que debía verme obligado
a soportar todas aquellas humillaciones.

»Con la marcha de las terribles mujeres volví a la paz, aun - que por no
mucho rato . Al cabo del cual, la puerta volvió a escucharse y otra vez mi
capturador; más bien dicho, "el doc-tor", penetró y cerró tras él la puerta .
"Buenos días; por lo que veo, estáis despierto", me dijo, placentero.

»"Sí,señordoctor—lerepliquéalgoenfurruñadoEsi
m - posible dormir, cuando esas mujeres charlatanas se abaten so - bre mi
persona como unos pajaracos." Esto, pareció divertirle en gran manera. En la
actualidad, sin duda conociéndome me-jor, me trataba más como un ser
humano, aunque un ser hu -
93
mano que no acababa de estar del todo en sus cabales . "Tene - mos que
valernos de estas enfermeras — dijo — para que os observen, os mantengan
debidamente aseado y oliendo bien . Ahora, estáis empolvado, perfumado y
listo para un nuevo día de reposo."

»¡Reposo!Nolonecesitaba;loquesímeprecisaba,era
irme . Mas, ¿adónde? Mientras el director examinaba las ci - catrices de mi
operación del cráneo, volví a pensar sobre todo l o q u e m e d i j o . ¿ F u e a
y e r ? ¿ A n t e a y e r ? N o p o d í a s a b e r l o . Me era preciso saber una
cosa que me tenía intrigado en gran manera . "Señor doctor", le dije . "Me
dijisteis que me encon - t r a b a a b o rd o d e u n a n a v e d e l es p a c io .
¿ E s q u e l o e n t e n d í bien?"

» " S i n d u d a r e p l i c ó E s t a m o s a b o r d o d e l a n a v e a l m i r a n t e de
esta flota inspectora. En estos momentos precisos, reposam o s
s ob r e u n a m e se t a d e l a s T i e r r a s A l t a s d el T í b e t . ¿ Po r qué, la
pregunta?"
»"Señor mío", le repliqué: "Cuando me encontré en aquella cueva, ante
aquellos seres sorprendentes, la cueva, ¿se hallaba dentro de esta nave?"

»Él se rió, como si yo hubiese tenido la más jocosa ocurren - cia. Al


recobrarse, me dijo, entre risotadas." Sois observador, m u y o b se r v ado r .
Y te n éi s to d a la r a z ó n . L a me s e t a r o co s a sobre la cual reposa esta
nave fue primitivamente un volcán . Existen en ella corredores profundos y
cámaras inmensas por donde fluía el magma y salía al exterior . Nosotros nos
servi - mo s de esos pasajes y hemos engrandecido la capacidad de aquellas
cámaras para que sirvan a nuestros propósitos . Nos s e r v i mo s d e e s t o s
s i t i o s u s u a l m e n t e . D i f e r e n t e s n a v e s l o s utilizan, de tiempo
en tiempo . Vos habéis sido sacado de la nave y conducido a la caverna."

»¡Conducido, desde el barco, al interior de la caverna rocosa." Eso


concordaba con la extraña impresión que yo había expe - r i m e n t ad o d e h
a be r d e j ado e l c o r r ed o r me t á l i co po r una c a - verna de rocas.
"Señor doctor", exclamé. "Sé, por experiencia directa, algo de túneles y salas
en la roca; existe una de ellas, secreta, en el Potala; incluso contiene un lago.

94
»"Sí — observó —. Nuestras fotografías geofísicas nos lo han descubierto.
Lo que no sabemos, en cambio, cuándo vosotros, los del Tíbet, lo habéis
descubierto." Se acercó con su piedra de afilar . Me daba perfecta cuenta de
que estaba cambiando entonces los líquidos que corrían a través de los tubos
y den-t r o d e m i cu e rp o . S e p ro du jo al in s t a n t e u n a a lt e r a c i ó
n d e m i t e mp e r a t u ra ; i n v ol u n t a ria m e n t e , m i r e s p i ra c ió n
s e h i z o más espaciada y profunda; me veía manipulado como una mu -
ñeca que, en la plaza de un mercado, exhiben los buhoneros.

» "¡ S eñ o r do c to r! — ob se rv é c on v eh e m enc i a V ue s t ro s ba r -
cos del espacio son conocidos de nosotros; los llamamos Carro-zas de los
Dioses. ¿Por qué no os ponéis en contacto con nues-tros superiores? ¿Por
qué no declaráis abiertamente vuestra presencia? ¿Por qué tenéis que
raptarnos a escondidas, como habéis hecho conmigo?"

»E1 doctor hizo una profunda inspiración, con una pausa y, por fin, replicó:
"Si os lo desease explicar, no haría más que pro - vocar vuestras más
cáusticas observaciones, que, a nosotros, no nos importan nada" .

»"No, señor doctor — le repliqué —. De hecho soy vuestro pri-s i o n e ro ,


co m o l o f u i d e l o s c h i n o s ; e i g u al me n t e n o p u ed o desafiaros .
Sólo intento, en mi incivilizada forma, entender las cosas como supongo que
vos mismo deseáis de mí "
»Giró sobre sus pies y, claramente, decidió que era lo mejor que podía
hacerse Habiendo tomado su resolución, dijo: "No - sotros, somos los
Jardineros de la Tierra y, naturalmente, de otros mundos habitados. Un
jardinero no discute su identidad ni sus planos con sus flores. Ahora bien;
elevando un poco la materia, si un pastor de un rebaño de yaks encuentra a
uno de ellos que parece más brillante que los demás, dicho pastor no le dirá
en modo alguno: «Acéptame por tu guía» . Ni dis - c u t i r á c o n e l y a k d
ecosasqueclaramentesobrepasanlacomprensiónde
a q u é l . N o e n t r a e n n u e s t r a p o l í t i c a e l f r a - ternizar con los
naturales de ninguno de los mundos que su - pervisamos . Lo hicimos en
anteriores y el resultado fue una s e r i e d e c a t á s tr o f e s q u e o r i g i n
a ro n f a n t á s t i c a s l ey en d as e n vuestro propio mundo."

95
»Hice una mueca de contrariedad y menosprecio: "Primero, vos me dijisteis
que yo era un salvaje por civilizar, ahora me llamáis, o me comparáis, con un
yak", repliqué con firmeza. Entonces, si soy una cosa tan baja, ¿por qué me
tenéis aquí prisionero?"

»Su réplica fue contundente . "Porque os necesitamos para uti - lizaron .


Porque poseéis una memoria fantástica que va siem-pre en aumento . Porque
tenéis que ser el depositario de un saber que podrá ser utilizado por otro que
llegará hasta vos, al final de vuestra existencia. ¡Ahora, dormid!" Escuché
cómo un crujido y unas ondas de negra inconsciencia cayeron sua-vemente
sobre mi persona . »
Capítulo sexto

«Horas interminables, transcurrieron pesadamente . Yo, yacía dentro de un


estupor, una ausencia, dentro de la cual el pa-sado, el presente y el futuro se
confundían recíprocamente . Mi vida pasada, mi desvalido estado presente,
que no podía ni moverme ni ver, y mi gran temor del futuro fuera de "allí", si
es que podía librarme nunca . De tiempo en tiempo venían aquellas mujeres
y me atropellaban . Mis miembros era retor - cidos, mi cabeza giraba sobre
el cuello y todas las partes de mi anatomía se veían manoseadas, pellizcadas,
aporreadas y manejadas. A veces, grupos de personajes venían y permane -
cían a mi alrededor discutiendo mi caso . No era capaz de en-tenderlos; pero
su intervención era clara . Esos personajes, igualmente, me aplicaban
diversas cosas; pero yo les negaba la satisfacción de verme cómo me
estremecía a sus agudas punzadas. Yo iba transcurriendo mis días .

»Llegó un momento en que se volvió a despertar mi alarma. Había estado


traspuesto, ignoraba las horas que hacía. Aun cuando me había dado cuenta
de que se había deslizado la puerta de mi estancia, no me había desvelado .
Fui retirado del sitio donde yacía y como envuelto en mantas de lana sin
darme cuenta de lo que pasaba a mi alrededor y a mí mismo . De pronto, se
produjeron una serie de cortes alrededor de mi cráneo . Me vi pinchado y
hurgado, mientras una voz en mi propia lengua exclamaba . "¡Bravo!,
¡dejemos que vuelva a la vida!" Un zumbido, del que me di cuenta sólo
cuando cesó, terminó con un débil chasquido metálico . Inmediatamente me
sentí repuesto, en vida e intenté sentarme . De nuevo me sentí
imposibilitado; mis más violentos esfuerzos no causaron el menor
movimiento a ninguno de mis miembros . "Ya vuelve a estar entre nosotros",
dijo una voz . "¡Eh! ¿Podéis oírnos?", preguntó otra persona .

»"Sí puedo — repliqué — , pero ahora, ¿estáis hablando tibe-tano? Creía


que el doctor estaba hablando conmigo . " Enton -

97
ces se produjo una risa en voz baja: "Hablamos vuestra len - g u a — m e r
e p l i c a r o n — , a s í e n t e n d e r é i s m e j o r l o q u e o s digan".

»Otra voz intervino, en otro lado . "¿Cómo le llamaremos?" Otro, que


reconocí ser el doctor, repuso: "Llamémoslo ¡Oh! No sabemos su nombre;
yo le llamo simplemente vos."
»"El Almirante ha dispuesto que se le dé un nombre", afirmó una nueva voz
. "Decidamos cómo nos tenemos que dirigir hacia él." Entonces se entabló
una discusión animada, en cuyo curso fueron propuestos varios nombres,
algunos de ellos muy despectivos y que indicaban que yo, a juicio de
aquellas per-sonas, gozaba de la consideración que se merecen ante los
hom-bres de la Tierra los yaks o los buitres que se alimentan de cadáveres .
Por fin, cuando los comentarios habían ido exce - sivamente lejo s, el
doctor decretó: "Acabemos de una vez, este hombre es un monje. Cuando
tengamos que mencionarlo, llamémosle simplemente «el Monje» . "
Entonces hubo un si - l e n c i o , q u e f i n a l i z ó e n u n r u i d o q u e , a
m i j u i c i o , e r a d e aplausos. "Muy bien — sentenció una voz, que hasta
ahora yo no había escuchado —, aceptado por unanimidad, de ahora en
adelante llevará como nombre «el Monje» . Debe ser así re - gistrado."

»A es a d is cu s ió n si g u ió o t r a q u e n o me int e r e só y q u e , a l
parecer, versaba sobre las virtudes o la carencia de ellas de las mujeres y la
mayor o menor facilidad que había para ob - tenerlas en cada caso . Ciertas
alusiones anatómicas estaban fuera de mis conocimientos, de manera que
no hice ningún esfuerzo para seguir el curso de la discusión; pero me intri -
gaba el poder visualizar a los opinantes. Algunos de los hom-bres eran muy
pequeñitos y otros, muy cuadrados . Era una cosa rara y que me intrigaba
mucho el comprobar que en la Tierra no existiesen medidas como las que
poseían aquellos personajes.

»Fui precipitado bruscamente al mundo presente por un ruido súbito de


personas que se ponían de pie, y lo que parecía un arrastrarse hacia atrás
aquellas extrañas sillas . Los hombres
aquellossealzaronyunotrasotrofueronsaliendod e

98
la habitación. Finalmente, sólo permaneció el doctor. Más tarde, me dijo:
"Os llevaremos ante la Cámara del Consejo, dentro de una caverna de la
montaña. No debéis demostrar ningún nerviosismo; todo os parecerá
extraño; pero podéis estar bien tranquilo, Monje, que no recibiréis daño
alguno por parte de nadie." Diciendo estas palabras, se marchó y quedé de
nuevo solo con mis pensamientos. Por alguna razón extraordinaria, una
escena particular estremeció mis recuerdos. Uno de los torturadores chinos
se me había aproximado y, con sonrisa diabólica, me había dicho: "Os queda
un sola probabilidad para decirnos lo que necesitamos de vos, o perderéis
vuestros ojos."

»Yo le repliqué: "Soy un pobre, un sencillo monje y no tengo nada que


deciros." Con lo cual, el verdugo chino metió un dedo y el pulgar dentro de
la órbita del ojo izquierdo y mi ojo saltó fuera como el hueso de una ciruela.
El ojo colgaba ba-lanceándose sobre mi mejilla. El tormento de la visión
defor-mada era terrible. Mi ojo derecho, aún intacto, miraba dere-chamente;
el izquierdo, en su balanceo, miraba en otros sen-tidos. Entonces, de un
rápido tirón, el chino cortó el ojo libre y me lo tiró a la cara, antes de hacer
lo propio con el ojo derecho.

»Recordaba que, hastiados finalmente de aquella orgía de tor-turas, los


chinos me tiraron sobre un montón de basura. Pero ya no estaba muerto,
como ellos creían, y el frío de la noche me reavivó y entonces yo había
vagado, a ciegas y a tientas, hasta que un cierto "sentido" me había guiado
lejos de la Misión China y, también, de la ciudad de Lhasa. Sumido en estos
pensamientos, perdí la noción de tiempo y fue para mí un sosiego cuando,
por fin, unas personas vinieron a mi habitación. Entonces pude entender lo
que me había sido dicho . Un aparato especial, un elevador, denominado con
el extraño nombre de antigravedad, fue instalado sobre mí tabla y "desviado"
encima de ella. La tabla entonces se levantó por los aires y unos hombres la
guiaron a través de la puerta hacia el corredor, más allá. Parecía que, si bien
la tabla carecía de aparente peso, poseía inercia e impulso, aunque ello no tu-

99
viese significado alguno para mí. Mi preocupación se limitaba a no querer
sufrir daño alguno. Eso, para mí, era lo más esencial.

»Con todo cuidado, la tabla o mesa operatoria y todo el equipo a ella asociado
fueron arrastrados o empujados a lo largo del corredor metálico con sus ecos
desviados y transportados fuera de la nave espacial. Llegamos de nuevo a la
gran sala dentro de la roca y me llegaron al oído los rumores de un gran
gentío, que me recordó el patio exterior de la catedral de Lhasa en días, para
mí, más felices. Mi tabla fue movida y bajada como hasta unos pocos
centímetros del suelo . A mi lado, llegó alguien que me susurró: "El Cirujano
-General va a llegar dentro de un instante".

»Yo le respondí: "¿No se me va a devolver de nuevo la vista?", pero el


personaje se había ido y mi demanda se quedó sin respuesta. Estaba allí,
tendido y probando de pintar en la imaginación las cosas que iban a
ocurrirme. Sólo conservaba la memoria de los breves instantes que se me
habían concedido antes; pero lo que deseaba con más ansia es que se me
proporcionase la vista artificial .

»Unos pasos que ya eran familiares resonaron sobre la piedra del suelo. "Veo
que os han traído sin novedad . ¿Os sentís completamente bien?", me
preguntó el doctor — el Cirujano General.

»"Señor doctor", le respondí . "Me sentiría mucho mejor si quisieseis


permitirme gozar de la vista."
»"Pero, es que vos sois ciego y tendréis que vivir por muchos años en tal
estado ."
»"Pero, señor doctor", dije con una considerable dosis de exasperación.
"¿Cómo podré aprender y almacenar en la me-moria todas las maravillas que
me habéis prometido que yo veré si no se me proporciona esa visión
artificial?"
»"Dejad esos cuidados para nosotros", repuso. "Somos nosotros quienes
hacemos las preguntas y damos las órdenes, vos debéis hacer lo que se os
mande."
»Entonces me llegó de la masa situada a mi alrededor una serie de susurros
pidiendo silencio, no un silencio total, por-

100
que éste no se da nunca cuando hay mucha gente agrupada . E n t r e l o s mu
r m u ll o s p u d e p e r c ib i r u n s o n i d o m u y s e c o d e pasos, que
cesaron bruscamente. "¡Sentarse!", ordenó una voz seca, de entonación
militar . Entonces se produjo una disten - sión, ruido de paño grueso, crujidos
de cuero y arrastre de muchos pies. Un rumor como si uno de aquellos raros
asientos fuese arrastrado hacia atrás . Simultáneamente, o casi, el ruido q u e
ha c e u na p e r son a qu e s e p on e en p ie . U n a t en s a e x -

p e c t ac ió n se pe r c i bi ó d u r an te u no o d o s se g undo s , y en s e -
guida se escuchó la voz.
«"Señoras y señores — anunció ésta, puntual y maduramente
— : Nuestro Cirujano en Jefe considera que ese indígena del Tíbet se
encuentra lo suficiente bien de salud y adoctrinado para que, sin peligros
indebidos, pueda ser preparado a poder asimilar el Conocimiento del Pasado .
Existe, ¿cómo no?, un riesgo; pero no es posible prevenirlo . Si el sujeto
muere, nos será preciso recomenzar la fastidiosa búsqueda de otro personaje .
Este indígena, si bien se encuentra en pobres con - diciones físicas, podemos
asegurar que está dotado de una vo-

l u n t ad s u f i c i en t e p a r a ag u an t a r co n fi rm e z a s u e x i s t en c i a
. Noté que todo yo me estremecía ante ese rudo menosprecio de mis íntimos
sentimientos; pero la Voz prosiguió diciendo: "Hay algunos entre nosotros
que consideran que debemos ser-virnos exclusivamen te de documentos
revelados a diversos Mesías o Santos, que hemos situado en este mundo para
tal
p r opó s it o . P e ro y o os d igo q u e , en e l p a sa d o , d i ch os do c u -
mentos han originado unas veneraciones llenas de superstición que han
anulado todo beneficio que se haya podido obtener, por culpa de ellas . Los
nativos de la Tierra no han buscado el sentido que dichos documentos
contenían, sino que se han quedado en la superficie, y todavía mal
interpretada . Ha sido muy frecuente que les hayan perjudicado en su
desarrollo; se ha originado un sistema artificial de castas y algunos de los
naturales de varios países se han afirmado a sí mismos como escogidos por
los Altos Poderes, como autorizados para ense-ñar y predicar cosas que
jamás se han escrito.

»"No tienen idea alguna de nuestra existencia en el espacio

101
exterior de su mundo. Nuestras naves, que patrullan sin cesar, se han
considerado fenómenos naturales o simples alucinacio-nes de quienes
creyeron contemplarlas, y que son tenidos en un concepto despectivo, como
alienados mentales. Consideran que no puede haber vidas más importantes
que la del Hom - bre . Consideran que su esmirriado mundo es la única
fuente de toda vida, ignorando que, en el Universo, el número de mu ndos
habitados es mayor que todos los granos de arena juntos que se hallan sobre
la tierra, y que su mundo figura entre los más pequeños e insignificantes.

»"Creen que ellos son los Amos de la Creación y que todos


los animales de su mundo son su presa . La duración de su
v id a es e l b a tir d e un pá r p ad o . Co mp a r ado s con n os ot ro s , son
igual que el insecto, que vive un solo día y, en ese breve plazo, tiene que
nacer, crecer, madurar y aparejarse repetidas veces, para morir al cabo de
unas horas . El término me dio de nuestra existencia, es de cinco mil años; el
suyo, de unas pocas décadas. Y todo esto ha sido establecido por sus creen-
cias peculiares y sus trágicas equivocaciones . Por esta razón, n o s e r a n d
e s c o n o c i d o s e n e l p a s a d o ; p e r o a h o r a n u e s t r o s sabios
nos dicen que en el espacio de medio siglo esos indíge-nas descubrirán
alguno de los secretos del átomo . Podrán, e n t o n c e s , e c h a r a r o d a r
s u p e q u e ñ o m u n d o . R a d i a c i o n e s peligrosas pueden esparcirse
a través del espacio y originar una amenaza de polución universal.

»"Cómo no ignoráis muchos de vosotros, los Sabios han decre-t a d o q u e u


n o d e l o s n a t i v o s d e l a T i e r r a , q u e s e a a p r o v e - chable sea
capturado por nosotros — ése lo ha sido —, y se le trate por unos
procedimientos que le capaciten para recordar todo cuanto ahora vamos a
enseñarle . Se verá condicionado d e f o r m a q u e , l o q u e l e h a b r á s i
d o e n s e ñ a d o , s ó l o p o d r á tevelarlo a quien deberá a su preciso
tiempo ser situado en el m u n d o c o n l a m i s i ó n d e e x p l i c a r a t o d
o s c u a n t o s q u i e r a n escucharle los hechos tal como han sido y son, y
no las fan - t a s í a s q u e s e h a n f a b r i c a d o a c e r c a d e l o s m u n d
o s d e m á s allá de ese pequeño universo . Este nativo que ahora veis ha
sido preparado especialmente y será el recipiente del mensaje

102
q u e s e r á , m á s t a r d e , t r a n s mi t i d o a o tr o s e r h u m a n o . E l e s
- fuerzo será muy grande, y después de éste le costará mucho el sobrevivir; de
forma que no es preciso buscar la manera de reforzarlo, ya que si se nos
queda sobre esta mesa nos será p r e c i s o e m p e z a r d e n u e v o a b u s c
a r o t r o q u e l e s u s t i t u y a . Y eso, como ya hemos visto, es enojoso.

»"Un compañero de a bordo, ha objetado que debíamos haber elegido algún


natural de un país más desarrollado; una person a q u e d i s f ru t as e d e u n
ni v el su p e ri o r d e v id a y d e c a t eg o ría social entre los suyos . Pero,
para nosotros, esto hubiera sido una mala jugada . El adoctrinar un indígena
de aquella categoría y desligarle de sus amistades representaría un serio
retraso en nuestro programa: Vosotros, todos cuantos os en - contráis aquí,
podréis ser testigos del actual recuerdo del Pa-sado. Es algo extraordinario; de
modo que tenéis que recordar que os veis favorecidos por encima de los
demás."

»Apenas este Grande había terminado de hablar, cuando so - brevino un


extraño crujido, seguido de otros . Entonces una Voz — pero ¡qué Voz! —
inhumana, que no sonaba como de h o m b r e n i d e m u j e r , m e h i z o e r
i z a r e l p e l o y c r i s p a r m i s poros . "Como Decano de los Biólogos,
independiente de la armada y del ejército — carraspeó esa voz ingrata —
deseo que conste en acta mi disconformidad ante esos procedimientos . Mi i n
fo rme comp l e to será en vi ado al Gran Cu art el p o r v í a reglamentaria.
Ahora, pido ser escuchado ." Entonces, pareció producirse una mueca
resignada en el rostro de los presentes. Por un momento se produjo una gran
agitación y, entonces,

a q ue l q u e h abí a h ab l ado p r im e r o d e t odo s, s e pus o en p ie . " C o


m o Al m i ra n t e d e e s t a E s c u a d r a ", s u b r a y ó , s e c a m e n t e ,
"tengo a mi cargo esta expedición de vigilancia, sean cuales sean los
especiosos argumento s alegados por nuestro incon - f o r mi s t a b ió log o d
e c ano . De t od os m od o s , e s cu ch e mos l o s alegatos de la oposición .
¡Usted puede continuar, señor bió - logo!"

»Sin la menor palabra de gracias, ni forma de salutación algu-na, la ingrata


voz continuó: "Protesto por la pérdida de tiem - po. Protesto de que se hagan
más intentos a favor de esas cria-

103
turas imperfectas . En el pasado, cuando una raza semejante no resultaba
satisfactoria era exterminada y el planeta, repo - blado . Ganemos tiempo y
exterminémosles antes de que into - xiquen el espacio . "

»El Almirante, entonces, intervino: "¿Tenéis alguna razón es-pecífica para


sostener que son defectuosos, señor Biólogo?" »"Sí, tengo", repuso con voz
enfadada el Biólogo . "Las hem - bras de la especie humana son
defectuosas . El mecanismo de su fertilidad es defectuoso y sus auras no se
muestran con-formes con lo planificado . Capturamos una de ellas, en una
de las mejor reputadas áreas de este globo . La mujer se puso a chillar y
agitarse cuando le quitamos las ropas con que se cubría . Y cuando
introdujimos una cánula en su cuerpo, con el fin de analizar sus secreciones,
primero reaccionó con histeria y luego perdió el conocimiento . Más tarde,
volviendo en sí, al ver alguno de mis ayudantes, perdió la razón, como si
estuviese endiablada . No hubo más remedio que destruirla . Todos nuestros
días de trabajo fueron perdidos. "»

El viejo ermitaño cesó de hablar y bebió un sorbo de agua . El joven monje


estaba allí sentado; se sentía estupefacto y horrorizado por las extrañas
aventuras ocurridas a su superior. Algunas de las descripciones le parecían
extrañamente familiares . No sabría decir cómo, pero las explicaciones del
eremita le provocaban extraños movimientos interiores, como si se tratase de
miembros suprimidos y ahora reavivados . Como si las observaciones del
ermitaño actuasen a modo de catalizador . Con todo cuidado, sin que se
derramase una sola gota, el anciano dejó a un lado el cuenco del agua,
volvió a juntar las manos y prosiguió:

«Yo estaba sobre aquella mesa, escuchando y entendiendo todas y cada una
de aquellas palabras. Todo temor, toda in-certidumbre me habían
abandonado . Quise mostrar a toda aquella gente cómo un sacerdote del
Tíbet sabe vivir, o morir . Mi natural impetuosidad me arrastró a observar,
en voz muy alta. "Ya véis, Señor Almirante; vuestro Biólogo es menos
civilizado que nosotros; nosotros, no matamos ni siquiera lo que llamamos
animales inferiores . Nosotros somos civiliza -

104
dos . " Por un momento, pareció detenerse la marcha del Tiem - p o . In c lu
so l a r e s p i r a ci ó n d e l o s c i rc u n s ta n t es me p a r ec i ó detenerse.
Entonces, ante mi más profunda sorpresa y natural-mente estupor, se produjo
un aplauso espontáneo y no pocas risotadas . Los presentes palmoteaban, cosa
que yo interpreté como un signo de aprobación hacia lo que dije. Los
presentes proferían gritos de alegría y cierto técnico que estaba cerca de mí se
inclinó y me dijo a media voz: "¡Muy bien, Monje, muy bien! No digáis nada
más; no os juguéis vuestra buena suerte!"

»El Almirante tomó la palabra, diciendo: "El Monje nativo habló. Ha


mostrado, con toda mi satisfacción, que es una cria-tura sensible y
completamente capacitada para llevar a cabo la misión que se le encomienda.
Y adopto del todo sus obser-vaciones y las haré constar en mi relación
dirigida a los Sa - b i o s . " El B i ó l o g o s o l t ó a g re s i v a m e n t e : " L
o q u e e s y o , m e retiro del experimento . " Con esas palabras, aquella
criatura - h o m b re , m u j e r , o n e u t r o s e m a r c h ó c o n e s t r é p i t o
d e l a c a - verna rocosa . Entonces, se produjo un suspiro de alivio; era

p a t en t e q u e e l B i ó log o D e ca n o , a ll í , no g o za b a d e m uc h a s
simpatías . Cesaron luego los rumores, respondiendo a algún signo de la
mano, que no pude percibir . Entonces se produjo un frote de pies y el susurro
de papeles . El clima de expecta - ción puede decirse que era tangible.

»"Señoras y señores — escuché que decía la voz del Almirante


— : ahora que ya hemos agotado el turno de ruegos y pre - guntas, me
propongo decir algunas palabras acerca de lo que se trata, dedicadas a todos
aquellos que hoy se sientan por pri -
m e r a v e z en e s t a Co m i s i ó n I n sp e c to ra . A lg uno d e e l lo s h a
podido captar algunos rumores; pero los rumores no bastan . Voy, pues, a
explicar a la Asamblea lo que nos proponemos y de qué se trata, de forma que
podáis daros perfecta cuenta de l o s a c o n t e c i m ie n to s q ue s e r á n e l
o bj e t o d e v u e s t r a p a r t ic i - pación.

»"Los habitantes de este mundo están a punto de ir desarro - llando una


técnica, que si no se fren a, puede muy bien des - truirlos a todos . En el curso
de todos esos acontecimientos
105
pueden contaminar el espacio de forma que resulten conta - minados otros
mundos jóvenes. Esto, tenemos que prevenirlo. Como no ignoráis, este
mundo y otros del mismo grupo son c a m p o s e x p e rime n t a l e s p a r
a d i f er en t es t i p o s d e c ri a t u r a s . Como pasa con las plantas, que
la que no es cultivada sólo es broza, en el mundo animal existen los
ejemplares de raza
y l o s b a s t a r d o s . L o s s e r es h u mano s d e es e mu nd o p e rt ene -
cen a los segundos . Nosotros, que hemos sembrado este mun-do con
simientes humanas, hemos de asegurarnos de que nues-
trogénerodestinadoaotrosmundosnoseveaperjudi
- cado.
»"Tenemos aquí delante un natural de este mundo en que nos hallamos
ahora . Es de una región de un país denominado el Tíbet . Se trata de una
teocracia; es decir, que se halla gober-nado por un jefe que concede la
mayor importancia a la adhe-sión a una religión determinada, más que a
unas doctrinas políticas. En este país no existen agresiones. Nadie lucha
para arrebatar las tierras de otros . La vida animal es respetada, excepto por
las clases inferiores, que casi siempre son gente nativa de otras comarcas .
Aunque su religión a nosotros nos parece fantástica, a ellos les guía en la
vida y no molestan al prójimo ni quieren imponer por la violencia sus
creencias. Son muy pacíficos y se necesita un alto grado de provocación
para incitarlos a la v iolencia . Todas estas razones no s han inducido a
pensar que en este país po dríamo s hallar un na - tivo dotado de una
fenomenal memoria, que podríamos toda - vía dilatar . A ese nativo le
podríamos inculcar unos conoci - mientos que él sería capaz de comunicar
a otro hombre que posteriormente situaríamos en este mundo.

»"Muchos de vosotros os podréis preguntar por qué no pode-mos elegir un


representante que sea directo . Nuestra respues-ta es que no podríamos
hacer esto de una manera satisfactoria del todo, porque nos conduciría a
diversas omisiones y malas inteligencias. Se ha procedido de esa forma en
cierto número de casos que siempre se han demostrado desacertados .
Como veréis más tarde, lo intentamos con buen éxito con un hombre a
quien los terrestres llamaban Moisés. Pero, aun con éste,

106
la cosa no marchó bien del todo y prevaleció algún error y confusiones
diversas. Ahora, pese a nuestro venerado Decano de Biología, vamos a
ensayar este sistema que ha sido proyec-tado en un plano superior por
nuestros Sabios.

y escuchará

estuviese allí.
»"De la misma forma con que, con su magnífica habilidad cien-tífica,
millones de años atrás perfeccionaron los vehículos más rápidos que la luz,
ahora han perfeccionado un método para registrar visualmente los Archivos
Akashicos . Por virtud de e s t e s i s t e m a l a p e r s o n a q u e s e h a l l a d
entrodeunaparatopodrávertodocuantoocurrióenelt
i e m p o p a s a d o . E n l a medida que sus impresiones puedan explicarle,
vivirá todas
las experiencias; verá exactamente como si estu-

viese viviendo en aquellas remotas épocas. Para él será como si Una extensión especial, que saldrá
de su ce-

rebro, nos permitirá a todos y cada uno de nosotros que par - ticipemos
conjuntamente. El — vosotros, digamos nosotros —, dejarán a todos los
efectos, de existir en el momento actual y t r a n s p o r t a r án s u s se n t id o
s , v i s t a , o íd o y s e n s a c i o n e s a l a s épocas del pasado, cuya vida
presente y acontecimientos ex - perimentaremos, lo mismo que en la
actualidad estamos expe-r i m e n t a n d o l a v i d a d e a b o r d o , o l a v i d
a e n l o s p e q u e ñ o s navíos de patrulla, o trabajando en el mundo muy
lejano de la superficie, que es el de nuestros laboratorios subterráneos. Yo,
personalmente, no pretendo comprender plenamente los principos que están
en juego . Muchos de los aquí presentes saben más que yo del tema; y ésta es
la razón de su presencia entre nosotros . Otros, con otras ocupaciones,
conocerán aún menos que yo, y esa ellos que se dirigen mis observaciones .
Permitidme que os recuerde que todos debemos tener algún respeto por la
santidad de la vida . Alguno de vosotros podrá c o n s id e r a r es te n at i v o
d e l a T i e r r a e x a c t am e n t e c o mo cu a l - quier otro animal de
laboratorio; pero, como lo ha demostra - do, posee sus sentimientos. Tiene
inteligencia y — recordadlo bien — actualmente, para nosotros, es la criatura
más valiosa d e e s t e m u n d o . P o r e s t o s e h a l l a a q u í . M á s d e u n
o h a p r e - guntado: Pero ¿cómo "colmado esa criatura de conocimientos,
podrá salvar el globo?" La respuesta es que no lo hará."

107
» E l A l mi r a n t e h i z o e n t o n c e s u n a p a u s a d r a m á t i c a . Y o
n o pude verle, como es natural; pero estuve convencido de que l o s d e m
ásexperimentabanlamismatensiónqueamímeanon
ad ab a . Ent o n c e s p ro s igu i ó : " E st e mu n d o es t á mu y en - fermo
. Nos consta que lo está . Ignoramos la razón . Y que - remos hallarla.
Nuestra tarea consiste en reconocer que existe aquí un estado de
enfermedad . En segundo lugar, debemos convencer a los hombres de que
están enfermos . En tercero, les hemos de inducir a que sientan deseos de
ser curados . En cuarto, debemos descubrir concretamente la causa de todos
sus males. Quinto, haremos evolucionar un agente curativo, y s e x t o , te n
e mo s q u e p e r s u a d i r a l o s h o m b r e s q u e h a g a n l o debido
para que la cura surta su efecto . La enfermedad se relaciona con el aura .
Pero, ignoramos cómo . Otro deberá venir, que no será de este mundo,
porque, ¿cómo puede ver los males que aquejan a su prójimo, aquél que
precisamente es ciego?"

»Aquella observación, me causó un sobresalto . Me parecía contradictoria;


yo era ciego, pero se me había escogido para aquella labor . Pero no; no era
así . Yo era meramente el de - positario de ciertos conocimientos.
Conocimientos que harían posible que otra persona, siguiendo un plan
preestablecido, llevase a cabo su cometido . Pero el Almirante continuaba
su discurso:

»"Nuestro nativo, una vez esté preparado por nosotros y ha - yamos


acabado nuestra labor para con él, será transportado a un sitio donde podrá
gozar (desde un punto de vista humano) de una muy larga vida . No podrá
morir sin haber traspasado antes sus conocimientos a otra persona . Durante
sus años de ceguera y soledad, disfrutará de una paz interior y de la con-v i
ccióndellevaracaboalgoqueharámuchobienaeste
mundo . Ahora, haremos una última comprobación de las con-d i c i o n e s
e n q u e s e h al l a e s te n a t i v o y lu e g o e mp e z a re mos nuestras
tareas."

»Entonces se escuchó un ruido, si bien considerable, perfec - tamente


ordenado . La mesa sobre la cual yo estaba fue levan - tada y trasladada
hacia delante. Me llegó a los oídos el ruido

108
acostumbrado de cristal y metal chocando entre sí . El Ciru -
j a no G en e r a l s e me ap r ox im ó y m e d ij o a l oí do : "C ó mo o s
encontráis?"
»Apenas me daba cuenta de cómo me sentía ni dónde estaba; a s í es q u e l e
r e s p o n d í : " T o d o c u a n t o e s c u c h é n o h a c o n t r i - buido a que
me sienta mejor en ningún modo . ¿Continuaré sin ver nada? ¿Cómo podré
participar de todas esas maravillas si no se me quiere conceder la vista
nuevamente?"
»"Calmaos", susurró levemente . "Todo marchará bien, Vos, v e r é i s l o m á
s d i s t i n t a m e n t e p o s i b l e , e n e l m o m e n t o o p o r - tuno."

»Se calló unos momentos, mientras alguna otra persona llegó hasta él y le
hizo una observación . Luego prosiguió: "Ahora os va a suceder lo siguiente:
os pondrán en la cabeza lo que os hará efecto de ser un sombrero
confeccionado con malla de alambre . Os parecerá frío, hasta que os
acostumb réis al artefacto . Luego os calzarán los pies con algo que os podrá
parecer un par de sandalias, de alambre asimismo. Otros alam-bres se
dirigirán a vuestros brazos . Al principio, experimen - taréis un cosquilleo
más bien incómodo; pero pasará pronto y se acabarán todas las molestias .
Reposad, seguro de que os tratamos con el máximo cuidado posible . Eso
tiene la mayor importancia para nosotros . Necesitamos que resulte un gran
éxito; sería una pérdida considerable cualquier fracaso en el experimento."

»"Sí", murmuré. "Yo soy el que arriesga más; yo, me juego mi propia vida."

»El Cirujano General se puso en pie y se alejó de mí . "¡Se - ñor! ", dijo con
una perfecta entonación oficial en su voz. "El nativo ha sido,examinado y
ahora está a punto. Pido permiso para continuar."

"Se os concede, el permiso — replica la voz grave del Almi - rante —:


¡Empezad!" Entonces, empezó un "clic", agudo y una exclamación contenida.
No sé qué manos me agarraron por el cogote y levantaron mi cabeza. Otras,
empujaron algo que pa-recía ser una bolsa metálica de alambre flexible sobre
mi ca - beza e hicieron entrar aquel objeto, siguiendo por mi rostro,

109
hasta la barbilla. Se produjeron chasquidos extraños y la bolsa metálica fue
ceñida sobre mi cara muy apretadamente y la ataron alrededor de mi cuello .
Aquellas manos, luego se re - tiraro n . Mientras tanto, otras se aplicaban a
mis pies . Una sustancia grasienta, de olor nauseabundo, me untaba mis ex -
tremidades inferiores y entonces dos sacos metálicos calzaron mis pies . Yo
no estaba acostumbrado a tenerlos tan ceñidos y me molestaban
sobremanera. Pero yo no podía hacer nada. El ambiente de expectación, de
tirantez, iba en progresión creciente.»

Súbitamente, en la cueva, el viejo ermitaño se cayó de espal-das. Por un


largo rato, el joven monje estuvo petrificado de horror; después, galvanizado
por la urgencia, se puso de pie de un salto y buscó a tientas debajo de la
piedra, el frasco de aquella medicina preparada para un semejante caso de
ur-gencia. Arrancando el tapón con manos temblorosas, cayó de rodillas al
lado del anciano e introdujo forzadamente algunas gotas de aquel líquido
entre los labios entreabiertos del er - mitaño . Muy cuidadosamente, luego,
volvió a tapar el frasco y lo dejó al lado del cubo del agua. Después meció la
cabeza d e l v i e j o s o b r e s u r e g a z o y f r o t ó c o n d e c i s i ó n l a s
s i e n e s de aquél.

Grad ualmente, un pálido rastro de color volvió a sus meji - llas.


Gradualmente, se produjeron signos de que el anciano se estaba recobrando .
Por fin, tembloteando, el ermitaño movió s u m a n o , d i c i e n d o : «
¡ Ah , m u y b i e n , m u y b i e n ! , h i j o m í o . ¡Muy bien hecho! Tengo
que reposar un rato, ahora...»
«Venerable — dijo el joven monje —, reposad ahora. Os voy a preparar un
té caliente; tenemos un poco de azúcar y mante - quilla en cantidad
suficiente.» Delicadamente, colocó su propia sábana plegada bajo la cabeza
del anciano y se levantó . «Voy a poner el agua en la tetera», d ijo buscando
el caldero que sólo estaba medio lleno de agua.

Era extraño, ahora que se encontraba dentro del aire fresco, reflexionar sobre
las cosas maravillosas que había escuchado. Extraño, porque le resultaban
familiares. Familiares, si bien o lv id a da s . E r a u n a c os a p a r ec i d a
al de sp e rta r d e u n s ue ño

110
— pensó — . Sólo que estos recuerdos volvían a su reminis - cencia, en vez
de disolverse como los sueños . El fuego con -
t i nu ab a e nc e nd id o . Rá p id am e n t e , e ch ó en l a ho gu e r a u nos
puñados de pequeñas ramas . Densas nubes azules se levanta -
r o n y o n d e a r o n p o r l o s a i r e s . U n a b ri z n a d e a i r e v a g a n d o
a l r e d e d o r d e l a m o n t a ñ a d i r i g i ó u n h i l o d e h u mo s o b r e e l
joven monje y le obligó a retroceder tosiendo y con los ojos lagrimeando .
Una vez se hubo recobrado, puso el recipiente en el centro de la hoguera,
ahora brillante. Dando una vuelta, el joven entró de nuevo en la cueva, para
cerciorarse de que el ermitaño se estaba restableciendo.

E l v i ej o y a cí a s ob r e u n l ado , ev id e n te men te b a st an t e re c o -
brado. «Tomaremos algo de té y un poco de cebada — dijo —, y después
descansaremos hasta mañana — y prosiguió — , porque debo conservar mis
débiles fuerzas que, de otro modo, me fallarían y no podría dejar mi labor
completa.» El joven monje se dejó caer de rodillas al lado de su mayor y miró
aquella figura delgada y devastada.

«Será como vos queráis, Venerable», asintió. «Yo ahora entro para ver si todo
está en orden y luego traigo la cebada y lo que se necesita para el té . »
Después, se puso de pie y se fue a l fi n a l d e l a c u e v a p a r a j u n t a r l a
s p r o v i s i o n e s d i s p e r s a s . Tristemente, miró el azúcar que había
quedado en el fondo del saco . Más tristemente, los restos de la mantequilla,
redu - cidos a una pequeña porción . En cambio, el té abundaba rela-t i v a m
en t e; b as t a b a c o n ro mp e r l a p a s ti l l a y s e p a r a r l o q ue e ra s ó
lo b r o za . T a m b i é n h ab í a c eb ad a suf i c i en t e . E l jo v e n monje
decidió privarse del azúcar y la mantequilla, a fin de que el anciano pudiese
disfrutar de ambos.

Por la parte exterior de la cueva, el agua burbujeaba alegre - mente en lo que


hacía las veces de caldero . El joven monje echó el té al agua hirviente y un
pellizco de bórax para que le realzara el gusto. Mientras se dedicaba a esto, la
luz del día iba m e n g u a n d o y e l s o l c o r r í a a l o c a s o rá p i d a m e n
t e . A ú n q u e - daban, sin embargo, muchas cosas cosas por hacer. Había
que t r a e r m á s l e ñ a y a g u a , y e l j o v e n n o h a b í a s a l i d o a ú n p
a r a n i n g u n a d e e s t a s c o s a s . D e m o m e n t o , v o l v i ó a e n t ra r

111
r á p id a me n t e en e l in t e r io r d e l a cu ev a . El v i ej o ermit a ño , s e n t a d o , ag u a rd a
b a s u t é . So b ri a m e n t e , es p a r c i ó u n a p o c a c e b ad a d e n t ro d e l c u e n co , e c
h ó u n a p e q u e ñ a mot a d e
ma n t eq u i l l a y t e n d ió l a v a si j a p a ra q u e el j o v en m o n j e s e
l a l l en a s e d e té . « E s un lu jo c ó mo no l o t uv e d u r an t e
s e s e n t a a ñ o s» , e x c l a mó . « P ie n s o q u e s e m e p e rd o n a r á p o r
d i s f r u t a r d e u n a b e b i d a c a l ie n t e d e sp u é s d e u n ti e m p o t a n
l a r g o . N o p u d e co n s e g u i rlo n u n c a . U n a v e z q u e p ro b é
e n c en de r f u eg o , s ól o d e i n t en ta r l o p eg u é f u ego a m i s v e st
id u r as . M e q u ed an a ún a lg un as s e ña l es d e la s l la m a s e n mi c u
e rp o ; p e r o y a s an a ro n , au n q u e ta rd a ro n b as t an t e s s e m a n
as . L o q u e t r ae e l q u e r e r re g a l a r s e a u n o m i s mo . » Hi z o un
p equ eñ o s usp i r o y so r bi ó el t é .
« V o s t e n é i s u n a v e n t a j a s o b r e m í » , d i jo rié n d o s e e l j o v
en mo n j e . « C la r id a d y o s cu rid ad so n l o m is m o p a ra v o s . Yo, e
n c a mb i o , c o n l a o s cu r id ad , h e d e r r a ma d o e l mío p o r el
s u el o . » « ¡ O h ! — e x c l a mó e l a n c iano — , aqu í es t á e l m ío . »
« D e n in gún mo do , V en e r ab le » , r ep l i có e l j ov e n c on
v e h e me n c i a . Te n e m o s d e so b r a . Y o m e s e rvi r é a lg o má s . »
D u r a n t e u n t i em p o es tu v ie r o n e n c o mp a ñ í a y en s i l e n c i o
h a s t a q u e el t é s e h u b o t e r m in a d o ; e n t o n c e s , e l j o v e n
mo n j e s e p us o d e p i e y di jo . « M e m a r c ho p o r más a gu a y
l e ñ a . ¿P u ed o ll e v a r m e v u es t ro c u e n co p a r a l a v a rl o ?»
D e n t ro d e l r e ci p i en te g r and e , a ho r a v ac ío , me t i ó a mbo s c
u e n c o s y e l jo v e n s a l i ó d e la c u ev a . E l v ie j o e r m i ta ñ o
e s t a b a s en ta d o y t i es o , a g u a rd a n d o , co mo h a b í a a g u a rd
a d o p o r v a r i as d é ca d a s e n el p as a d o .

E l s o l s e h ab ía p u e s t o . S ó l o e n l as cu mb r e s r e in ab a u n a l u z
d e o ro , q ue y a v i r ab a h a c i a e l p ú rp u r a a me d i d a q u e e l j o v
e n m o n j e l o i b a co n te mp l an d o . En l a l e j an í a , e n la s o s cu r a
s fa ld as d e l os mo nt e s , s e iba n en c en di end o
p e q u eñ as mo ta s d e l u z . E r an l as l á m p a r as d e man t equ il l a q u
e b r il l ab an a t r a v és d e l ai r e fr í o y n í t id o d el l l an o d e L h a s
a . E l p e r fi l s o mb r í o d e l c o n v e n t o d e la m a s d e D r e pu n g r e
l u c í a c o mo u n a c i u d a d a m u r a l l a d a , m á s a b a jo , s i g u i en
d o e l v a l le . A q u í , e n e l m i s m o f la n c o d e l a m o n t a ñ a , e l j o
v e n p u d o d iv is a r d e sd e l as a l tur a s l a c i u d ad , l o s c o n v en t o
s d e l a ma s y s eg ui r e l b ri l lo d el rí o A l e -

112
gra . Más lejos, el Potala y la Montaña de Hierro aún resulta - ban
imponentes, por mucho que en apariencia se viesen em - pequeñecidos por
las distancias tan considerables.
Pero no había tiempo que perder . El joven monje se repren - dió a sí mismo,
lleno de una viva indignación por su propia pereza, y se apresuró a lo largo
del sendero a orillas del lago. A
toda prisa, llenó el recipiente y lavó los dos cuencos, como a n t e s h a b í a
lav a d o a q u é l , y r e g r e s ó p o r e l m i s m o c a mi n o ,
llevando el recipiente con la gruesa rama que le servía para manejarlo . En
aquel momento, cumo se detuviese unos mo - mentos para descansar, ya que
la rama era larga y pesante, miró hacia atrás por donde había el paso de la
montaña que c o n d u c í a a l a I n d i a . A l l í t e m b l o t e a b a n u n a s l
u c e c i t a s q u e delataban la presencia de una caravana de mercaderes,
acam-pados por la noche. Nadie viaja por la noche. El corazón del joven latió
con fuerza . Mañ ana, los mercaderes volverían a emprender su lento viaje a
lo largo de la pista de la montaña y sin duda establecerían su camp amento a
orillas del lago, antes de proseguir hasta Lhasa, el día siguiente . ¡Té, mante -
quilla! El joven sonrió para sí y volvió a cargar con sus pro - visiones como
renovado.

«¡Venerable!», anunció al entrar a la cueva con el agua. «Hay u no s me rc


ad e re s e n e l p a so d e l a mo n t a ñ a . M a ñ a n a t en d re - mos
mantequilla y azúcar . Estaré de guardia entretanto . » E l a n c i a n o s e s
onriólevemente,mientrasdecíaaljoven:
« M u y b i e n . P er o , l o q u e es a h o r a , du r ma mo s . » El jov e n le a
yudóaponerseenpieyleguiólamanohastalapared.Va
c i l an do , el e r mi t a ñ o s e fu e a s u h ab it a c ió n i nt e r io r . El joven
monje se echó, después de haber limpiado la depresión donde tenía su
yacija . Durante un rato estuvo pensando en lo que había escuchado . ¿Era
cierto o no que los hombres eran sólo yerbajos? ¿Nada más que unos
animales experimentales? «No — pensó —, alguno de nosotros hace todo lo
posible para obrar lo mejor que sabe en circunstancias difíciles; y nuestros
trabajos sirven para animarnos a escalar hacia arriba, porque siempre, en las
cumbres, hay sitio.» Pensando esas cosas, se quedó profundamente dormido.
Capítulo séptimo

E l j o v e n mo n je s e r e v o lv ió c o n u n e s t r e me c i m i e n t o . Soñ o
- liento, se frotó los ojos y se sentó . La entrada de la cueva era de un gris
oscuro y borroso, contra la negrura del interior. E l f r í o h a c í a s e n t i r s u
a g u i j ó n . R á p i d a m e n t e , e l j o v e n s e vistió y se apresuró hacia la
entrada. El aire allí era muy frío, y el viento aullaba entre las ramas y
carraspeab a en tre las hojas secas . Los pájaros pequeños se habían
resguardado del viento colocándose al amparo de los troncos . La superficie

d e l l ag o s e ag it a b a y a lbo rota b a l ev a n t an d o u n o l e aj e q u e se
rompía contra las orillas, obligando a las cañas que se en-corvasen,
protestando contra la fuerza que se les hacía.
El día, recién nacido, era gris y alborotado . Nubes amonto - nadas sobre los
perfiles de las montañas flotaban y descen - dían por las cuestas, como
rebaños de ovejas perseguidos por los perros del cielo . Los pasos de la
montaña estaban escon - didos por nubes tan negras como las rocas mismas.
Las nubes continuaban descendiendo, borrando el paisaje, inundando la
meseta de Lhasa dentro de mares de niebla . Un súbito soplo de viento, y la
tropa de nubes, pareció barrer al joven monje.

D e t an es p es as co m o e ra n n o p u d o con t inu a r v i end o l a e n - trada


de la cueva. No podía ver su mano a poca distancia del rostro. Ligeramente a
su izquierda, la hoguera emitía silbidos y salpicaduras al caer sobre ella los
relentes de la niebla.
A p r e su r ad a m en t e q u eb ró a lg uno s p a lo s y l o s ap i ló en ci m a
del fuego todavía en rescoldos. La leña húmeda crujió y humeó mucho rato
antes de inflamarse . Los mugidos del viento su - b i e ro n d e p u n t o h a s t
a c o n v e r t i r s e e n c h i l l i d o s . L a n u b e s e hizo aún más espesa y el
golpeo violento de las piedras del granizo obligó al joven monje a buscar
refugio dentro de la cueva . De la hoguera se escaparon unos silbidos y el
fuego murió poco a poco . Antes de que se extinguiese del todo, el joven
apartó una rama todavía encendida . Presurosamente, la llevó hasta la misma
boca de la cueva, a cubierto de lo peor

114
de la tormenta . Con menos fortuna, salió de nuevo a salvar tanta leña como
fuese posible, ya que las aguas se la llevaban en su curso torrencial.

Estuvo mucho rato realizando un gran esfuerzo . Luego, qui - tándose la ropa
y escurriéndola, ya que estaba empapada por la lluvia . Actualmente, la niebla
invadía la cueva y el joven monje tuvo que seguir su camino de regreso a
tientas, hasta que llegó a la gran roca, bajo la cual acostumbraba dormir.
«¿Qué pasa?», interrogó la voz del ermitaño.

«No os preocupéis, Venerable», replicó el joven amablemente. «Las nubes


nos han caído encima y nuestro fuego práctica - mente se apagó.»

«No hay que preocuparse — dijo filosóficamente el viejo — el agua existió


antes que el té; bebamos, pues, agua y dejemos p a r a m á s a d e l a n t e e l t
é y l a t s a m p a h a s t a q u e e l f u e g o l o permita.»

«De acuerdo, Venerable», respondió el joven . «Veré si puedo alumbrar de


nuevo una hoguera, al amparo de la roca; pude salvar una rama encendida, a
tal propósito.»
El joven se dirigió de nuevo a la entrada . El granizo caía, es-peso; todo el
suelo estaba cubierto de la granizada y la oscu-ridad era aún más intensa que
antes . Se produjo un restallido como de látigo, seguido del profundo rumor
de un trueno, o
t a l v e z d e u n a p e ñ a q u e h ab í a s i d o p a r t ida p o r e l r a y o . E l
joven monje se preguntó si alguna otra ermita se había visto arrastrada como
una hoja al viento, dentro de la tempestad; se estuvo un rato escuchando,
procurando oír alguna voz pi - diendo socorro. Entonces regresó a la cueva y
se agachó sobre la rama que todavía se veía ardiendo . Con todo cuidado, le
arrimó pequeños pedazos de ramitas y alimentó nuevamente el fuego . Densas
nubes de humo surgieron entonces y fueron empujadas por el viento en
dirección al valle; pero las llamas, preservadas por el saliente de las peñas,
crecieron con toda pausa.

Dentro de la cueva, el anciano ermitaño estaba temblando, porque el aire,


húmedo y frío, traspasaba su delgado y man - chado manto. El joven monje
pensó en su propia capa; pero

115
también ésta se hallaba empapada . Guiando con la mano al v i e jo mo n je
l e c o n d u jo p o c o a p o co h a s t a l a e n t r a d a d e l a cueva y le hizo
sentar allí. El joven monje, con todo cuidado, iba empujando las ramas
encendidas, acercándolas al anciano, para que pudiese notar el calor y notar
algún alivio del frío . «Voy a preparar algo de té — dijo —; ahora el fuego
es sufi-c i e n t e . » D i c i e n d o e s t a s p a l a b r a s e n t r ó a l a c u e v
aporelrecipientedeaguayvolvióconésteylacebada
. « V o y a llenar sólo hasta la mitad del agua — observó — , ya que el
fuego es demasiad o pequeño, y tendríamos que esperarnos demasiado.» Se
sentaron después el uno al lado del otro, pro-tegidos de las peores
embestidas de los elementos, por el techo r o c o s o y e l s a l i e n t e l a t e
r a l d e l a e n t r a d a . L a s n u b e s e r a n densas y no se escuchaba el
canto de ningún pájaro.

« S e r á u n i nv ie r n o mu y rudo » , ex cl a mó el v i ej o e r m it añ o .
«Por fortuna para mí, no tendré que soportarlo . Cuando os haya
comunicado todo mi saber a vos, po dré abando nar mi existencia y me veré
libre para mi partida a los Campos Ce - l e s t i a l e s d o n d e , d e n u e v
o , p o d r é g o z a r d e l a v i s t a d e mi s ojos . » Meditó luego unos
minutos en silencio, mientras el joven monje contemplaba la figura del
humo sobre la super - ficie de las aguas. Entonces, prosiguió: «Es,
ciertamente, muy duro aguardar todos estos años en la más total oscuridad,
sin n i n g ú n h o m b r e a q u i e n l l a ma r " a m i g o " , y v i v i e n d o
e n t a l estrechez que hasta el agua caliente parece un lujo . Se han
arrastrado los años a mi alrededor y he transcurrido una larga existencia sin
haber viajado más que lo que hice hoy, para llegar al lado de esta hoguera .
Porque, de tanto tiempo como permanecí silencioso, hasta mi voz semeja
un estertor ronco . Hasta que vos llegasteis, no tuve fuego, ni calor, ni
compañía, c u a n d o e l t r u e n o e s t r e m e c í a l a m o n t añ a y l a s r
o c a s q ue se derrumbaban amen azaban emparedar mi refugio . »

El joven monje se puso en pie y arropó la sábana secada al fuego sobre las
flacas espaldas de su mayor y se dirigió hacia e l b o t e d e a g u a , c u y o
c o n t e n i d o a h o r a b u r b u j e a b a a l e g r e - mente . Dentro del
agua, el joven echó un abundante pedazo del ladrillo de té. Cesó, entonces,
el burbujeo; pero no tardó

116
mucho en volver a humear el caldero, y entonces se añadió azúcar y bórax al
agua . El tronco, recién descortezado, fue aplicado enérgicamente, y una
astilla plana fue utilizada para ir quitando lo peor de los troncos y la broza que
flotaban en la superficie.

El té tibetano — té de la China — es la forma más barata de té, consistente en


barreduras del suelo de calidades mejores . E s l o q u e q u e d a d e s p u é s
quelasmujereshanrecolectado
las hojas más escogidas y han dejado de lado el polvillo . El conjunto de esos
desperdicios se prensa en bloques o en la - drillos, y se transporta sobre los
pasos del Tíbet, donde los tibetanos, a falta de mejor, adquieren dichos
ladrillos a cam - b io d e o tro s art í c ul os y u san e s e t é c o mo u n o d e lo
s ing r e - dientes de su duro existir . A ese té hay que añadirle bórax, p o r q u
edichotéestancrudoyfuertequeconfrecuencia
ocasiona rampas del estómago . La operación definitiva, cuan -

do se hace el té, consiste en quitarle las impurezas de la


superficie.
«Venerable maestro», preguntó el joven monje. «¿No estuviste nunca en las
orillas del lago? ¿No te has paseado alguna vez por el ancho borde de las
rocas, a la derecha de la cueva?» «No
— replicó el ermitaño — ; desde que fui depositado en esta c u ev a po r lo
s H o mb r es d el Es p a ci o , j a m á s h e id o más lejos que donde ahora
estamos. ¿Qué interés podía ofrecerme el ir más lejos? No podía ver nada
de lo que estaba a mi alrededor, ni podía arriesgarme con seguridad hasta
las orillas del lago, con peligro de caer en él. Después de tantos años dentro
de la cueva y 'en la oscuridad, siento que los rayos del sol hieren mi carne.
Los primeros tiempos de mi estancia en esta cueva acostumbraba a buscar a
tientas mi camino hasta ese punto

para calentarme al sol; pero desde largo tiempo perman e z c o


s i e mp r e e n e l i n t e r i o r . ¿ C ó m o e s t á h o y e l d í a ? » « Mu y
mal, Venerable», replicó el joven monje . «Puedo ver nuestra hoguera y las •
formas borrosa de una roca lejana . El resto está ennegrecido por una niebla
gris espesa y pegajosa. Llegan los nubarrones por la montaña; la tempestad
nos viene de la India.»

117
Distraídamente, contemplaba sus propias uñas. Habían crecido mucho .
Resultaban incómodas. Mirando a su alrededor, halló un pedazo de piedra
deleznable, piedra caída por las laderas de la mo ntaña procedente de algún
fenómeno volcánico de la antigüedad. Con toda energía, frotó esa esquirla
contra sus uñas hasta que las redujo a unas proporciones más cómodas. Las
uñas de los pies, pese a que eran más duras y resistentes, el joven monje,
resignadamente, trabajó hasta que quedaron a su entera satisfacción.

«¿No podéis ver ninguno de los pasos de la montaña?», pre - gutó el anciano
. «¿Es que los viajeros se encuentran parali - zados por las nieblas de la
montaña?»
«Con toda seguridad», exclamó el joven monje. «Deben estar pasando sus
rosarios, esperando así apartar a los demonios . No les veremos hoy.
Vendrán a nosotros cuando se levanten las nieblas . Y, aun, hay que contar
con que el suelo está cu - bierto de granizo congelado. Ahí mismo, delante
de nosotros, forma una espesa capa.»

«Bien; entonces — continuó el anciano —, podemos proseguir nu estra


conversació n . ¿Hay más té, por ven tura?»
«Sí; lo hay», replicó el joven monje . «Voy a llenar vuestra taza; pero tenéis
que beberlo rápidamente, si no se os va a enfriar en un momento . Ahí está .
Voy a añadir leña a la ho - guera.» El joven monje, después de haber puesto
el cuenco en las manos extendidas del anciano, se levantó a por más leña
que animase el fuego . «Quiero traer más troncos y ramas del bosque de
enfrente, bajo la lluvia», anunció, caminando den - tro de la niebla . No
tardó en regresar, cargado con aquellos troncos y ramas mojadas . Entonces
situó su carga, ordenán - d o l a a l r e d e d o r d e l f u e g o , p a r a q u e s e
s e c a s e c o n e l h u m o caliente. «Ahora, Venerable — le dijo al propio
tiempo que se sentaba a su vera —, estoy completamente listo para escuchar
cuanto queráis explicarme.»

Durante algunos minutos, el viejo permaneció en silencio, pro-bablemente


rememorando en su imaginación aquellos lejanos días. «Es extraño»,
observó como de paso. «Estarme aquí como el más pobre de los pobres, y
revivir en la imaginación todos

118
l o s po r t en to s q u e h e p re s enc i a do . Ex pe rime n t é g r an d es c o -
sas, he visto muchas y me ha sido prometido mucho . El due - ñ o d e l o s C a
m p o s C e l e s t i a l e s e s t á y a a p u n t o d e d a r m e l a bienvenida .
Una de las cosas que aprendí, y vos no tendréis que olvidarla en los años
venideros, es la siguiente: Esta vida es sólo una sombra de existencia. Si
realizamos nuestra labor en esta vida, podremos ser admitidos en la vida real
de más arriba . Lo sé porque lo he visto . Pero continuemos por el orden con el
cual se me ha encomendado explicar las cosas . ¿Dónde estábamos?»

Vaciló y se detuvo unos instantes. El joven monje aprovechó la ocasión para


añadir leña al fuego . El ermitaño continuó: «Sí; la tensión de la atmósfera en
la caverna fue creciendo contin uamente hasta un punto insostenible, y yo era
el que se hallaba en mayor tensión de todos . Al fin, la tensión alcanzó

un punto casi insostenible . El Almirante, en tonces, pro -


n un c ió u n as br e v e s ó r de n es . E n t on c es s e p r odu jo un m o vi -
miento de técnicos a mi alrededor y un chasquido súbito . En el acto, yo
experimenté como si todos los tormentos del infiern o b r o t a s e n a t r a v é
s d e m i c u e r p o . E r a c o m o s i f l o t a s e y me sentía a punto de
estallar . Rayos en zig - zag se encendían por el ámbito de mi cereb ro y mis
órbitas privadas de ojos me parecía como si estuviesen colmadas de carbones
encendidos . Se producían, en mí, vueltas dentro de la cabeza, agudos y
dolorosos chasquidos . Me sentía como girando y rodando por la eternidad.
Crujidos, estallidos y horribles estruendos me acompañan sin cesar.

»Caía siempre más abajo, girando y volteando la cabeza por debajo de mis
talones. Luego tuve la sensación de un largo tubo de color negro en uno de
cuyos extremos apareció una luz de color rojo sanguinolento. Entonces, cesó
aquel volteo y me vi lentamente ascendiendo aquella luz. A veces, me
deslizaba hacia abajo; en otras, me detenía; pero siempre uh empuje penoso,
vacilante, volvía a llevárseme penosamente, vacilan - temente; pero siempre
hacia arriba. Por fin, llegué a la fuente

d e a qu e ll a l u z s a n gu ino l en ta , y n o pud e a v an z a r má s . U na
p i e l , un a me m b r a na o " al go " o bs t a cu li z ab a m i c a mi n o a de -

119
lante . Repetidas veces fui lanzado con violencia contra el o b s t á cu lo . O
t ra s t an t as n o lo g r é p as a r . C re c í a n m i d o lo r y t e r r o r . Un a
v io l en t a i mp r es ió n d o l o r o s a m e in v a d i ó y u n a espantosa
fuerza me empujó repetidamente contra la barrera; se escuchaba un sonido
agudo y desgarrador. Entonces me vi lanzado a gran velocidad a través del
obstáculo que se pul - verizaba.

»Vertiginosamente yo subía; mi conciencia se oscureció y llegó el momento


que se apagó del todo . Experimentaba la vaga impresión de una
interminable caída. En mi cerebro, una voz gritaba . "¡Sube, sube!" Me
inundaron unas olas de náusea . Y la Voz, imperiosa, me exhortaba . "¡Sube,
sube!" Por fin, lleno de exasperación, me esforcé en tener los ojos abiertos
y tenerme sobre mis pies . Pero, no fue posible; ¡no tenía cuer - p o ! Er a u
n e sp í r i tu d es en c ar n a do , du eñ o d e v ag a r ado nd e quisiera de
este mundo . ¿Este mundo? ¿Qué era, este mun - do? Miré hacia arriba y
creció mi extrañeza de la escena que yo contemplaba . Los colores eran,
todos, falsos . La hierba era verde y las rocas, amarillas. El cielo, era de un
tinte verde y se divisaban dos soles . El uno era de un azul - blanco y el
otro, anaranjado. ¿Las sombras? No hay manera de describir las sombras
que proyectan dos soles a la vez . Pero, todavía más raro, se veían estrellas
en el cielo. En pleno día. Eran, las estrellas, de todos los colores: rojas,
azules, verdes, de color de ámbar, e incluso algunas eran blancas . No
estaban despa - rramadas como lo están los astros a los cuales estamos acos
- tumbrados . Allí las estrellas cubrían el cielo, como los gra - nos de arena
tapizan enteramente el suelo.

»Delejos,llegabanrumores,ruidos.Peropormucho
q u e esforzásemos nuestra imaginación no podríamos llamar mú - sica a
todos aquellos ruidos; sin embargo, no hay duda que todo aquello era
música . La Voz se hizo escuchar de nuevo, fría, implacable: «Muévete;
decid e por ti mismo adónde ne - c e s i t a r á s i r " ; d e m a n e r a q u e y
o p e n s é d i r i g i r m e a l a z o n a de donde me llegaban los sonidos. Y
ya estaba en ella . Sobre un terreno llano, cubierto de hierba roja, bordeado
de árbo - }es de color de púrpura y de naranja, danzaba un grupo de

120
gente joven. Algunos iban vestidos de colores vivos; otros no llevaban
vestidura alguna . Con todo, estos últimos no provocaron en mí la menor
reacción adversa. A un lado iban otros tañendo instrumentos cuya descripción
rebasa mis facultades. El ruido que armaban, me es igualmente imposible
describirlo. Todas las notas me resultaban desafinadas, y el ritmo, para mí, no
tenía sentido alguno. "¡Mézclate con ellos!", me ordenó la Voz.

»Inmediatamente, me vi flotando por encima de ellos, y me ordené a mí


mismo ir sobre un trozo de aquel prado y me sentí sobre aquél. Era tan
caliente que temí lastimarme los pies; pero recordé que yo no tenía pies, ya
que era un espíritu de-sencarnado. Lo que luego ocurrió me lo demostró bien
claramente: una muchacha desnuda, persiguiendo a un joven cubierto de
brillantes vestiduras, pasó a través de mí sin darse ellos cuenta. La muchacha
aprisionó a su hombre y enlazándole con sus brazos lo llevó fuera del prado,
tras los árboles, y del sitio donde se detuvieron me llegaron algunos chillidos
y exclamaciones de placer. Los instrumentistas continuaron con sus dislates
musicales, y todo el mundo pareció hallarse en extremo complacido.

»Subí, luego, por los aires y no por mi propia voluntad. Me veía dirigido
como una corneta cuyo hilo maneja un chaval. Siempre más alto, yo ascendía
por los aires hasta que, por fin, pude divisar el brillo del agua. ¿Era,
verdaderamente, agua? El color era de espliego pálido, que mandaba destellos
de oro al rizarse las olas. "El experimento me ha matado", juzgué entre mí.
"Ahora estoy en el Limbo, en la Tierra de las Gentes olvidadas. Ningún
mundo contiene tales colores ni cosas tan singulares." "¡No!", murmuró
aquella inexorable Voz, dentro de mi cerebro. «El experimento ha tenido buen
éxito. Tendréis su debido comentario de todo cuanto ahora sucede, para que
estéis más informado. Es vital que comprendáis todo cuanto se os muestre.
¡Poned toda atención!" "¡Toda mi atención! ¿Podía acaso hacer otra cosa?",
pensé tristemente.

»Me remonté cada vez más alto. Muy lejos, divisé refulgentes rayos en el
horizonte. Eran extrañas y espantosas formas que

121
allí se contemplaban, semejantes a los diablos de las puertas del Infierno.
Podía distinguir también manchas débiles de luz que se caían y ascendían,
yendo de una forma a otra, de aqué-llas . Todo alrededor de ellas existían
amplios caminos que irradiaban de cada una de aquellas formas, ig ual
como los pétalos de las flores se alejan radialmente del centro . Todo a q u e
l lo e r a , p a r a m í , u n m is t e r io ; n o p o d í a i m a g i n a r cuá l
podía ser la naturaleza de todo aquello; sólo podía flotar por los aires, lleno
de sorpresa.

»Bruscamente, me sentí lanzado de nuevo a velocidad acele-rada.


Descendía la altura de mi vuelo . Mi descenso, del todo involuntario, se
dirigía hacia un punto donde pude distinguir varias casas individuales
esparcidas a lo largo de unas carre-teras dispuestas de forma radial. Cada
casa me parecía tener, a l o m e no s , e l t a m a ño d e l a s qu e s on p ro
pie d ad d e la más alta aristocracia de Lhasa, cada una ocupando una
porción crecida de terreno. Extrañas estructuras de metal se apelotona-ban
a través de los campos, efectuando trabajos que sólo un agricultor puede
relatar puntualmente . Mas, cuando estuve más cerca, me di cuenta de que
se trataba de una gran finca, donde flotaban sobre unas aguas poco
profundas unas planchas p e r f o r a d a s . E n c i m a d e a q u é l l a s h a
b í a u n g r a n n ú m e r o d e plantas maravillosas, cuyas raíces se
arrastraban dentro de las a g u a s . Tan to p o r su b e l l ez a c o m o po r s
u t a ma ño , aq u ell a s plantas eran mucho mayores que las que
usualmente crecen sobre el suelo. Contemplándolas, me llenaba de
maravilla.

»De nuevo me remonté de aquellos parajes y podía ver ma - y o r es h o ri z


o n te s a l o l ej o s . A q u e l l as f o r ma s q u e t a n t o m e habían
intrigado cuando las veía desde lejos, estaban mucho más cerca; pero mi
cerebro obtuso no se hallaba en situación d e c o mp r e nd er l o q ue v e í
a; e ra d e m a s i ado i mp r e si on ant e ; parecía increíble en ex ceso . Yo
era un pobre tibetano, sim - plemente un humilde sacerdote que nunca
había pasado de una corta visita a Kalimpong . Pero, en aquellos precisos

inst a n t e s , a n t e m i s e x t r añ a d o s o jo s — ¿ pe r o y o t e ní a oj os
?—asomabaunagrande,unafabulosaciudad.Torres
inmensas,enespiral,seelevabantalvezunosseteci
entosme-
12
2
tros en el aire. Cada una de ellas poseía un balcón en espiral, del cual
irradiaban, sin que se viese ningún apoyo, unas ca - l l e s q u e en t re t o d
as t ej í an u n a t el a r a ñ a , e s p es a c u al n o lo son tejidas por las
propias arañas . Dichas calles se hallaban atestadas por una rápida
muchedumbre . Hacia arriba y hacia abajo oscilaban pájaros mecánicos
cargados de gente . Cada uno de ellos se las arreglaba para no chocar con los
demás con una habilidad que me llenaba de sorpresa . Uno de aque - l l o s p
á j a r o s v e l o c e s v i n o h a c i a m í . V i u n h o mb r e q u e i b a d e l a
ntedetodo,guiándolo;peroélnomeveía.Todomicue
r p o s e c o n t r a j o y s e re t o r c i ó d e t e r r o r , p e n s a n d o e n e l
choque inevitable; pero el artefacto se me acercó, veloz, a través mío, y _no
me pasó nada . ¿Qué era, yo? Sí; recuerdo, e r a e n t o n c e s u n e s p í r i t
u d e s e n c a r n a d o ; p e r o q u i s i e r a q u e alguien explicase a mi
cerebro la razón por la cual experimen-taba emociones — principalmente la
del miedo — , igual que u n c u e r p o n o r m a l y e n t e r o e n m i c a s o
h a b r í a e x p e r i m e n - tado.

»Yo vagaba entre aquellas torres en espiral y me columpiaba sobre las


calles. A cada punto, descubría nuevas maravillas. En ciertos altos niveles,
se veían estupendos jardines colgan - tes . Había campos de juego de una
increíble belleza para la
g e n t e n o b l e . P e r o , tod os los col o res es t ab a n eq ui v o c ado s . Y
la gente también . Unos eran gigantes y otros enanos . Al - g u n o s t e n í a
n c o s a s d e s e r e s h u m a n o s y o t r o s d e a v e s , e l cuerpo que
parecía humano y que poseía una perfecta cabeza de pájaro . Algunos eran
blancos; otros, negros, o colorados, al paso que otros eran verdes . Eran de
todos los colores, no simplemente matices o tintes, sino colores primarios
bien de-finidos . Algunos de ellos poseían cuatro dedos, con un pul - gar en
cada mano . Pero los había que tenían, en cada mano, nueve dedos y un par
de pulgares . Un grupo ostentaba sólo tres dedos, cuernos a lado y lado de la
testa y un rabo . Mis nervios no aguantaron más ante aquella visión y, por mi
volun-tad, me elevé por los aires con toda velocidad.

»Desde mis nuevas alturas la ciudad se veía claramente como cubría un


vasto espacio; se extendía tanto como podía alcanzar
123
mi vista; pero en uno de sus extremos distantes, se divisaba un claro que
estaba libre de altas edificaciones . Allí, el tráfico aéreo era intensísimo .
Unos tildes brillantes (así lo parecían por la distancia) se remontaban con
una velocidad que desafiaba la vista y seguían por un plano horizontal . Me

vi marchando por los aires hacia aquel distrito . Al aproximarme, me di


cuenta de que toda aquella área parecía fabricada de cristal, y en su
superficie se descubrían raros aparatos metálicos . Algunos eran esféricos y,
por la dirección que llevaban, parecían viajar más allá de los confines de
aquel mundo . Otros, parecidos a dos hemisferios de metal unidos por los
bordes, también parecían destinados a viajes fuera de su mundo . Mas había
otros que parecían lanzas disparadas . Observé que, después de ganar cierta
altura, adoptaban una trayectoria horizontal y viajaban hacia algún sitio,
para mí desconocido, de aquel mundo . El movimiento era vertiginoso y yo
apenas podía creer que tanta gente pudiese caber en una ciudad . Todos los
habitantes del mundo estaban allí congregados, pensé . Pero ¿quién era yo?
Me sentí lleno de pánico .

»La Voz me respondió: "Tienes que saber y entender que la Tierra es sólo un
pequeño espacio; la Tierra es uno de los más diminutos granos de arena a
orillas del Río Feliz . Los demás mundos de este Universo donde está
situada la Tierra son tantos y tan diversos como la arena, los guijarros y las
rocas que siguen las orillas del Río Feliz . Pero eso no es más que un
Universo . Hay Universos más allá de toda cuenta, lo mismo que hay briznas
de hierba en el suelo . El Tiempo sobre la Tierra, no es más que un parpadear
dentro del tiempo cósmico . Las distancias terrestres no son de ningún
momento; son cosa insignificante y es como si no existiesen, en
comparación de las grandes distancias del espacio . Ahora estáis sobre un
mundo en un lejanísimo Universo, tan lejos de la Tierra que os dais cuenta
de que está más allá de vuestra comprensión . Tiempo llegará, en el cual los
mayores científicos de vuestro mundo se verán obligados a reconocer que
hay otros mundos habitados y que la Tierra no es, como ahora se creen, el
centro de la creación . Ahora os encon -

124
tráis situado sobre el mundo principal de un grupo que cuenta más de un
millar de ellos. Cada uno de los mundos está habitado, y todos ellos
reconocen la autoridad del Maestro del mundo sobre el cual estamos ahora.
Cada mundo se gobierna a sí mismo, si bien todos siguen una política común,
dirigida a la extirpación de las peores injusticias bajo la/ cuales vive la gente.
Una política dirigida a la mejora de las condiciones en que todos viven .

"Cada uno de dichos mundos tiene, a su cabeza, una suerte de persona .


Algunos son pequeños, como habéis visto . Otros, altísimos, cómo también
habéis comprobado . Algunos, según nuestros modos de ver, son feísimos y
fantásticos; otros, her - mosos y angélicos. No debemos, sin embargo,
engañarnos por las apariencias exteriores, ya que la intención de todos es
buena . Toda esta gente rinde vasallaje al Maestro del mundo en que ahora
estamos . Sería ocioso intentar daros los nom bres de todos ellos; éstos no
tendrían el menor sentido en vuestra lengua y en vuestra comprensión . Sólo
servirían para embrollaros la memoria . Esta gente rinde vasallaje, como he
dicho, al Gran Maestro de este mundo en que estamos . Es alguien que no
alberga en su pecho deseos territoriales en absoluto . Alguien cuyo máximo
interés consiste en la preser-vación de la paz de todos los hombres, sea cual
sea su forma, su tamaño, su color, para que puedan ayudarle en la tarea de
practicar el bien, en lugar de aquellas destrucciones a que deben dedicarse
aquellos que deban defenderse a sí mismos . Aquí no hay grandes ejércitos, ni
hordas batalladoras . Hay hombres de ciencia, comerciantes, naturalmente
sacerdotes y también exploradores que van a mundos remotos para aumentar
el número de aquellos que se asocian a la hermandad poderosa .

"Pero nadie se ve invitado . Los que quieren sumarse a esa federación tienen
que pedirlo y sólo se admiten aquellos que han destruido sus armamentos.

"El mundo en el cual nos hallamos actualmente es el centro de este Universo


particular. Es el centro de la cultura, del conocimiento, y no hay otro que le
supere en magnitud . Una

125
forma especial de modo de viajar ha sido descubierto y desa - r ro l l ad o .
R ep it o d e n u e v o q u e e l e x p li c a r l o s m é t o d o s em - pleados
cargaría en exceso los cerebros de los mayores cien - tíficos de la Tierra; no
han llegado todavía al escalón que permite pensar en cuatro y aun en cinco
dimensiones, y toda discusión con ellos carecería de sentido hasta el día
que llega-rá en que puedan librarse de todos los prejuicios que los tie-nen
cautivos.

"Las escenas que ahora veis suceden en el mundo - guía, ac - tualmente.


Necesitamos que viajéis por su superficie para con-templar la civilización
tan avanzada de sus habitantes, tan magnífica que vos no sois capaz de
comprender. Los colores que veis aquí, no son los que acostumbráis en la
Tierra; pero ésta no es el centro de la civilización . Los colores son dife - r e
ntesencadamundo,ydependendecircunstanciasy
necesidades propias de cada uno de ellos . Podréis ver este m u n d o , y m i
vozosacompañará.Cuandohayáisvistolobastanted
e e s t e m u n d o p a r a c o m p r e n d e r s u g r a n d e z a , e n - tonces
viajaréis en el pasado y entonces podréis ver cómo se han descubierto los
mundos, cómo han nacido, la manera có - mo procedemos intentando
ayudar a todos aquellos que quie - ran ayudarse a sí mismos. Acordaos
siempre de esto: nosotros, los del espacio, no somos perfectos porque la
perfección no existe, ni puede existir, mientras estamos en cualquier parte
de cualquier universo . Pero nosotros intentamos hacer las cosas lo mejor
que nos es posible. Hay algo en el pasado — lo tenéis que reconocer — que
está bien del todo; pero también otras cosas que, con todo pesar, hemos de
confesar que están mu y ma l . Pe ro n oso t r os n o e s t a m o s c o n t e n t
o s c o n v u e s t ro mundo, la Tierra; lo que deseamos es que podáis
desarrollar aquel mundo, que viváis allí . Con todo, hemos de asegurar -
nos de que las obras del Hombre no alteren con su polución el Espacio y
dañen a los habitantes de otros mundos . Pero ahora vamos a seguir
contemplando éste, el mundo que está a la cabeza de los demás mundos."»

«Medité sobre aquellas palabras», dijo el ermitaño . «Sopesé detenidamente


sobre el portento que anunciaban aquellas pa-

126
labras de la Voz, ya que estaba yo convencido de que toda aquella disertación
sobre el amor fraternal no pasaba de ser una chanza . "Mi propio caso —
pensaba entre mí — debe de ser uno de tantos que muestran la falsedad de
esos argumen - tos. Aquí estoy yo, considerado un pobre e ignorante nativo de
un país pobrísimo, árido y atrasado; y, absolutamente contra

m i v o lun t ad , m e h e v i st o pr i s io n e ro , op er a d o , y , po r to do
cuanto puedo ver, arrancado de mi cuerpo." Estaba allí, ¿adón-d e ? L a h i s t
o r i a d e q u e e s t a b a h a c i e n d o t a n t o b i e n a l a h u - manidad,
más bien me parecía improbable.
»La Voz interrumpió mis alterados pensamientos diciéndome: " M o n j e , l o
queestáismeditandonoslodeclarannuestros
instrumentos; y lo que pensáis no es cierto . Vuestros pensa - mientos son
falsos . Nosotros somos los Jardineros, y un jar - dinero debe quitar la leña
muerta y arrancar las malas hier - b a s . P e r o c u a n d o e x i s t e u n b r o t
e m e j o r q u e l o s d e m á s e n - tonces el jardinero lo desgaja a veces de la
planta madre y l o i n j e r t a e n a l g u n a o t ra , co n el f i n d e q u e p u ed
a o r i g i n a r nuevas especies. Según vuestro criterio, os hemos tratado más
bien de mala manera. Según nuestra manera de ver, os hemos otorgado un
honor muy señalado que reservamos a unos pocos, u n h o n o r si n g u l a r .
" L a V o z v a ci l ó u n o s in s ta n t e s , y lu e g o continuó: "Nuestra
historia, abarca billones sobre billones de años — expresada en términos de
vuestro tiempo terrenal —. P e r o , su pon g am o s qu e la ex is t en c i a d e
la T i e r r a s ea r ep re - sentada por el Potala, entonces, la vida del Hombre
sobre el

planeta se podría comparar al espesor de una capa de pintura


e n e l t e cho d e u n a d e su s h a b i ta c i o n e s . Es a s í ; y a lo v e i s .
E l Ho m b r e es t a n n ue vo sobre l a T i e r r a q u e n i n g ú n s e r h u -
mano posee la autoridad suficiente para querer juzgar lo que hacemos.

" M á s a d e l an t e v u e st r o s p ro p io s h o mb r es d e c i e n c i a d e s c
u - brirán que sus propias leyes matemáticas de la probabilidad m u e s t r a n
c ó m o e s e v i d e n t e l a e x i s t e n c i a d e o t r o s m u n d o s habitados
extraterrestres . También comprenderán la eviden - cia de que los
extraterrestres puedan ver los últimos confines de su limitado universo, dentro
del conjunto de universos que
127
contiene vuestro mundo . Pero no es éste el sitio ni el tiempo para
dedicarnos a una discusión de tal naturaleza. Aceptad nuestra seguridad de
que estáis llevando a cabo un buen trabajo y que nosotros sabemos más que
vos acerca de todas esas cosas. Os preguntáis, también, dónde os halláis, y
yo os res-pondo que vuestro espíritu desencarnado, temporalmente se-
parado de su cuerpo, ha viajado más allá de los lindes de vuestro universo y
ha ido directamente al centro de otro uni-verso, a la ciudad que, a su vez, es
el centro del planeta prin-cipal. Tenemos muchas cosas que mostraros y
vuestra gira, vuestras experiencias, no hacen sino empezar. Estad, con todo,
seguro que lo que estáis viendo es aquel mundo tal como está en la
actualidad, ya que, para el espíritu, la distancia no existe.

"Ahora nos es preciso que vayáis contemplando, para que os familiaricéis


con el mundo en que nos encontramos actual-mente; así daréis más crédito
a vuestros sentidos cuando pa-semos a más importantes materias, ya que
pronto os envia-remos al tiempo pasado, a través de los Archivos
Akáshicos, donde veréis el nacimiento de vuestro planeta, la Tierra."»

«La Voz cesó», continuó el viejo ermitaño, y se calló por unos breves
minutos, que aprovechó para beber unos sorbos de té, que ya estaba
completamente frío. Con aire meditabundo, dejó a un lado el cuenco y
cruzó los dedos de sus manos, después de haberse compuesto la ropa. El
joven monje se levantó y añadió nueva leña al fuego y luego se sentó,
después de haber arropado una vez más al anciano.

«Como os decía — continuó el viejo monje —, me encontraba yo en un


estado de pánico, y, mientras oscilaba sobre aquella inmensidad, me sentí
caer, me encontré pasando varios niveles, cruzando puentes entre grandes
torres; otra vez me vi cayendo sobre lo que parecía ser un parque ameno,
levantado sobre una plataforma — o, a lo menos, me lo pareció — que me
sostenía . La hierba, allí, era roja y, entonces, con gran sorpresa, a un lado
descubrí hierba que era verde. En un estanque de aquel jardín, el agua era
azul y en el prado, que era verde, el estanque era de un color como de
vainilla.

128
Alrededor de aquéllos se veía congregado un gentío impre - sionante. Pero,
ahora, empezaba a distinguir un poco quiénes eran los naturales de aquel
planeta y quiénes los visitantes de planetas lejanos . Se notaba algo sutil en
el porte y maneras de los primeros, que no existía en los últimos . Los
nativos ostentaban una superioridad, de la que estaban convencidos por
completo.

»Alrededor de los estanques — o piscinas — , unos parecían como dotados


de una virilidad notable y otros de un a femi - neidad extrema . Había un
tercer grupo manifiestamente neu - tro . Me interesó la observación que hice
de que toda aquella gente andaba en cueros, excepto el grupo femenino que
lle - vaba algunos objetos en el pelo . No pude distinguir bien de que se
trataba; pero era indudable que se trataba de algún tipo de adorno metálico .
Al momento, quise marcharme de allí, porque alguno de los juegos de
aquella gente en cu eros no m e g u s t a b a u n p e l o , a m í , q u e h a b í a
s i d o e d u c a d o d e s d e mi infancia dentro de un convento de lamas, y,
por lo tanto, en medio de un ambiente exclusivamente masculino . Apenas
entendí el sentido de alguno de los gestos a que se entrega - ban las mujeres.
Quise elevarme y marcharme de allí.

»Pasé velozmente a través del resto de la ciudad y llegué a los alrededores,


donde había casas esparcidas por la campiña. T o d o s l o s c a m p o s y p l
a n t a c i o n e s s e v e í a n e x t r a o r d i n a r i a - mente bien cultivados y
había grandes fincas por aquellos a l r e d e d o r e s ; m e p a r e c i ó q u e e
s t a b a n d e d i c a d a s a l c u l t i v o acuático — que ya he descrito —.
Pero ello presentaba escaso i n t e r é s , p a r a n a d i e e x c e p t o l a s p e r
s o n a s e s t u d i a n d o a g r o - nomía.

»Me remonté más alto y observé buscando algún objetivo ha-c i a d o n d e e


n ca m i n a r me . V i u n p o rt e nt oso m a r d e c o lo r d e azafrán . Se
divisaban grandes rocas bordeando la costa; eran amarillas, rojas y de toda
suerte de colores y matices; pero e l m a r e r a c o n s t a n t e me n t e d e u
n c o l o r a z a f r a n a d o . E s t e f e - nómeno me era incomprensible.
Antes, el agua parecía ser de otro color . Sin embargo, mirando hacia arriba,
enco ntré la razón de aquel fenómeno. Un sol se había ya puesto, y ama-

129
necía otro, con lo que se contaban ¡tres soles! Con la ascen-sión creciente
del tercer sol y el descenso del otro, los colores cambiaban constantemente;
hasta el aire ofrecía matices d i s - t in t o s . Mis desorientados sentidos
veían cómo la hierba cam - b i a b a d e t o n o s , p a s a n d o d e l r o j o a l
mo r a d o y d e l m o r a d o virando al amarillo, y, paralelamente, el mar iba
también mu-dando el color. Ello me recordaba la forma con la cual en los
atardeceres, cuando el sol va hacia su ocaso sobre las altas cordilleras de los
Himalayas, los colores continuamente van cambiando y, en vez de la luz
brillante del día en los valles, se forma un crepúsculo acarminado, nace y lo
invade todo y hasta las cumbres nevadas pierden su blancor puro y parecen
ser azules o de color carmín. Por esta causa, mientras contem-plaba todos
aquellos cambios, no experimentaba grandes sor-presas; y di por supuesto
que los colores cambiaban continua-mente en aquel planeta.

»Pero no sentí grandes deseos de volar sobre las aguas, porque no tenía
experiencia ninguna de los mares, — jamás había visto ninguno — . Sentía
un temor instintivo y un miedo de que en ellos me pudiese ocurrir alguna
desventura y que me cayera en aquellas aguas. Así es que dirigí mis
pensamientos hacia la tierra firme; entonces, mi espíritu desencarnado viró
en redondo y volé por encima de unas pocas millas sobre una costa rocosa y
algunas pequeñas explotaciones agrícolas . En - tonces, con todo el deleite
de mi alma, me encontré con un paisaje que me era familiar: una sucesión de
páramos, sobre los cuales descendí, volando bajo, y contemplé las pequeñas
plantas apiñadas en la superficie de aquel mundo . La diferen - c i a d e l a s
d e l n u e s t r o c o n s i s t í a n e n q u e a l a l u z d e l s o l parecían tener
sus florecillas de color violeta, con tallos de color oscuro, parecido a los
brezos . Más allá, se encontraba un banco de flores que hubiera dicho que,
bajo aquella luz, eran aulagas; pero sin espinas.

»Me remonté cosa de cuarenta metros y recorrí aquel paisaje, el más


placentero de todos cuantos había visto en aquel extra-ño mundo . Para
aquellas gentes, no dudo que les debería de parecer un paisaje muy
desolado. No había el menor signo de

130
habitaciones humanas, ni de sendas. En un ameno y frondoso barranco vi un
pequeño lago y un arroyo que se precipitaba en él desde un alto promontorio
y lo alimentaba . Me detuve un poco, contemplando aquellas sombras
cambiantes y los ma-tices diversos de coloridos reflejos luminosos,
filtrándose a a través de las hojas de los árboles por encima de mi cabeza. A
continuación, debajo se divisaba, borrosa, una extensión de tierra, una ancha
corriente de agua, un pellizco de tierra, y otra vez el mar . Contra mi
voluntad me vi forzado a viajar a través de otras tierras y comarcas . En ellas
se veían pequeñas ciudades que eran, sin embargo, de grandes
proporciones . Acostumbrado como estaba a las dimensiones de la gran
capital me parecían pequeñas . Pero aun así, mucho mayores de cuanto me
pareció ver sobre la Tierra que había dejado.

»Mi desplazamiento se vio interrumpido bruscamente y yo me vi


descendiendo rápidamente en espiral abrupto. Entonces, miré debajo de mí .
Vi un paisaje que me llenó de maravilla . Un castillo en medio de los
bosques . El castillo era de una blancura inmaculada y me llamaron la
atención las torres y las almenas de aquél, que no concordaban con una
civilización como la de aquel planeta . Mientras reflexionaba ante lo que
tenía ante mi vista escuché la voz del Maestro: "Aquí tiene su residencia el
Maestro . Es un edificio antiquísimo; el más antigu o de este viejo mundo .
Es el santuario adonde todos los aman tes de la paz se encaminan, con el fin
de permane - c e r u n o s m o m e n t o s a n t e s u m u r o y d a r m e n t a l
m e n t e l a s gracias por la paz; la paz que abarca todo cuanto vive bajo la
luz de este Imperio . Una luz donde no hay tinieblas, por - que existen cinco
soles y nunca se hace de noche . Nuestro metabolismo es diferente del de
vuestro mundo . No necesita - mo s horas de oscuridad para disfrutar del
sueño . Nosotros estamos constituidos de una manera distinta."»
Capítulo octavo

El viejo ermitaño se estremeció con inquietud bajo sus lige - ras vestiduras .
«Quiero volver a la cueva», manifestó . «No estoy acostumbrado a pasar
tan largo rato al aire libre.»
El joven monje, atento a la extraordinaria historia de un tiem-po atrás, se
puso en pie de un salto. «¡Oh! — exclamó —, las nubes se levantan .
Pronto se podrá ver claro . » Luego, con todo cuidado, dio la mano al viejo
y lo acompañó lejos del fuego y dentro de la cueva, de la que ya se había
ausentado la n i e b l a . « Vo y a t r a e r a g u a y l e ñ a» , d i j o e l j o v e
n . « Cu a n d o esté de vuelta podremos tomar un té; pero me veré obligado
a estar fuera más tiempo que de costumbre, ya que me veré precisado a ir
más lejos por leña . To da la que había cerca de aquí se me acabó», dijo con
calma. Y, dejando apilada so - bre el fuego la leña que les quedaba, cargó
con la vasija del agua, saliendo por el sendero.

Las nubes parecían huir a escape. Soplaba un viento fresco y seguido


cuando el monje miraba cómo las nubes se iban re - mo n t and o y s e d e s
cub r í a a la v i st a e l p a so d e l a m on t aña . A t a n t a d i s t a n c i a , n
o p u d o v e r l a s p e q u e ñ a s m a n c h a s q u e serían los viajeros de la
caravana. Ni pudo distinguir el humo del fuego sobre las nubes que se
marchaban . Los viajes aún no se habían puesto en movimiento, pensó,
habiéndose apro - vechado de la parada forzosa para dormir y reposar .
Nadie puede pasar la montaña cuando las nubes se abaten sobre la t i e r r
a;elpeligroesdemasiadogrande.Unpasoenfalso
puede provocar la caída de un hombre, o de una bestia de car-ga, cientos y
cientos de metros abajo, por un precipicio . El joven estaba pensando en un
accidente ocurrido hacía poco c u a n d o é l v i s it a b a u n p e q u e ñ o c
o n v e n t o d e l a m a s , s i t u a d o al pie de un acantilado . Las nubes se
veían bajas, rozando el tejado de la lamasería. De pronto, se produjo un
deslizamiento d e p i ed r as y un g r i to ron c o . L u e go , un ch ill i do y
un ru ido sordo como de un saco de cebada mojada, lanzado con fuerza

132
al suelo . El joven, había mirado en aquella dirección; los in-testinos de un
hombre estaban colgando de una piedra, unos tres metros de allí, y aún
permanecían unidos al cuerpo de un hombre que se estaba muriendo sobre el
suelo . Sería un mar-chante o un viajero que hacía su camino,
temerariamente, pensó el joven monje.

El lago todavía estaba cubierto de niebla, y las cimas de los árboles brillaban
de un modo fantasmal, plateados, cuando el joven se encaminó en su
dirección. ¡Gran hallazgo! Una rama e n t e r a d e u n á r b o l h a b í a s i d
o d e s g a j a d a p o r l a t o r m e n t a . Miró entre la bruma ligera y decidió
que aquel árbol había s i d o a b a t i d o p o r u n r a y o d u r a n t e l a t e m
pestad.Yacíanra-masasualrededoryeltroncoseveí
a p a r t i d o e n d o s p o r completo . Muy contento, el joven se llevó la
rama mayor que pudo y lentamente la fue transportando a la boca de la cue -
va. Llenando luego fatigosamente el recipiente del agua, em - prendió el
regreso definitivo a la cueva . De momento, puso el agua al fuego y entró
después, saludando al ermitaño.

« Un á r b o l e n t e r o , ¡ V e n e r a b l e ! H e p u e s t o e l a g u a a h e r v
i r y después que hayamos bebido el té con tsampa, traeré mu - c h a l e ñ a ,
an t es d e q u e lo s d e l a ca r a v an a l l e g u en y h ag a n fuego con el
resto del árbol que todavía queda.»
El viejo ermitaño, tristemente, le replicó: «No hay tsampa; h e q u e r i d o s
e r ú t i l , y , c o mo n o p u e d o v e r , s i n q u e r e r , h e derramado y
pisoteado la cebada . Sólo quedan restos espar - cidos por el suelo». Con una
mueca de consternación, el joven monje se levantó precipitadamente y
corrió hacia el rincón d o n d e h a b í a d e j a d o l a c e b a d a . N o q u e d
a b a n a d a d e e l l a . Echándose de bruces, escarbó alrededor, donde
estaba lh pie - dra plana . Era un desastre . Tierra, arena y cebada estaban
mezcladas, en confusión. Nada podía salvarse. Se levantó poco a poco y,
lentamente, se fue hacia el ermitaño. Un pensamien-to súbito le hizo
retroceder; el ladrillo de té ¿se había sal - vado? Pedazos desparramados
yacían por el suelo en el fondo de la cuev a . El anciano había pisoteado
aquel ladrillo, del cual sólo quedaban tres pequeños trozos.

Triste, el joven monje regresó hacia el viejo. «No hay más


133
c o m i da , V e ne r a b l e; y s ól o te n e m os t é p o r a h o ra . P od e mos
a g u a r d a r a q u e l o s me r c a d e res l l e g u en h o y a n o s o t ro s o n o s
t o c a rá e s t a r e n a y u n a s . »
« ¿ E n ayu n as ?» , r e p li c ó el a n c i ano . « A m e n udo m e h e v is to
s i n co m e r p o r u n a s e m a n a o t o d a v í a m á s . P o d e m o s s u s t
en - t a r n o s d e ag u a c a l i en t e ; p ar a u n o q u e n o h a t e n i d o p a
r a b e b e r s in o a g u a f r í a d u r an te má s d e s e s en t a a ñ o s , e l a g
u a c a l i e n t e l e e s u n lu jo . » P e r m a n ec ió c a l l a d o u n o s
mo me n to s , y lu e g o p ro s ig uió : «A p r end e d a p a s a r h a m b re ,
a h o ra . A p r e n d e da t en e r f o r t a l e z a . A experi
mentar una
s e n s a c ión p o s i t i v a . D u r a n t e v u e s t r a v id a c o n o c e ré i s
h a m b r es y su fr im i e n to s; ser á n , el lo s , v u es t r o s m á s f i e le s
c o m p añ e ro s .H a y v a r i a s p e r s o n a s que os quer
r án hacer
d a ñ o , q u e o s q u e r rá n s o m e te r b a jo su d o m i n io . S ó l o con
u n a m e n t e po s i t iv a — con ti nu am e n t e posi t iv a — p od réi s
s ob rev iv i r y su p e ra r t od a s la s p ru e b a s y t r i b u l a c ion e s q u e
i n e x o ra b l e me n t e o s e s t á n d e s t in a d a s . Aho r a e s e l ti e m p o
d e l a p r en di z a j e . S i e m p r e s e r á e l d e p r a c t i c a r lo q u e a p r e n d e ré i s a h o r
a . M i en t ra s t e n g á is fe , mi e n t r a s o s
c o m po r t é is d e u n mo do po s it i vo , lo p od ré is a gu an t a r t od o ,
y s a li r a d e lan t e , v i c to rio so d e t o d o s l o s a s a l t o s d e l
e n e mig o . »
E l j o v en mo n je e s tuv o a p u n t o d e d e s v ane c e r s e d e t e r ro r

a n t e to d as esa s a lus i on es a c a l a m id ad e s f u tu r a s , si gno s


p r e cu rso r e s d e un p r óx imo de s ti no v e ni de r o . T od os
a q u e l lo s av i so s y exh o r t ac ion e s . ¿ N o h a b ía n ad a q u e f u e s e
a l e g re y b r i lla n t e , en la vid a q u e l e to ca b a v iv i r ? P er o
l u eg o s e a co rd a b a d e s u s en s eñ an z as ; és te e s e l Mu n d o d e
l a Il u si ón , don d e in c lus o el h o m b re n o e s m á s q u e u n a
i l us ió n . A qu í , nu e st r o g ra n S up e r - y o ma nd a s us
p o l i c h in e l as p a r a q u e g an e n c o n o c i m i e nt o , y d i f i cu l t ad e s
i ma g in a r i a s s ea n s up e r a d a s . C u a n t o m á s p r e • c i o s o s e a e l
ma t e ri a l , m á s d u r as ti en e n q u e s e r l as p r u e b a s y s ó lo f al l a
l a m a t e r i a d e fe c t u o s a . E n é s t e , e l Mu ndo d e l a I lu s ió n , e n
e l q u e e l H o mb r e n o p a s a d e s e r u n a so m b ra , u n a e x t en s i ó n
me n t a l d el G ra n Su p e r - yo , q u e re si de l ejo s d e nos ot r os .
S i n e mb a r go , p e nsó ma l hum o r a do , l a v id a p od r í a s e r u n
p o co má s a l e g r e . P e r o t a m b i é n , a n ad i e s e l e c a r g a m á s d
e l o q u e p u ed e a g u an ta r; y e l H o mb r e mi s mo e l i g e

134
los trabajos que puede llevar a cabo y las pruebas que puede soportar. «Me
volveré loco — se dijo a sí mismo — , si quiero soportar estas
perturbaciones por mí mismo.»
El viejo ermitaño preguntó: «¿Tenéis corteza fresca, de aque-llas ramas que
trajisteis?»
«Sí, Venerable; el árbol fue alcanzado por un rayo, ayer se hallaba entero»,
replicó el joven.
«Entonces, quita la corteza de una rama y arranca de ella lo blanco, dejando
de lado el resto . Luego, tira las fibras blan - cas al agua hirviendo . Es un
excelente y nutritivo manjar, si bien nada gustoso . ¿Te queda algo de sal, de
bórax o de azú - car, por ventura?»

«No, señor; sólo tenemos té bastante para una vez . » «Entonces, hervidlo
asimismo y no nos desanimemos . Tres o c u a t r o d í a s d e a y u n o n o
n o s v a n a h a c e r d a ñ o a l g u n o ; a l contrario, aumentará nuestra
capacidad mental . Si las cosas se nos presentan mal, entonces podremos
acudir a la ermita más cercana, por alimento.»

C on el ro s t ro s o m b río , e l jov e n mon j e t e rmi n ó l a t a r e a d e


separar las hojas de la corteza. La pelleja oscura exterior fue echada a la
hoguera para alimentar el fuego. La albura, blan - quiverdosa y lisa, fue
convertida en briznas para cocerla en el agua que entonces empezaba a
hervir . Malhumorado, aña - dió al agua el último puñado de té, que,
saltando, le salpicó y le lastimó la muñeca . Empleando un nuevo bastoncito
pri - vado de su corteza agitó y removió todo aquello dentro de la vasija .
Con una considerable repugnancia retiró el palo y probó, en el cabo de éste,
unas pocas gotas de aquella mixtura q u e e s t a b a a d h e r i d a ; s u s m á
s n e g r a s e s p e r a n z a s s e v i e r o n confirmadas . Aquello no sabía a
nada . Con un pálido aroma de té desteñido.

El viejo ermitaño se hizo con su cuenco . «Puedo alimentar - m e c o n e s o .


C u a n d o l l e g u é a q u í n o h a b í a o t r a c o s a . E n aquellos días
crecían unos arbolillos enfrente de la entrada d e mi c ue v a . M e lo s co m í
. A n da ndo e l t ie mp o , l a g en te s e dio cuenta de mi presencia en estos
parajes y muy a menudo, desde entonces, he tenido provisiones suficientes.
Pero no me

135
preocupo si me veo forzado a pasar sin ellas una semana o diez días enteros.
Nunca me falta el agua. ¿Qué más necesita uno?»

Sentado, en la oscuridad de la cueva, a los pies del Venerable, m i e n t r a s l


a l u z d e l d í a i b a s u b i e n d o f u e r a d e l a c u e v a , e l joven monje
tuvo la sensación de que había permanecido sen - tado así por toda una
eternidad . Estudiando, estudiando sin cesar. Con agrado, sus pensamientos
iban al brillo de las lám-paras de manteca de Lhasa, actualmente para él poco
menos que una cosa del pasado . Lo que le quedaba por permanecer a q u í n
o e r a m á s q u e u n t e m a d e c o n j e t u r a s h a s t a q u e e l viejo no
tuviese nada más por decirle, suponía . Hasta que el viejo estuviese muerto y
él debiese disponer del cadáver. Pensando esto último, se sintió estremecer
de los pies a la cabeza. Cuán macabro, pensaba, estar hablando con una per -
sona y luego, una hora o dos más tarde, tener que arrancar sus intestinos para
que sean pasto de los buitres y quebrar sus huesos para que ni un solo trozo
del cadáver quede sin en - terrar sobre el suelo . Pero, en esas, el anciano
estaba ya listo de su comida. Se aclaraba el gaznate, bebió un sorbo de agua
y compuso su actitud.

«Yo era un espíritu desencarnado que describía unos espira - les alrededor
del gran castillo, residencia del Maestro de aquel Mundo Supremo»,
comenzó diciendo el viejo eremita. «Estaba ansiando ver qué tal era aquel
hombre que se ganaba el res - p e t o y e l a m o r d e u n o d e l o s m á s p o
d e r o s o s m u n d o s e x i s - tentes . Me sentía lleno de deseos de
contemplar qué especie de hombre — y de mujer — podían perdurar en esa
situación a lo largo de centurias y más centurias de años . El Maestro y su
Esposa . Pero, no iba a ser así . Me vi arrastrado, como un niño pequeño tira
de su corneta . Fui sencillamente apar - tado de aquellos parajes . "Esa tierra
es sagrada", profirió la Voz muy secamente . "No son para los terrestres;
debéis ver otras cosas." E inmediatamente me vi lanzado lejos de allí, y
mandado en dirección diferente .

»Debajodemí,losdetallesdeaquelmundoibandismi
n u - yendo de tamaño y las ciudades parecían granos de arena en

136
la orilla. Ascendí a través del aire, y me vi fuera de la atmós-fera . Volaba por
donde no había ni un rastro de aire . Entonces se presentó en el campo de mi
visión un extraño objeto, como nunca había visto nada semejante . El objeto
de lo que yo divisaba me resultaba incomprensible . Allí, en el vacío sin
atmósfera, donde yo no habría podido subsistir sino bajo la forma de un
espíritu desencarnado, flotaba una ciudad com-pletamente metálica, que se
mantenía por los aires gracias a méto dos misteriosos que estaban totalmente
fuera de mi al - cance y no podía discernir . A medida que me aproximaba se
hacíanmásclaroslosdetalles,ymedicuentadequela
ciudad reposaba sobre un suelo de metal y sus partes supe - r i o re s e s t a b a
n c u b i e r t a s p o r u n m a t e r i a l m á s c l a ro q u e e l cristal, aunque
no se trataba de cristal. Debajo de aquella cu-bierta transparente puede
observar a los habitantes circulando por las calles de una ciudad mayor que la
de Lhasa.

»Se veían extrañas protuberancias en alguno de los edificios; la mayor de


ellas hacia aquel en cuya dirección me veía dirigido . "Aquí hay una gran
observatorio", dijo la Voz dentro de mi cerebro . "Un observatorio desde el
cual se presenció e l
n a c i m i e n t o d e v u e s t r o m u n d o . N o a t r a v é s d e l o s rayos
ópticos, sino de rayos especiales, que se hallan fuera de vuestra comprensión .
Dentro de pocos años, vuestro mundo va a descubrir la ciencia de la radio. La
radio, en su más completo desarrollo, será como el esfuerzo cerebral de un
humilde gusano, comparada con la fuerza mental del hombre más in -
teligente de todo s los humanos . Lo que se practica en esos l u g a r e s e s t á
s i t u a d o m u c h o m á s a l l á . Aq u í s e i n d a g a n l o s secretos del
universo; y se vigilan las superficies de los más lejanos planetas, lo mismo
que ahora estáis contemplando la superficie de ese satélite . Ninguna
distancia, ni la mayor po - sible, representa el menor obstáculo . Podemos
inspeccionar los templos, los sitios de esparcimiento y aun los domicilios
privados."

»Me acerqué más, y temí por mi seguridad cuando vi relucir la barrera


transparente cerca de mi persona. Temí estrellarme contra ella y experimentar
lesiones; pero, antes de que me
137
entrase el pánico, recordé que yo, en aquellos instantes, era uno de aquellos
espíritus que pueden atravesar las más sólidas paredes cuando a ellos les
parece bien . Lentamente, me dejé caer a través de aquella sustancia parecida
al cristal y llegué a la superficie de aquel mundo que la Voz había
denominado con la palabra "satélite" . Pasé cierto tiempo yendo de aquí para
allá, intentando poner orden en los tu rbulen tos pensa - mientos que dentro
de mí se agolpaban . Era un curioso ex - perimento para un nativo ignorante
de un país atrasado en unas tierras subdesarrolladas . Era difícil comprender
cuanto veía y conservar la propia razón cabal.

»Suavemente, cual una nube arrastrándose por el flanco de una montaña o


un rayo de luna volando veloz y silenciosamente por encima de un lago,
empecé a desplazarme hacia un lado, muy diferente de las divagaciones a
que antes me había en - tregado. Me movía en dirección lateral y traspasaba
extrañas paredes de un material que me era desconocido. Aun cuando seguía
siendo un espíritu, no dejaba de experimentar una li - gera oposición a mi
paso, que me cau saba una cierta come - z ó n e n t o d o mi s e r y , p o r u n
r a to , l a s en s a c i ó n d e q u e m e encontraba prisionero de un espeso
lodazal . Con una curiosa sensación de arrancarme que hizo estremecer toda
mi persona, abandoné aquella pared pegajosa. Mientras yo luchaba tenaz-m
ente,meparecióescucharlaVozquedecía:"¡Yahapa-
s a d o ! P o r u n m o m e n to , c r e í q u e n o p o d r í a . "

»Pero, actualmente, había atravesado la pared y me encontraba dentro de un


inmenso espacio cubierto, demasiado vasto para poder ser llamado una
habitación. Unas máquinas abso-lutamente fantásticas y unos aparatos se
hallaban en aquellos parajes . Cosas más allá de mis conocimientos . Pero lo
más r a r o d e t o d o a q u e l a m b i e n t e e r a n l o s h a b i t a n t e s d e l
a c a - verna . Unos humanoides, en extremo diminutos, que se afa - naban
con unos objetos que, oscuramente, para mí eran apa - ratos, mientras otros,
gigantes, acarreaban enormes bultos de un lado a otro y hacían las faenas
pesadas para los demás, que eran demasiado débiles . "Aquí — explicó la
Voz, dentro de mi cerebro — tenemos instalado un gran sistema. La gente

138
pequeña fabrica delicados ajustes y construye pequeños ob - jetos. La gente
mayor, hace cosas más en consonancia con su talla y su fuerza. Ahora,
prosigamos . " Aquella fuerza impon-d e r a b l e , m e e m p u j ó d e n u e v
o y p u d e p a s a r a d e l a n t e , s a l - vando otra barrera en mi progreso .
Era todavía más tenaz, tanto para entrar en ella como para salirme.

»"Ese muro — murmuró la Voz —, es la Barrera de la Muerte. Nadie puede


entrar en ella ni salir mientras reside en su car - ne . Es un sitio muy secreto .
Aquí podemos ob servar todos los mundos y descubrir inmediatamente la
preparación de las guerras . ¡Mirad!" Miré a mi alrededor . Por unos
momentos
t od o cu an to ve í a c a re c í a d e s e n ti do p a ra mí . E n t on c es m e
concentré con todas mis fuerzas y mis sentidos . Las paredes alrededor de
aquella estancia estaban divididas en rectángulos de un metro de largos por
ochenta centímetros de altos . Cada u n o d e e l l o s e r a u n c u a d r o v i v i
e n t e , b a j o e l c u a l s e v e í a n unos signos raros, que juzgué ser
escrituras . Las imágenes eran sorprendentes. En una de ellas se veían un
mundo como observado desde el espacio . Era azulado y verdoso, con extra-
ñas manchas de color blanco . Con una fuerte impresión me d i c u en t a d e q
u e a q u é l e r a mi p ro p io mu n d o ; e l m u n d o en que nací . Un cambio
que se produjo en un cuadro de al lado llamó toda mi atención. Tuve la
deplorable sensación de estar

cayendoymedicuentadequeenrealidadestabacontem-
plando mi propia caída en mi propio mundo.
»Las nubes se apartaron y contemplé el panorama entero de la India y el Tíbet
. Nadie me dijo que era así; pero lo com - prendí por instinto . La imagen se
hizo cada vez más amplia . Vi Lhasa, también las comarcas Altas y el cráter
volcánico . "Pero vos no os encontráis aquí para ver todas esas cosas",
exclamó la Voz. "¡Mirad a otras partes!" Miré a mi alrededor y me sorprendió
en extremo lo que vi . Aquí, en este cuadro, se contemplaba el interior de una
sala de consejos . Personajes con aire de ser muy importantes discutían
animadamente . Se levantaban las voces y, no menos, las manos . Se tiraban al
suelo papeles, sin ningún miramiento . En una silla levantada, bajo un dosel,
un hombre con la faz congestionada es-

139
taba hablando de una forma frenética . Aplausos y censuras en proporcion es
iguales subrayaban sus discursos . La escena, me recordó por completo una
reunión de Padre Abades . »Me volví de nuevo . Por todas partes se ofrecían
pinturas vivientes, por el estilo de las descritas . Escenas raras, en los más in
esperado s colores algun as . Mi cuerpo se trasladó a otra pieza . Allí se
veían representaciones de extrañ os objetos metálicos, moviéndose en la
negrura del espacio . "Negrura", no es la palabra bien exacta, porque el
espacio estaba lleno de puntito s de luz de varios colores, alguno de cuyos
colores no conocidos por mí antes de aquella ocasión . "Son naves del
espacio en pleno viaje", dijo la Voz . "Tenemos, para observarlos
cuidadosamente, los rastros de todo nuestro tráfico . " Me impresionó la cara
de un homb re que apareció, co mo viviente, en un trozo de la pared .
Pronunció unas palabras, que no entend í . Movía su cabeza como si
estuviese conversando cara a cara con otra persona . El ro stro se desvan
eció, con un salu do de su cabeza y una so nrisa de sus labios; la pared
quedó lisa como antes .

»Inmediatamente, aquella cabeza fue reemplazada por un paisaje como a


vista de pájaro. Una vista del mundo que acababa de abandonar; aquel que
era el centro de un vasto imperio . Miré, debajo, la gran ciudad,
contemplando con todo realismo sus inmensas extensiones . El cuadro se
movía con tal velocidad que volvía a contemplar el distrito donde estaba la
residencia del Maestro de aquella gran ci - vilización . Vi las gran des
murallas y los raros y exóticos jardines donde se levantaba aquel edificio .
Divisé un hermo so lago con una isla en el centro . Pero el cuadro nunca se
detenía, barriendo el paisaje, como hace un pájaro

a la busca de una posib le presa . El cuad ro, entonces, se detuvo . Se hizo


más amplio y enfocó un objeto metálico que describía calmosas vueltas y
descendía al suelo . El cuadro se amplió hasta que sólo se veía aquel objeto
metálico . Un rostro humano apareció; estaba hablando, respondiendo a
preguntas desconocidas . Después de una especie de saludo, se borró aquella
imagen .

140
» M e t r as l ad é , s i b i en s i n i n te r v en c i ó n a lg u n a d e mi v o lu n
- tad. Mi mente, dirigida, abandonó aquella extraña habitación y p e n e t r ó
e not ra.¡ Cosa rar a!Aquí ant ecad auno del oss iet ecu a
d r o s p e r m a n e c í a s e n t a d o u n a n c i a n o . P o r u n m o - mento,
me detuvo la sorpresa más completa . Luego, empecé a reírme por lo bajo
histéricamente . Allí estaban, los siete viejos, todos ellos barbudos; todos
parecidos entre sí y de grave aspecto . Dentro de mi pobre cerebro la Voz,
con tonos enojados, profirió en voces altas. «¡Silencio!, sacrílego. Esos que
aquí ves con los Sabios que controlan tu propio destino . ¡Silencio, digo, y
un aire deferente!" Pero los viejos sabios no se dieron por enterados, si bien
tenían noticia de mi presen - c i a , p o r q u e e n u n o d e lo s c u a d r o s m
e h a l l a b a y o s o b r e l a Tierra, cargado de alambres y tubos . En otro
cuadro se me representaba allí mismo. Era una rara impresión, para mí.

»"Aquí — prosiguió la Voz, más calmada — están los sabios que han
reclamado vuestra presencia. Son los hombres más sa-bios entre los demás,
que se han dedicado, por siglos enteros, al bien de su prójimo . Trabajan
siguiendo las directrices del Maestro en persona, que ha vivido más largo
tiempo que ellos. Nuestro designio es el de salvar a vuestro mundo . Salvarlo
de lo que amenaza ser un suicidio . Salvarlo del funesto re - sultado de una
explosión nuc ... , pero no mencionemos térmi - nos que ahora carecen de
sentido para vosotros, por no haber sido aún inventados en vuestro mundo.
Vuestro mundo está a p u n t o d e q u e l e a c o n t e z c a u n c o n s i d e r a
b l e e i n t e n s o c a m - bio . Se descubrirán nuevas cosas y se inventarán
armas nue - vas . El hombre penetrará en el espacio dentro de los próxi - m o
scienañosvenideros.Estoesloquenosdebeinte-
resar."

»UnodeloSabioshizounossignosconlasmanos,ylos
c u ad r os fu e r on c a mb i an do . U n m u n d o t r as o t r o s e s e g u í a n
dentro de los marcos . Unas gentes, y después otras, se pre - sentaban, para
desvanecerse al cabo de unos instantes, para ser reemplazadas por otras.
Unas extrañas ampollas de vidrio se volvieron luminosas y unas líneas que
se entrelazaban se cruzaron en los fondos. Se escuchaba el teclear de unas
má-
141
quinas, de las que se desprendían unos largos papeles impre -
s os q u e s e ib an en r ol l an do en u no s c es t os q u e ha b ía c e rc a
d e d i ch a s má q u in a s i mp r es or a s . S e t r a t ab a d e i mp r e sos cu -
biertos de curiosos signos . Todo ello iba más allá de mi com - prensión,
tanto que todavía hoy, después de meditar sobre todas aquellas cosas,
todavía desconozco su sentido . Y conti-nuamente, los viejos Sabios
tomaban notas en tiras de papel o hablaban a unos discos situados a su lado.
En respuesta, les hablaba una voz como desencarnada pero con la entonación
perfectamente humana; pero no pude apercibirme de la fuente de estas
palabras.

»Al final, cuando todo me d aba vueltas, bajo el impacto de aquellas raras
impresiones, la Voz, en mi cerebro, dijo: "Ya tienes bastante con eso. Ahora
vamos a mostraros el pasado . Para prepararos, empiezo por deciros que,
sean cuales sean las cosas que veréis, no tenéis que asustaros."
¿Asustarme?, me dije para mí; si supiese, la Voz, que estoy por completo
aterrorizado. "Primero — continuó la Voz —, podréis contem-p l a r l a t i n i
e b l a y a l g ú n m o v i mi e n t o i n t e r i o r . D e s p u é s , o s daréis cuenta
de lo que, en realidad, es esta habitación . En realidad, existe desde millones de
años, en la cuenta de vues-tro tiempo que es mucho menos, según la nuestra .
Después, p o d r é i s v e r l o q u e s u c e d i ó c u a n d o n a c i ó v u e s t r o
m u n d o . Y cómo fue poblado de criaturas, entre las cuales aquella que

l l a má i s Ho mbr e . " La V o z se d e sv an e c ió , y m i c on c ie n ci a ,
con ella.
»Es una sensación desconcertante, la de verse privado brusca-m e n t e d e l
a p re s e nc i a d e án im o qu e n os e s p r op i a; de s en - tirse privado de
una parte de nuestra conciencia de la vida, s i n q u e n o s s e a p o s i b l e d
a r n o s c u e n t a d e l t i e m p o e n q u e hemos permanecido
inconscientes . Me di cuenta de una nie - bla gris que se arremolinaba en mi
cerebro, algunas ojeadas intermitentes me atosigaban y aumentaban mi
estado de tur - b a c i ó n . P o c o a p o c o , i g u a l q u e u n a n i e b l a p o
r l a m a ñ a n a disipándose bajo los rayos del sol naciente, mis sentidos y
mi lucidez volvieron a mí . El mundo, ante mí, se convirtió en luz. No; no
era todavía el mundo, sino el espacio en el cual

142
f l o t ab a e n t r e e l t e c h o y e l p a v i m e n t o , i g u a l q u e u n o bj e t
o l i g e ro f lo t an d o e n e l a i r e t ra n q u i l o . C o mo l a s n u b e s d e i
n - cienso que se remontan lentamente en un templo, yo me sen - tía
levantar, contemplando lo que tenía delante de mí.
» N u e v e an c i a n o s . B a rb u d o s . G r a v e s . A t e n to s a s u t ra b a
j o , ¿eran los mismos? No . Ni el aposento era igual . Los marcos de lo s
cuadros y los instrumentos eran distintos . Y los cua - dros no eran los
mismos . Durante un tiempo no se escuch ó una sola palabra ni una
explicación de todas aquellas cosas portentosas . Finalmente, un anciano
llegó y dio vueltas a un botón . Se iluminó seguidamente una pantalla y se
vieron unas estrellas en una formación que antes no había visto . La pan -
talla se iba expansionando, hasta que llenó todo mi campo v i su al , co mo si
tu vi es e y o un a v e n t an a a b i e r t a sob r e e l e s - p a c i o . T a n f u er
t e e r a l a i l u si ó n q u e m e p a re c í a q u e me h a - llaba en el espacio
sin que mediase ventana alguna . Contem - plaba todas aquellas estrellas,
frías, inmóviles, brillando con una hostil y dura luminosidad.

»"Vamos a correr un millón de veces a mayor velocidad — ob-servó la Voz


—, bajo la pena de no poder contemplar nada más en toda vuestra vida . »
Las estrellas empezaron a oscilar rít - micamente, una sobre la otra, todas
sobre un centro que no
v e í a mo s . De u n l ado d e l c u ad r o l l egó a g ra n v e lo c id ad un
cometa, en dirección al invisible y oscuro centro . El corneta voló a través
del cuadro, arrastrando consigo otros mundos . F i n a l m e n t e , c h o c ó c
o n e l m u n d o m u e r t o y f r í o q u e s e e n - contraba al centro de
aquella galaxia . Otros mundos, arras - trados fuera de sus órbitas por la
velocidad creciente, se pre - cipitaron y chocaron, como en una carrera . En
el mome nto en que el cometa y el mundo muerto chocaron, el universo
pareció inflamarse. Masas giratorias de materia incandescente fueron
lanzadas a través del espacio . Gases inflamados engu - l l e r o n los m u n d
o s a el l o s c e r c a n o s . E l u n iv e r so en t e ro , t a l c o m o l o v e í a e
n l a p a n t a l l a q u e y o t e n í a e n f r e n t e , s e c o n - v i r t ió e n u n a
m a s a d e g a s b r i l l an t e , a rd ien d o con tod a v i o - lencia.

»Poco a poco, el brillo intenso que invadía todo el espacio, se

143
fue calmando . Al final, quedó una masa central inflamada, con masas
inflamadas más pequeñas a su alrededor . Pedazos de material incandescente
eran expulsados a medida que la masa central vibraba y se retorcía en las
agonías de una nueva conflagración . La Voz interrumpió mis caóticos pen -
samientos: "Estáis viendo en unos minutos lo que tardó mi - llones de años en
evolucionar . Vamos a cambiar de imáge - nes . " Mi visión entera se limitó a
las dimensiones del marco de la pantalla . Ahora, divisé todo el sistema
estelar como si se fuese encogiendo y lo viese desde muy lejos . El brillo del
astro central también disminuyó, si bien seguía siendo muy brillante . Los
mundos cercanos brillaban con un resplandor rojizo, mientras giraban y
describían sus nuevas órbitas . A la velocidad con que se me mostraba el
universo parecía estar en un movimiento arremolinado que me deslumbraba
la vista .

»Ahora, el cuadro cambió . Delante mío se extendía una gran llanura


manchada de inmensos edificios, algunos de ellos do - tados de proyecciones,
que brotaban de sus techos . Proyec - ciones que me parecieron ser de metal,
torcido en curiosas formas, cuya razón mi inteligencia no acertaba a
adivinar . Enjambres de personas de muy distintas formas y tamaños
convergían hacia un objeto muy curioso situado en el centro de aquel llano .
Era por el estilo de un tubo inmenso . Los extremos de aquel tubo eran más
estrechos que la zona central y uno de los extremos acababa en punta,
mientras el otro era redondeado . A lo largo del tubo se veían protuberancias
y, fijándome, vi cómo éstas eran transparentes . Dentro se veían unos puntitos
que se movían, que yo juzgué ser personas . Me pareció que todo aquel
edificio vendría a tener entre un kilómetro y medio o dos de extensión; tal
vez más aún . Su destino era completamente desconocido para mí . No
acertaba a comprender cómo un edificio podía tener semejante forma .

»Mientras yo estaba atento a no perder un solo detalle, flotó dentro del


cuadro un vehículo muy extraordinario, que remol - caba unas cuantas
plataformas cargadas con cajas y fardos

144
bastantes; pensé en mi fantasía para abastecer todos los mer - c a d o s d e l a
I n d i a . T a m b i é n — ¿ c ó m o p o d í a s e r e s t o ? — , todo flotaba por
los aires como los peces nadan y se mueven
p o r s í m i s m o s d en t ro d e l agu a . E l ex t rañ o v eh í cu lo s ig u i ó
hasta llegar al lado del gran tubo, que era una construcción y adonde, una tras
otra, las balas y las cajas fueron introdu - cidas, y entonces la extraña
máquina se fue con las platafor - mas vacías siguiéndole cual remolques . La
corriente de per - s o n a s q u e e n t r a b a n e n e l t u b o d i s m i n u y ó s
e n s i b l e m e n t e y luego cesó por completo . Unas p uertas resbaladizas
se des - lizaron y el tubo permaneció cerrado "¡Ah! — pensé yo — ; esto
debe de ser un templo; me lo muestran para que yo vea claro que poseen una
religión y templos . " Sintiéndome satis - fecho con la explicación que me
daba a mí mismo, dejé que mi atención divagase a sus anchas.

»No hay palabras que puedan describir la estupefacción que experimenté al


ver que aquel edificio tubular, largo de más de un kilómetro y ancho de medio
aproximadamente, de pronto se levantaba por los aires. Se levantó como
hasta nuestras más altas montañas, se hizo pálido por unos pocos segundos y
luego ¡desvanecióse! Unos momentos antes estaba allí, como una tira de plata
suspendida en el cielo con luces coloridas y dos o tres soles jugando con su
superficie . Después, sin el menor destello, ya no estaba . Miré hacia lo alto;
miré las pantallas que estaban a los lados, y entonces lo vi . Dentro de una
pan - t a l l a , l a r g a d e u n o s cu a t ro o c i n c o m e t ro s , l a s e s t re l l
as s e arremolinaban alrededor de lo que aparecía como unas tiras de luz de
colores . Estacionado en el centro de la pantalla, se v e í a e l e d i f i c i o q u
e u n m o m e n t o a n t e s h a b í a d e j a d o a q u e l e x t r a ñ o mu n d o .
L a v e lo c i d a d d e l a s e s t re l l a s q u e p o r a l l í p a s a b a n f u e c r e
c i e n d o , h a s t a q u e f o r m a r o n u n a h i p n ó t i c a imagen borrosa.
Me volví hacia otros lados.

»Unresplandordeluzatrajomiatenciónyvolvíamirar
hacia la pantalla larga . En uno de los extremos más lejanos apareció,
anunciando una luz mayor, un resplandor, como el que mandan los rayos de
sol antes de que éste aparezca detrás de una montaña, anunciándole. La luz
creció rápidamente y

145
se hizo intolerable . Una mano entonces se vio dando vueltas
a u n a l l av e . La l u z s e f u e r ed u c i en d o , d e fo r m a q u e ap a re -
ciesen las imágenes claras. El gran tubo, un insignificante topo en la
inmensidad del espacio, se aproximó al orbe brillante . Dio la vuelta a su
alrededor y entonces me volví a mirar hacia
o t r a p a n t a l l a . P o r u n m o m e n t o , p e rd í mi or i e n ta c ió n .
Con - t e m p l a b a , s i n c o m p r e n d e r l o , e l c u a d ro q u e t e n í a a
n t e m i s o jo s . Se t r a t ab a d e l a i ma g e n d e u na s a l a e s p a c i o s
a d o n d e p e r m a n e c í a n h o m b r e s y m u j e r e s v e s t i d o s d e lo
q u e y o c o - nocí ser uniformes . Algunos de ellos permanecían sentados
con las manos sobre palancas y llaves, mientras otros obser - vaban unas
pantallas como yo estaba entonces haciendo.
»Un personaje, más bien puesto que los demás, se paseaba de una parte a
otra con las man os cruzadas a la espalda . A me - nudo detenía sus pasos y
miraba por encima de otra persona, mien tras consultaba unas notas escritas,
o miraba las escri - turas enrevesadas que se hallaban detrás de vidrios
circula - res . Entonces, con una inclinación de cabeza, resumió su pa - seo .
Al fin, yo me aventuré a hacer lo mismo: miré una pan - t a l l a , co m o aqu
e l h o m b re b i e n t r a j ea d o . Al l í s e d i v i s ab an m u n d o s l l a m e
a n t e s , q u e n o p u d e c o n t a r p o r q u e l a l u z m e deslumbraba y el
movimiento excesivo me atolondraba . Por l o q u e p u d e c o n t a r p i e n
s o — s i n n i n g u n a g a r a n t í a p o r m i parte — que había unos quince
fragmentos llameantes, situa - dos alrededor de la gran masa central que les
había dado na - cimiento.

» A q u el e d i fi c i o t u b u l a r , q u e a h o r a c o m p r e n d í q u e e r a
u n a nave del espacio, se detuvo, y entonces se produjo una gran actividad .
Del fondo de la nave, emergieron un gran número de embarcaciones
circulares . Se dispersaron por todas partes y, con su partida, la vida a bordo
de la gran nave reanudó su bien ordenada existencia . Pasó un tiempo y
entonces todos los pequeños discos regresaron a la embarcación - madre y
en-traron a bordo. Lentamente, aquel tubo macizo giró y aceleró su
velocidad como un animal asustado huyendo por las cons - telaciones.

»Con el tiempo — no sabría decir cuánto — el tubo metálico

146
regresó a su base . Los ho mbres y las mujeres que viajaban dentro, lo
abandonaron y entraron en casas que estaban por aquellos alrededores. La
pantalla que tenía enfrente se volvió de un color gris.

»Aquella habitación en la penumbra, con las pantallas siem - p r e m o v i é n


d o s e e n l a p a r e d , m e f a s c i n a b a d e u n m o d o e x - traordinario.
Al principio, yo había prestado mi atención sólo a una o dos pantallas . Ahora
que ambas estaban inertes en - frente de mí, tenía tiempo para explorar a mi
alrededor . Allí e s t a b a n p e r s o n a s a p r o x i m a d a m e n t e d e m i t
a l l a , d e l a q u e empleo cuando me sirvo de la palabra "humano" . Había
gente de todos los colores: blanca, negra, verde, colorada, amarilla y caoba.
Tal vez un centenar de ellos se sentaban en unas sillas extrañamente
ajustadas, que se deformaban a cada movimiento de quien las utilizaba. Los
había sentados, alineados en u na p ared l e j an a . L o s Nu ev e S a b i os es
tab an i ns t al ad os a l re d e d o r d e u n a me s a e s p e c i a l , s i tu a d a e
n e l c e n t ro d e l a estancia . Miré con curiosidad a mi alrededor, pero los
asien - tos y otros objetos estaban tan lejos de todo lo que mi expe - riencia
conocía previamente que no hallaba la manera cómo podría describirlos .
Tubos iluminados con una luz vacilante, conteniendo un fantasmal reflejo
verde, tubos dentro de los cuales oscilaba un resplandor ambarino, paredes
que eran paredes, aunque irradiaban la misma claridad que si se tratase

del aire libre . Cristales redondos, tras los cuales pululaban


f a n t ás t i ca me n t e u n o s p u n t o s , o bi e n , al co nt rario , es tab a n
fijos e inmóviles. ¿Os decía algo, todo este mundo?
»Una parte de la pared se balanceó, revelando una prodigiosa c a n t i d a d d
ealambresydetubos.Subiendoybajandoporellos,se
v e í a n u n o s h o m b r e c i l l o s d e u n o s t r e s p a l m o s d e altura,
enanos que llevaban unos cinturones llenos de herra - mientas brillantes .
Llegó, entonces, un gigante que transpor - taba una caja muy grande y pesada.
La dejó en el suelo mien - t r a s a q u e l l o s e n a n o s a m a r r a b a n l a c
a j a a l o t r o l a d o d e l a pared . Entonces, la pared se volvió a cerrar y los
enanos se marcharon junto con el gigante . Al mismo tiempo, se hizo un
silencio. Todo permaneció silencioso, excepto los ruidos ca-

147
racterísticos del golpear de una máquina por un orificio, dentro de un
receptáculo especial.
»Aquí, sobre aquella pantalla, se proyectaba una cosa extra - ñ í si m a . Al p
rin c ip io c r e í v e r u n a r o c a t o sc a me n t e l a b ra d a en una forma
humana . Luego, con mi más intenso terror, vi cómo aquella cosa se movía.
Una especie de brazo se levantó y
vi cómo aguantaba una ancha sábana de un material desco - nocido, encima
del cual se habían escrito signos gráficos . No se podía exactamente llamarlo
escritura con toda propiedad.
Eratanajenoaquelloatodaformaespecialdelenguaj
e , que para describirlo habría que inventar un sentido . Mis mi - radas se
dirigieron a otros lados; todo aquello estaba tan lejos d e m í , q u e n i l o g
ra ba in t e r es a r m e . Só lo t er r o r m e c au s a b a aquel disfraz de
humanidad.
»Pero mis miradas errantes se detuvieron de un modo brusco. Allí estaban
unos Espíritus; unos Espíritus alados. Quedé tan fascinado que estuve a
pique de chocar contra la pantalla, de t a n to co m o me a p ro x i m é a e ll a
, es p e ra n d o v e r má s . E ra e l cuadro de un maravilloso jardín, en el
cual jugaban criaturas a l a d a s . D e f o r m a h u m a n a , v a r ó n y h e m
b r a , t e j í a n u n o s d i - bujos aéreos por el cielo de oro, sobre el jardín .
La Voz inte - rrumpió mis pensamientos: "¡Ah!, ¿de modo que ahora estáis
fascinado? estos que ahí veis son los — un nombre que no se puede escribir
— y pueden volar porque habitan en un mundo en el cual el peso de la
gravedad es excesivamente leve . No p u e d e n a b a n d o n a r s u p l a n e
t a ; s o n d e m a s i a d o f r á g i l e s . P o - seen una inteligencia poderosa,
insobrepasable . Pero, ved a vuestro alrededor otras pantallas. No tardaréis
en ver algo más de la historia de vuestro mundo."

»La escena cambió a mi presencia . Sospeché que el cambio era delib erado
para que yo pudiese ver lo que deseaba con - templar . Primero, fue el
profundo color púrpura del espacio y luego un mundo enteramente azul, que
se movieron desde el b o rd e h a st a o c u pa r e l c en t ro de l a p an t a ll a .
La i m a g en f u e creciendo hasta que llenó toda la vista por completo . Se
hizo entonces aún mayor, y tuve la horrible sensación de caerme d e c a b e z
a ab a jo p o r e l e s p a ci o . U n a e x p e rie n c i a mu y d es a -

148
gradable. Debajo de mí, las olas saltaban y corrían. El mundo giraba. Por
todas partes, agua. Pero una mancha se proyectaba s o b r e l a s o la s e t e r n
a s . En t o d o e l m u n d o s ó l o e x i s t í a u n a meseta de unas
dimensiones como el valle de Lhasa . En ella relucían sobre la playa unos
extraños edificios . Unas figuras humanas se agitaban en la orilla, con las
piernas dentro del agua. Otras, permanecían sentadas en las rocas cercanas.
Todo e l l o e ra mi s t er i o so y c a r e cía d e se nt id o p a r a m í . " N ues tr
o cultivo forzado — dijo la Voz —; aquí hemos cultivado las se-millas de una
raza nueva".»
Capítulo noveno

El día se iba apagando y debilitándose progresivamente . El j ov e n mon je


mi r a b a — c o mo h a bí a mi r ad o c as i to do aq u el día — en dirección
a la cortadura de las montañas, donde es - t a b a el p as o en t r e l a Ind i a y
e l T í b e t . D e p r o n t o , l an zó u n grito de alegría y giró sobre sus
talones, entrando precipita - damente en la cueva: «¡Venerable!», exclamó .
«Vienen hacia nosotros por el puerto. Pronto tendremos comida». Sin aguar-
dar la respuesta, dio media vuelta y corrió al exterior. Dentro del aire
transparente y frío del Tíbet, los más pequeños de - talles pueden percibirse a
grandes distan cias; no hay impu - rezas en el aire que enturbien la visión .
Por el borde rocoso desfilaban unas pequeñas manchas negras . El joven
sonrió con satisfacción. Pronto tendrían cebada y té.

C o n tod a rap id e z co r ri ó a l a o r i ll a d e l l a g o y l l en ó e l r ec i -
piente a rebosar . Lo trajo a la cueva con todo cuidado, para que estuviese a
punto cuando llegasen las provisiones. Se fue luego a la cuesta, corriendo,
para almacenar hasta la última brizna de las ramas del árbol caído en la
tempestad. Consiguió, con esto, reunir una buena pila de leña al lado de la
hoguera encendida . Con gran impaciencia el joven subió a una roca encima
de la cueva. Haciendo una pantalla con la mano, miró a todos lados . Una
gran fila de bestias de carga se alejaba del lago . Eran caballos, no yaks . Y
los hombres eran indios, no tibetanos . El joven monje se quedó paralizado,
comprobando su error.

Lentamente, con pesadumbre, descendió al nivel del suelo y volvió a penetrar


en la cueva. «¡Venerable!», exclamó con voz apenada: «Aquellos hombres,
eran indios; ahora se marchan y no tenemos qué comer.»

«N o o s p re o cup é is » , d i jo e l a n c i ano du l c eme n t e . « Un e st ó -


mago vacío hace un cerebro claro . Hemos de aguantar, tener paciencia.»

Un pensamiento súbito se le ocurrió al joven monje. Con el

150
recipiente del agua corrió al interior de la cueva, allá donde se había
esparcido toda la cebada. Allí, se puso cuidadosamente de rodillas y escarbó
el suelo arenoso . La cebada estaba mez - c l a d a c o n l a ar e n a . H a b í a ,
p u e s , u na y ot ra c o s a . C on to d a a t e n c i ó n , f u e e c h a n d o u n p
uñ a d o t r as o t ro e n e l r e c i p i e n te y golpeó las paredes del mismo . La
arena, se fue al fondo y, la cebada quedó flotando en la superficie . También
flotaban pequeños trozos de té.

A copia de tiempo, fue quitando la cebada y los pedacitos de té que se


hallaban en la superficie del agua y los fue poniendo uno tras otro en su cuen
co . De momento llen ó el tazón del viejo y, finalmente, cuando las sombras
del atardecer ya se arrastraban por aquellos parajes, los dos cuencos estaban
lle-nos . Fatigado, el joven se puso en pie, vació el agua llena de arena sobre
el suelo . Luego, tristemente, se dirigió hacia el lago.

Los pájaros nocturnos empezaban a despertar y la luna, en su plenilunio,


asomaba sobre el borde de las montañas cuando frotó el recipiente y lo llenó
de agua . Fatigado, lavó de sus rodillas los granos de arena y de cebada que se
le habían pe - gado y reanudó su camino hacia la cueva. Con un golpe resig -
nado, colocó el recipiente en el corazón del fuego y se sentó allí cerca,
aguardando con toda impaciencia el hervor del agua. Por último, se
levantaron soplos de vapor y se mezclaron con el humo que hacía el fuego .
El joven n 3nje se levantó y trajo los dos tazones con la cebada y el té — y
también su algo de tierra —. Con todo cuidado, lo fue echando al agua.

De pronto, se levantó el vapor . El agua empezó a hervir fre - nética,


removiendo aquella mescolanza terrosa. Con una astilla plana, el joven quitó
lo peor de las impurezas y, no pudiendo aguantar más, con un palo consiguió
levantar el recipiente del fuego y echó una generosa ración de aquella especie
de sopa en el tazón del anciano . Luego, limpiándose los dedos en sus
decididamente sucias vestiduras, se adelantó hacia el viejo er-mitaño,
ofreciéndole el inesperado y más insípido líquido . Luego, se preocupó de sí
mismo. Era apenas bebible.

Habiendo apaciguado lo justo los tormentos del hambre, am-

151
bos se tendieron en la dura y arisca yacija de arena para dor-m i r . M i e n t r
a s t a n t o , s e r e m o n t ó l a l u n a y d e s c r i b i ó u n a majestuosa
curva, hasta posarse en las lejanas cumbres de la cordillera . Las criaturas de
la noche se dedicaron a sus ocu - paciones, que la noche hacía lícitas, y el
viento de la noche sopló suavemente entre las ramas delgadas de los árboles
ena-nos de aquellos parajes . En los conventos de lamas, los vigi - lantes de
la noche continuaban sus incesantes ocupaciones, mien tras en las callejuelas
de la ciudad las g entes de mala reputación renegaban sin cesar contra
aquellos que estaban mejor situados.

La mañana transcurrió sin satisfacciones . Los restos de la ce-bada, húmeda,


y las hojas de té que les quedaban, proporcio - naron un sustento flaquísimo;
lo indispensable para no des - fallecer . Simu ltáneamente co n el crecer de
la luz del día y del fuego, que esparcía enjambres de chispas, brotando de la
leña superficialmen te seca, el viejo ermitaño, dijo: «Conti - nuemos con el
pasado del conocimiento humano. Ello nos ayu-dará a disimularnos el
hambre que sentimos» . El viejo y el joven entraron juntos en la cueva y se
sentaron en las posi - ciones acostumbradas. .

«Fui de un lado a otro, durante un rato — prosiguió el ermi - taño —; cómo


van los pensamientos de un hombre desvagado, sin dirección ni propósito
alguno . Vacilando, yendo de aquí para allá, de una pantalla a la otra,
caprichosamente. Entonces, la Voz que hablaba dentro de mí, dijo: "O s
tenemos que de - c i r m á s c o s a s . " A s í q u e m e h a b l ó l a V o z n o t
é q u e s e m e dirigía hacia las primeras pantallas que yo había estudiado .
Volvían a funcio nar . Sobre una de ellas, se veía la imagen del universo que
contiene lo que llamamos el Sistema Solar.

»La Voz entonces d ijo: "Durante centurias se vigiló cuida - dosamente que
no se produjese ninguna irradiación al azar, d e s d e e l n u e v o S i s t e m a
e n t o n c e s e n e s t a d o d e f o r m a c i ó n . Pasaron millones de años;
pero, a la escala del Universo, un m i l l ó n d e a ñ o s s o n a p e n a s u n o
s m i n u t o s e n l a v i d a d e u n ser humano . Finalmente, otra expedición
partió de aquí, el corazón de nuestro imperio . Los ex pedicionarios iban
equi -

152
pados con los más modernos aparatos para determinar cómo deben plantearse
los nuevos mundos que deseamos fundar" . C e só , en t on c es , l a Vo z y yo
, de nu ev o , co nt e m p lé l a s p a n - tallas.

»Brillaban fríamente las estrellas en las inmensidades impre-sionantes del


espacio. Fijas y frágiles, relucían con más colores que el arco iris . El cuadro
se hizo cada vez más amplio, h a s t a q u e s e d is t in g u ió t o d o u n m u n
d o q u e p a r e c í a s e r , n i más ni menos, un globo de nubes. Nubes
turbulentas que eran azotadas con el más espantable relampagueo . "No es
posible — dijo la Voz — analizar con certeza un mundo lejano, a base de
pruebas remotas . Antes, lo creíamos así; pero la experiencia nos demostró el
error en que estábamos. Actualmente, durante millones de años, hemos ido
mandando expediciones. ¡Mirad!"

»El universo fue barrido como una cortina . De nuevo pude contemplar una
llanura que se perdía en lo que parecía ser el infinito . Los edificios eran
diferentes; ahora se nos aparecían largos y bajos . La gran nave aérea que
estaba allí tam bién era distinta . Su forma recordaba, en la parte inferior, un
plato en posición normal; mientras que la parte superior recordaba un plato en
posición invertida, reposando por los bordes encima del primero . El conjunto
resplandecía como una luna llena . Unos agujeros a centenares, provistos de
sus correspondientes cristales, formaban una circunferencia alre - dedor de la
estructura . En la parte más alta, figuraba una es - pecie de cúpula
transparente . Dicha elevación sería de unos diez metros. El inmenso ruedo de
la nave aérea disminuía, hasta hacerlas aparecer enanas, el tamaño de las
máquinas que se veían al pie aprovisionando la nave del espacio.

»Unos grupitos de personas, todos uniformados de una manera rara,


conversaban, alegres, alrededor de la nave espacial . A l p i e d e c ad a uno s e
v e í an un as p il a s d e c a j as r e p o s and o en el suelo. La conversación
era animada; el humor, excelente. Otros individuos, con más brillantes
uniformes, iban de un lado para otro, como si deliberasen sobre el destino de
algún mundo como, de hecho, era así. Después de una señal súbita,

153
todos, llevándose cada cual consigo su equipaje, subieron or-denada y
rápidamente a la nave interespacial . Unas puertas metálicas, dispuestas
como el iris de un ojo, se cerraron her - méticamente tras ellos.

»Conlentitud,aquelaparatometálicoselevantócos
a d e treinta metros por el espacio. Se balanceó un pequeño momento y,
exactamente, se esfumó, sin dejar huella alguna de haber existido nunca . La
Voz dijo entonces: "Esos aparatos viajan a una velocidad inimaginable —
más rápido que la luz —. Es u n m u n d o — é l p o r s í m i s m o — c o m
p l e t a m e n t e f u e r a d e influencias externas. No hay en él sensación
alguna de veloci-dad, ni de caída, ni en los instantes de mayor velocidad . El
espacio — continuó diciendo la Voz — , no es ningún vacío, como vosotros
los terrenales opináis. El espacio es un área de una densidad reducida. Existe
en él una atmósfera de molécu - las gaseosas, de hidrógeno . Dichas
moléculas pueden estar se-paradas centenares de kilómetros entre sí; pero a
la velocidad que desarrollan las naves del espacio dicha atmósfera resulta ser
tan densa como el agua del mar. Se escuchan las moléculas dando contra los
costados de la nave espacial y se han tenido que adoptar dispositivos
especiales para prevenir el calenta - miento resultante de la fricción
molecular. Pero, ¡mirad!"

»En una pantalla que estaba al lado de la anterior, la nave espacial en forma
de disco seguía su rumbo dejando una es - tela de un color azul desteñido
tras sí . La velocidad era tan enorme que, al ir siguiendo aquella imagen la
de la nave del espacio, las estrellas parecían líneas sólidas de luz . La Voz
murmuró, entonces: "Hemos de prescindir de los innecesarios detalles y
quedarnos solamente con las secuencias que impor-tan ! ¡Mirad h acia la
otra pantalla!" Le ob edecí, y pude ver la nave espacial ahora mucho más
lenta en su viaje alrededor del Sol, nuestro propio Sol . Pero era un Sol
muy diferente del actual . Mayor y más luminoso . Grandes flecos de llamas
a l c a n z a b a n l ej o s d e s u o r b e . L a n a v e l e d ab a l a v u e lt a , ro
- deando un planeta y otro y otro .

»Por fin, se dirigió hacia un mundo que, por cuanto yo podía comprender, se
trataba de la Tierra . Envuelto en nubes por
154
c o m p l e t o , g i r a b a d e b a j o d e l a n a v e d e l e s p a c i o . De s p u é s
dehaberdescritounascuantasórbitas,semovíamásdes
p a c i o . C a m b i ó l a i ma g e n e n l a p a n t a l l a y e n t o n c e s p u d e c o
ntemplarlaembarcaciónpordentro.Unpequeñogrupod
e h o mb r e s y m u j e r e s c i r c u l a b a a l o l a r g o d e u n c o r r e d o r m e
t áli co .Alf i n ale n tr ar o n en u n a cám ar ad o n d es ev eí an co p
i a s r e d u c i d a s d e l a n a v e . Un o s c u a n t o s d e e l l o s s u b i e r o n p
orunapalancaysemetierondentrodeunadeaquellasnav
e s d e u n t a m a ñ o r e d u c i d o . E l r e s t o d e a q u e l l o s h o m b re s y
mujeressemarcharon.Detrásdeunaparedtransparent
e,estabadeguardiaunnavegante,atendiendoaunaserie
depulsadorescadaunodeuncolordiferente;brillaban,
enfrente,algunaslucecitas.Enunmomentodeterminad
o,seencendióunaluzverde,yaquelnaveganteoprimiód
iversosbotonesalavez.
» En e l p a v i m e n t o d e l a n a v e , s e a b r i ó c o m o s e a b r e e l i r i s
deunojo,unagujeroporelcualpasólapequeñanavees
-pacialaquella.Lapequeñanaveentróenelespacioys
efuealejandocondirecciónalasnubesquecubríanlaT
ierra.Entonces,volvióacambiarlaescenayeracomos
i y o m i r a s e s i t u a d o d e n t r o d e l a p e q u e ñ a n a v e c i l l a . A ll í
s e v e í a c ó mo s e a p ro x i ma b a n n u b e s g i r a n d o , a m o n t o n á n
d o s e . P r i m e r o , s e h u b ie r a d i c h o q u e e r a n u n a s b a r r e r a s
impenetrables;massefundíanalpasodelanavecillae
s p a c i a l . A c o p i a d e i r d e s c e n d i e n d o a t ra v é s d e u n s i n f ín
denubes;finalmentenosvimosdentrodeunaluzopaca
y b a j a . U n m a r a l b o r o t a d o y g r i s , v i s to a d i s t a n c i a , p a r e
cíamezclarseconaquellasnubesgrisessobrelascual
e s s e p i n t a b a n r e s p l e n d e n t e s f u e g o s p ro c e d e n t e s d e a l
gunafuentedesconocida
»Lanavedelespacio,entonces,volabaenunsentidoh
o r i - z o n t a l e n t r e l a s n u b e s y e l m a r . Un a m a s a d e c o l o r o s
curoapareció—despuésdeunlargoviajeporencimad
e l a s o l a s — s o b r e l a l í n e a d e l h o r i z o n t e . D e s u c u mb r e , b
ro t a b a n i n t e r m i t e n t e s l l a m a r a d a s . L a n a v e e s p a c i a l s e
d i r i g i ó h a c i a l a m o n ta ñ a . D e b a j o n u e s t r o s e e x t e n d í a u
n a g r a n m a s a mo n t a ñ o s a . G r a n d e s v o l c a n e s e l e v a b a n s
uscumbresterroríficashastalasnubes.Sedivisabane
normesllamaradasytorrentesdelavafundidaquecaí
adesplomándoseporlasladerasdelosmontes

155
para acabar precipitándose entre silbidos estruendosos, dentro d e l m a r . A u
n q u e p a r e c í a d e u n a z u l b r u m o s o v i s t a d e s d e lejos, de cerca
parecía, toda aquella vasta extensión de tierra, teñida de un color rojo muy
opaco.
»La nave del espacio seguía su viaje y dio la vuelta alrededor d e l m u n d o u
nascuantasveces.Nohabíamásqueunain-mensaexte
n s i ó n d e t i e r r a fi rme, rod e ad a po r co mp leto d e a q u e l m a r a l b
o r o t a d o , q u e , v o l a n d o a u n a p eq u e ña al t u r a , p a r e c í a e c h
a r h u mo . F i n a l m e n t e , l a n a v e e s p a c i a l l e v a n t ó más el
vuelo, subiendo por el espacio, y llegó a la nave madre. La imagen de la
pantalla se desvaneció tan pronto como la nave empezó su regreso a la sede
del imperio del mundo.
»La Voz, que acostumbraba a explicarse dentro de mi cabeza, c o m e n t ó a h
o r a : " ¡ N o ! N o h a b l o e x c lu s i v a m e n t e p a r a v o s . También me
dirijo a todos aquéllos que particip an del pre - sente experimento. Como sóis
tan sensibles estáis informados por la vía acústica. Pero poned toda vuestra
atención a lo que llamaremos reflejo verbal. Todo esto os interesa.

"La segunda expedición regresó a (aquí había un nombre que yo no sabría


pronunciar, y que traduzco por "nuestro impe - rio") . Allí hombres de ciencia
estudiaron las memorias que redactaron los tripulantes de la nave. Se hicieron
cálculos so-b r e e l n ú m e r o d e s i g l o s q u e f a l t a b a n a ú n p a r a q
u e a q u e l mundo pudiese ser habitado por seres vivientes . Expertos en
materia de biología y de genética trabajaron para planear las criaturas más
adecuadas para vivir en él . Cuando hay que po - b l a r u n m u n d o n u e v o
, y c u a n d o e s t e m u n d o s u r g e d e u n a «nova», se requieren
animales de gran corpulencia y vegeta - les de hojas robustas, por el momento.
El suelo de este nuevo mu ndo consiste en rocas pu lverizadas, con polvo de lava
e indicios de otros elementos . Ese tipo de suelo sólo permite p l an t as r ud a s y
t en a c e s . En to n ce s , cu an do e s a s pl a nt a s s u - cumben y los animales
perecen, ambos se van mezclando con e l p ol vo d e l as ro c a s . A sí , a c o p i a
d e m i l en io s y má s m i l e - nios, se va formando un «suelo» . A medida que
el suelo se va distanciando de la roca primitiva pueden crecer plantas de mayor
calidad. Desde todos los tiempos, en cada uno de los

156
planetas, el suelo consiste en las células de los animales que h a n p e re c id o
, d e l as p l an t as mu e r t a s y d e l o s ex c r e m e n t o s depositados por
los eones del pasado."
»Tuve la impresión de que el Amo de la Voz hacía una pausa e n su d i sc u rs
o m i e n t r as ob se rv ab a a su au di to r i o . S eg ui d a - mente, continuó:
"La atmósfera de un nuevo planeta es abso - lutamente irrespirable para los
seres humanos . Los efluvios de los volcanes en erupción contienen una gran
proporción de azufre y de gases nocivos y letales . Es preciso que una vege -
tación adecuada pueda absorber las sustancias tóxicas y trans-formarlas en
minerales inofensivos del suelo . La vegetación convierte los humos tóxicos
en oxígeno y nitrógeno, indispen-sables al ser humano . Por esto, nuestros
científicos, pertene - cientes a diferentes ramas, trabajaron en colaboración
siglos entero s, preparando los elementos básicos de la Tierra . De m o m e n
to , e s o s e l e m e n t o s fu e r o n s i tu ad o s s o b r e u n m u n d o vecino,
para que pudiésemos estar seguros de que todo mar - chaba a la mayor
satisfacción. Sí era necesario, todo podía ser modificado.

"De esta forma, el nuevo sistema planetario fue dejado aban - donado a sí
mismo durante edades enteras . Mientras tanto, el viento y las olas iban
erosionando las pináculos cortantes de las rocas . Por millones de años las
tempestades azotaron aquellas cumbres . Las rocas, reducidas a polvo, fueron
desa - pareciendo de los más altos picos; enormes piedras se desga - jaron
bajo el ímpetu de los temporales y cayeron rodando y pulverizando cuantas
rocas hallaban a su paso . Aquellas olas gigantes golpeaban furiosamente las
orillas del mar, rompien - do los salientes pedregosos, entrechocando las
piedras las unas c o n t r a l as o t ra s y r ed u ci é n d o l a s a p a r t í cu l as c
a d a v e z má s p e q u eñ as . L a s l a v a s q u e s a l í a n b la n c a s e h i rv
i e n t e s d e l o s volcanes para dar en las aguas del mar humeaban y
estallaban en millones de partículas hasta convertirse en arena menuda . L a s
olasdevolvíanaquellaarenaalatierra,ylaerosión
continua reducía la altura de las montañas, desde sus alturas de kilómetros a
modestos centenares de metros.

"Pasaron, con esto, muchísimas centurias de años. El sol, ar-

157
d i e n t e , mo d e r ó s u s a r d o r e s . C e s a ro n d e e s t a l l a r c o n t i n
uamente,inundandoyquemandolascosasasusalrede
d ores ,la spi edr asv olc áni cas .Ahor ael sol ard íac ont o
d a r e g u l a r i d a d . L o s m u n d o s m á s p r ó x i mo s t a m b i é n s e e
n f r i a r o n . S u s ó r b i t a s s e h i c i e ro n m á s r e g u la r e s . C o n d e
m a s ia d a f r e c u e n c i a , s i n e m b a r g o , p e q u e ñ a s m a s a s r o c
osasentrabanencolisiónconotrasmasasyelconjunto
delasdosseprecipitabaenelsol,loqueeracausadeun
aumentotemporaldeintensidaddesusllamas.Pero,d
e t o d o s m o d o s , e l s i s t e m a s e i b a c o n s o l i d a n d o . E l mu n d
o q u e l l a m a m o s l a Ti e r r a e m p e z a b a a e s t a r a p u n t o d e r e c
i b i r s u p r i me r a f o r m a d e v i d a .
" E n e l I m p e ri o b á s i c o s e i b a p r e p a r a n d o u n a g r a n n a v e e
s p a c i a l d e s t i n a d a a u n v i a j e a l a T i e r r a , y s u s t r i p u la n t e
sseríanlaterceraexpedición,instruidaéstaentodolo
referenteasustrabajosvenideros.Loshombresylasm
ujeressefueronseleccionandosobrelasbasesdecom
patibilidadyausenciadeneurosis.Cadaunadelasnav
e s d e l e s p a c i o e s u n m u n d o q u e s e b a s t a p o r s í m is m o , d o
ndeelairesefabricaabasedeunasplantasyelaguasee
x t r a e d e l o x í g e n o y e l h i d ró g e n o , q u e e s l a c o s a m á s b a r a
tadetodoeluniverso.Seembarcaronlosinstrumentos
,provisionesquesecongelaronparasermástarderean
i m a d a s e n e l m o m e n t o p r e c i s o , y , m u c h o d e s p u é s , p o rq
u e n o s e i b a c o n p r i s a a l g u n a , l a T e r c e r a E x p e d ic i ó n s e p
usoencamino.
» Vi l a n a v e d e s l i z a r s e a t r a v é s d e l u n i v e r s o I m p e r i a l , l u e
g o c ru z a r o t r o , y e n t r a r e n a q u e l q u e c o n t e n í a , s i t u a d a e n u
n o d e s u s b o r d e s , l a n u e v a T i e r r a . E x i s t í a n v a ri o s m u n d o s
g i r a n d o a l r e d e d o r d e l S o l . To d o s f u e r o n p a s a d o s p o r a l t
o;laatención,porentero,secentrabaenunplaneta.Lagr
annavedisminuyósuvelocidadysemoviódentrodeunaó
r b i ta q u e r e s u l t a b a e s t a c i o n a r i a c o n r e l a c i ó n a l a t i e r ra A
b o rd o , u n a p e q u e ñ a n a v e f u e d i s p u e s t a . S e i s h o m b re s y s e i
smujeresentraronenellayalactoaparecióunagujeroen
elpisodelanave-madre,atravésdelcuallapequeñaemb
a r c a c i ó n d e s a p a r e c i ó c o n r u m b o a l a Ti e r r a . O t r a v e z , p o r
mediodelapantalla,pudevercómolapequeñanavedele
spaciocaíaatravésdeespesasnubesyemergiónavegand
oaunoscienmetrossobre

158
el mar . Desplazándose horizontalmente en un plano horizon - tal, pronto
llegó a la tierra rocosa que se proyectaba sobre las aguas.

"Las erupciones volcánicas, aunque eran de una gran violen - cia, no llegaban
a la intensidad anterior. La lluvia de pequeñas piedras era menos abundante .
Con un gran cuidado, la pequeña nave fue descendiendo . Los ojos atentos del
piloto busca b a n e l s it i o m á s a d e c u ad o p a r a e l a t e r r iz a j e y , f
in al me n t e , cuando lo decidieron, practicaron la maniobra de éste. Sobre el
suelo, la tripulación hizo las comprobaciones rutinarias . Satisfechos por lo
visto, cuatro tripulantes entonces se vis - tieron con extrañas ropas que los
cubrían desde el cuello hasta l o s p i e s . C a d a u n o , lu e g o , e n c e rró s
u c a b e z a d e n t r o d e u n globo transparente, que se conectaba de cierto
modo con el cuello de aquella vestidura.

"Cada uno de los cuatro, llevando una caja, entró en una pe - queña cámara
cuya puerta luego se cerró cuidadosamente con llave tras ellos . Una luz
situad a en otra puerta enfrente, se encendió en color rojo . La aguja — negra
— de un reloj em - pezó a moverse, y cuando reposó sobre una O mayúscula,
la luz roja cambió su color en verde y la puerta en cuestión se a b r i ó p o r c
o m p l e t o . U n a e x t r a ñ a e s c a l e r a m e t á l i c a , c o m o dotada de
una vida propia, se arrastró por el suelo de la habi-tación y se extendió hasta
tocar la tierra firme, unos tres me-tros más abajo . Entonces, uno de los
hombres, con todo cui - dado, bajó por aquella escalera . De la caja, sacó una
larga barra y la plantó en el suelo . Inclinándose, contempló atenta,
minuciosamente, unas señales que se veían en la superficie de la barra en
cuestión . Luego, enderezándose, señaló a sus com-pañeros que le siguiesen;
como ellos hicieron al acto.

"El pequeño grupo, anduvo por aquellos alrededores, por lo que parecía, más
bien al azar. Si no me hubiese constado que se trataba de adultos inteligentes,
hubiera tomado sus ideas y venidas por simples juegos infantiles . Algunos de
ellos elegían piedrecitas y las guardaban en una bolsa; otros, golpea ban el
suelo con martillos o clavaban en él varas metálicas . Otr o de ellos, una mu
jer, iba buscando p edacitos de cristal

159
pegajoso por aquellos alrededores, y los metía rápidamente dentro de unas
botellas. Todas esas cosas, para mí, resultaban incomprensibles . Finalmente,
regresaron a su pequeña nave espacial y entraron en el primer
compartimiento . Allí estuvie-ron como reses en un mercad o público,
mientras unas luce - citas de brillantes colores se encendían y apagaban en
las pa-redes . Por fin, se encendió una luz verde, y las restantes se apagaron.
El grupo, entonces, se quitó sus vestiduras y entró en las habitaciones
principales de la pequeña nave.

"Pronto se armó un gran tráfago . La mujer con los pedacitos de vidrio se


apresuró a ponerlos de uno a uno en un dispo - sitivo metálico . Aplicando
su rostro de manera que miraba con ambos ojos, daba vuelta a unas
manecillas, mientras hacía comentarios a sus compañeros . Aquel hombre
que antes co - leccionaba pequeños guijarros los metió dentro de una má -
quina que lanzó un gran chirrido e instantáneamente devolvió todos aquellos
guijarros reducidos ahora a un polvo finísimo. Se llevaron a cabo diversos
experimentos y, con la nave - ma - dre, se sostuvieron varias conversaciones.

"Otras pequeñas naves espaciales aparecieron, mientras el pri-mero


regresaba a la gran nave. Los restantes dieron una vuelta completa al mundo
y desde la altura lanzaron algo que cayó e n c i m a d e l a T i e r r a y o t r o
ti po d e cos a s qu e s e ca y e ron a l mar. Satisfechos por su trabajo, todas
las pequeñas naves for-m a r o n u n a l í n e a q u e s e r e mo n t ó y a b a n
d o n ó l a a t m ó s f e r a t e rr e s t r e . Lu eg o , u n a p o r u n a , f u e r o
n en tr a n d o e n l a n a v e nodriza, y cuando todas hubieron entrado, ésta
salió de su órbita que ocupaba y se lanzó hacia otros mundos de nuestro
sistema . De esta forma muchos, muchísimos años de nuestra Tierra
transcurrieron todavía.

"Pasaron algunos siglos sobre la Tierra . En el tiempo de un viaje a bordo de


una de aquellas naves viajando a través del e s p ac io t an só lo u n as se ma
na s , y a qu e a mb os t ie m p os so n diferentes de un modo más bien difícil
de comprender; pero, que es así . Pasaron varias centurias y una vegetación
ruda y tenaz reinaba sobre la Tierra y debajo de las aguas. Inmensos
helechos se elevaban al cielo, que con sus inmensas y espesas

160
hojas absorbían los gases venenosos y respiraban hacia fuera oxígeno, de día
e hidrógeno, de noche. Al cabo de muchísimo tiempo, una Arca del Espacio
descendió a través de las nubes y tomó tierra sobre una playa arenosa. Se
abrieron unas grandes escotillas y, de aquella arca que medía cerca dos
kilómetros salieron arrastrándose unas criaturas de pesadilla, tan pesantes que
la Tierra temblaba bajo sus pisadas . Horrendos engendros se remontaron
pesadamente por el aire, sustentándose sobre crujientes alas membranosas.

"La gran Arca — la primera que llegó, en el decurso de las edades — se


levantó por los aires y se deslizó suavemente volando sobre el mar. Al
sobrevolar determinadas áreas, el Arca reposaba sobre las aguas y lanzaba en
ellas extraños se-res a las profundidades del océano . La inmensa nave del es
- pacio levantó el vuelo y alcanzó las más lejanas regiones de los universos.
Sobre la Tierra, asombrosas criaturas vivieron y se pelearon, se alimentaron y
perecieron . La atmósfera hizo cambios. Cambiaron las hojas de los árboles y
las criaturas evolucionaron . Pasaron los eones y, desde el Observatorio de los
Sabios, a distancia de muchos universos, seguía la vigilan - cia de los
mencionados fenómenos .

"La Tierra, seguía bamboleándose en su órbita; a medida que pasaba el


tiempo, se iba desarrollando un peligroso grado de excentricidad . Entonces,
del corazón del Imperio, mandaron allá una nave espacial . Los científicos,
opinaron que una sola masa de tierra era insuficiente para prevenir el que los
mares con su oleaje llegasen a desequilibrar aquel mundo . Desde la gran
nave que se balanceaba a mucha altura sobre lo que tenía que ser nuestro
mundo, se lanzó sobre la Tierra un delgado hilo de luz, como un disparo .
Éste dio en el blanco sobre el continente terráqueo . Dicho continente se
quebró al acto, formando diversas masas de menor tamaño . Siguieron
violentos terremotos y, finalmente, la Tierra, subdividida en unas cuantas
masas, limitó la violencia de las aguas . Contra las costas de la Tierra, el mar
— ahora "los mares" — gol peó en vano . La Tierra se afirmó dentro de una
órbita por completo estable.

161
"Millones de años se sucedieron — años «terrestres» — . De nuevo, salió
del Imperio una expedición . Ahora, transportaba l o s p ri m e r o s h u m a
n o i d e s a n u e s t r o mu n d o . F u e ro n d e s e m - barcadas extrañas
criaturas de un color morado. Las mujeres tenían ocho senos; tanto ellas
como los varones poseían una cabeza cuadrada sobre los hombros, de
manera que, para ver a todos lados, todo el tronco tenía que volverse . Las
piernas eran cortas y los brazos largos, hasta por debajo las rodillas .
Desconocían el fuego y las armas; sin embargo, estaban siem-p r e p e l eá
n d o s e e n t r e s í . H ab i t ab an d en t ro d e l a s cu e va s y también
sobre las ramas de los más robustos árboles . Se nu - trían de bayas y de los
insectos que se arrastraban por el suelo. Pero los observadores no
estuvieron contentos ya que toda esa especie se hallaba desprovista de
entendimiento y carecía de instintos defensivos, como no presentaba el
menor signo de evolución.

"En aquellas edades, las naves del Imperio estelar patrulla - ban
continuamente a través del universo que contiene nues - tro sistema solar .
Había en él otros mundos en camino de su desarrollo. El de otro planeta
marchaba más rápidamente que l a T i e r r a . E n t o n c e s , u n a n a v e d
e l a p a t r u l l a f u e m a n d a d a a la Tierra y desembarcó en ella . Unos
cuantos humanoides morados se capturaron y fueron examinados; en vista
del exa-men tuvieron que ser exterminados dichos humanoides, sin quedar
uno solo . Lo mismo que hace un jardinero extirpando la mala hierba . Una
epidemia terminó con todos esos huma - noides . " La Voz, llegando a este
punto, observó incidental - m e n t e : " E n a ñ o s v e n i d e r o s e n v u e
s tr a T i e r r a l o s h o m b r e s emplearán ese sistema para exterminar una
plaga de conejos; pero los vuestros matarán los conejos con sufrimientos de
las víctimas. Nosotros obramos sin dolor por parte de ellas".

"Desde los cielos, descendió al suelo de la Tierra otra Arca, trayéndonos


diferentes animales y muy distintos humanoides. F u e ro n d i s t ri b u id o
s a t r av é s d e p aí s es d i s t i n t o s ; su t i p o y color, eran los más
adecuados a las condiciones del área donde eran sembrados. La Tierra,
todavía rugía y roncaba. Los mon-tes lanzaban llamas y humaredas y
torrentes de lava fundida

162
resbalaban por las laderas. Los mares se iban enfriando y la vida, en ellos, se
transformaba, adaptándose a las nuevas con-diciones . En ambos polos
reinaba el frío y el primer hielo sobre la Tierra, empezaba a formarse en
ellos .
"Pasaron las Edades . Cambió la atmósfera terrestre . Los hele-chos gigantes
dieron paso a formas de árboles más ortodoxas. Se estabilizaron las formas de
vida. Floreció una importante civilización . Alrededor del mundo volaban los
Jardineros de la Tierra; vistaban una ciudad tras otra. Pero alguno de dichos
Jardineros se familiarizó en exceso con las almas que tenía que guiar, con las
mujeres principalmente. Un mal sacerdote de los humanos convenció a una
mujer muy hermosa, que se prestó a seducir a uno de los Jardineros y lo
embelesó hasta el extremo que, bajo el imperio de aquella seducción, aquél
llegó a traicionar los más altos secretos . Inmediatamente la mujer estaba en
posesión de ciertas armas que antes estaban encomendadas exclusivamente a
los varones. Al acto, el sacerdote pudo hacerse con aquéllas .

"Luego, por obra de algunos individuos pertenecientes a la casta sacerdotal,


fabricaron proyectiles atómicos, utilizando aquél que había sido robado, que
les sirvió de modelo . Se - guidamente, se tramó un complot, en virtud del
cual algunos de los Jardineros fueron invitados al Templo con la excusa de la
celebración de un acto de gracias . Allí, en terreno sagrado, los Jardineros
fueron envenenados . Sus equipos, los robaron los sacerdotes . Con ellos se
sirvieron los sacerdotes para efectuar un gran asalto contra los Jardineros
restantes. En el curso de la batalla, la pila atómica de una nave del espacio
aterrizado sobre este mundo fue volada por un sacerdote . El mundo entero
tembló con la explosión . El gran continente de la Atlántida, se hundió bajo
las aguas. En las más lejanas tierras, los huracanes barrieron las montañas y
se llevaron a los humanos . Grandes olas surgieron del mar y el mundo quedó
vacío de casi todo ser viviente. Perecieron todos, excepto unos pocos que
pudieron cobijarse, aterrorizados, en el fondo de las cavernas más remotas.

"Durante muchos años, la Tierra tembló y vaciló bajo los

163
efectos de la explosión atómica experimentada . Pasó mucho tiempo sin que
llegase ningún Jardinero a inspeccionar este mundo . La radiación, en ella,
era muy fuerte y los atrope-llados restos de la humanidad pusieron en el
mundo una pro - genitura generalmente deforme. La vida de las plantas se
vio afectada por las radiaciones y la atmósfera se había alterado. El sol se
veía oscurecido por nubes de color rojo a ras del suelo . Por fin, los Sabios
decretaron que se tenía que mandar otra expedición a la Tierra y transportar
nuevos seres vivien - tes que la poblasen de nuevo . La gran Arca,
transportando hombres, animales y plantas, partió de los confines del es -
pacio . "»

En este momento, el viejo ermitaño cayó sin sentido con la boca muy abierta
. El joven monje se puso de pie vivamente y corrió hacia el anciano caído .
La preciosa botella conteniendo aquellas gotas se hallaba al alcance de la
mano y pronto el eremita se hallaba acostado sobre uno de sus flancos respi-
rando de una forma normal .

«Os es necesario alimento, ¡Venerable!», exclamó el joven . Voy a poner


agua al alcance de vuestra mano y luego treparé hasta el eremitorio de la
Solemne Contemplación para que allí me den té y cebada.» El eremita
asintió débilmente con la cabeza y se distendió cuando el joven monje puso
el tazón lleno de agua a su vera . «Voy a subir por las peñas», anunció,
corriendo fuera de la cueva .

Corrió a lo largo de la montaña, buscando hacia arriba el sendero que le


condujese al camino más ancho, más arriba. Allí, centenares de metros más
arriba y unos ocho kilómetros de distancia, estaba el eremitorio donde
habitaban varios mon - jes . Era seguro que le socorrerían; pero el camino era
esca-broso y la luz del día empezaba a decaer. Preocupado, el joven apretó
cuanto pudo el paso . Tenazmente iba observando la pared rocosa hasta que,
por último, distinguió algunas huellas que mostraban que alguien había
pasado por allí . Em prendió, siguiéndolas, la ascensión, lastimándose con
aquellas rocas afiladas cual cuchillos que habían desanimado a muchos y que
le hicieron prolongar varios kilómetros aquella ca -

164
m i n a t a , y a q u e l a c u e s t a e ra n o s ó l o e s c a b r o s a , s i n o d i v
a - gante.
Pocoapoco,subióconafán,ayudándoseconlospiesy
con las manos . Puede decirse que subió paso a paso . El sol caía bajo las
montañas cuando no pudo más y se sentó sobre una piedra, a reposar unos
momentos . No tardaron los prime - ros rayos plateados de la luna en
aparecer, asomando sobre la cordillera . Ahora, podía continuar su escalada.
Con la ayuda de las manos y los pies, clavando materialmente las uñas, ara-
ñando el suelo, pudo llevar a cabo la ascensión difícil y peli - grosa. Debajo,
el valle estaba sumido en las tinieblas. Un sus-piro de satisfacción; había
alcanzado la senda que conducía a las ermitas . Mitad corriendo, mitad
desfallecido, doliéndole

t od os l os m i emb r o s , s a lv ó la d i st a nc i a que l e s e p a ra b a d e l
objeto de su viaje por la montaña.
Una lucecita se veía allá lo lejos, temblorosa. Era la lámpara de .manteca,
que brillaba como un signo de esperanza para el caminante. Con la
respiración entrecortada y débil por la falta de alimento , el joven anduvo a
tropezones los pasos que le separaban del eremitorio, hasta la puerta. Del
interior, le lle - g ó e l c a n t o m u r m u r a d o p o r u n a n c i a n o q u e e
v i d e n t e m e n t e rezaba de memoria . «Aquí no hay ningún devoto
religioso a quien pueda yo estorbar», pensó el joven monje, a la par que
decía en altas voces: «¡Guardián de las ermitas, socorredme!». Dentro, aquel
murmullo, reiteradamente musitado, cesó . Lue-go, se escuchó el crujido de
huesos de un anciano moviéndose con precipitación, e inmediatamente la
puerta se abrió con lentitud . Destacándose en negro contra la luz de la
solitaria lámpara de manteca, que chiporroteaba y oscilaba por la co - rriente
de aire que súbitamente entraba en la ermita, el viejo guardián, en altas
voces interrogó: «¿Quién hay aquí? ¿Por qué llamáis a esas horas de la
noche?». Lentamente, avanzó el joven monje, para poder ser visto . El
guardián, a la vista de las vestiduras rojas, depuso su actitud . «Venid, entrad
», le ordenó.

El joven se adelantó con paso vacilante . Ahora, debido a la reacción, se


sentía exhausto. «Amigo sacerdote — dijo —, el
165
Venerable ermitaño con quien estoy se halla enfermo y los dos no tenemos
nada que comer . Nada, ni hoy ni el día ante - rior . Sólo nos queda el agua
del lago vecino . ¿Nos podéis dar comida?»

El sacerdote guardián sonrió con simpatía. «¿Comida?, desde luego, puedo


proporcionaros con que comer . Cebada, tenemos un montón . También un
ladrillo de té . Mantequilla y azúcar, igualmente. Pero os tenéis que quedar
aquí a dormir. Os sería imposible atravesar los pasos de la montaña en la
noche.»
«Es preciso, amigo sacerdote», exclamó el joven monje . «El Venerable se
está muriendo de consunción . El Buda me pro - tegerá.»

«Entonces, reposad un rato aquí y comed y bebed algo de té, todo está a
punto . Mientras tanto voy a hacer un paquete que podréis llevar a la espalda
. Comed y bebed. Tenemos de sobra .»

El joven monje se sentó en posición de loto y se postró en acción de gracias


por aquel socorro tan sinceramente conce-dido a él y su maestro . Luego se
sentó y comió tsampa; luego bebió un té muy fuerte, mientras el anciano
guardián charlaba y contaba todos los chismes que llegaban con frecuencia a
las ermitas. El Profundo se hallaba de viaje . El gran señor Abad de Dropung
había hecho alguna observación malévola contra otro Abad. El Colegio de
Procuradores había dado las gracias a cierto Gato Guardián, que había
localizado un ladrón persistente entre un grupo de ciertos marchantes. Un
chino se había extraviado en un paso de la montaña, e intentando hallar de
nuevo el buen camino se había despeñado desde unas enormes alturas (el
cuerpo se hallaba por completo destrozado y listo para los buitres, sin
auxilio humano alguno).

Pero el tiempo iba pasando . Al fin, con todo su pesar, el joven monje tuvo
que ponerse en pie y cargar con el fardo que le regalaban . Con palabras de
agradecimiento y adioses, salió de la ermita y emprendió cuidadosamente el
regreso por la senda de las rocas . La luna estaba en su punto más alto .

166
S u l u z e r a p l a t e a d a y r e l u c i e n t e . E l p a s o e st a b a m u y b i e
n iluminado; pero las sombras eran de un negro sólo conocido por quienes
viven en las cumbres . No tardó en llegar al bor - de, y se vio precisado a
dejar el camino más seguro y sumirse en el precipicio. Con todo cuidado,
lentamente, inició el des-censo a partir del borde . Con la mayor atención,
algo estor - bado por el peso que llevaba sobre la espalda, fue deslizándose h
aciabajo,palmoapalmo,unpasoyluegoelsiguiente.
Aguantándose firmemente con las manos mientras buscaba un reposo firme
para sus pies . Relevando luego el peso de sus manos cuando los pies pisaban
firme. Por fin, mientras la luna

se escondía sobre su cabeza, llegó al oscuro suelo del valle . A d iv in a n d o


s u c a m i n o d e u n a ro c a a o t ra, a d e l a n t a b a m u y
dificultosamente hasta que divisó el brillo rojizo del fuego, a la entrada de la
cueva. El joven monje se detuvo únicamente p a r a a ñ ad i r un a s p oc a s r
a m a s a l a h og u e ra y l u eg o se d e jó caer al suelo, a los pies del viejo
ermitaño, al que apenas podía distinguir por el reflejo de la luz del fuego
reflejándose sobre la entrada de la caverna.
Capítulo décimo

El viejo ermitaño se sintió visiblemente mejor bajo la influen - cia del té


caliente, con mucha mantequilla y azúcar abundan-te . La cebada, molida
hasta convertirse en un polvillo muy fino, había sido tostada muy
convenientemente . Las llamas de la hoguera brillaban alegremente a través
de la entrada de la cueva . Pero la hora todavía se encontraba entre la puesta
y e l a m a n e c e r ; d o r m í an los p á j ar o s en l as r a m a s y s ó l o s e
movían en la noche algunas criaturas nocturnas . La luna ya había cruzado
los cielos y se escondía tras las más lejanas cordilleras . De vez en cuando,
pasaba el viento de la noche susurrando entre las hojas y levantando alguna
chispa de la hoguera encendida.

El anciano se levantó con fatiga y se marchó titubeando hacia el interior de


la caverna . El joven monje se tendió a lo largo y se quedó dormido antes de
que su cabeza reposase sobre la almohada de arena aprisionada . El mundo
estaba en silencio por todas partes . La noche se hizo más oscura, co n
aquella oscuridad que es el preludie del amanecer. Desde las alturas, una
piedra solitaria rodó hasta romperse contra los peñascos de los abismos;
luego, todo volvió a su silencio de antes.

El sol estaba muy alto, cuando el joven monje despertó a un mundo de


malestar. Miembros doloridos, agujetas y hambre. Murmurando por lo bajo
palabras prohibidas a un religioso, agarró la vasija del agua, vacía, y miró
hacia el exterior de la cueva. La hoguera ofrecía el brillo placentero de sus
cenizas ardientes . A toda prisa, añadió pequeños troncos y, encima, ramas
de mayor tamaño. Con tristeza, contó la escasa leña res-tante y le preocupó
el pensar que cada vez tendría que ir más lejos en su busca . Echando una
mirada hacia arriba, se estre - meció recordando su escalada por la noche
anterior. Luego fue al lago por agua.

« H oy t end r e m o s q u e h ab l a r m u c ho r a to » , d i jo e l v i e jo er e -
mita cuando ambos terminaron su frugal desayuno . «Siento
168
que los Campos Celestiales me llaman con insistencia. Existe un límite a
lo que puede soportar la carne y yo he pasado, y c o n e x c e s o , l o q u e
e s c o n c e d i d o a u n s e r h u m a n o . » El joven se entristeció; había
llegado a sentir un gran afecto
h a c i a a q u e l a n c i a n o y c o n s i d e r a b a q ue lo s s u f r i mi e n to s
d e aquel anacoreta habían sido ex cesivamente penosos . «Estoy a vuestras
órdenes, Venerable — le respondió — ; pero dejad que antes llene de agua
vuestro cuenco . » Entonces, se puso en pie, limpió el cuenco y lo llenó de
agua fresca.
El viejo eremita recomenzó su narración: «El Arca apareció en la pantalla; era
grande y voluminosa . Una nave capaz de engullir el Potala y toda la ciudad
de Lhasa, los conventos de Sera y Drepung por añadidura. A su lado, los
hombres que iban saliendo parecían tan diminutos como las hormigas que se
afanan sobre la arena. Animales de grandes dimensiones eran descargados, y,
de nuevo, rebaños de otros hombres . Todos p a r e c í a n c o m o o fu s c a d
o s , d r o g a d o s , s i n d u d a p a r a q u e n o pudieran pelearse . Unos
hombres que llevaban extraños apa - ratos sobre sus espaldas volaban como
pájaros, guiando a los

a n i m a l e s y a l o s h o m b res , a g u i j o n e á n d o l o s c o n u n o s p a l o s
metálicos.
»La nave dio la vuelta al mundo, aterrizando en determinados sitios y dejando
en todas partes animales de distintas hechu - ras . Los hombres eran unos
blancos, otros negros y algunos, a m a r i l l o s . T i p o s a l t o s y t i p o s d
e c o r t a e s t a t u r a . C o n e l pelo negro o blanco ; entre los animales los
había listados; unos dotados de largos cuellos, al paso que otros, sin cuello .
Jamás yo hubiera creído que pudiesen existir seres de tantos colores, formas y
tipos. Algunas de las criaturas del mar eran t a n i n m e n s a s q u e d u r a n t
e u n t i e mp o n o c r e í q u e p u d i e s e n moverse, hasta que, en el mar,
parecían tan ágiles como los peces de nuestros lagos.

»Continuamente, volaban por el aire pequeñas naves, donde estaban los que
se cuidaban de los nuevos habitantes de la Tierra. Con sus idas y venidas
dispersaban grandes rebaños y aseguraban que los animales y los hombres se
esparciesen por toda la superficie del globo. Pasaron siglos sin que el hombre

169
fuese capaz de encender fuego ni fabricar toscos utensilios de piedra. Los
Sabios conferenciaron sobre el caso y decidieron que era conveniente que
aquel grupo podía mejorarse, intro - duciendo algunos humanoides más
inteligentes, que sabían encender fuego y labrar el pedernal . De este modo
pasaron siglos, durante los cuales los Jardineros de la Tierra introdu - jeron
nuevos tipos de hombres capaces de mejorar el conjunto de la humanidad .
asta, gradualmente, pasó del estadio de la piedra labrada al del dominio del
fuego. Paso a paso, se cons-truyeron casas y se constituyeron ciudades.
Continuamente los J a r d i n e r o s s e m o v i e r o n e n t r e l a s c r i a t u r
a s h u m a n a s y l o s ho mbres los miraron como dioses sobre la Tierra .

»La Voz intervino entonces, diciendo: "No sirve pata nada el ir siguiendo
paso a paso todos los trastornos interminables que sucedieron a esta nueva
colonia sobre la Tierra . Quiero explicaros únicamente los sucesos
principales, para que os s i r v a n d e i n s t r u c c i ó n . M i e n t r a s y o h a
b l e , t e n d r e mo s a n t e n u es t ra v i st a l o s cu ad r os ad e cu a dos d e
m a n e r a qu e po d ái s s e g u i r t o d o p u n t o p o r p u n t o .

"El Imperio era grande; pero llegó de otro universo una raza violenta, que
intentó arrancar de nuestro poder nuestras po - sesiones. Aquel pueblo era
humanoide y sobre su cabeza tenía unas excrecencias en forma de cuernos
que le brotaban de las sienes . También estaban dotados de un rabo . Aquella
gente e r a d e u n a n a t u r a l e z a e n e x t r e m o b e l i c o s a ; g u e r re a
r , p a r a ellos, era a la vez un juego y un trabajo. Llegaron sobre negras
naves a ese universo y llevaron la destrucción a unos mundos que nosotros
acabábamos de sembrar . Batallas colosales, se produjeron en el espacio .
Varios mundos fueron desolados; muchos estallaron entre humos y llamas y
sus restos se amon-t o n a n e n á r e a s d e l e s p a ci o c o m o l a C i n t u r
a d e A s t e ro id e s , todavía en nuestros tiempos . Anteriormente algunos
mundos fértiles habían visto su atmósfera en explosión y toda la vida borrada
de su faz. Un mundo chocó con otro y, en un instante, este último fue
proyectado hacia la Tierra. La Tierra retembló y fue desplazada a otra órbita;
lo que fue causa de que, en ella, aumentó la duración del día.

170
"Durante esta casi - colisión, unas descargas eléctricas gigan - tescas,
surgieron de ambos planetas . Los cielos volvieron a verse en llamas . Varios
entre los seres humanos perecieron . Enormes olas barrieron la superficie de
la Tierra y, compa - sivos, los Jardineros se apresuraron a su alrededor con sus
Arcas, intentando tomar a bordo las personas y los animales, para situarlas a
salvo en las alturas . Años más tarde — prosi - guió la Voz —, esto daría
origen a leyendas inexactas a través de todos los países del globo . Pero, la
batalla del espacio, fue ganada . Las fuerzas del Imperio aniquilaron a los
malvados invasores e hicieron prisioneros a un cierto número de ellos.

"El príncipe de los invasores, Satán, defendió su propia causa, diciendo que
tenía mucho que enseñar a los pueblos del Im perio. Añadió que deseaba
trabajar siempre para el bien de los demás . Su vida y la de algunos de sus
compañeros fueron res-petadas . Después de un período de cautividad, se
manifestó deseoso de cooperar a la reconstrucción del sistema solar que él
mismo había desolado tanto . Los Almirantes y Generales d e l I mp e ri o , to
d o s e l lo s p e rs o n a s d e b u e n a v o l u n t a d , e ra n incapaces de
imaginar en los demás la traición y las intencio - nes aviesas. Aceptaron aquel
ofrecimiento y colocaron al prín - cipe Satán y sus oficiales bajo las órdenes
de los hombres del Imperio.

"SobrelaTierra,loshombreshabíanenloquecidocon
l a s desdichas que habían experimentado . Se habían visto diezma - dos por
las inundaciones y por las llamas, caídas de las nu - bes . Se trajeron nuevas
expediciones de seres humanos, de otros planetas periféricos, allá donde
habían sobrevivido al - g u n o s . L o s t e r r i t o r i o s a h o r a e r a n m u y
distintosentre síytambiénlosmares.Ac ausadelgra n
c a m b i o d e ó r b i t a , s e había alterado el clima . Ahora existía un
cinturón ecuatorial cálido y se amontonaban los hielos en las regiones polares
. Grandes montañas de hielo se desgajaban de la masa glacial y flotaban por
los mares . Los mayores animales de la Tierra perecieron bajo el frío súbito .
Grandes selvas sucumbieron cuando las condiciones de vida sufrieron una
mutación drás - tica.

171
"Muy lentamente, dichas condiciones se estabilizaron . Otra
v e z , e l h o mb re c o m en zó a c o n s t ru i rse u n a f o r ma d e c i v i l i -
zación . Pero el hombre se mostraba excesivamente belicoso y perseguía a
todos los de su especie que eran débiles . De una manera rutinaria, los
Jardineros introdujeron algunos nuevos tipos para mejorar la especie básica .
La evolución humana progresó y, lentamente, fue resultando un mejor tipo
de cria - tura . Los Jardineros, empero, no se contentaban con eso . Se d e c i
d i ó q u e m u c h o s m á s d e e l l o s v iv i rí a n s o b r e l a T i e r ra . Y
con los Jardineros, sus familias. Se juzgó, entonces, que se-ría más
conveniente utilizar las alturas de la Tierra como bases de los desembarcos .
En un país del Este, un hombre y una mujer descendieron de su nave
espacial sobre la amena cum - bre de una montaña . Así, Izagani junto con
Izanami se cons - tituyeron en protectores y fundadores de la gente japonesa
y

— entonces la Voz resonó a la vez con calma y con enojo — de nuevo se


forjaron falsas leyendas a su alrededor, ya que la
parejaformadaporlosIzaganieIzanami,comoseaqu
e apareció viniendo de la dirección del sol, los indígenas cre - yeron que
ambos eran, respectivamente, el dios y la diosa del sol, que habían bajado a
vivir entre ellos."
»En la pantalla que yo tenía delante, vi el sol rojizo enmedio del cielo . Vi
cómo descendía una brillante nave del espacio, que los rayos solares
pintaban de púrpura . La nave iba acer - cándose cada vez más a la Tierra,
hasta que se detuvo, osciló y dio lentas vueltas. Finalmente, cuando los raros
rojos de la l u z s o l a r s e r e f l e j a b a n e n l a c ú s p i d e c u b i e r t a d
e n i e v e , l a nav e
se po saba encima de una superficie horizontal que se veí a e n e ll a . L o s ú
l ti m o s r ay o s d e l s o l i l u mi n a b a n l a n a v e cuando un hombre y
una mu jer desemb arcaro n y miraron a s u a l r e d e d o r y l u e g o r e g r
e s a r o n a b o r d o d e l a n a v e d e l e s - pacio . Los indígenas, de piel
amarilla, se prosternaron ante d i ch a n av e , s ob r e co gi do s por l a g l o
ri a d e l o qu e v e í an ; e s - tuvieron allí durante un espacio de tiempo,
aguardando en un respetuoso silencio; luego se fueron y su imagen se
fundió, cuando se alejaron en la oscuridad de la noche.

»El cuadro cambió, y vi otra montaña en una tierra muy lejana

172
de aquella . Dónde estaba, yo lo ignoraba por completo; mas pronto se me
dio la información necesaria. Del cielo llegaron varias naves del espacio, que
dieron varias vueltas por el aire y después, lentamente, descendieron en
formación ordenada hasta ocupar las laderas de una montaña. "Los dioses
del Olim-po", dijo la Voz en tono sarcástico. "Los mal llamados dioses, que
trajeron grandes luchas y tribulaciones al mundo joven . Esa gente, con el
antiguo Príncipe Satán entre ellos, llegaron p a r a i n s t al a rs e s o b r e l a
T i e r r a ; p e r o e l C e n t r o d e l I m p e r i o se encontraba muy lejos .
Las malignidades e incitaciones de Satán desencaminaron a los jóvenes de
ambos sexos, que ha - bían sido asignados a la Tierra para que allí pudiesen
adquirir experiencia.

"Zeus, Apolo, Teseo, Afrodita, las hijas de Cadmo y muchos otros, formaron
esas pandillas . El mensajero, Mercurio, co - rrió de una nave a la otra, a
través del mu ndo, repartiendo mensajes y escándalos . Los hombres,
sintieron vehementes deseos de las mujeres de su prójimo . Las mujeres, se
dedica - ron a la caza del varón que anhelaban . A través de los cielos del
planeta, naves rápidas eran tripuladas por mujeres persi - guiendo a los
hombres y a los maridos, tras sus mujeres fugi-tivas . Y los ignorantes hijos
de este mundo, observando las extravangancias sexuales de aquellos que
ellos tenían por dio - ses, pensaron que era así como debían conducirse en la
vida . De este modo, empezó una era de relajamiento sensual, en la que
fueron holladas todas las leyes de la decencia.

"Algunos de los nativos, los más astutos y que veían más cla-ro que el resto
de los hombres, se proclamaron a sí mismos c o m o s a c e r d o t e s , y p r
e t e n d ie r o n s e r l a Vo z d e l o s d i o s e s . Éstos, demasiado atareados
en sus orgías, no se daban cuenta de nada. Pero estas orgías condujeron a
otros excesos; provo - caron numerosos asesinatos, hasta el punto de que
llegaron las noticias al Imperio . Pero los sacerdotes naturales de la Tierra,
aquellos que pretendían ser representantes de los dio-ses, escribieron todo lo
que ocurría y alteraron las cosas, de f o r m a q u e s u s p o d e r e s a u n s e
v i e ro n au me n t ado s d es pué s . S i e m p r e h a o c u r r i d o a s í e n l
ahistoriadelmundo;nunca

173
sus naturales han contado las cosas como ocurrieron, sino de forma que les
aumentasen todavía más su propio poder y prestigio . Casi todas las
leyendas, no pasan de ser una aproxi-mación de lo que sucedió en realidad .
"
»Contemplé, entonces, otra pantalla. Allí se veía otro grupo de Jardineros . o
"Dioses" . Horus, Osiris, Anubis, Isis y al - gunos otros . También se
celebraban orgías allí. En aquellas regiones, un antiguo lugarteniente del
Príncipe Satán se apli-caba a destruir todos los esfuerzos para lograr el bien
en aquel pequeño mundo . También allí se veían los inevitables sacerdotes
escribiendo sus interminables y erróneas leyendas. Había algunos, de la
casta sacerdotal, que se habían infiltrado lentamente en la confianza de los
dioses y de esta forma habían logrado ciertos conocimientos vedados a los
nativos, por su propio bien . Estos sacerdotes habían constituido una
sociedad secreta cuyos fines eran los de robar más conocimientos prohibidos
y usurpar el poder de los Jardineros . Pero la Voz continuó diciendo: "Nos
dieron mucho trabajo esos nativos y tuvimos que introducir medidas
represivas . Algunos de esos sacerdotes indígenas, después de haber robado
algún equipo de los Jardineros, no pudieron dominarlo; como resultado,
lanzaron plagas sobre la Tierra . Mucha gente del país pereció . Las cosechas
se perdieron totalmente .

"Pero algunos de los Jardineros, bajo el dominio del Príncipe Satán, había
establecido una capital del pecado en las ciuda-des de Sodoma y Gomorra .
En ellas, toda forma de perversión y de crimen eran consideradas como
virtudes. Entonces, el Maestro del Imperio advirtió severamente a Satán,
para que desistiese y abandonase aquellos lugares . Mas, éste se lo tomó a
chanza . Algunos de los habitantes de Sodoma y Go - morra, los mejores
entre ellos, fueron advertidos para que abandonasen aquellas poblaciones y,
en un momento conve - nido, una nave del espacio solitaria llegó por los
aires y soltó un pequeño bulto. Y las ciudades fueron asoladas por el humo y
las llamas . Grandes nubes en forma de hongos subieron hacia el cielo
tembloroso, y sobre el suelo no quedaron sino toda suerte de devastaciones,
piedras calcinadas, fundidas, y

174
todo un montón enorme de ruinas de habitaciones humanas . Por la noche,
todo aquel territorio brillaba con un resplandor sombrío . Muy pocos de los
habitantes lograron escapar del holocausto.

"Después de estas saludables advertencias, se decidió retirar t o d o s l o s J a


r d i n e r o s d e l a f a z d e l a T i e r r a y n o t e n e r m á s c o nt a c to c on
lo s n a ci d os en e l l a , s i n o t ratá r l o s co m o u n o s
tipos aparte . Las patrullas penetrarían, a veces, en la atmós -
fera.Elmundo ysushabitantesestaríansujetosainspec-
c i o n e s . P e r o n o h a b r í a n i n g ú n c o n t a c t o o f i c i a l . En v e z d e
esto, decidieron que existiesen sobre la Tierra seres humanos
que hubiesen sido instruidos debidamente y que pudiesen ser « p l a n t a d o
s»dondehubieseindividuospreparadosparaad-
mitirlos . El hombre que más tarde fue conocido bajo el nom - bre de Moisés
fue un ejemplo . Una mujer del país fue arre - b a t a d a e i m p r e g n a d a c
onlasemilladecaracterísticasade-cuadas.Elniñoaú
n p o r n a c e r f u e i n s t r u i d o t e l e p á t i c a - mente y dotado de
grandes conocimientos — para un natural de la Tierra — . Fue acondicionado
hipnóticamente para que no revelase todo su saber hasta el momento
oportuno.
"A su debido tiempo, el niño nació y se le dio una posterior educación y
acondicionamiento . Más tarde, el pequeño fue instalado en una cesta
debidamente preparada y con el manto de la noche fue depositado sobre un
cañaveral donde sería fácilmente descubierto . A medida que fue creciendo y
llegó a l a may o ría d e ed a d , es tu vo en f re c u e n t e c o m u n i c a c i ó
ncon
n os ot r os . C u an do l l eg ó e l m o m e n to , u na p eq ue ñ a na v e d el
espacio se dirigió hacia una montaña, en cuya cumbre perma-neció escondida,
ya sea por las nubes naturales, ya por las que nosotros fabricamos en aquella
ocasión. El hombre, llamado Moisés, subió a la cumbre, donde subió a bordo
de aquella nave y salió de ella luego con la Varilla de Virtudes y las Ta blas de
la Ley, que habían sido preparadas para él.

"Pero eso no era suficiente . Tuvimos que hacer lo propio en otras tierras . En
el país que hoy llamamos la India, nosotros nos encargábamos de la
educación y formación del hijo varón d e uno d e lo s m á s po d e ro sos p r
ín c ip e s d e a q ue l l as t ie r r as .
175
C on s id e r áb a mo s q u e su p ode r y g r an p r es ti g io a r r a st r a r ía n a
t od os lo s n a tur a l e s d e aq ue ll a t i e r ra a s egu ir l e y adh e r i rs e a
u n a fo r ma e s p e c i a l d e d i s c i p l i n a q u e a u me n ta rí a e l e s t a d o
e s p i r i tu a l d e s u s s e g u ido re s . G au t a m a t e n í a s u s i d e a s
p r op i as y no so t ro s , m á s que d i s cu t í rs e l as, d e j a m os q ue p o r
s í m i s mo h a l la s e s u d is c ip lin a e s p i r i tu a l . U n a v e z m á s , n os
h a l l a mo s c o n q u e l o s d i s c í p u l o s , o s a c e rd o te s —
g e n e r a l m e n t e e n p r o v e c h o p r o pi o — , d e f o r m a r o n e l s e
n t i d o d e l o s e s c r it o s d e su ma e s tr o . S i e mp r e p a s a l o m i s
mo : e n e s t e m un do u n p e qu eño g r upo d e per s on a s , q u e s e p r o
cl a m a n s a c e r d o t e s a s í mi s mo s , s e e m p e ñ an e n p u b l ic a r o
r e e s c ri b i r p o r su c u e n t a l o s t e x t o s s a g r a d o s , d e m a n e r a
q u e su s p r op io s po de r e s y su a u to r id ad s e v e an a u m en t ado s . "
Otrosmuchosfundaronnuevasramasdelareligión:M
a h o ma Co n f u c io , l os no mb re s son d e m as i ad os p a r a q ue s e m e
n c io n en uno po r u no . Pe r o c a d a cu al d e t odo s es os h o mb r e s e s
t a b a b a jo n ue s t r a d i r e c c i ó n , o fo r m a d o p o r n os o t r o s , co n
l a i n t e n c i ó n d e q u e e s t a b l e ci e s e u n a f e m u n d i a l , q u e g u
i a s e a l o s h o mb r es h a ci a l a s b u en as s en d a s d e l a vi d a . Que rí
a mo s q u e ca d a uno d e los h o mb r e s d e e s t e m u nd o t ra t as e a l os
d e má s c o m o qu e r í a q u e lo s d e m ás l e t r a t a s en a é l . L u c h áb a
m o s p a ra e s tab l ec e r u n es t ad o d e a rm o n í a u n i v e r s a l c o mo l
a q u e y a ex is t ía e n n u e s t ro p ro p i o I m p e r io ; p e ro l a n u ev a h
u m a n i d a d n o es t ab a l o b a s ta n t e a v an z ad a p a ra d ej a r d e l a
do e l b i en d el p ro p i o Y o y b usc a r
e l d e s u s s e m ej a n t e s .
" Lo s S ab io s e s t ab an m u y d e s con te n to s d e aq u el
e s t an c a m i e n t o . D e s p u é s d e u n a r eu n ió n q u e t u v i e ro n , s e
p r o p u so u n c a m b i o d e d i re cc i ó n a b s o l u to . U n o d e lo s S ab
io s l l a mó l a at enc i ó n d e l o s re u ni d o s so b r e e l h e cho d e q u e t
o d os lo s q u e h ab í a n si d o m a n d ad o s s o b r e l a T i er r a , p e r t en
e c ía n a g r a n d es y p o d e r o s as f a mi l i as . C o mo d e mos t r ó c l a r
a me n t e , e s t o e r a ca u s a d e q u e au to m á t i c a m en t e l a s
c l as es in ferio re s rech a z as en l a s p a l ab r as d e tod os aq uel l os
i nd iv id uo s si tu a dos e n l as a l ta s e s fe r a s d e l a a r i s to c r a c ia . A
c o ns e cu en c i a d e tod o e l lo , s e r e al i zó u n a en cu e s t a , p o r
m e d i o d e lo s A r c h iv o s A k á s h i c o s , en b u s c a d e u n a mu j e r a d
e cu ad a p a r a p o n e r e n e l m u n d o u n h i jo q u e r e spo n d ie s e a
176
nea de una familia de pobre condición y natural de una tie - r r a d o n d e p u
d i e s e e s p e r a r s e q u e u n a n u e v a r e l ig i ó n p o d í a adquirir
arraigo . Los investigadores nombrados al efecto, in - mediata y asiduamente,
se pusieron a la tarea. Se presentaron gran número de caminos posibles . Tres
hombres y tres muje - res, secretamente, fueron depositados sobre la Tierra a
fin de que se continuasen las investigaciones, de forma que la familia más
adecuada resultase elegida para el caso.

"Por consentimiento de varias opiniones, resultó favorecida una mujer muy


joven, casada con un artesano de la más an - tigua artesanía del mundo: un
carpintero . Lo s Sabios consi - deraron que la mayoría de los hombres
pertenecían a esta clase y escucharían con preferencia las palabras de uno de
los suyos. Así, pues, la mujer recibió la visita de uno de los nuestros

q u e e ll a con s id e ró co m o un á n ge l , qu ie n l e a nun c ió lo q ue para


ella sería un gran honor . Tendría un hijo, fundador de una nueva religión. A
su debido tiempo, aquella mujer quedó embarazada . Mas, entonces ocurrió
un hecho, muy frecuente e n aq u e l l a p a rt e d el m u n do ; l a m u j e r y s
u e s p o so t u v i e r o n que huir de su casa, por culpa de la persecución de
uno de los reyes locales.

"Los esposos siguieron lentamente su camino hacia una ciu - dad del Oriente
Medio y allí la mujer sintió que había llegado su tiempo . No había sitio
adonde hospedarse, sino en el establo de una posada . Allí nació el niño .
Nosotros habíamos seguido la huida, para poder intervenir si llegaba el caso.
Tres de los miembros de la tripulación de la nave del espacio des - cendieron
sobre la Tierra y se dirigieron al establo . Con na - tural contrariedad, se
enteraron más tarde de que su embar - c a c i ó n a é r e a h a b í a s i d o c o n
s i d e r a d a c o m o u n a e s t r e l l a d e Oriente.

"El niño creció y, debido al especial adoctrinamiento que re. c i b í a p o r v í


a t e l e p á t i c a , r e a l i z ó g r a n d e s p r o g r e s o s . E n s u primera
juventud discutía con sus mayores y plantó cara al c l e r o l o c a l . A l l l e g
a r a l a e d a d v i r i l s e r e t i r ó d e t o d a s s u s amistades y peregrinó a
través de muchos países del Oriente M e d io . N o s o t ro s lo d i rig i mo s h
a c i a e l Tí b e t , y él t r a s p u s o
177
l a s co rd i ll e ras y p e r ma n e ció u n t i e mp o e n l a c at e d r al d e L h a
s a , d o n d e a ú n h o y en d í a s e c o n s e r v an l a s h u e l la s d e s u s m
a n os . A q u í t u v o l a r e v e l ac i ó n y l a a s i s t e n c i a
i nd i sp en s ab le s p a r a pod e r for m u l a r u n a r e lig ión ad e cu ada a
l o s p u eb lo s d el o es t e .
" D u r a n t e s u es t an c i a e n L h a s a s e s o me t ió a u n t ra t a mi e n t o e s p ec i a l , p o r
e l cu a l e l cu er p o a s t ra l d e l h u m an o t e r r áq u e o
q u e s e a lb e r ga b a en s u c u er p o fu e l ib e r ad o y a s c end ido a
o t r a ex i st en c ia . E n s u l u g ar s e i n s t a ló u n c u e rp o a s t ral d e
n u es t ra e l e c ció n . S e t rat a ba d e u n a p e rs on a co n g r an ex p e -
r i e n c i a en l o t o c a n t e a m a t e r i a s e sp i r i tu al e s , m ay o r q u e l
a q u e s e p ue d e o bt e n e r b aj o la s c o n d i ci o n e s d e l a Ti e r r a . E
s t e s i s te ma d e t r a n s mi g r a c i o n e s e s u no d e lo s q u e e m p l e a
mo s m u y a m en u d o c u an d o s e t r at a d e r az a s r et r ó g ra d as .
" F i n al me n t e , t od o es t ab a a p un to , y e l p e r eg r i no h i zo s u v i a
j e d e v u el t a a s u p a tr i a . L l e g a d o a l l í , t u v o é x i to r e c l u t a n
d o v a r i a s p e rs o n a s q u e s e p r es t ar o n a d i f u n d ir l a n u ev a r e
li g ión . "P o r d e sg r a cia , e l p r i m e r o c u p a n t e d e a q u e l
c u e rp o h a b í a d i s pu t a d o c o n l o s s a c e rd o t e s . A h o r a , és tos
s e a c o rd a b a n d e a q u e l lo s ep is o d io s y p r ep a r ab a n un i n ci d
en te q u e l es p e rm i t i e s e d e t en e r l o . C o m o s e a q u e e l j u e z
e n c a rg ad o d el c a so d e p e n d ía d e t o d o s e l l o s , e l r esu l ta d o
p od í a con oc er s e d e an t em a n o . No so t ro s e x a mi n a mo s l a
c o n v en i en ci a d e u n a i n t e r v enc i ó n; p e ro , p o r f i n , p r ev a l ec i ó
l a o p in i ó n d e q u ié n es c r e í an f i r m e m e n t e q u e d e in t e rve n i r
v i si bl e m e nt e n a c e r ía n ma l es p a r a el mun do e n ge n e ra l y
p a r a l a n u e v a r e l i g ión e n p a r t ic u la r . " » L a V o z a c a b ó s u s
p al ab ras . Yo p e rman ecía mu d o , flu ct u an do en t r e l a s
p a n t a l l a s e n c o n t in u o c a mb io , mo st r a n d o , u n a t r a s o t r a , la s
i m á g en e s d e a q u e l l as co s as a co nt e c id as e n a ñ o s l e j an os .
T a m b i é n v i c os a s q ue e r a mu y p ro b ab le q u e su c ed i es en e n
e l f ut u ro ; po rq u e e l f u tu ro p ro b ab le p u ed e p r ov e rs e ta n to
p o r l o qu e se re f ie r e a l mu nd o e n t e r o c o mo a u n p aí s cua l -
q ui e r a . Vi m i qu e r id a p at r ia in v ad id a por lo s d e te s t ado s
c h i n o s . V i e l a l z a r s e — y l a c a í d a — d e u n m a l r ég ime n
p o l í ti c o , q u e m e p a r e c e q u e s e l l a m a b a c o m u n i s m o ; p e r o
e l l o no r e p r ese n t a n ad a p a ra m í . P o r f i n , e x p e ri me n té u n
e n o r me ag ot am i e n to . S e nt í q u e a un mi c u e rp o a s t ral s e
178
fallecer por el esfuerzo a que se había obligado. Las pantallas, hasta ahora de
vivos colores, se volvían grises. Mi visión vaciló y seguidamente caí en un
estado de inconsciencia.
»Un horrible movimiento de balanceo me despertó de mi sue-ño, o tal vez de
mi desmayo . Abrí los ojos, ¡pero no tenía ojos! Aunque todavía no podía
moverme, en cierto modo no - taba que volvía a encontrarme en mi cuerpo
físico . El balan - ceo era que la mesa que transportaba mi cuerpo seguía por
el corredor de la ñave del espacio . Una voz sin dar ningún signo de emoción,
en voz queda, afirmó: "¡Ya tiene concien - c i a ! " S i g u i ó u n g r u ñ i d o
d e c o n fi r ma c ió n y lu eg o s igu ió el

silencio, acompasado por el ruido de pasos y el leve chirrido d e m e t a l c u


a n d o m i m e s a o p e r a t o r i a c h o c a b a c o n t r a l a pared.

»Estaba tendido, solo, en aquella sala metálica. Aquellos hom-bres habían


depositado la mesa y se habían marchado en si - lencio . Tendido, iba
reflexionando las cosas maravillosas de que yo había sido testigo . No sin
cierto resentimiento . Las continuas invectivas contra los sacerdotes . Yo era
un sacer - dote y ellos estaban contentos de utilizar, sin contar con mi

v ol u n t ad p ro p i a , mi s s e r v i ci o s . M i en t r as p e r ma n ec í a ref l e
- xionando todas estas cosas, me llegó al oído el ruido de la puerta metálica
que se deslizaba. Un hombre entró en la Sala y se cerró, resbalando, la puerta
tras él.
»"¡Muy bien, monje — exclamó la voz del doctor —, lo habéis hecho muy
bien . Todos estamos muy orgullosos de vos. Mien-tras yacíais inconsciente,
examinábamos de nuevo vuestro ce-rebro y nuestros instrumentos, y éstos
nos demostraban que tenéis almacenado todo el conocimiento depositado en
vues - tras células cerebrales. Habéis enseñado muchas cosas a nues-tros
jóvenes de ambos sexos . Pronto seréis puesto en liber - tad. ¿Os hace feliz, la
noticia?"

»"¿Feliz, señor doctor?" Interrogué a mi vez . "¿Qué motivos tendría de


sentirme dichoso? He sido capturado, se me ha cor-tado la cúspide del
cráneo, se me ha separado el espíritu del cuerpo, se me ha insultado como a
miembro del clero y lue - g o — d e s p u é s d e h a b e r s e s e r v i d o d e
mipersona—vaisa

179
a b a n d o n a r m e c o mo u n a p e rs o n a d es t in a d a a u n a m is e ra b l
e muerte. ¿Feliz, yo? ¿Por qué razón debo creerme afortunado? ¿Es que vais
a restablecer mis ojos? ¿Proporcionarme unos m e d i o s d e s u b s i s t e n c
i a ? ¿ C ó m o d e b e r é h a c e r l o p a r a s u b - sistir?" Así le hablé casi
con sarcasmo.
»"Una de las mayores desgracias del mundo, monje — dijo el doctor —, es
que la mayor parte de personas son negativas. Ser negativo, carece de
sentido . Podéis decir de un modo po si - t i v o l o q u e d es e á is . S i l a g e
n t e d e v u e s t ro m u n d o p e n s a s e positivamente, dejarían de ser
muchos conflictos existentes, porque se adoptan actitudes negativas, pese a
que exijan, por ser negativas, un mayor esfuerzo."

»"¡Pero, señor doctor!", exclamé . "Pregunto lo que pensáis h a c e r d e m í .


¿ C ó mo po d r é v iv i r ? ¿ Qu é de b e r é h a c e r ? ¿ M e t e n g o q u e l i
m i t a r a r e t e n e r e s o s c o n o c i m i e n t o s h a s t a q u e llegue
alguien que me diga que él es la persona elegida, y en-tonces ponernos a
charlar los dos como dos viejas en la plaza d e l m e r c a d o ? Y , ¿ q u é r a z
ó n t e n é i s p a r a c r e e r q u e h a r é l a misión que me ha sido
encomendada, pensando como vos pen-sáis acerca de los sacerdotes?»

»"¡Monje! — dijo el doctor —, os vamos a instalar en una con-f o r t ab l e cu


e va, c o n u n l i mp io s ue lo d e ro ca . H a b r á e n e ll a un pequeño chorro
de agua, bastante para vuestras necesida - des en lo que a este extremo se
refiere . Por lo que respecta a la comida, vuestro estado sacerdotal os asegura
que todo el mundo os traerá de qué poder comer . Lo digo de nuevo, hay
sacerdotes y sacerdotes; vosotros, los del Tíbet, sois por lo general buenas
personas y no nos peleamos con ellos. ¿Acaso n o h ab é is ob se r v ad o q
ue , en t i e mp os a nte ri o r es n o s h emo s servido de ellos? Tam bién me
preguntáis acerca de aquél a quien tenéis que comunicar vuestro saber;
tenedlo bien pre - sente: lo conoceréis, cuando el hombre se presente.
Transmitid vuestro saber a éste y a nadie más."

»Así yo estuve a su merced por completo . Pero después de unas horas, el


doctor vino de nuevo a verme y me dijo: "Aho - ra, vais a recobrar el
movimiento . Antes os daremos unas ves - tiduras nuevas y un cuenco
también por estrenar." Unas ma-

180
nos se ocuparon de mi persona . Me quitaron de encima una serie de raros
objetos . Mi sábana fue sustituida por unas nue - vas vestiduras; las primeras
vestiduras nuevas que jamás haya p o s e í d o . M e l a s p u s i e r o n e n c
imade lcuerpo.Entonce sre -cobrée lmovimiento.Al
gúnpracticantevarónmepasóelbrazoporencimade
m i s e s p a l d a s y m e a y u d ó a b a j a r d e aquella mesa operatoria . Por
primera vez, después de un des - conocido número de días, pude estar de pie,
sano y ágil.
»Aquella noche, reposé más contento, envuelto en una sábana que también
me había sido regalada . Y por la mañana, como ya he dicho, fui sacado de
la nave y depositado en esta cueva donde he vivido solitario por más de
sesenta años. Mas, ahora, antes de que descansemos por la noche, bebamos
un poco de té, ya que mis tareas tocan ya a su fin.»
Capítulo decimoprimero

El joven monje se sentó de un golpe, sintiendo en las vérte - bras del cuello
un escalofrío de terror. Algo le había rozado. Algo había paseado unos dedos
glaciales por su frente. Durante un rato muy largo estuvo sentado, a punto de
ponerse en pie, aguzando los oídos para poder percibir el menor ru ido que se
produjese. Con los ojos abiertos de par en par y con todos sus esfuerzos,
luchaba en vano para atravesar las tinieblas espesas a su alrededor. Nada se
movía. Ni el mentir vestigio de ruido alguno llegaba a rozar su atención . La
entrada de la cueva se veía de una negrura más ligera distinguiéndose va - g a m
e n t e d e l a c o m p l e t a f a l t a d e l u z q u e a b i s m a b a l a c a - verna.

Aguantó la respiración, hasta que logró escuchar los latidos de su propio


pecho y los débiles rumores de sus propios órga - nos . Ni el más leve
susurro de hojas movidas por el viento se producía . Ni una sola criatura de
la noche se anunciaba . Silencio . La falta absoluta de todo ruido, que pocas
personas del mundo conocen, y nadie que viva en comunidades popu -
losas . Otra vez, rastros luminosos recorrían alrededor de su cabeza . Con un
estremecimiento de terror pegó un brinco en el aire y sus piernas ya corrían,
antes de volver a reposar so-bre el suelo.

S a l i e n d o , v e l o z , d e l a c u e v a, s u d a n d o d e te r r o r , s e d e t u
v o apresuradamente al lado del fuego, que estaba bien cubierto . E n t o n ce
s , q u i tó l a t i e r r a y l a a re n a q u e cu b rí a n l as b r as a s
encendidas . A toda prisa, eligió una rama bien seca y sopló los rescoldos
hasta que pareció que las venas del cuello y de la frente fuesen a estallar
bajo el esfuerzo. Finalmente, de la leña brotó una llama . Sosteniendo aquel
palo con una mano, eligió apresuradamente otro palo y aguardó que a su vez
se l e pa g as e fu ego . Al f in , con u n a an to r c ha en c en di d a en ca - d
amano,entrólentamenteenlacueva.Lasllamasvaci-
lantes saltaban y danzaban a cada movimiento que el joven

182
hacía . Las sombras, grandes y grotescas, se lanzaban a cada uno de sus
lados.
Nerviosamente, escudriñaba a su alrededor. Buscaba ansiosa-mente, con la
esperanza de que había sido una telaraña que se había arrastrado por encima
de su cuerpo; pero no se veía e l m e n o r s i g n o . E n t o n c e s p e n s ó e
n e l v i e j o e r m i t a ñ o y s e reprendió a sí mismo, por no habérsele
ocurrido antes haber
pensado en el anciano. «¡Venerable!», llamó con con voz
t r é m u l a . « e 0 e n c o n t rá i s b i en ? » C o n lo s o íd os t e n s o s , e s c u -
chó; mas, no obtuvo respuesta alguna; ni un eco . Vacilando
a v a n z ó l e n t a m e n t e h a c i a e l fo n d o d e l a c u e v a , c o n l a s d os
r a m a s e n c en did a s p o r d el a n te . A l fi n a l d e l a c u e v a , g i ró a
l a d e r e c h a , d o n d e n u n c a h ab í a en t rad o , y l a n zó u n susp iro
de satisfacción al ver el anciano sentado en la posición del loto, al final de
otra caverna menor que la otra.
Un extraño ruido de gotas le sorprendió cuando iba a retirarse en silencio .
Mirando con toda su atención vio que se trata b a d e u n m a n an tia l qu e b
ro t ab a d e un s a l i en te d e l a s p a redes de aquella estancia — drop-drop
-drop —. El joven monje s e t r a n q u i l i z ó . « L a m e n t o e l h a b e r e n
t r a d o a q u í s i n v u e s t r o p e r m i so , V en e r a b l e» , le d i j o . « Te
mí a q u e o s s i n t i es e i s enfermo . Ya me voy .» Pero, no obtuvo ninguna
respuesta . Ni un solo movimiento. El anciano estaba allí sentado, como una
estatua de piedra . Con temor, el joven avanzó unos pasos y p e r m a n e c i ó
u n m o m e n t o c o n t e m p l a n d o a q u e l l a f i g u r a i n - móvil. Por
fin, con temor, extendió el brazo y tocó un hombro del anciano . El espíritu ya
no estaba. Antes, engañado por el temblor de las llamas, no había pensado en
el aura del eremita. Ahora se daba cu enta de que también le había
abandonado, que ya no existía.

Muytriste,eljovensesentóenfrentedeaquelcadáver
y r e c i tó e l a n tiqu í si m o r i tu a l d e l os d i fu nt o s . Da n do in s t ru c
- ciones para las etapas del Espíritu, en el camino de los Cam - pos
Celestiales. Advirtiéndole de las posibles asechanzas que, aprovechándose del
confuso estado de la mente, le tenderían las fuerzas del mal . Por fin,
habiendo cumplido con sus obli - gaciones religiosas, se puso lentamente en
pie, se inclinó hacia

183
el difunto y, habiéndose consumido ya las dos antorchas, el joven buscó su
camino en el exterior de la cueva.
El viento precursor del amanecer empezaba sus murmullos fantasmales a
través de los árboles . Un silbido agudo, produ - cido por el paso del viento
por las fisuras de las rocas como una altísima y fortísima nota aguda de
órgano se escuchaba en las alturas . Poco a poco, las primeras franjas de luz
apare - cieron pálid as en las alturas y se destacó progresiv amente la más
lejana de las cordilleras . El joven monje estaba tris - temente acurrucado
muy cerca del fuego, preguntándose qué tenía que hacer, pensando en las
brumosas tareas que le aguar-daban . El tiempo parecía inmóvil . Pero, al fin,
después de lo que parecía representar una infi nitud de ed ades, el sol apa -
reció y se hizo de día . El jov en monje plantó una rama den - t ro d e l f u
ego y agu a r dó p a ci e n te me n t e has t a qu e b r ot a ro n llamas en la
punta . Entonces, con toda pesadumbre, agarró la antorcha ardiente y entró,
temblándole las piernas, hasta llegar a la cámara interior.

El cuerpo del viejo eremita estaba sentado como si aún estu - viese vivo.
Con aprensión, el joven monje se agachó y sin ape-nas esfuerzo alguno,
levantó el cadáver y se lo cargó al hom-bro. Con paso vacilante emprendió la
marcha hacia el exterior de la cueva y luego, por la senda, llegó hasta la
piedra plana que parecía aguardarles . Lentamente, el joven despojó de sus
vestiduras aquel cuerpo consumido y ex perimentó unos ins - tantes de
compasión ante la visión de aquel casi esqueleto, con la piel adherida a los
huesos . Con un estremecimiento de repugnancia, plantó el cuchillo de
afilado pedernal en la parte baja del abdomen de aquel cadáver . Se produjo
un ruido al cortar los cartílagos y las fibras musculares, que advirtió a los
buitres, que se aproximaron rápidamente.

Habiendo expuesto aquel cadáver y sus entrañas abiertas por c o m p l e t o , e


l j o v e n a l z ó u n a p e s a d a r o c a y l a t i r ó s o b r e e l cráneo, de
forma que los sesos se esparcieron sobre la piedra. L u e g o , c o n l á g r i m
a s q u e l e c o r rí a n a b u n d a n t e s p o r l a s m e - jillas, se llevó los
hábitos del ermitaño y el cuenco que utili - zaba y se arrastró, paso a paso,
hasta el interior de la cueva,

184
d e j and o qu e lo s b ui t r es s e p e l e as en y l uch as en , a esp a ld a s de
aquel joven monje. Tiró entonces a la hoguera aquellas ves-t i d u r a s y l a v
a s i j a , a g u a rd an d o h a st a q ue l a s l l a m a s c o n s u - mieron
rápidamente todos los restos.
El joven monje, muy apenado, con lágrimas que brotaban de sus ojos y
regaban la tierra sedienta, se marchó de allá y ca - minó lentamente . Cruzó el
desfiladero, marchando hacia otra fase de su existencia.

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