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Las líneas que siguen no son una excepción: el autor se posiciona, como
casi todo el mundo, en una batalla de las ideas. Pero con algunas
diferencias: aquí no tenemos ninguna pretensión de objetividad más o
menos “científica” (sea lo que sea lo que esto signifique); aquí no
tenemos servidumbres ni expectativas de ningún tipo, y aquí
aspiramos a que se nos entienda. Pretensión este última que no es
gratuita, habida cuenta de que nos movemos en un terreno – la teoría
del populismo – que ha sido colonizado, como veremos, por la jerga
posmoderna del “populismo de izquierda”. Lo que a su vez nos lleva a la
tercera instancia – la más sutil – de las estrategias “normalizadoras”
desplegadas por el sistema.
Populismo de laboratorio
Sea como fuere, según Laclau hay que “construir pueblo”. Lo que
significa que el pueblo o bien no existía, o bien sí existía, pero no nos
sirve y hay que reemplazarlo. En estas líneas mantendremos que, con
toda su retórica tremebunda, el populismo de izquierdas es muy
funcional para las dinámicas (neo) liberales. ¿Qué puede haber de más
instrumental para el orden establecido que disolver, desagregar,
reemplazar al “pueblo”?
[1] En el momento de escribir estas líneas –primavera de 2019– parece que ese
panorama en España ha comenzado a cambiar.
[2] Karl W. Deutsch en El nacionalismo y sus alternativas (Paidós 1971). Citado
en: Joaquín Blanco Ande, El Estado, la nación, el pueblo y la patria. Editorial San
Martín 1985, p. 234.