Está en la página 1de 2

¿Es posible reformatear una sociedad?

¿el socialismo comienza en


el punto cero?
Luis Bonilla-Molina

Históricamente hablando, las experiencias gubernamentales que se han


reivindicado socialistas, desde la revolución bolchevique hasta el proceso bolivariano, a
veces han mostrado una especie de tufo hediondo a idealismo dogmático, a narrativa
metafísica. El problema ya es grande cuando ello se evidencia en el plano de las ideas, pero
es mucho mayor cuando se expresa en la práctica.
¿Una revolución se inicia con la destrucción de todo? ¿o con el abandono de todo lo
hecho anteriormente? Claro que no, eso sería absolutamente anti dialéctico y utópico. Una
revolución es el inicio de una transformación estructural de las relaciones de producción,
de la estructura social, de la forma de entender la relación entre los ciudadanos y el estado.
Un cambio radical implica tomar lo hecho, continuar lo que contribuye a la senda trazada,
reestructurar procesos, protocolos. Pero en materia de instituciones, de servicios públicos
la única forma de abandonar un recorrido es cuando se ha construido otro alternativo,
totalmente distinto en sus dinámicas y resultados y no solo porque se haya elaborado un
nombre pomposo que aún no tiene la fuerza real para sustituir lo viejo.
Se trata de una dialéctica consistente en mejorar, optimizar y hacer socialmente más
útil y eficiente los servicios heredados del viejo modelo de sociedad, mientras se pone en
marcha y se construye nuevos referentes, prácticas e institucionalidad en los servicios
públicos. Esa dualidad no siempre deriva en algo nuevo, sino que muchas veces culmina en
la reorientación extrema de lo viejo, que ahora adquiere carácter socialmente
revolucionario.
Mejorar los servicios públicos y hacerlos eficientes no es solo un tema de discursos
y deseos. Lograrlo implica un esfuerzo superior a cualquiera realizado en mejorarlos.
Intentar borrar de un plumazo todo lo que en la realidad existe, y sustituirlo solo por una
idea sería absolutamente irresponsable, como lo sería emprender un mega proyecto
alternativo de electricidad, agua, conectividad sin que antes se haya probado su viabilidad
y eficacia en una escala menor.
Las experiencias pilotos son un excelente mecanismo para probar y validar los
cambios, corregir errores y deficiencias. Sin embargo, muchas veces se acometen proyectos
de amplio impacto que, una vez hecha la inversión de gran calado, resultan de precario
alcance. Esta forma de actuar no se corresponde a la lógica dialéctica en la administración
de lo público. Las experiencias pilotos permiten probar la capacidad instalada de
mantenimiento, la calidad y la cantidad de los repuestos existentes para mejorar los
equipos, maquinarias y procesos, así como los requerimientos de formación e insumos con
los que en la actualidad no se cuenta. El tránsito de la pequeña a la mediana escala nos
permite valorar el comportamiento de las capacidades con las que se cuenta para actuar en
situaciones de normalidad, pero también de contingencia.
La contraloría social, acompañada de la obligación de los funcionarios involucrados
en proyectos de gran envergadura de abrir de manera permanente al público sus cuentas y
bienes, constituyen un necesario antídoto al fenómeno de la corrupción que se ampara en
lo discrecional, lo protegido, lo opaco.
El arte de gerenciar los servicios públicos no es un oficio para panfletarios, sino para
profesionales revolucionarios convencidos que el socialismo científico, demanda estudio,
reflexión, praxis, reflexión, estudio, corrección y praxis de manera incesante y en espiral.
Solo así podemos romper el estereotipo del socialismo como un modelo de gestión de lo
público que va dos pasos atrás de la innovación y que descuida el mantenimiento. Es
urgente este debate en momentos en los cuales urge poner a tono los servicios públicos
fundamentales para la población.

También podría gustarte