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Había una vez, un hombre que era importante y se mostraba frente una clase.

Cecilia1, no entendía que mirada él docente esperaba de sus alumnos. Sin saber si era juez,
defensor o fiscal, se sintió bien.
Cecilia fue a una entrevista de trabajo, la secretaria del juzgado que le tomó la entrevista le
preguntó que docentes tenía en su Maestría. De todos los que nombró solo él resaltó y ella
aún no quiso saber quién era él. Un día se despertó y divisó que era un defensor. De
aquellos que los nombres suenan por los buenos y malos de su mundo. Sintió que eso habló
bien de él, y que ella debía tomar postura, y aprender.
Cecilia siempre quiso recibir un presagio, pero no fueron los números que tenía que
adivinar para ganar la lotería. Fue su trabajo final lo que se le presentó para saber que era
una adivinanza. Qué esconde el juez que quiere mediatizar un caso y que esconde una
mujer que quiere sacarlo de su causa: su defensa.
Sin querer que su nombre resuene, sin esperar que eso suceda con su carrera, encontró lo
que esperaba: encontrar una salida, encontrar cultura. Ahí está, el derecho es el arte, de
tener razón.
Será que lo tenga que ser, o lo que se pretende que sea justo para el que exige encontrar la
verdad en un juicio.
Gracias.

1
Cicerón, “Historia de Cecilia”, De Divinatione, I, 45 citado por Borges Jorge Luis y Casares Adolfo Bioy
“Cuentos Breves y Extraordinarios”, Losada, 1973, pág. 17

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