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La arquitectura reconoce cinco órdenes (toscano, dórico, jónico, corintio y compuesto) cada uno de los
cuales es la unidad de columna y superestructura de la columnata de un templo; puede o no haber
pedestal, pero es necesaria la existencia del entablamento (conjunto de arquitrabe, friso y cornisa).
Sólo en el siglo XV, el arquitecto y humanista Leon Battista Alberti (romano) añadió el orden
compuesto, que combina rasgos del jónico y el corintio. Un siglo después, Sebastiano Serlio canonizó
los cinco órdenes convirtiéndolos en autoridad simbólica:
a) Por un lado, la asociación de las columnas con sus entablamentos estaba tan normalizada que su
separación suponía una especie de mutilación.
b) Por otra parte, los edificios abovedados no necesitaban columnas, demasiado delgadas, sino
robustos contrafuertes para soportar las cargas.
La solución que inventaron los romanos fue enmarcar cada hilera de arcos con una columnata
continua, como se ve en el Coliseo, un anfiteatro con galerías, donde la finalidad de las columnas es
nula:
Coliseo (Roma) Cada una de las plantas recibió una columnata de un orden (el dórico, más simple y
fuerte, abajo, seguido del jónico, más ligero, y de un elegante corintio, y en la última planta, y ciega, un
orden indeterminado que sólo está presente en el Coliseo). La combinación y la superposición de
órdenes están perfectamente ejemplificada en este edificio.
Esta combinación del sistema adintelado con el arqueado tiene determinadas exigencias estéticas que
afectan a la forma y las dimensiones de los arcos y los estribos; por ejemplo, en la segunda planta las
molduras del pedestal de las columnas jónicas están alineadas con la peana de la galería arqueada. Se
busca el equilibrio entre la dictadura estética de los órdenes y las exigencias prácticas de la
construcción.
El espaciado entre las columnas o intercolumnio marca el estilo de los edificios y los romanos
establecieron cinco tipos, medidos en diámetros de columna, según recoge Vitruvio: