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Capítulo 2 - PATRISTICA

EL CRISTIANISMO Y LA FILOSOFIA

La cristianización del Imperio romano afectó al curso de la filosofía de diversos


modos. El más importante, paradójicamente, fue el que dio difusión universal a las ideas
del judaísmo. El choque entre cristianismo y paganismo fue ante todo un choque entre
monoteísmo y politeísmo. Es así que la difusión del cristianismo provocó una revolución
en la metafísica, pero también cambió el carácter de la ética. No existe nada parecido en
los tratados griegos clásicos al fundamento de la noción de obediencia a la luz divina y
el concepto de pecado por su desobediencia.
Una manera de describir el cambio del pensamiento griego al pensamiento
cristiano consiste en decir que los poemas homéricos fueron reemplazados por la Biblia
como el texto sagrado que proporcionaba el fondo sobre el cual se filosofa, además el
cristianismo aportaba la fe, la revelación y el amor en lugar de la razón.
Hubo doctrinas cristianas concretas que plantearon cuestiones que resultaron de
interés filosófico. La creencia del regreso de Jesús para presidir una resurrección de los
muertos transformó los conceptos filosóficos sobre la muerte y la inmortalidad. La
reflexión sobre los sacramentos cristianos del bautismo y la eucaristía condujo a nuevas
teorías sobre la naturaleza y eficacia de los signos; la doctrina paulina de la gracia y la
predestinación dio origen a siglos de investigación sobre la compatibilidad del libre
albedrío y el determinismo.
La relación entre los tres miembros de lo que vino a llamarse Trinidad y que
quedó fijado por el Concilio de Constantinopla del año 381, era similar al que había
utilizado Plotino para referirse a la relación Uno, la Mente y el Alma, las tres hipóstasis
separadas pero igualmente divinas.
La condición corporal del hombre había sido un primer escándalo para la
filosofía griega, que se resolvió con la disposición que el hombre era en su esencia el
alma aposentada o encarcelada en el cuerpo, pero el cristianismo aportó en este punto
un escándalo mayor: que Dios se hiciera hombre.
Pese a las desavenencias que se desataron entre los primeros cristianos, había
algo en la que todos estaban de acuerdo y era en que Jesús era el Hijo de Dios; la
cuestión estribaba en saber si el Hijo era igual o inferior al Padre. Un presbítero de
Alejandría llamado Arrio (¿?- 326) enseñaba que el Hijo era inferior, lo que no
condecía con lo dispuesto en el Concilio de Nicea que, como se ve, no puso fin a las
disputas sobre la persona y naturaleza de Cristo. Los partidarios de Arrio se
reorganizaron luego de la muerte de Constantino, conformando el movimiento conocido
como arrianismo que rechazaba la doctrina niceana.
La rivalidad entre las principales sedes de la cristiandad también desempeñó su
papel en las controversias doctrinales del siglo V. A medida que la disputa se extendió y
se fué agudizando hizo necesario que el emperador Teodosio II convocara a un concilio
en Efeso en el año 431. Según el obispo Nestorio de Constantinopla lo que María dio a
Jesús fue la humanidad, no la divinidad. El obispo de Alejandría en ese tiempo era
Cirilo, una figura feroz e intolerante que había sido ya responsable del asesinato por
lapidación de Hipatía –una neoplatónica que fue la única mujer filósofa de la
antigüedad-, pues bien, Cirilo denunció a Nestorio como hereje: si no creía que la madre
de Jesús era la madre de Dios, entonces no podía creer que Jesús era Dios.
En el concilio de Efeso, mediante combinación de maniobras nada claras, los
obispos presentes aceptaron la fórmula monofisista de Cirilo que pese a todo no logró
zanjar la disputa y, sólo luego de un nuevo concilio en Calcedonia, se consagró la
doctrina de las dos naturalezas: Cristo era perfecto Dios y perfecto hombre.

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PATRISTICA - Capítulo2

Hasta el día de hoy subsisten comunidades de cristianos nestorianos y


monofisitas, que atestiguan la fuerte convicción de las facciones derrotadas.
Para la historia de la filosofía, la importancia de los primeros concilios de la
Iglesia estriba en que como resultado de sus deliberaciones, el significado de los
términos esencia, sustancia, naturaleza y persona nunca volvió a ser el mismo.
La tarea de entender y realizar el mensaje de Cristo continuó siendo la de la
comunidad cristiana. La vida histórica de la Iglesia es el intento continuado de acercar a
los hombres el significado del mensaje cristiano, reuniéndolos en una comunidad
universal (catolicismo).
La filosofía cristiana no puede tener otro fin que el de encontrar el mejor
camino, por el cual los hombres puedan llegar a comprender y hacer propia la
revelación cristiana.
Todo lo que era necesario para levantar al hombre del pecado y para salvarle, ha
sido enseñado por Cristo y sellado con su martirio. En la Iglesia cristiana la filosofía no
sólo se dirige a esclarecer una verdad que ya es conocida desde el principio, sino que se
dirige a esclarecerla en el ámbito de una responsabilidad colectiva, en la cual cada
individuo halla una guía y un límite. La Iglesia misma, en sus asambleas solemnes
(Concilio), define las doctrinas que expresan el significado fundamental de la revelación
(dogmas).

PATRISTICA

El cristianismo para defenderse de los ataques polémicos y de las persecuciones,


sin contar, además, con la necesidad de garantizar su propia unidad contra escisiones,
tuvo que clarificar y organizar su sistema doctrinal, y al hacerlo, completó su búsqueda
de la verdad que la filosofía griega había buscado sin obtener éxito completo, y la
obtuvo con ayuda de la revelación dando unidad así, de la filosofía y la religión.
Este período así descrito corresponde al llamado patrística y el nombre proviene
de Padres de la Iglesia que son los escritores cristianos de la antigüedad, que han
contribuido a la elaboración de la doctrina y que debían cumplir cuatro postulados:
 Ortodoxia
 Santidad de vida
 Aprobación por la Iglesia
 Antigüedad
En base a estas características se establece una distinción entre:
 Padres de la Iglesia y
 Escritores eclesiásticos.

El período de los Padres de la Iglesia se puede considerar cerrado con la muerte


de San Juan Damasceno (674/5-749) para la Iglesia griega y con la de Beda el
Venerable (672/3-735) para la Iglesia latina.
Este período puede dividirse en tres fases:
 La primera (hasta el año 200) dedicado a la defensa del cristianismo contra sus
adversarios paganos: Padres Apologetas.
 La segunda (del 200 hasta el 450) dedicada a la formulación doctrinal de las
creencias cristianas.
 La tercera y última (desde el 450 hasta el fin de la patrística) caracterizada por
la reelaboración y sistematización de las doctrinas ya formuladas.
En el primer período se destacaron los Padres Apologetas que escriben en
defensa (apología) del cristianismo contra los ataques y persecuciones que se le dirigen.

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En este periodo “los cristianos son hostilizados por los hebreos como extranjeros y son
perseguidos por los paganos”, además deseaban convencer al emperador del derecho de
los cristianos a una existencia legal dentro del Imperio. Como trataban con la parte
ilustrada, para sus propósitos utilizaban la lengua griega.
Para los fines de los apologistas se usaron abundantes temas y argumentos
filosóficos, manejando principalmente ideas platónicas y estoicas, por lo que no sólo
pertenecen a la historia de la religión sino también de la filosofía.
La primera gran figura y fundador de la Patrística es Justino (105-165) nació en
Palestina probablemente en el primer decenio del siglo II. Su doctrina fundamental es
que el cristianismo es la única filosofía segura y útil. Considera que los que vivieron
según razón son cristianos, aunque puedan ser considerados ateos; así cristianiza a
Sócrates y Heráclito entre otros; reconoce a los filósofos griegos como anticipadores
del cristianismo. Con todo, estos “cristianos anteriores” no conocieron toda la verdad:
había en ellos semillas de verdad, que no pudieron entender completamente.
Confirma la libertad del hombre al considerar que ha sido creado por Dios libre
de hacer el bien y el mal, si así no fuese no tendría mérito del bien ni de la culpa del
mal.

Todo lo que de verdad se haya dicho pertenece a nosotros los cristianos; ya que,
además de Dios, nosotros adoramos y amamos al Logos del Dios ingénito e
inefable, el cual se hizo hombre por nosotros, para curarnos de nuestras
enfermedades participando de ellas.
Justino
siglo II

La obra de los Padres Apologetas no se debió dirigir sólo contra los enemigos
externos, sino también contra los enemigos internos, contra tendencias y sectas que
falseaban el espíritu y letra del cristianismo naciente. En esos primeros siglos el mayor
peligro fue el de los gnósticos, cuya literatura se ha perdido y solo la conocemos a
través de fragmentos citados por los apologetas.
La palabra gnosis está tomada de la tradición griega, principalmente del
pitagorismo, como conocimiento religioso distinto de la fe. Los primeros en asignarse
esta denominación fueron los ofitas (socios de la serpiente) y utilizaban como textos
religiosos aquellos atribuidos a distintas personalidades bíblicas como por ejemplo el
Evangelio de Judas o al libro conocido como Pistis Sophia, escrito este último en forma
de un diálogo entre el Salvador resucitado y María Magdalena. Creían en la
trasmigración de las almas, en la doctrina de la reminiscencia; el primer principio era
Eón, un ser no temporal e incorpóreo del que se derivaban el Hombre (como
determinación divina) y la Comunidad (comunidad de vida divina).

El segundo período corresponde a los siglo III y IV; la elaboración doctrinal del
cristianismo, iniciada por los apologetas, fue continuada y profundizada en este período
por una necesidad interna en que dominan menos los motivos polémicos y más la
exigencia de constituir la doctrina eclesiástica como un organismo único y coherente
fundado sobre una sólida base lógica, por ello, el uso de la filosofía se hace cada vez
mayor
Se pueden citar como representantes de la etapa a Clemente de Alejandría
(150-215), quien se esforzó ante todo en asimilar la tradición filosófica griega dentro del

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cristianismo y a Orígenes (185-254), discípulo del anterior y acaso también de Plotino,


quien elaboró un completo sistema filosófico-teológico.
El primer fin de Tito Flavio Clemente es elaborar el concepto mismo de una
gnosis cristiana. No hay duda de que el conocimiento es el límite más alto a que el
hombre puede llegar. Es el ápice (Teleiosis) del hombre: es la sólida y segura
demostración de lo que ha sido aceptado por la fe, y frente a él la fe es sólo el
conocimiento abreviado y sumario de las verdades indispensables.
Maestro y escritor, el principio y base de la enseñanza de Orígenes era el estudio
de la dialéctica, luego venían las demás. Un sitio eminente tenía en sus cursos, la
filosofía griega y el punto culminante estaba representado por la teología.
Su producción literaria fue amplísima, se le atribuyen entre 600 y 800 obras, de
las cuales muy pocas llegaron a nosotros, ya que al haber sido en un tiempo considerado
en sus doctrinas hereje, fueron destruidas, como era tan común en esos principios.
Afirmaba que respecto al grado más alto del conocimiento, la enseñanza de las
Escrituras es insuficiente. Por encima del Evangelio histórico y como complemento de
las verdades reveladas en él, hay un evangelio eterno que vale en todas las épocas del
mundo y solamente a pocos les es dado conocer.
La educación del hombre como retorno gradual a la condición de sustancia
inteligente se verifica a través de grados sucesivos de conocimiento. Del mundo
sensible el hombre se eleva a la naturaleza inteligible, que es la del Logos y del Logos a
Dios. El Logos es la sabiduría y la verdad y sólo a través de él se puede discernir el ser.
Estos son algunos de los rasgos del sistema de Orígenes, con el que el
cristianismo por primera vez recibió una formulación doctrinal orgánica.

...existen dos leyes fundamentales, la natural cuyo autor es Dios, y la escrita que
está formulada en los diversos estados.
Orígenes
siglo III

Aurelio Agustín es una de las más grandes y reconocidas figuras de occidente,


San Agustín (354-430), por el nombre que nos es más conocido, tuvo una vida
apasionada y activa, en el curso de la cual engendró la mayor parte de sus ideas
filosóficas y teológicas. Pero si su nombre sigue vivo en los más diversos ámbitos
humanos –de oriente y de occidente; entre creyentes y ateos; entre cristianos y no
cristianos; entre grandes letrados y comunes lectores- es principalmente gracias a ese
monumento de las letras latinas, de la conciencia cristiana, de la introspección y del
conocimiento que es “Confesiones”, diálogo consigo mismo ante Dios y hacia Dios.
Nació en Tagasta, provincia romana de Numidia (hoy Souk-Ahras, Argelia,
África) de madre cristiana, Santa Mónica, y padre pagano. Formado en el cristianismo,
pasó largo tiempo despegado de esa creencia, e incluso participando del maniqueísmo
(al que luego habría de combatir) antes de su conversión y bautismo a la fe cristiana por
influencia de San Ambrosio. Ordenado sacerdote en Hipona, posteriormente fue elegido
obispo de esa ciudad.
Entre sus escritos más conocidos se encuentran las ya citadas “Confesiones” y
“La ciudad de Dios”. Su fallecimiento tuvo lugar durante el sitio de Hipona por los
vándalos.
El problema teológico es en su doctrina el problema del hombre: de su
dispersión y de su inquietud, de su crisis y su redención. La sugestión y fuerza de su

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enseñanza no han disminuido a través de los siglos aunque hayan cambiado los términos
del problema, señala a los hombres el camino hacia la felicidad.

El hombre no tiene ninguna razón para filosofar como no sea alcanzar la felicidad

La búsqueda de la felicidad suponía la búsqueda del conocimiento, pues para


lograr la felicidad, no sólo es necesario saber donde se la puede encontrar sino también
como se la puede alcanzar; puesto que para Agustín el fin de la filosofía es la conquista
de la felicidad y puesto que esta conquista depende de la conducta del hombre, la
moralidad está en el centro mismo de la reflexión.
Para San Agustín la fe sola no podía desempeñar la función de una filosofía
cristiana era el carácter incompleto y rudimentario de la fe. Creer, según la definición
de Agustín, es pensar con asentimiento. Es un asentimiento a algo que no tiene plena
claridad racional, que carece de pruebas que den a este asentimiento un carácter
plenamente intelectual. Hay una monótona insistencia en toda la obra de Agustín, desde
su conversión al cristianismo hasta su muerte, en la necesidad de la fe antes de iniciar la
búsqueda de la comprensión.

La comprensión es la recompensa de la fe. Por lo tanto, no tratéis de comprender


para poder creer, sino de creer para poder comprender.
San Agustín
siglo IV

Hizo en las “Confesiones”, Libro XI, su célebre indagación sobre la naturaleza


del tiempo (Si non rogas intelligo), aún hoy no superada y citada por todos los autores
que se dedican a hablar del tema. Hay que considerar que hasta Agustín el tiempo –
sobre todo el vivido- estaba casi ausente de la filosofía.
Para él, como para Platón, el conocimiento del mundo inteligible se adquiere
independientemente de la experiencia; al principio adhirió a la teoría de la
reminiscencia que posteriormente rechazó, porque aceptarla sería afirmar la
preexistencia del alma humana, lo que plantearía dificultades teológicas.
La psicología también fue ámbito de sus observaciones, así, llama memoria a lo
que forma parte del contenido de la mente, pero no se encuentra inmediatamente ante
ella. Agustín la concibe como una especie de almacén en el que se depositan rastros de
nuestras experiencias pasadas, las que pueden recordarse a voluntad o con algún
esfuerzo; además encuentra su verdadera identidad en su memoria; este concepto de
Agustín lo he adoptado llamando al hombre bolsa de recuerdos.

La memoria es…una facultad de mi alma y pertenece a mi naturaleza; sin


embargo, no puedo aprehender todo lo que soy. Así, la mente no es suficientemente
amplia como para contenerse a si misma.
San Agustín
siglo IV

En “Soliloquios” expuso así su programa:

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“Quiero conocer a Dios y a mi alma.


-¿Nada más?
-No, nada mas”

Los hombres de todos los tiempos han repetido muchísimas veces las palabras
iniciales de “Confesiones”:

Señor…nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no


descanse en ti.

El tercer período es el de la última Patrística que a partir de la mitad del siglo V


pierde vitalidad especulativa. En occidente la civilización romana se ha roto en pedazos
bajo los golpes de los bárbaros y no se ha formado todavía la nueva cultura europea.
Persiste la actividad erudita paro el poder de creación ha disminuido.
Hacia principios del siglo VI empieza a ser conocido y citado un autor que se
identifica con Dionisio que, según los “Hechos de los Apóstoles”, fue convertido por
San Pablo ante el Aerópago. Esa atribución no puede ser verdadera por ser anacrónica,
por lo que es llamado Seudo-Dionisio; es probable que la fuente de su obra, que trata
sobre la naturaleza de Dios y de las posibilidades e imposibilidades de nombrarlo
adecuadamente, sea el neo-platónico Proclo de Constantinopla (410-485).
Traducido por Juan Erígena, tuvo en la Edad Media una difusión vastísima y
constituyó el fundamento de la mística y de la angelología medieval.
Quien resume los caracteres del último período de la Patrística y a la vez la
concluye en su rama oriental es Juan Damasceno, no se conoce el año de su
nacimiento, pero se sabe que pertenecía a una familia cristiana de Damasco. La más
famosa de sus obras es la “Fuente del Conocimiento”, dividida en tres partes, de las
cuales la primera es una introducción filosófica que sigue de cerca la metafísica y la
lógica de Aristóteles, la segunda una historia de las herejías y la tercera está dedicada a
la exposición de la fe ortodoxa convirtiéndose, esta última, en uno de los textos
fundamentales de la escolástica.
Los escritores latinos de este período, se mueven sobre las huellas de San
Agustín, pero solo muestran la decadencia total de la cultura, siendo su mejor logro la
supervivencia de las conquistas de siglos pasados.
Pero a quien se debe la conservación de una parte notable de la filosofía griega
es a Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio (480-525), romano de origen, cónsul de
Roma, cayó luego en desgracia lo que le costó cárcel y su vida. Tradujo e interpretó las
obras de Platón y Aristóteles y la “Isagoge” de Porfirio, pero su obra más famosa es el
libro “De consalatione philosophiae” (La consolación de la filosofía), que no es muy
original; nada específicamente cristiano se encuentra en la obra, pese a ello se cuenta
entre las más famosas de la Edad Media; es en definitiva, el trabajo de un muy buen
compilador.-

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