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Sin duda que las cifras anteriores constituyen una buena noticia para nuestro país:
Chile ha avanzado en forma importante en derrotar la pobreza, tanto en términos
absolutos como relativos. Sin embargo, un análisis de la distribución de ingreso
autónomo –aquellos provenientes de la posesión de factores productivos, es decir,
sueldos, jubilaciones, rentas, e intereses principalmente– nos señala que la
elevada concentración de éste prácticamente permaneció estable durante el
período 1990-2003. Por ejemplo, si utilizamos el coeficiente de Gini para medir la
concentración relativa del ingreso de un país (este coeficiente puede variar entre 0
donde existiría una distribución totalmente homogénea y 1 donde existiría total
concentración en una sola persona), no se observan avances ya que éste ha
fluctuado entre 0,57 y 0,58 dentro del período analizado. Además, la relación entre
el porcentaje del ingreso captado por el 20% más rico y el porcentaje captado por
el 20% más pobre (índice 20/20) es peor en el año 2003 que en el año 1990.
Entonces, en lo que se refiere a la distribución del ingreso autónomo, las cifras no
son alegres.
Los principales énfasis señalados por la Fundación, más allá de las cifras que
entregó la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional 2003, se refieren
a los siguientes aspectos:
1. La pobreza se reduce, es una buena noticia. Los últimos resultados de
la encuesta CASEN dados a conocer ayer a la opinión pública, manifiestan
una reducción en la incidencia de la pobreza en un 1,8% durante el trienio
2000 - 2003 equivalentes a 2.904.700 personas.
2. Todo indica que a pesar del magro crecimiento económico, sumado a las
políticas de empleo, y las medidas de protección social como el seguro de
cesantía y el Chile Solidario, tuvieron un efecto en la disminución de la
precariedad social en el país.
3. Estos datos son alentadores. Pero para avanzar aún más en materia de
desarrollo social, debemos analizarlos con perspectiva estratégica, sin
excesos de exitismo o pesimismo.
Pasemos revista a las cifras de rigor que hasta el momento han alimentado las
evaluaciones más difundidas sobre la década pasada:
La dinámica de la pobreza
Lo que ocurrió durante esos primeros años de la década de los noventa se puede
catalogar como la "etapa de superación fácil de la pobreza". Fácil, porque los
aumentos en los ingresos de las familias fueron realizados por efectos derivados
del desarrollo económico del país y la disminución de la cesantía. No obstante, es
presumible que esos segmentos contaran con un adecuado capital humano y social
como para acceder y sacar provecho de la estructura de oportunidades que se
configuró durante la primera mitad de la década. Es altamente probable que un
porcentaje importante de aquellos que superaron la pobreza a principios de los
noventa fueran personas procedentes de familias que cayeron bajo la línea de
pobreza durante los difíciles años de la crisis de 1982-83.
En cuanto a estos últimos, son muchos los factores que han consolidado este
patrón de movilidad social ascendente y descendente. Se ha señalado que la
elevada estacionalidad de los empleos y trabajos que desempeñan, los bajos
ingresos percibidos por los mismos, el precario capital humano y/o social y/o físico
con el que cuentan, los dejan expuestos a escenarios altamente riesgosos que,
ante cualquier shock o cambio imprevisto, descienden a niveles que les impiden
satisfacer adecuadamente sus necesidades.
En esa línea, la encuesta PANEL del año 2001, que Mideplan realizó con hogares
de la muestra CASEN 1996, derribó el mito que los indigentes equivalen a un
segmento estable, en permanente aislamiento social, económico y cultural. Los
datos revelan un elevado nivel de dinamismo de la indigencia en un período donde
se suponía que el fenómeno estaba "estancado" en el 6% aproximadamente.
Del 100% de aquellos que eran indigentes el año 2001, solo un 23,9% estaba en
igual situación en 1996. Un 29,1% era pobre no indigente y aunque parezca
insólito el 47% eran no pobres en 1996. Esto nos dice que cerca del 76% de la
población que es indigente en el año 2001, no lo era en el año 1996.
Señalo esto, porque me parece muy complejo e injusto que en el mes de mayo o
junio próximo, cuando Mideplan entregue los resultados de la encuesta CASEN
2003 se cuestione la existencia del Sistema Chile Solidario porque las cifras de
indigencia sigan relativamente invariables. Recordemos que la promesa política
tras su puesta en funcionamiento fue "acabar con la indigencia al 2006".Los
principales perjudicados en una discusión de ese tipo serían los propios indigentes.
Que duda cabe que la educación es un factor crítico para alcanzar un nivel de
bienestar adecuado. Empero, cabe agregar que las tendencias no son auspiciosas
si además consideramos que la educación sufre un proceso de depreciación
acelerado, es decir, que cada vez los individuos requieren más años de estudio
para lograr un nivel de ingresos similar al de sus progenitores.
Empleo. Respecto a las brechas de empleo, cabe destacar que no sólo tenemos
problemas asociados a los niveles de desocupación, sino que se agrega un
problema grave con la calidad del empleo. En ese sentido, no todo trabajo supera
pobreza. Los estudios señalan que prácticamente el 100% de los empleos
creados el año 2000 hacia la fecha son informales. Hoy día en este país tenemos
cerca de un 50% de empleos informales, sin contrato de trabajo, sin previsión.
Esto van a repercutir enormemente en los presupuestos futuros a nivel fiscal para
sostener la previsión social.
Ingresos. Uno de los grandes problemas de Chile, es que tenemos un país que
crece pero no distribuye bien los frutos de ese crecimiento. Existen brechas
importantes que dan cuenta de la distancia que existe entre esos estándares país y
la situación real que enfrentan los grupos más rezagados económica, social y
culturalmente. En el 2000 el ingreso promedio en un hogar del X decil fue de
$2.091.133 pesos mensuales, mientras que el ingreso promedio del 10% más
pobre fue de $56.312. Esto indica una diferencia de ingreso para los más ricos de
37,13 veces con respecto a los más pobres.
Toda esta "re-capitulación" de lo ocurrido durante los noventa da cuenta de: (i) la
elevada volatilidad de la pobreza, (ii) la reducción en la tasa de absorción de
mano de obra por parte de la economía, (iii) la ampliación de las brechas sociales;
constituyen los "marcos de realidad" para enfrentar la discusión de políticas
sociales y agenda en pobreza.
Pero para iniciar una discusión en ese sentido, debemos considerar aquellas
orientaciones que recientemente han dado los Estados miembros de la ONU. Los
Objetivos y Metas del Milenio son un referente obligado y también una oportunidad
de profundizar en los temas que he planteado.
Eso sí, cabe señalar que los Objetivos y metas definidos por la Cumbre del Milenio
no son muy desafiantes para la realidad chilena, y por lo tanto no permiten por sí
mismas problematizar la discusión sobre superación de la pobreza. En efecto,
dichos desafíos han sido pensados para realidades muy empobrecidas como
aquellas propias del África Subsahariana.
Los objetivos que el país se fije, idealmente, debieran ser fruto de un acuerdo país
que oriente la agenda social de los distintos sectores. Pero también, de una noción
actualizada de bienestar que entregue una sólida fundamentación para objetivos y
metas. Desde la perspectiva de la Fundación eso exige definir y garantizar Mínimos
Sociales que representen un nuevo umbral de ciudadanía, y analizar sus
posibilidades de financiación.