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PRESENTACIÓN
Todas las etapas del desarrollo son importantes. Escalones de las etapas
subsiguientes, en las que cada una de ellas está como esquematizada en la que le sucede y
reemplaza; hitos del crecimiento de la micro-historia de cada hombre, paralelo al
desarrollo colectivo de los compañeros de viaje que forman los de su generación. Acaso
hoy se nos ofrezca esta etapa de la adolescencia con unos síntomas más problemáticos que
en épocas pretéritas. ¿Constituye la adolescencia un problema? Sí y no. Por un lado, en
cuanto supone un paso en la natural evolución del pequeño protagonista hacia la formación
definitiva de la personalidad, no parece problema superior al de cualquier escalón hacia
adelante en el proceso del desarrollo humano. Más, en cuanto supone el venir acompañado
de un desajuste en las relaciones familiares y escolares: relación padre-hijo, maestro-
discípulo; desajuste y desequilibrio promovido por la aparición en la vida del yo, puede sí
calificarse de problema, y no pequeño. Porque se trata del momento en el que el
protagonista de este período temporal se enfrenta con un mundo más dilatado del que hasta
ahora tenía ocasión de experimentar. Encrucijada de caminos, entre los cuales puede
decidirse a caminar en el futuro por alguno de ellos, que puede resultar el más equivocado.
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NATURALEZA DE LA ADOLESCENCIA
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G. Ginott, Entre padres y adolescentes, Madrid, Plaza Janés, 1970.
6
G. Castillo Ceballos, o.c.
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ceñido al ámbito familiar, que ahora al dar el salto lo juzga estrecho, al adolescente se le
ensancha el mundo de la realidad y sobre todo el mundo de los sueños. Se le abre la era de
las fantasías, de los proyectos y de las decisiones.
Proyectos que quisiera ver realizados con la misma prontitud con que son
concebidos, pero para lo que se ve incapacitado.
Brota entonces un sentimiento de angustia entre lo que se proyectó dentro de su yo
y la realidad que ese yo no logra conquistar; hay, pues, una descompensación entre el
proyecto y la realidad. De aquí nace, o puede nacer, un sentimiento de angustia, de
ansiedad, de culpabilidad, que termina por abocar en una situación íntima de inseguridad7.
Se encuentra, pues, el adolescente en la encrucijada de varios caminos. Teniendo
en cuenta el temperamento del sujeto y el ambiente que le proporcionan el hogar, el
colegio y los amiguetes; y por otra parte la perplejidad que le ofrece esa inseguridad, el
adolescente se refugia, bien en la huida, el aislamiento, el envolverse en su complejo de
culpabilidad o de inferioridad; o por el contrario, hace cara a la situación, rebelándose
frente a ella con alardes de contestatario. Esto último es lo más corriente, dado el
desbarajuste del mundo actual.
EL ADOLESCENTE EN SU EXTERIOR
Examinadas las vicisitudes internas del adolescente, veamos cómo es por fuera,
cómo se conduce al exterior, es decir cómo se comporta en relación con los demás.
En esta etapa de la vida humana, nos encontramos con una juventud en agraz, en la
que parecen acusarse estas características:
7
Ana María Navarro, Padres y adolescentes, en «Nuestro Tiempo», Enero de 1972, p. 5.
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– Inteligencia razonadora, pero sin apreciar bastante el valor de las ideas, por tanto,
superficial. Al descubrimiento del yo, surge por otra parte el:
– Espíritu de crítica, connatural a todo ser inteligente. Nace así la facultad de
comparación con el no yo. Inteligencia crítica, nada benévola por cierto, con los que
formamos parte de ese no yo. El chico o chica en este caso, tiene un especial radar para
detectar el lado flaco de las personas y de las cosas.
No será una inteligencia muy penetrante, pero se trata de la experiencia de una
facultad que está todavía virgen, a la que las cosas se le ofrecen con unos caracteres
subyugantes y sin las adherencias que solemos tener los adultos. Por eso, son tozudamente
dogmáticos y contestatarios con lo que consideran equivocado o injusto, aunque ello
provenga de sus mismos padres. Examinada la inteligencia del adolescente, no es difícil
observar en sus manifestaciones sus matices: Atención espontánea, no voluntaria, junto
con una curiosidad enorme, pero desparramada y frívola. Imaginación creadora, no
reproductora que, por esta razón rechaza instintivamente lo producido antes, por estimarlo
viejo, caduco, superado, dando a veces lugar a esa gama de extravagancias en el vestir, en
sus preferencias musicales, atuendo capilar, con aires de originalidad hasta llegar en casos
límites a imitación de lo esperpéntico y estrafalario, revelando así un talante de subcultura.
Por otra parte, el descubrimiento del yo reviste agrios caracteres en el
comportamiento con la familia. El chico ayuda a regañadientes a sus padres, pierden
docilidad, brota la susceptibilidad y se hacen intolerables.
– La voluntad. Ésta se manifiesta como vacilante. No es extraño; el adolescente,
todavía en la inmadurez, verifica en él la ley del péndulo. Oscila entre el optimismo y el
pesimismo, entre el temor y la audacia, entre las buenas formas y la grosería cínica. La
manifestación más gráfica de su voluntad es el ansia de libertad, concebida desde la
subjetividad de sus esquemas mentales.
Tropezamos aquí con el concepto de libertad, que es preciso aclarar. Dios ha
hecho al hombre libre, pero el hombre no crea su libertad, sólo la descubre. Y como natura
nihil facit frustra (la naturaleza nada hace en vano), resulta que nada debe haber en el
naturaleza del hombre, que no responda sino a su acrecentamiento; es decir, a su plenitud.
De lo contrario la naturaleza obraría en contra de los legítimos intereses humanos.
Y... ¿qué es lo que acrecienta al hombre sino el estar en posesión de la verdad (esto es), de
la realidad? La solución nos la da el mismo Señor: «Si creéis en mi palabra estaréis en la
verdad, y la Verdad os hará libres» (Ioh 8, 32). Ésta es la ruta para dar con el sentido de la
libertad y acertar en su uso.
A pesar de todo, no es todo cruz en esta etapa crucial de la vida del adolescente.
No obstante ese alejamiento de la familia, mejor dicho relajamiento de los vínculos
familiares, el sentimiento filial se vuelve más íntimo en el adolescente, enquistándose en
una especie de pudor, en ellos más que en ellas. A estas alturas, al muchacho suelen
irritarle las caricias, los mimos, que los estiman como algo anacrónico para él. Disminuye
el impulso instintivo, mientras se gana en energía reflexiva. El sentimiento filial toma a
veces la apariencia de afectividad fraternal, cuando el padre se manifiesta como
compañero de su hijo y cuando la madre se convierte en confidente de su hija.
No se descarte la posibilidad de crisis peligrosas, sobre todo tratándose de
naturalezas rebeldes enfrentadas. De aquí puede nacer un sentimiento de hostilidad, del que
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pueden derivarse situaciones límite, que terminen con el abandono del domicilio familiar y
la total ruptura con la familia. Casos de esta naturaleza suelen ya no ser excepcionales.
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día le basta su propio afán. Cabe aquí, tanto al sujeto como al educador, aplicarse el tan
juvenil tú, tranquilo. El ejercicio de estas esenciales Virtudes para todo (humildad y
caridad), nos harán ver que la madurez es una cosa muy seria, y que, como tal, sólo se
consigue con tenacidad y tiempo. Como la primavera, que no tiene lugar si no le preceden
las otras estaciones que la van habituando, para que en ella estalle la lozanía del año.
El adolescente vive en constante ansiedad de ver realizados sus sueños, aun a
costa de forzar el pausado ritmo de la naturaleza y pone en ello su mente y corazón. Sólo
hay una ilusión que supera cuanto nuestra mente pueda concebir y nuestra voluntad
apetecer, por cuanto no es propiamente una ilusión, sino la Realidad misma: Dios. En Él
hay que fijar nuestra diana, para no ser confundidos.
La juventud no es flor que nazca sin espinas. Las oscilaciones típicas de esta etapa
plantea al protagonista el mismo o parecido problema de Hamlet: To be, or not to be, ser o
no ser.
No obstante, no hay razón para alarmarse; la desaparición de un mundo que tenía
mucho de virginal sueño, se desmorona para dar paso a otra situación que garantizará un
desarrollo en la formación positiva del futuro joven.
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familiar. Lo que allí pueden hacer, debe irradiar a la sociedad misma. Así lo ha visto el
profesor R. Gómez Pérez al salir al paso de la consabida coartada: «'Nosotros hemos hecho
todo de nuestra parte', probablemente en muchos casos es cierto. Pero es que ese todo no es
suficiente. El problema desborda el ámbito familiar y, en muchos casos, esos padres que
han hecho todo en la familia, no han hecho nada o casi nada en la sociedad, contribuyendo
a alimentar los factores de los que surgen esos casos límites»8. Menos aún valdrá lo que en
una ocasión oí a una señora: «Yo educo a todos mis hijos por igual, y unos me salen
buenos y otros nos.» Ahí está patente el error: ¿es que esa inocente madre compra para sus
hijos trajes o zapatos de igual talla, sean altos o bajos, gordos o flacos?
Estos pormenores están reclamando a todas luces la urgencia de una preparación de
los padres, quienes – en ocasiones – van al matrimonio desconociendo el abecé de la
función educadora.
El apostolado de los cursos prematrimoniales trata de paliar, al menor en parte, este
inconveniente, pero esto es poco. Una labor en la formación de un hombre es tarea en la
que las aguas hay que tomarlas más arriba. Dios mismo nos da de ello un claro ejemplo. Lo
mucho o poco que cada uno de nosotros somos, lo somos para Dios, mucho antes del
momento en que somos lanzados a la vida. En la mente de Dios ya somos algo desde la
eternidad. Y, si – como sabemos – le hemos costado lo que nos consta por la fe, resulta que
desde la lejanía de la eternidad, pensó en nosotros y desde entonces nos amó. Por eso
acertó el que supo decir que la educación de los hijos debe comenzar mucho antes de que
nazcan. ¿Cómo? Con la esmerada formación de los padres.
Dejamos para último lugar lo que puede ser el origen de innumerables fracasos en
la educación familiar: la haraganería y la improvisación, digámoslo en voz baja, tan
españolas como su hijo «bastardo» el «yavalismo«>. El miedo a vencer resistencias, nos
invade a todos en mayor o menor medida, porque solemos olvidar que la vida del hombre
sobre la tierra es lucha, y lucha sin tregua.
8
R. GÓMEZ PÉREZ, Jóvenes rebeldes (Temores y esperanzas), Madrid, Prensa Española, p. 10.
10
preocupación en la ocupación primordial del apostolado educacional, al que Dios les ha
llamado. Refiere Tihamer Thot que si a un chico hubiere de dársele clase de latín, un
alemán pensaría: «Yo lo primero que tengo que hacer es saber latín», mientras que un
norteamericano diría: «Lo primero para mí es conocer al chico»9. Temblamos al
imaginarnos qué diría un español: aquí el «yavalismo» brotaría, junto con la
improvisación, por generación espontánea. ¿Quiénes estarían acertados? Indudablemente
los dos primeros, pero ninguno de ellos aisladamente. Para educar hay que saber hacerlo y
a quién se hace. No es suficiente la intuición ni la improvisación que están muy lejos de
sustituir al sentido común, totalmente esencial en toda actividad humana.
Conocer al hijo, es tanto como tener en cuenta los distintos temperamentos que
pueden darse en el hombre, observar el carácter, que en esa edad crucial se ha formado a
costa de los dos factores que lo integran: el temperamento y el ambiente. Conocer al hijo es
tanto como crear un ámbito familiar que, en cierto modo, equivalga a un invernadero,
sobre todo en los primeros años de la infancia, ya que el niño es una flor de estufa en el
pórtico de la juventud, que si no se le aísla con relativo aislamiento, antes de tener bien
formado el uso de razón puede marchitarse, lo que sería peor.
Conocer al hijo, es estudiar las disposiciones personales que mañana determinarán
el descubrimiento de su vocación profesional; lo mismo que las disposiciones morales, que
jamás podrán desarrollarse sino en clima de reciedumbre cristiana. Hoy la técnica ha
conseguido climatizar los lugares de trabajo, con la doble finalidad de hacer más llevadera
la monotonía de la jornada laboral y lograr al mismo tiempo un mayor rendimiento en la
producción.
¿Qué menos podemos hacer con los educandos que climatizar el seno familiar a
base de un ambiente cristiano, alegre, feliz en suma, que le neutralice de la polución moral
y sexualizante que le rodea y le invade lo mismo al salir de su casa, que de los centros de
enseñanza? Salvo casos excepcionales – como tales habría que estudiar y resolver –, donde
quiera que estas cautelas se lleven a cabo, la solución no podrá ser más que optimista.
9
T. THOT, Formación religiosa de jóvenes, Madrid, Atenas, 1942.
11
hombre perfecto, del hombre ideal. Si en ocasiones – en virtud de la ley de excepción –
surgió entre ellos algún valor humano moralmente estimable, como un Séneca, un Cicerón,
un Platón, un Aristóteles, etc., ello ocurrió porque en ellos se verificó lo que el apologista
del siglo u de nuestra era, Tertuliano, acertó a descubrir: El alma del hombre es
naturalmente cristiana.
Si, a su vez, a la civilización actual, tan lamentablemente dislocada y pagana, le
quedan algunos valores reales en el orden moral, es debido a que en ella privan y perviven
los valores eternos del Cristianismo que los sembró y los alienta en medio de una incesante
lucha. Fuera del Cristianismo, hay que hacer equilibrios y malabarismos para fundamentar,
en serio, unos postulados que legitimen el ideal del hombre, o mejor el hombre ideal.
¿Responde el Cristianismo a la formulación de estas exigencias?
Indudablemente. El Evangelio nos proporciona lo que constituye el sentido cristiano de la
existencia humana. Nos revela el origen de nuestra existencia; nos pone delante el Ideal
para el hombre de toda época y latitud: Cristo, Nuestro Señor y Salvador, «Perfecto Dios y
Perfecto Hombre». Y, por si nos pareciera poco, tenemos a nuestro alcance múltiples
modelos que se acercaron a Él, los santos, en los cuales podemos descubrir toda una gama
de virtudes con que aureolaron sus vidas.
De buen grado quisiéramos ver reflejados en los protagonistas de la educación:
padre-hijo, maestro- discípulo, los sentimientos en que abundaban los maestros de la
educación en pasados tiempos; tanto entre los clásicos, a los que debemos el Máxima
debetur puero reverentia, el niño es digno del mayor respeto; como a los santos que
acertaron prácticamente a traducirlo al lenguaje cristiano de sus vidas.
SER MODELO
Así lo veía el pedagogo Stifter: «Es mucho más fácil enseñar que educar; para
lo primero basta saber algo; para lo segundo es necesario ser algo»10. A su vez Thihamer
Thot afirmaba en su día: «El que quiera educar todo un carácter, ha de empezar por serlo él
mismo, porque, entre otras razones, el que no arde no enciende»11.
10
Ibid., p.131.
11
Ibid., pp. 131-132.
12
Muchos siglos antes, intuyeron esto mismo los grandes educadores como San
Gregorio el Grande: «La voz que penetra en el oyente es la que tiene justificación en la
vida del que habla»12. En idénticos términos se expresó más tarde San Bernardo: «Es más
eficaz la voz de la obra que de la boca; la voz de la palabra suena; la voz del ejemplo
truena». La razón de todo esto estriba en el temperamento del educando. «Ante la
superioridad moral se inclina la juventud, por su propia naturaleza respeta lo grande, lo
elevado y tiende al heroísmo, a la imponente fuerza moral»13.
TACTO PEDAGÓGICO
AMOR Y AUTORIDAD
La labor del formador de adolescentes debe ser luz para el entendimiento, de forma
que pueda afirmar como San Pablo: «Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz»
(Eph 5, 8); motor, para la voluntad, a la par que imperiosa invitación a la «praxis», que
arrastre al adolescente a una superación incesante. Deberá el educador, como el campesino
con el arado, abrir surco permanente en el alma del muchacho. El amor y la autoridad se
12
San Bernardo, citado por T. Thot,Ibid., p. 133.
13
Ibid.
13
encargarán de ello. Veamos cómo lo entendieron algunos maestros de la civilización
cristiana, cuando recordaban a sus viejos formadores. Así, San Gregorio Taumaturgo
escribió de su maestro Orígenes: «Cuando íbamos a la escuela, nuestro Ángel Custodio
descansaba. No por estar cansado, sino porque entonces no eran necesarios sus buenos
oficios. Con amor nos ganaste el corazón. Nuestras almas, la nuestra y la tuya, se fundían
como la de David y Jonatán. Entre lágrimas nos despedimos de ti, oh maestro» (Panegírico
de Orígenes14). De forma menos emocional, pero revelando una tenacidad apostólica sin
paliativos, escribía San Ignacio de Loyola de sus primeros hijos del espíritu: «Quiero entrar
a ellos por su puerta, para salir con ellos por la mía»15. El pensamiento retrata de cuerpo
entero el tesón y la cautelosa estrategia de unos de los que tomaron más en serio la
educación de la juventud. El material humano que tenemos que forjar lo reflejó en época
más reciente el descubridor Stanley, de forma un tanto pintoresca en su Autobiografía.
«Los jóvenes – escribe – son seres especiales, inocentes como ángeles, orgullosos como
príncipes, valientes como héroes, vacíos como el pavo real, obstinados como el potro,
sentimentales como las muchachas. Se puede lograr mucho de ellos con amor. La dureza
inmerecida les exaspera casi siempre»16. Este juicio del famoso explorador refleja la
imperiosa necesidad del tira y afloja que hay que emplear con el adolescente, del toma y
daca entre el amor y la autoridad que hay que emplear para manejar y equilibrar esa
inestabilidad psicológica que caracteriza al adolescente.
Amor, pues, es el ingrediente educacional más imprescindible. Pero el amor ha de ir
acompañado de la autoridad. Así nos lo recuerda San Gregorio el Taumaturgo: «La
autoridad sin amor nos conduciría a una educación excesivamente varonil; la blandura sin
disciplina a la educación excesivamente femenina; la autoridad y el amor conjuntamente,
darán la verdadera educación humana. En el pecho del buen educador, ha de haber, junto a
la vara de la discreción, el maná de la dulzura... haya rigor que no exaspere; haya amor
pero que no ablande; haya celo pero no en demasía»17.
14
Ibid., p. 116.
15
Ibid., p. 16.
16
Ibid., p. 120.
17
Ibid., p. 116.
14
aquí se deriva una consecuencia inmediata: Crear en la tierra un paraíso, como el ya
perdido en los albores de la humanidad. Segundo «principio»: entre los valores humanos
creadores de la felicidad, destaca, como el máximo, el placer sexual. Éste es el reto.
Los que, por la gracia de Dios, nos estimamos insertados en lo eterno, tenemos que
afrontar la lucha que supone el ejercicio de la educación en este frente que se nos ofrece
como campo de acción. ¿Qué exigencias se nos imponen, pues?
a) Mentalizar a los chicos en lo que es característico de la persona humana: Su
indestructibilidad. Somos – en cierto modo – eternos, como lo es Dios mismo.
Eternos en el pensamiento de Dios, que no es poco; que nos llamó a la realidad
existencial y en ella nos conserva; que nos tiene señalada una finalidad de
felicidad trascendente que disfrutaremos luego de rendir el tributo a la muerte
física, pero sin que esto suponga el perecer de nuestra personalidad, ya que tras la
muerte, ese accidente de nuestra condición humana, inmediatamente gozaremos
de la presencia de Dios en la Gloria, naturalmente si nuestra documentación está
en regla, esto es, si morimos en gracia de Dios como lo debemos esperar de las
altas pruebas que el mismo Dios nos dio de su gran misericordia.
b) Entre los valores humanos, el amor humano marca en el hombre de todo tiempo
la impronta que le mueve a esforzarse en el trabajo y refugiarse en el amor
creador de la familia, en la que encuentra las mayores ocasiones de satisfacción
temporal en el orden tanto físico como moral. Pero esto no es todo.
c) Existe un orden de cosas que ensambla estos valores humanos, los sublima y los
conduce hacia la frontera de la trascendencia humana, de la que hablamos en el
apartado anterior. Ese orden de cosas es el que da al hombre el verdadero sentido
de su vida.
¿Y cómo se concreta? Se concreta en el amor de Dios y su correspondiente amor al
prójimo del que jamás va desligado, como el reverso de la misma moneda.
Dentro de estas perspectivas deberá girar la educación de nuestros adolescentes, si
no queremos que éstos se conviertan en un elemento más de fermentación que acabe de
pudrir esta sociedad que parece estar en una situación de declive irreversible.
MENSAJE A LA ADOLESCENCIA
18
Documentos del Vaticano II. Mensaje a los jóvenes, BAC, Madrid 1969, p. 628.
15
juventud unas consideraciones a modo de epílogo cordial. Ellos al fin protagonizan en
segundo término las páginas precedentes, para ellos sosegadamente pensadas, con la
acariciadora esperanza de serles útiles en más de una ocasión. Ello contribuirá a facilitarles
un conocimiento claro de la circunstancia de su formación
y del entorno que les abraza.
Abrigamos así la esperanza de que puedan hacer suyo el pensamiento troquelado
ya por los clásicos. Mosce teipsum, conócete a ti mismo.
A ti te pasa lo que a las islas, que están rodeadas de mar por todas partes, bueno,
menos por arriba. A diferencia de ellas, tú te hallas rodeado de cariño; te envuelve el amor.
Vamos a verlo. Padres, hermanos, amigos y profesores, tutores y sacerdotes te rodeamos
en tu vida y no te dejamos en paz en ningún momento.
Pero por encima de ti, hay quien cuida también de tu persona: Cristo, la Virgen
María, el Ángel Custodio; ésta es la realidad que envuelve tu existencia. Vamos a analizar
un poco este mundo que te rodea, para que sepas lo que supone para ti.
PADRES. Después de Dios, a ellos se lo debes todo. Nadie te quiere ni tanto ni tan
bien como ellos. Nadie se preocupa por ti como ellos lo hacen. Por mucho que los ames,
ellos sabrán excederse en el amor; te quieren más de lo que tú puedas quererles... ¿cómo
correspondes a estas delicadezas?
PROFESORES Y TUTORES. Cada maestro es un instrumento de progreso para la
formación de la personalidad del alumno. Suplen a los padres, en los que su labor queda
reducida a ganar la vida para los suyos, mientras la carga educadora gravita sobre
profesores y tutores durante la prolongada jornada laboral. Ellos van esculpiendo el
carácter y la personalidad del chico, sacrificando, la mayor parte de las veces, un porvenir
económico más lucrativo, por seguir las perspectivas de una vocación, nunca
suficientemente reconocida y agradecida. Y como no hay vocación sin amor, es el amor el
que hace el gasto educacional. Merecen por tanto RESPETO, la consideración y el
AMOR de sus alumnos en una medida al amor debido a los padres, cuyo papel están
desempeñando con ventaja para nosotros, ya que la mayoría de los padres carecen de la
técnica y competencia pedagógicas que a ellos le exige su honradez profesional. Por otra
parte, si se les mira como algo que hay que soportar, hay que reconocer que los maestros
de la educación están en desventaja, ya que en cada aula tiene que soportar a un respetable
grupo de alumnos, mientras que éstos solo tienen que soportar a uno solo: el profesor.
¿Cómo obras, pues? El adolescente debe estar atento a sus explicaciones y observaciones,
complacerle en sus decisiones, que tendrán siempre carácter orientador. De tener algún
defecto (que no somos ángeles), saberlos aceptar ya que ellos os soportan en los vuestros,
que no son pocos... Mostrarles afecto, que si en la labor educadora no hay amor mutuo,
poco se podrá conseguir. La educación no se hace sino a base de un amor-entrega, muy
lejos del amor-interés.
SACERDOTES. El interés de los padres suele, en muchos casos, reducirse a tener
unos hijos sanos y con perspectivas de porvenir en lo humano; los sacerdotes, por la misión
que recibieron del mismo Dios, los quieren Santos. No se conforman con menos. El
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sacerdote ama con tres corazones: Corazón de Cristo, corazón de la Iglesia y su propio
corazón.
¿Cómo habrá de ser visto?:
– Como un hombre entregado a Dios, por entero, y a las almas.
– No tiene otra familia ni otra misión; da más de lo que recibe. Da lo que es de
Dios, y los valores de Dios valen lo que Dios es.
– Míralos con amor, ya que el mundo no suele tener entrañas para él. ÉÍ ha
sacrificado muchas cosas que el mundo estima como esenciales, y todo con el fin de una
dedicación total a las almas: su vida está comprometida entre Dios y ellas. Tiene su
existencia repartida entre el estudio y la oración, para capacitarse más y mejor a
cuidar a sus hijos del espíritu, a fin de que cada día mejoren en cultura, belleza moral y
santidad, no ante el mundo, sino ante Dios, de quien sólo esperan su recompensa.
¿Como tratarlos? Escuchándolos con atención y con amor, porque no hablan de lo
suyo sino de lo de Dios y en su nombre, ya que por ellos nos habla el Señor. Orando por
ellos, como ellos lo hacen diariamente por vosotros. Ellos os proporcionan el mejor regalo:
Las tres pes: El PAN que no es pan, sino el Cuerpo y Sangre del Señor en la Eucaristía. La
PALABRA, que no es la suya, sino la del Señor. El PERDÓN para abrirte el camino que te
lleve a la santidad y de ésta, a Dios mismo. A un maestro de la función educadora, Tomás
Alvira, le he oído en cierta ocasión, que visitando un colegio de niñas observó en un jardín
con flores un cartelito, que él pensó sería la clásica advertencia de «respetad las flores». No
fue así, sino que el consabido cartelito encerraba un grito: «AYÚDAME A CRECER.» A
los adolescentes de todo tiempo, bueno será gritarles: «Por favor, DEJAOS FORMAR.»
Una poetisa, Pilar de Valderrama, publicó hace años en «ABC», unas coplas, de las que te
brindo una que me llamó la atención:
«Mi nombre escribió en la arena, / y se lo llevó la mar. / Yo escribí el suyo en el
alma, / nada lo puede borrar»". Todo educador de raigambre cristiana trata de grabar en las
vuestras, un «Nombre que está sobre todo nombre», el de Cristo. ¿Dónde quedará impreso?
¿En la arena movediza de vuestras ilusiones temporales? ¿En el corazón de hijo o hija de
Dios, que la Iglesia grabó a fuego, el día feliz de vuestro Bautismo?...
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