LA PROPIEDAD Y LOS CONFLICTOS SOCIALES
HERNANDO DE SOTO
El presidente, Conga
y las guerras del agua
E
l presidente Ollanta Humala casi acier-
ta cuando propuso en su mensaje a la
nación reconocer el derecho universal
al agua como solución a Conga y a otros
conflictos. Para dar en el blanco solo le
faltó poner por delante los derechos de propiedad
sin los cuales es imposible hacer efectivo el derecho
al agua. Hay varias razones para ello.
En primer lugar, no se puede definir derechos
sobre el agua o cualquier elemento que necesita
fluir para ser útil, que llega y se va, sin referirse pri-
mero a un punto fijo de la tierra a partir del cual se
puedan ubicar y medir los límites de esos derechos.
Esa es la función de los documentos que acreditan
propiedad formal sobre la tierra.
Algo más. Como el destino del agua siempre es
la tierra, ya sea aquella que utilizamos para produ-
cir alimentos, lavar minerales o generar energía,
es imposible asignarle derechos al agua sin saber
a qué lugar será dirigida, las funciones que cum-
plirá, y cuáles son los intereses que se derivan. Es
decir, sin derechos de propiedad sobre la tierra no
hay derechos sobre el agua.
En segundo lugar, la ausencia de los derechos
de propiedad para los marginados está en la raíz de
los conflictos sociales, ya sea que se llamen Conga,
Tambogrande, Quilish, Inambari o Tía María. Los
reclamos de agua, contaminación, biodiversidad
o identidad cultural son solo síntomas de descon-
tento. Por eso cuando los inversionistas mineros
son rechazados, los propios habitantes locales los
reemplazan dedicándose a la minería informal.
En tercer lugar, los radicales y los subversivos
saben bien que el fondo del problema está en quién
controla la tierra y por eso están atacando por el
flanco de la propiedad. No se puede entender de
otra manera por qué Marco Arana llama a su movi-
miento Tierra y Libertad; Saavedra denuncia “que
los pueblos pierden propiedad”; Gregorio Santos
sostiene que “el crecimiento desigual se debe a
conflictos de delimitación territorial”, y Pizango
insiste en proclamar que él defiende el “principio
de territorialidad”.
En cuarto lugar, si comprendemos que la pro-
piedad es el denominador común de los conflictos
sociales, nos daremos cuenta de que no estamos
ante hechos aislados que se pueden tratar disper-
samente en mesas separadas. Unos cuantos pro-
blemas de propiedad son disparos que revelan un
conflicto; miles de disputas por propiedad son ca-
ñonazos que anuncian la llegada de la revolución
industrial al Perú rural.
Hoy asistimos a la primera etapa de esa revolu-
ción, en la que el gran capital industrial, armado
de títulos legalmente intachables, se instala en el
Perú preindustrial donde los pobladores de case-
ríos, asociaciones de parceleros o de comunidades
no tienen los mismos derechos.
En quinto lugar, si seguimos soslayando el ori-
gen de nuestros conflictos, el costo para la nación
y sus gobernantes podría ser dramático.
No es un alarmismo infundado. Lo mismo ocurre
en varios países del Tercer Mundo a donde fluyen
las inversiones que huyen de la recesión de Occi-
dente para invertir en minería y agroindustria, y
colisionan con el sector informal rural. Lo he visto
personalmente en África, Asia y América Latina.
-Economista-
Para dar en el blanco faltó poner por delante
los derechos de propiedad sin los cuales es
imposible hacer efectivo el derecho al agua.
No hay que esperar a que la violencia se
generalice para abrirle las puertas de la
propiedad y la empresa al Perú rural.
También está la historia: Durante la revolución
industrial de Occidente, cuando las grandes fábricas
e industrias extractivas se instalaron en los case-
ríos, feudos o tribus se multiplicaron los conflictos
alrededor del agua. Los gobiernos de entonces se
enfocaron solo en ella y, por supuesto, fracasaron.
Según algunos historiadores la cuestión del agua
fue una de las causas principales de la Revolución
Francesa que condujo a la guillotina a su clase di-
rigente. Por eso una de las primeras medidas de la
Asamblea Nacional francesa, tras la revolución, fue
establecerderechosdepropiedadconsensuadossobre
la tierra, para poder resolver el problema del agua.
Asíempezólainclusión.Sevencieronlosretoseco-
lógicos, se irrigaron las tierras, se drenaron y se recla-
maron, y se redujeron drásticamente los conflictos.
En sexto lugar, hay indicios de que muchos se
sienten más excluidos que incluidos de los bene-
ficios de la revolución industrial en Cajamarca,
no obstante que el nivel de vida ha mejorado en la
ILUSTRACIÓN: VÍCTOR AGUILAR
mayor parte del Perú rural. La exclusión está en el
carácter segregacionista, anárquico e inoperante
de la propiedad. He aquí tres ejemplos.
Exclusión 1.- Una minera necesita comprar un
terreno de 20 hectáreas, pero su dueño original
titulado por Velasco, Raúl, falleció hace tiempo.
Sus cinco hijos se han repartido la tierra, pero el
Estado no les facilitó un nuevo título, o sea son in-
formales. El terreno está valorado en 10.000 soles
la hectárea, pero la minera les ofrece 6.500 porque
titular cinco propiedades y juntarlas demandará
un costo mayor. No tener propiedad formal signi-
fica una desventaja en el mercado. En este caso el
informal pierde el 35% del valor de su bien.
Exclusión 2.- Otra minera quiere comprar las
tierras que Juan posee desde hace decenas de años
dentro de su comunidad.
Juan y los demás comuneros compran y venden
tierras mediante contratos privados informales;
sin embargo, para comprar las tierras de Juan la
minera está sujeta a leyes que la obligan a obtener
el permiso de la dirigencia comunal. Esto significa
que tendrá que negociar con un actor político, ade-
más de Juan, lo cual genera sobrecostos de mora y
riesgo político muy similares a los que tendría que
asumir al firmar un contrato con Hugo Chávez o
Evo Morales. El resultado: Juan no podrá vender
su parcela en 10.000 soles sino en 6.000.
Exclusión 3.- Otra minera quiere comprar el te-
rreno de Pedro, ubicado en altura que, si bien lo tiene
en posesión, no está dividido como el del fallecido
Raúl. Su valor en mercado es de 25 mil soles por
hectárea. La empresa le ofrece una permuta por
otro terreno de la misma dimensión que está en un
valle donde la hectárea vale 100 mil. Por no tener
que juntar lo dividido, Pedro no será castigado en
el precio de su tierra y hará un buen negocio. La
exclusión se manifestará después.
Luego de seis meses, los hijos de Raúl, Juan y
Pedro ya se identifican con los beneficios de la in-
versión privada, y cada uno se compra su camione-
ta 4x4, como los mineros. En Cajamarca es común
ver camionetas 4x4 en las puertas de los locales
comunales.
Un año después se dan cuenta de que la minera
sigue creciendo porque reinvierte lo ganado en su
negocio. Los tres deciden hacer lo mismo y hacen
sus propias empresas.
Piden créditos, pero se los niegan porque la tie-
rra que les queda sigue siendo informal y no ofrece
garantías. Tratan de levantar capital, pero como
sus empresas son unipersonales y familiares no se
les permite emitir acciones para captar capitales,
ni reclutar talento extra familiar para crecer, ni li-
mitar su responsabilidad y sus riesgos, ni separar
sus activos de su personería jurídica, ni dividir el
trabajo. Ninguno de los tres puede crecer ni encon-
trar otro cliente distinto a la minera. A unos les va
mal y a otros peor.
Dos años después se sienten alienados, impo-
tentes y excluidos. Así empieza el conflicto. Por su
condición de informal, Juan no puede realizarse
como empresario por la vía legal y preservar su
individualidad. Para expresar sus energías solo le
queda el camino político y al lado de sus vecinos con-
vierten la comunidad en una plataforma de lucha.
Pedro y los hijos de Raúl se enrolan en el Frente
de Defensa y, como empresarios frustrados, dicen
que hay que elegir entre el oro y el agua.
El Estado, en vez de darles acceso a la formali-
dad para que tengan la oportunidad de expresarse
como individuos y beneficiarse de la revolución
industrial, se rinde ante la informalidad e instala
“mesas” para entenderse con el Perú profundo, al
margen del derecho.
CONCLUSIÓN
Es así como se comienzan a perder las primeras ba-
tallas por la modernización y la industrialización del
Perú. Solo porque a alguien se le ocurrió que la pro-
piedad y la infraestructura legal que ella genera no
son importantes, y que solo el agua y la infraestruc-
tura física son las únicas fuentes de la prosperidad.
Esta es la continuación de la misma guerra que
el Perú libró contra el comunismo y la antiglobali-
zación durante los años 80. A partir de los 90 vence
la revolución industrial e incluye en el mercado a
la mayor parte de la población urbana.
Ahora le toca al Perú rural y profundo. Antes la
resistencia a la revolución industrial se manifestó
en Bagua con Pizango, ahora es en Conga con San-
tos, y mañana será en X con Y. Lo que importa es
que el mandatario se dé cuenta de que lo que está
en juego no son solo las disputas por el agua y los
intereses encontrados con respecto a la minería,
sino el futuro del país. No hay que esperar hasta que
la violencia se generalice –como sucedió en los años
80 y 90– para abrirle las puertas de la propiedad y
la empresa a los sectores populares del Perú rural.
Desde Marx, Mao, Castro y Abimael, los radica-
les saben que si solo unos pocos tienen derechos de
propiedad legal, la desigualdad de oportunidades
puede precipitar una confrontación de clases entre
los “sin tierra” y los “con tierra”.
Tengo la sospecha de que Conga y los otros
conflictos marcan un punto de quiebre en la evo-
lución del Perú.