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Concepción de la mujer en relación con la situación cultural a la

moral y la ética

Al igual que en otros ámbitos de la vida social, política, científica y


económica, la presencia de las mujeres en el campo cultural no se
corresponde con su dimensión demográfica
Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida
cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar del
progreso científico y en los beneficios que de él resulten. Toda
persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y
materiales que le correspondan por razón de las producciones
científicas, literarias o artísticas de que sea autora.
Artículo 27 de la Declaración de los Derechos Humanos.

Al igual que en otros ámbitos de la vida social, política, científica y


económica, la presencia de las mujeres en el campo cultural no se
corresponde con su dimensión demográfica. Esta cuestión, que en
principio revela la misma condición minorizada de la condición
femenina que en otros ámbitos de la vida, tiene unas consecuencias
que superan notablemente las ya demostradas en esos otros campos
de la esfera pública.
El campo de la cultura es, por una parte, aquel en el que se manifiesta
la verdadera condición humana de expresarse, comunicarse y sentir
y, por tanto, excluir completa o parcialmente a las mujeres en este
ámbito significa limitarlas en su propia condición de seres humanos.
Por otra parte, el marco de la producción cultural es aquel en el que
se manifiesta la capacidad proyectiva de imaginar futuros. El espacio
de la producción simbólica es aquel espacio que determina la frontera
de posibilidades de porvenires posibles. Las nuevas gramáticas, el
crisol de los nuevos valores se gesta en la innovación y la creatividad
artística, en los relatos literarios, en las ficciones audiovisuales, en
los discursos, en los espacios arquitectónicos, en el diseño de los
objetos y en las estéticas musicales y, en consecuencia, quien tiene
las capacidades y habilidades para participar en el campo cultural
define el marco de los valores compartidos, de los anhelos colectivos
y de los objetivos perseguibles. Renunciar a participar en el campo
de la cultura, en caso de que se cuenten con las capacidades para ello,
significa dejar que sean “los otros” quienes definan el destino y el
camino de la humanidad.

La situación de las mujeres en este ámbito, como en otros de la vida


social, ha variado notablemente en las últimas décadas y en estos
momentos se manifiesta la paradoja de cierta moderada feminización
de algunas prácticas y hábitos culturales, lo que significa que cada
vez más mujeres consumen producción simbólica que finalmente es
creada y producida por hombres. No se defiende aquí la apertura de
líneas de producción simbólica cultural denominadas de
mujeres o para mujeres, que finalmente se estancan en la etiqueta
de géneros creativos menores, sino que reivindicamos el derecho a
participar, en términos de igualdad, en los procesos de construcción
social de un simbolismo universal.
La participación de las mujeres en la cultura es minoritaria; sin
embargo, la percepción que se tiene es la de una supuesta
feminización de la cultura. Para Laura Freixas [1], la clave a esto nos
la proporcionaría una vez más la ideología patriarcal: “si las mujeres
son la parte y los hombres el todo, cualquier incremento de una
mínima presencia femenina es visto, no como un avance hacia la
normalidad -de la que estamos aún muy lejos, si por tal se entiende
el 50%-, sino como una anomalía”.
Como dice Jacqueline Cruz [2]: “si examinamos las listas de clásicos
de la literatura, las colecciones de pintura y escultura de los museos
y las partituras que interpretan las grandes orquestas, la escasez de
creadoras entre ellas podría llevarnos a la conclusión de que, en
efecto, el arte ‘es cosa de hombres’”. Sin embargo, continúa diciendo
que dicha escasez ha tenido múltiples causas que nada tienen que ver
con la genética y que podrían resumirse diciendo que, a lo largo de los
siglos, las mujeres se han topado básicamente con tres tipos de
obstáculos a la hora de convertirse en artistas: para crear, para
difundir lo creado y para perdurar en la historia.
En la esencia de la mayoría de las manifestaciones artísticas pervive
aún la ausencia de participación igualitaria de las mujeres. Así, sus
recreaciones no se han modificado ni replanteado de acuerdo a los
principios de la actual sociedad democrática.

La invisibilidad de las mujeres se produce porque las


estructuras de nuestro saber son de hecho androcéntricas
Para la teórica y analista cultural Griselda Pollock [3], la invisibilidad
de las mujeres en la historia no sucede porque no existan, ni porque
no conozcamos sus nombres. No es tampoco porque ellas no tengan
importancia como artistas creadoras de la cultura de la época
moderna. Se produce porque las estructuras de nuestro saber son de
hecho androcéntricas. Pollock dice haber constatado, por todas
partes, que existe una historia de mujeres en el arte justo hasta el
comienzo del siglo XX y, de hecho, es precisamente en el momento
donde las mujeres han comenzado a luchar por ser reconocidas como
ciudadanas, por obtener sus derechos políticos, y en particular del
voto, que los discursos culturales oficiales parecen haber ocultado la
creación de ayer y de hoy día. Las mujeres se han visto obligadas
entonces a denunciar los conceptos de feminidad del siglo XIX
consistentes en la idea de una diferencia absoluta entre el hombre y
la mujer, de una división sexual rígida fabricada por las ideologías
burguesas, a fin de conquistar un reconocimiento como sujetos
políticos. Para esta teórica el saber es, de hecho, una cuestión
política, de posición, de intereses, de perspectivas y de poder y que
la historia del arte, en tanto que discurso e institución, sostiene un
orden de poder investido por el deseo masculino. Se debe destruir
este orden para hablar de los intereses de las mujeres, para poner
en su lugar un discurso por el cual afirmaremos la presencia, la voz y
el efecto del deseo de las mujeres.

Si hiciésemos una lectura feminista de la Hegemonía cultural de


Antonio Gramsci [4], en la que una sociedad aparentemente libre y
culturalmente diversa es en realidad dominada por una de sus clases
sociales, podríamos decir que el sector hegemónico visto como la
norma y del que nos llegan las percepciones, los valores y las
creencias, sería el de la producción masculina, transformándose en el
estándar de validez universal o de referencia y el que se percibe
como un beneficio para toda la sociedad cuando solo lo es para una
mitad, situando como subalterna la cultura producida por mujeres.
Según Gramsci, la hegemonía existe cuando la clase dominante no solo
es capaz de obligar a una clase social subordinada o minoritaria a que
satisfaga sus intereses, renunciando a su identidad y a su cultura
grupal, sino que también la primera ejerce control total en las formas
de relación y producción de la segunda y el resto de la sociedad.
Además, el autor expresa que este proceso no posee un carácter
explícito, sino que más bien se da de manera sutil. En ese sentido, la
clase social subordinada o minoritaria adopta las concepciones de la
clase dominante y las incorpora a su repertorio ideológico, al igual
que sucede con el patriarcado.
Actualmente, podríamos decir que esta hegemonía patriarcal se
consigue a través del control de los agentes culturales, entre los que
destacan por su impacto social los medios de comunicación, la
industria cinematográfica y musical y otros agentes socializadores
que se están utilizando desde las entidades de poder como
herramientas de hegemonización tales como la religión, la educación
(mediante el establecimiento de un currículo que favorece el
aprendizaje de aquellas materias más afines a la ideología patriarcal
y que omite todas las aportaciones de las mujeres), el arte y los
medios de consumo potenciados por la publicidad.
Marshall defiende, en Ciudadanía y clase social [5], que la ciudadanía
es un estatus asignado a aquellos que son miembros plenos de una
comunidad, y quienes poseen dicho estatus son iguales con respecto
a deberes y derechos. En su noción de ciudadanía, Marshall propone
dividirla tres elementos: civil, político y social. Los civiles se refieren
a los derechos necesarios para la libertad individual. Los políticos se
relacionan con el derecho a participar en el ejercicio del poder
político. Y los sociales tienen relación con el derecho al bienestar y
la seguridad económica, a la herencia social y a vivir en los estándares
prevalecientes en la sociedad. La igualdad fundamental, expresada en
los derechos formales de la ciudadanía, es compatible con las
desigualdades de clase. Y cree que la tendencia moderna hacia la
igualdad social es la última fase de una evolución de la ciudadanía que
ha estado en marcha continuamente. Más adelante, Bottomore
distingue además entre la ciudadanía formal, definida por la
membresía de un estado nación, y la ciudadanía sustantiva, que
implica tener derechos y capacidad de ejercerlos.
Tal vez, deberíamos plantear una nueva noción de ciudadanía, la de
ciudadanía cultural, que se refiriese a los derechos de producción
creativa y simbólica y donde las mujeres puedieran ejercer su
ciudadanía, no solo de una manera formal sino además sustantiva, que
llevase implícita la capacidad para ejercer dichos derechos y así
evitar caer en la creencia falaz que cuenta Marcela Lagarde [6], la
de la suposición de que la igualdad jurídica es indicativa de una
igualdad esencial entre las personas. La propia Lagarde enuncia,
entre el conjunto de derechos a ser humanas, individuas, con calidad
humana de primera persona y no de sombra, el derecho a tener
historia, genealogía de género y una afirmación valorativa de nuestra
condición de género y de la condición humana de otras mujeres, y
afirma que la ciudadanía de las mujeres es un estado individual y un
estado colectivo.
Si, según Carmen Alborch [7], cuando hablamos de ciudadanía
hablamos de poder, de responsabilidad, de autonomía y dignidad, de
equivalencia y de diversidad, la producción simbólica y creativa debe
situarse como un eje estratégico y transversal para que las mujeres
participen de una ciudadanía plena y no solo a modo de receptoras o
de usuarias, de la que se sabe que ya participan en mayor medida que
los hombres.

Teresa Torns [8] introduce una variable relevante para evidenciar la


persistencia de las desigualdades de género en el estado del
bienestar, que pocas veces es tenida en cuenta, como es la medición
del tiempo. Y es que incluso por las políticas que incorporan una
perspectiva de transversalidad de género, la mayoría de veces pasan
desapercibidos los procesos de reproducción y el trabajo de cuidados
que realizan mayoritariamente las mujeres. Por lo tanto, son estas
las que continúan proporcionando el bienestar cotidiano a las y los
miembros de su familia y al conjunto de la sociedad. A cambio de ello
soportan una carga superior del total del trabajo, disponen de menos
tiempo libre -según indican las numerosas estadísticas existentes- y,
en definitiva, no disfrutan de un pleno reconocimiento de sus
derechos de ciudadanía.

La política debe perseguir la satisfacción de los derechos culturales


de toda la ciudadanía y no solo de una mitad, lo que consiste en
garantizar que la cultura sirva para la construcción de las identidades
individuales y colectivas de las ciudadanas a través de la búsqueda de
referentes, que la producción simbólica sea una herramienta de
participación en la vida común y el acceso a las expresiones artísticas
se convierta en un derecho y, finalmente, que los lenguajes creativos
y artísticos se conviertan en instrumentos de satisfacción de las
necesidades de emocionarse, compartir, sentir y comunicar. En
definitiva, que la cultura sea una estrategia clave al servicio de las
ciudadanas, para ser y para estar.

Porque, como dice Marcela Lagarde, cuando en la cultura avanzan y


prevalecen visiones del mundo que expresan la igualdad entre las
mujeres y los hombres, el género se empodera, y las ideologías y las
filosofías con perspectiva de género se tornan sentido común y
representaciones múltiples y diversas. Los lenguajes ya no cargan la
marca del sexismo y nuevas formas lingüísticas expresan la igualdad
y la diversidad.
Las políticas culturales y de participación que se lleven a cabo en
todas las administraciones públicas deberían adoptar estrategias y
medidas que fomenten la participación de las mujeres de una manera
directa o indirecta en todas las fases del proceso cultural, y no solo
porque exista una legislación vigente [9] de obligado cumplimiento,
sino porque es lo socialmente justo, lo económicamente eficiente, lo
emocionalmente inteligente y porque únicamente de esa manera se
alcanzaría la plena ciudadanía cultural de las mujeres.

REFERENCIA

[1] Freixas, Laura (2008). “La marginación femenina en la cultura”. El


País. 03/05/2008.

[2] Cruz, Jacqueline (2008). “Las mujeres en el ojo de la cámara (de


cine)”. Ponencia el 9 de octubre de 2008 en Albacete. Ciclo: La
historia no contada.
[3] Pollock, Griselda (1981). “Historia y Política. ¿Puede la Historia
del Arte sobrevivir al Feminismo?” Publicado originalmente
en Feminisme, art et histoire de l’art. Ecole Nationale Supérieure
des Beaux-Arts, Paris. Espaces de l’art, Yves Michaud (ed).
[4] Gramsci, A. (1978) El concepto de Hegemonía en
Gramsci. México. Ediciones de Cultura Popular.
[5] Marshall, T.H. y Bottomore, T. (1998). Ciudadanía y clase
social. Madrid, Alianza (ed).
[6] Lagarde y de los Ríos, Marcela (2012). El feminismo en mi vida.
Hitos, claves y topías. Instituto de las Mujeres de la Ciudad de
México. Versión electrónica vista en www.mujeresenred.net
[7] Alborch, Carmen. La ciudadanía de las mujeres. Publicación digital
en http://e-mujeres.net
[8] Torns, Teresa et al (2006). Las políticas del tiempo: un debate
abierto. Ajuntament de Barcelona. Barcelona.
[9] Artículo 26 de la LOIMH: “La igualdad en el ámbito de la creación
y la producción artística e intelectual”.

REFERENCIA CURRICULAR
Trini Moreno Cobos nació en 1966 en Pizarra (Málaga) y es feminista
practicante. Se licenció en Ciencias Biológicas y varios años más
tarde realizó el Postgrado en Género y Políticas de Igualdad de la
Universitat de València, especializándose en la participación de las
mujeres en cultura. Ha ejercido cinco años como Agente de igualdad
para un municipio y hace dos años fundó la comunidad virtual Mujeres
con habitación propia, de la que ha derivado Viva la Woolf, una
empresa con perspectiva de género. Además, es socia de Clásicas y
Modernas, asociación por la igualdad de género en la cultura
Problemática de la mujer –moral ,ética –derechos

En su esencia la violencia llamada “de género” es un problema moral:


cuando un ser humano acude a la violencia para relacionarse con
otro, se hace patente que subyace a esa conducta un déficit de
valoración de la dignidad humana del sujeto pasivo. Eso sucede en la
violencia en la pareja, en el aborto, en la explotación laboral, en la
prostitución, en el terrorismo, en la pedofilia, en la violación, etc.
Alrededor de ese déficit moral puede haber muchas otras cosas:
machismo, racismo, egoísmo supino, alcoholismo, patologías
siquiátricas, etc. Cuando se pretenden resolver estos problemas de
conductas violentas atendiendo solo a estas últimas causas sin
atender al problema moral de fondo normalmente se logran efectos
muy limitados.

A muchos les sorprende que no disminuya la llamada violencia de


género en nuestra sociedad y que se incremente el número de casos
entre los más jóvenes. A mí no me sorprende, pues junto a las
siempre discutibles medidas estructurales y policiales arbitradas,
en paralelo estamos ayudando a extender el relativismo moral entre
nuestros jóvenes; se les está diciendo que nada es bueno o malo en
sí mismo, que lo importante es la autosatisfacción y buscar el propio
bienestar como sea, que las consideraciones morales son una
estupidez de trasnochados, que cada uno debe crearse a su medida
sus principios éticos pues en esta materia no hay nada objetivo ni
permanente, que tienen derecho a obtener placer y conseguir
satisfacer sus deseos como sea... Les enseñamos a reírse de la
moral y luego nos sorprendemos de que sean inmorales. No parece
muy consecuente.

Solo con leyes y políticas no se crea el humus moral de una sociedad


capaz de erradicar la violencia. Para caminar de manera sostenida
hacia formas más humanas de convivencia hacen falta fuertes
motivaciones éticas prejurídicas y prepolíticas, especialmente –por
su eficacia transformadora de la conciencia- las de raíz religiosa,
como hasta Habermas reconoció ante Ratzinger. A las leyes y
políticas justas les corresponde reforzar ese sustrato moral previo
que ellas no pueden crear por sí mismas.

Como escribío C.S. Lewis, si todos nos reímos de quien dice “esto es
justo”, solo queda quien dice “yo quiero”. Es decir, si despreciamos
la objetividad de la verdad moral sobre el hombre, solo queda el
voluntarismo descarnado del poder individual o colectivo, el “yo
quiero” como única regla de conducta. Así no acabaremos ni con la
llamada “violencia de género” ni con ninguna otra forma de
explotación.

Antes de comenzar o apoyar una intervención cuyo objeto sea


brindar asistencia a las sobrevivientes de la VCMN y prevenir la
revictimización, es primordial garantizar que se siguen pautas
éticas que garanticen la seguridad tanto de las sobrevivientes como
de las y los profesionales que proveen servicios o formulan
programas. Entre estas pautas éticas se cuentan: respetar a la
persona, la no maleficencia (o minimizar los daños), beneficencia (o
maximizar los beneficios) y justicia (véase el Recuadro 4). Debido al
carácter confidencial de los datos que se recaban acerca de la
VCMN, es preciso tomar precauciones más allá de la evaluación
rutinaria de riesgos a fin de asegurarse de no causar ningún
perjuicio.
Resumen de los principios éticos clave
Los tres principios fundamentales que guían la conducta de quienes
trabajan para prevenir y responder a actos de violencia contra las
mujeres son:

 Respeto de los deseos, los derechos y la dignidad de la


sobreviviente de violencia, y guiados para el mayor beneficio
de los niños y niñas.
 Confidencialidad: en todo momento, salvo cuando la
sobreviviente o el proveedor de servicios corran un riesgo
inminente con respecto a su bienestar o su seguridad.
 Seguridad y protección: velar por la seguridad física de la
sobreviviente y quienes la ayudan.

Fuente: Comité Permanente entre Organismos, 2005.

 Evaluar si la intervención puede aumentar la VCMN: Examinar


las vulnerabilidades preexistentes en materia de género tales
como la discriminación, la exclusión o las normas desiguales de
género, o bien las deficiencias institucionales. Evaluar de qué
forma la interacción de estos factores, combinada con la
intervención, puede contribuir a aumentar los casos de VCMN.
Identificar y agregar elementos destinados a prevenir o
mitigar este riesgo.
 Minimizar el daño a las mujeres y las niñas: Una mujer puede
sufrir daño físico u otras formas de violencia si su pareja se
entera de que ella ha comentado con otras personas sobre su
relación. Como muchos compañeros violentos controlan las
acciones de sus novias o esposas, incluso el acto de hablar con
alguien más sin permiso de la pareja puede detonar una
golpiza. Dado este hecho, se le debería preguntar de forma
confidencial a una mujer acerca de la violencia que se le ha
infligido, en un sitio completamente privado y a solas, salvo
por los hijos e hijas menores de 2 años que pueden
permanecer con ella. Se debe ofrecer la oportunidad de que la
mujer otorgue su consentimiento fundamentado siempre que
se recojan datos, incluso como parte del expediente de un
caso, y garantizar que se mantenga la información en el
anonimato, siempre que sea posible. El personal del proyecto
necesita capacitación sobre la manera de preservar la
seguridad de la mujer al entrevistarla o recabar datos sobre
este tema.

 Prevenir la revictimización de las sobrevivientes de la


VCMN: promover el uso de la cámara de Gesell3 por el
personal del sistema judicial al obtener los testimonios de las
sobrevivientes de la violencia y evitar su revictimización
debido a: a) tener que contar su historia ante un grupo de
personas y b) tener que repetir varias veces sus
declaraciones. Si no se dispone de este mecanismo, las
declaraciones de la sobreviviente de la violencia se deben
grabar.

 Considerar las implicaciones de la obligación de notificar


presuntos casos de VCM: Ciertos países tienen leyes que
exigen que las y los profesionales (incluidos los proveedores
de atención de salud) notifiquen casos de presunto abuso a las
autoridades o agencias de servicios sociales. Dichas leyes son
un reto, porque pueden entrar en conflicto con principios
éticos clave: el respeto a la confidencialidad, la necesidad de
proteger a los grupos vulnerables y el respeto a la autonomía.
En el caso de mujeres adultas, el consenso es que los
principios de autonomía y confidencialidad deben prevalecer.

 Ser sensibles a la coexistencia del abuso de menores: Puesto


que la VCMN puede ocurrir al mismo tiempo que el abuso de
menores, antes de que un proveedor de servicios (docente,
personal de enfermería, policía, etc.) se entere del abuso de
un menor, se debe elaborar un protocolo que esboce la forma
de actuar “en el interés superior del menor”4, una norma que
cada equipo de proyecto o de país debería incluir en las
operaciones locales, basándose en el asesoramiento de los
organismos clave.

 Minimizar los daños al personal: Considerando la prevalencia


mundial elevada de la VCMN, es probable que una proporción
sustancial de los proveedores de servicios la haya sufrido
personalmente en algún momento. Incluso para aquellos
proveedores de servicios o personal del proyecto que no hayan
experimentado la VCMN, escuchar acerca de las experiencias
violentas puede causarles un trauma indirecto5. Hay que
garantizar que haya un lugar donde el proveedor pueda
informar sobre su experiencia y compartir sus
preocupaciones, idealmente ante otro profesional capacitado
(como un psicólogo o psicóloga).
 Informar sobre servicios de atención y apoyo: Como mínimo, el
personal que trabaja con mujeres que se encuentran en una
situación violenta tienen la obligación ética de proporcionarles
información o servicios. Donde existan servicios
específicamente relacionados con la violencia, se debe
elaborar un directorio de profesionales detallado para las
referencias, y considerar la posibilidad de imprimir un folleto
breve con una lista de recursos que se pueda entregar a las
mujeres. Los proveedores deben confirmar que las mujeres
que reciban este material no corran el riesgo de provocar que
la pareja se violente cuando lo descubra.

 Adaptado de Ellsberg M. y Heise L. Researching Violence


Against Women: A Practical Guide for Researchers and
Activists. Washington D.C., Estados Unidos: Organización
Mundial de la Salud, PATH; 2005.
 2.Nota: El término revictimización se suele usar para referirse
a las sobrevivientes que han padecido la violencia de género
anteriormente (en ocasiones, en la niñez o la juventud), y
sufren uno o más incidentes más adelante en sus vidas. Sin
embargo, en el contexto de guía, se refiere al trato indolente
de que a veces son objeto las sobrevivientes al interactuar con
el sistema de justicia o el de salud, una experiencia que puede
ser una forma secundaria de victimización.
 3.La cámara de Gesell, una habitación con un vidrio de visión
unilateral, es una de las medidas que se emplean para obtener
declaraciones de las sobrevivientes y evitar su revictimización.
 4.Nota: El término “en el interés superior” describe en rasgos
generales el bienestar de un menor. Dicho bienestar se
determina en función de una variedad de circunstancias
individuales, tales como la edad, el nivel de madurez, la
presencia o ausencia de padre y madre, el entorno del niño o
niña y sus experiencias. Su interpretación y aplicación deben
estar de acuerdo con la Convención sobre los Derechos del
Niño y otras normas jurídicas internacionales, así como la
orientación del Comité de los Derechos del Niño en su
Comentario General No. 6, de 2005, sobre el trato a los
menores no acompañados o separados fuera de su país de
origen. ACNUR, página 14, mayo de 2008 (para obtener más
información, véase la cita).
 5.Coles, Jan, Jill Astbury, Elizabeth Dartnall, Lizle Loots y
Shazneen Limjerwala. Taking Care of Ourselves. Sexual
Violence Research Initiative. 13 de octubre de 2011.
Consultado el 12 de diciembre de 2012.
Violencia Contra la Mujer

Abordar la violencia contra la mujer (VCM) en América Latina y El


Caribe (ALC) es particularmente importante ya que es un factor
crítico en retardar y evitar el desarrollo y empoderamiento de las
mujeres y las niñas. La VCM afecta la capacidad y potencialidad de
la mujer para tener mejores oportunidades, para ascender en los
empleos, para estudiar y para tomar posiciones de lideran. Es el
fenómeno que expresa de manera más clara y violenta la
discriminación contra la mujer en la región de ALC.

En la región ha habido avances significativos en los marcos


normativos que reconocen la VCM como un fenómeno social que
afecta a las mujeres, sus familias y comunidades, al desarrollo
sostenible y a la protección de los derechos humanos. Sin embargo,
su persistencia e incidencia siguen siendo un desafío.

El PNUD aboga por una mayor y mejor compresión de las


expresiones de violencia contra las mujeres en su multiplicidad y
especificidad y también de cómo estos tipos de violencia se
interrelacionan con un contexto de violencia e inseguridad más
amplio, aparentemente generalizado en la región Centroamericana y
partes del Caribe. Por ello está desarrollando una estrategia
conjunta paracontribuir a la mejora de la respuesta a la violencia
contra las mujeres en ALC y la transversalización del género en las
políticas de seguridad ciudadana.

Violencia contra la mujer y la seguridad ciudadana


Mujeres y hombres viven, ejercen y perciben la violencia e
inseguridad de manera diferente, debido a como experimentan la
inseguridad. Esto está relacionado con la construcción de las
identidades de género y las desigualdades de género que existen en
nuestras sociedades donde la violencia contra la mujer se ha
“normalizado” y, en muchas sociedades, se mantiene invisible en las
políticas de seguridad.

La violencia contra las mujeres tiene lugar tanto en el ámbito de lo


privado y de las relaciones íntimas, así como en el ámbito de lo
público. Las calles y plazas, las escuelas, los centros de trabajo, los
autobuses y las plazas de recreación no son espacios
necesariamente seguros para las mujeres y las niñas. Son espacios
donde ellas encuentran violencias desde el piropo y acoso sexual
hasta la violencia sexual y feminicidio. Negar esta realidad y las
experiencias de las poblaciones matizadas por su género, ha llevado
a un análisis parcial y sesgado sobre las expresiones y factores de
la violencia social y ha dado lugar a políticas públicas y programas
de seguridad que solo responden a una parte de la población por lo
que son ineficientes e ineficaces.

La seguridad ciudadana no debe verse exclusivamente en función de


los índices de delito y violencia: homicidio, robo y hurto, tráfico de
drogas. Integrar otros indicadores relacionados con violencia
contra las mujeres, como por ejemplo femicidio y acoso callejero
ayudaría a que las políticas de seguridad ciudadana se orienten a
soluciones más integrales que incluyan la mejora de la calidad de
vida de la toda población, la acción comunitaria para la prevención
del delito y la violencia, una justicia accesible, ágil y eficaz para
todos y todas, una educación que se base en valores de convivencia
pacífica, en el respeto a la ley, en la tolerancia y en la construcción
de cohesión social (PNUD, 2014). Cada una de estas dimensiones,
tiene una perspectiva y diferenciación de género.

Para responder adecuadamente a la problemática de la inseguridad,


se necesita buena información y datos que permitan analizar la
inseguridad desde la perspectiva diferenciada de hombres y
mujeres (considerar las diferentes amenazas y delitos que sufren
mujeres y hombres y profundizar en las causas que las ocasionan).

Por eso desde el PNUD promovemos que nuestro trabajo en


seguridad ciudadana incorpore el enfoque de género y se oriente a
prevenir y eliminar la violencia contra las mujeres. Esto a través del
fortalecimiento de las capacidades de los actores públicos y
privados en materia de género y seguridad ciudadana, la
desagregación por sexo y el análisis de género para la mejora en los
sistemas de información, la formulación e implementación de
políticas y planes de acción que atienden la situación de inseguridad
ciudadana de hombres y mujeres con recursos
En esta violencia se presentan numerosas facetas que van desde la
discriminación y el menosprecio hasta la agresión física, sexual,
verbal o psicológica y el asesinato, manifestándose en diversos
ámbitos de la vida social, laboral y política, entre los que se
encuentran la propia familia, la escuela, las religiones, el Estado,
entre otras.2
En 1993, en asamblea general, las Naciones Unidas (ONU)
aprobaron la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra
la mujer, y en 1999, a propuesta de la República Dominicana con el
apoyo de 60 países más, declararon el 25 de noviembre Día
Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
En 2008 el Secretario General de la ONU puso en marcha la
campaña «Unidos para poner fin a la violencia contra las mujeres»
apelando al «imperio de la ley» como vehículo para su erradicación.
Uno de sus objetivos fue el de procurar que para 2015 todos los
países hubiesen adoptado leyes específicas contra este tipo de
violencia de conformidad con las normas internacionales en materia
de derechos humanos.3
En febrero de 2008 el Secretario General de Naciones Unidas Ban
Ki-moon lanzó la campaña ÚNETE para poner fin a la violencia
contra las mujeres, proclamando el 25 de cada mes Día Naranja.
Entre otras actividades, en ese día se invita a llevar alguna prenda
de ese color para resaltar el llamado a erradicar la violencia contra
la mujer
Machismo

El machismo es una expresión derivada de la palabra macho,


definido como aquella actitud o manera de pensar de un varón, quien
es el jefe de familia (quien toma las decisiones en casa), protector
y sostenedor del hogar.
El machismo es una ideología que engloba el conjunto de actitudes,
conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a promover la
negación de la mujer como sujeto indiferentemente de
la cultura, tradición, folclore o contexto.[cita requerida] Para referirse a
tal negación del sujeto, existen distintas variantes que dependen
del ámbito que se refiera, algunos son familiares (estructuras
familiares patriarcales, es decir dominación masculina), sexuales
(promoción de la inferioridad de la sexualidad femenina como
sujeto pasivo o negación del deseo femenino), económicas
(infravaloración de la actividad laboral, trabajadoras de segunda
fila), legislativas (no representación de la mujer en las leyes y por
tanto, no legitimación de su condición de ciudadanas, leyes que no
promuevan la protección de la mujer ni sus necesidades),
intelectuales (inferioridad en inteligencia, en capacidad
matemática, en capacidad objetiva, en lógica, en análisis y tratada
como astucia, maldad, subjetiva, poco coeficiente intelectual),
anatómicas (poca importancia al parto, poco papel en la
reproductividad biológica), lingüísticas (no representación de la
mujer en el lenguaje), históricas (ocultación de mujeres
importantes dentro de la historia de la humanidad), culturales
(representación de la mujer en los medios de comunicación como un
cuerpo haciendo de ella misma un objeto en vez de un ser humano,
espectaculación), académicas (poca importancia a estudios de
género, no reconocimiento de la importancia del tocado feminismo),
etc.
Algunos críticos consideran también machismo la discriminación
contra otros grupos sociales, como en el caso de varones
homosexuales, como no "masculino".1
Una definición de algunos movimientos feministas lo define como "el
conjunto de actitudes y prácticas aprendidas sexistas llevadas a
cabo en pro del mantenimiento de órdenes sociales en que las
mujeres son sometidas o discriminadas".2
Además, se considera que el machismo presenta una correlación con
comportamientos heterosexistas u homofóbicos, pues los roles de
género definidos por el éste son propensos a ser incompatibles con
prácticas y/o comportamientos propios de la comunidad LGBTI, al
percibirlos como una violación de los roles tradicionales.3 Aquella
conducta permea distintos niveles de la sociedad desde la niñez
temprana hasta la adultez con iniciaciones de fraternidades y otras
presiones de los llamados grupos.
También existe una rica tradición literaria que prolifera la imagen
machista mediante el desdén o maltrato de las mujeres como en las
diversas obras del tema de Don Juan Tenorio.
En América Latina hay autores que identifican el machismo con la
"otra cara del marianismo".4
La etimología de la palabra macho en castellano proviene del latín
"mascŭlus" y es un diminutivo que se aplicaba a los cachorros de
sexo masculino. En latín vulgar, este diminutivo se convirtió en
masclu, "mascŭlus", que tenía el sentido de ‘pequeño macho’ o
‘machito’ en el español de hoy.
Derechos de la mujer

 Mantener una vida sexual satisfactoria y segura, sin temor a un


embarazo no deseado.
 Decidir en libertad tener o no tener hijos y cuándo tenerlos.
 Ser informadas y tener acceso a los métodos anticonceptivos que
mejor se adecuen a sus necesidades.
 Acceder a una atención médica humanizada y de calidad.

Derechos de las mujeres trabajadoras cuando están embarazadas

 Licencia por parto y puerperio (licencia por maternidad): Un total


de 90 días. Deberá gozar al menos de 30 días antes del parto y el
tiempo restante después del parto. Continuará recibiendo durante
ese período su salario completo.
 Asignación Prenatal: Es un adicional al salario. Se cobra a partir del
tercer mes de embarazo (una sola vez).
 Estabilidad en el empleo: El empleador debe conservarle el empleo a
la mujer durante la licencia por maternidad. Una vez que la
trabajadora haya notificado su embarazo (con la fecha probable de
parto), tiene derecho a la estabilidad en el empleo. En caso de ser
despedida, el empleador debe abonarle una indemnización agravada:
un año de sueldo más la indemnización común.
 Período de excedencia: Puede solicitarlo durante los seis meses
posteriores al parto (sin goce de sueldo). A su regreso, el
empleador tiene la obligación de asignarle el mismo puesto que tenía
anteriormente.
Derechos de las mujeres trabajadoras cuando nace su hijo/a

 Trabajar en las mismas condiciones en que lo hacían antes de que


naciera su hijo/a.
 Tener una asignación por nacimiento (en caso de que su cónyuge o
compañero no la reciba). La ley 24.714 también aplica el criterio
salarial con respecto a la asignación por nacimiento.
 Gozar de dos descansos, de media hora cada uno, durante la
jornada de trabajo para amamantar a su hijo/a a lo largo del primer
año de vida (por razones médicas, puede gozar de esta autorización
por más tiempo).

Otros derechos de todas las mujeres

 Igualdad ante la ley.


 Divorcio vincular.
 No obligatoriedad de usar el nombre del esposo por parte de la
mujer casada.
 Igualdad de los hijos matrimoniales y extramatrimoniales.
 Patria potestad compartida.
 No ser discriminadas por su condición de mujer.

La mujer y el varón tienen derechos que deben ser reconocidos y


respetados por ambos. Entre ellos figuran los derechos a
expresarse, al descanso, a tener diferencias de opinión, a vivir sin
miedo, a no ser maltratado/a, a decidir sobre su tiempo libre, a
trabajar, a usar la ropa que uno/a elija, a decir NO, a equivocarse, a
contar con el apoyo afectivo de los seres queridos, a la privacidad.
Feminidad.

Es un concepto que alude a los valores, características,


comportamientos y naturaleza intrínsecas de la mujer, como género.
Tiene su contrapartida en el concepto de masculinidad. El concepto
de feminidad también se ha desarrollado como "ideal de feminidad"
en el sentido de un patrón o modelo deseable de mujer. Mujer (del
latín femina,ae) es el ser humanode sexo femenino.

Visión

El concepto actual de feminidad se asienta sobre unos cánones de


modelo de mujer ideal basado en el punto de vista del hombre. Esta
mal entendida feminidad, no es más que una idea superficial que no
deja aflorar la auténtica esencia de la mujer y que durante siglos la
ha sumido en la opresión.

La feminidad no puede medirse por la cantidad de pintura que una


mujer lleve en el rostro o por el tamaño de su escote. La mujer no es
un objeto que se pueda decorar. La feminidad habla de formas, de
sensibilidad, de dulzura, de suavidad… Va mucho más allá de lo que
marquen las modas o de la altura que puedan tener unos tacones. Para
ser mujer no hace falta demostrarlo a cada paso. Ser mujer no
significa atarte a unos conceptos obsoletos de cultura, donde
la esclavitud tiene su razón de ser.

Un concepto que defina a la mujer como tal, no debería ser


incompatible con el de la inteligencia. La feminidad se lleva dentro y
se respira por todos los poros de la piel. Es uno de los mayores
regalos que nos ha podido dar la vida. La feminidad no debería
coartar la libertad de las mujeres, debería hacerlas libres.

Historia

Históricamente la oposición entre "feminidad" y "masculinidad se


presentó a través de la religión, mediante el desarrollo del culto
lunar y solar. La fertilidad fue entonces una de la características más
antiguamente asociadas con la feminidad, relacionada a su vez con
la Tierra.

La antigua división del trabajo entre varones y mujeres también


influyó considerablemente en el desarrollo de la idea de feminidad,
incluso en tiempos modernos. El cuidado de los niños y las tareas
domésticas adquirieron una relación estrecha con la feminidad, y el
hogar pasó a representar un espacio social "femenino", por oposición
al espacio social fuera del hogar, que comenzó a identificarse con lo
masculino.

Probablemente derivado de la división sexual del trabajo que


atribuyó a las mujeres las funciones relacionadas con la reproducción
de la especie, se estableció también desde antiguo la noción de
"belleza" como componente y deber intrínseco de la feminidad.

Liberación

En gran medida el proceso de igualación de derechos entre hombre y


mujeres iniciado por los movimientos feministas, se presentó como
una batalla cultural alrededor del concepto de feminidad. Muchos de
los argumentos que se presentaron y aun se siguen presentando para
oponerse a la igualdad de derechos entre hombres y mujeres se
apoyaban en la idea de fondo de que "eso no es algo de mujeres".

Con estas denominaciones designa un proceso histórico o movimiento


social de la Edad Contemporánea, que desde finales del siglo
XVIII(Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana
alternativa a la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano en la revolución francesa) viene proponiendo la
reivindicación de los derechos de la mujer o la igualdad de derechos
entre los sexos, lo que significaría la emancipación o liberación de la
condición de la mujer, que a lo largo de la historia, en todas las
civilizaciones, ha sido de subordinación (el mito del matriarcado no
refleja una realidad histórica de predominio de las mujeres, sino una
realidad antropológica muy diferente).

El sufragismo de finales del siglo XIX (que acabó consiguiendo el


sufragio femenino) dio paso al feminismo del siglo XX, cuyos
objetivos incluían la equiparación en todos los ámbitos. El
año 1975 fue declarado Año Internacional de la Mujer por la ONU, y
en torno a esa fecha la mayor parte de los países promovieron la
equiparación legal (en España, la Constitución de 1978). Desde finales
del siglo XX, el objetivo ha pasado a ser la realización material de
ese principio legal a través de políticas activas como la denominada
discriminación positiva.

Competencia y colaboración

La mujer posee valores que pueden competir el fiero ambiente laboral


en un espacio de encuentro y colaboración que puede ser uno de los
mejore medios para triunfar en el trabajo. La mujer que trabaja
tiene un gran reto: el encuentro con sus compañeros de trabajo en
un ambiente que es muchas veces sumamente hostil. La sensibilidad
femenina hace ver el mundo de una forma distinta. Los valores
directos que aportan las mujeres al trabajar son:

 el valor del "genio femenino"


 el valor de la maternidad
 el valor de la generosidad
 el valor de la fraternidad
 el valor del servicio
 el valor de la empatía

Actualidad

La propuesta implícita en la idea de desarrollar una "perspectiva


de género" es que hay que problematizar que existan características
propias "femeninas" o "masculinas" y tratar de comprender los
elementos sociales, culturales e históricos que han ido atribuyendo
diferencias y, sobre todo, desigualdades entre hombres y mujeres.
La naturaleza de la belleza femenina, de la moda y la cuestión de la
violencia y la guerra como manifestaciones socialmente negativa de
una cultura masculina, son fuente de debate en la actualidad.

También existe un importante debate sobre el trabajo femenino y el


cuidado del hogar y los niños. Algunas aportaciones vienen planteando
que los cuidados han de ser negociados, y no son obligaciones
inherentes a las mujeres pero que cuidar, utilizar la ternura, la
comprensión y la empatía son valores de gran importancia humana.

En el debate sobre la feminidad son esenciales las obras de Simone


de Beauvoir, El segundo sexo, publicada en 1949 y en España en
particular la obra de María Laffitte, Condesa de Campo Alange, La
secreta guerra de los sexos, publicada un año antes. Este es un punto
de arranque para un largo debate algunas de cuyas aportaciones más
debatidas en la actualidad sea la obra de Judit Butler.

Fuentes

 La feminidad. Consultado el 24 de agosto de 2011. Disponible en:


"lacarab-mamen.blogspot.com"
 Hermosillos. Consultado el 24 de agosto de 2011. Disponible en:
"blogs.periodistadigital.com"
Problemática de la mujer

La igualdad entre mujeres y hombres y la eliminación de todas las


formas de discriminación contra la mujer forman parte de los
derechos humanos fundamentales y de los valores de las Naciones
Unidas. A pesar de ello, a lo largo de su vida, las mujeres de todo el
mundo sufren regularmente vulneraciones de sus derechos humanos
y no siempre se considera prioritario hacer efectivos los derechos
de la mujer. Para la consecución de la igualdad entre las mujeres y
los hombres es preciso entender globalmente los distintos modos en
que se discrimina a las mujeres y se las priva de igualdad, a fin de
elaborar estrategias adecuadas que pongan fin a la discriminación.
Las Naciones Unidas tienen una larga trayectoria de defensa de los
derechos de la mujer y en las últimas décadas ha habido grandes
progresos en cuanto a la garantía de esos derechos en todo el
mundo. No obstante, persisten grandes lagunas y la situación de la
mujer evoluciona constantemente, por lo que periódicamente surgen
nuevas manifestaciones de discriminación en su contra. Algunos
grupos de mujeres afrontan formas adicionales de discriminación,
por ejemplo, por razones de edad, origen étnico, nacionalidad,
religión, estado de salud, estado civil, educación, discapacidad y
condición socioeconómica. Es preciso tener en cuenta esas formas
de discriminación concomitantes al formular medidas y respuestas
para combatir la discriminación de que son objeto las mujeres. En la
presente publicación se ofrece una introducción a los derechos
humanos de la mujer, empezando por las principales disposiciones
del derecho internacional de los derechos humanos y explicando a
continuación una serie de conceptos particularmente pertinentes
para entender plenamente los derechos de la mujer. Por último, se
analizan determinados ámbitos de los derechos humanos de la
mujer a la luz de la información sobre la principal labor de los
mecanismos de derechos humanos de las Naciones Unidas y demás
entidades que se ocupan de estos temas. La publicación tiene por
objeto proporcionar nociones básicas acerca de los derechos
humanos de la mujer en conjunto, aunque, habida cuenta de la
diversidad de temas relativos a los derechos humanos de la mujer,
no puede considerarse exhaustiva.

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