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Cuando en 1941 El Ciuadadano Kane fue estrenada por primera vez, esta tomó por asalto a la

industria cinematográfica; muy pocas personas estaban preparadas para aceptar de brazos abiertos
todas las rupturas en forma y estilo que un incontrolable Orson Welles decidió implementar en ella.
Como es frecuente cuando un genio rompe los cánones y tira las estructuras comunes por la borda,
una gran parte de la audiencia rechazó la cinta. Un poco por su controversia contra Randolph Hearst,
un poco por la mala distribución, y otro más porque la crítica se vio superada por una película que
no fueron capaces de valorar, la cual enterraron en el olvido por más de una década hasta que en
los 50s fue re-valorada y en los 60s consagrada por la Sight & Sound como la mejor película de todos
los tiempos.

Orson Welles, nombre que es ahora un símbolo del virtuosismo fílmico, continuó durante el resto
de su carrera dirigiendo y muchas veces protagonizando películas que podrían dejar en vergüenza
a más de una cinta galardonada de las últimas décadas. Basta mirar filmes como “La Dama de
Shanghai” o “Touch of Evil” para terminar de convencernos de lo excepcional en la visión de este
cineasta. Sus logros, aunque su leyenda debate si se han visto igualados, no obstante se pueden
comparar.

La historia de la cinematografía internacional, y probablemente de todas las artes, está salpicada de


grandes opera prima que revelan de inmediato el talento detrás de los ojos de quien las realiza.
Nombres ahora icónicos como el de Mike Nichols (¿Quién le Teme a Virginia Woolf?) y François
Truffaut (Los 400 Golpes), o un poco más contemporáneos como Shane Carrouth (Primer) y Quentin
Tarantino (Perros de Reserva) comparten todos esta misma característica. El joven director
Canadiense, Xavier Dolan, se presenta en esta circunstancia con todos esos nombres, aunque con
una diferencia vital: Yo Maté a mi Madre, su primera obra, ganadora de 3 premios en Cannes la
escribió a los 16 años, casi 10 antes de la edad a la que Welles hizo su legendaria primera cinta.

Han pasado ya algunos años desde que este enfant terrible nacido en Québec presentó con
esplendoroso éxito su cinta debut. Como cualquier otro virtuoso, este precoz creador ha comentado
ya más de una vez sobre su trabajo para la prensa internacional, destacando en sus declaraciones
una cierta soberbia que ha irritado a críticos en todas partes, hasta el punto de que muchos le
consideran demasiado pretencioso para tragarlo. Así como Tarantino desagradara al aconsejar a los
nuevos talentos hacer Perros de Reserva si querían incursionar en la industria, Dolan lo ha hecho
respondiendo a diversos cuestionamientos sobre sus influencias negando tenerlas “Cuando eres un
artista haces las cosas para ti, para ti, para ti, no para volverte el hijo de Godard o algún otro
legendario”.

Pese a las declaraciones del joven director, tan sediento de admiración insoluta, las influencias
hablan por sí mismas, hacen ecos a través de las imágenes y se manifiestan sobre todo en el proceso
de maduración por el que su cine ha atravesado desde aquella primera cinta estrenada el 2009. Tres
películas más tarde, sigue siendo evidente, al igual que su experiencia como actor juvenil, su
exposición a un medio altamente culturizado (notemos que su padre Manuel Tadros tiene también
trayectoria en los medios canadienses) que resalta su aproximación al teatro, fuertísima en su natal
Québec. A esto se suman conocimientos de plástica, diseño y por supuesto, de la cultura
posmoderna.

Independientemente de que su ego se interponga en su proceso de maduración como autor, el


crecimiento en su labor es innegable. Es por esto que Mommy, ganadora del Gran Premio del Jurado
en Cannes, debe ser considerada su trabajo más redondo, mejor pulido, el menos irregular, aunque
como siempre, genial.

La película, filmada en relación de aspecto 1:1 comienza su declaración estilística desde el instante
en que el cuadro reducido de la imagen aparece sobre la pantalla. Comienzan aquí a surgir rasgos
que definen el estilo del director, pues su acertada decisión de limitar las dimensiones de la pantalla,
colaboran con su intensión de enclaustrarnos, encerrarnos en lo más profundo y más incómodo de
la intimidad de nuestros personajes, a los cuales podríamos estar viendo a través de la lente de
Michael Haneke, por la forma sobria y al mismo tiempo cruda-como-la-vida con que escoge
insertarnos en la lucha de tres individuos por mantenerse a flote en un mundo al que le son
indiferentes.

En un futuro ficticio no tan lejano, Diane Despres (Anne Dorval) se ve forzada a recibir de vuelta en
casa a su hijo Steve (Antoine-Olivier Pilon) quien sufre de un trastorno psicológico que le provoca
arrebatos de energía que a veces desembocan en comportamientos violentos. Su relación única y
extremo precaria condición financiera solo pueden complicar su vida diaria, la cual se ve aliviada en
cierta medida cuando entablan una amistad con su vecina Kyla (Suzzanne Clement). Sin embargo, el
sistema nunca coopera.

Con una mirada feminista, Dolan hace honor a una de las pocas influencias que ha admitido (Jane
Campion), presentándonos personajes femeninos fascinantes no sólo por las particularidades de su
idiosincrasia, sino también por la sencillez del coraje que manifiestan frente a las dificultades de la
vida. Esto por supuesto al servicio de unas estupendas interpretaciones por parte de los tres
protagonistas (Pilon merece una especial aclamación a sus 16 años de edad).

Mommy es una película transgresiva, que hace un uso un tanto estrepitoso pero efectivo de colores,
sonidos e imágenes para agredir la comodidad de su espectador, en un modo del que Paul Thomas
Anderson se sentiría orgulloso. El estilo de Dolan, que pese a sus semejanzas con otros no deja de
sonar fuertemente personal, deslumbra en más un momento de inconfundible belleza, que
trasciende las dimensiones planas de la pantalla hasta llegar a las emociones puras del espectador
(Véase la secuencia de la patineta). Eso sí, como cualquier trabajo de autor, y es que Dolan en verdad
merece ser llamado tal, podría no ser del agrado de todos, pues es desordenado, a ratos estridente
y positivamente ostentoso

Este crítico, pese a no tragarse por completo todo lo que el mencionado director canadiense decide
hacer, siente la responsabilidad de recordar en fin que el talento precoz está hecho para ser así,
salvaje, fuera de las zonas de confort de lo previamente establecido y necesariamente orgulloso,
pues de otro modo el mundo nunca le hubiera tomado en serio. Mommy marca un peldaño más en
el ascenso hacia la madurez de este creador, que tiene que cuidarse mucho de no dejarse embriagar
por su propia capacidad, como desafortunadamente ocurrió a tipos como Lars Von Trier y Gaspar
Noé. Por el momento, el crédito que tiene, se lo merece y más aún, merece que estemos pendientes
de todo lo que aparezca en la pantalla con su nombre, pues perfectamente podríamos estar ante
una nueva leyenda.

León Schwartz

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