Está en la página 1de 67

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES

DEPARTAMENTO DE LENGUA Y LITERATURA

Reflexiones biopolíticas en torno a Fuerzas Especiales de Diamela Eltit


Clausura del ser viviente: la potencia como sucedáneo de liberación en espacios que
construyen desnudez.

TESIS PARA OPTAR AL GRADO DE LICENCIADA EN LENGUA Y


LITERATURA

Constanza Sáez

PROFESOR GUÍA:
María Teresa Johansson

Santiago, Chile
(2017)
Índice

I. Introducción............................................................................................................ 3
II. Marco Teórico........................................................................................................ 8
III. Primer capítulo: Espacio y Marginación................................................................ 16

1 Marginación política................................................................................................... 16
1.1 El espacio en la narrativa de Diamela Eltit.............................................................. 16
1.2 Política arquitectónica.............................................................................................. 18
1.2.1 Del microaparato de representación social al micro aparato de vigilancia........... 20

2 Marginación Judicial................................................................................................... 24
2.1 El vigilante Vigilado: la justificación del margen y de los aparatos de violencia
estatal............................................................................................................................. 24
2.1.2 La autonomía jurídica de la cárcel........................................................................ 28

3 Estado de Excepción y vida desnuda.......................................................................... 31

IV. Segundo capítulo: Cuerpo como umbral...................................................................... 35

1 Cuerpo como umbral................................................................................................... 35


1.1 Cuerpo encarcelado: ser mujer en el espacio de bloques......................................... 36
1.2 Cuerpo que encarcela: un diálogo entre el trabajo y el dolor................................... 39
1.2.1 Comprensión del dolor: vida y muerte.................................................................. 44

2 Vida en Potencia: la creación de una corporalidad distinta........................................ 45

V. Tercer capítulo: La vida del bloque ¿desnudez y/o potencia?...................................... 48

1 Teorías en tensión....................................................................................................... 48

2 El Cíber....................................................................................................................... 50

3 La virtualidad ¿Revolución o sucedáneo?.................................................................. 51


3.1 Los espacios se estrechan........................................................................................ 52
3.2 El espacio virtual: soñar desde una celda................................................................ 54

4 El traspaso del mundo real a la realidad virtual......................................................... 56

5 ¿Desnudez y/o Potencia?............................................................................................ 59

VI. Conclusiones............................................................................................................... 60
VII. Proyección investigativa............................................................................................ 63
VIII. Bibliografía............................................................................................................... 66

2
INTRODUCCIÓN

Fuerzas Especiales (2013), de la escritora chilena Diamela Eltit, se levanta como

una novela de margen ya que en ella se retratan distintas aristas de una realidad que azota a

las zonas periféricas de Chile, en donde la prostitución, los familiares encarcelados y la

corrupción, forman parten del cotidiano. Cuando nosotros, lectores, nos damos a la tarea de

sumergirnos en la novela de Eltit, identificaremos sin duda cómo la voz narrativa encarnada

por la protagonista anónima da cuenta de la violencia a la que es sometida, no solo ella,

sino también la zona en la que habita. El panorama es devastador, las familias se estrechan

al igual que los espacios, y los agentes del aparato estatal no solo encierran el cinturón de

viviendas habitacionales de bloque a tal punto que se convierten, a los ojos de la

protagonista, en las rejas de cada uno de los blocks, sino que además enmarcan el

inconsciente de los personajes, pues los paisajes de sus sueños son verosímiles a la realidad

en la que habitan, llenándose éstos de bloques, armas y policías. Así, la novela descubre

ante el lector la rutinaria y fatigante vida de una mujer que decide visibilizar su interioridad,

la cual sostiene un diálogo ininterrumpido con su experiencia material inmediata, que está

plagada de violencia.

En el marco de la siguiente investigación, me permito proponer que son la vida y el

poder los indiscutibles protagonistas teóricos de esta novela, pues ambos subyacen al

cotidiano humano expuesto por Diamela Eltit. A través de dicha comprensión, entonces, es

que emerge ante el campo de estudio de mi investigación la biopolítica, en boga desde que

Michel Foucault acuñó el término para referirse, en términos simples, a los distintos

mecanismos de sujeción que, desde el poder, se encargaron de poner en sospecha la vida,

como manifestación volitiva, de los seres humanos modernos. Más concretamente, el

presente estudio estará enmarcado en dos corrientes que se despliegan a partir de dicha

3
sospecha: la primera de ellas y, a mi juicio, la más fatalista de ambas, es la propuesta

ensayada por Giorgio Agamben, quien señala que los mecanismos disciplinarios dispuestos

en espacios determinados, crean vidas desnudas, es decir, vidas desprovistas de vida que

relegan al hombre a su condición biológica, excluyéndolas así del campo político; y la

segunda de ellas, algo más esperanzadora, es la ensayada por Antonio Negri, quien señala

que la toma de conciencia, por parte de los individuos, de los mecanismos a los que son

sometidos, basta para que emerjan vidas en potencia, las cuales son sustancialmente

políticas en tanto que los sujetos subvierten su dimensión corpórea y vislumbran la opción

de liberarse de aquello que los desea relegar, en términos agambeanos, a su mera condición

biológica.

A partir de ello, es que la presente investigación tiene por objetivo principal develar

los encuentros y tensiones entre las teorías biopolíticas de Giorgio Agamben y Antonio

Negri, en la novela. Para ello centraré mi atención, específicamente, en el funcionamiento y

la categorización del cuerpo, como expresión de vida, cuando se lo enmarca dentro de

determinados espacios reales y virtuales. Lo anterior surge ante la necesidad de responder,

finalmente, ¿qué tipo de vidas está construyendo Diamela Eltit en su escrito? Pregunta que

nos guiará a la hipótesis que posibilita comprender a la potencia de vida solo como un

sucedáneo de libertad cuando surge en estados de cosas dispuestos para crear vidas

desnudas.

Para resolver dicha interrogante es que el presente escrito está metodológicamente

dividido en tres capítulos:

El primero de ellos ofrecerá un análisis del espacio arquitectónico y teórico que nos

presenta la novela, en el cual revisaré, por un lado, la transformación de las políticas

asociadas a las viviendas sociales de bloque, desde el período gubernamental de Eduardo

4
Frei Montalva hasta la dictadura de Augusto Pinochet; y por otro, la configuración espacial

carcelaria, en términos focaultianos, que levanta Diamela Eltit en su escrito. Lo anterior

responde al objetivo específico de entender en qué medida los habitantes de la zona de

bloques están siendo excluidos de la sociedad, específicamente de los campos político y

judicial. A partir de ello podré establecer un diálogo con lo que Giorgio Agamben entiende

como espacio de excepción, a través del cual el teórico ensaya la producción sistémica de

vidas desnudas.

El segundo capítulo procurará presionar la propuesta agambeana con la que se da

cierre al primer capítulo, a través del cuestionamiento de la efectividad del estado de cosas

disciplinario dispuesto por el poder, cuando se leen los efectos colaterales del mismo en los

cuerpos que pretende enmarcar bajo vidas desnudas. Así, analizaré, por un lado, cómo el

cuerpo de la protagonista es encarcelado bajo el determinante «mujer» y cuáles son las

dinámicas de trabajo a las que se le relega en el espacio de bloques; y por otro, cómo la

misma comprende el dolor de su encarcelamiento y cuáles son sus vías de escape ante el

padecimiento del mismo. Ello responde al objetivo específico de vislumbrar la subversión

corporal, es decir, la digitalización que la protagonista hace de sí, como una manifestación

de potencia de vida: eje articulador en torno a las ideas de resistencia y liberación a través

del cuerpo que ensaya Antonio Negri.

Y, por último, el tercer capítulo de esta investigación tiene como objetivo específico

responder si la vida de la protagonista, circunscrita al cuadrante bloque, responde a la

manifestación de una desnudez o de una potencia de vida. Para ello tensionaré ambas

teorías biopolíticas a partir de la intromisión de la virtualidad en la novela. Analizando,

primero, al cíber como lugar reducido a la zona de bloques, siguiendo una lógica

focaultiana de entender los espacios carcelarios; segundo, la afectación del cuerpo de la

5
protagonista en su dimensión real cuando decide digitalizarse y existir en la realidad

virtual; y, tercero, qué es aquello transversal entre el mundo real y la realidad virtual, y

cuáles son sus implicancias cuando reflexionamos en torno a la oposición

desnudez/potencia.

Los textos indispensables para la realización de esta investigación, serán Vigilar y

Castigar (1975) de Michel Foucault, en tanto se refiere al funcionamiento multidireccional

de la vigilancia, a los alcances y desviaciones del sistema judicial en el espacio carcelario, y

a la estrategia disciplinaria arquitectónica de la construcción de espacios. También ocuparé

Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida (1995), y Estado de excepción (1998), de

Giorgio Agamben, los cuales se refieren, entre otras cosas, a los mecanismos que

posibilitan la construcción de vidas desnudas. Me centraré específicamente en el

funcionamiento de la ley en los espacios de excepción, y en la categorización del cuerpo

desprovisto de existencia política. Además utilizaré el ensayo de Antonio Negri titulado “El

monstruo político: vida desnuda y potencia” (2001), en tanto alude a los atisbos de

resistencia y liberación a los que los sujetos optan cuando comprenden cómo actúan los

mecanismos de sujeción, afectando primordialmente sus cuerpos. Indispensables también

son los libros Formas comunes. Animalidad,cultura y biopolítica, (2014) y Ensayos sobre

biopolítica. Excesos de vida (2007), el primero escrito por Gabriel Giorgi, y el segundo

compilado por él y Fermín Rodríguez. Pues además de entregar nociones claves sobre

biopolítica aportan a la reflexión que procura entender al cuerpo como «umbral», figura que

será clave para la discusión que plantea el segundo capítulo de esta investigación. Y, por

último, La virtualidad también juega un rol importante, por ello es que utilizaré el texto de

Slavoj Zizek titulado El acoso de las fantasías (1997), en el cual el teórico se refiere a las

6
transgresiones que sufre el cuerpo cuando el sujeto empieza a existir en función de un

plano virtual: internet, el computador en sí.

7
MARCO TEÓRICO

Biopolítica

El término biopolítica, propuesto por Michel Foucault, posiciona a la vida humana

como eje fundamental para entender las relaciones últimas de poder. El filósofo dedicó su

trabajo intelectual a diseccionar dichas relaciones, identificando cómo el poder actúa no

sólo a través de las instituciones, sino a través de la creación de estados de cosas1 que

afectan la vida, en tanto cuerpo, de los sujetos.

Con el fin de que podamos reflexionar en torno a cómo lo político se inmiscuye y

excluye de la vida humana, es fundamental la lectura de la introducción al libro Formas

comunes: animalidad, cultura, biopolítica, de Gabriel Giorgi. En el texto en cuestión se

trazan distintas figuras que, a saber, determinan un lenguaje del cual podemos hacer uso

común cuando nos adentramos en el campo biopolítico: una zona imprecisa en términos

conceptuales pues la teorización en torno a lo mismo está en expansión.

Por un lado, la biopolítica (…) plantea que la modernidad implica un control y una

administración cada vez más intensos, más diferenciados y más abarcativos del ciclo

biológico de los cuerpos y de las poblaciones; esto es: que las sociedades empiezan a

desarrollar lógicas y racionalidades diversas en torno a los modos de hacer vivir y a

los modos de matar y o de dejar morir (Animalidad, 18).


1
El estado de cosas debe ser entendido como una idea que subyace a cualquier orden social aparente. El se
renueva, reivindica o legitima en formas particulares de entender el cuerpo y las vidas de las personas. A

8
Lógicas y racionalidades que frecuentemente se fundan en la comprensión normalizada2 de

entender al ser viviente a partir de binarismos tales como Humano/Animal; Bios/Zoe;

Vivible/Sacrificable, entre otros. En Ensayos sobre biopolítica. Excesos de Vida, texto

compilado por Gabriel Giorgi y Fermín Rodríguez, que se puede leer bajo la premisa de

que “la vida se ha vuelto el más allá de la subjetividad” (9), podemos ver desplegado el

binarismo mencionado, el cual es ensayado a profundidad a través de las nociones vida

desnuda y potencia de vida, dos perspectivas teóricas en torno al poder y la vida que

pueden ser relacionadas con la posibilidad e imposibilidad de que los sujetos se liberen o

sean soberanos de sí.

Vida desnuda, la propuesta de Giorgio Agamben.

Giogio Agamben, a través del concepto vida desnuda o nuda vida, posiciona al estado

de cosas como un constructo enteramente planificado, atravesado por una estructura

jerárquica de poder. Esta jerarquía entiende a los sujetos como vidas biológicas que,

además, pueden transitar en una esfera política; siendo esta última una posibilidad

privilegiada pues no todos los entes vivientes participan de ella, quedando sus vidas

relegadas a la corporeidad biológica: a la desnudez. El teórico, respondiendo a un

entrevistador, señala que la “nuda vida es una producción específica del poder y no un dato

natural. En cuanto nos movamos en el espacio y retrocedamos en el tiempo, no

encontraremos jamás –ni siquiera en las condiciones más primitivas- un hombre sin

lenguaje y sin cultura. (…) Podemos, en cambio, producir artificialmente condiciones en


2
¿Por qué normalizadas? Porque, pensando en el entramado poder-vida, el binarismo en cuestión totalitariza
la comprensión que las sociedades y los individuos particulares pueden tener sobre la vida, limitando la
expansión de la misma a otras formas o categorías. De un modo más ilustrativo, me está permitido razonar
sobre mí como humana o como animal, siendo lo primero positivo y lo segundo negativo, y me está impedido
el pensamiento espontáneo de negativizar lo humano y positivar lo animal.

9
las cuales algo así como una nuda vida se separa de su contexto”. (Estado de excepción…

18)

La vida desnuda, entonces, aparece como una existencia manipulada y manipulable;

necesaria para que la estructura de poder se reafirme a sí misma como una entidad capaz de

decidir sobre la vida y muerte de los sujetos 3. Agamben, en la introducción a Homo Sacer

plantea que ese tipo de existencia, producida por los estados de excepción, funciona como

una expresión de vida que habita fuera de la legalidad, no porque quebrante la ley con sus

actos, sino porque en el estado de cosas en el que se le hace habitar, las leyes que funcionan

a beneficio de la sociedad “no excepcional”4, se anulan, abriendo paso a un tipo de ley

violenta, impune, e injusta. La ley en esos espacios de excepción se reduce a mantener un

estado activo de violencia mediante el cual el poder, o “los poderosos”, le recuerdan a la

sociedad un contrato activo en el que el poder no sólo regula la vida de los sujetos, sino que

también tiene la facultad de decidir cuándo y de qué forma matarlos (9-23); hecho que a lo

largo de la historia se ha encontrado con protestas éticas manifiestas en distintos tipos de

revoluciones, las cuales han intentado modificar, sin éxito, el estado de cosas.

Para que esos espacios de excepción existan, necesariamente en ellos se debe, por un

lado, legitimar o legalizar –en un afuera de la ley- la violencia al cuerpo, y por otro, negarle


3
Esto a través de la justificación de distintos mecanismos de control, los cuales, en gran medida, no tendrían
razón de ser sin la existencia de ese bloque humano. Esto se puede ejemplificar con la mantención del
narcotráfico en las zonas periféricas. La ausencia de narcotráfico impide el despliegue del poderío de los
organismos de control en las zonas de margen. Es decir, que el aparato de poder no busca eliminar la
delincuencia sino enmarcarla en un sitio que le recuerde a la sociedad de centro la existencia de un mal social
del cual deben alejarse para así mantener un espacio de confort que contribuya a la reproducción de lógicas
morales y económicas en pos de resguardar los lineamientos demarcados por la estructura de poder, la cual
otorga seguridad y al mismo tiempo evoca temor: seguridad porque mantiene a los delincuentes
medianamente controlados y alejados del centro, y temor porque dicho organismo, ante un acto moral
indeseable, tiene la capacidad de violentar a los sujetos, que podríamos ser todos.
4
La ley, en el espacio “no excepcional”, debe ser entendida en tanto funciona para resguardar la paz entre
individuos que se equiparan, independiente de su poder/subalternidad, ante la misma. Esa ilusión es creada
para mantener a las personas en un sucedáneo de justicia que les dice que todas las vidas tienen el mismo
valor para la ley.

10
la existencia política a un bloque humano en particular. Los seres que habitan ese espacio

de excepción, entonces, dejan de ser vidas para pasar a ser cuerpos, para cumplir una

función biológica.

Vida en potencia, la propuesta de Antonio Negri.

Negri, a diferencia de Agamben y criticando la fatalidad del mismo, propone que la

noción de vida desnuda no es totalitaria, apoyándose –entre otras cosas- en una concepción

ontológica de entender el poder. Si bien señala que la eugenesia (nacer bien) determina qué

sujetos tienen poder y qué sujetos no, es la existencia de su contraparte (no nacer bien) la

que abre la posibilidad de que aquellos seres desposeídos del buen nacer se resuelvan a sí

mismos como una existencia otra, consciente de su determinismo y en vías de rebelarse

ante él. Esta articulación otra estaría introducida bajo la premisa de vida en potencia.

La vida en potencia debe ser leída como algo que acontece, es decir, como un

fenómeno que está fuera de la lógica estructural pensada por poder. Es interesante, en este

sentido, la noción de monstruo que propone Antonio Negri, pues alude a un segmento

humano al cual el poder ha logrado incluir, con un éxito cuestionable, en su estado de

cosas, ya que ha renovado al monstruo como concepto mas no ha podido eliminar su

existencia. Negri, en el ensayo titulado “El monstruo político. Vida desnuda y vida en

potencia”, ejemplifica esta relación cruel entre el poder y el monstruo a través del trabajo,

señalando que el monstruo deja de ser peligroso cuando se le aliena a una labor

fundamental relacionada a la cotidianidad de la vida. No obstante, reiteradas veces a lo

largo de la historia, la lectura que el monstruo realiza de su estado de cosas concluye en

que se vea a sí mismo como un constructo alienado y, a partir de allí, busque quebrar la

lógica de relación humana a la cual fue condenado por nacimiento.

11
Cuando, sometido a la explotación, cada trabajador no sólo se reconoce

abstractamente como mercancía, sino que se ve concretamente como partícipe

monstruoso de la clase de los pobres, y entonces comprende que debe resistir y, si

puede, rebelarse… Será tanto más monstruoso cuanto más desarrolle esta toma de

conciencia (Negri 102).

Toma de consciencia que, por lo demás, se expresa a través del cuerpo. Esto quiere decir

que cuando un trabajador se da cuenta de que su cuerpo ha sido condenado al trabajo y a

moverse en determinados espacios –siempre marginales-, se inserta en él la idea de que su

cuerpo nunca le ha pertenecido, abriéndose en su existencia la posibilidad de crear una

corporalidad autónoma.

Este acontecimiento está atravesado por una consciencia diferenciadora en la que

los sujetos eugenésicos y los sujetos monstruosos conforman dos aristas de un mismo

espacio y se necesitan entre sí. A partir de lo anterior es que se puede entender lo peligrosa

–para el poder eugenésico- que puede llegar a ser aquella existencia monstruosa que,

consciente de su estado combustible o de su vida desnuda, siente la necesidad de no

contribuir al mecanismo impuesto, deviniendo, entonces, como un cuerpo en proceso de

construcción: como una vida en potencia.

Disciplina: Vigilancia, arquitectura y sistema penal.

Para poner a discutir las nociones potencia de vida y vida desnuda -conceptos

biopolíticos- es necesario articular un estado de cosas particular, que en esta investigación

será trabajado a partir de las relaciones entre cuerpo y espacio, en relación a la violencia.

En este sentido, y en concordancia con las reflexiones sobre biopolítica que nos ofrece el

texto compilado por Gabriel Giorgi y Fermín Rodríguez mencionado anteriormente,

12
encausaremos la lectura de la violencia según el análisis múltiple que Foucault realiza en

torno a la disciplina en Vigilar y Castigar. El pensador hace un recorrido histórico –a partir

del medioevo- que narra cómo el poder ha utilizado la violencia para someter a las

personas, y cómo la misma se fue disipando en distintas formas de ejercerla, ya sea

ceremoniosamente: a través de escarnios públicos; espacialmente: a través de la cárcel, por

ejemplo; y también implícitamente: a través de la cotidianeidad.

El primer concepto focaultiano del que haré uso será la vigilancia, a la que

entenderemos necesariamente como un fenómeno transversal y multidireccional que recae

tanto en opresores como en oprimidos. El concepto en cuestión, aplicado a la novela, nos

ayudará a identificar en qué niveles y de qué formas opera el poder a través de la violencia,

y de cómo la misma se distribuye en el campo simbólico y corporal de algunas vidas.

Distribución que, para el poder, necesariamente debe llevarse a cabo, pues es uno de los

eslabones que la disciplina tiene para encadenar a un cuerpo y volverlo dócil.

La estrategia que nos muestra Foucault, para que la vigilancia sea efecto y también

acción en cada sujeto, recae en la planificación arquitectónica de los espacios. Dicha

estrategia se basa, en palabras simples, en demarcar un espacio en que todos los posibles

espacios que existan en su interior, estén también demarcados y permitan, a su vez, que los

sujetos que transitan en ellos no dejen de sentirse expuestos a la mirada u oídos de otros

sujetos, estén dónde estén. La estrategia arquitectónica debemos entenderla como un

engranaje en dónde cada una de las piezas está en determinado lugar y realiza determinado

movimiento, siempre en vistas de conseguir una efectiva y completa disciplina sobre las

vidas que quiere reducir.

La estructura arquitectónica en cuestión se vuelve funcional en toda su magnitud en

los espacios carcelarios, a los cuales Michel Foucault analiza en profundidad. Una de las

13
aristas de mayor interés y pertinencia para esta investigación es la observación que el

teórico realiza en torno al funcionamiento de la ley en los espacios carcelarios, señalando

que los mandatos relativos al sistema judicial “podrían intervenir hasta después de la

sentencia y no pueden actuar sino sobre las infracciones” (Foucault, Vigilar 249), pues

dentro de la cárcel la ley se hace vigente pero a partir de una forma penal que, lejos de toda

burocracia, le da libertad de acción a los gendarmes en cuanto al trato que éstos decidan

darle a los reclusos. Ello en pos de conseguir, como ya decíamos, una total disciplina.

Cuerpo como «umbral»

En el prólogo al libro Ensayos sobre biopolítica. Excesos de Vida, escrito por Gabriel

Giorgi y Fermín Rodríguez, se menciona al cuerpo como un espacio doblemente afectado:

por todo lo que le rodea exteriormente, y por aquellas manifestaciones internas que hacen

eco en el mismo. Esta abstracción, surge, en gran medida, a partir de reflexiones expresadas

tanto por Guilles Deleuze como por Michel Foucault, en donde el segundo propone pensar

al ser viviente “como posibilidad de error y capacidad de desvío” (Ensayos sobre… 12). De

un modo u otro, la propuesta tienen relación con la posibilidad de pensar al ser viviente

como materia política, como algo no acabado ni enteramente determinado, sino en vías de

auto-determinación. Giorgi y Rodriguez nos dirán que “ese ser viviente, vuelto objeto de

tecnologías de normalización e individuación, es también el umbral que amenaza y resiste

esos mismos dispositivos de sujeción” (Ensayos sobre… 10). Reflexión anclada, en gran

medida, a que si bien -como señala Foucault- es el cuerpo el principal receptor de las

técnicas de sujeción y normalización, existe también un ser viviente habitando el mismo,

que debe pensarse como paradigma fundante de una potencial línea de desfiguración.

14
Virtualidad

El campo teórico que discute y reflexiona en torno a qué es la virtualidad, es en suma

extenso. Si esta investigación estuviese destinada a un análisis exhaustivo del ciberespacio,

sería en gran medida necesario que analizáramos en mayor profundidad el concepto de

virtualidad. Sin embargo, acá nos centraremos en la virtualidad como aquello a lo que los

sujetos acceden por medio de los computadores. En este sentido, nos alinearemos sólo a

una línea de pensamiento en torno a la misma, y es la que ofrece Slavoj Zizek en su libro El

acoso de las fantasías. En el texto en cuestión en teórico reflexiona sobre las implicancias

directas de la realidad virtual cuando ésta empieza a formar parte de la vida real de los

sujetos. “En la medida en que los aparatos de realidad virtual (RV) pueden crear una

experiencia de la realidad «verdadera», la RV socava la diferencia entre realidad

«verdadera» y apariencia” (Zizek, 636), es decir, se empiezan a confundir la percepción de

las cosas pero, más importante, también se ve en jaque la percepción del cuerpo, pues al

perder “contacto con la realidad: las ondas electromagnéticas eluden la interacción de los

cuerpos externos y atacan directamente nuestros sentidos: «es el globo ocular que a partir

de ahora engloba al cuerpo humano» (643). Este ejemplo posibilita que comprendamos por

qué decidí trabajar el concepto virtualidad solo bajo la perspectiva de Zizek, ya que el

teórico, en el capítulo de su libro titulado como “El ciberespacio o la insoportable clausura

del ser”, reflexiona sobre lo que ocurre con la dimensión corpórea de los sujetos que

acceden al plano virtual, y va caracterizando ciertas conductas a partir de elementos

políticos. Análisis que se alinea con nuestra investigación, sobre todo con el tercer capítulo

de la misma en que revisaremos qué ocurre con el «yo real», cuando la existencia de un

sujeto se pone en función de su «yo virtual».

15
III. Primer capítulo: Espacio y Marginación

En el presente capítulo revisaré cómo el espacio que se nos presenta en la novela

Fuerzas Especiales retrata, por una parte, una marginación política, y por otra, una

marginación judicial. La diferenciación que decido hacer en torno a la marginación

corresponde al intento de clasificar el tipo de exclusión que se ejerce a través del espacio en

la novela, para que, en el tercer capítulo de esta investigación, me sea posible proyectar qué

tipo de vidas son las que está produciendo –de manera consciente, o no- Diamela Eltit en su

escrito. Por ello es que revisaré, primero, de qué modo la escritora articula los espacios en

su narrativa, para posteriormente analizar, por un lado, qué tipo de diálogo sostiene la

configuración espacial de la novela con el panorama post dictatorial de las políticas

asociadas a las viviendas de bloque, y por otro, con el funcionamiento disciplinar y judicial

carcelario. Dos aristas que nos permitirán leer dicha configuración como un espacio de

excepción: eje articulador de la perspectiva biopolítica de Giorgio Agamben, quien ensaya

la producción sistematizada de vidas desnudas.

1. Marginación política

1.1 El espacio en la narrativa de Diamela Eltit

Diamela Eltit, intelectual sobresaliente en los campos académico-literarios de Chile

y Latinoamérica, se reconoce a sí misma como una observadora focaultiana5. Su obra

narrativa, por ende, está sumamente influenciada por teorías que explican exhaustivamente

el funcionamiento del poder, de las cuales se sirve e incorpora como elementos subyacentes

a sus escritos, los cuales, si bien no aluden directamente a dichas teorías, develan

5
En la entrevista que Adrián Ferrero le realiza a Diamela Eltit, publicada en el año 2011 en la revista
Confluencia, la escritora reflexiona en torno a sí misma a través de Foucault, señalándose a sí como una
persona disciplinada. (Fuente: http://www.jstor.org/stable/41350547?seq=2#page_scan_tab_contents )

16
explícitamente cómo la abstracción filosófica respecto al poder se materializa en el

cotidiano humano. Felipe Oliver, doctor en literatura de la Pontificia Universidad Católica

de Chile, en su artículo titulado “Mano de Obra. El supermercado por dentro” se refiere a

lo dicho recientemente, y agrega que, en ese sentido, identificar cómo funcionan los

espacios en la narrativa de Eltit es de suma utilidad pues funcionan como una constante que

se articula en torno al encierro, señalando además que

La obsesión particular de Diamela Eltit que permite agrupar todas sus obras es el

ejercicio del poder. (…) Es decir, como el conjunto de prácticas propias de los

Estados modernos tienen por objetivo subyugar los cuerpos y controlar a la

población. Sea por su condición económica, étnica o sexual, los personajes de la

autora habitan siempre espacios marginales (77).

En este sentido, vale que a continuación profundicemos en la articulación textual y

contextual del espacio que nos presenta la escritora en Fuerzas Especiales, pues la mayor

parte de los acontecimientos que se nos narran en la novela se desarrollan en un espacio

hermético en el que destaca una arquitectura de bloques. Dicho hermetismo se manifiesta

en la ausencia descriptiva de otros espacios. La protagonista, al dar cuenta de su tránsito

incesante entre los bloques y el cíber, establece una diferencia entre su zona (los bloques) y

el centro (todo lo que está fuera del cuadrante bloque), al que nunca visita pero que

reconoce como algo externo y opuesto. Pese a la evidente ficción que comprende la novela,

la descripción y distribución espacial que en ella reside no se aleja de la realidad social y

arquitectónica del Chile actual. Lo interesante, en este caso, y con la intención de

interpretar la representación que Diamela Eltit erige en torno a las viviendas de bloque, es

repensar el recorrido político al que han estado sujetos estos tipos de vivienda que, lejos de

17
figurar solo como una alternativa arquitectónica de bajo costo, comprendían tras de sí

proyectos de orden social.

1.2 Política arquitectónica

En Chile las viviendas de bloque se remontan al gobierno de Eduardo Frei

Montalva, período comprendido entre los años 1964 y 1970. Durante su presidencia

impulsó un programa habitacional que buscaba hacerle frente a un segmento no menor de

una amplia masa de sujetos que, desde mediados de siglo y atraídos por los beneficios

económicos del centro, migraban a la ciudad sin poder establecerse como propietarios. “El

gobierno de Frei Montalva se propuso atender preferentemente a los sectores de más bajos

ingresos de la población (…) todo esto en el contexto de una política de integración y

participación social dirigida por el Estado y el partido dominante cuyo contenido ideológico

proclamaba las virtudes de la comunidad popular” (Arriagada et al. 128).

Con el fin de llevar a cabo su plan de reorganización habitacional creó instituciones

tales como el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, la Corporación de Servicios

Habitaciones, la Corporación de Mejoramiento Urbano, y la Corporación de Obras

Urbanas. Todas ellas perseguían el fin de organizar los espacios no solo a un nivel

arquitectónico, si no también social, impulsando un desarrollo local que naciera desde la

comunidad. Eduardo Frei en Un mundo nuevo, libro publicado en el año 1973, explica

cuán importante era la integración de las capas más bajas de la población chilena para el

desarrollo de las políticas de izquierda, apuntando a un esquema organizacional que,

además de mejorar la calidad de vida de las personas a través de la entrega de viviendas, les

otorgara a las mismas la posibilidad de ser partícipes de sus propios procesos de desarrollo

a través del análisis de su entorno. Eduardo Frei Montalva, respecto a ello, señala que “en

18
la sociedad comunitaria, el Estado, los partidos políticos y el Parlamento pueden realmente

ser no sólo entidades de poder, sino además agentes verdaderamente eficaces para

representar y defender los intereses generales de toda la comunidad” (124). Más

concretamente, su plan se llevó a cabo a través de la implementación obligatoria de las

juntas de vecinos, que en su período alcanzaron una cifra aproximada de 3500 a nivel de

país. “La política de vivienda debía mantener la actividad económica, responder a

reivindicaciones urgentes y acrecentar la integración institucional de los marginales

urbanos” (Arriagada et al. 129).

Con la llegada de la dictadura al poder, en el año 1973, se reforman también las

instituciones de vivienda y urbanismo en Chile. Los lemas promulgados por Eduardo Frei y

Salvador Allende que consistían en que la vivienda era un derecho y que el Estado debía

garantizárselas a la población, se ven inmiscuidas en una nueva consigna con matices de

corte económico: “El nuevo enfoque habitacional se refleja en la corrección de conceptos,

en que «La vivienda es un derecho que se adquiere con el esfuerzo y el ahorro, en que

familia y Estado comparten responsabilidad»” (Carrasco y Sepúlveda 29). Si consideramos

que la organización política alcanzada en los dos gobiernos anteriores impulsó a las capas

más bajas de la sociedad a exigir su derecho a suelo a través de la ocupación de terrenos, la

irrupción de la dictadura no viene a significar, a través de dicha propuesta subsidiaria, más

que un quiebre fatal. Es justo aseverar lo anterior porque precisamente esas masas

movilizadas no alcanzaron a conseguir los beneficios de años anteriores, y porque además

su poder adquisitivo ingresó a una brecha permanente que, por medio del endeudamiento y

los bajos salarios recibidos por el grueso de la población, los condenó generacionalmente a

un margen inalterable que las políticas económicas no buscaban subsanar. Si bien en el

período que comprende los años 1973 a 1989 (con las mejoras técnicas, el subsidio estatal y

19
la participación económica de entidades bancarias privadas) se urbanizó la capital y gran

parte de la población obtuvo acceso a viviendas propias, se inició a su vez una nueva forma

de concebir los espacios de margen (específicamente, la zona de bloques), ya no a través de

una misión integradora sino a partir de una fragmentación a nivel político. En la dictadura

se identificaba a estos espacios populares como sitios que en algún momento lograron

albergar a la ideología enemiga, recibiendo las periferias una violencia estatal desmedida

que no sólo fracturó toda organización comunal sino que además convirtió a las juntas

vecinales en un micro aparato de vigilancia6.

1.2.1 Del micro aparato de representación social al micro aparato de vigilancia

La novela de Diamela Eltit, si bien no realiza ninguna referencia directa a la

dictadura militar chilena, retrata cómo en una época en que la misma pareciera no tener

alcances evidentes, persisten ciertas formas de violencia. La escritora es consciente de que

“la dictadura (…) se refleja no sólo en espacio del afuera, sino en la propia manera como

cada quien internaliza el poder y, de alguna manera, habla por medio de él, porque se tiende

a simplificar la dictadura en la cuestión militar cuando en verdad hay una gran relación

entre ésta y el mundo civil” (Rojas 53). La transformación de las juntas de vecinos es

precisamente una de estas formas de violencia, porque, como ya veíamos hacia el final del

apartado anterior, la pérdida de valor representativo de estas micro instituciones se condice

con la introducción, aumento, y naturalización de la vigilancia en las mismas pues, desde la

llegada de la dictadura al poder, las juntas vecinales revistieron su significado inmediato y


6
En la comuna de Peñalolén, conocida por su paisaje de viviendas habitacionales de bloque, es bien conocida
–al menos por la memoria colectiva del sector- esta estrategia militar separatista encarnada en la ambigua
figura de Osvaldo Romo, quien fue dirigente vecinal de la población Lo Hermida y utilizó su cargo para
recabar información de la comunidad y entregársela a las entidades de vigilancia que violentaron a los sujetos
identificados como opositores a la dictadura.

20
pasaron de ser organismos representativos a entidades represivas, transformándose en bases

operativas de la DINA y la CNI7. En la novela podemos ver cómo se les sigue identificando

con la época de dictadura, pese a que para el común de la sociedad -de esta sociedad

democrática- la dictadura se haya acabado, materialmente hablando, con la retirada de las

fuerzas armadas del espacio civil. Uno de los personajes de Fuerzas Especiales, el Omar,

dice “que la junta número treinta y dos, de corte paramilitar, mide metro a metro la

densidad humana en los bloques e incluso consideran ritualmente los centímetros.” (Eltit

121). Este fragmento, además de categorizar a las juntas vecinales como un organismo

paramilitar, nos habla de la nueva tarea de estas micro instituciones, las cuales empiezan a

llevar a cabo una labor de registro que funciona a modo de censo humano y espacial, que

oprime a los sujetos a partir de la vigilancia. El mismo personaje, paranoico por el efecto

que provoca en él el hecho de que lo vigilen, dice que

La junta de vecinos número treinta y dos está aliada a uno de los grupos de fuerzas

especiales de los pacos y que ambos, la junta y los pacos, lo tienen a él en el centro

de sus operaciones (…) que pretenden desalojarlo de su departamento porque

quieren entregarle sus treinta metros a una de las familias de los sin casa que le

pasan datos a la policía (Eltit 120-121).


7
La dictadura militar impuesta en 1973, en su afán de exterminar a quienes consideraba como el “enemigo
interno”, creó una extensa red de espionaje político que funcionó dentro y fuera del país. En esta red
participaron tanto militares como civiles, utilizando toda la infraestructura del Estado que estuvo a su
alcance. Los servicios de seguridad y represión intervinieron ministerios, municipios, juntas de vecinos,
universidades, etcétera. Los civiles que participaron del régimen tuvieron un papel no menor en estas
actividades solapadas, convirtiéndose en la práctica en soplones de los militares (como es el caso del actual
diputado Alberto Cardemil), intercambiando información con los aparatos clandestinos de las fuerzas armadas
de manera permanente, en especial con la DINA primero y luego con la CNI. Estos casos son muy bien
explicado por los autores de Asociación ilícita. Los archivos secretos de la dictadura, argumentando con
respaldo de documentos confidenciales –y oficiales- de la dictadura, varios de los cuales son reproducidos en
el volumen. (Por Alejandro Lavquén, en http://letras.s5.com/ala261012.html)

21
En la novela, la amenaza constante de los “sin casa” hace visible dos cosas: por un

lado, evidencia esa brecha económica de la que hacíamos mención más arriba, pues las

políticas habitaciones, al no asegurar la vivienda como un derecho, abogan por la

mantención de un segmento humano desplazado; y por otro lado, estratégicamente

hablando, la mantención de esta brecha nos habla de cómo el poder estatal encuentra

aliados en dicha población de margen para completar la práctica de la vigilancia. Los “sin

casa” no forman parte del cuadrante bloque, y al estar en un escalafón más bajo que los

marginales que habitan los mismos, tienen la opción de conseguir una vivienda siempre y

cuando puedan aliarse a quienes tienen el control de la zona, que serían los agentes de

represión estatal. Ante la amenaza constante de que “los sin casa” logren, a través de su

trabajo vigilante, hacerse de viviendas en el espacio de bloques, la protagonista de la novela

revela —a través de una voz colectiva— que “creemos que [los policías] pretenden

infectarnos o infiltrarnos de asombro y de inseguridad” (Eltit 67). Y claro está que lo

consiguen, pues pudimos leer en las palabras de Omar y también en las palabras de la

protagonista, atisbos de paranoia.

El quiebre que producen las políticas de dictadura, entonces, se basa, entre otras

cosas, en la introducción de la desconfianza entre pares, lo cual tiene como efecto, por un

lado, una incredulidad política que establece la inutilidad representativa de los organismos

vecinales, y por otro, que la vigilancia y registro se sistematice al punto de naturalizarse

como práctica, hecho que elide la potencia organizacional comunitaria a partir del uso que

el poder estatal, en la novela, le da al segmento humano más marginal, que serían los “sin

casa”. Más concretamente, y para terminar con este apartado, podemos ver la transición del

micro aparato de representación social al micro aparato de vigilancia, a partir de la lectura

del siguiente fragmento: “Dice que su padre fue uno de los gestores de esa junta [de

22
vecinos] pero que sus antiguas conexiones no le han servido para nada” (Eltit 121). Si

creemos en el supuesto de que la novela Fuerzas Especiales enmarca en su textualidad un

universo de hechos que se condice contextualmente con la realidad marginal del Chile

actual: heredero de políticas que se aplicaron en dictadura y permanecen hasta nuestros

días, se nos hace posible conjeturar, a partir de esta cita, sobre la distancia generacional

entre quien aparece como gestor de una Junta vecinal y su hijo. Asumiendo que existe una

brecha de al menos tres décadas entre padre e hijo, es que podemos ver cómo en el tiempo

actual el grado de dominio de un gestor vecinal, por ende, sujeto político de su tiempo, está

reducido al extremo de no tener influencia en el organismo del cual fue partícipe. La

dictadura: evento intermedio entre la labor de gestor vecinal y la nula influencia del mismo,

viene a remplazar a los agentes políticos de las juntas vecinales por sujetos que eliden el

trabajo comunitario y despreocupan su entorno para centrarse en las demandas exigidas por

los aparatos represivos del poder. Así, las juntas de vecinos transforman el

direccionamiento para el cual fueron pensadas. Frei Montalva entendía que su

funcionamiento era dirigido de abajo hacia arriba, es decir, que las comunidades

organizadas podían levantar demandas ante entidades mayores tales como los municipios.

Por el contrario, la Junta militar viene a desarticular lo anterior: se impone un

funcionamiento de arriba hacia abajo, siendo las juntas vecinales las que empiezan a

trabajar para entidades mayores que determinan la labor de las micro instituciones con el

fin de alcanzar, a través de éstas, la obtención de beneficios dirigidos desde y para el poder.

A partir de la dictadura estos micro organismos desviaron su atención del desarrollo

comunitario y, contrario a ello, empezaron a ser focos desde los cuales el poder, gracias a

sus nuevos súbditos, mantuvo vigiladas a las comunidades de margen, las cuales perdieron

elementalmente su influencia y participación política. Importante, en este sentido, se hace

23
destacar la figura del “sapo”, que desde la dictadura se instaló en el lenguaje de los sectores

de oposición8 para hacer referencia a aquellos sujetos que transitaban en círculos opuestos

a la dictadura y que, a través de cumplir el rol de vigilantes infiltrados, entregaban

información a los organismos represivos de la época. El “sapo”, entonces, tendría su

equivalente en la novela en la figura de los “sin casa”. Sujetos necesarios para que se pueda

llevar a cabo la desarticulación de la comunidad que, ávida de desconfianza, se vuelca

hacia el individualismo, decantando esto en la completa inoperancia de las que, hasta ese

momento, funcionaron como micro instituciones que les permitían a los marginales urbanos

una integración real y válida a la esfera de lo político.

2. Marginación Judicial

2.1 El vigilante vigilado: la justificación del margen y de los aparatos de violencia

estatal.

Lo revisado hasta aquí me lleva inevitablemente a pensar que el modo en que las

Juntas Vecinales y la población de margen son representadas en la novela de Eltit están

sustentadas por ejes propios del sistema carcelario, mediante los cuales la escritora

pareciera que se sirve para caricaturizar la contradicción de un sistema democrático que

continua manteniendo prácticas opresoras propias de la dictadura en espacios reales. Ya

decíamos, cuando centramos nuestra atención en la construcción de espacios en la narrativa



8 La figura del “Sapo” es de uso común en medios actuales que mantienen editoriales explícitas de oposición
no solo a lo ocurrido en dictadura sino también a las herencias de la misma en la sociedad actual. Si en el
buscador de google insertamos las palabras “sapo” y “dictadura” y le damos click a buscar, medios tales como
El Clarín, Gamba, Red, entre otros, nos ofrecerán titulares como: “SAPO DE LA DICTADURA: Revelan que
Alberto Cardemil Entregaba Datos de Opositores a la CNI”; “Académico Expulsado por Acoso y Abuso era
Sapo de la Dictadura en la Universidad de Chile”; “Biógrafo de Gervasio acusa a rostros de “sapos de la
Dictadura”.


24
de Diamela Eltit, que la escritora generalmente elabora el escenario en el que inscribe a sus

personajes a partir de un hermetismo espacial que le permite dialogar teóricamente con

postulados biopolíticos principalmente desprendidos de la obra de Michel Foucault. No es

extraño, entonces, que en Fuerzas Especiales encontremos similitudes espaciales y de

conducta entre ésta obra y Los Vigilantes (1994), texto que Mónica Barrientos analiza a

partir de propuestas biopolíticas, señalando que “En la obra encontramos dispositivos de

poder que intentan producir formas de legitimación a partir de una serie de mecanismos o

técnicas de sometimiento” (s/n)9. Estos mecanismos aluden principalmente a teorías que se

desprenden del constructo carcelario analizado por Michel Foucault en su libro Vigilar y

Castigar10, a través de los cuales podemos analizar el espacio que nos presenta Diamela

Eltit en Fuerzas Especiales, mecanismos que, tal como su título lo explicita, se centran,

entre otras cosas, en la forma de operar que tiene la vigilancia cuando se la concibe como

un aparato del cual dispone el poder para disciplinar los cuerpos, por ende las vidas de los

sujetos; y también el castigo, dispositivo que funciona en todo su esplendor cuando los

sujetos están recluidos en espacios en los que no opera un aparato judicial mas sí uno penal.

En el texto Vigilar y Castigar, Michel Foucault revisa, entre otras cosas, la función

arquitectónica de la cárcel, presentando la distribución espacial de las mismas como una

planificación pensada en pos de la completa efectividad del constructo disciplinar

http://web.uchile.cl/vignette/cyberhumanitatis/CDA/texto_sub_simple2/0,1257,PRID%253D16159%2526SCI
D%253D16177%2526ISID%253D576,00.html
10
En el artículo titulado EL discurso crítico de Diamela Eltit: cuerpo y política, Leonidas Morales enfatiza
que “Diamela Eltit, en sus textos críticos, ha referido explícitamente su concepción del poder a la teoría de
Foucault, especialmente a su libro Vigilar y Castigar –señalando además que- Un espacio desde luego
cultural, siempre poblado de signos que hablan del “poder” o lo delatan, en la conceptualización de Foucault,
y de su insistencia secular en colonizar al cuerpo, inscribiendo en el, soterradamente, sus códigos” (Morales,
205)

25
carcelario; respecto a ello señala que “para garantizar la combinación de fuerzas, [el poder]

dispone "tácticas". La táctica, arte de construir, con los cuerpos localizados, las actividades

codificadas y las aptitudes formadas, (…) es sin duda la forma más elevada de la práctica

disciplinaria” (Foucault 172). Cuando pensamos en lo carcelario nos encontramos,

entonces, frente a una maquinaria, en la que cada una de las piezas que la compone cumple

una función específica determinada por el poder. Más arriba señalé que nos era posible leer

la configuración espacial de Fuerzas Especiales a través de paradigmas carcelarios, y no

sólo porque en ella opera, por ejemplo, la vigilancia, sino también porque precisamente el

espacio de bloques es el que permite que la vigilancia trascienda el esquema que sitúa a los

vigilantes en un lado, y a los vigilados en otro. Cuando pensamos someramente en las

cárceles, podemos caer en cuenta que los vigilantes son los gendarmes, y que los vigilados

son los reos, hecho que inevitablemente nos lleva a identificar superficialmente al poder

con quienes lo ejercen.

El sistema carcelario que visibiliza Michel Foucault posiciona a la vigilancia en el

centro de las operaciones disciplinarias, proponiendo que la arquitectura de las cárceles se

planifica no sólo para que la vigilancia opere en una dirección sino para que el vigilante,

que supuestamente es la manifestación más inmediata y evidente del poder, sea también

vigilado. De este modo la vigilancia “se organiza también como un poder múltiple,

automático y anónimo; porque si es cierto que la vigilancia reposa sobre individuos, su

funcionamiento es el de un sistema de relaciones de arriba abajo, pero también hasta cierto

punto de abajo arriba y lateralmente” (Vigilar y… 164). En Fuerzas Especiales Diamela

Eltit retrata cómo la vigilancia se disemina y deja de ser un ejercicio unidireccional. En

primer lugar encontramos una vigilancia que se ejerce desde arriba hacia abajo por el

aparato de represión estatal sobre los habitantes de la zona de bloques: “Ellos, los policías,

26
nos siguen por todas partes, nos estudian porque formamos parte de su trabajo” (Eltit 26);

En segundo lugar podemos identificar una vigilancia que se ejerce de abajo hacia arriba por

los habitantes de la zona de bloques sobre el aparato de represión estatal: “Soy una

especialista en las licitaciones de los pacos y de los tiras porque tenemos que comprender

cómo actúan y qué nuevos recursos han obtenido para destruirnos” (Eltit 66); y por último,

una vigilancia lateral entre los habitantes de la zona de bloques: “El cojo ya no da para más,

eso lo sabemos todos en el bloque, porque lo conocemos, lo vigilamos a un nivel que no se

lo imagina” (Eltit 24).

¿Qué significa, entonces, que el vigilante sea también vigilado, cuando intentamos

leer el poder más allá de sus formas evidentes de manifestarse? A partir de aquí debemos

asumir que la existencia de un vigilante vigilado nos habla de un poder que trasciende a la

dinámica carcelaria, de un poder que produce esos espacios y que dispone la forma en que

se deben relacionar los sujetos que transitan y habitan los mismos. En otras palabras,

podemos decir que tanto los habitantes de los bloques como los agentes del aparato estatal

son sujetos producidos y atravesados por el poder, que se reconocen a sí mismos a partir de

la existencia del otro. El estado de cosas que presenta la novela da cuenta de la razón de ser

que tendría en la sociedad el aparato policial, pues la mantención de un margen delictivo

justifica la existencia un cuerpo de violencia estatal que advierte sobre “un poder que no

tiene que demostrar por qué aplica sus leyes, sino quiénes son sus enemigos y qué

desencadenamiento de fuerza los amenaza” (Foucault, Vigilar 62). Rasgo no muy distante

fue el que experimentó la sociedad chilena durante la dictadura, pero que difiere de la

misma porque nos hallamos frente a una política del poder que trasciende a la misma y que

se instala en el sistema democrático, con el fin de recordarle a la sociedad que

efectivamente existe un poder que aún es capaz de decidir sobre la vida de los habitantes

27
pese a que las condiciones materiales no sean las mismas. Este rasgo de dependencia y de

violencia sistemática es identificado con lucidez por la protagonista de Fuerzas Especiales,

quien señala que “Más allá (…), se parapetan otros y otros policías respondiendo al salario

que obtienen a costa de nosotros. (…) [quienes] Tienen la obligación de matarnos

casualmente” (Eltit 78). Sin embargo, cabe mencionar que la protagonista no identifica al

poder más allá de su manifestación evidente. “Hoy se trata de un operativo blando revestido

de una irrelevante dosis de violencia porque así lo pactaron. ¿Quiénes? No lo sabemos”.

(Eltit 66) En la primera parte de esta cita podemos ver que la protagonista es consciente de

qué desencadenamiento de fuerzas la amenaza e incluso qué grado de violencia está siendo

ocupado por el aparato de violencia estatal, pero hacia el final de la misma, su “no saber”

nos permite apreciar como ella es incapaz de reconocer quién dirige las actividades

represivas mencionadas, pues no incluye en su vocabulario, y quizá tampoco en sus

razonamientos, al poder como aparato funcional que designa la ejecución de dichas

operaciones.

2.1.2 La autonomía jurídica de la cárcel

Michel Foucault, en el libro citado más arriba, señala que “El poder en la vigilancia

jerarquizada de las disciplinas no se tiene como se tiene una cosa, no se transfiere como una

propiedad; funciona como una maquinaria. Y si es cierto que su organización piramidal le

da un "jefe", es el aparato entero el que produce "poder" y distribuye los individuos en ese

campo permanente y continuo.” (182) No estaría fuera de lugar, entonces, haber asumido

que en Fuerzas Especiales tanto los pobladores como las fuerzas estatales están obligados a

ejecutar distintos tipos de acciones en la zona de bloques, porque así la maquinaria del

poder lo determina. Sin embargo, existe una diferencia sustancial entre ambas partes, y es

28
que, al parecer, quienes más obligación tienen de permanecer ahí y más hastiados están de

cumplir un rol dentro de dicho sistema de relaciones, son los agentes del aparato estatal:

primero, porque los habitantes pueden salir de la zona de bloques, moverse al centro si así

lo desean: “Y nos dice, frente a su taza de té, que va a volver a trabajar en el centro”(Eltit

71); y segundo, porque los agentes del aparato estatal son trabajadores a sueldo. Esta

condición se hace visible, por ejemplo, porque en reiteradas ocasiones, dentro de la novela,

dejan ver no solo cómo el espacio en que trabajan los afecta: “la horda de pacos está furiosa

por la falta de antenas y se sienten despreciados, eso me lo dijo el Lucho con preocupación,

andan de arriba abajo con sus celus en la mano, incrédulos, enojados, y los tiras también”

(Eltit 145); sino también qué modo tienen de desquitarse ante los bajos salarios que reciben

por permanecer –entrecomillas encarcelados- en dicho lugar:

Un azote, uno solo, realizado en el sector más neutro de la comisaría, un escenario

que armó un oficial para entretener a los pacos de turno que estaban abatidos por el

monto irrisorio que arrojaba la última gratificación. Se trataba de saldar una cuenta

que tenía con uno de los pacos. Un oficial y ella, nos dice. Así lo afirma mi

hermana, una deuda que terminaría para siempre con el correazo y la presencia

indispensable de los pacos de turno que veían en su espalda una posibilidad de

sortear la ansiedad que les generaban sus cuotas impagas. (Eltit 72)

En esta cita podemos apreciar cómo los agentes represivos del aparato estatal idean una

forma autónoma de castigo que no se ampara dentro de los márgenes de la legalidad,

porque el correazo no es una pena institucionalizada en el sistema jurídico chileno, sino un

acuerdo entre un policía y una ciudadana que excluye la burocracia propia de los procesos

jurídicos. Esta dinámica, además de demostrarnos cómo el poder trasciende a su

29
manifestación inmediata, nos habla de cómo el mismo permite que en ese espacio

entrecomillas carcelario –porque no es una cárcel en sí- exista una subversión de la justicia,

pues los organismos represivos estatales, en Fuerzas Especiales, no se apegan al discurso

que se maneja en torno a la misión inmediata de dichas instituciones: garantizar el orden

público. En la novela, los agentes represivos del aparato estatal forman parte de un caos

legislativo, pues son sus integrantes los que mantienen la red de narcotráfico: “no sabemos

cuándo le pagan a la policía, ni menos cuánto le pagan. No lo sabemos porque hay que

sumar las coimas que acumulan en los bloques, las mismas coimas que les pagan a los tiras

porque ellos también le cobran a los bloques” (Eltit 51): dichas coimas se refieren a la

ganancia que obtienen los agentes de represión estatal a costa del narcotráfico, pues éstos

aumentan sus sueldos gracias al pacto entre ellos y los narcotraficantes. Si eliminaran el

narcotráfico, eliminarían a su vez la gratificación ilícita que palea la mediocridad de sus

sueldos, por ello es que deciden no darle fin a esta práctica.

En este sentido, la subversión de la justicia que se experimenta en Fuerzas

Especiales se adecua a la descripción que Michel Foucault en Vigilar y Castigar realiza en

torno al organismo judicial. “Hay que admitir que las instancias judiciales no pueden tener

autoridad inmediata. Se trata, en efecto, de medidas que por definición no podrían

intervenir hasta después de la sentencia y no pueden actuar sino sobre las infracciones”

(249). Así, en el espacio carcelario, quienes poseen mayor poder, tienen independencia en

cuanto al trato que se le puede dar al recluso, pues éste, al estar bajo las paredes de dicha

institución, deja de estar al amparo del sistema judicial para pasar a ser un sujeto que debe

regirse por un sistema penal. De este modo, en la novela se genera una dinámica en que los

habitantes del espacio de bloques experimentan una exclusión judicial, pues los agentes del

aparato estatal no sólo no cumplen su función inmediata que es velar por el bienestar social,

30
sino que además tienen libertad -u obligación- de violentar a los pobladores de la zona sin

recibir ningún tipo de escarnio por dicha conducta, la cual se enmarca en un sistema penal,

por ende, extrajudicial.

3. Estado de Excepción y vida desnuda.

A partir de haber identificado que la configuración espacial de la zona de bloques

permite que exista: 1) una exclusión política que se hace manifiesta en la inutilidad

representativa de las micro instituciones de los marginales urbanos, y 2) una marginación

judicial que sitúa a los habitantes de los blocks bajo el ejercicio de categorías carcelarias

penales; es que podemos anexar dicho funcionamiento a la perspectiva agambeana que

propone la producción sistemática de vidas desnudas. Ya explicábamos, en el marco teórico

de esta investigación, que para relegar a una vida a su condición biológica, a su mera

dimensión corpórea, es necesaria la creación de un estado de cosas con características

jurídicas y político-ontológicas particulares. Giorgio Agamben nomina a dicho constructo:

estado de excepción, y lo dispone, en el campo de su propuesta teórica, como la pieza clave

que permite que podamos asumir que la herencia del totalitarismo moderno traspasada a los

Estados contemporáneos, fue la instauración “de una guerra civil legal, que permite la

eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de

ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político”

(Agamben, Estado de 25). De este modo, los prototípicos campos de concentración y

exterminio del siglo pasado tales como Auswitch en Alemania y el Estado Nacional en

Chile, en el siglo XXI, son trasladados a espacios no evidentemente identificables pero que,

aún así, podemos reconocer, ya que se nos presentan disfrazados como “un umbral de

indeterminación entre democracia y absolutismo” (Agamben, Estado de 26).

31
¿Y qué son las periferias, los espacios marginales de Chile, sino ese espacio en que

los límites entre democracia y absolutismo se confunden, cuando nos damos a la tarea de

analizarlos en profundidad? 11 El espacio dispuesto en la novela, en este sentido, carece de

democracia de forma directamente proporcional al aumento de absolutismo, siendo este

aumento casi caricaturesco lo que nos permite proponer que Diamela Eltit erige los

elementos con los que va construyendo su libro, con intención de visibilizar ese umbral que

pareciera imperceptible. Podemos asumir, entonces, que tanto la marginación política,

como la marginación judicial, no son elementos azarosos, sino que son incluidos en

Fuerzas Especiales, precisamente, para que podamos reflexionar en torno al tipo de vida

que construye dicho espacio que, más cercano al absolutismo propio de los estados

totalitarios, se cierra en sí mismo, haciendo visible el estado de excepción agambeano.

Ya decíamos, más arriba, que el concepto estado de excepción contiene en sí a

características particulares. Basado en la privación, el estado de excepción se levanta.

Agamben, en la introducción de Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida (9-23),

retrocediendo a la filosofía aristotélica, explica que el pensamiento de la época concebía la

vida humana a partir de una dicotomía basada en la eugenesia. Así, por una parte,

encontramos a los sujetos eugenésicos o bien nacidos y, por otra, a su contraparte que, por

motivos contextuales, no tuvo la gracia de nacer bien. De aquí se desprende una arista

política que, acentuando la diferencia entre el bien y el mal nacer, destaca el poder legítimo


11
En una entrevista realizada por la prensa de Cooperativa, podemos ver cómo Diamela Eltit se interesa por
los espacios marginales en estado de asedio policial. “Para Eltit, un hecho que siempre le ha llamado la
atención es lo que se vive en la población La Legua, por lo que ese sector de la capital es una de las
inspiraciones del libro. «La Legua que hace años está intervenida policialmente y nunca dejó la policía de
estar ahí. Eso a mí me parece insólito, me parece insólito porque ya a estas alturas hay niños que han crecido
bajo esa modalidad», declaró a Cooperativa”. http://www.cooperativa.cl/noticias/cultura/literatura/diamela-
eltit-y-fuerzas-especiales-trabaje-el-sujeto-y-la-violencia-policiaca/2013-06-26/235432.html

32
de los bien nacidos. Citando a Foucault, Agamben señala que, según el filósofo, “Durante

milenios el hombre siguió siendo lo que era para Aristóteles: un animal viviente y además

capaz de una existencia política” (Homo Sacer 11). La diferencia entre esa era y la nuestra,

es que en la primera, la división del tipo humano era contextual y se manifestaba como un

acontecimiento espontáneo; en cambio, en la segunda, la división ocurre de forma

planificada: los bien nacidos producen espacios desprovistos de buen nacer, en el que las

vidas son reducidas a su mera condición biológica y están privadas de existencia política,

hecho que, por otro lado, permite que los sujetos eugenésicos reafirmen su hegemonía

milenaria.

Ya explicada la arista político-ontológica del estado de excepción, nos centraremos

en su arista jurídica. Anteriormente veíamos que en nuestra época existen ciertos espacios

productores de vidas, planificados para reafirmar la estructura hegemónica que habilita el

poder legítimo de la población eugenésica. La particularidad de dicho espacio, además de

normalizar la exclusión política de un conjunto de vidas, se vuelve identificable como una

entidad capaz de decidir sobre la muerte: hecho que es garantizado a través de una

exclusión judicial que se sustenta en la “potencia de la ley de mantenerse en la propia

privación, de aplicarse desaplicándose” (Agamben, Homo Sacer 43). Esta afirmación nos

habla de una forma separatista, en que la ley, entendida superficialmente como aquello que

procura ordenar y proteger a la sociedad a partir de una sumatoria de deberes y derechos,

contiene en sí misma una cláusula legal de privación. Es decir, que tiene la facultad de

desaplicarse frente a ciertos contextos. Si bien es cierto que dicha privación era evidente en

los tiempos de los Estados totalitarios en que la eliminación de algunos sectores humanos

se instauraba como algo legal en ciertos regímenes, en épocas del Estado contemporáneo se

vuelve difusa, y ya la eliminación directa de tipos humanos se traviste de nuevas formas, en

33
las que intervienen distintos mecanismos o tecnologías de control, que en vez de dar una

muerte evidente a los sujetos eliminables o mal nacidos, se les deja morir. Así, categorías

enteras de “ciudadanos”, además de ser privados de su existencia política, son privados

también de una vida que se pone en entredicho, pues se les deja morir, gracias a una

exclusión judicial que se funda en el estado de excepción: “Estructura original en la cual el

derecho incluye en sí al viviente a través de su propia suspensión» (Agamben, Estado de

26).

Ya asumido lo anterior, y para concluir este capítulo, podemos caer en cuenta que la

novela Fuerzas Especiales incluye en sí a características propias del espacio de excepción,

que serían la privación política y jurídica de ciertas vidas. Vidas que se pueden entender

como desnudas y que remiten a un significado primigenio, pues devienen, gracias a

distintos mecanismos de control, en una dimensión meramente biológica o corpórea.

Dichos mecanismos se hacen manifiestos en la novela, pues la exclusión política, como

bien revisamos en el apartado 1 de este capítulo, se vuelve visible gracias al

redireccionamiento que las Juntas de Vecinos sufrieron en dictadura, época que instauró

una especie de estado de excepción en Chile. Hablamos de un constructo que claramente se

difuminó y resignificó con el ingreso de la democracia, pero que aún así mantuvo prácticas

opresoras propias de dicho período en espacios marginales, que bien veíamos en el apartado

2 de este capítulo, dan cuenta de una ley que se desaplica, pues en la zona de bloques los

cuerpos transitan en un espacio regido por lo penal, en que el sistema jurídico no tiene

cabida pues, judicialmente hablando, se desaplica.

34
II. Segundo capítulo: Cuerpo como umbral

El espacio que nos presenta la novela Fuerzas Especiales encarcela al cuerpo de los

sujetos a partir de juicios morales que emite la sociedad de centro, y a través de un

despliegue sistemático de violencia que tiene como principal efecto físico el dolor. Ya

veíamos, en el primer capítulo de esta investigación, que la lectura agambeana del espacio

que ofrece Fuerzas Especiales nos otorgó las herramientas necesarias para poder significar

a los sujetos a partir de la categoría de vidas desnudas. En este capítulo tensionaremos

dicha categoría, revisando cómo la protagonista, al hacerse consciente de su condición de

prisionera, se torna línea de resistencia y empieza así a trasformar su condición de

desnudez.

1. Cuerpo como umbral

Es indispensable, para entender la reflexión que se llevará a cabo, comprender al

cuerpo bajo el concepto de «umbral», es decir, cómo aquel espacio límite que es

doblemente afectado: primero, por todo lo que rodea a los sujetos y, segundo, por la

interioridad de los mismos. Hecho que abre la posibilidad de que el sujeto “vuelto objeto de

tecnologías de individualización, [sea] también el umbral que amenaza y resiste esos

mismos dispositivos de sujeción (…) [pues] ese mismo cuerpo y ese mismo ser viviente se

pueden tornar línea de desfiguración, de anomalía y de resistencia” (Giorgi y Rodríguez

10).

A continuación revisaremos, por un lado, cómo ser mujer, en el espacio de bloques,

dirige la vida de la protagonista, afectando no solo su capacidad de decidir, sino también

enmarcándola dentro de lo delictivo según un juicio oculto que se desprende desde la

35
sociedad de centro. Y por otro, cómo la forma en que la protagonista comprende el trabajo

permite que en ella surja un atisbo de rebeldía, amparado principalmente en su rechazo al

dolor, que emerge cuando cataloga y compara su sexualidad a partir de un antes y un

después del ingreso de los aparatos represivos de violencia estatal al espacio de bloques. La

intención de realizar dicho análisis, es que podamos acercarnos a la teoría desalienante que

propone Antonio Negri en su ensayo “El monstruo político. Vida desnuda y potencia”, en

el cual explica que, cuando en un sujeto emerge la idea de que su cuerpo nunca le ha

pertenecido, se abre en su existencia la posibilidad de crear una corporalidad autónoma.

Este sujeto, con un cuerpo en proceso de construcción que se resiste a su condición de

desnudez, es al que Antonio Negri denomina como vida en potencia.

1. 1 Cuerpo encarcelado: ser mujer en el espacio de bloques.

La primera cárcel del cuerpo, podríamos decir que está asociada al sexo con el que

nacemos. Nacer hombre o mujer – en términos bastante binarios- en un estado de cosas que

todo lo norma, acarrea una sumatoria de obligaciones que, dependiendo de cada constructo

social, están establecidas casi de forma intrínseca. Judith Butler, en Cuerpos que importan

(1993) señala que “el sexo no sólo funciona como norma, sino que además es parte de una

práctica reguladora que produce los cuerpos que gobierna, es decir, cuya fuerza reguladora

se manifiesta como una especie de poder productivo, el poder de producir –demarcar,

circunscribir, diferenciar- los cuerpos que controla.” (18) En este sentido, vale preguntarnos

qué significa ser mujer en la zona de bloques.

La protagonista anónima de Fuerzas Especiales parte su narración a través de la

categorización que hace de sí: “voy al cíber como mujer a buscar entre las pantallas mi

36
comida. Todos se comen. Me comen a mi también, me bajan los calzones frente a las

pantallas” (Eltit 11). Este pasaje nos permite identificar el primer determinante de sexo en

la novela, el cual se amplifica cuando, más adelante, la misma nos cuenta que “El cíber ha

sido maravilloso con toda la familia, con mi mamá, mi hermana y yo” (Eltit 13). Las

mujeres, entonces, están circunscritas al cíber, que a lo largo de la novela se despliega

como un espacio que permite el comercio sexual y que por ende se constituye como una de

las aristas que determinan la práctica de las mujeres en la novela, quienes en vista de una

necesidad monetaria se adscriben a la dinámica laboral de la zona de bloques. Resulta

interesante la forma en que Diamela Eltit construye a las mujeres en su novela, pues sitúa al

cuerpo de las mismas en una constante dinámica de comercialización sexual, sin mencionar

que por ello son prostitutas. La lectura que le doy a este hecho da cuenta que la

comprensión de la prostitución en la novela no está regida por paradigmas morales de

centro, pues es una práctica que en el espacio de bloques está naturalizada como opción

única de trabajo. No es extraño, entonces, que conceptos tales como «prostitución» y

«prostituta» sean elididos por un determinante mayor, que es ser «mujer». El concepto en

cuestión arroja, sin embargo, un factor no determinante, pues aunque nacer mujer en el

espacio de bloques acarree consigo la función específica de ejercer el comercio sexual, este

mismo no es entendido peyorativamente por quienes lo practican. La protagonista,

consciente de la transversalidad del comercio sexual entre la zona de bloques y el centro,

reflexiona sobre “la abierta desaprobación que generaba [su] hermana” (Eltit 19), y nos dice

que la irrita, a partir de ello, “la malévola compresión de su cuerpo” (Eltit 19). Estas

reflexiones surgen en la protagonista cuando la sociedad de centro decide quitarle los hijos

a su hermana. La protagonista no entiende por qué desaprueban a su hermana, pues la

prostitución no está valorizada, en su zona, como algo ‘bueno’ o ‘malo’, significando cómo

37
malévolo no el comercio sexual, sino el juicio y la comprensión peyorativa a través de los

cuales la sociedad de centro piensa a su hermana. Podemos apreciar, entonces, que la

connotación negativa se la otorga la otra sociedad, esa sociedad antagónica al cuadrante

bloque que entiende la existencia de la prostitución como una práctica de margen, sin la

singular comprensión de “que cualquier actividad que se funda en la prestación de un

servicio a cambio de una contraprestación de tipo monetario y que no constituye delito es,

por definición, un trabajo” (Cassas, et al 22).

En la sociedad de centro la mujer debe romper la ley para ser categorizada como

delincuente, en cambio, en la zona de bloques la mujer es delincuente por definición según

la sociedad central. En otras palabras, a razón de cómo la sociedad de centro comprende el

determinante mujer de la zona de bloques, es que podemos entender que, cualquier mujer

que transite dentro de dicho lugar, será calificada a partir de un juicio negativo ligado a lo

delictivo de la prostitución, el cual no necesita ser comprobado sino que surge siempre

desde la sospecha. En el capítulo “Los niños” se nos narra que la hermana de la

protagonista perdió a sus hijos: “Los niños están retenidos lejos solo por funestas

presunciones, por sospechas hacia el comportamiento de mi hermana que nunca pudieron

ser comprobadas” (Eltit 21). Lo interesante de la situación que plantea esta cita es que la

sociedad central, además de categorizar como delictivo el hecho de comercializar

sexualmente el cuerpo -aun cuando sea a partir de la sospecha-, entiende que “la prostituta,

es decir la “mujer” de negocios moderna, (…) no tiene ni debe tener ninguna relación más

con la fecundidad. Que produzca hijos en la ocasión de los goces que procura significaría

que ha recibido en su seno el semen fecundante; pero ella no puede recibir más que dinero”

(Lyotard 198). Por ello es que dicho delito decanta en una sanción -dirigida desde la

38
sociedad de centro- que consiste en extirparle a la prostituta aquello que no es mercancía.

Lo decidor de dicha situación recae en que la sanción enmarca e incrementa el estadio de

mujer-prostituta en la hermana de la protagonista, a la que, por un lado, se le niega la

posibilidad de realizarse en tanto madre y, por otro, se le permite que siga siendo prostituta.

Esta reflexión da luces de que, a fin de cuentas, el delito que comete la hermana de la

protagonista no es ser prostituta, sino estar en potencia de dejar de serlo, lo cual se traviste

de una moralidad ruinosa pues en la sociedad de centro, sabemos, también existe la

prostitución.

A modo de conclusión, en este apartado se nos ha hecho posible entender, por un

lado, cómo el determinante «mujer» inscribe al cuerpo de las habitantes de la zona de

bloques a una dinámica que laboralmente contempla el comercio sexual y, monetariamente,

no permite que el coito tenga más producto para las mujeres que el dinero. Y por otro,

cómo aquella práctica laboral, pese a ser negativa según el discurso del centro, no incide en

el juicio de valor que las habitantes de la zona de bloques hacen de sí, pues éstas no miden

su valía como sujetos a partir del nivel de exposición de sus cuerpos. El cuerpo, entonces,

puede ser leído como aquello encarcelado tanto por el espacio como por determinantes

morales travestidos, porque ser mujer en el espacio de bloques es un equivalente a ser

prostituta, hecho que se consigue a partir de un direccionamiento único y totalizante de las

dinámicas laborales.

1.2 Cuerpo que encarcela: un diálogo entre el trabajo y el dolor.

Más arriba concluimos que las habitantes de la zona de bloques no realizan juicios

negativos en torno al oficio que determina su dinámica laboral, ya que entienden al mismo

39
como un trabajo, como una prestación de servicios que es retribuida monetariamente. Esta

despreocupación por la labor que se ejerce, ya veíamos, es contraria a la comprensión que

la sociedad de centro realiza en torno al trabajo. El discernimiento de la sociedad de centro

está determinado por una escala de valorización que tiene como principal objetivo

categorizar los tipos de trabajo, hecho que, de cierto modo, les impide pensar en el trabajo

en sí, como práctica que se ejerce a través de un sometimiento específico del cuerpo.

Antonio Negri, en su ensayo titulado “El monstruo político. Vida desnuda y potencia”

reconoce la importancia de entender aquello que provoca sufrimiento y que pasa

inadvertido por la naturalización de las tecnologías mediante las cuales el poder aprisiona y

conduce las existencias de los sujetos. El autor en cuestión comprende que son peligrosos,

para el estado de cosas que dispone el poder, quiénes desarrollan una toma de consciencia

de dichas tecnologías, las cuales se vuelven visibles para los sujetos que entienden, gracias

a “la experiencia cotidiana del cansancio y de la mortificación de trabajo” (Giorgi, Ensayos

sobre 101), que su cuerpo, concretamente, no les pertenece.

La protagonista de Fuerzas Especiales entiende que, en gran medida, la vida que

vive no es suya, y aunque enuncie que “la resignación [rige] la totalidad de [sus] hábitos”

(Eltit 20), y aunque para cumplir el rol al que está determinada por ser mujer “Teng[a] que

olvidar[s]e de [s]í misma” (Eltit 39), no puede evitar desear que su cuerpo deje de dolerle.

Ya decíamos, por un lado, que ella no le presta gran atención a la acción de comercializar

su cuerpo, pero, por otro, es preciso que analicemos en qué decanta el hecho de que la

misma no pueda elidir de sus pensamientos el sufrimiento que implica el trabajo que

realiza. Podemos ver que la protagonista es consciente de que experimenta dolor mediante

la comparación de las sensaciones que advierte ante la entrega voluntaria de su cuerpo, por

40
un lado, y ante la entrega del mismo con fines monetarios, por otro. En un pasaje muy

significativo de la novela -que citaré completo- ella explica cómo la introducción de la

violencia sistémica, al espacio en el que habita, la alejó de la posibilidad de experimentar la

pertenencia de su cuerpo, diciéndonos:

Pienso en el Omar. Pienso que él podría aminorarme como en algunas tardes de los

años pasados cuando me mostraba su lulo y yo me preparaba calzones abajo para

sentir un goce siempre extraño, invasivo. Un goce que transcurría en mí, pero sin

mí. Solo el Omar, o solo con el Omar era posible porque su torso estaba en la misma

línea del mío y él no me pedía nada ni me impedía nada y yo le dejaba todo el

espacio que necesitaba para unas exhalaciones que recorrían sus vértebras una a una

hasta que se detenían en el último hueso que sujetaba su cabeza y entonces se

entregaba a la paz. Me puse frenética cuando descubrí que podía multiplicarme en

pedazos que semejaban juegos de moléculas en fuga, biologías diezmadas,

fragmentos de gusto que se partían en un viaje diverso. No eran mis vértebras como

le ocurría al Omar, no, para mí era una suma incalculable de pedacitos, divisiones

de divisiones que iban de abajo hacia arriba hasta la desaparición de los contornos.

Había en esos años o en ese año un acercamiento total con el Omar aunque tuvimos

el cuidado de mantener la simpleza. Pero llegaron los tiras y los pacos, se produjo

una intervención policíaca apoyada por las astas de un helicóptero, se estacionaron

las cucas y las tanquetas… (Eltit 135-136)

Este pasaje de la novela nos muestra que la protagonista observa con nostalgia aquellos

momentos en que podía experimentar placer a través del sexo. Cuando para ella el hecho de

mantener relaciones sexuales se transforma en rutina y su cuerpo se pone en función del

41
trabajo, pierde la capacidad de sentir placer, ello porque, en gran medida, la invasión a la

que somete su cuerpo, en este caso, supone un padecimiento activo de dolor: “llevo diez

minutos exactos sentada arriba del lulo que se clava adentro de mí como si recibiera el

impacto de una sucesión de balas de alto calibre, una y otra, una detrás de otra” (Eltit 100).

Es justamente el hecho de comparar este ejercicio no voluntario con la entrega intencional

de su cuerpo, lo que permite que le sea posible identificar que está encarcelada en un

cuerpo que no es suyo. Respecto a lo mismo Le Breton en Antropología del dolor (1999)

señala que “El dolor es un momento de la existencia en que el individuo confirma la

impresión de que su cuerpo es extraño a él (…). [Y] La conciencia se descubre encerrada

en las fronteras de un cuerpo en cuyo reconocimiento fracasa, pero que le impone su

presencia” (25). La protagonista, entonces, presa de su condición sin salida, centra su

atención en el dolor que padece e intenta escabullirse del mismo, pues entiende que no

puede dejar de trabajar. Significativo, en este sentido, es el capítulo titulado “El lulo”, en el

cual se nos narra lo que significa para la protagonista el hecho de trabajar teniendo sexo y

las medidas que toma para evitar el dolor. Por un lado, encontramos la ingesta de

medicamentos, que actuarían específicamente en la dimensión fisiológica de su cuerpo:

“pienso en la pastilla vencida. La píldora que nos pasó el Lucho en la mañana. (…) Aquí

tenís, me dijo, te la tomái y se te pasa todo, pa que no te quejís. (…) El lucho quería

socorrernos y por eso nos regaló los remedios. (…) Pero no me hacen efecto porque están

vencidas, pienso” (Eltit 100). Ahora bien, el hecho de que las pastillas no funcionen hace

que la protagonista busque otros métodos que proponen una sanación a partir del nivel de

consciencia asociado al dolor, contemplando una dimensión sicológica de enfrentarse al

mismo. Así, nos cuenta que

42
La mariposa fue (..) una técnica que quise poner en práctica. La saqué de un sitio de

sanación que aseguraba que el dolor no era exactamente real. Decía que el dolor no

existía en sí mismo sino que formaba parte de la imaginación humana y que

requería de un esfuerzo mental para ahuyentarlo. (…) –afirmando luego que- Por

eso puse en la pantalla la mariposa. Fue una imagen que me pareció anestésica por

su constante aleteo. Pensé que si me hacía una con sus alas podría evitarme a mí

misma, huir, salirme de mí y dejarme afuera con todo el dolor por las clavadas del

lulo. Pero la mariposa me falló porque lo que nunca pensé fue que la mariposa

incentivaría mi dolor con sus alas tal como yo me muevo amarilla arriba del lulo.

No imaginé que la mariposa incentivaría mi dolor y la técnica resultaría un

tremendo fracaso. (Eltit 101)

Lo ineficaz que resultan ambas técnicas, entonces, no hacen sino incrementar su condición

de encarcelada, de sujeto que está obligado a existir en el cuerpo de un enfermo terminal.

En este sentido, resulta interesante la premisa que expone Lyotard en Economía libidinal

(1974), específicamente en el capítulo titulado “Prostitución institucional” donde señala

que “Ella no es un sujeto (…) sino en la medida que se ha prostituido” (196). Esta frase

podemos observarla desde dos aristas. La primera de ellas es literal y determinante: la

protagonista por ser mujer debe ser prostituta, y su cuerpo no puede estar en función sino

de aquello que la mortifica, legitimando su condición de encarcelada. Y la segunda, es que

precisamente la prostitución y el padecimiento activo de dolor asociado a su oficio, son los

que posibilitan en ella una toma de consciencia sobre su propio cuerpo, al que buscará

transformar: ofensiva categórica, contra las tecnologías de sujeción, de la teoría de Antonio

Negri. A continuación revisaremos en qué decanta la toma de consciencia experimentada

43
por la protagonista, es decir, de qué modo el umbral, que es su propio cuerpo, es afectado

por su interioridad que reconoce y rechaza aquello que la vuelve prisionera de sí misma.

1.2.1 Comprensión del dolor: vida y muerte.

Le Breton, dice al respecto que “la ofensiva terminal del sufrimiento plantea la

delicada cuestión de la eutanasia. El deseo de morir se intensifica si el enfermo tiene la

impresión de que su existencia sólo se da en función de su dolor, y que los penosos

cuidados soportados lo prolongan sin que pueda ejercer la menor soberanía sobre el resto de

vida que le queda”(39). Sin embargo, a partir de dicha lectura del antropólogo y sociólogo,

resulta curioso que la protagonista, a lo largo de la novela, pese al estado de cosas que la

envuelve y aprisiona, tenga fantasías respecto a su muerte pero no considere la posibilidad

del suicidio o la provocación de asesinato para escapar del dolor12. Contrario a ello, siente,

por un lado, alegría y alivio por seguir con vida: “tenemos más vida todavía porque los

carros de los policías no se detuvieron hoy en el frente de nuestro bloque” (Eltit 35); y por

otro, temor a la muerte: “La potencia de los ladridos de los perros me despierta con un

miedo terrible a que entren los ratis o los pacos al cíber y me metan a la cuca junto con el

Lucho y el Omar. Que me manoseen, que me violen, que me maten adentro de la cuca o

que me mutilen en el interior de una tanqueta” (Eltit 53). La interpretación que le doy a esta

forma de entender la vida y la muerte por parte de la protagonista, da cuenta de un germen

de rebeldía, ya que si bien asume que “[Está] presa del cuadrante bloque” (Eltit 77), existe

en ella un impulso que se resiste a validar la sentencia de este hecho, surgiendo en ella ya


12 “Quisiera apagar el computador y esperar mi muerte en el cubículo” (Eltit, 144) En esta cita podemos
apreciar cómo la protagonista de la novela fantasea respecto a su muerte. Una fantasía que catalogo como
pasiva, pues si ella quisiera morir podría hacerlo: optando por el suicidio o, según el contexto de la novela,
bastaría con que ella provoque a un agente represivo para conseguir que la asesinen.

44
no la necesidad de escapar del dolor, porque no puede, pero sí la necesidad, al menos

simbólica, de crear una corporalidad distinta que se ampara nostálgicamente en los

recuerdos de sus orgasmos, pues allí fue que experimentó el hecho se sentirse habitante de

sí misma. Michel Foucault, dirá al respecto en su conferencia titulada El cuerpo utópico.

Las Heterotopías, que si bien el cuerpo es una gran cárcel, existe una filiación del sujeto en

torno a la propiedad del mismo, y que precisamente por ello es que “a uno le gusta tanto

hacer el amor (…) porque, en el amor, el cuerpo está aquí” (18), siendo la ausencia de sexo

no mercantilizado (o amor), lo que hace que la protagonista enuncie lo siguiente: “si no me

asustara, si no me doliera tanto, si no tuviera que subir y bajar con furia, con un ritmo cada

vez más frenético, ridículo, hiriente, no estaría melancólica ni menos descontenta” (Eltit

109)

Teniendo en cuenta los tres apartados ya revisados: primero, dilucidamos que el

cuadrante bloque y sus lógicas espaciales y morales encarcelan al cuerpo de la protagonista;

segundo, entendimos que es el cuerpo de la protagonista el que la encarcela; y tercero, que

la contraposición entre habitarse a sí misma versus la comprensión de que es prisionera de

sí, es la que permite que en la protagonista surja una delicada reflexión en torno a su vida y

a su muerte que decanta en el deseo de crear una corporalidad distinta. A continuación

revisaremos cómo la protagonista crea su nueva corporalidad y qué significa esto cuando lo

pensamos a partir del concepto vida en potencia.

2. Vida en potencia: la creación de una corporalidad distinta.

Hacia el final de la novela Fuerzas Especiales nos encontramos con un hecho

significativo para la comprensión corporal que ya hemos estado revisando en este capítulo.

45
La protagonista junto a sus compañeros del cíber, el Lucho y el Omar, nos cuentan:

“Estamos parapetados en el cíber. Ya nos digitalizamos. Navegamos el cubículo para

probar el primer video juego chileno. Un veloz juego de defensa diseñado por el Lucho,

musicalizado por el Omar y perfeccionado por mí” (Eltit 165). Este hecho demuestra,

primero, una subversión del espacio, ya que éste deja de figurar como el lugar de la

prostitución y se convierte en un sitio no laboral en el que los sujetos se resguardan de lo

externo; y segundo, una subversión del cuerpo: “Movemos el cursor con maestría. Empieza

el juego. Y entonces aparecemos en la pantalla” (Eltit 165). La protagonista junto a sus

compañeros, ingresan, entonces, en un espacio de resistencia, ya que no están encarcelados

en el cíber, sino parapetados en el mismo, defendiéndose -podríamos decir- de todo lo

externo. Antonio Negri, respecto a la transformación de los espacios señala que “La

subversión se abre a la constitución. Y el «no-lugar» sobre el que se han desarrollado los

movimientos normales de la multitud deviene un lugar que se metamorfosea, dándole

consistencia al tiempo y al espacio, a la lucha y a la decisión” (Ensayos 139-138). Así, el

espacio del cíber se transforma en un lugar que, ahora, además de ser de ellos, es para ellos,

pues permite que los sujetos que lo habitan puedan crear una corporalidad distinta, ya que

es ahí donde adquieren la posibilidad y las herramientas necesarias para hacerle frente a la

violencia material inmediata a la que estaban sometidos, aún cuándo sea a través de un

medio virtual que decanta en una forma simbólica de rebelarse. Ahora bien, no es momento

de que nos fijemos en la validez de dicha forma de rebeldía –que revisaremos en el tercer

capítulo de esta investigación-, más sí en lo que impulsó a estos sujetos a digitalizarse.

Ya decíamos que la comprensión del cuerpo como umbral permitía la posibilidad de

que existiera una potencia revolucionaria, Antonio Negri, al respecto, señala que dicha

46
posibilidad “se nutre de la expansión de las pasiones que tienden a la formación de un

nuevo cuerpo” (Ensayos 134), y es justamente el contraste entre un cuerpo que se

experimentó a sí mismo versus la noción de un cuerpo que no se pertenece a sí, lo que le

permite a la protagonista de Fuerzas Especiales la toma de conciencia, por un lado, de que

su cuerpo no es suyo, y la necesidad, por otro, de desear habitarse a sí misma. Así, es

afectada por una dimensión exterior que la alejó de sí, pero también por una dimensión

interior que, a través de la nostalgia –casi de un infantilismo-, le impide asumirse en un

estado de sumisión pleno13.

A modo de cierre, entendemos, entonces, que la vida sometida a lo desnudo,

“emerge también (…) como fuerza que atraviesa las construcciones normativas del

individuo y de lo humano, y que las amenaza con su pura potencia de devenir y de

alteración” (Giorgi, Ensayos 11). Por ello es que la creación de un nuevo cuerpo por parte

de los personajes nos permite leer a vidas desnudas que devienen vida en potencia, pues a

través de este hecho los sujetos se rebelan contra el determinismo, mostrándonos a través

de sí mismos un defecto en el funcionamiento maquínico del poder, pues a través de dicho

acto emergen ya no como una pieza enteramente circunscrita a las dinámicas de sujeción,

sino como un engranaje defectuoso y –al menos- virtualmente amenazante.


13
Ya decíamos que el «umbral» refiere una doble afectación, tanto interior como exterior, que recae en el
cuerpo de los sujetos. Cuando hablamos de afectación exterior nos centramos en todo aquello que rodea a la
protagonista, pero, específicamente, a su condición de mujer-prostituta que vuelca el cuerpo y la vida de la
misma en función de su trabajo. La comprensión de ello, por parte de la protagonista, da pie a una afectación
interior, en la que recuerda cómo era su sexualidad cuando su cuerpo no estaba puesto en función de la
prostitución sino de disfrutarse placenteramente a sí misma. Este debate entre lo externo y lo interno es lo que
vendría a provocar aquel impulso que la lleva a resistir su condición de desnudez, y hace que surja en ella la
necesidad de poner su cuerpo en función de sí y a crear una corporalidad distinta, alineándose así a lo que
Antonio Negri entiende como vida en Potencia.

47
V. La vida del bloque ¿Desnudez y/o Potencia?

A partir del análisis realizado en los capítulos anteriores de esta investigación, nos

ha sido posible encontrarnos con el particular de que la novela contenga en sí alcances tanto

con la teoría fatalista de Giorgio Agamben, que ensaya la producción sistemática de vidas

desnudas, así como también con la teoría, algo más esperanzadora, de Antonio Negri, que

ensaya la posibilidad de existencia de potencias de vida. Este hecho me lleva

inevitablemente a reflexionar en torno a cuál de las dos categorías prima, a fin de cuentas,

cuando revisamos la novela en su totalidad. Es por ello que en este último capítulo me daré

a la tarea de analizar el diálogo entre ambas teorías con el fin de resolver qué tipo de vidas

son las que está produciendo Diamela Eltit en su escrito. Para ello revisaré cómo dialogan

el mundo real y la realidad virtual en la novela. Analizando, primero, al cíber como lugar

circunscrito a la zona de bloques, siguiendo una lógica focaultiana de entender los espacios

carcelarios; segundo, la afectación del cuerpo de la protagonista en su dimensión real

cuando decide digitalizarse y existir en la realidad virtual; y, tercero, qué es aquello

transversal entre el mundo real y la realidad virtual, y cuáles son sus implicancias cuando

reflexionamos en torno a la oposición desnudez/potencia.

1. Teorías en tensión

En el primer capítulo de esta investigación dimos como lectura concluyente que el

espacio que presenta la novela Fuerzas Especiales funciona en pos de la construcción de

vidas desnudas. Esto quiere decir que a un bloque humano en particular se le niega, por un

lado, una participación política, y por otro, una inclusión judicial. Los sujetos habitantes de

dicho espacio, por tanto, son concebidos por el poder no como sujetos, sino como cuerpos

48
combustibles que existen para que el poder pueda reafirmarse a sí mismo con el fin de

impedir posibles subversiones. Pues la existencia de ese sitio en particular, al que Giorgio

Agamben nomina como espacio de excepción, viene a recordarnos que, efectivamente,

existe un poder que puede decidir ya no sólo sobre la vida sino también sobre la muerte de

las personas. Resulta curioso, entendiendo aquello, que Diamela Eltit permita que en ese

espacio existan sujetos que se resistan a su condición de desnudez. En el segundo capítulo

de esta investigación dimos cuenta de cómo al menos tres sujetos se niegan a asumir su

condición combustible a través de la creación de una corporalidad distinta, hecho que,

según Antonio Negri, es la primera manifestación de una vida que se transforma en

potencia. Esto quiere decir que, al negar lo determinante de la desnudez, los sujetos dejan

de considerarse a sí mismos como objetos de combustión, deviniendo otros.

A partir de ello, vale que nos preguntemos cuáles son alcances de la manifestación

de potencias de vida en términos del posible peligro que provocarían para el estado de

cosas que dispone el poder, y por otro, qué tan real es la liberación que experimentan los

sujetos cuando deciden crear una corporalidad distinta en un plano virtual. En otras

palabras, la pregunta categórica que definirá este capítulo es la siguiente: ¿El acto de no

asumirse materia de combustión, por parte de la protagonista, puede ser leído como una real

liberación entendiendo que la nueva corporalidad existe en un plano virtual? A

continuación, con el objetivo de responder a dicha interrogante, analizaré el espacio del

cíber en tanto lugar de la virtualidad, a partir del diálogo entre éste y la zona de bloques. Y

además, de modo tangencial, analizaré el nivel de consciencia que la protagonista tiene en

relación a su tránsito por la realidad virtual, con el fin de cuestionar en qué medida su acto

corporal es voluntario y por ende significativo en términos de liberación.

49
2. El cíber.

A modo de mapeo, y utilizando un conocimiento general, el cíber es la palabra

diminutiva y popular de cibercafé: un espacio en que hay computadores y lo relativo a

ellos, en el que las personas, a través de la entrega de una suma de dinero, pueden tener

acceso a las máquinas y a internet. En su primera forma el cibercafé era un sitio abierto en

el que las personas además de tener acceso a computadores, podían servirse bebestibles y

comida y, abiertamente, socializar. Luego, irrumpe en ese espacio la noción de privacidad y

los computadores se restringen a cubículos en que los accesos de las personas a las

máquinas y a internet, se convierte en una práctica más íntima. Además de ello, los cíber

empezaron a proliferar y se instalaron como un espacio de acceso para quienes no podían

tener computadores y/o contratar un plan de internet para su hogar. Los cíber, entonces,

irrumpen en el espacio marginal. Diamela Eltit, en una entrevista realizada por Carolina

Rojas N, señala que comprende al cíber como

Una vía, un flujo que ingresa y que hace posible accesos para un grupo que

tradicionalmente no cuenta con tecnologías y [que] en ese sentido [le] parece

interesante que exista. [Agregando además, que] En el cíber hay muchos mundos

oscuros, hay encuentros y quise ponerme en ese lugar y de cómo funciona como

sitio de intercambio sexual (s/n)14.

Es interesante la observación que la mayoría de los que han realizado críticas y reseñas en

torno a Fuerzas Especiales identifiquen al espacio del cíber como un lugar entrecomillas

positivo en dónde la protagonista está presuntamente resguardada. Loreto Montero, en su

reseña del libro, señala que en el cíber los personajes “acceden a un estado que les permite

14
http://www.resonancias.org/content/read/1530/fuerzas-especiales-nueva-novela-de-diamela-eltit-por-
carolina-rojas-n/

50
dejar de pensarse en la constante fatalidad que los rodea” (s/n)15; Carolina Rojas, señala

que la protagonista “está inmersa en el cíber como escape” (s/n)16. Distinto a ellas, e

independiente de lo grotesco que puede resultar el ciberespacio “con su infinita capacidad

de asociación en torno a las preferencias más extravagantes (…) para los usuarios

amparados en el anonimato de los apodos o nicknames” (s/n)17, para mí resulta fundamental

la revisión del cíber como espacio de lo virtual, y el diálogo que tiene esa virtualidad no

solo con el sujeto que accede a internet, sino también con el cuerpo de éste que se acomoda

en una silla frente al computador.

3 La virtualidad: ¿liberación o sucedáneo?

Resulta inevitable dudar de la liberación de la protagonista de Fuerzas Especiales, a

partir de la creación de una corporalidad distinta en un medio virtual, por dos motivos:

primero, porque no es su propio cuerpo sino una digitalización del mismo el que se pone en

función de nuevas dinámicas; y segundo, porque el cíber es un espacio permitido dentro de

la zona de bloques. Ya decíamos, a partir de nuestro análisis focaultiano de entender los

espacios carcelarios, que éstos son una maquinaria compleja y para nada azarosa, dispuesta

por el poder con el fin de imponer una total disciplina. Entendiendo esto, identificar al cíber

como un espacio de resistencia se torna en gran medida impreciso, ya que si bien éste

permite que los sujetos ahí dentro experimenten una dimensión que los libera, el espacio en

cuestión sigue formando parte del cuadrante bloque. Michel Foucault, en Vigilar y


15
http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-71812014000200013
16
http://www.resonancias.org/content/read/1530/fuerzas-especiales-nueva-novela-de-diamela-eltit-por-
carolina-rojas-n/
17
http://www.revistaintemperie.cl/2013/10/21/fuerzas-especiales-diamela-eltit/

51
Castigar, específicamente en el apartado titulado “El arte de las distribuciones”, señala que

cada uno de los espacios en que se subdivide el espacio carcelario cumple una función

específica: “Al organizar las "celdas", los "lugares" y los "rangos", fabrican las disciplinas

espacios complejos: arquitectónicos, funcionales y jerárquicos a la vez. (151) En este

sentido, si entendemos al cíber como uno de los espacios que se incluyen dentro del espacio

carcelario de bloques, podríamos hacer una nueva lectura del mismo: ya no como un

espacio de resistencia18 sino como una celda sofisticada en la que los sujetos experimentan

libertad en directa proporción a su nivel de encierro: propuesta que revisaremos a

continuación.

3.1 Los espacios se estrechan

“Estamos parapetados en el cíber” (Eltit 165). Es interesante como esta frase se

resignifica cuando somos nosotros, lectores privilegiados, los que la analizamos, y no la

protagonista leyéndose a sí misma dentro de dicho lugar. El acto de entender el cíber, por

parte de la protagonista, como una pseudo trinchera, le permite significar inmediatamente a

la digitalización como un hito de resistencia. Pero, cuando somos nosotros los que leemos

el cíber como una zona permitida dentro del espacio carcelario, podemos poner en duda la

lectura que hace la protagonista de sí misma dentro dicho lugar. Si hiciéramos el ejercicio

de dotar a la protagonista de nuestra lucidez, es decir, si la protagonista se pudiera leer a sí

misma así como la leemos nosotros, la sensación de protección que ésta experimenta

devendría en una especie de condena o sentencia. Entonces, en lugar de afirmar que ella y

sus amigos se encuentran “parapetados” en el cíber, debería afirmar que se encuentran

“encarcelados” en él. Ello porque nosotros, a diferencia de ella, podemos identificar cómo a


18
Ver páginas 45 a 47. Segundo capítulo, apartado 2: Vida en potencia: la creación de una corporalidad
distinta.

52
medida que avanza la novela se van estrechando los espacios: situación que, cuando es

dirigida desde el poder, se vuelve en contra y no a favor de la protagonista. Primero,

podemos ver que es el espacio de bloques el que está siendo delimitado y aislado del

exterior por una cadena policial: “Sitiados o encerrados, nadie entiende, los bloques

parecen la superficie de un tiempo anacrónico” (Eltit 145); y segundo, podemos ver que lo

que está siendo sitiado no es solo el espacio de bloques sino que cada block por separado:

“Los bloques están siendo amurallados por la policía” (Eltit 159). Ambas formas de

encierro son identificadas por la protagonista, quien además comprende este hecho como

una medida preventiva del poder: “dicen que en las cárceles se amotinan. (…) Pero aquí no

es necesario, no es necesario. Los símiles de edificios que tenemos bastan porque cabemos

cientos y miles en los treinta metros que existen detrás de los pasillos enrejados. Pasillos

cárceles en los que no nos amotinaremos jamás” (Eltit 161). Sin embargo, a partir de lo

anterior, resulta curioso que la misma persona que entiende que la estrategia de estrechez

espacial está en función del poder, no sea capaz de identificar su estadía en el cíber como

un nuevo tipo de encierro, como una forma renovada de prevenir motines.

La estrechez de los espacios, entonces, la entenderemos como una medida que el

poder tiene para prevenir posibles subversiones: “la disciplina exige a veces la clausura, la

especificación de un lugar heterogéneo a todos los demás y cerrado sobre sí mismo. (…) Es

preciso (…) evitar las distribuciones por grupos; descomponer las implantaciones

colectivas; analizar las pluralidades confusas, masivas o huidizas” (Foucault, Vigilar 145-

146). No es extraño, entendiendo esto, que la protagonista junto a los sujetos con los que

más se comunica y comparte un resentimiento hacia la fuerza que los aprisiona, sean

encarcelados en el cíber -espacio heterogéneo y clausurado- pues al relegarlos ahí el poder

asegura que éstos se tornen un bloque indefenso que: 1) no propague su discurso

53
contestatario al resto de la población que habita la zona de bloques, y 2) no infrinja un daño

directo al cuerpo policial. El cíber, en este sentido, tiene los efectos de una droga que actúa

sobre los sujetos posibilitando un escape ilusorio de la realidad en la que viven y, además

de ello, este lugar no sólo los droga, sino que los convierte en adictos, pues sus accesos al

plano virtual ya no constan de navegaciones ocasionales, ellos dicen “Ya nos

digitalizamos” (Eltit 165). Idea en torno a la cual reflexionaremos en diálogo con las

propuestas que Slavoj Zizek, en El acoso de las fantasías, realiza en torno al cuerpo cuando

los sujetos ponen su existencia en función de la realidad virtual.

3.2 El espacio virtual: soñar desde una celda.

Slavoj Zizek, en su libro titulado El acoso de las fantasías, señala que “Ante el

ciberespacio hay que adoptar una actitud «conservadora» (…) [pues, a partir de allí] el

proceso de transición que se está desarrollando hoy día nos permite darnos cuenta de lo que

vamos perdiendo y lo que estamos ganando” (405). Ya decíamos, en el apartado anterior,

que la protagonista no alcanza a dimensionar, tras su ingreso al campo de lo virtual, aquello

que pierde, cegada por la suma de beneficios que encuentra ahí dentro. La transformación

más categórica que podemos encontrar al contrastar la zona de bloques –entendida como un

espacio real- con el espacio del cíber –entendido como el espacio virtual-, es la eliminación

del miedo. La protagonista, mientras transita entre los bloques y el cíber y aún no sucumbe

al encierro virtual, nos cuenta, en reiteradas ocasiones, en qué medida experimenta miedo,

y nos dice: “mi miedo es otro, no es pulcro ni redimible, es otro, otro, es como si la policía

hubiera atravesado todas las fachadas y sus escudos transparentes se me hubieran metido

adentro de la boca. Como si las fuerzas especiales de la policía corrieran directo hacia mí y

me lanzaran de manera sincrónica mil bombas de gas lacrimógeno que cegaran” (Eltit 89-

54
90). En el fragmento citado podemos identificar que el miedo que siente la protagonista se

corresponde directamente con la posibilidad de sucumbir ante la violencia detentada por los

aparatos de violencia estatal, lo que la convierte en un sujeto sometido, pues si bien nunca

ha sido víctima directa de la violencia estatal, sí es víctima directa del miedo que dichos

organismos infunden. Ahora bien, cuando la misma deja de transitar por los blocks y se

recluye al espacio del cíber, el efecto del miedo retrocede y su condición de víctima se

vuelve menos evidente. El ciberespacio le otorga a la protagonista de Fuerzas Especiales la

capacidad de olvidar su dimensión material pues se construye a sí misma en un plano

digital. Zizek apunta, respecto a lo mismo, que el ingreso al plano virtual “pone en peligro

nuestra percepción más elemental de «nuestro propio cuerpo»” (420); no hay duda de que

la protagonista perdió la percepción del mismo porque al digitalizarse dejó de entenderse

como un sujeto residente del espacio de bloques. Su ingreso al cíber la liberó de un miedo

que seguiría siendo real si ésta no estuviera recluida ahí dentro, para sentirlo solo bastaría

con que cruzara la puerta del cíber y saliera a la calle.

En el ciberespacio, a diferencia del plano real, la protagonista puede defenderse de

quienes le infundían temor por el hecho de que su integridad física deja de estar expuesta.

Ante este hecho, lo que la protagonista no logra dimensionar es que su cuerpo sigue

circunscrito a la realidad, ello porque dejó de entenderse como un sujeto “[preso] del

cuadrante bloque” (Eltit 77), en tanto puso su dimensión corpórea en función de su «yo

virtual». Sabemos, por lo que nos dice hacia el final de la novela, que está enferma: “No

puedo sentarme con comodidad porque el lulo ha hecho significativos estragos en mi

interior y no hay crema que suavice el daño” (Eltit 163); y más adelante, sin reparar en

dicho daño irreparable, nos cuenta que al interior del cíber: “[Mueve] el cursor con

maestría” (Eltit 165), respecto a esto Zizek señala que “la progresiva inmovilidad del

55
cuerpo se superpone con la hiperactividad corporal: por una parte, cada vez dependo menos

de mi propio cuerpo; mi actividad corporal se reduce cada vez más a enviar señales a

máquinas” (422). En un acto de enamoramiento hacia su «yo virtual», entonces, la

protagonista deja de prestarle importancia a su dimensión real; este acto nos remite

inmediatamente a lo que señala Zizek: “cabe afirmar que se trata de un sujeto débil que

fantasea con una conducta más agresiva para no tener que enfrentarse con su debilidad y

cobardía en la vida real”; así, la protagonista, débil y presuntamente empoderada, logra

revelarse ante la fuerza que la mantiene prisionera solo en términos simbólicos, pues el

espacio real sigue siendo el mismo y ella continua formando parte de dicho espacio.

Anulando su existencia material, ingenuamente, sin entender que justamente accedió a la

forma más alienante de sentirse libre: la virtualidad.

3 El traspaso del mundo real a la realidad virtual

Resulta paradójico que ante el sinnúmero de posibilidades que el ciberespacio le

entrega a los sujetos que acceden a él, que los tres personajes de Fuerzas Especiales

decidan hacer una réplica del mundo real en una realidad virtual. El juego que diseñan para

revelarse simbólicamente no es distinto al mundo real que los aprisiona, pues es un juego

de defensa. Si los tres personajes en cuestión lograron, en cierta medida, no sucumbir ante

la violencia material directa, fue precisamente porque idearon tácticas para defenderse de la

misma, la protagonista nos dice:

Estoy presa del cuadrante bloque y, para sobrellevar esta condición sin salida, es

que decidí moverme como una gata mal nutrida en cautiverio. (…) Pasaré como

todos los días, al lado de la tanqueta. Pasaré como si el poderoso metal de ataque y

los pacos no estuvieran allí y sortearé los tres autos de los tiras que están

56
estacionados justo en mi esquina. Los dejaré atrás mediante un paso humilde,

neutro. (Eltit 78).

Este hecho hace que me pregunte por qué, si vivían defendiéndose, escogen en un mundo

virtual seguir con dicha dinámica, conociendo la amplitud de posibilidades. Cuando intento

responder a dicha interrogante mi impresión inmediata es que los sujetos en cuestión están

profundamente afectados por la violencia y que, a causa de ello, están imposibilitados de

imaginar una realidad distinta. Diferente hubiese sido si el juego diseñado por los mismos

fuera de ataque, porque esto nos hablaría de un cierto de nivel de supremacía: los sujetos,

en el plano virtual, tendrían las armas suficientes para hacerle frente a la violencia. Pero no,

la dinámica de defensa, en un plano virtual, los sitúa en el mismo lugar desde el que

partieron, así, la siguiente sentencia enunciada por la protagonista cuando estaba inserta en

el mundo real se convertiría en algo transversal entre éste y la realidad virtual que le ofrece

el ciber: “Se mueven medio despavoridos los tiras, alarmados ante la luz que los delata,

(…) no entienden que todavía no estamos preparados para matarlos, no podemos porque

ellos volarían los bloques y lanzarían los cuerpos de nosotros a unas inacabables fosas

comunes abiertas en las acequias” (Eltit 80). Este fenómeno se alinea con lo que se señala

en el texto Virtualidad, ciberespacio y comunidades virtuales en que se entiende a la

virtualización como un “desplazamiento, no una transformación de lo real, sino más bien

[como] una continuación, una extensión de lo real” (Martínez, et al. 11)

El hecho de que exista una transversalidad que une el mundo real con la realidad

virtual da cuenta de cómo, incluso en un plano virtual, el poder sigue figurando

jerárquicamente en un lugar predominante. De éste modo, aunque el miedo se haya

replegado, sigue estando presente pero bajo una forma distinta, pues aparece en función de

evitar que los sujetos experimenten la posibilidad de pensar en una vida distinta. Este

57
hecho, a mi modo de ver, está garantizado a partir de la profundidad de su desnudez, pues

los sujetos están de tal modo alienados al contexto en el que fueron creados que no pueden

llegar a entenderse si no es a través del mismo. Ocupar el concepto desnudez no decanta

solo en el particular de que los sujetos hayan estado expuestos a una violencia desmedida

en la totalidad de su cotidiano, sino que se sustenta, además, en la graciosa forma en que

Diamela Eltit lo trasluce a través de su escritura. A lo largo de la novela nos encontramos

con una enumeración de distintos tipos de armamentos que están en boca de la

protagonista, cortando lo que ella nos narra, sin la necesidad de que por ello la misma

pierda su hilo narrativo, pues su conciencia no repara en dichas enunciaciones autómatas,

tal como vemos en el siguiente ejemplo: “Y tú, qué andái haciendo en la calle, que no te dai

cuenta que tenimos hambre. Había doscientas treinta bombas W71. O no te dai cuenta que

te estamos esperando pa que hagái la comida. Había mil bombas W79. O acaso no entendís

que tu mamá está enferma, tiritando, más perdida que nunca” (Eltit 27). Es precisamente

por este detalle que puedo entender que, aunque la protagonista se sienta aparentemente

libre, no lo está, no sólo porque la realidad virtual que experimenta se correlacione

directamente con su mundo real, sino porque además, imbuida en el sucedáneo de estar

liberada, sigue evidenciando su desnudez:

Había doscientas mil armas de sensores fusionadas CBU-97.

Estamos parapetados en el cíber. Ya nos digitalizamos.

Navegamos el cubículo para probar el primer videojuego chileno. Un veloz

juego de defensa diseñado por el Lucho, musicalizado por el Omar y

perfeccionado por mí. Movemos el cursor con maestría. Empieza el juego. Y

entonces aparecemos en la pantalla con el título que diseñamos:

«Pakos Kuliaos».

58
Había cuatro mil millones de proyectiles de artillería teledirigidos de alto

rango XM82 Excalibur (Eltit 165)

4. Desnudez y/o Potencia

Este capítulo fue realizado para dilucidar qué tipo de vida es la que nos está

presentando Diamela Eltit en su escrito, por ello es que pusimos en sospecha si la

digitalización que la protagonista hace de sí puede ser entendida en términos de liberación.

Pudimos ver, a partir de la reflexión entregada, que, a fin de cuentas, el hecho de que la

protagonista decida crear una corporalidad distinta en un medio virtual, no es realmente

liberador, ya que, por un lado, sigue circunscrita al cuadrante bloque: la zona que construye

desnudez; y por otro, existe una transversalidad entre la realidad que experimenta fuera del

cíber y lo que vive su «yo digital» dentro del espacio virtual. Sintetizamos este apartado,

entonces, concluyendo que la vida de la protagonista está circunscrita a la desnudez, pues la

potencia de vida que experimenta se alinea a una superficie simbólica restringida, que no le

permite sino replicar su realidad desnuda, pues a ella, como mujer habitante de la zona de

bloques, le está impedido imaginarse sino en la escala última de una jerarquía que, a través

del miedo, la obliga a mantenerse en un estado defensivo, pero jamás ofensivo, por lo que

ni siquiera en la virtualidad podrá atacar a la fuerza que la hizo prisionera desde que los

aparatos represivos estatales sitiaron y volvieron suya la zona de bloques.

59
VI. Conclusión

Después de embarcarme en esta investigación, y ya comenzando a escribir la

conclusión de la misma, me embarga una satisfacción extraña porque mis sospechas no

eran solo paranoia. Al finalizar Fuerzas Especiales me invadió una sensación de alivio que,

a saber, empatizaba con el alivio que suponía sentía la protagonista al dejar de ejercer la

prostitución para entregarse a pasar sus horas cíber en el videojuego que creó junto a sus

amigos. Pero, no muy distante de aquella sensación, y después de pensar la novela, sentí

algo parecido a la angustia. Y es que la protagonista seguía enumerando armamento y el

juego en cuestión era de defensa. La ambigüedad hizo surgir una pregunta y una respuesta

temprana. ¿Se habrá liberado la protagonista? fue la pregunta; y la respuesta fue: no, porque

el cíber -el especial cíber de la novela- está subyugado a la zona de bloques, y además el

inconsciente de la protagonista está contaminado a tal punto que ni sus sueños le

pertenecen. Para desambiguar esa carga emocional que me dejó la novela es que decidí

adentrarme en el campo biopolítico, que me ofreció dos formas particulares de pensar a la

protagonista: como una vida desnuda, o como una vida en potencia.

Ya realizada la investigación, me inclino a responder que Diamela Eltit construyó en

su novela a vidas desnudas, y que la protagonista, a fin de cuentas, no se liberó de nada y,

lo que es peor aún, se sometió siempre en ascenso. Para no culpar totalmente a la

protagonista de su sujeción, debo añadir que el espacio hostil -arquitectónico y social- en el

que habita, no solo construye sino que contribuye a que ella se aleje de su ser viviente

mientras se acerca a ser vida desnuda. Lo que más cuestiona esta declaración fatal en torno

a la liberación de la protagonista, es aquella toma de conciencia respecto a que su cuerpo no

le pertenecía, lo problemático de detenernos sólo en “la toma de consciencia” reside en que

dejaríamos fuera de discusión a un eje reflexivo interesante para hablar de liberación: el

60
cuerpo. ¿Cómo subvirtió su corporalidad? ¿Por qué se digitalizó y no se hizo soberana de

su materialidad en una dimensión real? ¿Cómo su toma de consciencia recae en su cuerpo?

¿Qué tan consciente es su toma de consciencia?

Si bien la protagonista identificó a lo que la tenía prisionera, que viene a ser el

espacio y su propio cuerpo, no logró significar su digitalización como una forma renovada

de presidio. Entender la acción de digitalizarse y su estadía en el cíber como otras formas

que el poder tuvo de impedir que saliera de su condición desnuda, es lo que abre la

hipótesis de esta investigación, la cual me lleva a afirmar que la potencia de vida funciona

sólo como un sucedáneo de liberación cuando surge en estados de cosas dispuestos para

crear vidas desnudas; en otras palabras, lo que afirmo es que el acto de atrincherarse en el

cíber y digitalizar su cuerpo, más que una toma de consciencia que implica resistencia, es

precisamente lo que termina por clausurar el ser viviente de la protagonista19.

Para ejemplificarlo, debemos imaginar a la zona de bloques como a una cárcel en la

que la protagonista transitaba por diferentes lugares: su departamento, el cíber, el negocio

del cojo Pancho, etc; y debemos leer su estadía en el cíber como el ingreso a una celda de

aquella cárcel. Si hacemos el ejercicio de leer al espacio virtual como aquel sitio que le

permitió una subversión corporal ilusoria a precio de poner su dimensión material en

función de una computadora, veremos que la protagonista no sólo fue renovadamente

encarcelada, sino que, lo que es aún más grave, podremos ver que fue ella misma quien

ingresó a su celda impulsada por la atroz necesidad de olvidarse por completo de su cuerpo

enfermo: que es aquello en lo que reside y a través del cual experimenta la dimensión del

miedo. El sucedáneo de liberación lo encontramos en esa posibilidad creada por el espacio



19 Volviendo a mis afectos, entiendo porqué mi alivio se convirtió en angustia, y es que me angustiaba que la
protagonista, enérgica, nos contara de su hito en el ciberespacio, sin darse cuenta que en realidad estaba más
encerrada que antes

61
desnudo, que le deja imaginar a la protagonista que es libre, con el fin de que no entienda la

correlación entre la disipación de su cuerpo y la clausura de su ser viviente. No entender

ello, o no tener la capacidad o posibilidad de hacerlo, es suprimir la potencia de vida, pues

esta surge, ya veíamos, en tanto el sujeto advierte que su cuerpo no le pertenece y pone su

existencia en función de crear una corporalidad distinta. Contrario a ello, la protagonista, en

términos de cuerpo, puso sólo a sus ojos, brazos y manos en función del computador,

mientras que su existencia real se redujo a tal punto que se convirtió más en un muerto

viviente frente a una pantalla que en un sujeto con un cuerpo en movimiento que manifiesta

vida.

62
VII. Proyecciones de investigación.

Ahora bien, más allá de conseguir haber concluido que la protagonista de Fuerzas

Especiales es mas bien una vida desnuda y que su momentánea toma de consciencia

funciona sólo como un sucedáneo de liberación, se me hace imprescindible pensar la novela

no sólo a través de su contenido textual sino a partir de su formalidad. Ocupar a lo

biopolítico solo como una herramienta de análisis literario me resulta contradictorio, pues

no creo que sujetos teóricos tales como Foucault, Deleuze, Agamben y Negri, hayan

reflexionado sólo en razón de la literatura. Contrario a ello, lo que nos entregan con sus

teorías es una forma crítica y profunda de pensar la realidad.

Bajo el supuesto de que Diamela Eltit quisiera hablarnos biopolíticamente, por un

lado, y reivindicar al margen, por otro; las Fuerzas Especiales de las que ella habla20 se

adecuarían además a las fuerzas especiales que el poder ocupa para intervenir física y

simbólicamente a los sujetos. Me resulta curioso, entendiendo aquello, la contradicción que

existe entre reivindicar al margen y ser un agente creador de vidas desnudas. Pienso lo

anterior porque, al revisar la forma en que está construida la novela, encuentro el particular

de que esté escrita a modo de testimonio, generándose una ficción testimonial. Según

señala Beverly, “el narrador del testimonio no es el subalterno como tal, sino más bien algo

así como un “intelectual orgánico” del grupo o la clase subalterna, que habla a (y en contra

de) la hegemonía a través de esta metonimia en su nombre y en su lugar” (19), rasgo que


20
Diamela Eltit, con las “palabras que usó para el título, visibiliza a las Fuerzas Especiales (grupo
especializado de Carabineros) que desalojan estudiantes de los colegios en toma, la misma unidad encargada
de los allanamientos en las comunidades mapuches. Pero aclara que también alude a las fuerzas que se
necesitan para resistir en una población periférica y sus espacios habitacionales minúsculos”, señala Carolina
Rojas en http://www.resonancias.org/content/read/1530/fuerzas-especiales-nueva-novela-de-diamela-eltit-
por-carolina-rojas-n/

63
identificamos en el discurso de la protagonista, de forma explícita, en tres ocasiones, en las

que esta se entiende a sí misma como la portadora tanto de las experiencia como también de

la voz de quienes comparten con ella el espacio en el que habita: 1) “Entiendo lo que el

bloque entero experimenta y calla” (Eltit 48); 2) “Soy multitudinaria, estoy en todas partes,

me proyecto como Dios y me amplifico dotada de una esquirla de divinidad. Pero no soy

yo, somos el yo bloque que habita genéticamente en cada uno de nosotros” (Eltit 78); y 3)

“Pero, en esta mañana, enteramente neutralizada por mi ánimo, comprendo, con una

sabiduría que me alarma, que tengo la misión de representar a la parte más común de la

humanidad y a la zona más repetida del bloque.” (Eltit 79). Lo que me interesa, en

resumidas cuentas, es pensar el testimonio a partir de una arista política, pues, en palabras

de Beverly,

La incorporación del testimonio a la torre de marfil del humanismo académico-

literario puede esconder a veces una lucha a muerte sobre el poder de la

representación. La tensión entre el testimonio y la literatura culta es una tensión no

sólo históricamente determinada sino necesaria en el mundo actual; de ahí que

debemos estar en guardia contra su domesticación académica. (23)

Me pregunto entonces, suponiendo que Fuerzas Especiales converge directamente con lo

que se entiende por un testimonio, si Diamela Eltit, al crear una ficción testimonial, está

domesticando académicamente al género en cuestión y, yendo más allá, a la bipolítica.

Pienso en esto porque, como ya veíamos en el primer capítulo: los blocks y el asedio

policial sobre los mismos existen en la realidad chilena, así como también los cíber como

espacio de sexo y prostitución21. Vuelvo a preguntarme, entonces, ¿qué sentido tiene crear


21
http://www.lanacion.cl/noticias/vida-y-estilo/motel-a-quina/2008-05-31/185113.html

64
una ficción testimonial si, en nuestra realidad actual, existen sujetos que pueden, a través de

su propia voz, enunciar lo que experimentan? Es precisamente respondiendo a esta

interrogante que logro realizar el traspaso de lo biopolítico del texto al mundo real, pues si

suponemos que los fines que motivaron a Diamela Eltit a escribir su ficción fueron los de

hacer visible la desnudez de las vidas que retrata, la misma, a partir de dicho trabajo

intelectual, no hace sino situar a las vidas que construye en el campo de lo desnudo, ya que

las poblaciones de margen de nuestro país no sólo están sumidas en una miseria infinita que

se sustenta en su exclusión política y judicial, sino que además, como podemos ver, se les

excluye por una academia que estetiza la pobreza y que está en vías de domesticar a lo

biopolítico, a medida que va silenciando voces: incluyéndolas a través de la exclusión.

65
VIII. Bibliografía

Agamben, Giorgio. Estado de excepción. Homo Sacer II, I. Buenos Aires: Adriana Hidalgo

editora, 2005. Impreso

---. Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida I. Valencia: Giulio Einaudi editore s.p.a.

1998. Impreso

Arriagada, Camilo et al. “La vivienda social en el período de participación popular 1964-

1973”. Chile. Un siglo de políticas en vivienda y barrio. Santiago: Pehuén Editores Ltda,

2004. 125-179. Impreso

Butler, Judith. Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y discursivos del

“sexo”. Buenos Aires: Paidos, 2002. Impreso

Carrasco, Gustavo y Orlando Sepúlveda. “Reflexiones en torno a La producción serializada

de viviendas sociales en Chile” Boletín del Instituto de la vivienda. Dic. 1991. 23-34.

Impreso.

Cassas, Fernando et al. “¿Prostitutas o trabajadoras sexuales?” Creación y producción en

diseño y comunicación nº13. Dic. 2007. 20-22. Impreso.

Eltit, Diamela. Fuerzas Especiales. Santiago: Grupo Editorial Planeta, 2013. Impreso.

66
Foucault, Michel. Vigilar y Castigar. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2005.

Impreso

---. El cuerpo utópico. Heterotopías. Buenos Aires: Nueva visión. 2010. Impreso

Frei Montalva, Eduardo. Un mundo nuevo, respuesta a una carta: Eduardo Frei Montalva.

Santiago: Ediciones Nueva Universidad, 1973. Impreso

Galvani, I. H. La vida cotidiana en el ciberespacio. La Plata: Facultad de Humanidades y

Ciencias de la Educación, 2003. Disponible en línea

http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.541/te.541.pdf

Giorgi, Gabriel. Formas comunes. Animalidad, cultura, biopolítica. Buenos Aires. 2014.

Giorgi, Gabriel y Fermín Rodríguez, Comp. Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida.

Buenos Aires: Paidos, 2009. Impreso

Le Breton, David. Antropología del dolor. Barcelona: Editorial Seix Barral, 1999. Impreso

Zizek, Slavoj. El acoso de las fantasías. Espa Pdf, 2011. Disponible en línea.

http://assets.espapdf.com/b/Slavoj%20Zizek/El%20acoso%20de%20las%20fantasias%20(2

577)/El%20acoso%20de%20las%20fantasias%20-%20Slavoj%20Zizek.pdf

67

También podría gustarte