Está en la página 1de 3

Sobre las primeras oralidades

(Capítulo II, Oralidad y Escritura, Ong)


Saussure dice -afirma Ong- que la escritura representa de manera visible la lengua
hablada. A partir de esas y otras sentencias, surge la pregunta: “¿qué hay de nuevo en
nuestra comprensión moderna de la oralidad?” (Ong, 1987: 26).

Mucho tiempo se ha estudiado a Homero y sus composiciones desde diferentes


perspectivas, por ejemplo, prejuicios, contrastes entre oralidad y escritura, caligrafía y
topografía, etc. Si se hace un recorrido temporal de esto, en primer lugar, los hombres de la
antigüedad plantearon lo siguiente: Cicerón menciono que el texto de los dos poemas
Homéricos revisión –versión- de Pisístrato; por su parte, Flavio Josefa afirma que Homero
no sabía escribir, y que por ello la cultura hebrea era superior a la griega, pues la primera ya
conocía la escritura. En el siglo XVII, Francois Hedelin (escritor francés) acusó a La Ilíada
y a La Odisea de tener una mala trama, de una vaga descripción, de personajes mal
construidos y, sobre todo, de ser ética y teológicamente despreciables. Termina diciendo
que Homero, en realidad, nunca existió. En esos mismos años, Richard Bentley (crítico
inglés) dijo que si existió alguien llamado Homero, pero que lo que “escribió” fue reunido
500 años más tarde en la época de Pisístrato. Giambattista Vico (filósofo italiano) afirmó
que no existió Homero y que esas creaciones eran obra del pueblo. Robert Wood
(arqueólogo inglés) opinó que Homero no sabía leer, pero que tenía una gran memoria y a
partir de ella pudo producir esa poesía. Wood le otorga importancia al papel de la memoria,
pues afirma que ésta tiene un papel fundamental en las culturas orales. Rousseau también
consideró que Homero y sus contemporáneos desconocían la escritura. Entre las teorías de
los llamados Analistas, se menciona que los textos de Homero eran combinaciones de
poemas o fragmentos anteriores. En el siglo XX, a principios, los Unitarios sostenían que
La Ilíada y a La Odisea tienen una estructura perfecta, congruente, al igual que sus
personajes, que era muy difícil que fuera una unión de diferentes redactores.

Ong propone, entonces, tomar la obra de Milman Parry como base de estos estudios.
Su descubrimiento, dice Ong, puede expresarse así: “virtualmente todo aspecto
característico de la poesía homérica se debe a la economía que le impusieron los métodos
orales de composición. Estos pueden reconstruirse mediante un análisis cuidadoso del verso
mismo”. (Ong, 1987: 29). Según lo que fue dicho a lo largo de los siglos, se estableció que
Homero no era un poeta ni principiante, ni malo, pero que si había utilizado frases
comunes, y fórmulas que las repetía y las repetía (eso también asegura Parry). Además, se
afirma que su lengua no era un griego que se hubiera hablado en la vida cotidiana, sino un
lenguaje “creado” a través de los poetas generación tras generación. Entonces, Ong se
pregunta: “¿cómo era posible que una poesía tan descaradamente formularia, tan llena de
partes prefabricadas, con todo fuera tan buena?” (Ong, 1987: 31). Havelock, como
respuesta a las inquietudes de una cultura occidental identificada con Homero, propone que
los griegos de la edad de Homero valoraban los lugares comunes, valoraban, en otras
palabras, la constitución formularia del pensamiento, pues en una cultura oral el
conocimiento adquirido debía ser repetido para no perderse. Ong asegura que

La importancia de la antigua civilización griega para el mundo entero


comenzaba a aparecer bajo una luz completamente nueva: marcó el punto
en la historia humana cuando el conocimiento de la escritura alfabética,
profundamente interiorizado, por primera vez chocó de frente con la
oralidad (Ong, 1987: 32).

Un comentario a lo que sucede lejos y cerca de Occidente

Por un lado, en el caso de las “cuestiones Homéricas”, la preocupación, podría decirse


surge lo escrito a lo oral; es decir, del texto escrito (La Ilíada y La Odisea) a la
preocupación por si el texto fue una narración oral en principio. Contrariamente a ello, en el
caso de las culturas latinoamericanas, más concretamente en las andinas, la “preocupación”
sucede de manera inversa: de lo oral a lo escrito. Estas culturas son orales, y los textos
escritos aparecen recién en el último siglo para dar testimonio de un trabajo “literario”
(poesía, narración, teatro).

Por otro lado, lo que dice Havelock y sostiene Ong me parece correcto: “pues en una
cultura oral el conocimiento adquirido debía ser repetido para no perderse”. Considero que
esa idea es un acierto a es una explicación a la importancia de la oralidad, una manera de
hacer entender a aquellos que menosprecian la cultura oral la importancia de esta, que no
es más que la condición de una sociedad: no saber leer y escribir, pero también el deseo de
que las costumbres o conocimientos prevalezcan no en tanto papel –escritura-, sino en tanto
interioridad. Sin embargo, actualmente el interés radica en plasmar eso en escritura:
recopilar relatos orales y tenerlos en forma de libro para conocer y guardar también esas
costumbres.

Finalmente, lo que se complejiza es la relación entre oralidad y escritura: ¿cuál es


primero? ¿Debe todo texto oral plasmarse en escritura? ¿En la escritura hay otro tipo de
trabajo? ¿Se pierde algo en la escritura? ¿Por qué algunas culturas prefieren las narraciones
orales?

Bibliografía:

Walter Ong. Oralidad y escritura. Tecnología de la palabra. Fondo de cultura económica.


México. 1987.

También podría gustarte