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Ahora me he acostumbrado –un poco-, pero visitar lugares como este me recuerda el shock
inicial jamás superado del todo. Muchas casas muestran aquí, en sus ventanas y paredes,
carteles contra la construcción de la Supervía. Casas pobres y casas adineradas
muestran por igual su rechazo a la obra. En esto al menos están de acuerdo. La Supervía
que, según nos dicen los vecinos y nos muestra la página web Obras en mi Ciudad, ya ha
cambiado de nombre: ahora es la Autopista Urbana. Su objetivo: unir la exclusiva zona de
Santa Fe con el Periférico Sur mediante una autopista de seis y cuatro carriles (según el
tramo). Para ello tendrá que atravesar, mediante túneles, puentes y más túneles, las
delegaciones de Álvaro Obregón y Magdalena Contreras. Un proyecto, nos dicen, cuyo
verdadero objetivo es revalorizar la zona de Santa Fe cueste lo que cueste.
Muchos vecinos de La Malinche se agruparon bajo el nombre del grupo “ciudadanos por
contreras” al enterarse (extraoficialmente) de los planes del gobierno de la ciudad. Nunca
fueron puestos sobre aviso formalmente, nos dicen. No fue hasta el 5 de Abril de 2010 que el
gobierno de la ciudad accedió a reunirse con ellos y confirmó el proyecto, aunque no
quisieron mostrarles los detalles. A la salida de la reunión, 3000 granaderos esperaban a los
vecinos. Éstos, amedrentados pero contentos por haber conseguido –al fin- una reunión
oficial, regresaron mansamente a sus casas. Al día siguiente llegaron las notificaciones
de las primeras expropiaciones.
Nuestro guía nos ha recibido muy amablemente. Nos ha abierto las puertas de su casa y se ha
ofrecido a guiarnos por el barrio y a llevarnos hasta Santa Fe para que podamos ver con
nuestros propios ojos el avance de las obras. Hay tristeza en sus ojos después de tantos meses
de lucha, pero aún así desea mostrarnos la magnitud del desastre. Le estamos muy
agradecidos por permitirnos ver la historia a través de sus ojos. Nuestro guía se muestra
dolido y resignado. Sabe que las obras ya han empezado en Santa Fe, mientras que en La
Malinche decenas de casas han sido derruidas conformando un alucinante paisaje de
guerra. El mal ya está hecho, o al menos comenzado. A lo que no se resigna, sin embargo, es
a que la Supervía deba ser de pago. ¿Por qué, se pregunta, se construye en nombre de
todos los capitalinos una obra que solo podrán usar algunos? ¿Por qué debe ser de
pago? Dice que el gobierno de la ciudad les ofreció hacerles unas tarjetas especiales para que
los vecinos de la zona pudiesen utilizar la Supervía de forma gratuita. Dice también que ellos
la rechazaron, porque, afirman, no se trata de que ellos puedan usar la Supervía
gratuitamente, sino de que todos los habitantes de la ciudad puedan hacerlo. Una
magnanimidad admirable que jamás fue recompensada. ¿Hubiese cumplido el gobierno esa
promesa? ¿O era solo un bluff? No lo sabremos nunca, porque los colonos la rechazaron.
Dice nuestro guía que su delegación tiene problemas que jamás han sido resueltos. Calles mal
asfaltadas, sin banquetas, para empezar. Y ahora les cae del cielo un nuevo problema, mucho
mayor: la Supervía.
Santa Fe, que parece tan cercana, está en verdad muy lejos. Las carreteras serpentean a través
de las montañas, suben y bajan, no se acaban nunca. Las casas son pobres. Y a lo lejos, de
repente, vemos el skyline de Santa Fe. Un modernísimo Manhattan en la distancia mientras
hacemos equilibrios para captar la vista sobre los pavimentos deshechos de Santa Rosa.
Vista del skyline de Santa Fe (al fondo) desde Santa Rosa
Santa Fe. Otro mundo. El shock del paso a la zona rica desde las zonas pobres es
desequilibrante. Enormes y brillantes edificios –dicen que son edificios inteligentes-,
parques perfectos, impecable pavimentación, calles privadas. Resulta difícil imaginar
que esta zona haya sido alguna vez un basurero. Pero lo fue. Las obras han comenzado ya
en el Parque Tarango, resguardadas por un desmesurado despliegue policial que no se
corresponde con la tranquilidad y el verdor de la zona. Pero el paso está cerrado: los
ingenieros nos impiden entrar a ver el desarrollo de las obras. Nos dicen que visitemos la
página de internet, que allí podremos ver las maquetas. ¡A poco piensan que hemos
atravesado la ciudad a través de barrancas para que nos conformemos con una dirección de
internet donde ver maquetas! Ni siquiera nos dicen en qué página, pero supongo que se
refieren a la de Obras en Mi Ciudad. Nos ponemos de nuevo en marcha para atravesar Santa
Fe de nuevo y encontrar algún lugar con buena perspectiva desde donde ver, aunque sea de
lejos, las máquinas que demuestran que las obras ya han empezado.
Llegando a Santa Fe
Los folletos de la obra que el gobierno capitalino ha distribuido entre los vecinos de La
Malinche llaman nuestra atención. Su diseño es perfecto: verde sobre blanco, con arbolitos en
la cabecera. ¡Cómo vende el verde, aún cuando lo único que podamos decir con seguridad es
que esta obra puede ser cualquier cosa menos ecológica!
De regreso a La Malinche, visitamos la zona de guerra. Un silencio crepuscular cae sobre las
casas deshechas. Imagino -tan solo imagino- que el golpe moral al ver la destrucción de su
colonia ha debido ser inmenso para los vecinos. Una capilla pintada de amarillo, salvada in
extremis de la demolición por estar en zona federal, marca el límite entre aquellos cuyas
casas han sido condenadas a muerte y aquellas casas que se salvarán de la demolición. Una
línea invisible, que pareciera trazada al azar, marca el destino de los vecinos. Los
condenados por el lápiz del arquitecto se han ido ya, indemnización en mano. Los otros
contemplan el paisaje lunar sin acabar de comprender si han tenido mala o buena
suerte, tratando de imaginar, tal vez, el gigantesco puente que se incrustará bajo sus
casas en menos de dos años. Las casas deshechas muestran sus intestinos a los curiosos.
Juguetes y pedazos de espejos conviven sobre escaleras llenas de escombro que ya no
conducen a ninguna parte. Podría ser perfectamente el fin del mundo, pero es tan solo el fin
de algunas vidas en las que nadie pensará dentro de poco. La ciudad ansía más puentes, más
trayectos, más coches, aunque sea solo para el disfrute de la minoría que decide los destinos
de la gran urbe.