Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Al Time Tria
Al Time Tria
ISBN: 978-958-8337-94-4
Primera edición: Bogotá D.C., marzo de 2011
Dirección Sección de Publicaciones
Rubén Carvajalino C.
María Alexandra Gutiérrez Ojeda
Coordinación editorial
Matilde Salazar Ospina
María Ximena Amado Sánchez
Diagramación
Cristina Castañeda Pedraza
Corrección ortotipográfica
Julián Pacheco
Diseño de cubierta
Javier Barbosa
Impresión
Imprenta Nacional de Colombia
Preparación editorial
Sección de Publicaciones
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Miembro de la Asociación de Editoriales
Universitarias de Colombia (Aseuc)
Fondo de Publicaciones
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Cra. 19 No. 33-39
Teléfono 3239300 Ext. 6203
Correo electrónico: publicaciones@udistrital.edu.co
Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito del Fondo
de Publicaciones de la Universidad Distrital.
Hecho en Colombia
La alegría de Bach 27
S
ólo dos mujeres estaban en el salón de recibo del prostíbu-
lo. Era la hora del almuerzo y ambas estaban sentadas en
un sofá sucio y con quemaduras de cigarrillo en varias par-
tes, pero aún conservaba la belleza barroca de otros tiempos.
— ¿A qué horas piensas ir a la iglesia? —preguntó Sandra.
— Voy a ir a misa de siete —repuso Nancy—. Después de
que deje organizado el cuarto y arregle mi ropa.
— ¿Quiénes van a venir hoy?
— Creo que ninguna, todas se fueron para sus pueblos.
— Pero Patricia no tiene a dónde ir.
— Sí, es probable que Patricia llegue más tarde.
10
11
12
13
14
II
15
16
17
18
Hacía mucho tiempo que Augusto no hacía el amor bajo los efec-
tos de la marihuana, y un poco de tiempo más que no lo disfruta-
ba tanto. Esa noche salió borracho, con una deuda de quinientos
mil pesos en su tarjeta de crédito, y completamente enamorado
de Nancy. Cuando regresó, tres días después, Nancy le confesó
que en realidad cobraba treinta mil, “Pero es que era tan claro que
era la primera vez que entrabas a un sitio de éstos, que tocaba co-
mer marrano” le dijo muerta de la risa. Al mes, después de haber
ido unas diez veces, cayó en la cuenta de que era imposible ena-
morarse de una puta. Era como enamorarse de la soledad, como
19
20
21
22
23
24
25
26
Álvaro Mutis
Corazón mío:
T
e escribo este inesperado correo para transmitirte una in-
fausta noticia para mí y, quizás, sin mucha importancia para
ti. No se me ocurre ningún eufemismo ni circunloquio por-
que sé que tú tampoco los necesitas: tu padre ha muerto.
27
28
Madre:
Todo esto ha sido tan devastador y lancinante que Olof tuvo que
separarme de Ulrica durante dos días (los dos días que he demo-
rado en contestarte) para que pudiera llorar a mis anchas. No sé
cómo empezar. No sé si darte el pésame o decirte que yo no odiaba
29
Un beso.
30
De ninguna manera quiero ser injusta contigo, sólo que fue tanto el
distanciamiento que tuviste con tu padre en los tres últimos años,
que llegué a creer que ese enfriamiento se había trocado en des-
amor. Ahora me doy cuenta que nunca habías dejado de amarlo.
Sí, Arena mía, como siempre tengo que rendirme ante tu perspica-
cia: Juan Fernando estaba enfermo. Tenía cáncer de esófago, pero
“el monstruo”, como lo llaman todos los que padecen este mal, lo
tenía controlado: se había detenido en un estado estacionario. Qui-
zás su depresión, su “desasimiento de la vida”, como él llamaba a
su tristeza evocando a Pessoa, fue más fatídica que el mismo avance
del monstruo. Sus disputas y rompimiento definitivo con Alejandro,
su amigo y colega de toda la vida, la inminencia de una pensión
forzosa y tener que dejar para siempre sus seminarios y proyectos
de investigación en el doctorado que él mismo había contribuido
a crear en la universidad, el fracaso comercial de sus dos últimos
libros de cuentos, y en fin, su hundimiento en una soledad cáusti-
ca, rayana en la misantropía, comenzaron a debilitar su, ya de por
sí, frágil corazón. Escribiendo estas palabras, caigo en la cuenta de
que en el fondo de mí, una voz secreta ya me había anunciado su
muerte.
31
32
33
34
35
36
Yo tenía siete años y desde entonces he vivido con eso que Bach lla-
maba su alegría. Me ha salvado de odios y tristezas, de separaciones
y miserias. A veces, como ahora, me oigo decirle a Olof: “Estoy per-
diendo mi alegría, lo siento físicamente, siento que se está yendo,
que me estoy secando” Entonces me echo a llorar con una tristeza
tenebrosa y amarga, como con la que he llorado después de releer
mil veces esas dos páginas que has trascrito. Es un sentimiento tan
complejo, madre, en donde se mezclan la culpa, la rabia, la impo-
tencia, el resentimiento y, de alguna manera, (sabes que siempre
odié los oxímoron) una lúgubre alegría. ¿Y sabes por qué? Porque
creo que papá sí fue un gran ser humano, a pesar de que él mismo
no se lo creyera. Quizás no fue un gran escritor, ni siquiera un buen
escritor, pero su inmensa condición humana nadie la puede negar,
ni siquiera sus enemigos, porque teniendo el poder para hacerlo,
nunca tomó represalias ni retaliaciones contra nadie, ni siquiera
contra Páez Zafón, quien —a pesar de su cáncer de piel, lento y co-
rrosivo, se preocupó tanto por hacerse lo suficientemente desagra-
dable y dañino con mi padre— le posibilitó seguir publicando sus
diatribas y horrorosos poemas en la revista de la facultad. Entiendo
que estaba enfermo, pero parece que murió de tristeza. La alegría
de Bach, que estoy segura que a él también lo acompañó durante
toda su vida, se le extinguió ¿Por qué, madre? ¿Qué hicimos o de-
jamos de hacer para que papá se dejara morir?; ¿se sentía tan fra-
37
No omitas nada.
Te quiero madre.
38