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La verdadera historia de las noticias falsas


La confianza de la opinión pública en los medios lleva décadas en
decadencia, aunque ahora parece especialmente catastrófica con la
atomización del consumo mediático, las críticas partidistas y el
ascenso de Donald Trump a la Casa Blanca

DAVID UBERTI (COLUMBIA JOURNALISM REVIEW)

Trump y la prensa

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J. R. MORA

1 DE MARZO DE 2017

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En una carta de 1807 dirigida a John Norvell, un joven ambicioso que había
preguntado cuál era la mejor forma de dirigir un periódico, Thomas Jefferson,
escribió lo que hoy sería el encendido post de un medio reprobando las noticias
falsas.

“Es una triste verdad que la supresión de la prensa no podría privar


completemente [sic] a la nación de sus beneficios más de lo que lo hace puesto
que ya se prostituye de forma licenciosa en la falsedad”, escribió el entonces
presidente. “Actualmente, nada de lo que se lee en un periódico es creíble. La
verdad se vuelve sospechosa al alojarse en ese vehículo contaminado”.

Dicho vehículo devino un motor comercial

“ MERECE LA PENA
RECORDAR LA
en el siglo XIX y un organismo político de
autobombo, “los medios”, a mediados del
LARGUÍSIMA
siglo XX. Sin embargo, en los últimos meses,
TRADICIÓN
ESTADOUNIDENSE DE la contaminación viene describiéndose en
NOTICIAS ENGAÑOSAS términos cada vez más alarmantes.

” PolitiFact denominó noticia falsa a su


“Mentira del año” de 2016, al tiempo que los
disgustados demócratas han advertido de la amenaza que suponen las mentiras
para la celebración un debate público honesto. El Papa comparó el consumo de
noticias falsas con la ingesta de excrementos. Y muchas de las mujeres y hombres
sabios del periodismo repicaban casi unánimemente: recurrid a nosotros para
conocer la verdad.

“Más allá de los méritos culturales y sociales, nuestro ecosistema digital parece
haberse transformado en un entorno cuasi perfecto para que prosperen las noticias
falsas”, es lo que afirmó Mark Thompson, consejero delegado de The New York
Times, en el discurso que ofreció el lunes ante el Economic Club de Detroit.

Un poco de calma es necesaria: merece la pena recordar, en medio del enorme


pánico provocado por las noticias falsas de 2016, la larguísima tradición
estadounidense de noticias engañosas. Una resumida historia muestra notables

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similitudes con las falsedades actuales en las motivaciones editoriales o la


credulidad de la población, por no mencionar las líneas difusas entre el fraude
deliberado y el accidental. También sugiere que la reciente obsesión con las
noticias falsas tiene que ver más con las tendencias macroeconómicas que
cualquier marca nueva de contenido falso.

Los adolescentes macedonios que ganan dinero extra confabulando en realidad


son los recién llegados a la dieta informativa estadounidense. Las redes sociales
permiten que la inmundicia circule por la imaginación pública –y por las
pizzerías– a una velocidad de vértigo. Personas que ocupan puestos de mando o
cercanas a estos en el gobierno entrante han compartido noticias falsas con toda
tranquilidad. Y aparecen en los anuncios de sus propios programas electorales que
ofrecen las agencias de noticias.

Pero hay que dejar de lado el inmediato

“ LOS MEDIOS
IMPEDÍAN EL DEBATE
trastorno de estrés postraumático
relacionado con las elecciones y el
BASADO EN HECHOS
galopante autodesprecio que sufren los
QUE SE SUPONÍA QUE
DEBÍAN IMPULSAR. periodistas, y que ha dado lugar a deseos de

” que aparezca otra persona, un chivo


expiatorio tal vez rusoparlante. El problema
más generalizado que conduce a la paranoia, entre los principales medios de
comunicación, es la lentitud a la hora de comprender que ya no detentan el poder
exclusivo de dar forma y manejar la agenda informativa. Las invectivas contra las
noticias falsas constituyen la última tentativa por parte de una industria que
esquiva competidores que no juegan con las mismas reglas, o que quizá ni siquiera
saben que existen.

“La existencia de unos medios de difusión independientes, poderosos y


ampliamente respetados es una anomalía histórica”, escribió Jonathan Ladd,
profesor de la Universidad de Georgetown en el libro que publicó en 2011 Why
Americans Hate the Media and How it Matters. “Antes del siglo XX, en la historia de
América no había existido una institución de tal envergadura”. La noticia falsa no
es más que un síntoma de ese regreso a patrones históricos y a una serie de
reacciones recientes, miméticas y exaltadas propias de épocas pasadas.

Consideremos, por ejemplo, la generación de Jefferson. El combate político más


antiguo de nuestro país se libró en las páginas de las publicaciones partidistas, a
menudo subvencionadas por el gobierno a través de contratos de impresión, y
tradicionalmente acomodaticias con la cobertura de la información tal y como la
conocemos. Las insinuaciones y difamaciones eran la norma y resultaba difícil

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distinguir los contenidos cuya única finalidad era engañar de los atentados
políticos que servían la mentira como acompañamiento. Entonces, al igual que
ahora, los ancianos se quejaban del modo en que, a la hora de la verdad, los
medios impedían el debate basado en hechos que se suponía que debían
impulsar.

Queridos periodistas estadounidenses:

“ LA MOTIVACIÓN PARA
ENGAÑAR SE
las cosas están a punto de cambiar

DESPLAZÓ LEVEMENTE “Añadiré”, continuaba Jefferson en 1807,


HACIA UN
“que el hombre que nunca lee un periódico
SENSACIONALISMO DE
MENTALIDAD
está mejor informado que uno que los lee,
COMERCIAL puesto que el que no sabe nada está más

” cerca de la verdad que aquel cuya mente


está llena de falsedades y errores”.

Décadas después, cuando Alexis de Tocqueville escribió su análisis político


fundamental, La democracia en América, también atacó a los generadores de
contenidos de la época tildándolos de hombres “de escasa educación y de
pensamiento vulgar” que jugaban con las pasiones de los lectores. “Lo que [los
ciudadanos] buscan en un periódico es el conocimiento de los hechos”, escribió
Tocqueville, “y el único modo que tiene un periodista de defender sus propias
opiniones es alterando o tergiversando dichos hechos”. Lo que le preocupaba no
eran los errores periodísticos involuntarios, sino una manipulación activa de la
verdad con fines políticos.

A pesar de que en aquella época la distribución era relativamente baja —los


costes de publicación eran elevados, los índices de alfabetización bajos— la
proliferación de múltiples títulos en las ciudades importantes ofrecía una amplia
gama de visiones del mundo similar a la de hoy en día. La joven república, no
obstante, se las apañó para sobrevivir al azote de las falsas noticias de los
reporteros del siglo XIX. “El gran número de agencias de noticias, la
heterogeneidad de la cobertura, el poco aprecio de la opinión pública por la
prensa, y las obvias tendencias partidistas de los editores limitaban la posibilidad
de que la prensa ejerciera alguna influencia”, escribió el politólogo Darrell M. West
en su libro de 2001 The Rise and Fall of the Media Establishment.

Con el aumento de la penny press (prensa a

“ LA REACCIÓN
VIOLENTA DEL
precio de un centavo) en la década de 1830,
algunos periódicos adoptaron un modelo de
PÚBLICO FUE
negocio centrado en la publicidad que
SILENCIADA EN PARTE

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POR LA FALTA DE requerían un público mucho más amplio


CRITERIOS
que el que atraía las opiniones partidistas de
AMPLIAMENTE
ACEPTADOS los intelectuales. De modo que la
RELATIVOS A LOS motivación para engañar se desplazó
CONTENIDOS QUE
levemente hacia un sensacionalismo de
APARECÍAN EN LOS
mentalidad comercial, que estimuló algunas
CANALES DE NOTICIAS
de las falsedades más memorables de la
” historia de América publicadas en los
medios.

En 1835 The New York Sun publicó una serie de seis capítulos, ‘Grandes
descubrimientos astronómicos realizados últimamente’, que detallaba el supuesto
descubrimiento de vida en la Luna. El engaño cuajó en parte porque la tirada
de The New York Sun era enorme para la época, y la noticia “demasiado buena
para ser cierta” supuestamente atrajo a muchos más lectores nuevos que además
desembolsarían sus monedas.

Edgar Allan Poe, que unas semanas antes había publicado su propia broma lunar
en el Southern Literary Messenger, enseguida criticó la inverosimilitud de la
historia que había publicado The New York Sun —así como la credulidad del
público—. “Ni una persona de cada diez lo desacreditó”, explicaba Poe años
después. Llegó a reprobar la falsa noticia del Sun por lo que a su juicio era un
producto de poco valor:

Inmediatamente después de concluir el “relato de la Luna”…escribí un análisis de


las afirmaciones que acreditaba, mostrando claramente su carácter ficticio, pero
mi sorpresa fue el comprobar que apenas tenía audiencia, tal era el deseo de todos
de dejarse engañar, tan mágicos eran los encantos de un estilo que servía como
vehículo de una invención extremadamente torpe… En efecto, por muy rica que
fuera la imaginación desplegada en esta ficción, requería gran parte de la fuerza
que podría haberle proporcionado una atención más escrupulosa con la analogía
y los hechos.

Muchos otros periódicos se mostraron escépticos con la historia sobre la Luna que
publicó el Sun. Sin embargo, la reacción violenta del público fue silenciada en
parte por la falta de criterios ampliamente aceptados relativos a los contenidos que
aparecían en los canales de noticias, como hoy en día. El periodismo objetivo
todavía no se había instalado, y las líneas que separaban la información, las
opiniones y el sinsentido no estaban bien definidas. La credulidad del público —
posiblemente aderezada por Poe y otras opiniones contemporáneas— se volvió
parte de la leyenda, en particular el temor de determinadas élites al populismo

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jacksoniano.

Estos históricos proveedores de noticias falsas no eran, en modo alguno, oscuras


publicaciones del siglo XIX equivalentes a la cloaca digital. En 1874, el New York
Herald, periódico de amplia difusión, publicó un artículo de más de diez mil
palabras explicando que los animales del zoo de Central Park se habían escapado,
habían arrasado las calles de Manhattan y habían matado a docenas de personas.
El Herald informó de que muchos de los animales fugados seguían en libertad en
el momento de redactar la noticia, y que el alcalde de la ciudad había establecido
un estricto toque de queda hasta que estuvieran controlados. Un descargo de
responsabilidad, escondido en la parte inferior del relato, admitía: “Toda la historia
expuesta anteriormente es una invención. Ni una sola palabra es cierta”.

Muchos lectores no lo leyeron. El engaño se propagó rápidamente a través de las


redes sociales de la vida real, tal y como describió el historiador Hampton Sides en
su libro de 2014 In the Kingdom of Ice: The Grand and Terrible Polar Voyage of the
USS Jeannette:

Los ciudadanos alarmados se dirigieron a los embarcaderos de la ciudad con la


esperanza de escapar en bote o ferri. Muchos miles de personas, acatando la
“declaración” del alcalde, no salieron en todo el día a la espera de que pasara la
crisis. Hubo muchos que cargaron sus rifles y se adentraron en el parque para dar
caza a los animales rebeldes.

Incluso cuando a finales del siglo XIX y principios del XX se experimentaba el


inicio del cambio en pro de unos medios de comunicación más profesionalizados,
la deformación de la información que llegaba a los lectores seguía siendo habitual.
En su libro de 1897, en el que critica la cobertura estadounidense de las noticias
sobre la Guerra de Cuba, Facts and Fakes about Cuba, George Bronson Rea
reseñaba la diferencia en el grado de aderezo entre las noticias menores que
sucedían a las afueras de La Habana y las historias, presumiblemente convertidas
en ficción, que aparecían en las primeras planas en Nueva York. Ciertas fuentes
cubanas querían poner a la opinión pública en contra de España, mientras que los
corresponsales estadounidenses estaban deseosos de vender periódicos.

“Pero la verdad es difícil de eliminar”,

“ RESULTA
SIGNIFICATIVO QUE LA
escribió Rea, “y antes o después saldrá a la
luz para volverse en contra de los autores de
COMUNICACIÓN MÁS
unas “falacias” tan atroces, cuyo único
CONVINCENTE DE
NOTICIAS FALSAS SE objetivo es llevar a este país a una guerra
HA CENTRADO EN LAS con España para alcanzar sus propios fines

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REDES DE egoístas”.
DISTRIBUCIÓN

” Hay menos ejemplos flagrantes de noticias


falsas a medida que nos acercamos a
mediados del siglo XX, puesto que empezaron a surgir las normas periodísticas —
tal y como las concebimos hoy—. Los monopolios comerciales, junto con la falta
de parcialidad política, dieron credibilidad a las agencias de noticias para
profesionalizarse y ejercer su propia vigilancia. Pero esto no significa que esa
época dorada careciera de mitos.

De hecho, muchas historias sin corregir conciernen a los propios medios de


comunicación, que podrían proporcionar pistas para saber por qué la idea actual
de la noticia falsa parece tener tanta aceptación cultural. Tal y como W. Joseph
Campbell, profesor de la American University, desprestigia/ridiculiza en su
libro Getting It Wrong: Ten of the Greatest Misreported Stories in American
Journalism, el comentario de Walter Cronkite no fue en realidad la primera ficha
que cayó del dominó y puso fin a la Guerra de Vietnam. The Washington Post no
derribó en realidad a Nixon. (La cobertura mediática y la opinión pública sobre la
guerra ya se habían ido a pique; a Nixon ya lo habían tumbado las autoridades que
esgrimían un requerimiento y un amplio conjunto de procesos constitucionales
adicionales.)

“Son limpios y ordenados, fáciles de recordar, divertidos de contar y se concentran


en los medios”, afirma Campbell en una entrevista. “Sirven para enaltecer a los
actores mediáticos. Hay un componente de deseo en estos mitos que contribuyen
a mantenerlos vivos”.

Una fuerza contraria podría estar en juego en el debate actual sobre las noticias
falsas. La confianza de la opinión pública en los medios lleva décadas en
decadencia, a pesar de que ahora la situación parezca especialmente catastrófica
con la atomización del consumo mediático, las críticas partidistas desde todos los
rincones y el ascenso de Donald Trump a la Casa Blanca. Del mismo modo que el
Watergate dio a los medios una historia brillante que contar, una noticia falsa
proporciona un cajón de sastre –y un chivo expiatorio– a los periodistas que lidian
con su disminuido poder institucional.

Resulta significativo que la comunicación más convincente de noticias falsas se ha


centrado en las redes de distribución —una novedad—; incluso si esas historias
aún deben demostrarse han exacerbado el problema masivamente. Entretanto,
desechemos el temido apodo en favor de opciones más precisas: desinformación,
engaño, mentiras. De igual forma que los medios han utilizado “noticias falsas”

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para desacreditar a sus competidores ante la opinión pública, los políticos famosos
y las publicaciones partidistas las han utilizado para desacreditar a la prensa en
general. Aunque sea difícil de admitir, es una batalla cada vez más injusta.

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Traducción de Paloma Farre.

Este texto está publicado en Columbia Journalism Review (CJR). Información


y suscripciones a CJR.

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