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DE NOCIONES DE PREHISTORIA DE JORGE JUAN EIROA.

1. Teorías sobre el origen del hombre: creacionismo,


evolucionismo

Los inicios de la ciencia prehistórica.


Aunque existen numerosas evidencias del interés que el pasado prehistórico ha despertado
siempre entre la erudición europea, es en el siglo XVIII, el Siglo de las Luces, cuando este
interés se materializa en obras publicadas por los inquietos investigadores alineados en la
heterodoxia intelectual. Mucho antes, los testimonios no pasaban de meras apreciaciones
personales, en las que, no obstante, ya se aprecia la inquietud por escrutar el pasado más
remoto en la humanidad. …..hacen curiosas referencias al uso de las “piedras del rayo”
(instrumentos de sílex), de los cuchillos de hueso o de las hachas de piedra pulimentada
encontradas en yacimientos arqueológicos, que consideran supuestos utensilios o armas de
los antiguos. Sin embargo, no existía una conciencia clara del carácter prehistórico de esos
instrumentos, ni siquiera una comprensión temporal de la época a la que pertenecían,
debido sobre todo a los limitados conocimientos geológicos del momento.

Es en Francia donde por primera vez se adquiere conciencia de la existencia de una


época prehistórica, cuando un romántico joven funcionario de Aduanas llamado Jacques
Boucher de Perthes (1788-1868), que había fundado la Sociéte d Émulation en Abbeville, se
decide a excavar en las terrazas del río Somme, encontrando numerosas evidencias de los
hombres prehistóricos y fundando un pequeño museo en 1844, en el que expuso las piezas.
En 1846 publicó su curiosa obra, Antigüedades célticas y antediluvianas, muy impregnada
de las corrientes nacionalistas del momento y creando, tal vez, la primera imagen del
hombre prehistórico, que apenas tuvo repercusión entre los sabios oficiales de la
Academia de las Ciencias de París. El reconocimiento de sus ideas vino de Inglaterra, donde
unos años antes John Frere (1740-1807) había comunicado a la Royal Society de Londres
sus hallazgos prehistóricos en Hoxne. Una comisión geológica formada por Lyell, Prestwich
y John Evans (padre de sir A. Evans, el excavador de Cnosos), incentivados por los hallazgos
de restos prehistóricos en distintos países, se desplazan en 1859 a Abbeville y confirman la
autenticidad de los descubrimientos de Boucher, provocando que, poco después, Albert
Gaudry, rehabilitase la figura del padre de la Prehistoria francesa en la Academia parisina.
Ese mismo año Lyell publicaba su obra La antigüedad del hombre probada por la Geología.

Desde entonces, una interminable serie de descubrimientos fue confirmando poco a


poco, la existencia de un tiempo pasado y lejano al que el británico Daniel Willson
denominó “Prehistoria”, por primera vez en 1851, cuando publicó su obra The
Archaeology and Prehistoric Annalsof Scotland.

Christian Jurgensen Thomsen (1788-1865)


Por otra parte en Dinamarca,
recibía el encargo de organizar las ricas colecciones que iban a formar
el Museo Nacional de Copenhague. Para ello, dividió los materiales en
“tres edades”: edad de la piedra, del bronce y del hierro,
estableciendo el primer sistema organizativo de la Prehistoria
europea. El sistema de las tres edades, en cierto modo vigente aún en nuestros días,
tiene antecedentes lejanos en Hesíodo (hacia 800 a.C), que en su obra Los trabajos y los
días ya hacía referencia a la Edad del Oro, Edad de la Plata, Edad del Bronce y Edad del
Hierro. También en la China del siglo I a.C., Yuan Kang hacía referencia a las edades de la
piedra, del jade, del bronce y del hierro, casi igual que Tito Lucrecio Caro, en la misma
época, hacía referencia a las armas de piedra, de bronce y de hierro.

Pero el sistema empleado por Thomsen fue ampliado por J. Worsaae y otros
colaboradores suyos, estableciendo divisiones en cada una de las edades que,
posteriormente, fueron matizándose a medida que fueron avanzando los descubrimientos
arqueológicos. Así, muy pronto se dividió La Edad de Piedra en Antigua (Paleolítico) y
Nueva (Neolítico) y éstas, a su vez, en períodos culturales cada vez más precisos.

El sistema de las tres edades se aplicó muy pronto en todos los países, con la convicción
de que las culturas prehistóricas habían evolucionado prácticamente igual en todas partes.
Sin embargo, el sistema ofrecía serias dificultades de aplicación en algunos lugares, como
África o América, incluso en Europa, como se vería más tarde. Pese a todo, el sistema
ofrecía a la Prehistoria un marco evolutivo y cronológico bastante aceptable en general,
que venía a completar las primeras divisiones meramente paleontológicas que se venían
utilizando, especialmente para las etapas más lejanas, como el Paleolítico.

Dos circunstancias extraordinarias contribuyeron a


confirmar la existencia de los tiempos prehistóricos: por un
lado la gestación y desarrollo de la idea de la evolución de las
especies, de la que Charles Darwin (1809-1882) fue su
principal promotor; por otro, los avances en los estudios
geológicos, que fueron definiendo la verdadera edad de la
Tierra a través de datos científicos. Ambas circunstancias
desecharon, no sin la resistencia de sectores de la ciencia
social, las tradicionales ideas creacionistas y fijistas, abriendo
las puertas a una nueva línea de estudios basada,
esencialmente, en las ideas evolucionistas, que tan profunda
repercusión tuvieron en la renovación del pensamiento
científico.
En efecto, la idea de la evolución hizo que se desmoronase en poco tiempo la idea de
que la Tierra y los seres vivos que habitaban en ella habían sido creados tal y como eran en
los tiempos modernos.

La publicación de las obras de Charles Darwin propiciaron la idea de que el


evolucionismo no solo era una teoría que explicaba la evolución de las especies a través del
tiempo, sino que también podía aplicarse, entre otras cosas, a la cultura, considerándola
también como el resultado de un constante proceso de evolución muy semejante al de
los seres vivos. La obra de E.B. Tylor, La cultura primitiva, de 1871, ya estaba impregnada
de ciertas ideas que, poco después, Lewis H. Morgan, autor de La sociedad primitiva,
publicada en 1877, desarrolló enunciando la teoría de que los rasgos culturales y las
instituciones sociales, aunque tengan orígenes independientes, tienen evoluciones
paralelas en relación con los procesos económicos, produciéndose entonces cambios
sociales que pueden ser totales, incluso de carácter revolucionario. Estas ideas de Morgan
tuvieron profundas repercusiones posteriores y fueron ampliadas más recientemente con
el neoevolucionismo de J. H. Steward, autor de la obra El cambio cultural (1955) y de G. P.
Murdock.

El evolucionismo tuvo una influencia decisiva en los estudios prehistóricos, no sólo en


lo que se refiere a la concepción de las culturas como seres vivos en continua evolución y
cambio, sino también en otros aspectos complementarios, como en la tipología de los
útiles arqueológicos, concebida como una evolución de lo simple a lo complejo o de lo
polivalente a lo especializado, pero siguiendo la dirección del perfeccionamiento
tecnológico. Las primeras grandes propuestas de tipología general, como las de John Evans
(1823-1908) y Oscar Montelius (1843-1921), tuvieron ese talante.

Había nacido, pues, una nueva idea sobre el origen de los seres humanos y sobre la
evolución de su cultura, así como una nueva concepción de la edad de la Tierra, puesto
que al mismo tiempo la Geología iba definiendo los episodios del Cuaternario a través de
estudios que, poco después, cristalizarían en los trabajos de los geólogos escandinavos,
franceses, ingleses y alemanes, sobre todo, describiendo la extensión del casquete glaciar
que había cubierto Escandinavia, el norte de Alemania, las islas Británicas y Holanda. H.
de Sausurre, hacia 1794 y Ch. Lory y G. de Mortillet, hacia 1864, ya habían señalado la
existencia de una gran glaciación cuaternaria en Europa.

La utilización del método estratigráfico, basado en el principio de superposición


ideado por el danés Nicolás Sterno (1638-1686), cuyo enunciado básico decía que la Tierra
se había ido formando por estratos y que los más recientes se superponían a los más
antiguos, tenía una base geológica clara y concisa, que muy pronto utilizaron los
prehistoriadores, extrapolando sus consecuencias a la formación de los contextos
arqueológicos, estableciendo leyes que fueron de gran utilidad para la ordenación
metodológica de los trabajos de campo.

Poco después, Revil y Vivien, hacia1890, empezaron a estudiar el desarrollo de las


glaciaciones alpinas, que fueron definidas en cuatro grandes episodios por A. Penck y E.
Brückner, entre 1900 y 1910, desarrollando diversos estudios en Alemania y Suiza; también
J. Geikie publicó los estudios sobre los depósitos glaciares europeos y T. Chamberlin hacía
lo propio en América del Norte. La publicación del trabajo de Marcellin Boule, Ensayo de
paleontología estratigráfica del hombre, en 1889, vinculaba definitivamente los estudios
geológicos y la estratigrafía con la recién nacida Prehistoria.

Cuando en 1880 se celebra en Portugal el II Congreso Internacional de Antropología y


Arqueología Prehistórica (en el que, por cierto, no fue aceptada la comunicación de
Sautuola sobre “algunos objetos prehistóricos de Santander”), la Prehistoria adquirió carta
de Naturaleza, como disciplina estrechamente vinculada a la Geología y a las Ciencias
Naturales.

Al mismo tiempo se descubría el arte paleolítico, en el que Sautuola (1831-1888),


descubridor y difusor del conjunto de Altamira (Santillana del Mar, Cantabria) en 1879, tuvo
un papel relevante. En efecto, cuando realizaba excavaciones arqueológicas en el
yacimiento del interior de la cueva se descubrieron las pinturas de la sala adyacente a los
trabajos arqueológicos. En 1880 publicó en Santander el opúsculo Breves apuntes sobre
algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander, pero sus propuestas de filiación
prehistórica fueron rechazadas, sobre todo por los prehistoriadores franceses. Sus únicos
defensores fueron el español J. Vilanova y el francés E. Piette.

Pero poco después, tras descubrirse en Francia las cuevas de La Mouthe, Font de
Gaume, Les Combarelles y Marsoulas, todas con arte paleolítico, se reconoció la
autenticidad de Altamira y la cronología paleolítica propuesta por Sautuola, cuando el
erudito cántabro ya había fallecido. Tras la visita a Altamira de H. Breuil y E. Cartailhac, en
1902, este último publicó un famoso artículo en la revista L Anthropologie, con el subtítulo
de “El mea culpa de un escéptico”, en que se rehabilitaba la figura de Sautuola.

Como la península Ibérica era un territorio rico en evidencias arqueológicas, muy pronto
atrajo la atención de los estudiosos extranjeros. España se convierte en lugar de trabajo de
destacados investigadores

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