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Pero el sistema empleado por Thomsen fue ampliado por J. Worsaae y otros
colaboradores suyos, estableciendo divisiones en cada una de las edades que,
posteriormente, fueron matizándose a medida que fueron avanzando los descubrimientos
arqueológicos. Así, muy pronto se dividió La Edad de Piedra en Antigua (Paleolítico) y
Nueva (Neolítico) y éstas, a su vez, en períodos culturales cada vez más precisos.
El sistema de las tres edades se aplicó muy pronto en todos los países, con la convicción
de que las culturas prehistóricas habían evolucionado prácticamente igual en todas partes.
Sin embargo, el sistema ofrecía serias dificultades de aplicación en algunos lugares, como
África o América, incluso en Europa, como se vería más tarde. Pese a todo, el sistema
ofrecía a la Prehistoria un marco evolutivo y cronológico bastante aceptable en general,
que venía a completar las primeras divisiones meramente paleontológicas que se venían
utilizando, especialmente para las etapas más lejanas, como el Paleolítico.
Había nacido, pues, una nueva idea sobre el origen de los seres humanos y sobre la
evolución de su cultura, así como una nueva concepción de la edad de la Tierra, puesto
que al mismo tiempo la Geología iba definiendo los episodios del Cuaternario a través de
estudios que, poco después, cristalizarían en los trabajos de los geólogos escandinavos,
franceses, ingleses y alemanes, sobre todo, describiendo la extensión del casquete glaciar
que había cubierto Escandinavia, el norte de Alemania, las islas Británicas y Holanda. H.
de Sausurre, hacia 1794 y Ch. Lory y G. de Mortillet, hacia 1864, ya habían señalado la
existencia de una gran glaciación cuaternaria en Europa.
Pero poco después, tras descubrirse en Francia las cuevas de La Mouthe, Font de
Gaume, Les Combarelles y Marsoulas, todas con arte paleolítico, se reconoció la
autenticidad de Altamira y la cronología paleolítica propuesta por Sautuola, cuando el
erudito cántabro ya había fallecido. Tras la visita a Altamira de H. Breuil y E. Cartailhac, en
1902, este último publicó un famoso artículo en la revista L Anthropologie, con el subtítulo
de “El mea culpa de un escéptico”, en que se rehabilitaba la figura de Sautuola.
Como la península Ibérica era un territorio rico en evidencias arqueológicas, muy pronto
atrajo la atención de los estudiosos extranjeros. España se convierte en lugar de trabajo de
destacados investigadores