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Significado del 2 de Abril - Antonio Caponnetto

"...Sabe que un día volverá su hombre con la bandera y el cantar".

José Pedroni

Las fiestas nacionales -si realmente lo son y merecen el calificativo


de tales- constituyen sustancialmente una afirmación de soberanía; una
ratificación de la existencia y de la identidad espiritual, un acontecer
cargado de sentido y poblado de significaciones. La Patria, es, en cierto
modo, la historia de sus fiestas y el festejo incesante de su vera historia.

Se festeja lo que fue y merece seguir siendo. Lo que por su propia


entidad ingresa en el recuerdo colectivo. Lo que marca un Origen y
obliga a una fidelidad perenne. La fiesta es una tradición viva que se
repite y reitera. SU contenido trascendente es la razón de su
permanencia y su valor arquetípico el motivo de su celebración. La
fiesta funda, revela, guarda y conserva. Y el festejo repone, memora,
restablece, congrega. Más allá de que se organice o programe; más allá
del calendario y de los hombres que pasan.

Por eso, algo grave, sucede en una nación, cuando sus fastos
patrios se tergiversan u omiten por decreto y se sustituyen por
efemérides burocráticas y legislativas. Algo que ya ocurrió cuando el
presidente Rivadavia suprimió el 12 de agosto y merece el
sanmartiniano calificativo de "felonía". También San Martín calificó a
Rivadavia de "alma despreciable" e "innoble persona"; y no se trata
ciertamente de cosas muy distintas.

El 2 de abril es la fiesta de la dignidad nacional. Ingresó como tal


en nuestro entendimiento y en la inteligencia de todos aquellos que
advierten su auténtica importancia. Una Argentina devuelta a sus
esencias y reencontrada con su destino fue el saldo inmediato y
principal de aquel estallido. No primó el cálculo político, si lo hubo. No
prevalecieron las prevenciones derrotistas y pusilánimes, aunque se
dejaron oír. No predominaron las infaltables pequeñeces y las
defecciones. Sobresalió en cambio el gesto heroico, el entusiasmo
épico, la religiosidad arraigada, la fe creciente, el fervor combativo y la
disposición a la lucha sin atenuantes. El 2 de abril le reintegró a Dios la
Patria y la Patria a Dios. Son los efectos propios de las causas
ejemplares. Es la fuerza intrínseca de lo paradigmático que sobrepuja
las circunstancias y los accidentes.

Ese día, por Malvinas, la Nación comenzaba a comprender de qué


la habían despojado. De qué, cómo, para qué y quiénes. Y comenzaba
a comprender cada sonido de la voz reconquista.

Se pronunciaron palabras hasta entonces silenciadas: Escapulario,


Rosario, empuñadura en Cruz y clarines. Virgen Generala, Puerto
Argentino, halcones consagrados a un Cielo indelimitado. Se
silabeaban a coro las palabras más nobles; como a coro se escuchaban
los ¡presentes! ante el nombre de los muertos.
No; aquello no fue una "descabellada y dolorosa aventura" como
seguirán llamándola los innúmeros Armendáriz (también dijeron lo
mismo en su momento del cruce de los Andes o el Éxodo Jujeño). No
es cierto que nada haya que festejar, como le parece a Caputo, ni es
serio afirmar que la celebración "resulta incongruente con los
sentimientos que evoca", como sostiene el decreto presidencial que
anula la gloriosa fecha. Tampoco se trató de una "invasión",
"ocupación" u "operativo lamentable" como lo llamó el Gral. (R) Leal,
ni de una "causa no bien calibrada" al decir de Monseñor Galán.

No es una festividad del antiimperialismo de las izquierdas con sus


consignas clasistas, con su pacifismo hipócrita y descastado, con su
resentimiento de porqueriza apaleada, con su latinoamericanismo
tercermundista y rojo. Malvinas no es Nicaragua, ni El Salvador ni
Centroamérica. La izquierda puede festejar el 14 de junio pero no el 2
de abril. La derrota le da derechos y es consecuencia de sus "pactos
preexistentes" -Yalta y Potsdam, entre otros-. La victoria hubiera
significado, en cambio, su desterramiento definitivo. El 14 de junio de
1982 fue el día de la humillación nihilista; pero no exclusivamente por
el revés de las armas -a cuyos caídos y combatientes cabales honramos
como a próceres- sino porque ese día se decidió oficialmente que la
Patria no era ni debía ser libre. Que los poderes mundiales le ordenaban
un destino de colonia. Que la civilización moderna le imponía una
misión de factoría hedonista y prosaica. Que era preciso sustituir la
soberanía política por la soberanía popular; que era conveniente no ser
nada conservando la amistad de los amos, a ser lo que debemos ser,
aunque para eso el estandarte patrio tuviera que flamear desafiante
sobre las más gloriosas de sus ruinas. El 14 de junio el Proceso y la
Partidocracia y ambas con el Poder Extranjero sellaron el único
acuerdo no denunciado ni deshecho: el de la gran traición nacional.
Eso, sólo eso, pueden festejar las izquierdas. Pero el 2 de abril, día de la
dignidad nacional, no.

Ni es siquiera para que marchen ex-combatientes vergonzantes que


no están a la altura de su misión y del protagonismo que les encomendó
la historia. Los verdaderos ex-combatientes son los que quieren dejar de
ser "ex". Los que no piden asistencia psicológica sino volver por la
victoria pendiente. Los que no reclaman retribuciones monetarias, sino
el orgullo de la primera línea en el próximo alistamiento. Los que
prefieren la compañía de Nuestra Señora del Rosario a las de las
"juventudes políticas", que son la senilidad más oprobiosa que tiene la
república.

El 2 de abril no tolera a los indignos. Y porque la recíproca


lógicamente es válida, es que nos han querido escamotear oficialmente
la fecha. No pudiendo, optaron por tergiversarla y confundirla.

Pero el erro no durará para siempre. Porque los muertos ya saben


que significó la guerra; y su magisterio es el más alto y el más válido
que hoy tiene la Argentina. Porque la Patria -sólo la Patria- cabe entera
en esa fecha. Es su cifra y su norte, su modelo. Y ha de ser en adelante
nuestra meta, hasta que el "Malvinas Volveremos" deje de ser grito para
convertirse en orden de rescate.
Entonces, el 2 de abril volverá a ser la fiesta clara, inequívoca y
recta de la argentinidad militante.

Revista Cabildo: 2da Época. Año VIII Nº75. 17 de abril de 1984

Nacionalismo Católico San Juan Bautista

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