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a) Propiedad privada.

“Concluyo que ningún principado puede estar seguro cuando no tiene armas que le
pertenezcan en propiedad. Hay más: depende él enteramente de la suerte, porque carece
del valor que sería necesario para defenderle en la adversidad. La opinión y máxima de
los políticos sabios fue siempre que ninguna cosa es tan débil, tan vacilante, como la
reputación de una potencia que no está fundada sobre sus propias fuerzas. Las propias
son las que se componen de los soldados, ciudadanos o hechuras del príncipe: todas las
demás son mercenarias o auxiliares. El modo para formarse armas propias será fácil de
hallar si se examinan las instituciones de que hablé antes, y si se considera cómo Filipo,
padre de Alejandro, igualmente que muchas repúblicas y príncipes se formaron ejércitos y
los ordenaron. Remito enteramente a sus constituciones para este objeto.” (Nicolás
Maquiavelo, El Príncipe)

1) Propiedad Privada

“De todos modos, mi querido Moro, voy a decirte lo que siento. Creo que donde hay
propiedad privada y donde todo se mide por el dinero, difícilmente se logrará que la cosa
pública se administre con justicia y se viva con prosperidad. A no ser que pienses que se
administra justicia permitiendo que las mejores prebendas vayan a manos de los peores,
o que juzgues como signo de prosperidad de un Estado el que unos cuantos acaparen
casi todos los bienes y disfruten a placer de ellos, mientras los otros se mueren de
miseria.” (Tomás Moro, La utopía)

“Ahora bien, la igualdad es imposible, a mi juicio, mientras en un Estado siga en vigor la


propiedad privada. En efecto, mientras se pueda con ciertos papeles asegurar la
propiedad de cuanto uno quiera, de nada servirá la abundancia de bienes. Vendrán a caer
en manos de unos pocos, dejando a los demás en la miseria. Y sucede que estos últimos
son merecedores de mejor suerte que los primeros. Pues estos son rapaces, malvados,
inútiles; aquellos, en cambio, son gente honesta y sencilla, que contribuye más al bien
público que a su interés personal. Por todo ello, he llegado a la conclusión de que si no se
suprime la propiedad privada, es casi imposible arbitrar un método de justicia distributiva,
ni administrar acertadamente las cosas humanas. Mientras aquella subsista, continuará
pesando sobre las espaldas de la mayor y mejor parte de la humanidad, el angustioso e
inevitable azote de la pobreza y de la miseria.” (Tomás Moro, La utopía)
b) Riqueza del Estado.

“¿Qué sucedería en este momento —dije yo— si les propusiera como ejemplo la ley de
los macarianos, un pueblo vecino a la isla de Utopía? Su rey, el día que sube al trono, se
obliga a un juramento, al tiempo que ofrece grandes sacrificios, a no acumular nunca en
su tesoro más de mil libras en oro o su equivalente en plata. Se dice que esta ley fue
promulgada por uno de sus mejores reyes. juzgaba más importante la felicidad del reino
que sus riquezas, pues suponía que su acumulación redundaría en perjuicio del pueblo.
En efecto, este capital le parecía suficiente. Permitía al rey luchar contra los rebeldes del
interior, y proporcionaba al reino los medios para repeler las incursiones de los enemigos
de fuera. En todo caso, no debía ser de tal cuantía que incitase a la codicia de apoderarse
de él. Esta fue una razón poderosísima para dictar semejante ley. Una segunda razón fue
la necesidad de mantener en circulación la cantidad de dinero indispensable para las
transacciones ordinarias de los ciudadanos. Ante la obligación de dar salida a cuanto
sobrepasara el límite fijado, el legislador estimó que el soberano no correría el peligro de
violar la ley. Un rey así tendría que ser querido por los buenos y odiado por los malos.”
(Tomás Moro, Utopía)

“Pero estos hombres despreciables que con su rapiña insaciable se apoderan de unos
bienes que hubieran sido suficientes para hacer felices a la comunidad, están bien lejos
de conseguir la felicidad que reina en la república utopiana. Allí la costumbre ha
eliminado la avaricia y el dinero, y con ellos cantidad de preocupaciones y el origen de
multitud de crímenes. Pues todos sabemos que el engaño, el robo, el hurto, las riñas, las
reyertas, las palabras groseras, los insultos, los motines, los asesinatos, las traiciones, los
envenenamientos son cosas que se pueden castigar con escarmientos, pero que no se
pueden evitar. Por el contrario las elimina de raíz la desaparición del dinero que elimina
al mismo tiempo el miedo, la inquietud, la preocupación y el sobresalto. La misma pobreza
que parece que se basa en la falta de dinero, desaparece desde el momento en que aquel
pierde su dominio Quiero poner esto en claro con un ejemplo que vamos a examinar.
Pensemos en un año malo y de poca cosecha en él. Cual han perecido de hambre miles
de hombres. Estoy seguro que, si al cabo de esta catástrofe se abren los graneros de los
ricos, se encuentra en ellos tanta cantidad de grano que si se hubiera repartido entre
todas las víctimas de la peste y el hambre no se habría enterado nadie de los rigores de
la tierra ni del cielo. Nada más sencillo que alimentar a la humanidad. Pero el bendito
dinero, inventado para lograr más fácilmente el camino del bienestar, es el cerrojo más
duro que cierra la puerta del mismo. Pienso que los ricos se dan cuenta de esto. Saben
que no hay nada mejor que tener lo que se necesita. Sin abundar en superficialidades,
es multiplicar disgustos vivir asfixiados por tantas riquezas. Creo además que o bien por
interés personal o por seguir la voz de Cristo, todo el mundo hubiera seguido hace tiempo
las leyes de esta república utopiana.” (Tomás Moro, La utopía).

c) Adquisición y conservación de nuevos territorios.

“Cuántos Estados, cuántas dominaciones ejercieron y ejercen todavía una autoridad


soberana sobre los hombres, fueron y son Repúblicas o principados. Los principados son,
o hereditarios cuando la familia del que los sostiene los poseyó por mucho tiempo, o son
nuevos. Los nuevos son, o nuevos en un todo, como lo fue el de Milán para Francisco
Sforza; o como miembros añadidos al Estado ya hereditario del príncipe que los adquiere.
Y tal es el reino de Nápoles con respecto al Rey de España. O los Estados nuevos,
adquiridos de estos dos modos, están habituados a vivir bajo un príncipe, o están
habituados a ser libres. O el príncipe que los adquirió, lo hizo con las armas ajenas, o los
adquirió con las suyas propias. O la fortuna se los proporcionó, o es deudor de ellos a su
valor. (…) Comenzaré estableciendo una distinción: o estos Estados que, nuevamente
adquiridos, se reúnen con un Estado ocupado mucho tiempo hace por el que los ha
conseguido se hallan ser de la misma provincia, tener la misma lengua, o esto no sucede
así. Cuando ellos son de la primera especie, hay suma facilidad en conservarlos,
especialmente cuando no están habituados a vivir libres en república. Para poseerlos
seguramente, basta haber extinguido la descendencia del príncipe que reinaba en ellos;
porque en lo restante, conservándoles sus antiguos estatutos, y no siendo allí las
costumbres diferentes de las del pueblo a que los reúnen, permanecen sosegados, como
lo estuvieron la Borgoña, Bretaña, Gascuña y Normandía, que fueron reunidas a la
Francia, mucho tiempo hace. Aunque hay, entre ellas, alguna diferencia de lenguaje, las
costumbres, sin embargo, se asemejan allí, y estas diferentes provincias pueden vivir, no
obstante, en buena armonía. En cuanto al que hace semejantes adquisiciones, si él quiere
conservarlas, le son necesarias dos cosas: la una, que se extinga el linaje del príncipe
que poseía estos Estados; la otra, que el príncipe que es nuevo no altere sus leyes, ni
aumente los impuestos. Con ello, en brevísimo tiempo, estos nuevos Estados pasarán a
formar un solo cuerpo con el antiguo suyo. Pero cuando se adquieren algunos Estados en
un país que se diferencia en las lenguas, costumbres y constitución, se hallan entonces
las dificultades; y es menester tener bien propicia la fortuna, y una suma industria, para
conservarlos. Uno de los mejores y más eficaces medios a este efecto, sería que el que la
adquiere fuera a residir en ellos; los poseería entonces del modo más seguro y durable,
como lo hizo el Turco con respecto a la Grecia.” (Nicolás Maquiavelo, El Príncipe.)

3) Adquisición y conservación de nuevos territorios.

“Unos aconsejan que se pacte con los venecianos, pacto que, por otra parte, no se
respetará más allá de lo que consientan los intereses reales. Se les pondrá también al
corriente de las decisiones tomadas. ¿Por qué, incluso, no entregarles parte del botín,
siempre, claro está, que se pueda volver a coger una vez realizado el proyecto? Hay
quien se inclina por reclutar alemanes; otros prefieren ablandar con dinero a los suizos. Y
hasta alguien sugiere que se ha de aplacar a la divinidad revestida de la majestad
imperial, haciéndole una ofrenda de oro en forma de sacrificio. Se habla de llegar a un
acuerdo con el rey de Aragón, proponiéndole en pago el Reino de Navarra, que no es
suyo. Al rey de Castilla se le podría ganar con la esperanza de algún enlace matrimonial.
En cuanto a sus cortesanos habría que sobornarlos a fuerza de dinero.” (Tomás Moro, La
utopía).

“Y habrá que asegurar con lazos fuertes una amistad siempre débil. Se les llamará
amigos y se les tendrá por enemigos. Será bueno tener a los escoceses como fuerza de
choque y lanzarlos contra los ingleses al menor movimiento de éstos. Habrá que halagar
también a algún noble desterrado que se crea con derecho al trono de Inglaterra. Pero
esto se habrá de hacer ocultamente, pues la diplomacia prohíbe estos juegos. De este
modo se tiene siempre en jaque al príncipe del que se recela.” (Tomás Moro, La utopía).

“Piensa, por último, que trato de demostrarles que todos los preparativos de guerra en
que tantas naciones se empeñan, no hacen sino esquilmar a los pueblos, y agotan sus
recursos para después de algún efímero triunfo, terminar en total fracaso. Que lo prudente
es conservar el reino de los mayores, enriquecerlo lo más posible y hacerlo más y más
próspero. Que ame a su pueblo y que éste le quiera, que conviva con las gentes en paz,
gobernándolas con dulzura. Que lo justo es desinteresarse de los otros reinos. Que lo que
le cayó en suerte le basta y le sobra para un buen gobierno.” (Tomás Moro, La utopía).

d) Concepto de virtud y su relación con la naturaleza humana

“Dejando, pues, a un lado las fantasías, y preocupándonos sólo de las cosas reales, digo
que todos los hombres, cuando se habla de ellos, y en particular los príncipes, por ocupar
posiciones más elevadas, son juzgados por algunas de estas cualidades que les valen o
censura o elogio. Uno es llamado pródigo, otro tacaño (…) uno es considerado dadivoso,
otra rapaz; uno cruel, otro clemente; uno traidor, otro leal; uno afeminado y pusilánime,
otro decidido y animoso; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno sincero,
otro astuto; uno duro, otro débil; uno grave, otro frívolo; uno religioso, otro incrédulo, y así
sucesivamente. Sé que no habría nadie que no opinase que sería cosa muy loable que,
de entre todas las cualidades nombradas, un príncipe poseyese las que son consideradas
buenas; pero como no es posible poseer las todas, ni observarlas siempre, porque la
naturaleza humana no lo consiente, le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la
vergüenza de aquellas que le significarían la pérdida del Estado, y, si puede, aun de las
que no se lo haría perder, pero si no puede no debe preocuparse gran cosa y mucho
menos de incurrir en la infamia de vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el
Estado, porque si consideramos esto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece
virtud es causa de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba por traer el bien estar y la
seguridad.” (Nicolas Maquiavelo, El príncipe)

“—Es claro, querido Rafael —dije yo entonces— que no hay en ti ambición de riquezas,
ni de poder. Un hombre de tu talante me merece tanta estima y respeto como el que
detesta el mayor poder. Por ello, me parece que sería digno de un espíritu tan
magnánimo, y de un verdadero filósofo como tú, si te decidieras, aun a pesar de tus
repugnancias y sacrificios personales, a dedicar tu talento y actividades a la política. Para
lograrlo con eficacia, nada mejor que ser consejero de algún príncipe.”
“Un hombre más venerable por su carácter y virtud, que por su alta jerarquía, Era más
bien pequeño, y, a pesar de su edad avanzada, andaba erguido. Al hablar inspiraba
respeto sin llegar al temor. Su trato era afable, si bien serio y digno.. Su profunda ironía le
llevaba a exasperar, sin llegar a ofender, a quienes le pedían algo, poniendo con ello a
prueba el temple y saber de los mismos. Esto le agradaba, siempre que hubiese
moderación, y si le complacían aceptaba a los candidatos para los cargos públicos. Su
léxico era puro y enérgico; su ciencia del derecho profunda, su juicio exquisito y su
memoria rayando en lo extraordinario. Estas cualidades, grandes en sí mismas, lo eran
más por el cultivo y el estudio constante de las mismas.” (Tomás Moro, La utopía)

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